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CUENTOS

DE LA GAVIOTA
POMPITA

Por

MAGDA R. MARTÍN

CUENTOS DE LA GAVIOTA POMPITA


POMPITA VISITA A SU TÍA PRUDEN



Aquel sábado por la tarde, Pompita se puso las chanclas verdes, se adornó
con un alga que tenía una flor blanca y la sujetó con una diadema de coral en
su cabecita. Y es que, aquel día, Pompita quería estar muy guapa porque su
mamá le había dicho que iban a casa de la tía Pruden para ver cuánto había
mejorado de una operación que le habían hecho en una patita pues, como ya
empezaba a ser un poco vieja, un día, cuando estaba pescando, una ventolera
la arrastró y se cayó por el acantilado de una de las costas de Irlanda.
Afortunadamente, un pelícano escocés que daba una vuelta por aquellos
lugares tan hermosos, pudo ver a la tía Pruden dando volteretas intentando
sujetarse a algún saliente de las roca y, a toda velocidad, la agarró y la metió
en la bolsa de su pico para llevarla corriendo al Hospital de Aves más cercano.
Total, que después de estar un tiempo escayolada, al final quedó algo coja y
por eso, Doña Gaviota, la mamá de Pompita, quería ir a visitarla.
Consultaron con el Hombre del Tiempo para asegurarse de que, en el
viaje, no habría peligros, pues tenían que atravesar el Atlántico y, después de
oír por la tele al Cormorán, señor Orejudo, decir que el tiempo iba a ser
soleado sin rachas de viento, salvo cambios imprevisibles, Pompita y Doña
Gaviota, emprendieron el vuelo hasta Irlanda para visitar a la tía Pruden.
Iban las dos muy contentas y para no aburrirse, comenzaron a cantar la
canción “Había una vez un barquito chiquitito…” pero cuando se reían, muy
felices, una vez finalizado el canto, vieron como se acercaban unas nubes
gordas, gordas, vestidas de negro, con unos ojos furibundos y unos rugidos
que las dejaban sordas. Pompita y su mamá se asustaron muchísimo y miraron
a un lado y a otro para buscar donde guarecerse pero allí sólo estaba el mar
que se había enfadado con las nubes de tormenta, el viento que se puso de
parte de las nubes y las nubes que, muy indignadas, abrieron las fuentes que
todas llevan dentro y comenzó a caer un chaparrón que dejó a las dos gaviotas
empapadas. El viento, les quitó las maletas de un manotazo, el mar, elevaba
las olas muy altooooo, para ver si las alcanzaba y se las podía llevar al fondo y
las nubes negras y gordas, se reían con maldad soltando el agua a chorros. Las
dos gaviotas, lloraban abrazaditas sin dejar de volar para no separarse cuando,
de pronto, escucharon las sirenas de “Los Albatros Rojos Viajeros” que son
los que van a ayudar en los accidentes y comenzaron a gritar: “Aquííí…,
aquííí… Estamos aquíííí…”
Los albatros, se acercaron en formación sujetando las camillas y
consiguieron rescatar a madre e hija que ya estaban a punto de perder el
conocimiento. Regresaron rápidamente a los acantilados de Moher en la costa
irlandesa y las ingresaron a ambas en el Hospital de Aves Pescadoras.
Cuando despertaron, se encontraban en dos camas, la una al lado de la otra
y la tía Pruden sentada en una silla, muy desconsolada y preocupada. El
Director del Hospital, El Albatros Don Diomedes, las estuvo auscultando y
después de revisarlas bien, dijo:
- Bueno… Pues no tienen nada grave… sólo un enfriamiento y algo de
humedad que les queda en las plumas pero eso se les quita con un secador de
aire calentito.
Así que, Pompita y su mamá, se fueron a descansar a la casa que la tía
Pruden tenía en Irlanda y, en lugar de cuidar ellas a la tía Pruden, fue la tía
Pruden quien las cuidó a ellas.
Al cabo de un mes, se apuntaron al vuelo de las Ánades Migratorias que,
por cierto, les costó carísimo, y fueron a recuperarse del susto a su casita con
su familia, el papá Gaviota, los dos hermanitos y la hermana pequeña que las
recibieron con globos, cadenetas, serpentinas y confeti. Y todos tan felices.
La verdad es que con esta aventura, Pompita presumió mucho y siempre
que se le presentaba la ocasión, comenzaba a explicarla hasta que, un día,
cuando se reunió con el grupo de amigos y comenzó a decir: “… pues cuando
fui con mi mamá a Irlanda a ver a mi tía Pruden…” Todos echaron a volar y a
hacer carreras por encima de las olas. ¡Es que ya estaban aburridos de oír
siempre la misma historia! Pompita, que no era tonta (solo un poco presumida)
se dio cuenta de que esa aventura ya era muy aburrida y la archivó en el
“Diario para escribir historias antiguas” que guardaba en un baúl del desván.
Y este es el cuento de hoy.
¡Hasta pronto amiguitos….! – MAGDA.

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