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Nelly Vanessa

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patriiiluciii PepitaCPollo 3
MissEvans Nanis

Nanis

Jane
Sinopsis Capítulo 11
Capítulo 1 Capítulo 12
Capítulo 2 Capítulo 13
Capítulo 3 Capítulo 14
Capítulo 4 Capítulo 15
Capítulo 5 Capítulo 16
Capítulo 6 Capítulo 17
Capítulo 7 Capítulo 18
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Capítulo 8 Capítulo 19
Capítulo 9 Epílogo
Capítulo 10 Tessa Bailey
Él la desea. Todo de ella.
El francotirador de la policía de Nueva York, Matt Donovan, está en el
infierno. En vez de llevar a la hermana pequeña de su mejor amigo a casa desde la
universidad, está atrapado con su compañera de cuarto, un rostro fresco rayo de
sol con un cuerpo por el que los hombres adultos llorarían. No hay manera de que
vaya a permitirse a sí mismo dejarse jalar por la zorrita, sin importar lo duro que
intente tentarlo, por lo que se resigna al peor, y más duro viaje, de su vida.
La obvia atracción de Matt le queda perfecta a la estudiante graduada, Lucy
Mason. No tenía ni idea de que el mejor amigo de su hermano era tan
deliciosamente sexy. Sabiendo que nunca tomaría el mal camino con la hermana de
su amigo, miente sobre su identidad y lo seduce. Pero Matt no es ningún torpe
chico universitario. Sus deseos son profundos ―y oscuros― y quiere enseñarle a 5
Lucy lo que realmente significa la palabra malvado.
Los exigentes apetitos de Matt sólo hacen a Lucy querer más. Pero cuando su
cubierta vuela, él está furioso, aun cuando su hambre por ella se vuelve insaciable.
Matt no puede confiar en nadie, y menos en sí mismo. Y sabe muy bien que las
tinieblas siempre destruyen a la luz…
L
a audiencia en el estudio dentro de la cabeza de Lucy Mason dio un,
awww simpático y colectivo.
Atrapada de nuevo.
―Esta se supone que es nuestra semana, Sasha. ―Lucy tomó su café helado y
se dejó caer pesadamente de nuevo, sin apartar la mirada de su mejor amiga―.
Hazañas enfermizas, elecciones cuestionables de moda. Visitas educacionales a
museos ―murmuró la última parte, ya que no había formado parte de la
interminable discusión―. No puedo creer que te estés metiendo con un amigo.
Sasha hizo una mueca.
―Lo sé. Lo sé. Es solo… Carter.
―Carter. ―La frente de Lucy se arrugó―. ¿Es el mismo Carter que hizo un 6
pase a tu madre cuando vino de visita?
―Eso fue un malentendido.
―Apuesto a que sí. ―Movió la copa en círculos bruscos en la mesa, dejando
que el hielo tintineara enfriándola aún más, con la esperanza de que un sorbo
enfriara el fuego en su garganta, provocado por la necesidad de gritar. Minutos
antes, ella y su compañera de piso se preparaban para partir de la universidad de
Syracuse, donde ambas habían, por fin, completado los programas de sus
respectivas maestrías, y sus planes estaban siendo aplastados por un tipo que una
vez se había enojado solo en el sofá después de mucho tequila. Inaceptable. Como
si esta violación de las “chicas ante los penes manifiestos” no fuera lo
suficientemente mala, su hermano, Brent, quien había sido designado para su viaje
a la ciudad de Nueva York, se había escapado en el último minuto.
Dios, lo siento, Luce. Algo ocurrió con la familia de Hayden. Estará representando a
su padre en algún elegante premio y si no voy, me castrará.
Su hermano no era de los que se contenían. Incluso si eso significaba que
hablara con su hermana sobre sus bolas. Irse a vivir con él a su casa de la infancia
de Queens, a la edad de veinticinco años iba a ser un verdadero grito. Hasta que
consiguiera un trabajo remunerado y encontrara su propia casa, por supuesto.
Gracias a su creciente lista de posibles empleadores ordenados alfabéticamente en
una hoja de cálculo de Excel, no pasaría mucho tiempo. Mientras tanto, tendría que
establecer algunas reglas básicas, como ninguna charla testicular. O donde fuera
que su novia pudiera encontrarse con él que lo vieran sus globos oculares.
En su lugar hoy, su hermano había enviado a su amigo Matt Donovan. Otro
policía. Uno que nunca había conocido, pero en base a la sugerencia de Brent de
traer montones de material de lectura para el viaje, asumió que Matt no era un
brillante conversador. No la había molestado en gran parte, sabiendo que tendría a
Sasha para charlar en el asiento trasero, pero ahora esa opción ya no estaba sobre la
mesa. A decir verdad, se sentía un poco desairada.
Bueno, bastante desairada. Su hermano y su mejor amiga yéndose a pastos
más verdes con veinticuatro horas de diferencia no le hacía cosas fabulosas a su
ego. No habían querido que fuera de esa manera, racionalizó. La querían. Aun así, dos
instancias más podían añadirse a su lista de veces que había terminado en segundo
lugar. Lucy Mason, segundona. Primero en la final del equipo de debate con
licenciatura. Demonios, apenas esta semana había sido nombrada segundo lugar
en su clase, entre las materias de otro idioma. Si bien esos eran logros sin duda, a
veces se sentía como que no importaba lo duro que lo intentara, siempre había
alguien que se le adelantaba un centímetro. Sasha y Brent abandonando a sus
respectivos amantes no era diferente.
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Fiesta de compasión para una, tu mesa está lista.
Tratando de disipar el inútil sentimiento, tomó un largo trago de su café
helado. Sasha tenía un saludable resplandor en su piel de color chocolate, la
emoción brillaba en sus ojos, lo que no había estado allí esta mañana. Solo porque
no había tenido sexo desde que Lost estaba en el aire no le daba derecho a ser una
rogona.
―Entonces, ¿cuáles son tus planes en su lugar? Será mejor que hagas algo
increíble. En serio, quiero piel de gallina.
Sasha hizo un pequeño baile en su asiento, acompañado de un grito.
―Pediremos prestada la casa de su primo en el lago Cayuga. Solo Carter, yo,
y un puñado de traviesos DVDs.
Lucy se animó.
―¿Qué? ¿Cómo porno?
―No. Como Cruel Intentions y Wild Things. Películas donde las chicas salen a
fin de garantizar una buena tarde para tu servidora. ―Sasha inclinó la cabeza―.
Por cierto, nunca te he visto tan entusiasta en tu vida como acabas de ponerte
cuando el porno entró en la ecuación.
―Baja la voz ―susurró Lucy.
―¡Pornografía! ―cantó Sasha, al estilo ópera, atrayendo todos los ojos del
café.
Lucy negó.
―Te voy a echar tanto de menos.
―Mentirosa. Languidecerás por mí.
―Si te ahogas en el lago Cayuga, limpiaré tu alijo de juguetes sexuales como
prometí, pero eso es todo lo que puedo garantizarte. Ni una sola línea de poesía se
escribirá en tu honor.
―Por lo menos moriré feliz. ―Sasha se levantó y fue a unirse a Lucy en el
banquillo, donde la aplastó en un fuerte abrazo―. Oye, lo siento mucho. Ya lo
sabes, ¿verdad?
―Sí ―murmuró Lucy en el cabello de su amiga―. Ahora vete. Vamos.
Sasha se retiró para estudiarla.
―Escucha, si muero en un desafortunado accidente de esquí acuático o tengo
demasiados orgasmos…
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―O las dos cosas.
―O las dos cosas. ―Sasha asintió―. No tires lo de mi escondite. Por la
presente dejo todo tipo de máquinas de placer para ti, mi pastosa, pequeña amiga
estudiosa.
Lucy fingió sorpresa y placer.
―¿A mí? Yo-yo no sé qué decir.
―Digamos que voy a poner a Nueva York de rodillas esta semana. ―La
expresión de su amiga se volvió seria de repente―. No utilices mi escape como
excusa para esconderte en una pila de libros. Te ganaste alguna diversión,
graduada. Tenla.
Lucy se quedó mirando a Sasha pensativa mientras salía de la cafetería. Su
amiga la conocía demasiado bien. Al principio, cuando Sasha le canceló, se había
producido un pequeño movimiento de alivio en su pecho ya que estaría fuera del
gancho. No tendría que ponerse allí como estaba previsto, sino que podía
continuar sus dos años consecutivos de esconderse de lo desconocido. En su caja
de seguridad de introversión autoimpuesta. No siempre había sido así. No, no. En
sus primeros cuatro años en la universidad se había dedicado a explorar el
temerario gen Mason que había heredado. Justo había organizado una hoguera en
el campus, en protesta por la censura en sus libros de texto, con su aterrizaje en la
cárcel durante la noche. Hola llamada de atención. Huelga decir que su hermano
había perdido su mierda y se vio obligado a volver a poner una hipoteca sobre su
casa para sacarla de apuros. Por no hablar de que cubrió las multas en las que
había incurrido.
Desde su noche en la casa grande, había pasado sus días y noches
reventándose el trasero para que su familia estuviera orgullosa, en lugar de
inspirar rondas incesantes de movimientos de cabeza cada vez que su nombre salía
a relucir. Asegurándose de que Brent supiera que no daba por sentada la matrícula
que le proporcionaba y por la que tenía dos trabajos. En un futuro muy cercano,
tendría un trabajo que por fin aliviaría la presión de sus hombros. Podría
finalmente arrimar su hombro para mantener a sus padres y a la familia de su otro
hermano mayor, mientras éste luchaba en el extranjero. Su familia se
enorgullecería de ella, en lugar de cubrirse cada vez que entraba en la habitación.
Esa dedicación incondicional al éxito no había dejado espacio para mucho
más, y había permitido que su vida social disminuyera hasta que los resúmenes de
Sasha de los sábados por la noche eran su principal fuente de entretenimiento.
Cuando tuviera un ingreso estable y un lugar para llamarlo propio, había estado
planeando remediar ese descuido. Por otra parte, tal vez Sasha tenía un punto
válido. ¿Qué mejor lugar para dar inicio a su nueva ―vida libre de tareas― que
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una semana en la ciudad de Nueva York?
La campana sonó en la puerta de la tienda de café, llamando la atención de
Lucy. ¿Sasha había cambiado de opinión? O tal vez se había olvidado algo.
Los pensamientos de Lucy se drenaron, como si su cerebro se hubiera
convertido en un colador. Cada músculo de su cuerpo se curvo mientras un
hombre daba un paso directo fuera de la fantasía de toda mujer y de alguna
manera se materializaba en la tienda de café. Antes que algo se registrara, se dio
cuenta de la forma en la que él caminaba. Se movía como si estuviera yendo hacia
una amante. Una amante a la que planeaba suavizar minuciosamente antes de
hacerle gritar obscenidades en una almohada. El sensual, movimiento
independiente de sus caderas era una completa contradicción con sus ojos y
mandíbula, sin embargo. Estaban establecidos firmemente, haciéndole lucir
despiadado. Inamovible.
El cabello oscuro, la expresión oscura, la ropa oscura. No era más que…
varios tonos de oscuro. Excepto por sus ojos, los miró mientras él fríamente
buscaba en la tienda. Sus ojos eran de color gris claro. En medio de toda esa
oscuridad, sobresalían como marcasitas plateadas.
No pudo evitar bajar la mirada, hombros anchos, pecho ancho, y un cinturón
de cuero grueso que cabalgaba bajo en su cintura. Como si un buen tramo revelara
su feliz camino y el corte en v que llevaba en sus vaqueros. Hablando de vaqueros,
buen Señor, el trasero del hombre era una obra de arte de buena fe. Mientras
caminaba hacia el cercano mostrador para colocar su orden, sus botas de trabajo no
hicieron un solo sonido, esas nalgas apretadas encendieron un coro de ángeles
regocijándose en su cabeza.
Y abrió su boca para dirigirse a la camarera y el coro de ángeles se cerró de
golpe.
―¿Puede decirme dónde se encuentra el treinta y nueve de Juniper Street?
¿Eh? La columna vertebral de Lucy se puso rígida. Esa era su dirección. ¿Tal
vez estaba buscando a otra persona en su edificio? Ella y Sasha compartían una
vivienda de dos habitaciones fuera del campus, en la que había al menos otros
veinte apartamentos. Eso tenía que ser. Esta obra de perfección masculina no podía
ser el aburrido, congestionado ex-militar francotirador que su hermano había
enviado como su acompañante a la ciudad. La descripción de Brent podría haber
presentado un panorama diferente. No, este tipo tenía que estar buscando a
alguien más.
La camarera detrás del mostrador parecía que había ido a nadar a un lago
lleno de estúpidas. 10
―¿Qué? ―Ella se aclaró la garganta y sonrió―. Quiero decir… ¿qué?
Los tambores de Gloria suspiraron.
―Treinta y nueve de Juniper. Mi GPS dice que estoy cerca, así que pensé que
caminaría el resto del camino. ¿Me puede indicar la dirección correcta?
Otra camarera se unió a ella.
―¿Qué?
Ahora Lucy suspiró en su nombre. La comunicación debía ser difícil cuando
tu trasero tallaba el vocabulario del sexo opuesto a una palabra.
―No importa, creo que puedo localizarlo. ―Les dio una leve sonrisa y Lucy
juró que pudo oír bragas cayendo al suelo―. Voy a tomar un café mediano para
llevar. Negro.
No era del tipo de azúcar y crema. No había sorpresas.
La barista Número Uno finalmente recuperó sus sentidos.
―¿Vas a visitar a alguien en la universidad? No te he visto por aquí.
Él le entregó un billete nuevo.
―No, vivo en Manhattan. Estoy aquí para recoger a una chica.
Oh, mierda. Es Matt Donovan. Ese fue el primer pensamiento de Lucy. ¿El
segundo? Si su hermano condonaba que pasara horas en un espacio confinado con
este magnífico hombre, tenía mucho que aprender acerca de ella.
―Entonces… ¿estarás recogiendo a cualquier chica o a una específica?
Oh, por el amor al doble Spanx1.
―A una específica.
―Chica con suerte. ―¡Barista Número Dos diciendo su joya!―. Debe ser
muy especial para conducir todo ese camino.
Matt tomó la taza de café de papel que ella le ofreció.
―En realidad, por lo que escuché, es como una molestia.
Dentro de la cabeza de Lucy, la audiencia en el estudio estalló en una lluvia
de Oh diablos, no. Se incorporó de manera recta en su cabina, por lo que temió
dañarse la espalda si lograba pensar más allá de su enfado. ¿Una molestia? En la
parte superior de su doble abandono de ese día, la palabra era como agua vertida
sobre calientes rocas de sauna. Provocaron que su ira hirviera y colapsase
peligrosamente. En algún lugar debajo de todo eso, una punzada de dolor existía, 11
pero no quería reconocer eso por el momento.
Él eligió ese momento para girarse y verse a los ojos con ella a través de los
tres metros que los separaban. Tuvo la satisfacción de ver su taza de café hacer una
pausa a medio camino a su boca antes de continuar su viaje hacia sus esculpidos
labios masculinos. Calor largamente negado corrió a través de ella, cortando a
través de su pelea de autocompasión. Deseo. Hacía mucho tiempo que no lo había
sentido. Tal vez por eso caía a través de su sección media ahora, después de haber
estado deshilachada durante años. Como si él hubiera proyectado la imagen en su
cabeza, vio esos labios distraerse para darse un banquete en su cuello. Un cuello
que seguramente se había vuelto rojo como caramelo gracias a la dirección de sus
pensamientos.
Sentir esta atracción insistente hacia el mejor amigo de su hermano era como
un inconveniente en el mejor de los casos. Tampoco podía actuar en consecuencia.
Sobre la base de lo que le habían dicho acerca de él, era del tipo honorable. La voz
de la razón era su cuarto amigo. Nunca haría un movimiento hacia “la hermana
pequeña de Brent”. Sobre todo cuando la susodicha hermanita había sido pintada
como nada más que una irritante plaga.
A menos, por supuesto, que él no supiera sobre quién estaba dando los
movimientos.

1 Spanx: marca de pantimedias y otras prendas interiores para mujeres.


Matt todavía la observaba de cerca, pero su expresión no mostró señales de
reconocimiento. Aparentemente Brent no había pasado un expediente completo
con fotos recientes, ya que Matt estaba mirándola de una forma muy en los-límites.
Y madre mía, a ella le gustaba. Sus terminaciones nerviosas hormigueaban, sus
pezones se irguieron debajo de su camiseta sin mangas de una manera que no
tenía nada que ver con el aire acondicionado. Cuando su atención se centró en sus
piernas desnudas visibles debajo de su pantalón corto, el calor se instaló entre sus
muslos.
¿Era su imaginación o él le había gruñido?
Mentir sobre su identidad sería un error. Uno muy malo. No podía hacerlo.
¿Podría? Su profesor de ética podría cagar un ladrillo. Por no hablar, de que algo le
decía que este hombre no la aceptaría de buen grado si lo engañaba. Su única
alternativa era ponerse de pie ahora mismo y presentarse como Lucy Mason antes
de que fuera demasiado tarde. Eso garantizaría que llegara a salvo a Queens, sin
tocar. Caliente y molesta, sin armas para luchar contra eso, salvo los cinco dedos
conectados a su muñeca. Ni cerca de borrar el aburrimiento causado por los
últimos dos años.
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Sonaba horrible, pero era lo suficiente mujer como para admitir que, en la
parte superior de desear a este increíblemente hombre caliente, su ego necesitaba
un poco de impulso. Había estado sin citas por mucho tiempo, había sido
abandonada por todos, y ahora había sido etiquetada como un estorbo. Tal vez
solo por esta vez, podría conseguir lo suyo y decir al diablo con las consecuencias,
de la forma en que solía hacerlo. Lo temerario latente dentro de ella se estiró y
miró a su alrededor adormilado.
Lucy empujó su silla hacia atrás y se levantó. Poniendo lo que esperaba fuera
una sonrisa coqueta en su rostro, mientras caminaba hacia Matt y le tendía la
mano.
―No pude evitar escuchar que estás buscando el treinta y nueve de Juniper.
Él gruñó en su café. No era exactamente la reacción que había estado
buscando. No importaba, lo intentaría de nuevo. Después de todo, no había
llegado a ser la segunda en todas las competiciones bajo el sol sin tener que
aprender un par de trucos en el camino. Reuniendo su coraje, pasó una mano por
sus rizos y ladeó la cadera. Sus dientes se hundieron en su labio inferior. Ya está.
Ahora tenía su atención.
―Soy Sasha, compañera de cuarto de Lucy Mason. Parece que estás aquí para
darme un paseo.
S
úbete, nena. Te voy a dar un maldito viaje.
El pensamiento voló rápido y furioso a través de la conciencia
de Matt antes de que lo desterrara, bloqueándolo con seguridad
detrás de una puerta de acero reforzado. Esta chica, la que estaba
de pie delante de él con el aspecto de una sacrificada virgen enviada para tentar su
cordura, no iba a durar cinco minutos con él antes de que se fuera corriendo y
gritando. Lo sabía, y sin embargo no podía apartar la mirada.
Su deliciosa boca sin pintar se movió y salieron palabras, pero le tomó a su
cerebro un segundo extra captarlas. Un infierno de hazaña, pues se enorgullecía de
mantenerse muy agudo en todo momento. Su entrenamiento había perforado la
importancia de estar constantemente alerta en su cabeza. Su profesión lo exigía. Sin
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embargo, en menos de un minuto, esta chica había logrado probar que la voluntad,
aislaba efectivamente todo el flujo de sangre a su cerebro y lo enviaba directamente
a su ingle.
Joder, le había llegado con fuerza. En público, nada menos. Antes de
pronunciar una sola palabra.
En algún nivel, eso le molestó.
Ella había hablado, sin embargo, y ahora lo miraba esperando una respuesta.
¿Qué había dicho?
Sasha. Quiere un paseo. Concéntrate, Donovan. Estás actuando como uno de tus
amigos, babeando por alguna chica, cuando sabes que la mierda no es para ti. Nunca,
nunca, será para ti.
Matt tomó un sorbo de su café para comprarse algo de tiempo. Ahora
recordaba por qué el nombre de Sasha hizo sonar una campana. La compañera de
cuarto de Lucy Mason. La compañera de cuarto había accedido a compartir un
vehículo por las siguiente par de horas en el viaje de regreso a la ciudad de Nueva
York. Jesús. Al menos tendría a la molesta hermana de Brent sosteniendo la
escopeta, lo que le impediría hacer algo manifiestamente imprudente. Como
detenerse a la primera oportunidad y despojar a esta chica de su deshilachado
pantalón corto en su asiento trasero.
Pon una manija en ello. Ahora. Antes de que no puedas hacerlo.
De mala gana, arrastró su mirada de la encarnación de la tentación delante de
él y dio una mirada por encima de la cafetería, en busca de una chica
completamente diferente. Una que se asemejara a un defensa de fútbol. Con un
hermano mayor del tamaño de una pequeña montaña, Lucy no podía estar muy
lejos. No tuvo suerte. Por lo que podía decir, no había ni un alma parecida al
bromista de Brent entre esta multitud. Aunque para ser justo, no tenía ni idea de
cómo se veía Lucy, ni había tenido tiempo de averiguarlo. Conducir a Syracuse
había sido un favor de último minuto para su amigo, que había aceptado de mala
gana bajo la amenaza de verse obligado a soportar una tarde con los detalles del
plan de la boda. No había sido capaz de ponerse al volante lo suficientemente
rápido.
―Ella no va a venir ―dijo la tentación, su voz baja y llena de humo―. Lucy,
esa misma.
―¿Discúlpame?
―Lucy voló con su nuevo novio a su casa en el lago. Somos solo tú y yo.
―Ella empujó las manos en sus bolsillos, anclándolas más abajo en sus caderas. 14
Maldita sea.
Matt le dio la bienvenida a la chispa de irritación por este nuevo desarrollo,
con la esperanza de que eso lo distrajera de la suculencia de su ombligo. No había
dados. ¿Sabía lo que estaba haciendo? Tenía que saberlo. Era imposible para una
mujer que irradiaba ese tipo de sexualidad ven-y-tómalo no darse cuenta y
utilizarlo para su ventaja. Cualquier cantidad de tiempo dedicado a solas con ella,
sería un error. El rescate de Lucy por Brent, y a su vez por él, era una molestia en sí
misma. Mezcla a la hermosa chica de uno ochenta, con rostro fresco y estaba
entrando en territorio peligroso.
A kilómetros de distancia de su tipo habitual, ella no debería ser la que le
afectara de esa manera. Cuando de vez en cuando se dejaba explorar la necesidad
que guardaba en lo más profundo de su interior, eran mujeres con más curvas.
Mujeres con un poco de carne en sus huesos que podían soportar lo que él repartía.
La chica que le miraba a escondidas entre los rizos rubios rojizos era lo que los
hombres comúnmente conocían como “ruleta”. Pequeña, apasionada, y flexible…
uno podía cambiar a una posición sexual diferente sin dejar de recibir su calor.
Mientras esos pensamientos no estaban haciendo nada para aliviar el
problema cada vez mayor en sus vaqueros, recordó por qué no podía tenerla.
Había tenido suficientes mujeres flirteando con él en su vida que conocía una
invitación cuando la veía. Si decidiera interpretar la coqueta curva de su boca, el
balanceo de sus caderas como una oferta, su particular forma de aceptar esa oferta
podría alejarla. En este momento, ella lo miraba y veía a un hombre de aspecto
decente, una desviación de los chicos más jóvenes, deportistas con capucha que se
reunían en el campus. No veía lo que se escondía debajo. La parte de él que saldría
una vez que la tuviera desnuda. Su comportamiento juguetón se convertiría en
sorpresa en un santiamén. La asustaría como el infierno.
―Es decir, si no te importa que gorroneé un paseo. ―Su sonrisa había
comenzado a deslizarse con su prolongado silencio―. No vas a dejar a una chica
tirada, ¿verdad?
Oh sí, ella sabía exactamente lo que estaba haciendo. Apelaba a su actitud
protectora, a su ex militar, representante de la ley. Al parecer, Lucy había pasado
información básica acerca de él antes de soplar todo el infierno fuera. Cuando vio
un destello de irritación cruzar su cara cuando no le respondió de inmediato, la
lujuria se retorció en su sección media. Ella tenía fuego. Aun así, tenía que estar
malditamente seguro de mantener su distancia. No era para él. Incluso si sus
impulsos exigían que tirara de ella por encima de su hombro y encontrara la
esquina más cercana, más oscura para introducir su lengua en su estómago y más
abajo.
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Distancia. Límites. Se aclaró la garganta.
―¿Qué tan rápido puedes conseguir tus cosas? Tengo que volver a la ciudad.
Ella arqueó una ceja.
―Nuestro apartamento está al otro lado de la calle. ¿Nos vemos fuera en
diez?
―Está bien. Ponte en movimiento.
Realmente vio los dientes hundirse en su lengua. ¿Para no gritar? ¿Por qué
eso le hacía sentir ganas de reír? En su lugar, ella se volvió sobre sus sandalias y
salió del café, dándole una vista ininterrumpida de su elegante trasero en ese breve
pantalón corto. Mierda. Mantener las manos por las próximas cuatro horas sería un
reto. Esperaba que su brusca actitud le hubiera comprado el tratamiento del
silencio, en lugar de un largo viaje en auto lleno de observar sus labios
moviéndose. Imaginándolos en su carne. Imaginándolos separándose en un
gemido sorprendido cuando bajara su mano con fuerza sobre su trasero.
Piensa en cosas diferentes. Ahora. En un intento de distraerse, sacó su teléfono
de sus vaqueros y llamó a Brent, solo para asegurarse de que el gigante idiota
supiera bien que él y su hermana habían perdido el tiempo esta tarde. Se fue
directamente al buzón de voz. Miró el reloj y vio que era ya entrada la tarde. La
función a la que Brent estaría asistiendo para honrar al padre de Hayden estaría en
curso. Supuso que la bronca tendría que esperar hasta mañana.
Matt se pellizcó el puente de la nariz y suspiró. Podría añadir los eventos de
hoy a la creciente lista de razones por las que mantenía todo para sí mismo. Sus
mejores amigos, Brent y Daniel, era a los únicos que había dejado llegar
remotamente cerca y todavía se mantenían firmemente fuera del perímetro de
hierro forjado que había construido alrededor de su vida hace tres años. Cuando
su mundo había explotado.
Para ser justos, Brent y Daniel en realidad no le habían consultado la cuestión
de su presencia en su vida, simplemente irrumpieron y se metieron como en su
casa. Hizo intentos regulares para empujarlos a una distancia más segura, pero
ellos siempre se abrían paso de regreso. Involucrándolo. Haciéndole favores sin su
conocimiento o consentimiento. Deseó como el infierno que no lo hicieran. Esas
acciones no solicitadas le daban la obligación de hacer cosas como esta. Conducir
cuatro horas para recoger a la hermana pequeña de Brent, solo para descubrir que
había apelado a su excelente reputación abandonando el viaje y dejándole con una
suerte de mierda, a punto de soportar una prueba impía de su voluntad.
Sasha. Ese nombre exótico no encajaba en absoluto. Ella parecía una Stacy. O
una Skipper. Algo hinchable para dar cuenta de esos rizos que hacían que sus
manos tuvieran ganas de tirar de ellos. Mantenerla quieta mientras la trabajaba
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desde atrás.
Matt pasó una mano por su cara. Serían las cuatro horas más largas de su
vida. Considerando que había pasado la mayor parte de sus veinte luchando en el
extranjero y gastado sus días en seguir sus objetivos a través de la mira de su rifle
de francotirador sin mover un músculo, eso era realmente decir algo. A través de la
ventana de la cafetería, vio a Sasha arrastrar una maleta del doble de su tamaño a
través de un cuidado césped y subirse encima de ella, con los brazos cruzados, con
la barbilla levantada.
Cinco minutos antes.
Esta vez, no pudo evitar la risa tranquila que se le escapó.

* * *

Muy bien, esta seducción definitivamente no iría de acuerdo al plan.


Lucy deslizó una mirada a través de la consola del elegante sedán negro de
Matt, mirándolo bajo la cobertura de sus pestañas. No la había mirado ni una vez
desde que cargó su maleta en el maletero, en cambio mantuvo sus ojos grises
pegados a la carretera, con la mandíbula apretada con obvia frustración que había
mantenido guardada en alguna parte desconocida. Tan pronto como se había
presentado como Sasha, él había perdido su expresión de flagrante interés,
cerrándose como si fuera una señal. Seguramente la hermanita estaba fuera de los
límites, ¿pero abarcaba a la compañera de cuarto de la hermana pequeña?
Basándose en su comportamiento cerrado, eso se marcaba con claridad.
¿Algún problema con eso? Además de sentirse atraída por él de una manera
sudorosa, jadeante, que la hacía anhelar un baño de hielo, él se presentaba ahora
como un reto. Esa parte de ella a la que le encantaba estar a prueba estaba saliendo
y era estirada desde la parte superior hasta los cordones de sus zapatillas de
deporte. Incluso con su ambiente hostil, tal vez incluso a causa de él, deseaba a este
hombre. Durante los últimos seis años, había visto a sus amigas llevar hombres a
casa de sus fiestas, por razones mucho menores. Había admitido lo mucho que lo
deseaba para sí misma durante su loca carrera a través de su apartamento vacío,
desempacando su maquinilla de afeitar de piernas y línea del bikini en poco menos
de dos minutos, antes de ponerse loción e ir a la acera. Hubiera sido un día frío en
el infierno antes de que se tomara más tiempo que el asignado. ¿Él había
comentado sobre su puntualidad? No, no lo había hecho. ¿Siquiera se asomó a sus
piernas recién rasuradas? No, no lo había hecho.
La fase dos sería entonces.
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Su juego tendría un poco de polvo, ya que no lo había usado en un par de
años. Aparte de un novio a corto plazo cuando estudió en el extranjero en Francia,
nunca había tenido un hombre constante en su vida. Solo alguna que otra cita y las
obligatorias de una sola noche que venían con la experiencia universitaria. Matt
requería un poco de atractivo extra. Casi podía sentir la advertencia de no tocar que
irradiaba de su lado del auto. ¿Por qué eso la excitaba aún más?
Lucy se sentó un poco más erguida en su asiento, casualmente mirando hacia
abajo a su cuerpo. No estaba nada mal, ¿correcto? Por lo menos, solía pensar así.
Sus pechos se habían escondido debajo de una sudadera de Syracuse tanto tiempo,
que podría ser que se hubieran reducido un poco por falta de uso. Sus piernas
podían ser un tono más pálido que blanco, pero el verano solo acababa de
empezar. Nadie tenía un bronceado aún, ¿verdad? Se dejó caer en su asiento.
Obviamente su cuerpo no iba a ser su herramienta más útil en esta misión
para echar un polvo con esta bestia sexy de policía. Solo tendría que deslumbrarlo
con su ingenio.
―Entonces, ¿vienes a Syracuse a menudo?
Falló.
Matt le lanzó una mirada que decía, ¿es en serio?
―No, no lo hago. Vine a recoger a Lucy. ―Se pasó una mano por el cabello
negro―. No soy bueno en turismo. O en los cambios de planes a última hora.
―Ya sabes, sentí eso. ―Impaciente consigo misma, cruzó las piernas. Espera,
¿había puesto esa expresión otra vez?―. No sé lo que has escuchado hablar de
Lucy, pero en realidad es bastante impresionante. No la juzgues con demasiada
dureza. Chico caliente con una casa en el lago. No puedes pasar de eso.
―Yo te lo aseguro, sí podría.
Ella se quedó sin aliento.
―¿Has hecho una broma? Detente, me siento mareada.
―Tal vez sea el olor de esa loción de vainilla. ¿Cuánta te pusiste
exactamente?
Eso la detuvo en seco. No solo se había fijado en sus esfuerzos, sino que había
pasado la última media hora siendo vejado por ellos. No podía obtener una lectura
sobre este tipo, no podía obtener una pista de lo que estaba pensando mirando su
estoico rostro. Con un dedo, dio un golpe y sostuvo el botón para abrir la ventana
del pasajero. 18
―¿Mejor?
Un gruñido fue su respuesta. Después de un minuto, sin embargo, la
sorprendió rompiendo el incómodo silencio.
―¿Especialidad?
―¿Cómo?
Sus manos se apretaron en el volante.
―Acabas de terminar un posgrado, ¿verdad? ¿Cuál fue tu especialidad?
Mierda. No había previsto las preguntas. ¿Sabría en lo que Lucy se había
especializado? Probablemente no, ya que no tenía idea de cómo se veía. Por
supuesto, los únicos detalles que Brent pasaría serían sus defectos. Le debía un
buen golpe al intestino de su hermano cuando llegara a casa. Por ahora, era mejor
quedarse con una versión final de la verdad, para no perder la pista de las historias
inventadas. Una incómoda sensación se instaló en su vientre. Este juego no era tan
divertido como había previsto.
―Doble especialidad. Idioma francés e historia del arte.
Él la estudió por un momento, pareciendo reevaluarla, antes de volver su
atención a la carretera.
Ningún destello de reconocimiento, sin embargo, solo sorpresa.
―¿Tienes planes?
Ella asintió.
―Tengo ofertas de varios museos más pequeños. Unos pocos en Nueva York.
Uno en París. El Louvre, en realidad. ―Se sentía como una maldición finalmente
decirlo en voz alta. Como si expresar la oferta de toda una vida, trabajar como
asistente de investigación en un museo de fama mundial, pudiera hacerlo
desaparecer en una nube de polvo brillante. No estaba necesariamente pensando
en tomar el trabajo, ya que había estado lejos de casa durante mucho tiempo. Pero
de vez en cuando, había abierto el e-mail que contenía la oferta y la releía en alto.
Con acento francés―. Me pasé dos años estudiando en París y siempre quise
volver. Pero me tomaré una semana para decidirlo.
―¿Una semana? ―Otra mirada medida en su dirección―. Ese es un cambio
bastante rápido.
Lucy se encogió de hombros.
―Tengo algunos asuntos que atender. ―Al darse cuenta de que la
conversación se estaba volviendo demasiado personal, no era una buena idea
cuando se hacía pasar por Sasha, terminó esa línea de interrogatorio metiendo la
19
mano en su bolso y sacando el itinerario de la semana. Si tenía que enfrentar sola
la ciudad, podría tener que hacer algunos ajustes.
Un latido pasó.
―¿Qué es eso?
―Mis planes para la semana. O antiguos planes, debería decir. Dudo que
pueda hacer tándem de bicicleta por Central Park sola.
―Lucy te dejó en la estacada.
―Chico caliente. Casa en el lago. Cruel Intentions en DVD.
Matt resopló.
―¿Qué otra cosa está en tu lista, Sasha?
Algo en su pecho la pellizcó cuando usó el nombre de su compañera de
cuarto, pero con determinación lo echó a un lado.
―¿De verdad quieres saberlo?
Él frunció el ceño ante el parabrisas.
―Está tan mal, ¿eh?
Ella sostuvo la lista, fingiendo que la leía.
―Irrumpir en una boda en el Waldorf. Rappel en el lado de un edificio de
cuarenta pisos. Romper el corazón de un multimillonario.
Cuando le envió una mirada oscura, ella simplemente le hizo un guiño para
asegurarle que había estado bromeando.
―Muy divertido.
―Ya era hora de que lo notaras.
―Oh, me di cuenta. ―Su mirada rastrilló sus muslos, se trasladó hasta su
vientre y sus pechos. El aire acondicionado abriéndose paso a través del interior
del auto fue totalmente inadecuado mientras el cuerpo de Lucy se calentaba como
un horno―. Créeme, me di cuenta.
El aliento se le escapó en una nube inestable.
―¿Sí? ¿Estás pensando en hacer algo al respecto o ignorarme hasta llegar a
Nueva York?
―Hacer caso omiso de eso no es exactamente una opción. ―Sonaba casi
enojado―. No cuando estás sentada tan cerca, oliendo tan malditamente bien, con
los muslos abiertos metiéndote en mi cabeza cada tres kilómetros. 20
Dios mío. ¿Quién demonios era ese tipo? Por sus palabras, su cuerpo comenzó a
tararear como un generador eléctrico.
―Y, solo contestaste la mitad de mi pregunta.
Su mandíbula se flexionó.
―Te voy a dejar en Nueva York de la misma manera en que te recogí.
―¿Aburrida?
Él negó.
―Limpia.
Lucy se tambaleó un poco bajo el impacto de su inesperada respuesta. Esa
palabra le decía tanto de él y, al mismo tiempo, generaba un centenar de preguntas
más. Pensaba que tocarla la… ¿mancharía? No encajaba con la arrogancia que
llevaba en la superficie. Abrió la boca para pedirle que aclarara lo que había
querido decir, pero decidió no hacerlo. El conjunto de su boca le decía que estaría
perdiendo el tiempo. Ahondando más profundo simplemente lo pagaría por
completo.
Respiró hondo y miró hacia abajo a su itinerario.
―Solo hay una actividad importante en la lista. El resto son negocios
simplemente divertidos.
―Negocios divertidos.
Lucy asintió.
―Correcto. El jueves, sin embargo, es importante. Es el sexagésimo
aniversario de cuando mi abuelo se declaró a mi abuela.
―¿Irás a celebrarlo con ellos?
―En realidad, Matt, están muertos. ―Ella negó―. Camino a sacar un tema
doloroso.
Él le lanzó una mirada, sonriendo al ver que estaba bromeando.
Ella dejó caer la cabeza en el reposacabezas.
―Él le hizo la pregunta en un banco del Central Park. Estaré allí en el minuto
exacto en que sucedió. ―Se encogió de hombros―. Algo así como un homenaje.
―No estarás sola en eso, por lo menos. Alguien probablemente estará
dormido en él.
Ella se cubrió los ojos.
―Por favor, detente. Tu optimismo me está cegando. 21
Sin perder el ritmo, le entregó sus gafas de sol. Lucy se las puso.
Antes de que pudiera preguntarle cómo veía a través de esas lentes oscuras,
algo debajo del capó del auto espetó, chilló y cayó a un patrón de golpes.
―Correa suelta ―dijo Lucy automáticamente mientras Matt maldecía,
tirando del auto en el arcén.
―¿Qué fue eso?
―Nada. ―Si Matt hubiera pasado alguna cantidad de tiempo con Brent,
sabría de la obsesión de la familia Mason con los autos. El diagnóstico de los
problemas de su motor definitivamente inclinaría su mano―. Dije… que no me
gusta cómo se sintió eso. ―Él le lanzó una mirada sospechosa, pero al final salió
del auto. Ella se debatió un momento, y luego se unió a él debajo del capó que
había levantado. Al ver la correa deshilachada, se dejó disfrutar de una pequeña
ola de orgullo al estar en lo correcto―. Oh-oh. Eso se ve mal.
Él ya estaba marcando en su teléfono y no contestó. Cuando lo que Lucy
suponía era asistencia en carretera respondió, recitó su ubicación perfecta y
describió en detalle exactamente la condición del motor. Sus palabras eran cortadas
y precisas, diciéndole cuánta atención ponía, incluso cuando parecía perderse en
su propio mundo. Tenía que recordar eso.
―¿Cuánto me va a costar remolcarlo de vuelta a Nueva York? ―Matt
preguntó por el teléfono, antes de hacer una mueca ante la respuesta―. ¿Qué te
parece al taller más cercano? Bien.
Colgó.
―Eso sonó prometedor. ¿El remolque de vuelta a Nueva York es demasiado
caro?
Matt lanzó una mirada a la muy transitada carretera.
―Literalmente, habría sido como estar con un salteador de caminos.
Una risa burbujeó de su garganta.
―Por lo menos contuviste tu implacable sentido del humor. ―Ella dio un
paso atrás mientras cerraba el capó―. ¿Y ahora qué, Risitas?
Su garganta se movió mientras la rozaba con otra lectura de la cabeza a los
pies. En ese momento, tuvo la extraña impresión de que lo ponía nervioso, pero no
podía estar en lo cierto.
―Buena pregunta ―le respondió finalmente, con todo el entusiasmo de un
empresario de pompas fúnebres. 22
l estaba actualmente registrándose en un motel de carretera con la

