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René Descartes nació en 1596 en Francia, cerca de Tours, en una familia burguesa.
Fue enviado pupilo a colegio jesuita donde, como señala Bertrand Russell, le enseñaron más
matemáticas de las que habría recibido en otro lado. Recibió allí también educación
escolástica (aristotélica), a la que después opondría toda su inteligencia. En 1615 y 1616 se
graduó en derecho civil y derecho canónico en la Universidad de Poiters. En el verano de
1618 fue a los Países Bajos como voluntario en el ejército de Mauricio de Nassau. Allí
conoció a Isaac Beekman, la influencia más importante en su juventud, quien reavivó el
interés de Descartes en la ciencia y le abrió los ojos a la posibilidad de aplicar técnicas
matemáticas en otros campos. Descartes compuso un tratado sobre la música (considerada
por entonces parte de las matemáticas) y en 1619 comenzó a trabajar en serio en problemas
matemáticos y mecánicos bajo la guía de Beekman. Finalmente dejó el servicio de Mauricio
de Nassau. Comenzó a buscar un nuevo método para la investigación científica y prever una
ciencia unificada. Poco después, escribió los borradores de las primeras once Reglas para la
Dirección del Espíritu --que prefiguran o anuncian bue,na parte de sus fut uras
concepciones filosóficas--, y trabó amistad con el padre Marin Me rsenne, filósofo
francés que estudió diversos campos de la teología, matemáticas y la teoría musical.
Descartes también trabajó en otros proyectos, orientados de forma más científica, como
optics. Para esa época inventó la notación moderna de las Potencias en Matemáticas. Es
posible que haya descubierto la ley de la refracción en 1626. Su trabajo sobre la inercia y el
movimiento contribuyó directamente a la nueva física mecánica, y su poder explicativo hizo
mucho para expulsar la ciencia aristotélica de la escena. Descartes trató de descubrir cómo
circula la sangre antes de que William Harvey produjera su propia solución en gran medida
definitiva (1628), momento en el que Descartes procedió a defender el descubrimiento de
Harvey.
Descartes pasó 20 años en los Países Bajos hasta trasladarse a Suecia, por invitación
de la reina Cristina, a fines de 1649. En 1629 comenzó a trabajar en "un pequeño tratado",
que le llevó aproximadamente tres años de trabajo, titulado El Mundo (que nunca completó y
que fue publicado recién en 1701, cincuenta años después de su muerte). Entre otras ideas
mecanicistas, este trabajo postula una concepción heliocéntrica del sistema solar, así que
después de enterarse de la condena de Galileo por la Inquisición Descartes suprimió su
publicación. Los biógrafos observan que, a lo largo de su vida, Descartes mantuvo una gran
preocupación por no malquistarse con la Iglesia; contemporáneos suyos, incluso católicos
como el cardenal Bossuet, juzgaron que el filósofo estaba demasiado temeroso de ser
condenado.
En 1646, la reina Cristina de Suecia inició una correspondencia con Descartes. Ella lo
consultó en materias éticas y discutió con él acerca del bien absoluto, hasta que lo invitó a
unirse a su corte en Estocolmo en febrero de 1649. Descartes llegó a Suecia en septiembre
de 1649. Lamentablemente, debido al frío sueco y el madrugar para dar clases a la reina (a
lo que Descartes no estaba acostumbrado), a poco de llegar contrajo neumonía y alli murió,
en febrero de 1650.
CONTRIBUCIONES DE DESCARTES
Descartes negó la tesis de los escolásticos, de que todo conocimiento debe venir de la
sensación. Aristóteles había argumentado que todo el mundo nace con una pizarra limpia, y
que todo el material para la comprensión intelectual se obtiene a través de la sensación.
Descartes, sin embargo, sostuvo que puesto que los sentidos engañan a veces, no pueden
ser una fuente fiable de conocimiento.
Georges Dicker (op. cit.) opina que “las Meditaciones de Descartes le hablan al filósofo
novato tan bien como al más sofisticado; introducen cuestiones básicas de la filosofía en una
forma breve, convincente y penetrante, y las desarrollan con una sutileza que sigue siendo
estimulante para nosotros, los descendientes filosóficos de Descartes. No es de extrañar,
entonces, que las Meditaciones sigan siendo leídas y analizadas en todos los niveles del
programa de la filosofía, desde el curso de introducción al seminario de posgrado”.
