Está en la página 1de 2

¡Mojarse los pies! Josué 3.

14–16

Aconteció que cuando el pueblo partió de sus tiendas para pasar


el Jordán, con los sacerdotes delante del pueblo llevando el Arca del
pacto, y cuando los que llevaban el Arca entraron en el Jordán y los
pies de los sacerdotes que llevaban el Arca se mojaron a la orilla del
agua (porque el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el
tiempo de la siega), las aguas que venían de arriba se amontonaron.
Josué 3.14–16

El pueblo que acompañaba a Josué en la aventura de conquistar


la tierra prometida no era el mismo que tanto había fastidiado a
Moisés durante cuarenta años en el desierto. Aquella generación,
según el mismo testimonio del Señor, era una generación perversa,
completamente falta de fe (Nm 14.35). Este nuevo pueblo había
aprendido, a los golpes quizás, la importancia de obedecer los
mandamientos de Jehová. No obstante, el desafío que el Señor ponía
delante de ellos no dejaba de tener verdaderos elementos de riesgo,
como ocurre hasta el día de hoy con cualquier aventura de fe. Las
instrucciones que el Señor le había dado a Josué era que los
sacerdotes tomaran el Arca y cruzaran el río. Les había informado
que el río se abriría delante de ellos, permitiendo el paso de todo el
pueblo que les acompañaba. No obstante, los sacerdotes debieron
entrar al agua y mojarse los pies antes de que ocurriera el milagro
prometido.

Quisiera que congelemos la escena en el preciso instante en el


que las aguas golpean contra los tobillos. Es el momento
inmediatamente previo a la intervención de Dios, aquel en que más
susceptibles somos a abandonar el proyecto que hemos emprendido.
Se trata de ese instante en el tiempo en que nos asaltan las dudas y el
temor se apodera de nuestro corazón. Dios ha prometido abrir las
aguas, pero ya estamos en el río y aún no ha acontecido nada. Si
seguimos, tendremos que echarnos a nadar. ¿Habremos interpretado
correctamente lo que nos quiso decir? ¿De cuántas experiencias
similares podremos echar mano para animar nuestra fe? Ninguno de
los presentes, salvo Josué y Caleb, había visto alguna vez abrirse las
aguas para dar paso al pueblo escogido.

Todos amamos la parte final de la historia, donde ya el pueblo se


encuentra del otro lado del río. Deseamos que se nos cuente entre los
que celebran, eufóricos la intervención del Altísimo. Son pocos, sin
embargo, los que están dispuestos a mojarse los pies, a jugarse por
los proyectos alocados del Señor cuando el elemento de riesgo está en
su punto más alto. Esta etapa en la aventura es la más incómoda
para el discípulo. Corre peligro de quedar en ridículo delante de los
demás. Es en esto, sin embargo, que se debe notar la diferencia en la
vida del líder comprometido. No titubea a la hora de avanzar en
aquellas cosas que Dios le ha puesto por delante. Armado de la
misma valentía que Josué, no presta atención a las voces
atemorizadas que se alzan en su interior. Es una persona que sabe en
quién ha puesto su confianza. El momento desagradable pasará, y se
le contará entre los que festejan la victoria concedida por el Señor.

Para pensar:

«El coraje no significa la ausencia del temor, sino el manejo


adecuado del temor». Anónimo.

También podría gustarte