É chica de mejillas rosadas al lado. Si ella supiera, si tuviera incluso un


indicio de los pensamientos que bombardeaban su mente, habría
tomado sus posibilidades con autostop el resto del camino a la ciudad de Nueva
York.
Habían viajado en el camión de remolque al taller más cercano, cuyo
mecánico le había informado que podría ordenar una correa para su coche por la
mañana. Lo que significaba que estaban atrapados durante la noche, a tres horas
de su casa, en un conveniente motel adyacente al taller.
Conveniente. Correcto.
23
Mientras esperaban a que el empleado de movimiento lento del motel
despertara su antigua computadora, decidió que sería más seguro reservarle una
habitación separada. No se fiaba de sí mismo teniéndola a una distancia
alcanzable. A tiro de una cama conveniente y con tiempo para matar… estaría
arruinado en más de un sentido.
Justo en ese momento, el empleado levantó la cabeza.
―¿Una habitación?
―Sí ―dijo Sasha.
―Dos ―respondió al mismo tiempo.
Haciendo lo posible por ignorar la forma en que sus tentadores labios se
fruncieron en señal de desaprobación, le entregó al empleado su tarjeta de crédito.
Cuando vio al hombre mirando a Sasha con no tan sutil interés, casi se la arrebató
de nuevo. No le gustaba la mirada en el rostro del empleado. De hecho, le
molestaba como la mierda, sobre todo desde que había sacado lo de que
necesitaban habitaciones separadas. Eso en cuanto a retención de su cordura.
―Pensándolo bien, solo una habitación ―dijo, aferrándose a la tarjeta hasta
que el empleado lo miró a los ojos.
Con suerte, una habitación con dos camas dobles y una conexión de cable lo
suficientemente decente lo mantendrían distraído. Matt casi se echó a reír a
carcajadas con eso. Un enjambre lleno de langostas no podría distraerlo de ella.
Estaba a su lado en silencio, con la barbilla relajada con incansable positividad,
envolviéndolo en ese aroma de canela y vainilla que parecía hacerse más evidente
con cada minuto que pasaba. Quería mezclar ese olor con el suyo, arrastrarla hacia
abajo sobre una superficie plana y oler cada centímetro de su piel para determinar
de dónde irradiaba más fuerte. Entonces… Dios, entonces… quería oír varios gritos
de disculpas seguidas, por hacer que su pene doliera tanto.
No puedes hacerlo. Recuerda el daño que causaste.
El empleado cortó sus perturbadores pensamientos devolviéndole su tarjeta
de crédito. Miró fijamente a Sasha un minuto entero.
―Todo listo en la habitación número catorce.
Ella sonrió.
―Gracias. ¿Hay algún lugar para comer por aquí?
―No a poca distancia caminando, me temo. ―Sus manos se movieron
frenéticamente sobre su escritorio antes de entregarle una pila de menús brillantes
y coloridos―. Un montón de opciones de comida para llevar. O podría llevarte a 24
recoger algo. Salgo en…
―Gracias, nos las arreglaremos ―lo interrumpió Matt. Al parecer, el
recepcionista era tan lento como su computadora. Poniendo su mano en la parte
baja de la espalda de Lucy, la condujo fuera de la oficina. Un vistazo a una señal
azul hizo que girara a la derecha―. Si quieres algo de comer, lo recogeré por ti.
Ella levantó la carta de Domino’s con un ademán.
―Juré que después de la escuela de posgrado, nunca pediría otra pizza de
Domino’s. Ni siquiera ha pasado un día completo.
―Dejaré que escojas los ingredientes.
―Oooh. Un humorista y un caballero. ―Le sonrió, felizmente ignorante de su
repentino deseo de darle de comer, bocado a bocado, mirando su boca aceptar la
comida que le ofrecía―. Ten cuidado o estarás atascado conmigo más de una
noche.
―No me amenaces.
―Estoy acercándome a ti. Te lo puedo decir.
Matt contuvo una sonrisa repentina. ¿Cuántas veces había necesitado hacer
eso hoy? A medida que caminaban, su pulgar fue debajo de su camiseta por propio
acuerdo, buscando un hoyuelo en la base de su espalda. Casi gimió alto, deseando
poder caer de rodillas y explorar el valle con su boca. A lo largo de la piel de su
cuello se le había puesto carne de gallina mientras miraba, diciéndole que ella
también lo sentía. Era alarmante, la rapidez con la que la palpitante necesidad se
había levantado. Generalmente podía mantenerse con correa hasta que llegaba el
momento de participar en la actividad física real. Con esta chica, su correa había
estado tensa desde el momento en que la vio en la cafetería. Ahora amenazaba con
romperse. Necesitaba desesperadamente mantenerse bajo control, durante toda la
noche. Pero en su estado actual, Matt se preocupaba porque siquiera pudieran
llegar a su habitación.
Respiró hondo y quitó el toque de su piel, deseando sentir el cambiante calor
de nuevo instantáneamente. Los ojos verdes lo miraron con curiosidad, como si
quisiera decir algo, pero tendió la mano por la llave en su lugar. Cuando la siguió
dentro, fue una lucha no arrastrarla hasta el suelo y borrar esa curiosidad de una
vez por todas.
Donovan, lo estás perdiendo. Entra de nuevo en el carril.
Sasha dejó el bolso sobre la cama y tomó el teléfono.
―¿Pepperoni y aceitunas negras?
Odiaba las aceitunas negras.
25
―Es tu elección. ―Mientras ella hacía el pedido, Matt fue dolorosamente
consciente de que caminaba por la habitación del motel como un león hambriento.
Cuando terminó su llamada y se dejó caer en la cama, él llegó a un punto muerto.
Jesús, necesitaba una distracción. Algo para quitar su mente de su estómago
expuesto―. Entonces, ¿cómo conociste Lucy?
Se incorporó lentamente.
―Bien, Lucy. Um, nos conocimos nadando desnudas, en realidad.
Perfecto. Justo la distracción que necesitaba.
―¿Cómo es eso?
―Un grupo de mis amigos se coló después de horas a la piscina de la
universidad. Ilegalmente, debo añadir. Pensábamos que éramos chicas malas
totales. Hasta que entramos y vimos a Lucy ya nadando con el pecho desnudo y
dando brazadas.
Matt sintió un tirón en la esquina de su boca, mientras su cuerpo reaccionaba
a la imagen de Sasha, goteando mojada, saliendo de una piscina.
―Suena como la Lucy de la que oí hablar.
En lo que parecía un gesto ausente, ella pasó una mano por el edredón.
―¿Cómo es que nunca la conociste? De lo que Lucy me dijo, suena como que
has sido amigo de su hermano por un tiempo.
Se apoyó en la mesa y se cruzó de brazos.
―No soy afecto a las barbacoas familiares.
―No haces turismo, no tienes barbacoas. ¿Estás seguro de que eres
americano?
Esta chica le hacía sonreír y gruñir, todo al mismo tiempo. Si eso había
ocurrido antes, seguro como el infierno no podía recordarlo. Debido a que su
pregunta no requería respuesta, aprovechó la oportunidad para preguntar algo
que había estado pasando en su mente desde que su auto se había descompuesto.
―¿Dónde te dejaré mañana?
Una larga pausa.
―¿Qué quieres decir?
―Quiero decir, cuando llegamos a la ciudad, ¿con quién te vas a quedar?
―Con una amiga ―respondió ella, con demasiada rapidez. 26
Algo denso y peligroso se instaló en el vientre de Matt. La llegada de los celos
era inoportuna e inapropiada. No tenían una relación más allá de conductor y
pasajero. Lo sabía, pero racionalizar con la sensación no hizo que se fuera.
―¿Hombre o mujer?
―Marsupial.
―Sasha.
Ella se estremeció visiblemente y el sentimiento solo aumentó. Esta chica por
la que tenía lujuria, por la que se sentía territorial, tenía novio.
―Mujer ―respondió finalmente. Matt no estaba seguro de creerle, pero la
suave palabra lo calmó relativamente. Al menos lo suficiente para mantener a raya
las imágenes de ella con otro hombre. Entregándose a ese otro hombre.
Asintió hacia el control remoto conectado a la mesita de noche con velcro.
―¿Por qué no encuentras algo que ver? Voy a ducharme. ―Con agua helada.
Aliviada de que no hubiera seguido el tema de dónde se alojaría, asintió,
moviéndose de un tirón hacia la televisión, mientras pasaba. Matt entró en el
cuarto de baño, encendió la luz, y presionó su frente contra la puerta. Sin dudarlo,
dejó caer la mano a la parte delantera del pantalón para masajear su pesada
erección. Tuvo que morderse el labio para no gemir. Desde que había entrado en la
maldita cafetería, había necesitado aliviar la presión y ahora finalmente tendría su
oportunidad. No podía evitar imaginar los pechos, tamaño taza de té, de Sasha. La
forma en que sus pezones se habían vuelto cuentas por el aire acondicionado de su
coche. La pálida suavidad de sus muslos internos. Cómo le gustaría marcarlos con
sus dientes.
Cuando oyó un grito, seguido de un gemido, fuera de la puerta del baño, le
tomó un momento a Matt darse cuenta de que el sonido no provenía de su febril
imaginación. Contuvo el aliento y escuchó con el ceño fruncido cuando lo oyó de
nuevo. Incluso antes de que registrara su propio movimiento, su mano se cerró en
torno al pomo de la puerta y abrió la puerta del baño.
Sasha chilló y dejó caer el mando a distancia como si estuviera en llamas. Él
se dio cuenta entonces, de que los sonidos eran procedentes de la televisión. Un
hombre y una mujer, en la agonía del orgasmo, se retorcían y corcoveaban en una
cama con dosel, arte barato colgando en el fondo. ¿Porno? ¿Estaba viendo porno?
Cubrió a Sasha con una mirada, pero estaba demasiado ocupada buscando el
mando a distancia debajo de la cama, con el trasero apuntando hacia arriba en el
aire.
―Fue el primer canal en el que se encendió, lo juro. ―Su voz era apagada, 27
pero casi podía distinguir sus palabras incoherentes sobre los gritos de éxtasis
procedentes de la televisión―. Y es la cosa más extraña, porque ni siquiera veo
porno, pero salió en la plática esta mañana tomando café con una amiga. Es loco
cómo funcionan las cosas, ¿no es así? No había visto porno por años, sin un indicio
de eso, después bam, está en todas partes.
Matt se quedó muy quieto, haciendo todo lo posible por encontrar humor en
la situación, porque ella estaba claramente mintiendo. El porno definitivamente
tenía su motor en marcha. Pero al fin y al cabo, era hombre. Cuando una chica
hermosa en pantalón corto estaba agitando su trasero hacia ti, un trasero que te
había perseguido durante todo el día, en un contexto de gemidos y golpes de carne,
cualquier intento de mantener control se vería comprometido. Deseo, grueso y
urgente, luchaba a brazo partido con su fuerza de voluntad mientras sus pies
comenzaban a moverse. ¿Hacia ella? ¿Hacia la puerta? No lo sabía.
Finalmente, ella se sentó sobre sus rodillas, con la cara enrojecida por la
vergüenza y el esfuerzo. Tenía los labios abiertos y se los estaba mordiendo.
Hermosa. Tan jodidamente hermosa. Y limpia. Él no debería.
Con su control colgando de una cadena, Matt se dirigió hacia la puerta. Justo
antes de llegar, la sintió empujarse hacia arriba detrás de él. Su mano se congeló en
el pomo, conteniendo el aliento mientras sus manos iban sobre sus costillas y
corrían hasta sus pectorales con la presión suficiente para que sus ojos se cerraran.
―No te vayas ―susurró.
La correa en su interior se rompió.

* * *

La respiración de Lucy se quedó atrapada en sus pulmones cuando Matt


revirtió su posición y la tiró contra la puerta. Se movió contra ella sobre sus goznes,
pero no sintió ningún dolor o alarma. ¿Cómo podría, cuando el hombre frente a
ella capturaba cada gramo de su concentración? Cuando lo miró desde su posición
de rodillas entre las camas, había estado sorprendida por su expresión. El tormento
la había saludado y sabía que de alguna manera ella era en parte responsable. Él la
deseaba, también. No había habido ningún error ahí, gracias a la protuberancia
inconfundible detrás de sus vaqueros desabrochados parcialmente, a sus pupilas
dilatadas. Podía sentir su excitación ahora, rígida contra su vientre. Él apretaba sus
cuerpos juntos, de la cabeza a los pies, su boca jaló el oxígeno. Sus muñecas
estaban esposadas por sus manos, sostenidas en contra de la puerta a sus lados.
28
Entre sus muslos, la humedad se extendió. Ese increíble espectáculo de
dominación… le gustaba. Mucho. Era lo que había estado sintiendo bajo su
superficie fría durante todo el día, incluso si no lo había reconocido esa vez. Es a lo
que había estado respondiendo en la tienda de café, durante el viaje. Lo que
inconscientemente había estado anhelando desde que se habían mirado a los ojos
esa tarde. Posiblemente incluso antes.
En capas debajo de la añoranza, en el tramo abrumador y la acumulación en
su estómago, existía una necesidad de calmar lo que había visto rabiando dentro
de él. Se sentía como una responsabilidad. Una que deseaba. Una con la que estaría
condenada si alguien más la tenía antes que ella.
Trató de buscar los ojos de Matt, pero estaban bien cerrados, las líneas entre
sus cejas profundamente fruncidas. Su cuerpo se sentía despiadadamente tenso,
como la cuerda de una guitarra. Toda su fuerza, contenida con firme resolución.
―Matt, ¿qué pasa?
―¿Qué pasa? ―repitió, moviendo los labios de ella mientras hablaba―.
Quiero excitarte y follarte malditamente. Eso es lo que pasa, nena.
Su exhalación sonó como un gemido. Sabía que la deseaba, pero escuchar lo
mucho que lo había excitado era un potente afrodisíaco. Su voz había adquirido
una nueva calidad más áspera, desmoronando la última ilusión de calma, captada
de Matt. Este Matt quería tomarla. Duro. Pero por alguna razón, no quería desearla.
¿Por qué?
―No hay objeciones aquí. Quiero eso, también.
―No. ―Dejó caer un beso con la boca abierta en la curva de su cuello.
Cuando gimió su disfrute, se convirtió en un mordisco―. No sabes lo que eso
significa. No conmigo.
Lo iba a perder si no actuaba. Sus manos estaban inmóviles, abrazadas con
fuerza en su agarre, su cuerpo aplanado tan completamente contra la puerta, que
no podía mover sus caderas. Respirando hondo, se inclinó y mordió su oreja,
tirando con fuerza. Su gruñido envió ondas de sorpresa a través de todos los
rincones de su sistema.
―Muéstramelo, entonces.
En un rápido movimiento, dobló sus manos alrededor de sus rodillas y tiró
de sus piernas hasta rodear su cintura.
―Presiona tus muslos sobre mí, fuerte, o te pondré sobre mis rodillas.
Lucy sintió cada músculo vital debajo de su cintura encogerse. Santo infierno. 29
¿Qué tenía que se las arreglaba para encender la vida interior de este hombre? ¿Por
qué le excitaba más que nada en sus recuerdos? Creyó entender lo que quería
decir, pero quería, necesitaba, oírle decir las palabras.
―¿Por qué harías eso?
―Porque ―Matt enunció―, quiero complacer a tu pequeño cuerpo enfermo.
Quiero hacerte gritar y agitarte y perder tu maldita mente. ―Subió entre sus
piernas―. Pero antes de eso, quiero borrar cualquier duda sobre quién está a
punto de tomar posesión de ti, buena chica. ¿Te asusté como la mierda ya?
Oh, Dios. Un poco. No suficiente como para que deseara parar, sin embargo.
―No.
―Mentirosa. ¿Sabes lo que le hago a las mentirosas?
―¿Las besas?
―¿Quieres ser besada?
Lucy asintió con entusiasmo, su mirada cayó a su boca. Más que nada en el
mundo.
Matt pasó la lengua por sus labios.
―¿Vas a frotar esa lengua contra la mía y volverme loco? Más vale que estés
lista para volverte loca en el proceso.
―Estoy lista para cualquier cosa. ―Contuvo la respiración mientras él se
inclinaba poco a poco, toda esa intensidad salvaje centrada en su boca. Frotó sus
labios, saboreándola en pequeñas, probadas y mordiscos. Sus párpados se negaron
a permanecer abiertos, incluso mientras luchaba por hacerlo, para vigilarlo. Como
si cada mordisco de sus dientes le estuviera inyectando veneno. No del tipo
venenoso, sin embargo. Del tipo que estaba en sintonía con cada célula de su
cuerpo a quien se lo estaba administrado. Matt.
Al final, afortunadamente, barrió su lengua en su boca, gimiendo y
presionándose más cerca mientras lo hacía. Luego simplemente derritió cada
hueso de su cuerpo. Soltó una de sus manos para tirar abajo su barbilla, inclinando
la cabeza para lograr el mayor contacto posible. Sus bocas se fundieron juntas con
entusiasmo, lenguas que buscaban y acariciaban. Era enorme entre sus muslos y
ella utilizó cada pedazo de movilidad que tenía para girar contra él, mientras lo
besaba más allá del punto en que necesitaba respirar. Apartarse para aspirar
oxígeno no parecía valer la pena.
Matt soltó su boca, pero se mantuvo cerca a medida que bajaba.
―¿Eso se siente bien? ¿Te gusta la manera en que beso tu boca sexy? 30
―Sí.
―El aguijón de mi mano no se sentiría bien. No de la manera que quieres.
―¿Cómo sabes lo que quiero?
No contestó, simplemente tomó otro largo trago de su boca. Negó mientras lo
hacía, como si estuviera luchando contra un demonio interior que ella no podía
ver.
―¿Dónde quieres… que pique, Matt?
Ojos conflictivos se dispararon a los suyos, haciendo que su corazón vacilara.
Él apretó la mandíbula pero no dijo nada. Tomó la mano de su barbilla y le besó
los nudillos. En ausencia de la ligera presión, se dio cuenta de que le había
gustado.
―Muéstrame dónde.
Con un torturado gruñido, ambas manos tomaron su trasero y la atrajo contra
él. Al mismo tiempo, la mordió en el hombro, justo al lado de la correa de su
camiseta.
―Por favor, no me dejes hacerlo, nena.
Su mente daba vueltas, junto con sus sentidos sobrecargados. No podía
pensar en nada más que la verdad.
―Decir cosas como esa solo me hace quererlo más.
―Mierda. Mierda. ―Sus palabras lo habían empujado más allá de su punto
de ruptura. En un movimiento desenfocado, dejó caer sus piernas de alrededor de
su cintura y la hizo girar hacia la puerta―. Palmas planas en la puerta. No te
muevas a menos que te sea instruido. ¿Entendiste?
Asintió, incapaz de obligar a salir las palabras de su constreñida garganta. Su
pulso se aceleró como loco, la emoción florecía en cada zona erógena de su cuerpo.
Se le ocurrió que alguien con un poco más de sentido común podría tener miedo
de este desconocido en particular. De ser golpeada, de buen grado, por un hombre
que acababa de conocer. No Lucy. Corrió hacia la experiencia con los brazos
abiertos, buscando la emoción que había enterrado hace dos años haciendo
volteretas en su vientre. Que venga.
Un suspiro se deslizó de sus labios cuando él cayó de rodillas y arrancó el
pantalón corto por sus piernas. Sus manos temblorosas y dificultad para respirar
añadían una nueva capa a la emoción. Este hombre oscuramente apasionado la
deseaba tanto que estaba conmocionada. Quería aliviar el dolor que sabía que
sentía. Sentía el dolor de contestar dentro de sí misma. Su placer era tan 31
importante como el suyo.
―Mientras íbamos en el coche, tu trasero se mantuvo retorciéndose en el
asiento. Nunca dejaste de moverte. Ni por un minuto. ―Gritó cuando sus dientes
rasparon su carne―. Alguien tiene que mantenerte quieta. Alguien tiene que darte
una razón para mover ese trasero por ahí.
Uno de los dedos de Matt se deslizó bajo la tela de su tanga y remontó al valle
de su trasero antes de tomar su sexo desde atrás. Un gemido escapó de su garganta
mientras lo imaginaba en cuclillas con la mano entre sus piernas, nivelando sus
ojos con su trasero. La imagen, en combinación con su toque, hizo que un torrente
líquido se reuniera bajo la mano masajeando.
Él presionó la palma de su mano con fuerza contra su centro.
―Ese cuerpo de niña buena se puso bonitamente húmedo y rápido, ¿no? Tal
vez no eres tan buena chica, después de todo. ―A través de sus bragas, empujó su
pulgar contra su clítoris y lo retorció en un círculo. Ella apoyó la frente contra la
puerta, agarrando la fría superficie como apoyo―. Sé la mejor manera de
averiguarlo.
―Hazlo ―suplicó.
Él golpeó la parte inferior de su trasero, haciéndola gritar, abriendo los ojos
mirando fijamente la puerta, pero sin ver nada. El regocijo corrió por su piel,
concentrándose en el punto de su palma donde había conectado con su carne. La
picadura se había disipado demasiado rápido y la quiso de vuelta. Preparándose
contra la puerta, inclinó su trasero en una petición silenciosa por más. Matt estaba
repentinamente de pie detrás de ella, al ras de su espalda. Su mandíbula sin afeitar
raspaba sobre la piel hipersensible de su cuello, su gran mano acarició su trasero
como un objeto precioso.
―Jesús. Me estás rogando por ello, ¿verdad? ―dijo con voz ronca en su oído,
envolviendo su cabello alrededor de su puño y tirando de su cabeza hacia atrás―.
Ruégame más duro.
―Más, Matt. Por favor.
Obligó a romper su solicitud con otro azote más duro de su trasero. No sabía
cuál de ellos hizo el ruido ahogado que siguió. Tal vez ambos. Se había puesto tan
increíblemente húmeda entre sus muslos, que sus piernas se deslizaron una contra
la otra cuando intentó apretarlas juntas. Apenas consciente de sus acciones ahora,
empujó su trasero a sus manos, estremeciéndose mientras la palmeaba de nuevo.
―Maldita chica caliente. ―Su palma conectó con un firme golpe―. ¿Ponerme
duro en público?
Otro golpe de su mano. Cuando una vez más calmó el terreno acariciándolo
32
en círculos, sacudió la cabeza.
―-D-Detente. Me gusta… la picadura.
Su mano dejó su movimiento.
―¿Es cierto?
―Sí.
Manos ásperas agarraron sus hombros y la empujaron lejos de la puerta. En
cuestión de segundos, se encontró a sí misma doblada por la cintura, con los codos
apoyados en la mesa del pequeño comedor colocado en la esquina de la habitación.
Sabía lo que venía y se preparó para ello. En cualquier momento iba a azotarla más
duro que antes, sin tropiezo. No podía esperar. Lo deseaba tanto.
Llamaron a la puerta.
―Entrega de pizza.
Durante largos, tortuosos, segundos, ninguno de los dos se movió. Ningún
sonido se escuchaba en la habitación excepto su agitada respiración. Oh Dios, se va
a detener. No, no…
Golpe.
Lucy gritó.
C
uando Sasha gritó su nombre, Matt se deslizó un poco más hacia la
locura. ¿Quién demonios era esta chica? ¿Qué estaba haciendo con él?
Había oído el golpe en la puerta, sabiendo que lo correcto por
hacer era responder, pagarle al hombre y finalizar lo que imprudentemente había
empezado con ella. Si no tenía cuidado, se podría volver adicto a ella. Demonios,
ya podría estar a mitad de camino. No lo había rehuido, no lo había mirado con
miedo ni disgusto. Solo con una necesidad insaciable de más. Una necesidad que,
posiblemente, incluso igualaba la suya propia. La confianza que seguía
mostrándole, sin reservarse nada… había traído la única cosa que había trabajado
durante años para mantener en secreto. No podía controlarlo a su alrededor. Más,
ella no quería eso. Cristo, era impresionante. 33
Cuando había oído la voz de otro hombre tan cerca de ella, donde había
permanecido de pie desnuda y vulnerable, su primer instinto no había sido
cubrirla. O ponerle fin a lo que sin duda terminaría con él enterrado en su dulce
cuerpo. No. Su instinto había sido reclamarla, de manera que cualquier hombre en
la vecindad supiera a quién diablos le pertenecía. Le vino tan poderoso y veloz que
no pudo negarlo o guardárselo. Así que había levantado la mano y le había dado
una palmada tan fuerte que aún podía distinguir su huella. Había querido hacerla
gritar lo suficientemente fuerte como para sacudir las vigas. Había querido que
todos la escucharan.
Ahora, sin embargo, esperó, con el corazón latiendo en su garganta. Aquí era
donde ella iba por su ropa, llorando, gritando a través de sus lágrimas para que se
mantuviera alejado. En cualquier momento se rompería. Esta increíble y valiente
chica había estado dispuesta a confiar en él y la había empujado demasiado duro.
Había dejado que su necesidad de tocarla bloqueara todo lo demás.
Contuvo la respiración mientras Sasha echaba hacia atrás sus rizos rubios
rojizos, mirándolo a los ojos por encima de su hombro. Sus labios estaban
húmedos y entreabiertos, los ojos oscuros. Magnífica. Su pene se hinchó tan grande
contra su vientre que tuvo que sostenerse a sí mismo con una mano sobre la mesa.
―Una vez más, Matt.
Su frente se dejó caer sobre su espalda con un gemido. Ella no podía ser real.
Una parte de él deseaba como el infierno que no le hubiera dado permiso para ir
más allá, porque sería incapaz de detenerse ahora. Aquí era cuando su apetito se
volvía peligroso, donde los últimos vestigios de su control estaban por drenarse.
No, ella no podía saber en lo que se estaba metiendo. Cuando llegó otro golpe más
incierto desde la puerta, ella movió su trasero en círculos sobre su regazo, como si
necesitara más estímulo para ignorar la intrusión.
Golpe. Golpe. Su gemido de respuesta causó que algo profundo se apretara
caliente en su vientre. Necesitaba tomarla ahora. La necesidad rugía en su interior
como un huracán. Con un giro de su muñeca, le arrancó las ligeras bragas rosas de
su cuerpo, apretando la mandíbula cuando ella solo arqueó la espalda. ¿En
anticipación? Dios, esperaba que sí. Detenerse ahora muy bien podría matarlo.
Matt insertó su pie entre sus tobillos y se metió entre sus piernas, después,
empujó dos dedos en su húmeda apertura. Tan malditamente apretada.
―Vas a estar adolorida mañana. De mí. De la forma en que voy a joderte.
Cada vez que camines, te sientes o estés de pie, vas a pensar en mí.
―Sí. Por favor. Lo haré. 34
Con su trasero enrojecido por su mano, los muslos abiertos en señal de
bienvenida, tenía que ser la vista más erótica sobre la que alguna vez había puesto
los ojos. Su agarre fue a su cuello mientras tomaba el condón de su cartera,
desabrochaba sus vaqueros y deslizaba totalmente el látex por su sensible
longitud. Tomó su pene en la mano y frotó la cabeza contra su clítoris, saboreando
los pequeños ruidos de gemidos que hizo con su garganta, viendo como sus
caderas comenzaban a temblar. Empezó a deslizarse en su interior, pero algo lo
detuvo. Se sentía demasiado impersonal, tomarla de esa manera después de la
confianza que le había mostrado. Quería mirarla, verla de frente cuando entrara en
ella por primera vez.
Rápidamente, la volteó, algo ajeno inundó su pecho cuando vio su cara
sonrojada, sus ojos acristalados por la pasión. Sí, esto era lo que quería. Esto se
sentía bien. Ella estaba impaciente, también, se dio cuenta. Su gemido gutural de
frustración hizo que Matt la arrastrara cerca, pasando su camiseta por encima de
su cabeza para poder ver la rosada punta de sus pechos rebotando. Apoyándose en
la mesa con una mano, la levantó para que pudiera envolver sus piernas alrededor
de su cintura.
―Tómame profundo, Sasha. No puedo esperar más para joderte. Te necesito.
Algo parecido al pánico se encendió en sus ojos justo cuando se dirigió a ella
con un empuje hacia arriba con fuerza.
―Matt…
Luego desapareció, como si lo hubiera imaginado. Escondido detrás de su
expresión de sorprendido placer. Su visión nadó cuando finalmente logró mover
sus caderas lo suficiente para enterrarse hasta la empuñadura. Nunca. Nunca había
sentido nada como ella. Apretaba cada centímetro de él como un torno, mientras
comenzaba a contraerse, ordeñándolo antes de que se hubiera siquiera movido.
―Oh… oh, Dios mío. Matt.
Habló con los dientes apretados.
―Dime cuando te hayas acostumbrado a mí.
―A-ahora. Lo hago… ahora.
Uñas se hundieron en sus hombros, clavó los talones en la carne de su trasero
y empezó a retorcerse contra su regazo en el aire. Mierda. Casi se vino allí
entonces, sólo de verla. Con la cabeza echada hacia atrás, ondulado y doblando el
cuerpo en círculos rápidos diseñados para hacer cortocircuito en su cerebro. Su
coño lo sostuvo en un apretón tan fuerte, que sabía que su cuerpo no podría
haberlo acomodado de manera fácil, pero siguió moviéndose, sin embargo, sus 35
dientes se hundieron en su labio inferior, como si la presión entre sus piernas fuera
la única parte consciente de su mundo.
Matt tomó su trasero en sus manos, levantándola y golpeando hacia abajo
sobre su pene.
―¿Te gusta cuando duele un poco, nena?
Su aliento se estremeció.
―Me-me gusta de la forma en que tú lo haces.
Su gruñido hizo que sus ojos se abrieran súbitamente. No por miedo, sino por
la emoción. Dejando algo suelto dentro de él, algo que nunca había sentido. Lo
tomó, dejando al mando su cuerpo de él. Antes de que pudiera registrar sus
propias acciones, la arrastró hacia abajo al suelo, dándole vuelta y la penetró desde
atrás.
―Estos muslos se hicieron para ser extendidos por un hombre. Por este
hombre. Ábrelos más amplio. Ahora.
―Sí.
Sus dedos se enredaron en su cabello por sí mismos, atrayendo su cabeza
hacia atrás hasta que gritó. Alguna parte sin explotar de él ansiaba autoridad sobre
ella, yendo de la mano con el dictado de su cuerpo en respuesta. Necesitaba que lo
reconociera.
―Sí, por favor.
―¡Por favor!
Matt se introdujo en ella, una y otra vez, el sonido de cuerpos golpeando y
gemidos salvajes llenaron la sala. Su cuerpo contrarrestó cada movimiento del
suyo propio a la perfección, toda fricción húmeda y trazos apretados de carne. Vio
como el temblor comenzó en sus hombros y se movió por su espalda. Quería
hacerla liberarse poderosamente, necesitaba que asociara el placer con él por el resto
de su vida. Sus dedos trazaron sobre su cadera bombeando para darle masajes a su
clítoris, acelerando a medida que sus movimientos se volvían desiguales y
desesperados.
―Yo… oh, por favor…
―Vente. Ahora. Déjame sentir lo que te hice. ―Operando con el instinto, se
echó hacia atrás con la mano y golpeó su trasero. Sintió que se iba por el borde, sus
músculos internos daban espasmos a su alrededor. La sensación de ella, apretando,
acogiéndolo a la perfección, lo envió gruñendo a su propio clímax, bombeando
dentro de ella todo el tiempo que pudiera. Nunca queriendo que terminara―.
Sasha. 36