PRIMERA MEDITACION
Para empezar, Descartes pone en duda todas sus creencias. Observa que los
sentidos a veces nos engañan, de modo que todo lo que percibimos podría ser imaginario.
Ahora mismo yo podría estar soñando que estoy leyendo este texto. Dado que ––a diferencia
del largometraje “Inception”–– NO hay ninguna forma de distinguir la vigilia de los sueños,
toda creencia basada en la experiencia de los sentidos, aun los experimentos científicos más
rigurosos, son dudosos. Todo puede ser un sueño, o una alucinación.
Descartes se pregunta si Dios podría hacernos creer que hay un cielo, tierra y otras
cosas cuando de hecho nada de eso existe. Un amigo religioso de Descartes objetó la
posibilidad de que Dios, que es definido como la bondad suprema, sea capaz de engañar al
hombre. Descartes coincidió con ello y, para continuar su línea de argumentación,
poniéndose provisionalmente en la posición de un ateo postula que, hasta que él pueda
demostrar lo contrario, Dios NO existe y que además hay un demonio con poderes supremos
que nos está engañando en todo.
Para estar bien seguro y construir bases sólidas, Descartes decide considerar como
falsa toda creencia que permita, aunque sea, la más mínima duda. (En realidad él no cree
que todo sea ilusorio, pero lo que está haciendo aquí es aplicar lo que se llamó “la duda
metódica” o duda cartesiana: descartar todo para quedarse solamente con aquello que sea
absolutamente cierto, y donde ningún demonio lo pueda engañar.) Descartes duda hasta
de la existencia de su propio cuerpo.
Es en este momento cuando llega a su famosa conclusión, “cogito, ergo sum” (pienso,
luego existo). Escribe: “¿Soy tan dependiente del cuerpo y de los sentidos que no puedo
existir sin ellos? Yo estaba convencido de que no había nada en todo el mundo, que no había
ni cielo ni tierra, que no había mente ni ningún cuerpo: No me convencí del mismo modo de
que yo no existo? De ningún modo; por cierto, yo existo ya que me convencí de algo [o
simplemente porque pensé en algo]. Pero hay algún falsario, muy poderoso y muy astuto,
que emplea su ingenio en engañarme. Pero sin duda también existo aún si me engaña, y
dejémoslo que me engañe tanto como quiera: nunca podrá convertirme en nada en tanto yo
piense que soy algo. Así que, después de haber reflexionado bien y examinado
cuidadosamente todas las cosas, debemos llegar a la conclusión definitiva de que esta
proposición “yo soy, yo existo” es necesariamente cierta cada vez que la pronuncio, o que la
concibo mentalmente.” (Descartes citado en Bracken)
Cabe mencionar que San Agustin anticipó el cogito de Descartes. En la Ciudad de Dios
escribe: “En ninguno de estos puntos le temo a los argumentos de los escépticos de la
Academia que dicen: ¿y si te engañas? Porque si soy engañado, soy (existo). Porque el que
no existe no puede ser engañado. Y si soy engañado, por esta misma razón, soy.” En sus
Soliloquios dice: "Usted, que desea saber, ¿sabe quién es? Yo lo sé. ¿De dónde es usted? Yo
no sé. ¿Se siente usted mismo único o múltiple? Yo no sé. ¿Se siente usted mismo en
movimiento? Yo no sé. ¿Sabe lo que usted piensa? Yo sí.” Estas líneas no sólo contienen el
cogito de Descartes, sino también su réplica al ambulo, ergo sum de Gassendi. (En respuesta
a Descartes, su contemporáneo Pierre Gassendi propuso Ambulo ergo sum ('ando, por lo tanto
existo'). Lo de Gassendi tiene su lógica: la mente y el cuerpo son inseparables, en opinión de
Gassendi, mientras que Descartes creía que la mente podría existir separadamente del
cuerpo. El acto de caminar ilustra perfectamente la íntima conexión mente-cuerpo a que se
refiere Gassendi. Hay que admitir, sin embargo, que San Agustín no llevó su propia
observación hasta sus últimas consecuencias. La originalidad de Descartes, por lo tanto,
consistiría menos en inventar el argumento que en percibir su importancia. (Cf. Russell)
SEGUNDA MEDITACION
Escribe: “Mientras quería pensar que todo es falso, tenía que ser necesariamente yo
el que pensaba que era algo; y observando que esta verdad ––pienso, luego existo–– era tan
sólida y tan cierta que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran
capaces de demoler, juzgué que podía aceptarla sin escrúpulo como el primer principio de la
filosofía que yo buscaba.” (Cit. por Russell)
TERCERA MEDITACION
Descartes distingue tres tipos de ideas: las que fabrica mi mente (y cuyo contenido
puedo controlar o modificar), las que me llegan de afuera (por intermedio de los sentidos y
que por tanto no puedo alterar ––por ejemplo, si estoy junto a una estufa no puedo evitar
sentir calor) y las que son innatas (están dentro de mí desde el momento de la creación,
puestas por Dios. Las nociones de geometría son un ejemplo de esas ideas innatas).