* * *

Oír el nombre de su mejor amiga en los labios de Matt en vez del suyo propio
se sintió como un pica-hielos en el esternón de Lucy.
¿Qué hice?
Había tratado de detenerlo; las palabras habían estado preparadas en sus
labios justo antes de que la penetrara. Entonces la había llenado tan completamente
y comenzado a moverse. Pararlo, diciéndole la verdad con la posibilidad de que
pudiera detenerse y dejarla fría, no había sido una opción. No si quería seguir
respirando. A partir de ese punto en adelante, había estado sin sentido a cualquier
cosa excepto a su dominio sobre su cuerpo. Simplemente no había otra palabra
para describirlo. La había dominado por completo, rompiéndola y haciéndola
completa al mismo tiempo. No parecía posible que solo lo hubiera conocido esta
tarde.
La atracción física entre ellos era una fuerza en sí misma. Añade a la mezcla
ese extraño anhelo y la preocupación que había sentido por él, esa necesidad de ser
exactamente lo que necesitaba…
Era exactamente como la estaba mirando en este momento.
Él se sentó en la alfombra y la atrajo hacia su regazo, sus labios pasando sobre
su cabello, murmurando palabras que no podía permitirse el lujo de discernir.
Piensa que eres otra persona.
―Dime que estás bien.
Lucy asintió vigorosamente, tragándose el nudo en su garganta. Sabía que
quería que dijera algo, pero no podía manejar las palabras. Sentía como si alguien
la estuviera asfixiando. La preocupación en su voz, la forma en que sus dedos
dibujaron círculos calmantes en sus caderas y estómago, que no se merecía.
Mentirosa. Nunca había esperado sentir algo tan poderoso como la respuesta que él
había extraído de su cuerpo. Nunca había esperado sentir una conexión. Qué
estúpida había sido al pensar que cualquier cosa con este hombre podría ser
informal. Los demonios detrás de sus ojos deberían haber sido una advertencia. Su
reacción a ellos debía haberlo sido, parpadeando con una brillante señal de
precaución.
Lucy sabía la verdad, sin embargo. Había visto las señales de advertencia y se
había ido a toda velocidad delante de ellas de todos modos. Era esa falta de
moderación que la había puesto en problemas innumerables veces. Una pequeña 37
voz susurraba en su cabeza ahora, diciéndole que las consecuencias de engañarlo
serían mucho peores de lo que alguna vez hubiera experimentado en el pasado.
Sin previo aviso, la levantó en sus brazos.
―¿Qué estás haciendo?
No respondió, continuando con sus largas zancadas hacia el cuarto de baño.
Cuando entraron, no encendió la luz fluorescente, por suerte. Tenía la sensación de
que sus ojos traicionarían todo. Como estaba, el filtrado de luz suave en el
dormitorio revelaba demasiado. Matt la dejó en el suelo y se quedó detrás de ella.
Sus miradas se encontraron y lo que vio allí causó una oleada de culpabilidad en
su pecho. La ansiedad endurecía sus facciones cuando tras entrar en contacto con
sus ojos, comenzó a inspeccionar su cuerpo.
Él contuvo el aliento, pasando sus suaves manos sobre su trasero.
―Nena.
―No duele ―se las arregló para decir. Esa era solo la mitad de una mentira,
pero todavía se sentía amarga en su lengua. ¿Las mentiras vendrían tan fáciles
para ella ahora que había conseguido rodar la pelota?
Matt la rodeo, cerrando la mano alrededor de una botella minúscula de loción
de cortesía con el logo del motel impreso en el lateral. Cuando desenroscó el tapón,
entendió su intención.
―No es mucho, pero ayudará con el enrojecimiento.
Lucy intentó darse la vuelta y detenerlo, pero cuando la frialdad sustituyó la
picadura en su piel, su boca se cerró bruscamente. Hasta ese momento, no se había
dado cuenta exactamente de cuánto dolor le habían dejado las palmadas. En lugar
de alarmante, encontró su condición… emocionante. Verlo en el espejo, ver que la
asistía con tanta diligencia, la hacía sentir poderosa. Acariciada.
Qué extraña reacción. Sin embargo, allí estaba. La misma sensación que había
tenido contra la puerta, inclinada sobre la mesa, de rodillas en el suelo. No tenía
sentido, ya que Matt había estado sosteniendo las riendas, al mando de ella,
dominándola. De alguna manera, nunca se había sentido tan en control.
Labios moviéndose a través de su hombro desnudo la distrajeron. Como si
fuera una señal, con la cabeza inclinada hacia un lado, lo animó.
―Deberíamos haber tenido una palabra de seguridad ―dijo―. No sabía que
llegaría tan lejos. Lo siento mucho.
―Palabra de seguridad ―repitió, buscando en su cerebro dónde había
escuchado ese término antes. Sasha, tal vez. O en un libro―. Está bien. No la
habría usado.
38
Matt exhaló en un apuro, mirándola a los ojos de nuevo mientras continuaba
masajeando su trasero en suaves círculos. Se sintió un poco mareada. La imagen de
este hombre absurdamente masculino detrás de ella, tratándola con tanto cuidado,
seguramente se quedaría impresa en su cerebro por el resto de su vida. Alto como
era, podía sentir su abdomen apretado contra su espalda, sus fuertes muslos al ras
de ella desnudos en la parte inferior. Los músculos en sus brazos doblados
mientras aplicaba la loción, con sus ojos mirándola con tal intensidad en el espejo,
que parecían brillar.
Pensó en sus fervientes palabras, cuando había empezado todo esto. No me
dejes hacerlo… ¿Te asusté como la mierda ya? Una vez más, la necesidad de calmarlo
se levantó como una marea. La forma en que estaba mirándola, como si le
preocupara haberla roto… no podía dejarlo continuar pensando de esa manera. Le
había encantado todo lo que habían hecho. Dios, quería hacerlo de nuevo. Como,
ahora. Lo habría sugerido ya si fuera posible. Pero su mentira la había condenado.
No podía estar con él otra vez, su imperdonable engaño pendía sobre su cabeza.
Aun así, no podía dejarlo con ninguna duda de que le había dado nada más que
increíble placer.
Lucy se volvió, jadeando cuando su erección se deslizó por su vientre. Había
estado conteniéndose a sí mismo lejos de ella, así no lo sentiría. Por alguna razón,
le molestaba como el infierno. Acababa de resolver distanciarse de él antes de
hacer sus acciones deshonestas aún peores, pero estar de pie tan cerca, viendo la
inquietud en sus ojos, aplastaba su resolución como un panqueque. Con propia
voluntad, sus dedos trazaron las crestas de sus abdominales, observando con
fascinación que su pecho comenzaba a subir y bajar más rápido.
―Matt…
Un golpe en la puerta. Matt maldijo.
Sus cejas se levantaron.
―Ese es un repartidor de pizza persistente.
Las comisuras de sus labios se levantaron incluso mientras negaba.
―Quédate aquí. Iré a pagarle. ―Estaba por salir del baño, luego volvió y dejó
caer un beso lento y dulce en su boca. Cuando se alejó, se retiró del baño como si
tuviera miedo de perderla de vista. Esa mirada causó que algo horrible se
enroscara incómodamente en su interior. No sabía a quién estaba mirando de tal
manera. Él pensaba que era alguien completamente diferente. No la idiota
impulsiva que era en realidad. Maldita sea el infierno, Lucy.
Dio la vuelta y se quedó mirando su reflejo en el espejo. Su cabello era un lío 39
revuelto, sus labios estaban hinchados, apenas se reconocía a sí misma. Era más
que su apariencia, sin embargo. El arrepentimiento que corría por sus venas era
palpable en el aire a su alrededor. Después de un momento, escuchó fragmentos
de la discusión en la puerta.
Encontró la parte después de todo… instalada… el coche está listo…
Alivio y decepción peleaban tan duro en su estómago, que causó que sus ojos
se cerraran. Irse ahora y continuar su viaje a Nueva York significaba que no tendría
que enfrentarse a su mentira mucho más tiempo. Podría separarse de él, esperando
que achacara su encuentro a una aventura caliente y no persiguiera verla de nuevo.
La ola de pánico paralizante que llegó junto con ese pensamiento, sin embargo,
bloqueó todo lo demás. Debía ser honesta. Ahora. Antes de que un minuto más
pasara.
¿Y ver la ternura en sus ojos girar a la repugnancia?
No. Tal vez era una cobarde, pero no podía hacerlo. Solo un par de horas más
y podría dejarlo con un grato recuerdo, en lugar de la indignación que sospechaba
vendría junto con saber que era la hermana pequeña de Brent.
Fuera del baño, oyó cerrarse la puerta. Tomando una respiración profunda
por valor, pegó una sonrisa en su rostro y salió a la habitación para encontrarlo,
con las manos en las caderas, mirando pensativamente la puerta. Se cuadró cuando
la vio, pero parecía menos que satisfecho.
―El coche está list…
―Escuché ―lo interrumpió Lucy brillante―. Es una gran noticia.
―¿Lo es? ―dijo Matt en voz baja. Tragando, Lucy pretendió no escucharlo
mientras se ponía su ropa, haciendo su mejor esfuerzo para no hacer una mueca
cuando la tela se arrastró sobre su sensible trasero.
Cuando terminó de vestirse y él todavía no se había movido, no tuvo más
remedio que enfrentarlo. No había forma de evitar que sus ojos localizaran su
cuerpo sin camisa. Dios mío, animaba cada célula de su cuerpo. Saber que nunca
podía permitirse tocarlo de nuevo le provocaba dolor físico.
―¿Qué?
―Pareces terriblemente ansiosa por irte.
Lucy se armó de valor contra el impulso de abandonar su bolso y lanzarse a
sus brazos. En su lugar, meneó sus cejas.
―Tengo grandes planes para esta semana. Supongo que estoy ansiosa por
empezar.
Luego, sin mirar atrás, pasó con rapidez a su lado y salió de la habitación y se 40
dirigió al taller, odiándose a sí misma un poco más a cada paso del camino.
L
as manos de Matt se apretaron en el volante al salir del túnel Holland.
A pocos minutos de dejar a Sasha, todavía no tenía idea de en qué
situación se encontraban. Había fingido dormir durante los últimos
ochenta kilómetros; con la cabeza apoyada contra la ventana, sus rizos aún
desordenados por sus malditas manos. Varias veces había tenido que aplacar las
ganas de detenerse y arrastrarla a través de la consola a su regazo. No para follarla,
aunque eso era, sin duda, a donde iría si la tenía tan cerca. Primero, sin embargo,
quería conseguir una reacción honesta de ella. Si eso significaba interrogarla a un
lado de la carretera, había estado preparado para hacer justamente eso.
Entonces los recuerdos habían comenzado, haciendo que se lo cuestionara
todo. ¿Había imaginado su entusiasmo cuando hicieron el amor en la habitación del motel? 41
¿Su desinhibida respuesta había sido una proyección, algo que quería ver pero que en
realidad no había existido? Era lo más lógico, ya que se había mantenido en un
silencio sepulcral poco después, inmóvil de pie frente a él en el baño, pálida como
un fantasma. Dios, si le había hecho daño…
Matt miró su delicada forma por lo que parecía ser la milésima vez. Mierda,
había sido duro como el diablo con ella. Había parecido desearlo, incluso lo había
solicitado. ¿No? Había estado tan jodidamente ido por ella, a punto de reventar
con la lujuria y la necesidad de complacerla, ahora se preguntaba si eso habría
ensombrecido su percepción. Sus necesidades se habían mantenido encerradas tan
fuerte durante tanto maldito tiempo. Sacándoselo todas las noches cuando iba,
ronda tras ronda, al saco de boxeo que colgaba en su apartamento. No había estado
preparado para ella. No había tenido tiempo de llevar los impulsos hacia abajo,
desde un punto de ebullición a la cocción a fuego lento, estando alrededor cada
día.
Se detuvo en un semáforo en rojo mientras otra imagen no deseada lo asaltó.
Una mujer familiar, con fuerza empujándolo, con los ojos llenos de disgusto.
Aléjate de mí. ¿Qué es lo que te pasa? Ni siquiera te conozco ya, Matt.
La inquietud obstruyó su garganta. ¿Se habría perdido las señales con Sasha?
Peor aún, ¿las habría… ignorado? Había pasado tanto maldito tiempo desde que
había permitido a ese lado de él llegar a la superficie que, tal vez, había estado
demasiado superado por la necesidad como para reconocer que quería que se
detuviera. ¿Qué otra explicación podría haber para su repentina urgencia de irse?
Si se hubiera salido con la suya, todavía estarían en esa habitación de motel. La
habría tenido en la ducha, en la cama, en cualquier superficie disponible que
pudiese encontrar. Seguro como la mierda que no estaría a punto de dejarla en un
maldito Starbucks en Midtown.
Tan pronto como llegaron a la carretera, su plan había cambiado. Le había
enviado un mensaje a una ‘‘amiga’’ que al parecer pensó que era más fácil si se
encontraban en una cafetería. Esta amiga pensaba que su apartamento sería muy
difícil de encontrar. No se lo había tragado. No quería dejarla en absoluto, pero si
se veía obligado a hacerlo, quería verla segura allí.
Tal vez tiene miedo de ti, y no quiere que sepas dónde se quedará.
Matt se tragó ese perturbador pensamiento, esperando que no fuera cierto. El
semáforo se puso en verde y soltó el freno. Quería volver a verla. Infiernos, lo
necesitaba. Aunque sólo fuera para compensar haberla tomado por detrás en el
suelo de una habitación de motel. Se merecía algo mejor que eso. Quería ser quien
se lo diera. ¿Habría malgastado su única oportunidad? Esta no podía ser la última 42
vez que la viera. La idea de que su asociación terminaría en cuestión de minutos se
sentía, sin duda, mal.
Más adelante, el Starbucks quedó a la vista y apenas resistió el impulso de
seguir conduciendo. Todo el camino a su apartamento en el centro. ¿Cómo
reaccionaría? No muy bien, pensó, con ironía. Por mucho que se hubiera entregado
a él esa tarde, ella estaba llena de fuego. No era del tipo que tomara a la ligera que
un hombre cambiara sus planes sin consultarla.
Con un peso en el estómago, Matt detuvo su coche fuera del Starbucks. Justo
en ese momento, Sasha abrió los ojos y se estiró de manera exagerada.
―Justo a tiempo ―dijo.
Parpadeó inocentemente.
―¿D-dónde estamos?
Correcto. Suspiró y salió del coche para recuperar su maleta, todo el tiempo
tratando de encontrar una manera de convencerla de que le diera otra
oportunidad. Podía verla rodear el coche a través del parabrisas trasero, podía ver
su nerviosa expresión. De hecho, podía sentir prácticamente cómo se deslizaba
fuera de su alcance. Tú hiciste esto. Es tu culpa que ella no pudiera esperar a alejarse de
ti.
Al segundo en que Sasha lo alcanzó, dobló su mano en la manija de la maleta.
―Gracias. Yo, eh… aprecio el paseo.
Tenía justo en la punta de la lengua decirle que no se iba. No sería justo
dejarla en el centro de la ciudad de Nueva York y alejarse. Se sentía poco natural
dejarla, punto. Pero continuaba evitando su mirada, moviéndose nerviosamente
como si fuera a ponerse a correr a toda velocidad en cualquier minuto. Era peor de
lo que había previsto. Si insistía en quedarse a su lado, podría aumentar el daño
que le había hecho.
Al no tener otra opción, Matt metió la mano en el maletero todavía abierto y
sacó su libreta de policía de la bolsa de lona que mantenía guardada allí. Mientras
lo miraba con los ojos demasiado abiertos, escribió su número de teléfono en un
pedazo de papel y se lo entregó. Sabía que si le pedía el suyo, se negaría. Esta no
sería la última vez que la viera, sin embargo. Si eso significaba enfrentarse al toro y
tener que pedirle a Brent que consiguiera su número con Lucy, lo haría. Incluso si
eso incluía entregarle a su amigo material suficiente para torturarlo por años. Valía
la pena.
―Si necesitas algo, llámame. Cualquier cosa. ―Incapaz de resistirse, dio un
paso más cerca, dejando que sus dedos trazaran un lado de su cara. ¿Su labio 43
inferior temblaba de miedo o de algo más?―. No me gusta esto.
―¿Qué? ―susurró.
―No saber dónde estarás. Con quién estarás.
Ella miró a un lado.
―No eres responsable de mí.
Su pulgar rozó su labio. A la mierda. No podía ocultar nada con su chica.
―Tal vez quiero serlo. Utiliza mi número, Sasha.
Sus ojos se cerraron con fuerza y se sacudió visiblemente, como si hubiera
dicho algo para romper el hechizo.
―Matt, mira, aprecio el viaje, pero me tengo que ir.
A regañadientes, dejó caer la mano.
―Usa mi número.
No respondió.
La vigiló mientras tiraba de su maleta hacia el Starbucks, desapareciendo de
su vista. Por un buen rato, no pudo hacer que sus piernas se movieran, pero
finalmente logró entrar en su coche y alejarse de la acera. Si se sentía como si
hubiera olvidado algo, era porque lo había hecho. En pocas palabras. Ahora,
mientras conducía solo, más lejos de ella, se acordó de lo que era.
Estar solo era lo mejor para él.

* * *

Lucy compró una taza de café y esperó a que el auto de Matt se fuera,
bebiendo profundamente del caliente, negro líquido para evitar correr tras él.
Contándoselo todo. La forma en que la había mirado cuando se separaron… le
había dejado una sensación de vacío en el interior. Cuando por fin se fue, se sentó
en su silla durante largos minutos, mirando a la nada, antes de sacar el celular del
bolsillo de su pantalón corto.
Después de un minuto de debate, llamó a Hayden. La prometida de su
hermano contestó al segundo tono, sonando sorprendida.
―¿Lucy?
―Hola.
Una breve pausa.
44
―¿Dónde están Sasha y tú? Pensé que estarías aquí ahora.
Se refería a la casa de Brent en Queens, donde Matt la habría dejado si hubiera
sabido que en realidad era Lucy. Si no tuviera un presupuesto estricto para
conseguir atravesar la semana, habría salido a la calle y parado un taxi para que la
llevara a la casa de Brent. Pero tal como estaba, apenas llegaba sin tener que gastar
un extra de treinta dólares.
―Tuve un… cambio de planes. Estoy en un Starbucks en Manhattan. Y soy
sólo yo. Sasha no pudo venir. ―Dejó escapar un suspiro―. Escucha, no te pediría
un paseo a menos que de veras fuera necesario.
―No digas más. Llamaré a Brent y se lo haré saber…
―En realidad, ¿te importaría mantener esto entre nosotras? ―No quería
meter a Matt en problemas con su hermano cuando no había hecho nada malo―.
¿Sólo por ahora?
Una breve pausa.
―Envíame la dirección por texto. Estoy en camino.
Media hora más tarde, Lucy observó a Hayden estacionar su Lexus plateado
y salir a la acera. Vaya. Lucy había pensado, basada en la descripción de Brent, que
Hayden era una maravilla, pero no se había preparado para la apariencia
rompedora y temeraria del polo opuesto a su hermano cuando apareció. Refinada
y elegante, prácticamente irradiaba su educación de clase alta.
Lucy tiró su taza de café vacía en la basura y llevó su maleta fuera para unirse
a ella, sintiéndose más que un poco consciente en su pantalón corto y cabello que
parecía que había sido puesto a través de una podadora. Cuando se dio cuenta de
que Hayden se retorcía las manos, claramente tan nerviosa por su primera reunión,
se sintió inmediatamente a gusto.
―La hija pródiga ha vuelto.
Hayden sonrió cálidamente.
―Lucy.
Dudaron, luego se abrazaron con cierta torpeza.
―Siento hacerte venir todo el camino hasta aquí.
―No hay problema. Brent tuvo que trabajar un turno de tarde esta noche, así
que estaba haciendo algo de papeleo. De todos modos, me dijeron que esperara lo
inesperado de ti.
Cuando Hayden abrió el maletero, Lucy puso su maleta en el interior,
haciendo caso omiso de la punzada que llegó con la observación de su buen
carácter. 45
―Es cierto. Me gusta mantener a todo el mundo alerta.
Segundos después, se adentraron en el tráfico y se dirigieron al norte.
Después de vivir en Syracuse tanto tiempo, estar en Manhattan se sentía como si
hubiera aterrizado en otro planeta. Luces, sonidos, ruidos, gritos, movimiento. No
la ponían nerviosa, sin embargo. La anticipación y la emoción llenaron un poco del
agujero que la tarde había dejado en su interior, pero no lo suficiente para olvidar
el rostro de Matt mientras caminaba lejos. Piensa en otra cosa.
―Entonces, Hayden. ¿Si no te importa que pregunte…?
―Dispara de inmediato.
―¿Cómo fue que mi hermano consiguió tenerte?
La risa de Hayden rebotó en el interior del coche.
―Te aseguro que yo lo conseguí a él.
Lucy consideró a la morena, escuchando la sinceridad en el timbre de su voz,
y asintió.
―Trátala bien, Brent ―murmuró, mirando a través del parabrisas.
―Ya que estamos haciendo preguntas ―comenzó Hayden vacilante―,
¿quieres decirme por qué Matt te dejó en el lugar equivocado? Eso no es propio de
él. Normalmente es muy… estricto.
Algo sobre el oscuro interior del coche y el agotamiento que de pronto se
apoderó de ella tuvo lágrimas amenazando detrás de los ojos de Lucy. La
necesidad de desahogarse, aunque sólo fuera parcialmente, no podía ser negada.
―La jodí ―susurró―. Matt no hizo nada malo.
Hayden no dijo nada por unos segundos.
―¿Quieres decirme al respecto?
Lucy sólo pudo sacudir la cabeza. Cuando Hayden dio vuelta en Riverside
Drive y fue por inercia hasta detenerse frente a una casa de la ciudad, Lucy la miró
inquisitivamente.
―¿Dónde estamos?
―Esta es mi casa.
Sonaba casi avergonzada por ese hecho, pero Lucy no podía comprender por
qué.
―Por otro par de semanas, de todos modos. Estoy por entregarle las llaves al
nuevo propietario en julio, cuando me mudaré permanentemente con Brent. ―Su
rostro se sonrojó un poco―. Cuando pensé que ibas a traer una amiga por la 46
semana, pensé que podrías hacer uso de ella. Ya sabes, dos chicas solteras en
Manhattan, tan cerca de la acción…
Para una chica que creció compartiendo todo con dos gigantescos hermanos
mayores, luego metida en un dormitorio, seguido de un pequeño dormitorio para
dos por los últimos seis años, la idea la derribó. Apenas resistió la tentación de
bailar.
―¿Yo? ¿En este lugar?
―Esa era la idea, pero ahora que estás sola…
―Incluso mejor. No tengo que usar pantalón.
Hayden asintió sabiamente.
―Ahí está eso.
Lucy abrió la puerta del lado del pasajero y se quedó mirando hacia la casa
de la ciudad. Hayden rodeó el coche para estar junto a ella.
―Gracias, Hayden. Realmente aprecio esto.
―Claro. ―Se movió en sus tacones altos―. Espero que no parezca que no te
queremos con nosotros en Queens. Brent no estuvo exactamente emocionado
cuando le propuse esto. Estaba esperando estar alrededor de su hermana.
Algo se alojó en la garganta de Lucy.
―¿En serio? ―se las arregló para preguntar.
El desconcierto transformó las facciones de Hayden.
―Por supuesto.
¿Qué pensaría si supiera que había engañado a su mejor amigo para acostarse
conmigo?
Con ese inquietante pensamiento zumbando en su cabeza, Lucy se ocupó de
sacar la maleta del maletero. Hayden puso una mano en su muñeca para detenerla.
―Espera. Pensé que te quedarías con nosotros, por lo menos por esta noche.
Es probable que ni siquiera hayas comido.
―Realmente estoy agotada. No sería buena compañía. ―Lucy mantuvo la
sonrisa en su lugar, pero sentía que podría romperse en cualquier momento―.
Puedo pedir comida para llevar o algo así. No te preocupes por mí.
Hayden pareció dudar, pero dio un paso atrás.
―Supongo que nos veremos mañana por la noche, sin importar qué, ¿no?
Lucy sacó el mango hacia arriba en su maleta. 47
―¿Mañana por la noche?
―¿Brent no te lo dijo? ―Con la expresión en blanco de Lucy, ella suspiró―.
Mis padres nos están dando una fiesta de compromiso en su casa, que está en
realidad aquí, a la vuelta de la esquina. Será algo pequeño. Sólo la mayoría de la
familia y algunos amigos íntimos. ―Torció el anillo de compromiso en su dedo―.
Vas a venir, ¿verdad?
Amigos cercanos. Oh Dios, ¿Matt estará allí? La sangre en las venas de Lucy se
congeló, pero no pudo negar un pequeño tirón en su estómago de que lo volvería a
ver, sin importar las circunstancias. Demostrando que necesitaría una evaluación
psiquiátrica. No había manera de que pudiera evitar la fiesta de compromiso de su
hermano, sin embargo. Ya no tenía la escuela como excusa. Hayden se quedó allí,
mirándola con expectación, levantando una ceja perfectamente depilada cuando
Lucy se quedó en silencio demasiado tiempo. Obviamente, tendría que ir y rezar
para que Matt no asistiera. O… ¿esconderse cuando lo hiciera? El público en vivo
en su cabeza estalló en carcajadas, a su costa.
Se aclaró la garganta.
―No me la perdería.
M
att se quedó fuera de la casa de piedra rojiza en Upper West Side,
debatiendo si debía o no entrar, en realidad. Una pequeña reunión, le
había dicho Brent. Correcto. Parecía que la mitad de la ciudad
estaba presente. No era bueno con las multitudes y peor aún en hacer una pequeña
charla. Esto no era lo suyo. Un hecho que Brent obviamente conocía bien, de ahí
que le quitara importancia. Después de la noche de insomnio que había tenido tras
dejar a Sasha, estaba aún menos preparado que de costumbre para manejar esta
cantidad de gente; acercándosele, haciéndole sentir claustrofobia.
Las fiestas nunca habían sido lo suyo, pero desde que regresó de Afganistán,
lo incomodaban aún más. No podía controlar todo lo que sucedía a su alrededor,
no podía ver quién estaba de pie detrás, no le gustaba el constante ir y venir de 48
caras nuevas. Eso lo hacía sudar, haciéndole más difícil centrarse en las preguntas
que las personas le arrojaban inevitablemente después de unos tragos. ¿Qué hiciste,
exactamente, en el extranjero? ¿Viste acción? ¿Es un retrato exacto de tierra hostil?
Le traía recuerdos con los que vivía cada día más cerca de la superficie, hasta
que eran inevitables. Hasta que no podía parpadear sin ver el horror de nuevo,
sentir los rayos del sol sobre él mientras esperaba a que el objetivo se moviera en
su lugar. A veces incluso podía saborear la arena en su boca, sentirla en sus ojos.
Todos palidecían en comparación con el peor recuerdo, el que sentía lo
suficientemente fresco que podría haber ocurrido ayer.
Tommy.
La puerta principal de la casa de piedra rojiza se abrió de golpe,
interrumpiendo sus pensamientos. Brent pasó por debajo del marco de la puerta y
llegó al punto más alto.
―¿Vas a estar ahí toda la noche, Matty? Tenemos comida gratis. No hagas
que baje allí y te haga una llave.
A pesar de su reticencia a entrar, sintió que se relajaba. Tenía una relación de
amor-odio con Brent, pero sabía que sus amigos eran lo único que lo apartaba del
aislamiento total que anhelaba. Al ser un francotirador comprendían su
aislamiento, en cierto modo. Afortunadamente nunca se metían demasiado en su
pasado, algo por lo que estaba agradecido. Aun así, habían dejado claro que
cuando tuviera ganas de hablar sobre eso, lo escucharían.
Había tenido a gente en su vida de esa manera una vez antes, sin embargo,
¿no? Antes de que la alfombra fuera sacada de debajo de él, dejándolo tendido
sobre su trasero.
Brent hizo un ruido impaciente.
―Vamos, cariño. Te prometo que estaré contigo todo el tiempo.
Matt casualmente le enseño el dedo medio mientras subía los escalones.
―Eso me gusta más. Vamos a conseguirte una bebida fría. ―Brent lanzó un
pesado brazo alrededor de su hombro―. Hay un montón de tipos con bandejas,
entregando champán rosado. Si no tengo cuidado me va a comenzar a gustar. Si
eso llega a suceder, toma mi tarjeta de hombre, por favor.
―Perdiste tu tarjeta de hombre cuando cantaste la canción de Beaches en el
Ayuntamiento.
Entraron, Brent inmediatamente fue hacia Hayden, quien se volvió y lo miró
a los ojos en el momento justo. 49
―Sí. Pero mira lo que tengo a cambio.
Matt declinó una copa de champán con un movimiento de cabeza.
―Entonces, ¿qué pasó con ser una pequeña reunión?
Brent se encogió de hombros y tomó el champán que Matt había declinado.
―Sabes cómo es el rollo Winsteads. Creo que vi a Donald Trump por aquí en
alguna parte. ―Se tomó la bebida de un solo trago―. Oye, hombre. ¿Debería
agradecerte el conseguir que Lucy llegara aquí en una sola pieza? Eso no es un
pequeño logro. Por lo general deja algún tipo de destrucción en su camino.
Supongo que es como su hermano de esa manera.
―¿Lucy? ―Matt negó―. Está con su novio en su casa del lago.
Brent se echó hacia atrás.
―¿Lucy tiene novio? ―Dejó el vaso vacío con un golpe seco decisivo―. ¿Mi
hermana pequeña tiene novio?
Hayden se acercó y puso una mano sobre el brazo de Brent.
―¿Todo está bien aquí, caballeros?
―¿A dónde fue Lucy? ―Brent escaneó la multitud―. Parece que hay un tipo
con una casa del lago sobre el que debería asustar con la furia de Dios.
Matt levantó una mano.
―Espera. ¿Lucy está aquí?
Brent ladeó la cabeza.
―¿Has vuelto a robar marihuana de la sala de pruebas? La dejaste aquí
anoche.
Abrió la boca para corregir a Brent cuando la vio. Las palabras murieron en
sus labios, junto con cualquier apariencia de pensamiento racional. Sasha. En un
vestido verde sin tirantes, inclinando una copa de champán mientras caminaba en
su dirección. La reacción de su cuerpo fue dos veces más potente que el día en la
cafetería, porque esta vez lo sabía. Sabía que le podía dar la vuelta completamente
con una mirada, una caricia, un sonido rasgado de su garganta. Era el peligro en
dos piernas y quería sumergirse en ella. Dentro de ella.
Esos febriles pensamientos vinieron y se multiplicaron con fuerza antes de
que ella se hubiera dado cuenta de que estaba de pie allí. Pero ahora ella desaceleró
el paso, dándole una mirada. Pasos vacilantes. Como si nunca hubiera esperado
volver a verlo. Oh, no era malditamente así en absoluto. Matt se permitió la
satisfactoria imagen de él llevándola encima del hombro para quedarse en su
mente. Pensó en su falta de placer al descubrirlo allí. Había pensado en ella sin 50
parar desde ayer por la noche, preocupado por su seguridad, preguntándose si le
había hecho daño, fantaseando acerca de sus demasiado cortas horas en el motel,
cuando, obviamente ella no había tenido intención de llamarlo.
―Luce, ven aquí. ―Brent la arrastró y la sostuvo contra su costado―. ¿Tienes
novio y no me lo dijiste?
Matt sintió la sangre agolpándose en su cara. No… no. Por favor, oí mal. Sasha
no era Sasha... ¿era Lucy? Lucy, como la hermana de Brent. ¿Cómo podía ser posible? Al
ver su forma pequeña de pie junto a Brent, un gran contraste en sus físicos, lo hacía
parecer como una broma loca. Pero obviamente no lo era. Su culpa estaba pintada
por toda la cara. No sucedería. Jesús. Esta chica, con quien había tenido una de las
experiencias más honestas de su vida, con quien se había acostado todo el tiempo.
Se sentía como un déjà vu.
Ella le había hecho hacer el ridículo. Una vez más.
Lucy sacudió la cabeza apenas perceptiblemente, con lo que interpretó como
una disculpa con sus ojos, pero estaba más allá de importarle. Sin embargo, no
podía resignarse a alejarse todavía. Peor, mucho peor, todavía la deseaba, maldita
sea. Eso quemaba la mayor parte de todo.
―¿Quién te dijo que tenía novio? ―le preguntó a Brent, aún mirándolo
atentamente.
―Tu chofer, Matt, te delató.
Se echó a reír, un toque de humor haciendo que sus ojos verdes brillaran. Era
una característica como la de Brent, Matt quería patearse a sí mismo por no haberlo
visto antes. Estabas demasiado centrado en el resto de ella, sin embargo, ¿no es así?
―Sabes Matt. Fue una broma de un minuto. A mitad de camino aquí ayer,
empecé a llamarlo Risitas.
―Maldita sea, debería haber pensado en eso.
Por el rabillo del ojo, Matt notó a Hayden escrutándolo y se dio cuenta que ni
siquiera había intentado ocultar su reacción al ver a Lucy. Brent parecía un poco
demasiado alto en la vida para notarlo, pero su asombrado silencio no había
pasado desapercibido para Hayden, obviamente. En ese momento, tenía que tomar
una decisión. La cosa correcta sería decir la verdad, decirle a su mejor amigo lo que
pasó, dejando de lado todos los detalles gráficos. Sin embargo, todo dentro de él se
rebelaba ante la idea. No podía mirar a su mejor amigo a la cara y decirle que había
follado a su hermana pequeña en el suelo de una habitación de un motel barato.
Una ola de mareo se extendió por Matt mientras la magnitud de eso lo
golpeaba en casa. Había hecho más que follarla hasta los sesos, había puesto sus
manos sobre ella. Duro. Dejándole marcas. No, no podía hacerlo. ¿Cómo iba a 51
mirar a Brent de nuevo a la cara de nuevo?
―Oh oye, Luce. ―Brent le dio un codazo a su hermana, quien seguía
viéndose pálida―. ¿Sabes lo que encontré en el sótano la semana pasada?
―No tengo ni idea.
―Tu acordeón.
Ella se atragantó con un sorbo de su bebida.
―Por favor, dime que lo quemaste.
―Algo mejor. ―Le guiñó un ojo―. Lo traje conmigo esta noche.
―No puedo imaginar por qué ―resopló Lucy.
―Oh, creo que ya sabes por qué. Lo tocarás.
―Cuando el infierno se congele.
Brent se estremeció.
―¿Está haciendo frío aquí?

* * *

Tienes que estar bromeando.


Cuando la multitud se había separado y había visto a Matt, viéndose
magnífico e incómodo, todo al mismo tiempo, había pensado, esta será la peor noche
de mi vida.
No tenía ni idea.
Cómo su hermano había logrado convencerla de tocar un acordeón delante
de los fríos y sofisticados hombres de Manhattan, nunca lo entendería plenamente.
Al principio, había hecho la solicitud llamando a su actuación un regalo de
compromiso. Cuando todavía se resistió, había llevado a cada invitado a la
proximidad y dicho su nombre hasta que no había tenido más remedio que tomar
el instrumento ofrecido y ceder. Y tal vez, sólo tal vez, una pequeña parte de ella
quería escapar de la mirada ardiente de Matt.
No podía permitirse el lujo de pensar en eso ahora. O el dolor que había
vislumbrado justo antes de que él pusiera su máscara en su lugar. Cien pares de
ojos estaban fijos en ella. Con las palmas sudando, con las rodillas temblando. Era
como si hubiera sido transportada de vuelta a su programa de talentos de cuarto
grado. Había practicado durante semanas sólo para ser derrotada por la rutina de
baile de Becky Kessler, realizando el ‘’Mmmbop’’ de Hanson. Cuando sintió una 52
oleada de disgusto por el recuerdo, se dio cuenta de que nunca realmente había
dejado que la derrota se fuera.
Suprime ese espectáculo de angustia y talento. Hemos llegado a un nuevo punto bajo.
Todo el mundo estaba esperando que dijera algo, pero sólo podía mirar a
Matt. Había conseguido pasar el dolor y la confusión. Estaba enojado ahora. Bien.
Era mejor tenerlo enojado. Al menos podía manejar esa emoción de él. Estaba
acostumbrada a que la gente estuviera enojada con ella.
Se aclaró la garganta en el silencio.
―Um… ¿algo en francés?
Un par de hombres de traje le dieron un aplauso. Brent gritó desde el fondo
de la multitud, pero cuando Hayden le dio un puñetazo en el brazo terminó en un
grito. Con los ojos cerrados, Lucy tocó algunas notas en el piano al lado del
acordeón, con la esperanza como el infierno de recordar la canción que tenía en
mente de principio a fin.
No lo logró. A mitad de la animada canción sobre una joven criada francesa
perdiendo su virtud en un campo, las letras huyeron completamente de su cerebro.
Las personas estaban sonriendo y balanceándose con la cabeza hacia ella, sin
embargo. Esa era una buena señal, ¿no? Si podía llegar hasta el final de la canción,
podría escapar de esto sin necesidad de diez años de pena de terapia. ¿Cuáles eran
esas estúpidas letras? No llegó ni una sola palabra a su mente. Orando porque
nadie en la sala supiera francés, Lucy empezó a cantar sobre otra tragedia,
posiblemente peor que la de la criada francesa perdiendo su tarjeta V.

Un homme bel J'ai Rencontre


Nous sommes Allés à l'hôtel
Il un mon cul fesse, partit de pizza notre
Et je suis en enfer maintenant.

Qué podría traducirse cómo:

Conocí a una encantadora compañera


Nos fuimos a un motel
Él palmeó mi trasero
Nuestra pizza se quedó
53
Y ahora estoy en el infierno.

Lucy se estremeció cuando un hombre calvo a su izquierda escupió su


champán. Al parecer, por lo menos había un hablante de francés en la casa.
Finalmente, la canción terminó y la sala estalló en corteses aplausos. Lo más rápido
que pudo, puso su acordeón en la mesa más cercana, aliviada cuando todos
volvieron a sus conversaciones con bastante rapidez. Sus ojos inmediatamente
buscaron a Matt que estaba cerca de la puerta. Era quietud en una habitación llena
de movimiento, la mirada gris cortando a través de la vibrante multitud.
Él asintió, como si hubiera tomado una decisión. Luego se volvió y salió por
la puerta principal. Brent y Hayden estaban teniendo una animada conversación
que parecía que iba a terminar con ellos besándose, por lo que no se dieron cuenta
de su salida.
Debería dejarlo ir. Definitivamente no lo debería seguir. ¿Entonces por qué se
movían sus pies? Tal vez simplemente quería explicarse, emitir una disculpa, y
conseguir que saliera de su pecho. Tal vez no sería ni un gramo de algo bueno,
posiblemente, podría incluso empeorar las cosas; pero no podía dejar que se fuera
después de la impactante forma en que ella se había comportado. La idea de que
pudiera salir odiándola era una decididamente amarga. Por lo menos podía
conseguir un pequeño cierre para esta situación.
Lucy casi se echó a reír. No habría cierre en corto plazo. No después de lo que
habían compartido. Ni un momento había pasado desde anoche que no
reprodujera sus fervientes palabras contra sus labios, el toque de tormento en su
voz. Sus manos, la forma en que la habían colocado de manera imperativa, para
poderse conducir en su interior con perfecta precisión.
Con la decisión tomada, Lucy bordeó y pasó a un grupo de mujeres
discutiendo su plan para enganchar a los agentes de policía para sí mismas y se
lanzó a lo largo de la pared, esperando que nadie la viera. Una brisa caliente de
verano la saludó en el exterior, llevando el olor del río Hudson y de una panadería
cercana. Descendiendo las escaleras, miró de derecha a izquierda, finalmente
viendo a Matt a mitad de la cuadra.
―Matt. Espera.
Sus hombros se tensaron y desaceleró hasta pararse, pero no se volvió. Siguió
caminando hasta que permaneció a cinco metros de distancia, mirando
nerviosamente su espalda.
―¿Qué pasa, Lucy?
La forma aguda, en que dijo su nombre envió una sacudida a través de ella,
54
pero también hubo una sensación de alivio de finalmente oírlo llamarla por el
nombre correcto. Y muchacho, eso la hacía sentir como una idiota.
―Sólo quería decir que lo siento. Sé que no es ni remotamente adecuado,
pero no podía dejar que te fueras sin escucharlo. ―Él se volvió lentamente y ella
dio un paso atrás por la ira que vio en su expresión, y aun así no dijo nada―.
¿Podrías por favor decir algo?
―¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué mentir?
Estúpidamente, esa era la única pregunta que no había previsto. Esperaba, o
mejor dicho, deseaba, que simplemente le gritara algo horrible. Le hubiera hecho
sentir mejor. Absolver un poco de su culpabilidad. En cambio, la había tomado por
sorpresa, sin darle más opción que responder con honestidad.
―Te deseé. En la tienda de café, antes de saber quién eras ―dijo en voz baja,
mirando su mandíbula apretarse―. Entonces oí que me llamaste una molestia… y
supongo que sólo quería ser alguien que no te inspirara irritación. Sólo por un día.
No quería ser la hermana pequeña de tu mejor amigo. Quería ser yo.
―Sólo que no fuiste tú. Pretendiste ser otra persona.
―La única cosa en que mentí fue sobre mi nombre. Todo lo demás…
―En este caso, tu nombre era el detalle más importante. ―Se pasó una mano
por el cabello negro―. Nunca te habría tocado si lo hubiera sabido.
―Esa es la otra razón por la que mentí ―susurró, tratando de ignorar la
punzada de dolor en su declaración. No quería oír eso. Quería mantenerse
imaginando que había estado tan atraído por ella que no había tenido otra opción.
Con los ojos cerrados, Matt negó.
―No puede volver a ocurrir. No lo hará. ―Se acercó más y bajó su voz―. Te
follé sobre tus manos y rodillas en el suelo de una sórdida habitación de motel que
alquilé por unas horas. Más que eso, yo…
―Me azotaste. Me maltrataste. ―No sabía de dónde salían las palabras, sólo
sabía que ahora que habían sido pronunciadas, el aire se engrosó entre ella y Matt.
En el espacio de segundos, su aliento se había vuelto poco profundo, con sus
mejillas en llamas. Podría haberlo dejado allí, pero el pecho de Matt se estremeció y
no pudo contener la verdad―. Me gustó mucho, Matt.
―Detente.
Dio un paso más cerca, contradiciendo su dura orden. Sin poder evitarlo, su
mirada cayó a sus pechos, donde, gracias a su entusiasmo, se hinchaban en la parte
superior de su vestido.
55
―No importa. Ahora que sé quién eres, tocarte sería inexcusable.
―Pero lo deseas.
Contuvo el aliento.
―Lucy, ya es suficiente.
La autoridad en su voz la llevó de regreso a la habitación del motel, cuando
no le había dado otra opción que obedecerlo. Si su intención era alejarla, sus
demandas estaban teniendo el efecto contrario. Su pulso tamborileó con fuerza en
sus oídos, sus manos dolían por recorrer su pecho esculpido. Había venido aquí a
disculparse por su mentira, pero ahora que se encontraban tan cerca y podía sentir
la innegable atracción entre ellos, se preguntó si su mentira había afectado los
resultados de ayer en absoluto. Esta atracción había estado allí, incluso si hubiera
sabido su identidad desde el principio. Estaba segura de ello. Esto no era una
mentira.
La chica que había sido antes, la que se catapultó precipitadamente a un
desconocido, quería presionarlo para admitirlo. Lo que habían compartido no
podía ser atribuido a la conveniencia. A una manera de matar el tiempo mientras
el coche era reparado. No, le había mostrado una parte de sí mismo que
sospechaba que no revelaba a muchas mujeres. A su vez, le había enseñado algo
sobre sí misma. Desbloqueado un lado que no sabía que existía. Lucy cerró la
distancia entre ellos, dejando que sus curvas se acariciaran en su contra. Su
musculoso pecho se movió ante sus ojos. Podía sentirlo, enorme y tenso en la parte
delantera de su pantalón de vestir. Por ella. Era el impulso definitivo que
necesitaba.
―Pensé en ti cada vez que me senté hoy. Justo como me lo dijiste, Matt.
Como si una cuerda se hubiera roto dentro de él, Matt cayó sobre ella con un
gemido ahogado. Sus manos cayeron a su parte inferior, levantándola del suelo.
Sus bocas se enfrentaron en una batalla, pero estaba demasiado sobrecogida con su
necesidad de reconocer las apuestas. Procesó el movimiento, registrando a Matt
llevándolos a una oscurecida puerta justo al lado de la calle. Lucy pasó los dedos
por su cabello, dejando caer la cabeza atrás mientras sus dientes arañaban el lado
de su cuello.
―Maldita sea, no debería estar haciendo esto.
Se quedó sin aliento mientras él mordía su oreja.
―¿Q-qué estás haciendo?
―Estoy pensando en darte mi pene aquí y ahora. ¿Te gustaría eso, niña? ¿Te
gustaría ser recompensada por seguir mis instrucciones? 56
―Sí, por favor. ―Deslizó la cara interna de su muslo hasta su pierna hasta
que alcanzó su cintura, gimiendo cuando dio un bombeo rápido de sus caderas
contra su núcleo. Ya estaba húmeda para él. Se sentía atrapada en medio del
cuerpo exigente de Matt y la superficie dura detrás de ella. Era una sensación
increíble. Nueva y familiar al mismo tiempo, como si hubiera estado desesperada
por ser inmovilizada sin saberlo conscientemente. Cuando sus manos se encajaron
entre sus cuerpos para apretar su pecho con la cantidad justa de presión, Lucy se
retorció, desesperada por todo lo que él podía darle.
―¿Qué diablos se supone que voy a hacer, Lucy? ―rechinó las palabras
contra sus labios―. ¿Ahora que sentí el duro apretón entre tus piernas? ¿Que
observé tu trasero absorber mi castigo? Estoy jodido ahora, ¿no es así?
―Matt. ―Suspiró, tratando de enganchar las piernas más firmemente a su
alrededor―. Necesito sentirte de nuevo, también. Por favor.
Un coche pasó, música a todo volumen. Pudo sentir a Matt volver en sí y
luego, como si una correa invisible lo trajera a la realidad. Su puño conectó con la
pared a su espalda mientras lentamente ponía distancia entre ellos. Lucy quería
llorar por la pérdida de presión y de calor.
―Vuelve ―dijo con voz temblorosa.
―No. No ―dijo Matt entre dientes, con la frustración visible en las líneas
apretadas alrededor de su boca―. Incluso si no fueras la hermana de Brent, que es
más que suficiente en sí mismo…
―¿Sí? ―lo urgió Lucy después de un momento.
Ojos atormentados se encontraron con los suyos.
―No tolero a los mentirosos. Nunca. He estado allí. Todos son iguales y
nunca cambian.
Lucy no podía moverse, no podía respirar por el dolor que sus palabras
generaron en su pecho. ¿Qué podía decir? Estaba en lo cierto. Lo había engañado,
siendo la mentirosa que la acusaba de ser. Dándole una mirada final, Matt se fue y
la dejó allí, sin mirar atrás ni una vez.

57
M
att se quedó en el recinto del vestuario, asegurándose su chaleco
Kevlar y abrochándose la camisa del uniforme de la policía del
servicio de emergencia de Nueva York sobre él. Cuando se enteró
de que Brent estaba con otro oficial en el siguiente pasillo, una incómoda sensación
se instaló en su pecho. Podría haber hecho lo correcto al alejarse de Lucy anoche,
pero eso no había detenido todos los escenarios sexuales imaginables pasando por
su cabeza después de que se había ido. Mirando a la hermanita engañosamente
dulce de Brent. Claro, podía ser un sabor dulce, pero las cosas que le había dicho,
mientras se encontraban frente a frente en la acera anoche demostraba que estaba
lo más alejado de eso.
Ella había sabido exactamente qué botones apretar para poner a prueba su 58
control. Mirando hacia él con sus contritos ojos verdes, lo había despojado de sus
defensas y rodado en su base de seseos con tan poco esfuerzo que debió haberse
alarmado. Nadie había visto a través de él de esa manera. Era inaceptable. Sólo se
había alejado de la alarma. Había estado excitado al punto del frenesí. Dentro de la
fiesta, su determinación había sido inquebrantable. Pero con sólo los dos, los
recuerdos habían hecho chispas entre ellos, y todo había cambiado. Ella le había
estado pidiendo algo que quería darle desesperadamente. Que sentía que era su
deber darle, aunque eso no tenía sentido.
Él se había ido a casa y abierto la cremallera de su pantalón al segundo que
entró por la puerta. Imaginando la boca de Lucy, sus pechos, su trasero enrojecido,
había presionado su frente a la puerta y se había venido como si fuera un
adolescente cachondo. Había pensado que una vez sería suficiente. Luego sus
palabras fueron a la deriva a través de su cabeza. Pensé en ti cada vez que me senté
hoy. Como me dijiste, Matt. Y simplemente así, se puso duro de nuevo, en un círculo
vicioso que duró hasta las primeras horas de la mañana. Aun así, aun así, no estaba
satisfecho. Nunca podría volver a estarlo. No después de que había experimentado
sus fantasías de la vida real con Lucy. Pero lo que era dos veces más difícil, ella
quería volver a hacerlo. Le había rogado por más.
No. No podía permitir que eso sucediera. No sólo sus deseos no tenían lugar
en torno a una chica más joven con un futuro más brillante, sino que no le había
mentido a Lucy. Mentir era un acuerdo que lo rompía. Por primera vez, le dio la
bienvenida a un amargo recuerdo que normalmente se mantenía escondido bajo
siete llaves, esperando servirle como una distracción. El horror absoluto de su ex
novia por sus necesidades “repugnantes”. Su búsqueda por la comodidad de su
mejor amigo. Todo se había apresurado a la superficie anoche cuando se enteró de
que Lucy le mintió. Después de exponerse ante ella de la forma en que lo había
hecho, se había sentido como la peor clase de traición. Es por eso que era tan
cuidadoso con quién pasaba el tiempo, a quién en realidad podía llamar un amigo.
Una vez que te quemas, esa mierda no es fácil ya.
¿La mentira le impedía desear a Lucy? Por supuesto que no. En todo caso,
quería encontrarla en ese minuto y castigarla de una manera que terminara con ella
gritando su nombre. La deseaba tanto, que le temblaban las manos.
El impulso era doloroso de negar, sobre todo sabiendo que ella envolvería ese
ágil cuerpo y le diría que se lo diera con fuerza. Mierda. Tenía que dejar de pensar
en ella ahora o el trabajo sería imposible. La pérdida de enfoque en su línea de
trabajo equivalía al fracaso, y se negaba a fallar en su trabajo.
Matt guardó su ropa de calle cuidadosamente doblada en su casillero
mientras Brent daba la vuelta a la esquina, seguido por Daniel Chase, su otro 59
mejor amigo. El nuevo miembro de su grupo, Troy Bennett, los seguía detrás,
dándole a Matt una rápida inclinación de cabeza que él regresó sin decir palabra.
Matt tenía un momento bastante difícil manteniendo a los dos amigos a una
distancia cómoda. No había conseguido absolutamente nada en averiguar cómo
encajar a Troy en su organizado plan. Afortunadamente, Troy parecía tan contento
con mantener su relación casual, que no presionaba por nada más.
Transfirió su atención a Daniel, quien tenía una mirada de exasperación en su
rostro, que solía ser el caso en cualquier momento que había hablado con Brent.
Cuando Brent vio a Matt, lo analizó.
―Oye, idiota. Desapareciste anoche. Tienes suerte de que no tenga la
capacidad de sentirme insultado.
Daniel se quitó la camisa y la arrojó en su casillero.
―Sí, te fuiste incluso antes de que Story llegara. ¿Qué pasa?
Matt comenzó a responder con alguna excusa vaga acerca de estar cansado,
pero vio las delgadas marcas rojas de arañazos en la espalda de Daniel primero.
Brent se dio cuenta a la vez e intercambiaron una mirada.
―¿Qué te sucedió en tu espalda, hermano?
Daniel se vio momentáneamente confundido por la pregunta, luego sonrió.
―Ah. Resulta que mi chica se puso un poco loca después de unas copas de
champán rosado. Ni siquiera llegó a la puerta. Tomen nota, señores.
―Por qué, Daniel, tú, sucio animal.
A pesar de que se sentía como una mierda bromeando con Brent después de
lo que había ocurrido con su hermana, Matt no pudo evitar estar divertido.
―Tal vez deberías comprar acciones de la compañía.
Daniel lo señaló.
―Me gusta la manera en que piensas.
―Muy bien, hombre de ideas. Suficiente. ―Brent tiró del chaleco antibalas
extra grande sobre su cabeza―. ¿Te fuiste debido a mi hermana, o qué?
Matt se quedó inmóvil en el proceso de asegurar su casillero.
―¿Discúlpame?
―Porque Lucy tocó el acordeón. ―Brent rió―. Ella sabe cómo despejar un
cuarto.
En realidad, todo lo relacionado con su actuación había sido adorable. Sus 60
obvios nervios, la suave, ronca calidad de su voz mientras cantaba en francés.
Prácticamente había brillado. Un paralelo tal con su vida en sombras, no había
podido hacer nada más que mirar, sintiéndose avergonzado de sí mismo. Había
tomado a esa chica, a la ruborizada chica con rizos que enmarcaban su rostro, y la
había usado para saciar una necesidad de la que no tenía ningún asunto
consciente. Ese pensamiento, finalmente, lo había enviado por la puerta,
necesitando escapar del recuerdo de lo que había hecho. Tenía ganas de hacerlo de
nuevo. Y otra vez.
Entonces ella lo había seguido y cada advertencia auto-expedida se había ido
volando por la ventana en cuestión de segundos.
Troy le salvó de tener que responder.
―¿Por qué se lo pediste si es tan terrible?
―Mira, así es como funciona esta cosa de hermanos. La avergoncé porque la
quiero. ―Brent se ciñó su cinturón―. No te preocupes, ella ya está pensando en
una manera de conseguir regresármela. Esperemos que no involucre quemar mi
casa.
O follar a su mejor amigo hasta dejarlo ciego. Sintiendo náuseas, Matt consideró
la posibilidad de que Lucy pudiera haberlo seducido para irritar a su hermano,
pero con la misma rapidez, descartó la idea. Podría haberle mentido, pero no podía
fingir su clase de química. O la forma en que su cuerpo había respondido bajo su
trato. Cristo. Deja de pensar en ella.
Brent no había terminado de hablar de su hermana, sin embargo.
―Debería estar recibiendo una llamada en cualquier momento para sacarla
de apuros. Tal vez prenda las noticias y la vea aventarse desde el Edificio Chrysler.
Matt frunció el ceño en su casillero. Esa no sonaba como la chica con quien
había pasado el día. Una doble graduada en Syracuse. Inteligente y lógica, con un
increíble sentido del humor. Una chica con oportunidades de trabajo alineadas. Un
itinerario detallado de su semana en la ciudad. Entonces oí que me llamaste una
molestia… y supongo que sólo quise ser alguien que no te inspirara irritación. Sólo por un
día. La simpatía se agitó dentro de él antes de que se girara hasta detenerla. De
ninguna manera sentiría simpatía por ella. Ira, sí. Lujuria, como el infierno sí. Pero
no sentiría lástima por ella. No después de que le mintió.
Daniel se echó a reír.
―¿Todavía está en sus viejos trucos?
―En realidad, ha estado tranquila últimamente. Debe estar preparándose 61
para una gran explosión. ―Brent cerró su casillero y le dio vuelta a la cerradura―.
No conozco a su amiga Sasha, a quien trajo con ella desde Syracuse, sin embargo.
Tal vez sea la buena influencia. ―Inclinó su barbilla hacia Matt―. Le diste un
paseo. ¿Cómo es, Matty?
Los ojos de Matt se cerraron y luchó contra el repentino impulso de perforar
su casillero. Lucy, obviamente, no le había dicho a Brent que había venido sola.
¿Por qué? No lo sabía. Tampoco entendía la ola de inquietud que venía con el
conocimiento de que estaría sola en la ciudad durante toda la semana. Sólo sabía
que estaba siendo arrastrado a su mentira ahora. Haciendo algo que odiaba. A
menos que saliera limpio ahora. Con la intención de hacer precisamente eso, se
volvió. Brent lo observaba expectante, con su perpetua sonrisa tonta en su lugar.
Matt no pudo hacerlo. Tal vez si no la hubiera arrastrado a una puerta anoche y le
hubiera dicho todo tipo de cosas sucias, sabiendo muy bien quién era, podría
haberlo hecho. Pero lo había hecho. Incluso la deseaba de nuevo, a pesar de su
identidad. Y no pertenecía a ninguna parte cerca de ella.
―Jesús, Matt. Naciste en la época equivocada. ―Brent terminó de atar el
cordón de su bota―. Habrías hecho un infierno de estrella de cine mudo.
Los cuatro recibieron una llamada de emergencia al mismo tiempo. Matt dio
un suspiro de alivio, mientras enfundaba sus armas rápidamente y salía del
vestuario. Su mente debería haber estado en la situación a la que se dirigían.
En lugar de ello, pensó en el itinerario que Lucy había dejado
accidentalmente en su coche.

* * *

Lucy tomó un lugar a un lado de la multitud reunida y extendió su manta


sobre la hierba. Pensó que había llegado temprano a Bryant Park para conseguir
una mejor vista, pero faltaban quince minutos antes de que comenzara la
proyección al aire libre de Regreso al Futuro y todo el césped estaba lleno. Parejas y
grupos de amigos comían palomitas de maíz o perros calientes; algunos
espectadores aún daban furtivos sorbos encubiertos de sus bolsas de papel marrón.
La noche acababa de caer y el zumbido de las emocionadas conversaciones hizo a
Lucy sonreír. Podría estar sola, pero con tanta gente alrededor, no se sentía tan
solitaria como habría esperado. Los últimos seis años de su vida los había pasado
encorvada sobre un libro de texto en una biblioteca en silencio sepulcral. No había
comparación.
Estiró las piernas sobre la manta y se quitó las sandalias, disfrutando de la
62
brisa cálida, mientras levantaba el cabello de su cuello. Se sentía como si hubiera
estado viviendo en vaqueros y sudadera por la mayoría de los grados en la
escuela, por lo que se había puesto un vestido ligero esta noche. Con sus piernas
recién afeitadas, un vestido de verano, y sin asignaciones colgando sobre su cabeza
se sentía divina. Se recostó sobre sus codos y cerró los ojos, por primera vez,
dejándose disfrutar de lo que había logrado. La sensación sólo duró unos pocos
minutos porque un cosquilleo comenzó a lo largo de su cuero cabelludo. Mirando
a escondidas con un ojo abierto, movió una de las piernas en posición cruzada y
buscó la fuente del cosquilleo.
No le llevó mucho tiempo en absoluto localizarla. Su quietud lo delató. Al
otro lado del parque, apoyándose contra un árbol con sus brazos cruzados sobre su
pecho, estaba Matt. Por una fracción de segundo, antes de que pusiera su máscara
en su lugar, vio el hambre apretar las facciones oscuras y guapas. Enviando calor a
través de Lucy en una onda lenta, haciéndola consciente de cada centímetro de su
piel expuesta. Podía oír el ritmo de su respiración, alto en sus propios oídos. La
manta debajo de sus piernas pasó de cómoda a acariciante. ¿Qué estaba haciendo
aquí? ¿Vino sólo para estar allí en su uniforme viéndose delicioso, para torturarla?
Si era así, sagrados humos, estaba funcionando. Con el deseo corriendo por ella, se
sentía indecente sólo estar en un lugar público con tantos testigos.
La película comenzó entonces, con la pantalla gigante de proyección al frente
del parque parpadeando en blanco, luego pasando los créditos de apertura. Sin
embargo, Matt no se movió. ¿Por qué se sentía como si estuviera tocándola a un
centenar de metros de distancia? Todo el mundo a su alrededor se había instalado
en sus mantas, envueltos en la nostalgia mientras Marty McFly entraba al garaje de
Doc Brown en la primera escena. Trató de ignorar a Matt, realmente lo intentó. Él
había dejado perfectamente claro anoche que no quería tener nada que ver con ella.
Pero su mirada volvía a él continuamente, asegurándose de que todavía estaba allí.
Su lectura constante de ella la distraía al punto de que no podía concentrarse en la
película. Finalmente, tuvo suficiente. Necesitaba obligarlo a venir más cerca o a
irse.
Por favor, ven más cerca ahora.
Lucy desplegó sus piernas y se deslizó hacia adelante sobre su vientre. Apoyó
la barbilla en su mano, y cruzando sus tobillos, dejó que sus piernas se balancearan
adelante y atrás en el aire detrás de ella. Era una provocación planteada, sobre todo
para una chica sola, pero se consoló con el hecho de que nadie estuviera sentado
detrás de ella para ver sus muslos desnudos en exhibición. Como predijo, sin
embargo, a Matt no le gustó. Cuando se apartó del árbol con una expresión de
advertencia, un zumbido bajo comenzó en el estómago de Lucy, extendiéndose
hacia abajo con cada segundo que pasaba.
63
Estos instintos que tenía cuando se trataba de Matt eran completamente
nuevos, sin embargo, de alguna manera confiaba en ellos. Sabía lo que le excitaba
porque hacía lo mismo con ella. Volverlo loco, empujando sus límites, la hacía
sentirse deseable. Le daba una sensación de control y al mismo tiempo le daba
permiso para perder el control. Quería tentarlo más allá del punto de retorno para
que no tuviera otra opción sino cumplir sus necesidades con ella. En algún lugar
debajo de su estoica expresión, él también lo deseaba, o no estaría aquí.
Con las manos abriéndose y cerrándose a los costados, Lucy podía decir que
quería cerrar la distancia entre ellos. Ella se echó el cabello sobre su hombro,
dejando al descubierto su cuello, mientras al mismo tiempo retorcía las caderas
siempre tan ligeramente sobre la manta. Cuando Matt comenzó a acechar en
dirección a ella a través de la muchedumbre, sintió una oleada de triunfo, pero la
lujuria rápidamente la cubrió. Las cabezas femeninas se volvieron en su dirección
al pasar, pero él no quitó los ojos de encima de ella ni una vez. Matt mantenía un
aire de mando en todo momento, pero llevando su uniforme hoy, sólo aumentaba
su aire de autoridad. Quería besarlo. Quería que él se negara a darle un beso. Nada
tenía sentido más.
Matt finalmente la alcanzó, pero ella no hizo ningún movimiento para
cambiar su posición. Con un gruñido persistente en su garganta, él se arrodilló en
la manta al lado de ella.
―Siéntate ―ordenó, manteniendo la voz baja―. Inmediatamente.
―Estoy bien.
Su mirada se detuvo en su trasero antes de ir hacia abajo sobre sus muslos.
―Estás lo contrario a bien.
Todo debajo de su cintura se apretó.
―¿Q-qué estás haciendo aquí? ―Se las arregló para decir.
Él se sentó de nuevo en la manta manteniendo sus piernas dobladas,
moviéndose como un animal tan elegante que la respiración de Lucy vaciló.
―Tu hermano no sabe que estás sola. Al parecer, no terminaste de mentir
cuando te dejé el viernes.
Su duro comentario dio en el blanco y finalmente ella se sentó,
preguntándose si habría sabido que llamarla una mentirosa lograría su objetivo.
―Humor asesino ―murmuró―. Si viniste aquí para ponerme otra clavija, no
es necesario. Hiciste un trabajo excelente anoche.
―Sólo vine a ver cómo estás ―dijo él secamente. 64
El enojo corrió a lo largo de sus terminaciones nerviosas.
―No necesito ser revisada. Estoy viendo una película en el parque, no
bailando topless en Times Square. ―Cuando él sólo siguió mirándola, ella
suspiró―. Mira, no le mentí por el gusto de hacerlo. Él tiene todas estas cosas
sucediendo con su compromiso con Hayden. Por no hablar de los dos puestos de
trabajo. No quiero ser un…
―¿Molestia?
El oírle llamarla eso ―de nuevo― no le cayó bien. Lucy sabía por experiencia
que su enrojecimiento estaba subiendo por su cuello, coloreando sus mejillas, y se
negaba a dejar que lo viera. Agarró su bolso y trató de levantarse, pero Matt dobló
un brazo alrededor de su cintura en el último segundo y la arrastró hacia abajo a su
regazo.
―Oye. No quise decir eso. ―Su voz retumbó en su cuello y la hizo hundirse
hacia atrás contra él, el nuevo contacto permitiendo que su boca fuera a través del
cabello detrás de su oreja―. No es la primera vez que lo digo. Ahora no. ¿Está
bien?
Ella dejó escapar un suspiro.
―¿Puedes por favor eliminarla de tu vocabulario, entonces?
Matt tarareó en su garganta a modo de contestación. Ella no pudo evitar
admirar lo bien que se sentía estar en manos de él de esta manera. Mecida contra
su pecho, su temperatura corporal calentando cada centímetro de ella. Sus cuerpos
moldeados juntos, como si hubieran estado pegados. ¿Cómo podía haber
extrañado tocarlo cuando se habían conocido uno al otro por un corto período de
tiempo?
―¿Qué película es esa? ―le preguntó en su cabello.
Los ojos de Lucy se abrieron asombrados.
―Regreso al Futuro. ¿Nunca la has visto?
―No.
―Lloro por tu infancia.
La risa vacilante de Matt rodó a través de ella, pero rápidamente se distrajo
cuando sus ásperos dedos empezaron a dibujar patrones en la cara interna de su
muslo, jugando con el dobladillo de su vestido. Bien podría seguir acariciándole
entre sus piernas por las sensaciones que estaba creando.
―Ponme al día. 65
―¿Eh?
―De la película. Dime lo que está pasando.
Ella intentó tragar, pero tenía la boca seca.
―Um… sí. Doc Brown, el señor mayor que se ve perpetuamente estresado,
construyó una máquina del tiempo.
―¿Cómo?
Lucy volvió un poco la cabeza y captó su olor de cuero limpio.
―Básicamente, trucó un DeLorean. Y también… los gigavatios.
―¿Los gigavatios?
―De alguna manera tienes que suspender tu incredulidad para esto.
La comisura de su boca se torció.
―Incredulidad suspendida.
Oh Dios, en realidad debería sonreír más.
―Marty se remonta en el tiempo, pero todo se fastidia cuando su madre se
enamora de él.
―¿Qué tipo de película dijiste que era?
Ella se echó a reír, pero supo que sonó sin aliento.
―Es un clásico. ―Los dedos de Matt avanzaron más en su pierna,
deslizándose por debajo de su vestido, aislando efectivamente su diversión. Su
cabeza cayó hacia atrás contra su hombro mientras él enganchaba su brazo libre
alrededor de su sección media y la subía más alto en su regazo. Cuando su
erección se hinchó debajo de su trasero, Lucy lanzó un suspiro tembloroso.
―Mantente explicándomela. ¿Qué sucede con Marty?
―No puedes estar hablando en serio.
―¿Yo? ―Él inclinó sus caderas una vez, dos veces―. Siempre soy serio.
―Van al baile de la secundaria y Marty toca “Johnny B. Goode” y felices para
siempre ―dijo todo de un tirón. Con su gran cuerpo rodeándola, con evidente
excitación en su voz profunda, con el anhelo pasando a través de ella, se concentró
entre sus piernas.
Matt tomó una esquina de la manta y la arrojó sobre el regazo.
―¿Fuiste a los bailes de la secundaria, Lucy? ¿Eras la chica mala que tentaba
a todos los chicos? Sí, creo que lo fuiste.
En un rápido movimiento, hizo a un lado sus bragas y metió dos dedos 66
gruesos en su interior. La tomó por tal la sorpresa que un pequeño grito se habría
escapado de su garganta si Matt no hubiera cubierto su boca y tirado de su cabeza
hacia atrás sobre su hombro.
―Shh. ―Su aliento en su oreja envió un delicioso escalofrío a recorrerle la
espalda―. Quédate muy callada y muy quieta o todo el mundo sabrá que tengo
mis dedos en tu coño bajo esta manta. Tiene que ser nuestro secreto, ¿no, chica?
Cuando Lucy pudo respirar normalmente, asintió. La ilicitud de la situación
la golpeó con toda su fuerza.
No sólo esta era la hermana de su mejor amigo, sino que él era un oficial ESU.
En uniforme. Se habría estado mintiendo a sí misma si decía que el riesgo encima
del anhelo en su vientre la saturaba. Sus dedos estaban altos y apretados dentro de
ella, creando una presión palpitante. Sentía como si su supervivencia dependiera
de lo que sucediera después. Con un valiente esfuerzo, trató de frenar su
respiración poco profunda y relajarse en su contra, para que nadie se diera cuenta
de lo que estaban haciendo. De lo contrario él podría detenerse. No. No lo hagas. No
te detengas.
―Buena chica, Lucy. ―Su lengua delineó su oreja, pero aun así los dedos no
se movieron―. Tu trasero se siente bien en mi pene. No llegamos tan lejos la
última vez, ¿verdad?
Ella gimió en su mano, sus caderas comenzaron a dar vueltas por propia
voluntad.
―Si no te detienes en este momento ―gruñó él―, voy a quitar mis dedos.
No. Te. Muevas. Te sentarás así toda la película.
Inmediatamente, sus caderas se quedaron inmóviles. Quería llorar de
frustración, pero no podía hacer nada, excepto seguir inmóvil. Su pulgar rozó su
clítoris una vez, sólo una vez, y ella empezó a temblar. Oh, por favor, ¿por qué no me
das lo que necesito? Lo necesito. Lo necesito.
―¿Tienes que venirte, Lucy? No tomaría mucho, tal vez un par de golpes de
mi pulgar y conseguirías alivio. Completaría mi turno con tu placer en mis dedos.
Lucy se acercó y quitó la mano de su boca.
―Por favor ―susurró―. Matt, lo necesito.
―¿Sabes cuántas veces me vine pensando en ti anoche? ―Él le dio una
rápida, enojada mordida en su hombro―. ¿Pensando en tu coño húmedo caliente?
Sus palabras, el aguijón que irradiaba de su hombro, la enviaron más cerca
del precipicio. Al mismo tiempo, la presión creció y se hizo más insistente, aunque 67
él ni siquiera había movido sus dedos.
―Lo siento. Por favor, Matt. Duele.
―Pensé en ti, que te gusto la forma en que te lastimé. ―Su pulgar sacudió su
clítoris hasta que ella apretó los dientes con tanta fuerza en su labio, que estaba
segura de que se sacó sangre. De pronto, él se detuvo―. ¿O es que fue una mentira
también?
El mundo de Lucy se inclinó momentáneamente mientras sus palabras se
registraron. Su oído interno jadeó al unísono con la audiencia, un miembro de la
primera fila se movió impresionado. ¿Era por eso que él había llegado aquí? ¿La
estaba castigando por haberle mentido? Incluso con un montón de hormonas en
ebullición a través de ella, la idea de que usara su atracción en su contra era
exasperante. Cada momento físico que habían pasado había sido honesto. Este
momento era honesto. Ella no había retenido ni una sola parte de vuelta. Matt
cuestionando su veracidad cuando se trataba del placer que habían experimentado
juntos… se sentía como una traición. Lo hacía, y a ella, la hacía sentirse barata.
Lucy no supo de donde encontró la voluntad para empujar su mano y
deslizarse fuera de su regazo, pero de alguna manera lo consiguió. Matt intentó
mantenerla en su contra, pero la soltó cuando ella comenzó a luchar en serio.
―¿Te gustó eso? ―susurró ella con furia―. ¿Torturarme?
Su expresión era una mezcla de confusión y excitación cruda.
―Lucy…
―Eso fue bajo, Matt. ―Su voz temblaba―. Venir a mí… así.
Si no hubiera estado observándolo muy de cerca, se habría perdido el matiz
de culpabilidad que le pasó por las facciones. Había tenido razón. La había estado
castigando. Con la intención de darle placer. Había llegado aquí por alguna forma
de venganza.
―No soy tan dura. ―Ella se puso de pie, retrocediendo mientras Matt se
ponía de pie también―. No te acerques a mí otra vez.
Decidiendo deshacerse de la manta en vez de ir a alguna parte cerca de él,
Lucy se dio la vuelta y se dirigió a la calle. No se sorprendió al sentir la mano de
Matt alrededor de su codo antes de llegar a la acera. Con una maldición, él la atrajo
hacia su pecho.
―Tienes una idea equivocada. No era mi intención que…
―Si vas a castigarme, Matt… ambos tenemos que estar en el borde para ello.
Y yo no lo estoy. No de esa forma. No me gusta sentirme manipulada.
Él se pellizcó el puente de la nariz, abriendo la boca para hablar. 68
Su radio de dos vías en el hombro crujió a la vida. Una voz nasal femenina
lanzó una serie de códigos que sonaron extraños para ella. Una cosa era obvia por
su expresión, sin embargo. Era necesario en otro lugar. Matt lo miró como si
quisiera arrancar la cosa de su cuerpo y arrojarlo al cubo de basura más cercano.
―Hablaremos de esto ―dijo con voz ronca.
―¿Cuál es el punto? ―Lucy levantó su bolso más alto en su hombro y se
alejó. Su orgullo había sido maltratado. Le dolía el cuerpo por algo que sólo Matt
podía darle. Tenía que alejarse de él y pensar.
Cuando giró la esquina hacia la gran casa vacía de la ciudad de Hayden,
había una parte innegable en ella rogándole que lo siguiera, pero lo anuló,
aumentando su ritmo en su lugar.
M
att estaba entre las parpadeantes luces azules y rojas de la calle
cuarenta y dos West mientras el civil era cargado en una
ambulancia en espera. Un autobús desde el centro de la ciudad se
había volcado cuando el conductor trató de dar un giro a la izquierda a una
velocidad demasiado alta, estrellándose a través de una ventana de una tienda
departamental. Como francotirador, no había mucho que pudiera hacer en esta
situación, además de ayudar a los trabajadores de rescate a sacar con cuidado a los
heridos del destrozado autobús y a bloquear el área inmediata que rodeaba el
accidente. Sus particulares habilidades eran necesarias en muy diferentes
situaciones, tales como separar rehenes o persecuciones de alta velocidad cuando
un vehículo necesitaba ser desactivado desde la distancia. Pasó el resto de su 69
tiempo en la patrulla, utilizando su otro entrenamiento ESU, como con la situación
de esta noche.
Ahora que ya no tenía nada que lo distrajera, su mente fue inmediatamente
de nuevo a Lucy. Sólo la idea de ella venía con una ola de disgusto tan poderosa,
que quería romper algo con sus manos desnudas. Seriamente la había jodido esta
noche. Al ir a Bryant Park para comprobarla, su intención había sido mantener una
distancia de seguridad, sólo para asegurarse de que nadie la molestara. Al menos,
eso era lo que se había dicho a sí mismo. Si era honesto durante dos segundos,
admitiría que había estado muriéndose por verla. Entonces ella había estado tan
cerca, tendida en la hierba, con la noche cayendo a su alrededor. Se había visto tan
malditamente hermosa en su vestido, con una sonrisa contenta en sus labios, que
no había tenido más remedio que acercarse. Como si hubiera estado magnetizado.
Ella no había estado sonriendo por mucho tiempo, sin embargo. En la manera
típica de Matt, había encontrado una manera de arruinar su noche y romper la
confianza que le había dado tan libremente. Lo que le había hecho en el parque
había sido una forma de tortura, sobre todo para una chica sensible, desinhibida
como Lucy.
Una mirada a ella había sacudido las cadenas que había envuelto alrededor
de sus necesidades, tentando a sus demonios internos para ir a la superficie.
Demonios que pertenecían a su pasado, pero que se negaban a permanecer allí. No
había podido conseguir un manejo de ellos o considerado las consecuencias antes
de torcerse por la falta de honradez con el permiso de castigarla. Al retener su
placer, había hecho que se sintiera avergonzada, o peor, ridiculizada.
Completamente inexcusable. Lucy no tenía nada que ver con su pasado o lo que
había hecho con él.
Lo que ella no sabía era, que demonios o no, él no habría podido aguantar
mucho más. Había estado desesperado por sentir su clímax alrededor de sus
dedos.
Matt se frotó la parte posterior de su cuello con impaciencia. La parte racional
de él insistía en que su reacción indignada era algo bueno. De un solo golpe, había
garantizado que no iría a él nunca más. Ella lo había dejado examinar su cuerpo
con esos vidriosos ojos de mar, como si quisiera arrancarle la ropa en la primera
oportunidad. Detuvo sus ruegos con su lenguaje corporal para una repetición de
su tarde en la habitación del motel. Con suerte, decidiría que había tenido
suficiente diversión incursionando en su mundo y seguiría adelante.
¿Cierto?
Joder no. Esas eran todas falsedades que se había dicho en un intento para
que se le pegaran. Para apaciguar la conciencia que le decía una y otra vez, no eres 70
el adecuado para ella. O para nadie. Lo había comprobado esta noche, ¿no? Pero a
pesar de todo eso, lo que realmente quería, tanto que le temblaban las manos, era ir
atrás en el tiempo y darle ese orgasmo. Del tipo que hacía que tus muslos se
apretaran y sus palabras se deslizaran. El hecho de que la dejara alejarse
insatisfecha lo hacía sentirse como un animal enjaulado. Podría estar jodido,
podría ser que estuviera completamente fuera de base, pero había tomado de
alguna manera la responsabilidad mental de Lucy. De su placer. Mía. No satisfice lo
que es mío.
Era peligroso pensar en ella en esos términos, porque nunca podría suceder.
Mira cómo su control lo abandonaba en su presencia. Había ido por ese camino,
siendo visto por la gente que había conocido tan bien lo que lo había excitado,
mirándolo como a un extraño. Su pasado desordenado nunca podría tocarla. Ella
lo veía como una de sus aventuras y nada más. Mientras todavía estaba a tiempo,
debería alejarse. Dejar de hacer excusas para verla. Para tocarla.
En su lugar, se encontró con su camioneta ESU dando la vuelta hacia Upper
West Side, en lugar de al centro donde vivía. Al segundo que tomó la inconsciente
decisión, sintió la fiebre del alivio a través de él, lo que rápidamente se convirtió en
un bajo fuego lento y constante de calor bajo su piel. Una vez más. Sólo una vez
más para poder corregir el error de juicio que había hecho antes. No podría dormir
o comer o concentrarse hasta darle a Lucy de lo que imprudentemente la había
privado debajo de la manta. Su mente se rebelaba en contra de cualquier otro
resultado.
Ella me necesita.
Ese pensamiento hizo caso omiso de cada advertencia en su cabeza. Ella es
demasiado limpia. Demasiado brillante. La contaminarás. Es la hermana de Brent y ya
sobrepasaste seriamente tus límites. Déjala en paz.
Ella me necesita.
A la mierda, yo la necesito también.
Matt estacionó su vehículo fuera de la casa de la ciudad y subió los escalones
de dos en dos. Se detuvo brevemente en la puerta, dándose un momento para
aceptar lo que esto significaría para ella. Eso significaba que la deseaba a pesar de
la mentira. Eso significaba que ya no tendría derecho a mantenerlo en su contra.
Significaba un gigante vete a la mierda de hacer lo correcto.
Ya estaba luchando contra las demandas de su cuerpo y no podía pensar más
allá de ellas. Por varios largos, segundo de ansiedad, no pensó que fuera a abrir la
puerta, hasta que vio pasar una sombra delante de la mirilla. Luego, el silencio. 71
Ella no quería abrir la puerta. Su garganta se estrechó con ese hecho.
―Déjame entrar, Lucy. ―Jesús, apenas reconoció su propia voz. Sonaba
como si se hubiera tragado hojas de afeitar.
Nada. Ella no respondió y él no escuchó ningún movimiento. Se devanó los
sesos tratando de recordar alguna gota pérdida de conocimiento que hubiera
aprendido de Daniel y de las inmersiones precipitadas de Brent en el asunto de las
parejas. Cualquier cosa que le pudiera ayudar aquí. Entonces se le ocurrió.
Disculparse. Los hombres siempre estaban olvidando simplemente pedir
disculpas. ¿No había sido él quien le dijo eso a Brent?
―Lo siento malditamente tanto, nena. ―Suspiró contra la madera dura―.
Abre la puerta para mí. Tengo que verte.
La cerradura giró y muy lentamente la puerta se abrió. Lucy se quedó delante
de él en un camiseta blanca que apenas llegaba a sus muslos. Tenía los ojos
hinchados. ¿Por dormir o por llorar? Su corazón se apoderó de la idea de que
podría ser por lo último. Descalza, con el cabello cayendo alrededor de sus
mejillas, se veía tan dolorosamente frágil, que quiso caer de rodillas y enterrar su
cara en su piel. Absorber su calidez y darle la suya a cambio.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―preguntó ella, la nota de cautela en su voz lo
golpeó en el estómago.
Matt no tenía las palabras. Rara vez las tenía. Todo se había quedado
encerrado en su cabeza tanto tiempo, que no sabía más cómo decir lo correcto. Así
que apoyó el brazo en el marco de la puerta y la abrazó estrechamente, dando
gracias a Dios cuando sus labios se abrieron con conciencia. No había logrado
borrar su atracción por él, por lo menos.
―Lo siento, Lucy. ―Se arriesgó y dejó que su boca fuera por la suya
suavemente―. Lo siento mucho.
Su respiración se detuvo cuando ella se tambaleó más cerca.
―¿Por qué?
―No te hice sentir bien cuando lo necesitaste. ―Trazó su labio inferior con la
lengua―. Permíteme poder arreglarlo.
―Matt ―comenzó, sacudiendo la cabeza. La estaba perdiendo, por lo que dio
un paso más allá. No podía darse el lujo de dejar que dijera que no. Enganchó un
dedo en la parte delantera de sus bragas bajas y tiró de ella más cerca, satisfecho
cuando sus párpados se cerraron―. Probablemente no deberías entrar.
―¿No? ―Su mano se deslizó sobre su vientre, luego abajo por lo que sus 72
nudillos pudieron correr justo debajo del borde de su ropa interior―. Si no me
dejas entrar, ¿cómo voy a saber si eres dulce en todo?
Al ver que la había distraído con esa pregunta, la metió en la casa y le dio una
patada a la puerta cerrándola detrás de él.
―¿Cómo pretendes descubrir eso?
Ella lo sabía. Matt podía decirlo por la forma en que sus ojos lo desafiaron
desde debajo de sus pestañas. Sólo quería oírselo decir. Cristo, esta chica lo ponía
caliente. De alguna manera inocente, tentadora, y desafiante todo al mismo tiempo.
La cautela seguía allí, también, inculcándole una urgencia renovada en él para
reemplazar el temor en sus ojos por pasión.
Sus pechos se esbozaban por su fina camiseta, advirtiéndole del hecho de que
no llevaba sujetador. Se levantaban y caían con sus vivificadas respiraciones
mientras observaba su rostro. Un deseo de sacarla de esa camiseta para poder
chupar y lamer su camino sobre cada centímetro de su perfecto cuerpo quemó
cualquier otra cosa fuera de su universo. Él se dio cuenta de que sus pensamientos,
debían mostrarse en su cara porque su propia expresión cambió, nublada por la
necesidad.
Sin perder un instante, Matt llevó su boca a la de ella. Maldición. Un gemido
rasgó su garganta. No la había besado antes y la sensación de sus labios provocó
una nueva ola de calor. Había olvidado lo que se sentía deslizar su lengua a lo
largo de ella, sentir sus labios gruesos abrirse para acomodarlo. Besar a Lucy se
sentía como respirar. No tenía que pensar en ello. Simplemente se movieron juntos,
con su instinto haciéndose cargo. De mala gana, él se apartó para dejarla recuperar
el aliento. Ya su pene se sentía que estaba siendo estrangulado en su pantalón.
Mientras ella obtenía oxígeno, él habló contra sus labios.
―¿Me darás una pequeña probada agradable, Lucy?
En lugar de responder, ella entrelazó sus dedos por su cabello y tiró de él
hacia abajo para otro ardiente beso. Matt tomó su trasero en sus manos y la
impulsó para poder envolver sus piernas alrededor de su cintura. Inmediatamente,
ella lo apretó y comenzó un pequeño movimiento de retorcimiento caliente que lo
hizo detenerse para presionarla contra la pared más cercana, para darle tres
estocadas rápidas con sus caderas.
―La follada más caliente de mi vida ―gruñó él en su cuello―. No puedo
pensar en una maldita cosa, excepto en volver a estar dentro de ti. ¿Qué me hiciste?
No, no podía perderse en ella de esta manera. Esta noche estaba a punto de
darle de lo que la había privado en el parque. No podía esperar a dárselo. Con un
gruñido, tiró de ella hacia fuera de la pared y la acompañó a la sala de estar. 73
Rompió el beso para ponerla en la superficie más cercana, una gran otomana en el
opulento salón. Dios bendiga a la chica, ella se pasó su propia camiseta sobre su
cabeza, empujando sus rizos para que le cayeran sobre un ojo, lo que hizo que su
mirada fuera como la de una Playboy en lugar de una estudiante de posgrado que
tocaba el acordeón. Lo miró, toda labios hinchados, pechos hacia arriba y ojos
verdes excitados, y su corazón se tropezó sobre sí mismo.
Si no tengo cuidado, ella me cortará en pedazos.
Cuando sus dedos comenzaron a desabrochar la hebilla de su cinturón, él
volvió en sí. Tomó su camisa por el dobladillo y la desechó al suelo. En manos y
rodillas merodeó sobre ella hasta que se vio obligada a quedar de espaldas, con las
manos ocupadas y fuera de su cinturón.
―No, no. Sé que me chupas tan bien. Pero mi boca te dará placer esta noche.
Le dio un largo pellizco a su pezón y ella gimió.
―Tuérceme el brazo, ¿por qué no lo haces?
Matt arrastró su lengua entre sus senos, tomando el otro pezón entre los
labios y chupándolo, tarareando en su garganta para enviar vibraciones a través de
su cuerpo. Cuando su espalda se arqueó, sus uñas cortaron sus hombros, y él
siguió su toque a la parte interior de sus muslos. Ellos se abrieron para él, un
espectáculo de presentación que hizo a su pulso brincar con calor. Con orgullo.
Cuando comenzó a masajear a Lucy través de sus bragas ya húmedas, ella
casi se salió de la otomana.
―Matt. Dios mío.
―¿Te tocaste aquí cuando llegaste a casa, niña? ¿Tal vez viendo un poco de
porno para seguir donde mis dedos te dejaron?
Ella se sonrojó, pero negó frenéticamente en la superficie suave.
―No.
Gracias a Dios. Había querido ser el único.
―Dime por qué.
―No sé, yo… ―Sus ojos estaban fuertemente cerrados―. No quería ceder a
ello. No quería admitir que habías llegado a mí.
¿Esta chica nunca dejaría de sorprenderlo? Empujó su ropa interior a un lado
y trazó su apertura con su dedo medio. Húmeda. Hermosa.
―Pero llego a ti. ¿No es así?
―Sí ―susurró ella, matándolo―. Yo llego a ti también. 74
Él se sintió transparente en ese momento, como si ella pudiera ver directo
más allá de sus defensas. Eso lo alarmó, obligándolo a marcharse de nuevo antes
de que ella pudiera decir algo más y lo despojara por completo. Dando una succión
definitiva de su delicioso seno, comenzó a arrastrar su lengua en su vientre. Ella se
estremeció debajo de su trato, su ombligo se apretó al ritmo de sus pequeños
jadeos calientes. Sin apartar los labios de su piel caliente, deslizó sus bragas por sus
piernas, finalmente dejándola al descubierto por completo.
―Mírate, abriendo las piernas para un beso. ―Empujó dos dedos en su calor,
jurando bajo por lo resbaladizo de su excitación. Ella echó la cabeza hacia atrás, sus
caderas levantándose y bajando, tan desinhibida como la recordaba―. La primera
vez que te acaricie con la lengua para que te vengas, será una disculpa. La segunda
será una recompensa por la espera. ―Él cayó de rodillas y tomó su primer
intoxicante sabor de Lucy. Un gruñido se abrió camino libre de su pecho―. La
tercera vez será porque putamente me encanta oír tus gritos.
―Matt. Ahora. ¡Por favor!
Él quería tomarse su tiempo, pero no pudo detenerse una vez que comenzó.
La forma en que ella gimió su nombre mientras su lengua rodeaba su clítoris lo
hacía sentirse como un dios. En un esfuerzo por acercarse lo más humanamente
posible, lanzó sus piernas sobre sus hombros y se centró en voltear su mundo al
revés. Cuando sus muslos comenzaron a apretarse y a sacudir sus orejas, él movió
su dedo medio dentro y fuera de su entrada, chupando con el aumento de la
presión en ese manojo de nervios que la enviaría lejos. Su pene se presionó contra
la otomana, con sus caderas bombeando rítmicamente mientras la imaginaba
follando, siendo rodeado por todo ese calor apretado.
Después de unos segundos demasiado breves, ella clavó las uñas en su
cabello y tiró, su carne dio espasmos contra su boca.
―Dios mío. Es tan bueno. Tan bueno.
Él continuó con sus atenciones, pero mantuvo sus ojos en su cuerpo curvado
mientras ella se corría. Lucy era el espectáculo más increíble que podía recordar.
Había temido que se convirtiera en una adicción, y veía ahora que su preocupación
había sido más que justificada. Su propia condición se estaba deteriorando
rápidamente, enviándolo a la locura. El hambre bombeó locamente en sus venas.
No iba a ceder al impulso de subirse a la parte superior de su cuerpo y a cabalgarla
hasta que se cansara de escuchar su nombre gritado al techo. O sea como en,
nunca. No lo haría. Esto era para ella. Sólo para ella.
Cuando ella se sentó, Matt alzó una mano y pasó los dedos sobre su pecho.
―Eres dulce en todo, ¿no es así? En tu boca. En tus pezones. ―Suavemente,
75
mordió el interior de su muslo antes de lamer el aguijón―. En tu coño. ―Su
lengua encontró su centro de nuevo, moviendo su sensible clítoris suavemente―.
Me gusta escucharte rogar, nena. Hazlo otra vez.
Ella gimió, tomando su propio cabello en sus agitados puños.
―Eso fue... quiero decir, maldita…
―Lucy. ―Matt empujó y arrastró su dolorosa erección contra el lado de la
otomana―. Una vez más
―No. ―Ella trató de incorporarse―. Vente conmigo.
Él empujó sus muslos abiertos con un gruñido.
―Sí. Me gustaría otro, por favor. Esa es la respuesta correcta.
Por un momento cargado de emoción, ella sólo lo miró a través de ojos
entrecerrados, como si fuera a protestar de nuevo. Hasta que él la saboreó en una
gran, profunda lamida. Su cuerpo se estremeció, con sus rodillas abiertas una vez
más.
―S-sí. Me gustaría otro, por fa… Oh, Dios.
L
ucy despertó sobresaltada cuando su público en el estudio comenzó a
cantar su nombre, suavemente al principio, luego más y más fuerte.
Como si hubiera hecho algo para ganarse su aprobación. ¿Pero qué?
Sus ojos se abrieron de golpe, los acontecimientos de la noche se estrellaron a
través de su memoria como un rinoceronte en la selva. Matt apareciendo en su
puerta viéndose angustiado. Hambriento. Dándole placer arrodillado hasta que
sus cuerdas vocales se quedaron en crudo. Básicamente, la había enviado a un
coma de orgasmos. ¿Ese hecho debía causarle vergüenza o hacer que se sintiera
como una estrella de rock?
Su audiencia en el estudio de inmediato dejó de cantar su nombre y comenzó
con el: ¡Estrella de rock, estrella del rock, estrella de rock! Sintió que sus labios se 76
levantaban en una sonrisa satisfecha. Maldita sea, estrella de rock. Llámenla Mick
Jagger porque…
Alguien se movió detrás de ella en la gigantesca cama de invitados y Lucy
ahogó un chillido de pánico. Un pesado brazo se deslizó alrededor de su cintura,
rastrojo masculino raspando su cuello, acompañado de un ruido satisfecho. Un
aroma a limpio llenó su nariz, tan masculino que hacía agua la boca. Eso la calmó,
aun cuando hizo aletear su vientre con nervios repentinos. ¿Matt se había quedado
anoche? No lo recordaba llevándola a la cama, ni permitiéndole pensar más allá de
sus momentos robados juntos. No con Matt, que seguía siendo difícil de alcanzar.
A pesar de su intento de castigarla en el parque, hubo una transición rápida
de la ira a un charco de temblorosa necesidad. Algo que parecía suceder con
frecuencia cuando se trataba de Matt. Había oído la crudeza de su voz y no tuvo
más remedio que abrir la puerta. Su expresión mientras se había situado junto a la
luz había sido su perdición final. El arrepentimiento había sido un ser vivo escrito
por todo su rostro. Antes de que hubiera formado un pensamiento racional, había
estado en contacto con ella, besándola, hablando con ella de una manera baja,
abiertamente sexual que le daba piel de gallina cada vez que susurraba a través de
su mente. En vez de darle el infierno como había planeado hacer si alguna vez se
cruzaban de nuevo, había extendido sus muslos más rápido que un instructor de
Pilates.
No sabía lo que significaba que nunca hubiera, en algún punto de anoche,
tomado su propio placer. Había estado más que dispuesta a dárselo, recordó
habérselo dicho explícitamente en más de una ocasión, de hecho. Sin embargo,
había seguido negándose, a pesar de que se había excitado notablemente. Como
en, duro durante días. Sin embargo, a pesar de los orgasmos, no habían hablado
realmente sobre lo que parecía seguir ocurriendo entre ellos, por lo que a la luz del
día, ayer por la noche se había sentido un poco como uno de esos sueños que te
dejaban sintiéndote ansiosa y confundida acerca de su significado.
Sus caderas se empujaron contra su trasero entonces, distrayéndola a fondo.
La excitación mezclándose a través de ella cuando sintió su erección palpitante e
insistente detrás. Puesto que no había hablado, no sabía si estaba despierto o si su
cuerpo era el que hablaba. Su musculoso brazo se apretó, atrayéndola contra su
pecho, rodando sus caderas lentamente, fusionándola en un charco sensual. Sintió
que se movía, entonces el sonido de un empaque fue desgarrado y abierto. Su
mano se deslizó entre sus cuerpos para rodar un condón.
―Voy a follarte ahora, Lucy ―gruñó en su cabello.
Se quedó sin aliento. 77
―Ya era hora.
Su mano siguió de su garganta, a su mandíbula y apretó.
―Cuida la forma en que me hablas.
Un ritmo furioso empezó a golpear dentro de Lucy. ¿Cuántas caras tenía este
hombre? Acariciándola un minuto, exigiendo al siguiente. No podía mantener el
ritmo, sin embargo, ambos lados hacían cosas increíbles con ella. En la película de
anoche había estado enojada sobre su uso de la mentira como una razón para
negarle su placer, pero hasta ese punto la retardada gratificación había sido un
gran paso. Incluso después de lo que había hecho hasta ahora, sospechaba que
seguía frenándose. Quería más… todo.
―Lo siento ―se oyó decir, el sonido de su disculpa ronca de alguna manera
la excitó incluso más. Así lo hizo el hecho de que no había visto realmente su cara
sin embargo, sólo escuchaba su voz, sentía su cuerpo. Se sentía como una fantasía
erótica, excepto que las reacciones de su cuerpo le decían que estaba
definitivamente excitado.
Rápidamente, Matt tiró de sus bragas hasta los tobillos. Conteniendo la
respiración, ella las bajó el resto del camino esperando ansiosamente su próximo
movimiento. Su mano descansó sobre su rodilla por un momento, tocándola y
enviando corrientes de electricidad a lo largo de su piel. Entonces hizo que se
separara y la puso a descansar de nuevo en su muslo dejándola abierta, con su
centro expuesto.
―¿Lamí o no, tu hermoso coño anoche hasta que perdiste la conciencia?
―Hundió dos gruesos dedos dentro de ella, haciéndola gemir fuertemente―. Una
respuesta, Lucy.
―S-sí ―respondió en un estremecimiento―. Eso ocurrió.
Giró sus dedos, acariciando pausadamente sus sensibles paredes interiores.
―Así que cuando dices “ya era hora” hace que me pregunte de qué
demonios estás hablando.
No parecía posible después de los innumerables orgasmos que había llegado
a tener anoche, pero su vientre se apretó de nuevo como un tambor. Un dolor se
formó bajo y pesado, todo controlado por la mano de Matt. Lo acumuló en su
cerebro de modo que lo hizo seguir tocándola y respondió:
―Estaba hablando de ti. Tú no…
Le dio un fuerte golpe entre las piernas.
―¿Yo no qué? 78
―¡Ah! ―El impacto del placer la inundó, Lucy buscó una respuesta
adecuada. Su clítoris palpitaba donde le había dado la bofetada. Había dolor, pero
oh, más que nada una conducida necesidad fuerte la sacudió―. Te quería dentro
de mí.
―Oh, lo recuerdo. ―Su divertida respuesta envió un lavado de cálido aliento
sobre su oreja―. Todos tus ruegos y gemidos calientes de “Por favor, Matt. Fóllame.
Fóllame. Lo necesito tanto”. ―Otra bofetada entre sus muslos, justo por encima del
manojo de nervios sensibles―. ¿Disfrutas volviéndome loco?
Lucy gimió mientras su pulgar acariciaba su clítoris.
―Un poco, sí.
―Respuesta equivocada. ―Sin previo aviso, llevó su erección a casa dentro
de ella―. Joderrrrr.
La misma blasfemia, interminable se hizo eco en la cabeza de Lucy, pero todo
lo que salió fue un grito ahogado. Después de horas de necesitar ser llenada por
Matt, por fin había sucedido y de alguna manera superaba el recuerdo de la última
vez. Una hazaña increíble debido a que había fundido su mente en esa habitación
de motel. Sintió su enorme y palpitante pene profundamente en su interior, pero él
no se movió. Sospechaba que estaba calmándose a sí mismo, acostumbrándose a la
sensación de sus cuerpos unidos. La evidencia de que le afectaba tanto como la
afectaba la llenaba de confianza. La hacía sentirse deseada. Necesaria. Vital.
―Tira de las rodillas hacia tu pecho. ―Su voz era grave―. Mantenlas allí. Y
quédate así.
Levantó las rodillas y pasó sus brazos por debajo de ellas, con los ojos
cerrados aleteando con anticipación. Cuando él imitó sus acciones, superponiendo
sus brazos como bandas y tirando con más fuerza contra él, dejaron escapar un
gemido simultáneo. No creía que dos personas pudieran ser más cercanas de lo
que estaban en ese momento, con ella acurrucada a su lado con su cuerpo
envolviéndola.
―Oh, por favor. Por favor ―pidió, necesitando moverse.
Poco a poco se retiró, luego embistió más profundamente que antes.
―No más rogar o quedarás sobre tus rodillas. ¿Me escuchas? ―Sonaba como
si hablara con los dientes apretados.
Asintió frenéticamente.
―Sí. ―Otra vez, otra vez. Por favor, mantente en movimiento. 79
Salió centímetro a centímetro antes de conducirse de nuevo, hasta la
empuñadura.
―Todavía puedo probarte en mi lengua, nena. Me desperté dos veces anoche
con ganas de más. ―Cinco estocadas rápidas la hicieron sollozar su nombre. Dios,
estaba tan profundo. Más profundo de lo que había pensado posible―. ¿Estás
tratando de hacerme un adicto?
―¡Sí! ―gritó la palabra sin pensar, pero supo de inmediato que era verdad.
Sí, en este momento, con él localizando todas las necesidades de su cuerpo
temblando con una precisión perfecta, quería que fuera adicto a ella. No le
importaba lo que supiera o lo que pensaba de él, tampoco. Sólo necesitaba más.
―¿Es así? ―Sus dientes mordieron su hombro, su cadera empezó a bombear
salvajemente―. Misión cumplida.
Su orgasmo se levantó rápidamente a la superficie. Usando el poco poder que
tenía, Lucy movió sus caderas de ida y vuelta, encontrándose con sus embestidas.
La fricción la envió más cerca, tan delirantemente cerca, que pudo degustar la
sangre donde sus dientes se hundieron en sus labios. Un grito se formó en su
garganta, cuando comenzó a venirse.
Matt aminoró el asalto, riendo oscuramente cuando ella gritó.
―Esperarás, Lucy. No estoy listo para dejar de follarte todavía. Y eso es
exactamente lo que sucederá si aprietas sobre mí. Volaré directo fuera de tu coño.
Se sentía mareada y caliente. Sus piernas temblaban fuera de control pero no
tuvo más remedio que absorber sus largas embestidas medidas, aunque quería
gritar para que fuera más rápido.
―Oh Dios. Voy a morir.
Matt se retiró por completo y la volteó sobre su espalda. No tuvo tiempo para
prepararse antes de que empujara sus muslos ampliamente y se estrellara contra
ella. Una y otra y otra vez. Tomó sus manos y las subió sobre su cabeza mientras
gemía en su cuello. Lucy sólo pudo gritar su nombre hacia el techo mientras su
liberación se cernía cerca una vez más. Trató de contenerse sabiendo que se
retrasaría si mostraba señales de llegar al final. La visión de su elegante cuerpo y
hermoso rostro, concentrado sobre ella no se lo permitió sin embargo y su núcleo
comenzó a apretarse desesperadamente alrededor de su erección. Sabía que lo
sintió cuando echó atrás la cabeza con un gemido.
―Matt, por favor. No puedo esperar.
Sin detener sus brutales embestidas, se inclinó y mordió su labio inferior.
80
―Te vendrás porque te lo permitiré. Sólo lo harás por mí.
―Sí. ¡Sí!
―Apriétame entonces. Saca la leche fuera de mí.
Lucy pasó las uñas por su trasero, tirando de él más cerca mientras contraía
sus paredes interiores. Mantuvo los ojos abiertos, memorizando la forma en que su
mandíbula se aflojó, con ojos ciegos mientras él explotaba, vaciándose en gran
medida dentro. Su potente reacción combinada con la musculosa carne de su
trasero bombeando bajo sus palmas la envió en espiral sobre el borde, con lo que la
rodeaba volviéndose insignificante mientras la llevaba a través de un orgasmo
impresionante.
―Maldita sea, Lucy ―gruñó, derrumbándose sobre ella―. No puedo parar
esto. ¿Cómo puedo detenerme?
Su cerebro tenía un montón de ruido de fondo, Lucy sólo pudo enhebrar sus
dedos por su cabello, la acción calmándolos a los dos. Cuando comenzó a moverse
fuera de ella, cerró sus piernas alrededor de sus caderas para mantenerlo allí.
La miró por un silencioso instante, luego hundió la cara en su cabello.
Poco después, volvieron a quedarse dormidos.
* * *