Empieza considerando qué es necesario para que algo sea la causa adecuada de su
efecto, noción que expresa como: "debe haber al menos tanta realidad en la causa como en
el efecto de esa causa", lo que en pocas palabras significa que algo no puede surgir de la
nada. Cuando una olla de agua hierve, debe haber recibido calor de alguna causa que tenía
al menos esa cantidad de calor; algo que no está caliente no puede hacer que el agua hierva.
En otras palabras, no se puede dar lo que no se tiene. En el campo de las ideas ––que ahora
tanto importa a Descartes–– todo lo que está contenido en una idea objetiva debe estar
contenido también en la causa de esa idea.
Una vez establecido este principio, Descartes observa que él mismo es una sustancia
finita (limitada), por lo que puede ser la causa de cualquier idea que tenga la realidad objetiva
de una sustancia finita. Pero la idea de Dios es la idea de una sustancia infinita. Dado que
una sustancia finita es menos real (o menos perfecta) que una sustancia infinita --ya que la
sustancia finita, para existir, depende de una sustancia infinita-- se deduce que Descartes,
una sustancia finita, no puede ser la causa de la idea que en este momento tiene, de una
sustancia infinita. Sin embargo, la idea debe haber venido de algún lado. Así que algo que es
en realidad una sustancia infinita, es decir, Dios, debe ser la causa de la idea de una
sustancia infinita. Por lo tanto, Dios existe como la única causa posible de esta idea.
Dice: La idea de Dios es algo que no podría haber venido de mí, puesto que Dios es
una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente y omnipotente - y yo,
ciertamente, no lo soy. La idea de substancia "existe en mí desde el hecho de que soy una
sustancia." La idea de un ser perfecto la extraigo del hecho de que soy una sustancia
imperfecta. Y sé que yo soy imperfecto porque soy un ser que duda. Así que la idea de Dios
no es una que yo podría haber generado dentro de mí mismo. Si tuviera ese potencial me
habría dado a mí mismo atributos infinitamente superiores! Nací “equipado” con la idea de
Dios, pero la idea de una sustancia infinita sólo puede haber sido creada por una sustancia
infinita, que es Dios.
Descartes anticipa una posible objeción a este primer argumento. Esta objeción es
que la causa de una sustancia finita con la idea de Dios también podría ser una sustancia
finita con la idea de Dios. Sin embargo, se responde Descartes, cuál fue la causa de esta
sustancia finita con la idea de Dios? Bueno, otra sustancia finita con la idea de Dios. Pero
cuál fue la causa de esta otra sustancia finita con la idea de Dios? Bueno, otra sustancia
finita... y así sucesivamente hasta el infinito. Eventualmente se debe llegar a una causa
última de la idea de Dios, para dar una explicación adecuada de su existencia en el primer
lugar y, con ello, detener la regresión infinita. Esa causa última debe ser Dios, porque sólo él
tiene suficiente realidad para causarla.
Con esta acrobacia mental, Descartes cree que puede pasar de la idea de una
sustancia perfecta (Dios) a la existencia de esa sustancia. (Cf. Bracken)
CUARTA MEDITACION
¿Cómo evitar el error? Juzguemos como verdaderas sólo aquellas cosas que vemos
con claridad y nitidez o al menos lo más cercano a esos criterios como podamos. El error
surge de errores (evitables) que elegimos hacer.
QUINTA MEDITACION
1 En 1946, Bertrand Russell escribe: “La verdadera pregunta es: ¿Existe algo que nosotros podamos pensar que; por el mero
hecho de que podamos pensar en él, se demuestra que existe fuera de nuestro pensamiento? A todo filósofo le gustaría decir
sí, porque el trabajo de un filósofo es encontrar cosas sobre el mundo mediante el pensamiento en vez de mediante la
observación. Si sí es la respuesta correcta, existe un puente entre el pensamiento puro y las cosas, Si no, no.”