Matt ralentizó su apresurada marcha mientras caminaba a la cocina y


encontraba a Lucy sentada en el mostrador, con una enorme camiseta de Syracuse.
Ella no lo vio entrar en un primer momento, viéndose profunda en sus
pensamientos mientras… ¿asaba un malvavisco?
Negó y apoyó un hombro contra la pared para verla, seguro de que estaba
viendo cosas. Había extendido una percha de alambre y empalado la confección
blanca y esponjosa en el extremo, sujetándola sobre el quemador de gas. A su lado
en el mostrador había una caja abierta de galletas y una extra grande barra de
Hersheys. Estaba haciendo s'mores2. A las ocho de la mañana. La idea parecía
ridícula, pero cuando se combinaba con Lucy, de algún modo tenía mucho sentido.
El sol entraba por la ventana de la cocina, reflejándose en el color fresa de su
cabello, toda la escena era un recordatorio brutal de que era todo lo que él no era.
Un faro de luz mientras estaba al otro lado de la habitación en las sombras. Todo
dentro de él lo empujaba hacia ella necesitando tocar esa luz, pero se rebeló contra
ello, convencido de que podría oscurecerla con su influencia. 81
Hace unos minutos, cuando se había despertado y encontró que se había ido,
había sido presa de un pánico injustificado. Habían estado en su cama, que estaba
donde se alojaba. No podía haber ido muy lejos. Eso no había detenido su prisa en
ponerse su pantalón ni en salir de la habitación en su búsqueda.
Irracional. Todo sobre su reacción hacia esta chica era irracional. Ni siquiera
había tenido la intención de quedarse por la noche, sólo quería abrazarla por un
tiempo. Saber lo que se sentía. Lo siguiente que había sabido, era que se había
despertado y encontrado su trasero moldeado a su regazo, su pene tan duro que
no podía ver la razón o pensar correctamente. No había habido vuelta atrás en ese
punto. Entrar en ella o morir. La idea había sonado en su cráneo, tomándola como
un hombre hambriento. Había carecido de control, dominándola, haciéndole
exigencias... y encantándole como la mierda cada minuto. Hasta que se había
despertado y encontrado que se había ido.
Había sido demasiado áspero. Había expuesto demasiado de sí mismo. Ella había
huido.
Todavía no sabía si ese era el caso. Estaba sentada con el ceño fruncido,
rodando el malvavisco encima de la llama, un suave zumbido emanaba de sus
labios deliciosos, pero no revelaba nada. Sin embargo.

2 S’more: es un postre tradicional de Estados Unidos y Canadá que consiste en un malvavisco


tostado y una capa de chocolate entre dos trozos de galleta Graham.
―Los s'mores no son exactamente un desayuno nutritivo ―comentó Matt,
caminando hacia el refrigerador.
―¡Oh! ―Se sacudió, tirando la caja de galletas al suelo. Con el ceño fruncido,
empujó sus rizos detrás de sus orejas y se deslizó de la encimera para recuperarla,
cuidando de mantener el malvavisco colocado correctamente sobre el quemador.
Cuando se agachó, alcanzó a ver sus shorts de color rosa y apenas contuvo un
gruñido―. No seas gruñón. Hay suficiente para los dos.
Levantó una ceja.
―Creo que voy a pasar.
―¿Cuidas tu figura?
No, estoy cuidando la tuya. Se aclaró la garganta y abrió la nevera, viendo que
estaba vacía y que sólo tenía un cartón de zumo de naranja y uvas verdes. ¿Había
ido a la tienda y comprado los materiales para hacer s'mores y nada más? Suspiró,
cerrando la puerta de la nevera.
―Bien. Hazme uno.
Su rostro se iluminó, cortando el oxígeno a su cerebro. 82
―Cuando Brent y yo éramos niños… ―Se detuvo, su linda mirada voló a la
de él cuando se dio cuenta de que se había referido al elefante rosa en la
habitación. Su hermano. Su mejor amigo. Matt sintió una incómoda agitación en su
estómago, pero no dijo nada y después de un momento, ella levantó su barbilla y
continuó―: Cuando éramos niños, mi madre se negaba a llevarnos a acampar.
Odiaba los bichos. Cualquier cosa de la naturaleza salvaje, de verdad. Así que una
vez al año nuestro padre movía la mesa de la cocina y levantaba una tienda.
Hacíamos s'mores de esta manera.
La forma en que sonreía con cariño con el recuerdo le hizo querer atravesar la
cocina y arrastrarla a sus brazos, pero una vez más, se quedó donde estaba.
―Campamento al estilo de Queens ―dijo en su lugar.
Sus ojos brillaron.
―¿Alguna vez fuiste a acampar? ―Cuando se limitó a mirarla ella palideció,
obviamente recordando la vez que había pasado en el extranjero viviendo en su
mayoría al aire libre―. No importa. Esa fue una pregunta estúpida.
Matt sintió la insistente necesidad de que se sintiera mejor.
―Campamento extremo, tal vez. Menos los s'mores. ―Esperó hasta que
volvió a sonreír. La presión en su pecho se alivió―. Comíamos MRE. Raciones de
campaña. No tan apetecibles como lo que estás cocinando, pero hacían el trabajo.
Vio como con mucho cuidado colocaba un trozo de chocolate en una galleta
graham, luego apilaba un malvavisco y otra galleta graham en la parte superior.
Viéndose satisfecha consigo misma, le entregó su creación. Cuando sus dedos la
rozaron, lo sintió hasta las plantas de los pies. A juzgar por su ingesta de aliento,
también ella lo sintió. Su lengua bailó sobre sus labios.
―¿Cuál fue tu primera comida cuando volviste?
Una pregunta tan extraña. Infiernos, toda esta situación era extraña. Entonces,
¿por qué se sentía tan a gusto? Mordió el s'more mientras pensaba en su pregunta,
un gruñido de aprobación se le escapó antes de que pudiera detenerlo. Maldita sea,
sabía muy bien. Ni la mitad de bueno que ella, sin embargo.
―Un sándwich de metros de largo. De dos, en realidad.
―¿No es algo que tu madre haría? ―Ajena a cómo su pregunta lo había
afectado, pegó otro malvavisco en el extremo del alambre―. Pediría pastel de
carne y puré de patatas. Y varias rebanadas de pastel. Digamos que estaría
llevando chándal por un tiempo.
Decidió que podría usar un poco de peso extra. Tal vez entonces no se
sentiría tan culpable por haberla maltratado. Deja esa línea de pensamiento. No puedes
83
seguir tendiéndola. Déjala en paz.
―Mis padres no estuvieron allí para cocinar para mí cuando llegué, pero los
sándwiches hicieron el truco.
―¿Dónde estaban?
El s'more se sintió atrapado en su garganta.
―Mi padre perdió el uso de sus piernas cuando era joven. Tienen dificultad
para viajar. ―Matt no añadió que no había visto a sus padres desde antes de su
despliegue y que sólo hablaba con ellos en las vacaciones. Su padre hace mucho
tiempo se había convertido en el trabajo de tiempo completo de su madre,
dejándole muy poco tiempo para viajar. O para cocinar su pastel especial de carne.
Lucy no tenía que ser arrastrada a ese conocimiento sin embargo, no sabía cómo
reaccionaría a su simpatía. Tenía mucho miedo de que le gustara y se aprovechara.
La quería dejar en ese sol todo lo que pudiera. Rápidamente, desvió la atención de
su persona―. ¿Qué tienes en tu lista para hoy?
Durante un largo rato, se le quedó mirando como si quisiera hacerle más
preguntas sobre sus padres. Se dio cuenta de que estaba conteniendo la
respiración, esperando por el bien de ellos que lo dejara caer. Si le mostraba una
onza de compasión, atravesaría la habitación para enterrarse en ella antes de que
pudiera parpadear. No podía explicarlo. Sólo sabía que se desharía y nunca había
mostrado ese lado de sí mismo a otra persona. ¿Qué habría al otro lado al
exponerse así?
―¿Seguro quieres saberlo? ―preguntó vacilante.
Ahora lo había hecho. ¿Sería peligroso? Será mejor que no lo sea.
―Dímelo ―exigió.
Se estremeció visiblemente. ¿Por qué?
―Clases de trapecio en Chelsea Pier. ―Su mirada voló al reloj―. En realidad,
será mejor que me vaya. Uno no debe llegar tarde a desafiar a la muerte. Es de
mala suerte.
Frunció el ceño cuando saltó del mostrador y comenzó a salir de la
habitación.
―¿No olvidas algo?
Su expresión era de desconcierto. Hasta que apagó la hornilla de la estufa con
un movimiento de su muñeca. Viéndose avergonzada, frotó su pie desnudo contra
la pierna opuesta.
84
―No se lo digas a Hayden.
―No lo haré, si me prometes no romperte el cuello hoy.
―Daré lo mejor de mí, entrenador.
―Jesús. ―Se pasó una mano por su cara―. Ve a vestirte. Iré contigo.
L
ucy se puso de pie con los brazos en alto mientras el instructor de
trapecio, Justin, comprobaba la seguridad de su equipo. Realmente se
preocupaba por la vida del pobre hombre más que de la suya propia,
gracias a Matt de pie a diez metros de distancia observando cada movimiento a
través de ojos peligrosamente entrecerrados. Era obvio que no le gustaba que el
instructor tuviera acceso a alguna parte de su cuerpo y en base a la tensa expresión
de Justin, había captado la no tan sutil advertencia de Matt también.
La escuela de práctica de trapecio al aire libre durante el verano estaba justo
en el río Hudson. Sentía una suave brisa de verano en su piel, cálida por sol de la
mañana calentando su cuello y hombros. Sería bueno si supiera qué diablos
significaba su actitud posesiva. Se había sorprendido cuando se ofreció a venir con 85
ella hoy, pero sólo había murmurado algo acerca de que era su día libre y que no
tenía nada más que hacer. ¿Estaba simplemente haciéndole un favor a su hermano
vigilándola, o realmente quería estar aquí? Anoche y esta mañana, había revuelto
con eficacia su cerebro con sexo extraordinario.
En algún lugar de la casa de Hayden, sus bragas seguían echando humo.
Hablar con él en la cocina después se había sentido… natural. Bueno, lo más
natural posible cuando un gran hombre-pantera goteando sensualidad estaba de
pie lamiendo chocolate de sus dedos con el torso desnudo. Había estado en
silencio pidiendo que perdiera el pantalón y comenzara la segunda ronda, pero
había sentido que se retenía.
Hablando acerca de algo confuso. En cualquier otro momento le pegaría en el
pecho y demandaría respuestas. Es como funcionaba. Había poco sentido en
sostener su espalda y no hablar de su mente. Con Matt sin embargo, temía que la
enviara a volar. Eso la ponía nerviosa. La sacaba fuera de balance. Enviaba señales
mixtas y no sabía cómo recibirlas. Le había dicho que no toleraba a los mentirosos,
pero continuaba apareciéndose, como si no pudiera permanecer lejos. Le gustaba
tenerlo a su alrededor, incluso si sus intenciones estaban lejos de ser claras, por lo
que mantuvo todos sus pensamientos confusos para sí misma.
Se sintonizó de nuevo con la perorata de seguridad de Justin.
―Tu primer salto, vamos a mantenerlo muy simple. Vas a girar de ida y
vuelta un par de veces, sólo para acostumbrarte a la barra. Después la soltarás y
caerás en la red. Una vez que sepas que la red está ahí y la hayas experimentado, te
sentirás más confiada acerca de la siguiente fase.
Matt se cruzó de brazos.
―¿La siguiente fase?
―S-si está cómoda, vamos a intentar una rodilla-delta.
Lucy hizo un pequeño baile.
―¿Columpiarme al revés? Boom, vamos a hacerlo.
Justin asintió, dándole a Matt una mirada aprensiva.
―Sólo si te sientes cómoda.
Lucy no sabía si era tranquilizador para ella o para Matt, quien se veía a dos
segundos de sacar su insignia y cerrar toda la operación.
―Está bien, el cinturón es seguro. Una vez que estemos en la plataforma, te
ataremos a las muy seguras líneas. ―Justin parecía como si estuviera 86
embarcándose en una marcha de la muerte―. Voy a llevarte hasta ahí.
―Genial…
―Espera ―gritó Matt. Antes de que pudiera descifrar su intención, se dirigió
hacia ellos, viéndose increíblemente determinado. Con un tirón de su cinturón de
seguridad, chocó con su cuerpo y estaba besándola. No fue un beso de buena-
suerte-te-atraparé-en-el-otro-lado. Fue un beso de fusión-de-cerebro, de hacer que
casi se le doblaran las rodillas y la enviara a estrellarse contra el suelo tipo lo-
siento-si-hay-daño. Su lengua barrió y reclamó todos los rincones de su boca, su
mano se dobló alrededor de su cola de caballo para inclinar su cabeza hacia atrás
en un gesto de propiedad. Gimió en su boca, entregándose a él a todos los niveles
posibles, pero él se retiró demasiado pronto, se estabilizó con una mano firme en
su codo.
―Wow ―soltó, inmediatamente queriendo abofetearse a sí misma.
Honestamente, ¿no iba a tomar su ejemplo y a envolverse a sí misma en un poco de
misterio, también? En cambio, parecía empeñada en mostrar su mano en cada
oportunidad. Tal vez esa era la razón por la que se presentaba cada vez que le daba
la gana. Ella le daba la bienvenida con poca insistencia de su parte cada vez. La
molesta realización le hizo un pliegue en su frente.
Matt frunció el ceño.
―¿Qué sucede?
―Soy demasiado fácil.
―Me estás obligando a verte poner tu vida en manos de un hombre que lleva
un spandex púrpura. ―Negó―. No eres nada fácil.
Sintió que su boca se movía en una sonrisa.
―Gracias.
Su mandíbula se flexionó mientras se movía más cerca, bajando la voz.
―A riesgo de distraerte, nena, debes saber que me muero por golpear tu
trasero en este momento hasta que grites.
Oh, santo infierno. Su estómago pareció tener alas brotando.
―¿C-cómo es eso no distractor?
―No quiero que hagas esto.
No lo dudó.
―Qué mal. Lo haré.
Sus ojos se encendieron con su ya furiosa necesidad. Pero no se rendiría.
Decidió hace un momento que había tenido mucho de eso últimamente. Era 87
tiempo para salir de él con ganas de más por una vez. Obviamente leyó la
determinación en sus ojos, porque resopló una respiración, dando un último tirón
de su cinturón para juzgar su seguridad.
―Ve. Estaré aquí.
―Bien. Podría necesitar a alguien para atraparme si me olvido de la red
―gritó cuando la intentó atrapar, saltando fuera de su alcance y corriendo para
reunirse con un Justin de aspecto nervioso. Subieron por la escalera a la plataforma
mientras Justin explicaba que estarían a veintitrés metros de altura. Cuando
llegaron a la cima, Lucy admiró los alrededores y tomó una respiración profunda y
estimulante. Esto es lo que había querido después de los agotadores años de la
escuela de postgrado. Lo que había echado de menos al doblegarse y poner su lado
salvaje en una jaula. Había echado de menos esa sensación, cuando estás a punto
de embarcarte en lo desconocido. Matt le daba ese sentimiento, también. No sabía
cuánto tiempo iba a seguir dándoselo.
No más pensamientos desordenados. Concéntrate en lo positivo.
Justin terminó de asegurar las líneas de seguridad a su cinturón y luego le
entregó la barra de trapecio.
―Bien, ahora como te dije, esta primera vez será muy divertido y fácil. Sólo
déjate volar. Déjate caer cuando estés lista y la red te atrapará.
Lucy asintió, enderezó los hombros y saltó.

* * *

Matt miró con una mezcla de horror y asombro mientras Lucy metía las
piernas hasta su pecho y las doblaba alrededor de la barra. No. Este sólo era su
primer salto, no se suponía que estuviera al revés tan rápidamente. No se había
dado suficiente tiempo para prepararse mentalmente para la vista de ella colgando
boca abajo como un mono en el zoo, pasando con velocidad a través del aire que
hizo que su corazón brincara. Ah, pero no podía tan solo colgarse. ¡Oh, no! Esta
chica loca no podía tener suficiente por lo que estiró sus brazos y arqueó la
espalda, como si hubiera estado haciéndolo toda su vida.
Matt ni siquiera se dio cuenta de que había empezado a moverse hasta que
estuvo colocado directamente debajo de su forma oscilante, viendo su expresión
transformada en dicha absoluta. Su belleza y abandono sacó el aire directamente
de sus pulmones. Sin embargo, al mismo tiempo, estaba celoso. Quería ser el único
que la hiciera sentir de esa manera. Si ese no era un sentimiento sumamente
88
peligroso y arrogante, no sabía cuál era. Ese derecho no era de él, ni tampoco tenía
ningún lugar a su alrededor. Le advirtió que tenía que permanecer lejos, muy lejos
de ella, aun cuando se sintiera obligado a arrastrarla fuera del trapecio y nunca
quería dejarla ir. Por primera vez que pudiera recordar, no sabía si la parte
controlada de él ganaría. No cuando se trataba de Lucy.
Eso aterrorizaba como la mierda siempre amorosa de él.
Lucy soltó la barra entonces. El tiempo se congeló para Matt mientras se
dejaba caer, caer… y aterrizaba. Rebotó una vez en el aire, dejando escapar una risa
encantada que le perforó el tórax. Sólo pudo quedarse de pie y ver cómo rodaba
hacia él y saltaba de la red. Sus ojos se encontraron y lo que vio en su expresión
hizo que su resplandeciente cara se oscureciera. Odiaba esa reacción, porque
reconocía que era inevitable. Si pasaba mucho tiempo alrededor de ella, la
oscurecería hasta que no existiera más luz. Lo sabía con absoluta certeza.
Sus manos comenzaron a arañar los cables de seguridad, quitándolos de su
cinturón.
―¿Hay un cuarto de baño que pueda usar? ―le gritó ella al Spandex
púrpura.
―Dentro de la oficina, todo el camino a la parte trasera. ¿No quieres hacer
otro salto primero? ―gritó el trasero de regreso, por lo que Matt quiso
estrangularlo.
―No. No en este momento. ―Finalmente logró liberarse de la cuerda,
dejándola caer al suelo y yendo hacia adelante para tomar su mano―. Vamos,
Risitas.
Matt la siguió a la oficina vacía, por el iluminado pasillo. No tenía ni idea de a
dónde iban o lo que quería, una vez que llegaron allí, sólo supo que no podía
rechazar la oportunidad de tocarla. No ahora, después de que sólo la había visto ir
a través del aire y dejarse ir. Probablemente nunca. Cuando trató de tirar de él al
baño de mujeres se resistió, pero la siguió de todos modos.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, oyó que alguien respiraba con
dificultad y se dio cuenta de que el sonido había salido de él. Una mirada a su cara
en el espejo le hizo volver a mirarse. Jesús, se veía como una mierda. Peor aún, se
sentía débil, ansioso. Agobiado por la necesidad, no sólo de la variedad sexual.
Sino de algo más. De algo urgente. Había querido decírselo antes, cuando le dijo
que quería golpearla hasta que gritara. Verla saltar de la plataforma y luego dejarse
ir en caída libre, lo había dejado sintiéndose sorprendentemente fuera de control.
Control que necesitaba recuperar de inmediato.
De alguna manera Lucy parecía entenderlo, llevándole la delantera. 89
―Cualquier cosa que necesites, tómala.
Le había dado la vuelta para enfrentar el lavabo antes de ordenarle a sus
manos hacerlo. Vio en el reflejo la forma en que ella cerró los ojos, con su boca
soltando una inhalación áspera y su pene se hinchó en sus vaqueros. Quería oírle
jadear su nombre. Sorberlo. Gritarlo. Haciéndolo desesperado por escuchar la
bofetada de su carne. Sin un rastro de dulzura, tiró hacia abajo de su pantalón
negro de yoga y le enseñó su apretado, trasero follable.
―Apoya las manos en el lavabo.
Reflejados en el espejo, sus pechos subían y bajaban tentadoramente. La
rodeó con una áspera mano y tiró hacia abajo de su escote para poder verlos
agitarse cada vez que la golpeaba. Se encontró pellizcando sus pezones
ásperamente, su gemido necesitado causándole una falta de definición en su
visión.
―Me vuelves malditamente loco, ¿lo sabías? ―Pasó la mano por encima de
su hombro y por su espalda, terminando en su trasero respingón, amasando la
carne con sus dedos―. No deberías desear esto. No deberías querer mi castigo.
Pero lo haces, ¿no? Estás muerta de hambre de él.
―Lo quiero. ―Se echó hacia atrás y giró sus caderas―. Por favor.
Una voz aceleró a través de su conciencia diciéndole que esto estaba mal, que
la estaba presentando a algo que nunca debería tener que conocer, pero su cuerpo
anuló la advertencia. Energía lamió a través de sus venas por lo que se inclinó y
habló con mucha precisión cerca de su oído.
―Espero que el hijo de puta me oiga azotarte en el trasero hasta que esté rojo.
Este primero es porque no me gustan sus manos en ti. Cuando te lo dé, quiero oír
una disculpa.
Observó sus ojos vidriosos en el espejo, transformándose de la chica
despreocupada volando a través del aire a otra persona en su totalidad. Eso lo
avergonzó. Lo ponía más caliente. Manteniendo sus miradas encontradas, llevó la
mano hacia abajo con un golpe fuerte. Su boca se abrió en un grito silencioso, antes
de que susurrara algo que no pudo oír.
―No te escucho, Lucy.
Empujó su trasero en sus manos, pidiendo más.
―Lo siento.
No pudo evitar presionarla hacia adelante en el lavabo, bombeando la
erección encerrada en sus vaqueros entre sus muslos extendidos a un ritmo
errático, hasta que gritó. Finalmente se las arregló para arrastrarse lejos. 90
―Este próximo es por ser impulsiva y no esperar la instrucción adecuada
antes de moverte de un tirón al revés como una lunática. Me diste un miedo como
la mierda. Una disculpa, Lucy.
Su mano conectó con su carne reverberando a través del baño mezclándose
con su gemido gutural. Si lo comprobaba sabía que estaría mojada y lista, pero
había algo que no lo dejaba tomarla en el baño. ¿Realmente tenía una pizca de
decencia? Cuando lo miró a los ojos y respiró una segunda disculpa, detuvo sus
preguntas y resolvió pensar en ello más tarde. En un momento en que se sintiera
racional. Estaba llegando allí ahora, recuperando la compostura con cada golpe en
su perfecto trasero. Cada sonido de placer procedente de sus labios. Esta dulce
chica despreocupada le estaba curando la ansiedad. Y la arrastraba hacia abajo a su
fosa.
Matt casi se detuvo entonces, volviéndose casi sobrio muy ligeramente.
Luego empujó su trasero más arriba y ese pequeño, regordete labio inferior y
párpados pesados se encontraron con los de él en el espejo. Sus pechos estaban
maduros, sus pezones poniendo mala cara hacia él. Cristo, era la cosa más hermosa
que había visto nunca. Demasiado hermosa. Nada pudo detenerlo de darle el
golpe final. Verbal y físicamente.
Envolvió su cola de caballo en un puño y echó su cabeza hacia atrás.
―Este último es por dejarme hacerte esto. Por no salir corriendo cada vez que
me ves. Di que lo sientes por dejar que te toque.
Sus ojos se aclararon, una pizca de pánico entró en ellos.
―No.
―Lucy ―gruñó―, no estás en control. Me lo diste cuando entramos aquí.
―No me importa. ―Su voz temblaba―. No voy a decirlo.
Un gruñido frustrado se arrancó de su garganta. No sabía dónde encontró la
fuerza, pero la soltó, cayendo hacia atrás contra la puerta del baño. Ella
rápidamente tiró del pantalón y se volvió para enfrentarlo. Se horrorizó al ver las
lágrimas en sus ojos.
―¿Por qué no lo dijiste? Mírate. ―Su voz sonaba hueca, agonizante―. Dos
días seguidos te hice llorar. Apuesto a que no has lloras tanto en un año.
Ella cerró la distancia entre ellos y deslizó sus brazos alrededor de su cuello.
Se estremeció ante el contacto porque se sentía tan bien. Tan malditamente
correcto. No se lo merecía después de lo que acababa de hacer. De cómo había
arruinado su mañana con problemas de celos y control. 91
―Te mentí una vez y no lo haré de nuevo. Es por eso que no lo dije. ―Se
echó hacia atrás y lo besó en la boca ligeramente―. ¿Me llevarás a casa?
Cerró los ojos para que no pudiera verla. Si la seguía mirando, la besaría y se
perdería a sí mismo. Lo haría olvidarse de la vergüenza y no permitiría eso.
―Sabes que lo haré.
Se dirigieron a casa en silencio, a pesar de que podía sentir a Lucy lanzando
miradas ocasionales en su dirección. Se alegró de que no hablara o tratara de
discutir lo que pasó, de cómo había reaccionado exageradamente. ¿Qué diablos le
iba a decir? No tenía ninguna explicación para lo que había hecho. Dentro de él.
Cuando se detuvieron frente a la casa de la ciudad, sintió una llamarada de pánico
ante la perspectiva de verla irse, pero recordó que su itinerario estaba en su casa en
su mesa de la cocina. Podía relajarse marginalmente sabiendo dónde estaría
mañana, incluso si sabía que iba a pasar cada momento hasta entonces
convenciéndose a sí mismo de permanecer lejos.
―¿Matt?
Con cautela, la miró.
―Sí.
―Te hubiera hecho pastel de carne. ―Sus manos se movieron inquietas en su
regazo, pero sostuvo su mirada―. Como comida de primera vez, quiero decir. Te
hubiera hecho pastel de carne.
No pudo convocar las palabras mientras ella saltaba del coche y con
velocidad se dirigía hacia la casa, arrastrando su corazón sangrante a lo largo de su
espalda.

92
L
ucy dejó su gran bolsa de mano abajo muy suavemente en deferencia a
su contenido y se dejó caer al lado en la hierba. Union Square Park era
una colmena de actividad, incluso en medio de un día de trabajo,
parejas compartían el almuerzo de los camiones de comida, paseadores de perros
luchaban por mantener el control de sus canes, turistas que trazan un mapa de su
siguiente destino. Dejó que su mirada vagara sobre la multitud entrelazándose, en
busca de una señal del grupo que había llegado a conocer. Había unas pocas
personas que serpenteaban alrededor de los escalones, sosteniendo bolsas similares
a la suya. Haciendo sutil contacto visual con ella, y luego desviando la mirada.
Escondió su sonrisa y se recostó en la hierba, estimando que todavía tenía
unos cinco minutos antes de que iniciara el evento. Cinco minutos más hasta que 93
pudiera distraerse efectivamente de los recuerdos de ayer. Había tenido muy poca
suerte en el departamento de la distracción anoche y esta mañana. Teniendo en
cuenta que había sido complacida en cada centímetro de su vida por un
increíblemente hermoso y complicado oficial de la UDE, después recibido
palmadas en un baño público, pensó que había conseguido su pase.
Matt. ¿Qué demonios iba a hacer con él?
Ayer, en la escuela de trapecio, había vislumbrado algo dentro de él que
debería haberle dado miedo. En cambio, se había acercado como si fuera tirada por
una cuerda invisible. Para calmarlo, tranquilizarlo, en su propia manera única. Tal
vez había sido la promesa de finalmente llegar debajo de su dura cáscara exterior.
O tal vez su atracción por él lo que no permitía ninguna otra reacción además de
gravitar hacia él. No lo había visto de esa manera, con la ansiedad vertiéndose de
él en oleadas. De alguna manera, le había hecho eso, lo que había triplicado su
obligación de hacerlo sentir mejor.
Di que lo sientes por dejar que te toque. Había dado vueltas toda la noche
tratando de averiguar lo que había querido decir con eso. ¿Cómo podría este
magnífico hombre, más grande que la vida tener una sola inseguridad? Sin
embargo, eso era exactamente lo que había visto cuando ayer bajó su pared de
ladrillos emocional. El hombre fuerte y seguro se había vuelto momentáneamente
vulnerable. Pero se había sentido tan atraída a esa parte de él como lo estaba hacia
su lado dominante. ¿No se daba cuenta de eso?
Gimió en alto ante el recuerdo de lo que le había dicho mientras salía del
coche. Los sentimientos que había revelado. Te hubiera hecho pastel de carne. Dios,
probablemente pensó que o bien era una simplona, o que estaba desesperada.
Debió haber roto el límite de velocidad de conducción para alejarse de su casa.
Combinado con la escena en el baño, probablemente no volvería a verlo. La idea se
apretó en su garganta, haciendo difícil tragar.
Cuando experimentó la clara sensación de ser observada, se irguió
rápidamente sentándose y miró alrededor del parque por la fuente. No era sólo la
sensación de ser observada, era la sensación de ser examinada. Estudiada. Calor
viajó a lo largo de su piel, comenzando en su cuello y bajando por sus pechos y
encrespándose en su vientre. Lo había sentido en el cine al aire libre, el mismo
engrosamiento de aire a su alrededor. El repentino deseo de ser empujada hacia
abajo y devastada. Matt estaba aquí. Sólo que no lo podía encontrar a través de la
multitud congregada.
Ahí. Recostado contra su camioneta ESU, a unos cincuenta metros de 94
distancia. Su boca se secó con la vista de su apariencia tan autoritaria, con los ojos
ocultos detrás de unas gafas Ray-Ban. Ahora sabía que no era sólo el uniforme lo
que lo hacía parecer tan dominante. Era él. Sabía el estricto control que ejercía y eso
la excitaba como el infierno. Incluso en la parte superior de la capa de
vulnerabilidad que había visto ayer. Tal vez más a causa de ella. Dios, lo deseaba
de nuevo. Le sorprendía cuánto.
Por el momento, sin embargo, se conformaría con conseguir que viniera
simplemente a hablar con ella. Entonces recordó lo que estaba a punto de tener
lugar en el parque. Oh, no, tenía que quedarse o él estaría en un mundo de sorpresa
e irritación. Rápidamente, se dio la vuelta y fingió estar absorta en su teléfono,
esperando que su falta de interés porque viniera lo mantuviera a una distancia
segura.
No hubo suerte. Un momento después, una sombra oscureció el suelo a su
alrededor. Con un nudo en el estómago, levantó la vista y encontró a Matt
mirándola fijamente, con los brazos cruzados sobre el pecho. No podía negar que
tenerlo elevándose sobre ella en sus malditas botas de combate, con su placa
enganchada a la cadera, hacía que sus hormonas giraran alrededor en una barra de
striptease imaginaria.
―Lucy.
Su profunda voz estremeció un camino a través de ella. Podía verse reflejada
en sus gafas de sol, y su pequeña semejanza proyectada contra su imponente
figura la mareó. Este hombre la había llevado al borde de la locura ayer. ¿Cómo
podía parecer tan fresco ahora?
―¿Cómo sigues encontrándome?
Él apartó la mirada.
―Dejaste tu lista de cosas que hacer en mi coche.
Oh.
―¿Y eso significa que tienes que seguir apareciendo?
Tenía la sensación de que estaba frunciendo el ceño detrás de esas gafas de
sol.
―Si sólo le dijeras a Brent que tu amiga canceló, que estás sola en la ciudad
durante toda la semana, no tendrías que hacer toda esa lista sola.
―¿Por qué no se lo dijiste? ―Cuando no respondió, se puso de pie y dio un
paso en su espacio personal, lo miró con toda la seducción que pudo reunir en
poco tiempo―. ¿Tal vez te gusta encontrarme sola, Risitas?
Su mandíbula se movió, pero todavía no dijo nada. 95
Lucy suspiró y dio un paso atrás.
―Él está totalmente contento con su felicidad doméstica. No vine aquí para
ponerle una llave a su motor, vine a ayudar a que funcione mejor.
Matt la consideró durante un largo momento.
―¿Cómo harás eso?
―Al obtener un puesto de trabajo, aliviaré su presión. Dejándolo solo
―agregó ella en voz baja.
Él la sorprendió poniendo una mano en su brazo.
―De verdad crees que le estás haciendo un favor, ¿no? ―Cuando ella
simplemente lo miró, él negó―. Te equivocas.
―¿Ah, sí? ―Ella apartó la mirada―. No sabías nada acerca de mí el día que
nos conocimos. Nada, excepto que era un montón de problemas. Una molestia.
La mano de Matt voló a su barbilla, moviendo su rostro hacia arriba.
―Si alguna vez me entero de que te llamas a ti misma así de nuevo, voy a
encontrarte donde quiera que estés y haré que lo sientas.
Estar tan cerca de él, oír el acero en su voz, la ató en nudos. Si le daba la
oportunidad, podría acostumbrarse a eso.
―¿Es una promesa?
―Eso es una promesa. ―Matt entrecerró los ojos―. De todos modos, es
posible que seas la mitad de muchos problemas, pero definitivamente no uno
completo. A menos que haya un trapecio involucrado.
―¿Piensas eso? ―Ella sonrió―. Estoy a punto de mandar esa opinión al
infierno.
Un silbato sonó en la distancia, diciéndole que el evento comenzaría en
treinta segundos. Necesitaba advertírselo a Matt. Ya estaba distraído, viendo a su
alrededor con una mirada de asombro en su rostro. Lucy se dio la vuelta para
descubrir que una gran multitud se había reunido, todos sonrientes con
anticipación.
―¿Qué es esto, de todos modos? Tu itinerario sólo decía ”MI, Union Square”.
Lucy se mordió el labio.
―MI significa Movimiento Independiente.
―Jesús.
Tan pronto como la palabra salió de su boca un globo de agua gigante lo
golpeó en el cuadrado hombro. Con la boca abierta por la impresión, miró la 96
mancha de humedad en la camisa de su uniforme, luego hacia abajo a Lucy. Ella
no pudo evitar la risa que burbujeaba en su garganta. Llevó ambas manos a su
boca para mantenerla contenida.
―Oh, Dios. Creo que tu uniforme te convertirá en un objetivo.
La multitud de personas detrás de ella estalló en una serie de gritos de batalla
mientras globos de agua comenzaban a volar, explotando en las personas y en el
pavimento alrededor de ellos. Turistas desprevenidos estaban dispersos en todas
direcciones, algunos más valientes se detenían a tomar fotografías con su celular.
Ella había estado en lo cierto, sin embargo.
Varios participantes estaban apuntando hacia ellos, probablemente
muriéndose por conseguir un tiro en un miembro del cumplimiento de la ley. Ella
se dio la vuelta para encontrar a Matt sacudiendo la cabeza.
―Será mejor que salgas de aquí, oficial.
Un globo de agua perdió por poco su cabeza.
―Al diablo con eso. ¿Dónde está tu munición?
Las cejas de Lucy se alzaron, pero indicó la bolsa de mano llena de globos de
agua.
Matt se agachó y tomó la bolsa, pasándola de una mano a la otra. Con un
chillido de sorpresa, Lucy tropezó detrás de él mientras corría al banco más
cercano y tiraba de ella hacia abajo detrás de él. Después de ayer, la última cosa
que esperaba ver era un lado juguetón. Sin embargo, era otra faceta de él, como si
no fueran ya suficientes. Dejó la bolsa entre ellos, metió la mano y le dio un globo
de agua.
―Vamos a ver lo que tienes, Mason.
Una sonrisa se extendió por su rostro.
―Un punto por cada inconformista al que le des. Dos por los turistas.
Su boca se torció.
―Hecho.
Se asomó por encima del banco y lanzó un globo de color rosa a una chica en
gafas de concha. El inesperado impacto del globo de Lucy les hizo torcer el rostro.
―Bonito.
―Un punto para mí. ―Ella le lanzó un globo amarillo―. Tu turno.
―Dame otro. ―Encogiéndose de hombros, ella hizo lo que le pidió. Él
empujó sus gafas de sol a la parte de atrás de su cabeza y de repente Lucy deseó 97
poder arrastrar los dedos por el espeso cabello negro. En un fluido movimiento, él
se puso de rodillas, lanzando ambos globos a la vez. Dos turistas se fueron
corriendo evitando un ataque de globos de agua en explosión.
―Impresionante. ―Incapaz de borrar la sonrisa de su cara, ella fue a través
de la bolsa―. Es como si fueras un francotirador profesional o algo así.
La mano de Matt se dobló, como si hablar de su profesión le diera la
sensación de un fusil en la mano.
―¿Estás insinuando que tengo una ventaja injusta?
―No lo estoy insinuando. Te estoy acusando. ―Sacó tres globos y le dio un
guiño―. Lo que significa que tengo que intensificar mi juego.
Su mirada caliente pasó sobre ella.
―¿Crees que puedes competir conmigo?
Era un milagro que los globos no se volvieran vapor en sus palmas.
―Nunca rechazo un desafío, especialmente cuando la competencia no tiene
sentido y no hay premios por ganar. Mira y aprende, Donovan.
Él hizo un gesto con arrogancia hacia la zona del patio donde la lucha hacía
estragos.
―Estoy esperando.
Lucy se asomó a través de los listones de madera en el banco, viendo a un
grupo de turistas que usaban camisetas de I love NY. Estaban a una buena distancia
y habían logrado mantenerse secos hasta el momento. Era un riesgo, pero ella
había hablado de un gran juego. Sin agallas no había gloria. Se puso de pie y tiró los
tres globos en rápida sucesión, dándole a cada uno de los turistas uno después del
otro. Antes de que pudieran localizarla, se agachó detrás de la banca para
encontrar a Matt mirándola con las cejas levantadas.
―Estás tan excitado por mí en este momento ―dijo ella, sonando un poco sin
aliento.
―Malditamente lo estoy.
Ella tenía que darle un beso. Tenía opción cero en el asunto. Su boca, su
placentera boca, era preciosa y estaba tan cerca. Su cuerpo era atraído como si se
hubiera vuelto magnetizado. Quería sus grandes, exigentes manos en su trasero.
Quería sentir sus músculos ásperos afilarse bajo sus dedos, doblados por ella.
Sus dientes rozaron su labio inferior.
―Ven aquí, entonces, nena.
98
Antes de que pudiera llegar a él, un globo de agua le dio en el brazo. Se veía
tan disgustado por eso, que ella tuvo que reír de nuevo. Plantó sus manos en sus
hombros y trató de hacer lo mejor para parecer seria.
―Oh Dios, Matt, fuiste golpeado. No vayas hacia la luz. Quédate conm…
Su boca se selló sobre la de ella. Como si él tuviera el control total y absoluto
sobre su cuerpo, ella gimió, con la cabeza inclinada hacia atrás para absorber cada
golpe de su lengua. Ella se vanaglorió de sus gemidos desiguales; que le dijeron lo
mucho que su sometimiento lo afectaba. Le decían que había un equilibrio. Que no
debía tener miedo de su disposición a entregarle las riendas. Que era una elección.
Matt también lo sintió. Su renuncia total de control. Se dio cuenta de su
expresión cuando él se retiró, escrutando su rostro.
―No sabes lo que significa, Lucy.
―Dímelo. Muéstramelo.
Lucy contuvo el aliento. No sabía por qué su respuesta era tan importante,
sólo que podría hacer o romper esta cosa entre ellos. Una vez más, se hizo tan
obvio para ella que había tanto sobre él que todavía tenía que aprender. Quería
saberlo todo. Cualquier cosa menos parecería como si estuviera siendo engañada.
Con expresión de pesar, él le empujó el cabello hacia atrás, viendo como sus
rizos caían alrededor de su rostro.
―Mírate. Vives en el sol. Yo no puedo hacerlo.
―Sí puedes. Estás aquí en el sol conmigo ahora mismo ―las palabras
salieron en un apuro. Apenas sabía lo que estaba diciendo, sólo que lo estaba
perdiendo. El Matt que había lanzado globos de agua estaba en retroceso, para ser
reemplazado por el hombre estoico, cerrado que se mostraba a todos los demás―.
Sólo tienes que quedarte aquí conmigo.
―Ojalá fuera así de simple. ―Retiró la mano y Lucy se tragó una negación.
Cuando la radio crepitó en su hombro, ella se dejó caer―. Me tengo que ir.
Tal vez la adrenalina seguía bombeando por sus venas por la pelea de globos
de agua o tal vez su beso había sido una tomadura de pelo para sus sentidos.
Incluso era posible que no quisiera que él caminara lejos sin tener el mejor maldito
recuerdo que ella podía darle. Cualquiera que fuera la razón, se encontró
arremetiendo contra Matt y lo besó por todo lo que valía la pena. Sus dedos se
hundieron en su cabello para mantenerlo quieto mientras barría la lengua en su
boca. Su gruñido de sorpresa vibró contra sus labios; su barba raspó su barbilla.
Él hizo un ruido de rendición y trató de profundizar el beso, pero Lucy se
apartó. 99
Le miró directamente a los ojos.
―Piensa en ello. Piensa en mí.
Una risa sin humor se le escapó.
―Lo dices como si fuera opcional.
Una voz interior la instó a ponerse de pie. No quería verlo alejarse, no podía,
después de lo que había dicho. Así que ella se iría primero, incluso si le dolía poner
distancia entre ellos.
―Te veré más tarde, Matt.
Lo rodeó pasando lo que quedaba de la pelea de globos y descendiendo a la
entrada de metro más cercana, sabiendo instintivamente que la miró todo el
camino.
M
att estaba en una luz roja en su camioneta ESU, patrullando como
de costumbre East Side, que le había sido asignado durante los
últimos seis meses. Sus dedos tamborilearon en el volante; un
latido sordo se abrió camino hasta la parte posterior de su cuello. Cada sonido,
cada destello de la luz del sol fuera de su parabrisas era irritante. Incluso la
mandíbula le dolía, sospechaba que era por rechinar los dientes sin parar anoche y
esta mañana. Veinticuatro horas sin Lucy y se sentía como un drogadicto que
hubiera estado demasiado tiempo sin su dosis. Cómo había formado ya una
adicción por la chica estaba más allá de él. Pero la tenía. Una que consumía todo y
que había cosido su hermosa imagen de forma permanente en el interior de sus
párpados. Que lo hacía captar su olor en los lugares más extraños. 100
No podía concentrarse en su trabajo. Cada pensamiento lo conducía de nuevo
a ella, a la forma en que se había visto ayer. Llena de vida. De emoción. La forma
en que lo había hecho sentir, también, durante el breve y brillante momento que se
había permitido sentir. Le había parecido demasiado bueno para ser verdad. Se
había visto obligado a recordarse que no era ese hombre. El tipo de hombre que
hace que una chica como Lucy sonría. Podría lograrlo por una tarde, pero no podía
durar.
Dímelo. Muéstramelo. No podía saber lo que esas palabras significaban cuando
se trataba de él. Apenas habían arañado la superficie, incluso si el recuerdo de su
mano conectando con su carne por sí sola podía ponerlo de rodillas. Cuando se
permitía fantasear acerca de Lucy, se la imaginaba en el límite en su cama, bajo su
orden. La imaginaba de rodillas, usando nada más que unas castas bragas blancas,
a la espera de sus instrucciones.
La imagen provocó una incómoda hinchazón entre sus piernas y Matt no
pudo resistir frotar suavemente su pene a través del pantalón de su uniforme. Eso
sólo empeoraba las cosas, sus pensamientos pasaron de Lucy sobre sus rodillas a
Lucy pidiendo permiso para chuparlo. Su carne desapareciendo por primera vez
más allá de sus labios rosados.
¿Así, Matt?
Con los dientes apretados en agonía, negó. Al ser una chica aventurera, podía
ser excitada por la promesa de una nueva experiencia, pero era muy probable que
sólo estuviera experimentando. Que tuviera curiosidad por lo desconocido. Pero,
¿por cuánto tiempo? ¿Qué pasaba si su naturaleza atenuaba su espíritu libre antes
de que hubiera tenido suficiente? Nunca se lo perdonaría. En este punto, había
dejado de advertirse con el recordatorio de su apellido. Era una Mason. La
hermana pequeña de Brent. Si su mejor amigo tuviera una ligera idea de los
pensamientos que lo azotaban día y noche, lo tendría en un par de botas de
cemento, hundidas hasta el fondo del Hudson. Se lo merecería, también.
¿Podría haber querido decir eso? ¿Podría ella… aceptarme, así?
Otra escena retrospectiva se proyectó en su mente, idéntica a las que había
estado teniendo toda la mañana, cada vez que se las había arreglado para formar
una grieta en sus pensamientos de Lucy. La expresión de desagrado de su ex-novia
cuando finalmente le reveló sus necesidades. Su mirada de pánico cuando se dio
cuenta de que había acordado casarse con un hombre con lo que denominaba una
”enfermedad”.
En aquel entonces, aún no había explorado su deseo de dominarla en la cama. 101
Se había escondido en algún lugar del fondo de su conciencia durante todo el
tiempo que podía recordar, pero cuando por fin había tenido el coraje de admitir lo
que necesitaba, había sido parado en seco. Después de eso, había intentado tan
duro mantenerlo bajo la superficie, hasta que por fin había conseguido el coraje
para explorarlo una noche, llegando sólo un poco demasiado lejos con alguien que
claramente no lo entendía. Había visto el daño emocional que podía causar. La
forma en que ella había retrocedido ante él como si fuera un monstruo. Ese
recuerdo se había chamuscado en su cerebro, sólo que ahora era el rostro de Lucy,
viéndolo horrorizada, repugnada, lo que lo mantenía atado en el interior. Lucy
dirigiéndose a otro hombre por comodidad. Un hombre con necesidades normales.
Matt golpeó el volante con tanta fuerza que lo sacudió.
No se recuperaría de ese resultado. No esta vez. No con Lucy.
Si se alejaba ahora, sería mejor para ella. Lo sabía. También garantizaría que
no continuaría faltándole al respeto a su mejor amigo a su espalda. El hecho de que
se hubiera dejado ir tan lejos era inexcusable. Si se alejaba ahora, Lucy conocería a
alguien más. A un hombre sin un camión cargado de equipaje y un pasado feo.
Que tuviera la capacidad de tratarla bien. Brent estaría sobre el pobre hombre
constantemente, pero estaría en paz con la elección de Lucy en una forma en que
nunca estaría bien con Matt. Su amigo, que se había aprovechado de su confianza,
persiguiendo a su hermana mucho más allá del punto cuando había averiguado su
identidad.
O podría tomar un salto más de fe. Un disparo en la oscuridad que a Lucy le
podría permitirle explorar sus necesidades mientras se ocupaba de ella sin
reservas. Podía confiar en que Lucy conociera su propia mente, dándole la
oportunidad de devolverle el favor de la misma forma que ella se lo había
confiado. Podría… mostrárselo. Otra oleada de anticipación rasgó a través de él. De
estar con Lucy, libre de culpa, sin límites…
El semáforo se puso verde. En lugar de continuar por la Segunda Avenida
como su ruta dictada, Matt dio un cambio de sentido de nuevo hacia Upper East
Side, donde sabía que Lucy y Brent estarían almorzando en Quincy’s en media
hora.