Por lo tanto, la idea de un ser sumamente perfecto o un Dios sin existencia real es
ininteligible. Esto significa que la existencia está contenida en la esencia de una sustancia
infinita, y por lo tanto, por su propia naturaleza, Dios debe existir.
Pero ––sigue diciendo Descartes––, puesto que Dios tiene todas las perfecciones y
ninguna imperfección, se desprende que Dios no puede ser tramposo: concebir un Dios con
la voluntad de engañar sería concebirlo teniendo a la vez no imperfecciones y una
imperfección, lo cual es imposible; como “tratar de concebir una montaña sin un valle”. Esta
conclusión, además de la existencia de Dios, proporciona el fundamento absolutamente
seguro que Descartes buscaba desde el principio de las Meditaciones. Es absolutamente
2 Entre los muchos rechazos a este argumento, cabe citar el comentario burlón del biólogo Richard Dawkins en “El
Espejismo de Dios”. Dawkins ––quien también se pregunta “¿No es demasiado bueno para ser verdad que una verdad
sobre el cosmos provenga de un mero juego de palabras?”–– escribe:
Permítanme traducir este pueril argumento al lenguaje apropiado, que es el lenguaje de un parque infantil:
“Te apuesto a que puedo probar que Dios existe”
“Te apuesto a que no puedes”
“Está bien; entonces, imagina la cosa más perfecta perfecta perfecta posible”
“Ya está. ¿Ahora qué?”
“Ahora, ¿Es esa cosa perfecta perfecta perfecta real? ¿Existe?”
“No, sólo está en mi mente”
“Pero si fuese real, sería aún más perfecta, porque una cosa realmente realmente perfecta tendría que ser mejor
que una cosa tontamente imaginaria. Así que he probado que Dios existe. Pronto, pronto todos los ateos son tontos.”
seguro porque ambas conclusiones (a saber, que Dios existe y que Dios no puede ser un
falsario) han sido demostradas a partir de verdades intuitivas inmediatamente comprendidas
y absolutamente ciertas.
Esto significa que Dios no puede ser la causa de un error humano, ya que él no creó a
los humanos con la facultad para producirlos, ni puede Dios crear un ser tal como un
demonio que se dedica al engaño. Por el contrario, los seres humanos son la causa de sus
propios errores cuando no utilizan su facultad de juzgar correctamente. En segundo lugar, la
naturaleza no engañosa de Dios garantiza la veracidad de todas las ideas claras y nítidas,
porque Dios sería un mentiroso si hubiera una idea clara y nítida que fuese falsa, ya que
nuestra mente no podría evitar creer que es verdad. Por lo tanto, las ideas claras y nítidas
deben ser verdad, so pena de contradicción. Esto también implica que se requiere el
conocimiento de la existencia de Dios para tener algún conocimiento absolutamente cierto.
En consecuencia, los ateos, los que son ignorantes de la existencia de Dios, no pueden tener
conocimiento absolutamente cierto de ningún tipo, incluyendo el conocimiento científico.
SEXTA MEDITACION
En este punto de las Meditaciones, Descartes ha obtenido certeza sobre una variedad
de temas: su existencia, su esencia, el principio de causalidad, la existencia de Dios, que
Dios lo hizo a él, que Dios no es un impostor, que la claridad y nitidez son indicadores de la
verdad, que él tiene una voluntad libre y cuál es la fuente del error humano.
Por razones de tiempo y espacio, nos concentraremos en los dos temas que
Descartes menciona en el resumen, que son los más importantes:
De este modo, Descartes entiende haber demostrado la existencia real del mundo
físico que nos rodea.
CONCLUSION
Fue uno de los creadores de la ciencia del siglo XVII. La geometría analítica resulta
del trabajo de varios matemáticos del siglo XVII, de entre los cuales la mayor contribución fue
hecha por Descartes.
Russell, Bertrand – Historia de la Filosofía Occidental. George Allen and Unwin, UK 1946.
Routledge Classics, NY 2003.
Dawkins, Richard – El Espejismo de Dios (The God Delusion, Bantam Press, UK 2006)
Wilson, Margaret – Descartes. London and Boston, Routledge and Kegan Paul, 1978.