* * *

Lucy estaba sentada en las escaleras del Museo Metropolitano de Arte


bebiendo una Coca-Cola Light con un popote y mirando al vacío. Los grupos de
estudiantes en excursiones pasaban a su alrededor, los taxis sonaban, los
vendedores de perros calientes gritaban en sus celulares. La multitud de sonidos
102
barría a lo largo de la cálida brisa de verano, apenas registrándose. No había
estado exactamente en el mejor estado de ánimo para una entrevista de trabajo,
pero pensó que había salido sorprendentemente bien. La joven que la había
entrevistado había sido alumna de Syracuse y habían hablado durante una hora
antes de realmente ponerse a trabajar. Si le ofrecían el trabajo, incluso podría tener
una compañera de almuerzo el primer día. La suerte parecía estar de su lado.
Por lo menos, la entrevista la había distraído durante una hora, y le había
recordado su objetivo de conseguir trabajo tan pronto como fuera posible. Sin
embargo, ahora, en contra de su voluntad, reconocía débilmente que sus
pensamientos habían vuelto a Matt. No había venido a ella anoche. No habían
hecho planes para verse el uno al otro. Entonces, ¿por qué había permanecido
despierta en la cama, escuchando la puerta? Cuando se hizo evidente que no iba a
venir, había dado vueltas en la enorme cama, con su cuerpo sintiéndose caliente y
adolorido. Durante toda la universidad y toda la escuela de posgrado, rara vez
había sentido el impulso de tocarse a sí misma. Había estado agotada de estudiar,
centrada en otras cosas también. Sin embargo, ayer por la noche, había encontrado
su mano deslizándose hacia abajo a la parte delantera de sus bragas antes de haber
hecho una decisión consciente.
Acostada boca abajo, se había quitado la camisa para que sus pezones
pudieran raspar las sábanas frescas. Sus muslos se habían movido inquietos
mientras se había dado un masaje en trazos rápidos, sus gemidos amortiguados
por la almohada. Había estado tomándole demasiado tiempo; había estado
frustrada con la necesidad de alivio, su ira proyectada a Matt por no presentarse.
Eso era lo que, finalmente, la había enviado a volar. Había pensado en la discusión
con él, tratando de alejarse. Él deteniéndola. Sosteniéndola contra la pared,
exigiendo que dejara de pelear con él… antes de que recurriera a tocarla.
Sustituyendo su enojo con reacio placer. No había pasado mucho tiempo antes de
que se rindiera, en la fantasía y en la realidad. Antes de que su clímax hubiera
traído su nombre a sus labios, una y otra vez.
A la luz del día, incluso tuvo que ruborizarse pensando en lo que su
imaginación había conjurado. Su contundencia en su fantasía había sido el
elemento que la llevó al borde del abismo. Su negativa a ceder. Los gustos de Matt
parecían estar encendiendo un fuego en su interior, con una leña de deseo que
nunca había sabido que existía. Quería explorarlo, mucho, pero basada en su
último intercambio de ayer y en su ausencia de ayer por la noche, no tenía idea de
dónde se encontraban.
Él no se había visto cómodo haciendo cosas a escondidas de su hermano, así
que, ¿por qué seguía persiguiéndola? ¿Acaso la deseaba tanto que no podía
evitarlo? Una emoción se movió a través de Lucy con la posibilidad de que un
103
hombre como Matt, por lo general en un control tan despiadado de sus emociones,
no pudiera evitar estar a su alrededor. Sin embargo, no le gustaba ir a espaldas de
Brent tampoco. Había sido estúpido e impulsivo la primera vez, pero cuanto más
tiempo pasaba, más culpable se sentía. A sus ojos y a los de Brent.
Si su hermano alguna vez se enteraba. Si había algo más que una atracción
física entre ella y Matt, tendría que ser informado en algún momento. De lo
contrario, esto podría ser atribuido a un romance prohibido con fecha de
caducidad, para no ser reconocido por nadie salvo ella y Matt. La posibilidad de
ese resultado le dejó una sensación más que un poco vacía.
Pensó en su hermano, en todo lo que había hecho por ella. En cómo había
ayudado a criarla, pagando su matrícula de universidad, animándola a su propia
manera única. Su garganta se apretó con culpa. La próxima vez que ella y Matt
estuvieran solos, mordería la bala y le preguntaría lo que quería hacer. Mientras
tanto, tenía una cita para almorzar con Brent en Quincy’s en East Side, lo que
significaba que tenía que estar al otro lado de la ciudad en media hora.
De pie desempolvándose la falda de lápiz que había llevado para la
entrevista, Lucy oró porque no fuera demasiado difícil mirarlo a los ojos.
Justo a tiempo, entró en el animado pub e inmediatamente vio a su hermano
sentado en una mesa cerca de la parte posterior. No era que fuera difícil de
detectar con su tamaño más alto de uno ochenta que la mayoría de la gente en el
establecimiento. Debido a que era su día de descanso, llevaba un viejo desteñido
pantalón de mezclilla y una camiseta de los Mets. Cuando la vio, rompió en una
sonrisa.
―Mírate, vestida para matar. ―Le dio un beso en la mejilla, y luego le dirigió
una mirada de alarma―. Espera. Realmente no mataste a nadie, ¿verdad?
Con una sonrisa, ella colgó su bolso en el respaldo de la silla.
―Entrevista de trabajo. Idiota.
Brent se encogió de hombros mientras se sentaba de nuevo.
―El día es joven.
―Sigue así y serás mi primera víctima.
Mientras Lucy se acomodaba en su silla, Brent llamó a la camarera.
―Entrevistas de trabajo ya, ¿eh? Terminaste la escuela de posgrado hace
cuatro días.
Ella aceptó un menú de la camarera.
―Cuanto antes, mejor. 104
Su hermano la miró de cerca.
―¿Sí? ¿Por qué? ―Se echó hacia atrás en su silla―. Pensé que tendrías ganas
de irte de mochilera por Europa o de unirte al circo.
Quiero ayudarte. No quiero ser más una carga. Quiero ser una solución, no un
problema.
―El circo no está contratando en este momento.
―¿Todos los espacios para la señora barbuda están tomados?
Sus bromas se sentían tan cómodas y familiares, que tuvo que enterrar su
sonrisa detrás de su menú.
―Algo así. ―Decidiéndose sobre el sándwich de pavo, siempre comía el
sándwich de pavo, arrojó el menú sobre la mesa―. Es curioso que menciones
Europa, sin embargo, tuve una oferta…
―Matty ―gritó Brent por encima de su hombro, haciéndola saltar. Con un
pozo en el fondo de su estómago, Lucy se volvió y vio a Matt de pie junto a la
puerta, vestido con su uniforme de ESU. Cada punto de pulso se deslizó con la
vista de él. Cuando sus miradas se encontraron, cada centímetro de piel cubierta
por su ropa se incendió. Pensó que vio en sus ojos llamaradas de deseo, tal como se
imaginaba era la suya propia, pero se volvió y le dio a la camarera su orden antes
de que pudiera decir si era cierta. A medida que se acercaba a ellos, trató de leer su
expresión. Esto tenía que ser incómodo para él. Pero no pudo medir nada, por su
expresión.
―Pensé en pedir el almuerzo para llevar ―dijo Matt a modo de saludo―,
estoy de servicio por otras cuatro horas.
―Siéntate con nosotros mientras esperas, hermano. ―Brent acercó una silla a
su lado―. Lucy me estaba diciendo acerca de su entrevista de trabajo hoy.
Matt la miró, con la máscara perfectamente en su lugar.
―¿En serio? ¿Dónde?
De repente odió esa máscara. Quería gritarle hasta que se fuera.
―En el Met.
―¿En el Met? ―Brent golpeó la mesa―. ¿Me estás tomando el pelo, Luce?
¿Por qué no dijiste nada?
―Como que acabo de hacerlo. ―Ella se movió en su asiento, tratando de
ignorar el calor irradiando del muslo de Matt―. De todos modos, es sólo un
puesto de asistente. Estaría trabajando bajo uno de los curadores. Probablemente
manejando un Starbucks hasta que tenga ampollas. 105
En realidad, se trataba de una posición codiciada para alguien recién salido
de la escuela de posgrado. Había sido persistente en conseguir la entrevista, aun
teniendo a un puñado de sus profesores más conectados escribiendo cartas de
recomendación. La pondría justo donde podría moverse más arriba en la escalera,
dándole una valiosa experiencia en el proceso. Si alguna vez decidía seguir
adelante, su hoja de vida sería roca sólida, después de haber trabajado en un
museo de fama mundial. En caso de que decidieran que era la correcta para la
posición después de la entrevista de hoy, aceptaría el puesto de trabajo en un
latido. Significaba vivir su sueño y estar cerca de su familia.
La camarera dejó las bebidas que Brent había ordenado, distrayendo
eficazmente a su hermano con un barato comentario sobre los Mets. Lucy levantó
la mirada para encontrar a Matt considerándola estrechamente. Había algo detrás
de sus ojos que no había estado allí hace un momento, como si estuviera a punto
de tomar una decisión. Su mirada gris era seria, como de costumbre, pero algo más
existía detrás. ¿Esperanza?
Cuando él se estiró debajo de la mesa y le tomó la mano, ella tuvo que
trabajar duro para mantener sus facciones educadas. Puso su otra mano sobre la
mesa, dándole la impresión de que estaba preparándose a sí mismo. Esperando
que ella pensara que lo había visto transformar su determinación, y lo supo.
Oh mi Dios, va a decirle a mi hermano acerca de nosotros.
Partes iguales de calidez y ansiedad se expandieron dentro de ella, abarcando
cada centímetro. Este hombre que la había fascinado, el hombre con el que deseaba
desesperadamente tener la oportunidad de conocer mejor, estaba sosteniendo su
mano, a escasos centímetros de su hermano. Tenía que sentirse de la misma
manera, si estaba arriesgando su amistad con Brent así.
Matt respiró hondo y se volvió hacia su hermano.
―Brent, hay algo…
―Espera. ―Su hermano dejó la cerveza fría en la mesa con un golpe seco―.
Antes de que comiences, Lucy estaba a punto de decir algo. Sobre otra oferta.
Cada respiración que ella tomó se sentía como si estuviera siendo succionada
a través de un popote, hasta el punto de que se tomó un momento para alcanzarla.
¿Qué había preguntado su hermano? Otra oferta de trabajo. Correcto.
Con un esfuerzo concertado, Lucy le dio a su hermano su atención.
―S-sí. Me ofrecieron un trabajo en el Louvre. En París. Como asistente de
investigación de uno de los directores de adquisición.
―¿En París? ―Brent se vio simultáneamente eufórico y cabizbajo―. Eso es… 106
genial. ―Se pasó una mano a través del oscuro cabello rubio―. Además, mierda
santa, está tan lejos.
La mano de Matt se quedó helada en la de ella. Quería medir su expresión,
pero no podía, mientras Brent la viera tan de cerca.
―Sí, está muy lejos, pero…
―¿Vale más la pena que el puesto en el Met?
Pensó en los correos electrónicos que había intercambiado con el director.
―Sí ―tuvo que admitir―. Un poco más, en realidad. E incluye la vivienda,
pero no has…
―Vaya. ―Él negó―. No puedo decir que estoy contento de que te mudes tan
lejos, pero nunca podría detenerte, Luce. Es una gran oportunidad.
Lucy frunció el ceño. Racionalmente, sabía que su hermano estaba
apoyándola, pero sobre todo lo oyó enviando su equipaje a través del Atlántico sin
preguntar lo que quería, o incluso sin tratar de mantenerla cerca. Le dolió como el
infierno.
Matt asintió una vez, su mandíbula se tensó.
―Eso está muy bien, Lucy. Parece que todo el trabajo duro valió la pena.
Debes tomar la oferta.
Sus palabras cayeron fuertemente en sus oídos. La determinación en su rostro
había desaparecido. De hecho, sus ojos no tenían ningún rastro de emoción en
absoluto. ¿Había juzgado mal su intención de revelarle su relación a Brent?
Sintiendo como si alguien estuviera pisando sus pulmones, ella soltó su mano
debajo de la mesa. No tenía sentido fingir ser algo más que una conexión casual.
Incluso si no lo hubiera juzgado mal, si él estuviera dispuesto a dejar que tuvieran
una oportunidad de estar juntos sin que se esfumara y muriera sin luchar, tal vez
era algo bueno que no hubiera salido limpio. Quería a un hombre que luchara por
ella, y malditas las consecuencias.
―Bueno, esto apesta. ―Brent dejó escapar un suspiro y asintió hacia Matt―.
¿Qué ibas a decir, de todos modos?
Por un momento, la mirada de Matt fue a Lucy.
―Nada. Excepto, que tu coche tiene una multa. Olvidaste poner tu registro
de policía de Nueva York en la ventana de nuevo.
―Maldita sea.
Lucy no se volvió mientras Matt se daba la vuelta y salía de Quincy’s. Pero 107
antes de que incluso llegara a la puerta, se había despojado de su devastación… y
conseguido estar bien y enojada.
M
att supo, al segundo, que Lucy sintió su presencia. Al otro lado de
la calle, con los labios entreabiertos en una profunda respiración,
apretando los hombros casi imperceptiblemente. El hecho de que
no volteara para buscarlo, le dijo que había sabido que llegaría. También
significaba que había decidido terminar con él. No la culpaba, incluso mientras
todo en su interior con fuerza, con odio, se rebelaba con esa suposición. Por otra
parte, no debería estar aquí. Había jodido sus posibilidades ayer. Condenándose
con su silencio en Quincy’s. Era evidente que sus acciones, o la falta de ellas, no se
habían perdido para ella.
Cuando pensaba en la esperanza que había visto en sus ojos después de que
había tomado su mano… lo hacía sentirse enfermo de culpa. Enfadado consigo 108
mismo por no ser el hombre firme que ella merecía.
Había entrado en el restaurante con toda la intención de revelar sus
sentimientos frente a su hermano. No pasar todas las noches de un futuro
inmediato con ella metida en su pecho, había sido un infierno que no quería
enfrentar. Su visión era caminar a la salida, sosteniendo su mano, ya sea que
tuviera dos ojos negros o no, estaba a tan sólo unos minutos de ser una realidad.
Entonces… París.
Le había dicho acerca de la oferta de trabajo en el viaje de Syracuse, pero ese
día había sido Sasha. No Lucy. Lo había atribuido a una fabricación. Obviamente,
no lo había sido. Ya había estado menos que confiado en su capacidad para hacerla
feliz. Incluso ahora estaba entre un grupo de desconocidos, preparándose para
bailar salsa. En público. Todo por sí misma. Era valiente y animosa. Tendría que
reducir esa parte de ella en algún momento. Había visto cosas feas, continuaba
viéndolas todos los días. Demonios, su trabajo consistía en sacar a la gente cuando
no existía otra opción. No podía competir con las posibilidades que tenía expuestas
delante de ella.
Había estado dispuesto a intentarlo. Dar un salto de fe, porque la forma en la
que se sentía por ella lo dejaba sin elección. Pero él no sería la razón por la que
rechazara una oportunidad increíble. Antes le había pedido a una mujer que
pusiera su vida en espera una vez, mientras peleaba en el extranjero. Ella se había
vuelto amargada y resentida. Sin fe. Había terminado odiándolo. Eso era
exactamente lo que pasaría si se lo proponía a Lucy. El dolor de eso iría mucho más
allá de lo que su ex novia había sido capaz de infligirle.
Entonces, ¿qué diablos estaba haciendo aquí? Debía mentir, dejando que ella
siguiera adelante y estuviera lista para París. Sólo que su itinerario olvidado, se
había burlado de él en su mesa de la cocina. Puesta de sol Salsa a las 06:00, Lincoln
Center. Realmente había tratado de mantenerse alejado. Realmente lo había hecho.
Pero la idea de dejarla volar a miles de kilómetros de distancia y sin una
explicación no funcionaba para él. Necesitaba que entendiera por qué se había
arrepentido cuando lo que realmente había querido era arrastrarla a su regazo y
rogarle que se quedara en Nueva York.
Sin embargo, Matt había ido por otra razón. Una que bombeaba en su sangre
y se negaba a escuchar el pensamiento racional. La idea de Lucy bailando al aire
libre, alrededor de otros hombres… básicamente, eso lo jodía. No importaba
cuántas veces se dijera que no era de su incumbencia.
¿Qué demonios vas a hacer al respecto? No bailas. Ella ni siquiera te mirará.
Perdería su maldita mente. Eso era lo que pasaría. 109
Ella se tambaleó con la música latina, viendo de cerca mientras el instructor
explicaba los movimientos básicos. En un vestido de verano de color rojo que
esbozaba sus pechos, vientre y caderas, se había quitado el cabello del cuello con
un broche, se veía como un delicioso pedazo de fruta prohibida.
Matt quería devorarla de un solo bocado.
Sin embargo, era más que eso. Su mirada de concentración, la forma en que
movía la boca como si repitiera las palabras del instructor en voz baja… podría
verla todo el día y no se cansaría. Le hacía querer follarla. Reclinar su cabeza en su
regazo y escuchar su charla. Sacudirla hasta que admitiera que nunca funcionaría
entre ellos.
Sin embargo prohibida era la única manera de describirla. Prohibida para él.
No para la corriente sin fin de hombres quienes acudían a su energía positiva a
dondequiera que iba. Hasta que ella tomara a uno de los bastardos y decidiera
darle su confianza, su cuerpo. Su sonrisa. Solo la idea de eso, lo hizo querer
golpearse la cabeza repetidamente contra el volante de su coche.
Debería irse. Ahora. Sólo tenía que encender el coche y alejarse. Lástima que
ni siquiera se pudiera engañar pensando que era una posibilidad. Había venido
aquí sabiendo exactamente lo que iba a suceder. En cualquier segundo ahora,
algún imbécil trataría de bailar con ella y él estaría allí para detenerlo. No tenía
opción en el asunto. Tal vez cuando se mudara al otro lado del Atlántico, podría
enfrentarse a la idea de ella con otra persona. Con alguien que no fuera él.
No era probable.
Hasta que ella saliera de Nueva York, sin embargo, la posesividad que había
engatusado su vida desde el interior había comenzado a tomar las decisiones. La
percusión en su pecho, que insistía en que era suya de manera constante, había
tomado velocidad. Un músculo palpitó en su mandíbula, contando los segundos.
Entonces sucedió. Los bailarines comenzaron a emparejarse. Vio a dos
hombres dirigirse hacia ella a la vez y no esperó a ver más. Aceleró el coche y entró
en una estructura de estacionamiento de paga subterránea situada en la calle
lateral contigua. Después de estacionarse en el primer lugar disponible, que para
su frustración terminó siendo hasta la parte trasera, salió del vehículo a un ritmo
rápido. Cuando el empleado se adelantó para tomar las llaves, le mostró su placa y
siguió caminando. Las luces halógenas por encima de él despedían un zumbido
eléctrico, que coincidía con el que sonaba en su cabeza.
Su velocidad no se detuvo cuando dobló la esquina y el patio lleno de
bailarines apareció a la vista. Vio a Lucy inmediatamente, destacándose en su 110
vestido rojo. Ella echó la cabeza hacia atrás, riéndose de algo que el hombre frente
a ella dijo. El hombre que estaba de pie demasiado cerca.
El hombre que era de por lo menos de noventa años.
Matt se detuvo en el borde del cuadro. Cuando Lucy lo miró bruscamente, se
dio cuenta de que él había estado riendo. Eso lo detuvo en seco. No podía recordar
la última vez que se había reído tan fuerte. Tan libremente. Se sentía poco natural.
Se sentía… muy bien. Sus pies comenzaron a moverse antes de que lo hubiera
hecho en una decisión consciente, sólo sabiendo que tenía que estar cerca de ella.
Lo vio acercarse con cautela, aparentando hacer todo lo posible por prestarle
atención a su pareja.
Cuanto más se acercaba, más fuerte latía su corazón.
―Lucy. ―Dios, se sentía bien sólo decir su nombre en voz alta. Parte de la
presión se drenó de su pecho.
Ella levantó una ceja.
―¿Sí?
―¿Podemos hablar?
―No en este momento. ―Asintió a su compañero―. Estoy bailando con
Maurice.
Maurice lo saludó.
―¿Es tuya?
Sí. La respuesta resonó dentro de su cabeza, pero no se tradujo a sus labios.
No sabía cómo reaccionaría Lucy. Además, sabía que si lo decía en voz alta, sería
realidad. Que no habría forma de regresarlo y no podía ser suya.
Esa momentánea vacilación causó que las mejillas de Lucy se pusieran rojas.
―Vete, Matt.
Maurice negó, luego se volvió hacia Lucy.
―Tengo un nieto. Es músico, sin embargo ―añadió en tono de advertencia.
―¿Baila?
―Cariño, eso es todo lo que hace.
Ella le lanzó una mirada mordaz a Matt.
―Vendido.
Una pareja bailando detrás casi se estrelló contra él, así que se acercó a Lucy.
―Entiendo por qué estás molesta, pero lo que ocurrió… fue lo mejor.
111
* * *

La audiencia en el estudio, dentro de la cabeza de Lucy, entró en erupción en


una serie de abucheos y silbidos. Incluso el anfitrión meneó tristemente la cabeza,
dejando caer el micrófono a su muslo.
Tuvo el repentino impulso de quitarse los zapatos de tacón y lanzarlos hacia
Matt, gritando obscenidades y maldiciéndolo con toda una vida de bolas azules.
En cambio, mantuvo su sonrisa firmemente en su lugar e hizo su honesta mejor
intención de ignorarlo. No era una tarea fácil cuando él se quedó allí viéndose tan
escalable. ¿De dónde salió llenando una camiseta negra y jeans de esa manera?
Como si un sastre los hubiera cosido en él, dejando la cantidad justa de espacio
para acomodar los músculos de sus brazos, pecho y piernas, aún mejor de lo que
su uniforme normalmente hacía. Tuvo un repentino recuerdo de correr sus manos
por esos pectorales esculpidos, de cómo se habían doblado debajo de sus dedos.
De cuánto le había gustado.
Maurice. Concéntrate en Maurice. No pienses en la forma en que Matt te está
mirando. Con esa mezcla de perdido y hambriento. Que le hacía cosas divertidas a
sus sentidos.
Ayer, mientras había estado en silencio, dispuesto a agarrarse a ella con las
dos manos y nunca dejarla ir, se había resistido, pisoteando sus sentimientos como
una manada de búfalos en estampida. Sosteniendo su mano un segundo,
retirándola al siguiente. Si había venido aquí para ofrecerle algún premio de
consolación en forma de explicaciones a medias, podía quedárselas. No estaba
interesada.
La alternativa era que hubiera venido aquí a tener sexo, lo que era doloroso
de considerar. Pero tal vez su conclusión de que eran más, había sido sólo eso. Una
suposición. ¿Qué otra conclusión podía sacar cuando la tocaba en cada
oportunidad disponible, pero se negaba a decir las palabras?
Una parte de ella, el lado destructivo que había trabajado tan duro en domar
a lo largo de los años, había querido aprovechar este juego que estaba jugando con
su corazón y darle la vuelta en su arrogante cabeza. ¿La haría sentir mejor darle
una probada de la amarga medicina? Tal vez no. Pero en este punto, no podía
pensar en ninguna otra opción aparte de escuchar su explicación y ceder a lo que le
pedía, ya fuera una relación estrictamente física o entendimiento. No quería
entender. No tenía la capacidad para eso en el momento en que su corazón se
sentía tan malditamente pesado.
112
Sin embargo, podría hacerse cargo de la situación y ponerle fin a este juego
entre ellos en sus propios términos. Una última vez para alimentar la atracción.
Podía manejar eso. Una última vez para mostrarle sin lo que estaría cuando
voluntariamente se alejara, con su orgullo intacto.
Lucy ignoró la pequeña voz en su cabeza que le decía que era una mala idea.
Una vez había sido experta en ignorar esa voz y se aprovecharía de esa chica
ahora. Ser alguien más por el momento ayudaba a enmascarar el dolor.
La canción terminó y dio un paso atrás de Maurice, cuyos ojos cambiaban
entre ella y Matt con interés. Matt todavía se quedó allí mirándola, como una
inamovible pared de ladrillo.
―¿Todavía quieres tener esa charla?
La sorpresa cruzó su rostro antes de que la ocultara.
―Sí. La quiero.
Asintió, luego se volvió de nuevo a Maurice, besándolo en ambas mejillas.
―Ha sido un verdadero placer, querido.
―Vuelve la semana que viene. ―Él le palmeó su hombro―.Traeré a mi nieto.
―No estará aquí la próxima semana ―dijo Matt.
―¿No lo estaré? ¿Por qué?
Él frunció el ceño.
―Porque irás a París.
―¿Lo haré? ―Caminó pasando junto a él, haciendo todo lo posible por
ocultar la satisfacción ondulando a través de ella―. Eso es nuevo para mí.
Un segundo más tarde, la alcanzó. Su corazón se apretó un poco cuando le
tomó la mano, pero fue sólo para llevarla en la dirección opuesta.
―Mi coche está en el estacionamiento. Vamos a algún sitio y hablaremos. ―Un
latido pasó―. Irás a París.
Lucy parpadeó para alejar la estúpida humedad que surgió de sus ojos.
―Dios, en un minuto no me dejas sola, al siguiente no puedes esperar a
deshacerte de mí. Por la presente declaro que eres el campeón de las señales
mezcladas.
―¿Por qué desperdiciarías eso?
No respondió a su pregunta. Entraron en el estacionamiento y estuvo
agradecida por la penumbra. Necesitaba estar fresca, en control y no podía hacerlo
si sus ojos brillaban. Sabía que estaba esperando a que respondiera a su pregunta 113
mientras se adentraban en la estructura del estacionamiento subterráneo, pero se
negó. Su coche apareció a la vista y una señal de alarma se disparó en su cabeza.
No podía entrar en ese coche con él. Si iban a alguna parte, si hablaban, sería más
difícil caminar lejos de él después. Como había sabido que haría, él caminó hacia el
lado del pasajero para abrirle la puerta.
Antes de que pudiera llegar a ella, él dejó que su cuerpo se pegara contra el
suyo, mordiéndose el labio para no gemir. ¿Por qué su cuerpo tenía que golpearla
en todos los lugares correctos? Tomando una respiración profunda, cedió a su
anterior fantasía pasando sus manos sobre su pecho.
―¿Por qué no dejas de fingir que quieres hablar?
Sus ojos eran oscuros, su garganta se movió cuando lo tocó, pero sus palabras
le hicieron volverlo a mirar.
―¿Qué significa eso?
Lucy arrastró ligeramente sus uñas por su pecho y abdomen, observándolo
estremecerse. Cuando sus manos comenzaron a desabrochar la hebilla de su
cinturón, él gimió y juntos sus bocas. Se retiró después de sólo un beso, a pesar de
que ella podía decir que le costó.
―¿Qué estás haciendo, nena? Esto no es por lo que vine a recogerte.
Ella bajó la cremallera del pantalón y metió la mano para acariciar su pesada
erección.
―Mentiroso.
Matt apoyó las manos en el techo de su coche.
―Joder. Tendrás que parar esto. No sé cómo detenerme cuando se trata de ti.
―No quiero detenerme.

114
—A
h, Dios. ―Los ojos de Matt se cerraron fuertemente―. Por
favor. Puedo hacerlo mejor que en un estacionamiento.
La cruda agonía en su voz, sus palabras,
intensificaron su propia necesidad, incluso mientras traían una oleada de afecto
que no tenía lugar aquí. Quiso empujarlo más allá de su punto de ruptura. No
podía esperar a verlo. Su pulgar rozó la cabeza de su erección.
―Tal vez tienes miedo de averiguar qué tan profundo puedo tomar tu…
―Suficiente. ―Con un gruñido, abrió la puerta de atrás y la empujó hacia el
asiento. Manos ásperas tiraron de la parte superior de su vestido, dejando al
descubierto sus pechos. Sus mejillas estaban rojas, dientes rasparon por encima de 115
su labio inferior. Se vio indeciso por sólo un segundo antes de golpear uno de sus
pechos, apenas lo justo para picar, lo suficiente como para sacar un gemido de su
garganta. Sus dedos agarraron su barbilla y la movieron hacia arriba―. Vigilarás
tu boca cuando me hables.
―Sí, Matt. ―Cuando le soltó la barbilla, se inclinó hacia delante y pasó la
lengua por la parte inferior de su erección. Sus rodillas chocaron en el asiento
mientras él gemía―. ¿Te gusta esto?
―Joder, sí, me gusta. ―Rodeó la base de su erección en una mano, guiándola
a su ya abierta boca―. Más. Ahora.
Había pasado un tiempo desde que Lucy había hecho esto y nunca con el
tamaño de un hombre como Matt. Se obligó a relajarse y a concentrarse en lo que
su cuerpo le decía. En cómo respondía él. Pronto se perdió en su propio disfrute.
En su sabor. En los sonidos estrangulados que arrancó de su garganta. La forma en
que tiró de su cuero cabelludo la hizo estremecer, moviéndola suave, luego
lentamente, luego rápido de nuevo.
―¿Te gusta mi sabor, nena? ―Sus caderas se mecieron hacia adelante―. No.
Malditamente te encanta.
Lucy tarareaba en su garganta, cerrando sus dedos alrededor de su
circunferencia, acariciándolo al tiempo de su boca. Oyó su respiración comenzar a
volverse entrecortada. Los dedos en su cabello se volvieron castigadores,
diciéndole que estaba a punto de alcanzar la cima. Que estaba tratando de alejarla
con manos frenéticas, pero Lucy no quería detenerse.
―¿Quieres que termine en tu irrespetuosa boquita? ¿Quieres hacer mi puta
vida?
Poco a poco, asintió, relajando la garganta para permitirle deslizarse
profundo, más abajo que antes, ronroneando con el fin de enviar vibraciones
corriendo por su carne dura. Su boca viajó arriba y abajo, cada vez a mayor ritmo,
arrastrando sus dientes suavemente por los lados cuando le rogó que redujera la
velocidad. Él estaba justo en el borde. Quería verlo romperse, se estaba muriendo
por presenciarlo, pero él arrastró su boca lejos en el último segundo.
―La próxima vez ―gruñó, sacando un condón del bolsillo de sus vaqueros y
rodándolo con esfuerzo por su erección―. Abre las piernas. Déjame ver la parte de
ti que me aprieta tan fuerte.
Lucy atrajo sus rodillas, dejando que su vestido fuera a la deriva hasta su
cintura. Sus pechos desnudos se juntaron; sus labios se sentían pesados e
hinchados. La ardiente mirada de Matt entre sus piernas le hizo retorcerse en el
asiento con impaciencia. 116
―De prisa ―susurró con voz temblorosa, cuando él comenzó a acariciarse a
sí mismo.
Matt la agarró por los tobillos y los apoyó en los extremos opuestos del marco
de la puerta, sus tacones altos de alguna manera todavía puestos. Mantuvo
contacto visual con ella mientras le arrancaba las bragas con un giro de su muñeca,
luego se inclinó para lamer a lo largo de su centro. Dos largos trazos de su lengua
hicieron que sus muslos empezaran a temblar incontrolablemente.
―No grites ―le dijo con voz áspera. No había procesado su advertencia
antes de que arrastrara la cabeza de su erección sobre sus pliegues y se metiera
profundamente en ella. Lucy se mordió el labio con fuerza, ahogando el grito que
se arrancó desde el fondo de su pecho. El sonido terminó en un sollozo cuando él
no se movió de inmediato. Necesitaba que empujara, pero se quedó quieto, tan
profundo en su interior que lo podía sentir latiendo―. Juro por Cristo, nena, te
hicieron para mí. ¿Sientes eso? ―Se retiró de ella, luego se estrelló en casa una vez
más―. Mía. Mi Lucy. Déjame oírte decir eso.
No. No podía ceder a sus palabras, a pesar de que desesperadamente quería
repetirlas también. Se sentían ciertas, pero sabía que no lo eran. Su cuerpo podría
sucumbir a él, pero su mente no. Incluso ahora, sus músculos más bajos del
estómago se enrollaron apretadamente, preparándose para la fiebre de lo
inevitable que sólo Matt podría proporcionarle. Luchó para contenerse, deseando
jalarlo para un beso pero se mordió el labio en su lugar. Después de esto, ella se
iría. Esto no podría ser sobre el afecto.
Matt debió sentir su tensión, porque sus ojos se estrecharon en su rostro.
―No puedes contenerte. No cuando estoy veinticinco centímetros profundo,
Lucy. No voy a permitirlo.
Ella rodó sus caderas en el asiento, sintiendo una chispa de satisfacción
cuando su aliento se estremeció.
―Eres el que se está frenando. ¿No quieres moverte dentro de mí, Matt?
Sus manos se flexionaron sobre sus muslos.
―No hasta que estés aquí conmigo. Dilo.
¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Qué quería de ella?
―No.
La tención estaba empezando a llegar a él. Su surcado abdomen se sumergió
y se estremeció, su voz sonó antinatural. No tardaría mucho para tentarlo a olvidar
cualquier misión repentinamente. Lucy arrastró su mano hasta su estómago, 117
rozando sus dedos sobre sus pezones.
Con un sonido ahogado, Matt la agarró por las muñecas y trató de fijarlas
detrás de su espalda, pero ella luchó por conseguir zafarse.
―Basta ―dijo ella, pero las palabras terminaron en un grito de asombro. La
fricción causada por su lucha envió ondas de choque a través de su cuerpo.
Automáticamente, sus piernas se envolvieron alrededor de su cintura, sus zapatos
de tacón alto se clavaron en su trasero.
―Mi Lucy.
―No.
―Tu cuerpo no está de acuerdo ―le gruñó, empujando profundo mientras
medio la sujetaba―. ¿Quieres la follada dura que tengo guardada para ti? Di las
palabras.
Lo odió en ese momento, incluso mientras anhelaba su cuerpo, la sensación
de tenerlo en su interior, más que el aire en sus pulmones. Había tantos niveles en
esta sensación de estar inmovilizada. La forma en que lo lograba con su poderoso
cuerpo, negándose a ceder. Su rechazo de ayer era una oposición a querer
reclamarla hoy. Nada de eso tenía sentido.
―¿Qué quieres de mí, Matt?
―Traté de decirme que desearte, que mantenerte, era egoísta. Tal vez lo es.
―Sus labios rozaron su frente―. Pero estoy perdido aquí, Lucy. Estoy perdido sin
todo lo que tienes.
Eso le dolió. Sin expresar las palabras de amor que amenazaban con estallar,
manteniéndolas atrapadas en su interior, incluso mientras se mantenían inmóviles
por él haciendo a su cuerpo cantar. Emociones caóticas y contradictorias, crecientes
en su pecho hasta que ya no pudo contenerlas.
―Voy a darte lo que me queda, Matt ―sollozó―. Tómalo.
―Tienes más. Dámelo.
Actuando por su cuenta, su mano se echó hacia atrás y lo abofeteó duro en la
cara. Por un breve momento, el único sonido fue su dificultosa respiración, antes
de que Matt se pusiera en marcha, finalmente teniendo éxito en fijar sus manos
sobre su cabeza en el asiento de cuero. La emoción ya familiar se reunió en la
mitad del cuerpo de Lucy y se extendió a todos los rincones de su cuerpo, de su
mente.
Matt la miraba de cerca, con conflicto en todos los planos de su rostro, su
gruesa carne aún palpitaba en su interior. Cuando por fin habló, su voz fue pura y
118
grave.
―¿Quieres que me detenga aquí o te sigo follando? Necesito una respuesta. Y
la necesito ahora.
Lo apretó con sus paredes internas antes de permitir que sus muslos se
abrieran en invitación. Al mismo tiempo, luchó por conseguir liberar sus manos.
―No me das elección.
―Lucy… ―le advirtió, mientras sus ojos se oscurecían, luego se cerraban.
Negándose a renunciar a la sensación que estaba persiguiendo, Lucy volvió la
cabeza y hundió los dientes en su antebrazo. Las manos que la retenían se
apretaron castigándola mientras Matt gemía. Lucy aumentó su pelea, sacudiendo
su cuerpo debajo del suyo una, dos veces.
Poco a poco, sus caderas bajaron de nuevo, después se empujaron de nuevo
hacia delante. La euforia se disparó directamente a través de su cuerpo. Echó la
cabeza hacia atrás en el asiento, deleitándose en ello, por un glorioso momento,
entonces comenzó su renovada lucha. Mientras miraba, Matt perdió cualquier
batalla que hubiera estado librando dentro de sí mismo y comenzó a impulsarse en
ella. Cuando Lucy se retorció en el asiento, en un intento a medias por desalojarlo,
él sólo tiró de sus piernas sobre sus anchos hombros y bombeó con más fuerza.
―No te atrevas a tratar de mantener ese coño lejos de mí. Es mía. Eres mía.
De alguna manera Lucy consiguió hablar alrededor de todo el placer
pinchando a través de ella. Oh Dios, estaba tan cerca. Sólo un poco más.
―No.
Con un sonido frustrado, Matt llevó su cuerpo hacia abajo, encima de ella,
por lo que sus rodillas llegaron a sus hombros. Inclinando su cuerpo sobre ella,
golpeó hacia abajo, gruñendo por el esfuerzo.
―Ríndete, nena. Te siento temblar para mí.
Sacudió la cabeza en el asiento, pero no pudo vocalizar su negación. Se veía
tan masculino, tan dominante por encima de ella, exigiendo una demanda que no
le quería dar, pero que no podía negarse a sí misma.
Matt la besó con fuerza, empujando su lengua profundamente.
―Recuerda lo que se siente cuando estás lista para volar. Te quema el puto
cerebro. En cualquier momento, vas a apretarme como una prensa. ―Se mordió el
labio inferior―. Y voy follarte a través de ella.
Lucy no se movió ni se fue a la deriva sobre el borde, pero catapultó su
cabeza en un abismo negro. Vagamente registró la mano de Matt cubriendo su 119
boca mientras gritaba su nombre, pero el placer anuló cualquier otro pensamiento.
Su cuerpo, ya caliente, llegó a un punto de ebullición cuando alcanzó su clímax.
No iba a terminar todavía, sin dejar de golpear sus sentidos mientras Matt se
conducía en ella una y otra vez.
Finalmente, él enterró el rostro en su cuello y la dejó ir, gimiendo palabras
dispersas contra su febril piel.
―Sexy chica, mi chica. Por favor. Nena, nena, nena. Tan bueno. Tan apretado.
Matt soltó sus manos y las llevó a su cabello, hundiéndose en las hebras
gruesas, acariciando su cuero cabelludo. Inconscientemente ofreciéndole
comodidad y alabanza. Su peso en la parte superior se sentía increíble, igual que el
olor limpio de su champú. Quería quedarse así para siempre, poco convencional
como era. La sensación de satisfacción hormigueó a lo largo de su columna.
Fue entonces cuando Lucy supo que tenía que salir pitando de allí. Mientras
yacía ahí, acunando a Matt en su pecho, sosteniéndolo mientras su cuerpo vibraba
con las consecuencias de su acto de amor, se hizo brutalmente obvio que tenía
sentimientos serios, incurables por él. Había sido estúpido pensar que podía darle
una alucinante experiencia sexual y alejarse silbando Dixie, segura en conservar su
orgullo. Con cada encuentro, sexual o de otra manera, esta conexión que sentía
entre ellos crecía. Una vez más, había sido demasiado impulsiva y eso le costaría
ahora.
Pero tenía que irse. Continuar de esta manera, mantener una relación física a
puerta cerrada, la mataría. Inhaló profundamente su olor por última vez, luego se
movió debajo de Matt hasta que se puso de pie de nuevo afuera del coche.
Penetrándola con los ojos, la ayudó a sentarse y a arreglar su vestido con manos
suaves, tan diferente de la forma en que habían sido minutos antes. Hizo todo lo
posible por evitar su mirada mientras buscaba por las llaves de su coche en su
bolso.
―Lucy. Mírame.
Permitiendo que una sonrisa se formara, mantuvo el resto de su cara en
blanco. Como en, ¿Te gustarían papas fritas con eso?
―Me tengo que ir.
Sus cejas se alzaron.
―Como la mierda que lo harás. No así.
Un nudo caliente en su vientre hizo que Lucy rechinara sus dientes. Esa
contundencia en Matt podría ser su caída si no tenía cuidado.
―Tengo una entrevista de trabajo. ―Otra mentira. Bien podría balancearse 120
por las cercas.
―¿A las siete en punto de la noche?
Se encogió de hombros y trató de bajar del asiento.
―Esta es la ciudad que nunca duerme, ¿o no?
Matt la bloqueó.
―¿Por qué sigues teniendo entrevistas? ―Su voz fue gruesa con alguna
emoción sin nombre―. Estarás tomando el trabajo de París. Me dijiste en el coche
desde Syracuse que te encantaba allí.
Oh, lo hacía. No podía mantener la calma un segundo más. Con las dos
manos, empujó su pecho. Él apenas se movió, incitando aún más su ira.
―No voy a tomar el trabajo de París, idiota. Pero no te preocupes, mi
estancia en Nueva York no tiene nada que ver contigo. Conozco el puntaje. Así que
no te preocupes por mí. Sé lo que es esto. ―Pasó junto a él―. No es nada.
―Al diablo con que no es nada. ―Plantó una mano en su hombro, pero ella
se encogió de hombros―. No he dejado de pensar en ti desde la cafetería. Nunca
me dejes.
Maldita sea. Las lágrimas se reunieron en sus ojos.
―Te dejaré ahora.
―No ―respiró él.
―Sí. No puedes sólo aparecerte cada vez que te sientas con ganas de follar,
Matt. Soy mejor que eso.
Sus palabras lo hicieron levantarse en corto.
―Jesús, Lucy. Lamento haberte hecho sentir de esa manera. ―Cayó hacia
atrás contra su coche―. Eres mejor que yo. Eso es de lo que se trata.
La ira de Lucy se fue en picada.
―Explícame eso.
―¿Realmente tienes que preguntármelo después de que te follé en un
estacionamiento? ―Su garganta tragó mientras miraba hacia el extremo opuesto
del espacio subterráneo. Después de unos segundos de silencio, se apartó del coche
y cerró la distancia entre ellos. Lucy no podía respirar, la mirada en sus ojos era tan
feroz―. Escúchame, yo…
Sirenas. El fuerte y continúo sonido ahogó cualquier cosa que Matt fuera a
decir. No se detuvo, sino que se hizo más fuerte, el sonido de vehículos de la
policía acelerando sobre sus cabezas imposibles de ignorar. Lucy y Matt 121
intercambiaron una mirada que no necesitó palabras para interpretarse. Asintió
una vez y él se dirigió a su coche, tirando de su celular desde la consola. Mientras
lo observaba de cerca, sus músculos se pusieron rígidos bajo su camiseta, cerrando
su mano derecha a su lado en un gesto familiar. Recordó haberlo visto cuando
habló acerca de ser un francotirador. Un sentimiento de temor se instaló en la boca
de su estómago.
―¿Qué sucede?
Cuando su mirada se encontró con la de ella, estaba perfectamente en blanco.
Eso la alarmó aún más.
―Todo estará bien, pero me necesitan en el centro.
Lucy obligó a sus labios a moverse.
―Parece que todo el mundo lo está haciendo.
―Entra en el coche. Te dejaré en el camino.
Lo despidió con la mano.
―Estaré bien. La casa de Hayden no está lejos de aquí.
―No te voy a dejar aquí. ―Su voz sonaba sobre un silencio sepulcral―. Si no
te llevo a casa, no podré concentrarme. Sube, por favor.
No preguntó por qué necesitaba plena concentración, sólo se movió lo más
rápido que pudo hacia el lado del pasajero y se subió. Él salió del estacionamiento
y se detuvo delante de la casa de la ciudad de Hayden en cuestión de minutos.
Trató de no dejar que el pánico se apoderara de ella mientras las sirenas volaban
delante de ellos en cada avenida. Lucy quería preguntar qué estaba pasando, si él
estaría bien, pero estaba aterrada de la respuesta. Hace unos minutos, había estado
preparada para alejarse de él, pero a la luz del peligro que sentía, la idea parecía
absurda. Quería lanzar sus brazos alrededor de él y rogarle que se quedara. Su
postura rígida se lo prohibió, sin embargo. A dondequiera que se dirigía cuando la
dejara, tenía toda su atención.
Mientras salía, miró hacia atrás.
―Ten cuidado, Matt.
Después de una sola inclinación de cabeza se alejó, dejando a Lucy mirando
detrás de él en la acera.

122
M
att yacía inmóvil boca abajo, mirando el edificio de enfrente, con el
dedo apoyado en el gatillo de su rifle. Podía ver al hombre en su
mira, podría derribarlo con un solo disparo. Si no tuviera una
bomba atada a su pecho capaz de diezmar a toda una manzana, ya lo habría hecho.
En su lugar, había recibido la orden de no disparar y esperar. Su posición en la
ventana del décimo piso de un rascacielos le daba a Matt una vista sin obstáculos
del banco en el que el hombre caminaba constantemente de un lado a otro. La
policía de Nueva York había evacuado el edificio del banco tanto como fue posible,
a través de las salidas laterales y por las puertas traseras, además de la zona
circundante. Sin embargo, los clientes de la planta principal del banco estaban de
pie apiñados, con horror en sus rostros, mientras el hombre ignoraba 123
continuamente las llamadas telefónicas de Daniel, que había sido llamado a la
escena como negociador de rehenes.
En su auricular, Matt pudo escuchar la maldición baja de su amigo mientras
su llamada a la línea principal del banco se quedaba sin respuesta por cuarta vez.
Daniel, junto con Brent, su experto en explosivos, y docenas de oficiales ESU
estaban en el primer piso, a diez pisos debajo de él. Con tales especialidades
enormemente diferentes, los tres raras veces eran llamados al mismo tiempo, pero
esta situación requería los talentos específicos de cada uno. Especialmente Brent,
aunque Matt oró como el infierno que no tuvieran que entrar a ese banco. Por favor,
no dejes que llegue a eso.
En el estacionamiento, había visto el mensaje de emergencia en su teléfono de
su departamento llamándole a una escena con explosivos altamente volátiles. No
había podido decírselo a Lucy. Ni mirarla a la cara después de hacerle daño una
vez y explicarle a qué tipo de situación se dirigían Brent y él. Si ella hubiera
mostrado una pizca de preocupación o temor, él nunca habría podido
ahuyentárselo.
Como de costumbre cuando estaba en esta posición, el ruido a su alrededor se
desvaneció en la nada, sus respiraciones salían a tiempo con su ritmo cardíaco. Los
latidos en su pecho se sentía diferente esta vez, sin embargo. No era tan firme
como siempre. Más apagado. Más que un poco doloroso, mientras golpeaban
rítmicamente contra sus costillas. En el silencio que se había creado en torno a él no
podía evitar que las palabras de Lucy fueran a la deriva a través de su cabeza.
Conozco el puntaje. Sé lo que es esto. No es nada.
Se tragó el nudo en su garganta y trató de empujar las palabras a la parte
posterior de su cabeza, donde lidiaría con ellas más tarde, pero obstinadamente se
negaban a desaparecer. Ella se negaba a desaparecer. Su expresión lastimada. La
falta de brillo en sus ojos. Él le había hecho eso, maldita sea. Todo el tiempo, había
sabido que era inevitable, pero verlo había sido devastador.
¿En qué demonios había estado pensando? Ella había deslizado sus curvas
calientes por encima de su cuerpo, mirándolo como si dijera que lo necesitaba bien y
duro, Matt, había perdido su batalla con el sentido común. Había sido incapaz de
detenerse de perforarla contra ese asiento, incluso mientras la voz dentro de su
cabeza le advertía que algo estaba mal. Su comportamiento, su actitud distante…
su Lucy había estado desaparecida. Al principio.
Ella no había podido contenerse una vez que él se empujó dentro de ella. Lo
qué pasó después de eso… Dulce Jesús. La forma en que se había retorcido sobre
su pene, con sus muslos bien abiertos mientras se había empujado contra él con sus
manos. Lo mordió. La contradicción de la resistencia y la capitulación había sido tan 124
caliente como para volar su mente. Hacia el final, él había estado haciendo caso
omiso de cualquier cosa menos de las demandas de su cuerpo, consumido por ella
por completo. De nuevo esa voz en su cabeza le había implorado que redujera la
velocidad, que la besara, que la mirara a los ojos hasta que tuviera a Lucy de
regreso, pero no había habido ninguna interrupción en ese punto.
Entonces, antes de que pudiera parpadear, había sido demasiado tarde. Ella
había estado alejándose, con tal finalidad en su tono que él había estado congelado
en negación. Si podía alejarse después de lo que acababan de compartir, le había
hecho algunos graves daños, pero no tenía experiencia reparando su propia
destrucción. Sólo causándola. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde para
arreglarlo. No, no dejaría que fuera demasiado tarde. Había demasiado en juego
esta vez.
Concéntrate. Tienes un trabajo que hacer primero.
Matt respiró profundamente por la nariz y se centró en el objetivo, que
parecía completamente callado, resignado. Por extraño que parezca, eso no era
raro en un hombre en su situación. Había tenido tiempo para llegar a un acuerdo
con lo que estaba tratando de hacer. Mientras estuvo en el extranjero, Matt había
visto más que su parte de este tipo de eventos pero eran raros, por no decir otra
cosa, en la ciudad de Nueva York.
Matt frunció el ceño. ¿Algo más raro? La cantidad de tiempo que le estaba
tomando al hombre detonar la bomba. Si no podía abrir una línea de comunicación
con Daniel para afirmar sus demandas, ¿cuál era su objetivo?, en este punto, sólo
tendría éxito llevándose a un puñado de civiles con él.
Entonces sucedió. Si Matt hubiera parpadeado, se lo habría perdido.
Sutilmente, el hombre miró su reloj y miró por la ventana al edificio de enfrente. Al
edificio en el que él y cientos de oficiales ESU estaban en el interior. El corazón de
Matt empezó a golpear con fuerza en sus oídos mientras alcanzaba la radio en su
hombro.
―Evacúen el edificio ahora. Saca a todo el mundo.
Inmediatamente, la voz agobiada de su jefe respondió.
―¿Donovan? Qué…
―Es un señuelo. Mueve a todo el mundo. Ahora. ―Su propia voz sonaba
distante―. Somos el blanco.
Matt no se molestó en esperar una orden. Cargó su rifle y se trasladó a un
ritmo rápido hacia las escaleras. Antes de que hubiera llegado a medio camino del
vestíbulo, el suelo comenzó a temblar bajo sus pies.
125
* * *

Lucy no había estado dentro ni un minuto completo antes de encender la


enorme pantalla plana de Hayden y moverse de un tirón a la estación de noticias
local. Lo que vio hizo que le diera un paro cardíaco.
Atacante suicida mantiene clientes de Banco como rehenes.
No había podido comprenderlo. Una bomba. Eso quería decir… ¿que su
hermano y Matt estaban allí? Justo en medio del peligro. Después de haber
sostenido a Matt en sus brazos sólo unos minutos antes, había sido surrealista. Y
aterrador. Su expresión estoica después de que había sido llamado a la escena
volvió a ella, por lo que de repente tuvo demasiado sentido. A partir de ahí, sólo
había empeorado.
Explosión en el Bajo Manhattan. Número de víctimas desconocido.
No tenía ni idea de cuánto tiempo se quedó allí, inmóvil como la muerte, en
frente de la televisión, los peores escenarios materializándose en su cabeza antes de
que pudiera detenerlos. Su hermano… Matt… repitió cada minuto que había
pasado con ellos en los últimos días, hasta que se dio cuenta de las lágrimas que
corrían por sus mejillas.
Una pausa para publicidad de crema dental, finalmente la hizo salir de su
estupor. Tan pronto como se había sentado en el sofá, su teléfono comenzó a sonar.
Lo buscó para contestar, rezando porque fuera su hermano. Matt ni siquiera tenía
su número de teléfono. ¿Qué ridículo era eso?
Había sido Hayden llamando.
―Estoy en casa. No he podido hablar con Brent todavía. ¿Puedes… venir y sentarte
conmigo?
Lucy se había encontrado en un taxi, en dirección a Queens, antes de que
fuera consciente de que sus pies estaban en movimiento. A casa. Allí era donde
quería estar. No en una casa gigante, en un barrio poco familiar donde nadie sabía
su nombre. Su futura cuñada tenía que estar preocupada hasta la enfermedad,
tanto como ella. Veinte minutos más tarde, entró por la puerta de su casa de la
infancia. Las diferencias eran sorprendentes desde la última vez que había estado
allí.
¿Paredes con estilo? ¿Apliques? ¿Cuándo había sucedido?
Hayden apareció delante de ella, retorciéndose las manos.
126
―Brent re-decoró. Dijo que quería hacerlo por mí. ―Se veía conmocionada―.
Me voy a casar con un hombre que desmantela bombas para vivir. ¿Soy una puta
loca o qué?
Ambas rieron, pero su risa murió con la misma rapidez.
Lucy dejó el bolso.
―¿Tienes algo de beber?
―Hay tequila en el armario.
Asintió y fue a la cocina.
―¿Vas a querer?
En un movimiento ausente, Hayden pasó una mano sobre su vientre, pero
Lucy lo comprendió.
―No, estoy bien por ahora. Tú bébete el mío.
Lucy se tragó el nudo en su garganta. Se sirvió la mitad de un trago en una
taza de café, después cambió de idea y se sirvió otros dos dedos. Cuando entró en
la sala de estar, Hayden estaba parada frente a la televisión, viendo imágenes de la
explosión siendo filmada por un helicóptero volando en forma circular. Parecía tan
dispuesta doblarse por la tensión que Lucy sabía que necesitaba una distracción.
Infiernos, ella misma necesitaba desesperadamente una.
―¿Cómo van los próximos planes de boda?
Hayden la miró sin comprender.
―¿Qué?
―Si conozco a mi hermano, probablemente querrán un tema de los Mets.
Azul y naranja hasta el final. Perros calientes y cerveza en la recepción… ―Lucy
tomó un sorbo―. En lugar de un sacerdote, puede hacer que un locutor
los declare marido y mujer a través de un altavoz. Entonces Brent podrá lanzar la
primera bola.
Hayden se echó a llorar.
―Mierda. ―Dejó su taza de tequila y llevó a Hayden hacia el sofá―. Él estará
bien. ¿Viste al chico? Si un meteorito cayera del cielo, rebotaría justo a su lado.
Eso consiguió una risa acuosa.
―No comió su desayuno esta mañana. No sé por qué eso me molesta tanto.
Tal vez porque soy la que lo distrajo. ―Se limpió los ojos―. Debe de haber estado
muerto de hambre justo antes de que ocurriera. Eso es todo en lo que no dejo de
pensar.
Lucy entendía más de lo que ella sabía. La escena con Matt se repetía en su 127
cabeza sin parar, terminando de la misma manera cada vez. Su negación susurrada
cuando ella trató de salir, esa ahora familiar expresión embrujada que aún no
entendía totalmente. ¿Lo había puesto fuera de juego, justo antes de que
encabezara una situación peligrosa? La posibilidad continuaba royendo sus
entrañas hasta que no pudo sentarse quieta por más tiempo.
―¿Por qué no le hacemos a Brent algo de comer, para que esté listo cuando
llegue aquí?
Hayden asintió determinada.
―Sí.
―¿Qué está comiendo en estos días?
―¿Qué no está comiendo?
Trabajaron durante un tiempo en la cocina hasta que Lucy le sugirió
suavemente a una Hayden agotada que fuera a acostarse. Para sorpresa de Lucy,
no había protestado, salió de la cocina sin decir nada más. Lucy vagó de vuelta a la
sala de estar, apagando la televisión antes de que la volviera loca. El silencio y la
falta de distracción eran una mala idea, porque tenía más tiempo para pensar en
Matt. Hoy se dio cuenta de que sus sentimientos hacia él eran más profundos de lo
que había esperado. No había sabido ni la mitad. Perderlo antes de que tuviera esa
oportunidad de despegarse de sus capas. Oh Dios, si algo le pasaba…
Un coche se detuvo en el camino de entrada. Antes de que supiera que sus
pies se movían, Lucy había abierto la puerta. Brent. Estaba de pie en la calzada
viéndose cansado y cubierto de tierra, dos vendajes de mariposa estaban sobre su
ojo derecho y una venda blanca rodeaba su antebrazo izquierdo. El alivio se
derramó sobre su cabeza como un balde de arena porque sus lesiones no fueran
peores.
Él arrastró una bolsa de herramientas desde el asiento de atrás y cerró la
puerta.
―Hola, Luce.
Ella tragó.
―¿Le pasó algo malo a tu teléfono?
―En realidad, sí. Explotó.
―Oh. ―Ella sorbió―. Odio cuando eso sucede.
Brent sonrió, pero su expresión se volvió seria.
―Podría haber sido mucho peor. Si hubiéramos estado dentro unos pocos
segundos más, estarían midiéndome el tamaño apropiado de alas extra-grandes 128
para ahora. ―Se frotó la frente―. Sólo hubo un puñado de hombres heridos,
ninguno muerto.
La presión volvió a su pecho.
―¿Cómo saliste a tiempo?
Él suspiró.
―Digamos que Matt escogió un buen momento para empezar a hablar.
―Así que él está… ¿bien?
―Sí. Estaba en el hueco de la escalera en ese momento… en el lugar más
seguro en el que podría haber estado. El hijo de puta tuvo suerte de escapar con un
par de cortes. ―Su hermano la miró divertido. Antes de que pudiera decir algo
más, sus ojos atraparon algo detrás de ella. O a alguien, más bien. Lucy se volvió
para encontrar a Hayden de pie en el marco de la puerta, usando nada más que
una de las extra grandes camisetas de Brent que terminaban por debajo de sus
rodillas. Sus ojos estaban enrojecidos e hinchados.
―Duquesa, ¿qué hablamos acerca de salir con menos que pantalón en
público?
―Estoy con pantalón corto.
―Ahora, eso es una pena.
―Estoy embarazada.
Brent dejó caer su bolso en el camino de entrada.
―¿Qué?
―Estoy embarazada y tú casi explotaste, idiota ―dijo Hayden con voz
temblorosa―. Nunca te hablaré de nuevo.
Se dirigió hacia ella lentamente, poniendo una mano reverentemente en su
vientre.
―¿Podría haber una mini-duquesa aquí? ―Su exhalación sonó temblorosa―.
Mierda.
Lucy se movió al lado de ellos, sintiéndose como una intrusa. Este era un
momento privado y no pertenecía allí. Estaba empezando a preguntarse si
pertenecía a alguna parte. En silencio, se deslizó a la casa para recuperar su bolso,
con la intención de tomar el tren de regreso a Manhattan. Cuando se volvió para
irse, Brent entró por la puerta, llevando a Hayden en sus brazos.
―¿Estás tomando las vitaminas prenatales?
―¿Esa es tu primera pregunta? 129
―Sí hablarás conmigo, ¿no?
Hayden detuvo su avance por las palmaditas de Brent en su hombro.
―Lucy, no te vayas. Ya oíste a la mujer, casi exploté. Eso pide una cerveza.
―Señaló a Hayden un poco más cerca―. No para ti. Tú sólo tendrás agua.
Lucy negó, de repente asfixiándose con la necesidad de salir de allí. No
importaba que quisiera a su hermano y sospechara que Hayden eventualmente
sería una de sus personas favoritas en el mundo, no quería estar allí. Verlos tan
felizmente envueltos entre sí… era de alguna manera doloroso cuando debería
llenarla de alegría. Sabía la razón, también, por lo que era aún peor. No debería
estar anhelando lo mismo con Matt. No cuando él no lo quería con ella. Pero no
podía evitar desear que la mirara de la forma que Brent miraba a Hayden. Con
tanto amor que apenas podía ser contenido.
―Me tengo que ir. ―Forzó una sonrisa en su rostro―. Estoy muy contenta
de que no explotaras.
Él no se rió como ella esperaba. En cambio, ambos la miraron con
preocupación. No pudo llegar a la puerta lo suficientemente rápido. De ninguna
manera iba a echar a perder su momento con sus propios problemas. Con un gesto,
se deslizó fuera de la casa y a la noche.
El viaje en metro de vuelta a Manhattan pareció pasar en un abrir y cerrar de
ojos, el vagón sacudiéndose alrededor de ella, tenues luces parpadeantes de vez en
cuando. Sintiéndose inquieta, consideró ir a algún lugar para comer, pero se
encontró caminando a la casa de la ciudad a buen ritmo en su lugar. Cuando llegó
a la dirección y vio a Matt sentado en el escalón más alto, esperándola, no sintió ni
una pizca de sorpresa. En lugar de ello, se sintió al instante en calma. El
nerviosismo que había tenido desde que había dejado Queens se apagó, mientras
el ruido en blanco era cortado.
Realmente era extraño. En la parte posterior de su cabeza, había sabido que él
estaría allí. Sin embargo, no tuvo tiempo de preguntarse por qué, porque la
intensidad de sus ojos la hizo subir las escaleras. Se puso de pie lentamente,
mientras ella caminaba directo a sus brazos abiertos. ¿Cómo podía sentirse tan
bien? Quería expresar la pregunta, pero logró mantenerla ardiendo en su pecho.
―Te necesito ―susurró Matt en su cabello.
―Sí ―respondió ella, sabiendo que se condenaría a sí misma y que no podría
reunir la voluntad para negarle nada. No cuando también lo necesitaba. Ella los
llevó dentro, mirando a Matt inquisitivamente cuando le tomó la mano. Esperando 130
que la llevara a la habitación para una repetición de lo que habían hecho antes, se
sorprendió cuando la detuvo en el sofá. Sin decir nada, se acostó de lado y la atrajo
a su lado, envolviéndola en sus brazos con tanta fuerza que no pudo moverse.
Largos minutos pasaron mientras esperaba a que la besara en el cuello o que tocara
su cuerpo. Sus profundas, planas respiraciones, sin embargo, le dijeron que se
había quedado dormido.
Con el corazón en la garganta, Lucy escondió la cabeza debajo de su barbilla
y dejó que el agotamiento la superara.
M
att se despertó, del sueño más profundo que recordara, cuando
Lucy se levantó del sofá. Se dio cuenta por la forma en que caminó
de puntillas a la cocina, que pensaba que no se había dado cuenta
de su ausencia. Ni que la extrañaba tanto en sus brazos que tuvo que luchar contra
el impulso de ir tras ella, y llevarla de vuelta al sofá para poder abrazarla un poco
más. No, no podía hacer eso por el momento. Si la tocaba ahora, acabaría debajo de
él con las piernas envueltas alrededor de su cuello. Esta vez, hablarían primero así
lo matara. Y gracias a la erección con la que había despertado, tal vez moriría.
Desde la oscuridad de la sala de estar, la miró a través de la puerta que daba
a la iluminada cocina, mientras ella buscaba en los armarios algo para comer. Con
los labios fruncidos, frotó un pie contra el músculo de la pantorrilla opuesta de su 131
pierna. Sus rizos estaban enredados alrededor del cuello debido a su siesta. Rizos
que sabía por experiencia olían a sandía. Más que nada en ese momento, quiso
perder sus manos en ese cabello, inclinarle la cabeza hacia atrás para poder pasar
sus labios por su cuello. Jesús, sus pensamientos no estaban haciendo nada para
aliviar la tensión en su pantalón. Tampoco lo hacía el ver las suaves líneas de su
garganta moverse mientras bebía un vaso de leche.
Cuando ella dejó el vaso, él finalmente pudo ver su rostro. Cada pensamiento
lujurioso en su cabeza se evaporó por la desolación detrás de sus ojos verdes. La
misma que había puesto en ellos de regreso en el estacionamiento. Matt se levantó
del sofá y fue a reunirse con ella a la cocina. Lo observó acercarse con cautela,
dándole un dolor agudo en el estómago. Necesitaba un minuto para conseguir
centrarse, así que abrió la nevera y tomó lo primero que vio. Un cuenco de uvas.
Hablar, tener una conversación honesta, nunca había sido lo suyo. Escuchar a la
gente y leerlos a través de sus tonalidades era su zona de confort.
Tenía que lidiar con eso ahora. Cuando la explosión en el segundo piso lo
había impulsado contra la pared de mármol, cuando no estaba seguro que lograría
salir del edificio con el resto de los oficiales, había pensado en ella. Cuando había
ido en una dirección opuesta a la de su equipo, en dirección al banco para terminar
su asignación de derribar al blanco y darles a los rehenes su libertad, había
pensado de ella. Curiosamente, había pensado en ella tocando el acordeón. Su voz
ronca al cantar, la forma en que sus mejillas se habían teñido de rosa todo el
tiempo. Cómo había levantado la barbilla y seguido tocando. Le había fallado a esa
chica. Había tenido la oportunidad de contarle a Brent que quería estar con Lucy
de forma permanente y que había follado con ella. Había dejado que sus
inseguridades de mierda se interpusieran. Nunca podría llegar a ese momento de
nuevo.
Si ella se lo permitía, sin embargo, gastaría hasta el último gramo de energía
compensándoselo. Si todavía quería eso después de saber sobre toda la fealdad
que guardaba en su interior. Si todavía pensaba que valía la pena. Si era digno de
ella. Eran muchos síes, no las suficientes certezas para alguien como él, que
guardaba todo en su pequeño compartimiento ordenado. Lucy no podía ser
compartimentada. Eso lo asustaba como la mierda, incluso mientras finalmente
ansiaba ser liberado de las agotadoras exigencias que se había fijado.
Toma las cosas con calma. No la asustes. Matt la miró por encima, controlándose
para decir algo, cualquier cosa, para desterrar la desconfianza de su cara.
―Gigavatios.
Su boca se abrió y se cerró.
―¿Eh?
132
Eres un idiota.
―Alquilé Regreso al Futuro la otra noche. Estuvo buena. ―Cruzó los brazos
sobre su pecho―. Totalmente inverosímil, pero buena.
Lo miró fijamente.
―¿Por qué la alquilaste?
Matt casi le restó importancia a su suave pregunta, antes de recordar su
determinación de ser honesto. No más hacer caso omiso de las cosas que lo hacían
sentirse incómodo. No si quería una oportunidad con ella.
―Quería estar en torno a algo que te gustara. Quería pensar en ti. ―Lucy lo
miró estupefacta. ―Demasiado y demasiado pronto. Retrocede―. Cambiando el
pasado. Arreglar errores… me gustaría poder hacer eso a veces. ¿Sabes?
Su expresión se volvió insegura.
―¿Errores que hiciste conmigo?
Matt pensó en la forma en que había perdido su momento de reclamar a Lucy
en Quincy’s. La manera más áspera en que la había tomado por primera vez.
Negándole el placer en el parque.
―Sí. Contigo.
Dios, odiaba no poder leerla. Ella normalmente tenía su corazón en los ojos en
todo momento, pero en este instante, cuando necesitaba que fuera un libro abierto,
se había cerrado en sí misma.
Sigue.
―Hay mucho más que podría solucionarse, sin embargo. ―Caminó hacia el
otro lado de la cocina, luchando contra el impulso de besarla, de distraerlos a los
dos de la conversación.
―¿Cómo qué?
Matt buscó las palabras adecuadas, agradecido con Lucy cuando llenó el
silencio que dejó estirar por demasiado tiempo.
―Cuando tenía catorce años ―dijo―, mi padre me compró un vestido para
llevar a mi primer baile de secundaria. Era horrible… anaranjado, realmente no era
color para un vestido. ―Metió una uva en su boca, la masticó y la tragó―. Así que
usé mi mesada para comprar un vestido diferente. Uno que no me hiciera ver
como un engranaje reflectante de una bicicleta. Fue un gran alivio, pensé, pero
cuando bajé las escaleras, mi padre se vio tan decepcionado. Aplastado. ―Levantó
un hombro―. Me gustaría volver el tiempo y usar el vestido de color naranja. Si…
133
gigavatios.
¿Cómo lo hacía? ¿Desarmarlo tan fácilmente mientras casualmente se comía
una uva? Suspiró.
―El mío es un poco peor.
Por un momento, pareció estar luchando consigo misma. Entonces se acercó y
apagó la luz en la pared, lanzando tinieblas sobre la cocina.
―A veces es más fácil con las luces apagadas.
Estaba en lo cierto. Un poco del peso había disminuido de su pecho. No todo,
pero alguno. Sin embargo, necesitaba más. Necesitaba estar más cerca de ella. Con
la esperanza de que no le resultaría extraño, rodeó la mesa hacia donde estaba
apoyada contra el mostrador. Se quedó inmóvil mientras él descansaba sus manos
a ambos lados de ella en la encimera, de forma que sus cuerpos se quedaran juntos.
Automáticamente, más del endurecimiento en su torso disminuyó. Él puso su
mejilla en la parte superior de su cabeza, la envolvió en sus brazos e inhaló
profundamente.
Lucy.

* * *
Ella intentó, realmente intentó, no relajarse contra Matt. Una hazaña casi
imposible cuando la sostenía como si pudiera romperla si no lo hacía. Él todavía
no había dicho nada para aclarar sus intenciones, dejándola con una sensación ya
familiar de confusión, pero el impulso de consolarlo no podía ser negado. Tenía la
sensación de que necesitaba desahogarse y que Dios la ayudara, quería que fuera
con ella con quien lo hiciera. La arruinaría. Instintivamente, lo sabía. Hermético,
Matt era irresistible para ella. Una vez que se hubiera revelado a sí mismo, estaría
hundida.
Desafortunadamente, siempre había sido un poco imprudente. Simplemente
nunca antes lo había sido con su corazón. Algo le decía que sus consecuencias
serían mucho peores que ser esposada y metida en la parte posterior de un coche
de policía.
Cuando los dedos de Matt fueron hasta la parte posterior de su cuello y le
acarició la cabeza, no pudo contenerse de nuevo. Su cuerpo se suavizó como
mantequilla derretida contra sus duros ángulos, cerrando los ojos cuando él
suspiró como si estuviera aliviado.
―Nena. 134
El corazón de Lucy se apretó.
―Háblame, Matt.
―Me preguntaste lo que cambiaría. Si… gigavatios. Lo gracioso es que ni
siquiera sé qué haría para arreglar lo que pasó. ―Matt tragó audiblemente―.
Tommy, mi mejor amigo. Nos unimos al servicio juntos. Fuimos desplegados y
estacionados juntos, también. ―Un latido pasó―. Si actuó de manera diferente
desde que llegamos, supuse que era por donde estábamos. El peligro que
conllevaba.
Sintió necesario deslizar sus brazos alrededor de su cintura, por lo que ella lo
hizo. Su latido era ligeramente acelerado contra su oído, pero de alguna manera
tranquilizador, no obstante.
―Hubo una bomba en el camino. Estaba conduciendo, él estaba caminando
afuera del vehículo con otros tres hombres. Si hubiera sido el día antes o después,
habría sido yo. Él habría estado conduciendo. La aleatoriedad de eso…
Se aclaró la garganta. Ella podía sentir su vacilación para seguir adelante, su
culpa y pena. Era palpable en el aire a su alrededor.
―Nunca se sabe lo que puedes esperar en ese tipo de situación, ver a tu
amigo morir. No podía saberlo. ―Una pausa―. No esperaba que me dijera con su
último aliento que se había estado acostando con mi novia.
Lucy se echó hacia atrás, tratando de evitar el horror y la expresión
reprobatoria de su cara. No sabía lo que había esperado que dijera. No había sido
eso.
―Oh, no, Matt.
―Él la amaba. Me di cuenta. Y me di cuenta… que yo no. No como él lo hizo.
―Su voz adquirió una calidad lejana―. ¿Qué tan egoísta es eso? Debió haberme
odiado.
―Ellos estuvieron mal. No tú.
Matt la miró, luego se alejó.
―No. Era joven e ignorante. No podía ver lo que era correcto delante de mí,
arruiné dos vidas a causa de eso.
―¿Cómo puedes creer eso? ―susurró.
No respondió.
―Traté de resolverlo con ella, a pesar de que me di cuenta de que me culpaba
por lo de Tommy. Me odiaba por eso. Sólo pensé que se lo debía, después de…
135
―Dios, Matt. ―Su reacción a su decepción inicial regresó con prisa cegadora.
La ira en su cara cuando se enfrentó a ella fuera de la fiesta. No tolero a los
mentirosos. De repente, todo entró en un sorprendente enfoque. Soy una mentirosa a
sus ojos. No puede tolerarme―. De verdad superaste mi historia del vestido naranja
―se atragantó.
Por un momento, pensó que la broma había ido demasiado lejos, pero
finalmente él se echó a reír, sonando un poco aturdido.
―Sólo tú, Lucy. ―Su mano se deslizó sobre su cabello―. Ese es mi pasado.
No voy a mentir, desordenó mi cabeza. Volví a un lugar que no reconocí, con
personas que ya no me conocían. Todo se sentía como una mentira. A veces,
todavía no me siento normal. ―La punta de su aliento abanicó su cabello―. Pero
hay más.
Algo sobre la forma en que la voz de Matt cayó, causó que la atmósfera
cambiara en el ambiente. Él bajó la cabeza y pasó sus labios a través de su sien,
haciéndola temblar. Ella quería hablar más, decirle que nada de lo que pasó fue
culpa suya. Que había gente aquí, es decir, sus amigos, quienes lo conocían y lo
querían exactamente como era, pero las palabras se sentían atrapadas en su
garganta. Él había cambiado el tema física y verbalmente, haciendo que su cuerpo
tomara nota efectivamente.
―¿Más?
Matt asintió.
―Sí. ―Usando su cabello, tiró de su cabeza hacia atrás, pasando la lengua
por un lado de su cuello. Un decadente zumbido corrió a lo largo de la piel de
Lucy, pero se vio atenuado cuando se encontró con la mirada de Matt. Podía sentir
que él estaba excitado, oh, sí, pero sus ojos estaban turbios―. Quiero, necesito,
control, Lucy. Tenerlo siempre. No quiero asustarte.
El corazón latía con fuerza en su pecho. Estaba aterrorizada de él, pero no de la
manera que asumía. Aterrorizada de haberle dado el poder de aniquilarla. ¿Cómo
consiguió llegar allí tan rápido? Eso era Matt, había ido tan profundo, tan
rápidamente, que ella no había tenido la oportunidad de luchar. Ahora, la
curiosidad era un ser vivo en su interior.
―No me asusto fácilmente ―susurró, sabiendo que no importaba lo que le
dijera, no iría a ninguna parte.
La escrutó durante un latido, luego la sorprendió al alcanzar una uva. Ella
observó cómo sus dientes se hundían en su piel con fascinación, con todos los
músculos debajo de su cintura apretándose con la vista. Cuando frotó la otra mitad
en sus labios, recubriéndolos con jugo de uva, el calor se precipitó entre sus 136
muslos.
Necesitando un ancla, ella se estiró detrás para agarrar la encimera.
―¿Quieres oír una de mis fantasías acerca de ti, Lucy?
Masticaba el trozo de uva que él le había empujado en sus labios.
―Sí.
Matt comenzó a desabrocharle el vestido, su pecho subía y bajaba.
―Vienes a mi apartamento, llevando el pantalón corto que tenías el día que
nos conocimos. El que puso a mi pene tan duro, que quise doblarte en la tienda de
café. ―Cuando finalmente empujó la tela separándola para mostrar sus pechos,
sus pezones eran puntos duros. Por la calidad áspera de su voz, por la anticipación
de su toque.
Tomó otra uva, mordiéndola a la mitad, luego hizo círculos en sus pezones
lentamente con la mitad restante. De alguna manera la sensación de frío envió
rayas de calor a través de su centro. Con un gemido empujó sus pechos, más alto,
rogando por más de lo mismo.
Matt metió el resto de la uva en su boca. Manos ásperas subieron a sus
pechos, masajeándolos rítmicamente.
―Cuando llegaras ahí, te haría una comida. Sólo para ti, no para mí. ―Se
inclinó para dar un profundo tirón a su pezón derecho―. Te sentaría sobre mi
regazo mientras comes, tus muslos desnudos cubriendo los míos. En el momento
en que termines, estarías mojada porque me sentirías debajo de tu trasero. Sabes lo
que sigue.
Continuando con la tortura a sus pechos con largos lametones de su lengua,
su mano se deslizó hasta la cara interna de su muslo y tiró de sus bragas,
dejándolas caer al suelo. Lucy sintió como si sus pulmones pudieran explotar por
lo rápido de su aliento.
―¿Qué pasa después?
Antes de que pudiera anticipar su siguiente movimiento, la impulsó sobre la
encimera y le abrió las piernas, dejando al descubierto su centro húmedo. La probó
con un dedo, lamiendo sus labios lentamente. Lucy juró que lo oyó gemir.
―Empujaría tu pantalón corto hasta las rodillas y me hundiría. Tú te
agarrarías a la mesa y montarías mi pene hasta que tus piernas cedieran. Entonces
te pondría boca abajo sobre la mesa y acabaría contigo duramente.
El anhelo se retorció en su vientre.
―E-eso suena factible. 137
Una esquina de la boca de Matt se movió, pero sus ojos se mantenían como
piscinas misteriosas. Se acercó y recogió otra uva, colocándola entre los dientes de
Lucy.
―No la muerdas. Mantenla ahí. Y cierra los ojos.
Después de un momento, asintió, confiando en él para ayudarla a combatir el
insistente dolor que había construido. Cuando sus ojos se cerraron, sintió la lengua
de Matt arrastrarse hasta el interior de su muslo. Unas manos fuertes palmearon su
parte inferior, tirando de ella hasta el borde de la encimera e inclinándola para
formar un ángulo. Su boca acarició su centro, sus labios acariciaron su sensible
piel. Entonces la probó, tarareando en su garganta, tomándose su tiempo.
Equilibrándose con una mano en la encimera, Lucy lo instó más cerca con dedos
impacientes en su cabello. Necesitaba alivio, no podía durar mucho más en ese
estado elevado de excitación. Matt pareció sentir su abrumadora necesidad porque
sus labios se cerraron alrededor de su clítoris, fuerte, antes de chuparlo largo y
profundo.
Sus dientes se hundieron en la uva con un grito. Mientras la presión entre sus
piernas se azotaba alrededor, en busca de una salida. Podía sentir la mitad de la
uva deslizándose entre sus pechos, por su vientre, pero no le importaba. La lengua
de Matt daba vueltas ahora en trazos apretados, sus grandes manos masajeaban su
trasero al compás de su boca. Sus muslos empezaron a temblar. Más, más.
La boca de Matt se detuvo y se enderezó, su pulgar corrió sobre su labio
inferior mientras jadeaba en busca de aire.
―La mordiste. Ahora tenemos que intentarlo de nuevo.
―Matt, por favor.
―Shh. ―Su mano cayó de su boca para masajear el bulto detrás de su
bragueta. Con la otra mano, reemplazó la uva en ruinas con una nueva en su
boca―. Confía en mí para que te sientas bien. Confía en mí para estar obsesionado
con hacerte venir, Lucy.
Su pulso brincó en sus oídos. No sólo por lo que había dicho, sino por la
forma en que la miraba. ¿Podría ser suficiente? ¿Este hombre irresistible
deseándola simplemente por su cuerpo? En este momento, no tenía otra opción. Su
cuerpo estaba tomando decisiones por ella.
―Sí, Matt.
Manos firmes extendieron sus muslos más amplios sobre la encimera
mientras su experta lengua la llevaba al precipicio de llegar al clímax una vez más.
La mitad de su concentración fue hacia la búsqueda de ese pico necesitado 138
desesperadamente, la otra mitad concentrándose en mantener la totalidad de la
uva entre sus labios. Sin romper su regla. Se encontró chupando el fruto, imitando
los movimientos de su boca, gimiendo mientras su lengua patinaba sobre la
suavidad. Su orgasmo rodó sobre ella en una ola de felicidad, haciéndola temblar y
aferrando su cuerpo a él, cabalgando hasta la última gota de perfección. Aun así,
ella quería más. Necesitaba sentir su piel en movimiento contra la suya propia.
Dejó caer la uva.
―Por favor. Te quiero dentro de mí, Matt.
Su boca chocó con la de ella en un beso húmedo, caliente.
―Yo decido cuándo te follaré.
Oh, Señor. Renovado calor corrió por ella, inundando cada centímetro de su
cuerpo.
―Está bien. Siempre y cuando sea ahora.
La diversión saltó a sus ojos, pero fue extinguida rápidamente por la
determinación y el deseo. Manteniendo su enfoque en ella, se desabrochó el
cinturón y lo azotó a través de las presillas de su pantalón. El ruido silbante disparó
su pulso, un gemido cayó de su boca. Trató de relajarse cuando él llegó detrás de
ella, juntando sus muñecas y asegurándolas firmemente con la tira flexible de
cuero, pero el pulso entre sus piernas había empezado a latir fuera de control una
vez más. Estar atada se sentía extraño, sin embargo, entregarle su confianza por
completo a Matt se sentía liberador. La posición hizo que se arqueara hacia atrás,
mostrando sus pezones tiesos, llenándola con poder de seducción. Dios, necesitaba
ser llenada.
Como si hubiera escuchado su súplica interna, se bajó la cremallera y rodó el
condón que había sacado del bolsillo de su pantalón. En un rápido movimiento, la
arrastró fuera de la encimera a su erección en espera. Lucy gritó en su garganta por
la repentina plenitud. Matt mordió su hombro y gimió, pero no le permitió
envolverle las piernas alrededor de su cintura, empujó sus rodillas hacia abajo
cuando ella intentó llevarlas más alto.
Con su diferencia de altura, sus pies apenas tocaron el suelo, la erección de
Matt era lo único que la mantenía en posición vertical. Ella gritó ante la sensación,
con las manos atadas en su espalda, luchando por agarrarse, pero no estaban lo
suficientemente cerca de la encimera. Él envolvió su cabello sobre su puño para
mantenerla quieta. Incluso el aguijón del dolor fue bienvenido. El ancla que
necesitaba desesperadamente. La distrajo de la plenitud que se había convertido en
el centro de su universo, llenándola, apoyando la totalidad de su peso. Sus nervios
se sentían encadenados y tan apretados como cuerdas de piano, su cuerpo gritaba
por alivio. Palabras sin significado cayeron de sus labios, la mayoría era su
139
nombre.
―¿Quién decide cuando necesitas ser follada, Lucy?
―Tú ―sollozó, tratando de plantar sus pies en el suelo y fallando―. Tú lo
decides. Por favor.
―Por favor, ¿qué? ―Le mordió la oreja y tiró―. ¿Por favor, que te apoye
contra la encimera y me meta en ti como el loco en que me has convertido?
―Sí. Sí.
―Cuando esté listo. ―Sus dientes rozaron su labio inferior―. He estado
imaginándote atada y rogando cada minuto desde que te conocí. Tal vez toda mi
vida. Y sé muy bien que lo disfrutarás.
En un movimiento de desesperación, trató de subirse a su cuerpo y de
envolver sus piernas alrededor de él una vez más, pero le empujó las rodillas
sudorosas hacia abajo. La fuerte caída de sus piernas la empaló en él aún más y
otro grito se arrancó de su garganta. Ella tiró de sus manos y vio que los ojos de
Matt daban llamaradas, un gemido se le escapó cuando no pudo liberarse. Hizo su
necesidad aún mayor, apretó el creciente dolor en su vientre. La comprensión de
que podía alcanzar el orgasmo así, viendo a Matt deseándola, revoloteó por su
cabeza como un zumbido. Todavía estaba atada, a pesar de que su respiración se
acercaba a sonar más como jadeos. La tensión creció en su vientre y dejó caer la
cabeza hacia atrás, detenida por el agarre de Matt en su cabello. Podía sentir su
clímax avecinándose como una tormenta que se aproximaba.
―No, no lo harás. No hasta que te lo permita. ―Él tiró de su cabeza hacia
atrás con un gruñido. Al mismo tiempo, ella caminó hacia atrás, hacia la encimera.
Tan pronto como la superficie dura encontró su espalda baja, subió las piernas alto
y rodeó sus caderas con un grito. Estaba haciendo caso omiso de todo, excepto de
perseguir el alivio. La sensación del inquebrantable cuerpo de Matt. Una y otra
vez, rodó sus caderas, sus muslos temblando por agarrarse a su cuerpo con tanta
fuerza.
―Ah mierda, nena, me encanta cuando me trabajas así. ―Presionó su frente
contra la de ella y la penetró, duro. Su brusco gemido llenó su oído―. Cristo. Es por
esto que te hago esperar. Un empuje y ya estás sujetándote a mí. Me vuelve
malditamente loco.
Cuando él se quedó quieto en su interior después de sólo una estocada, ella
gritó.
―No. No. Por favor, no te detengas. ―Desesperada, sin sentido, lo besó sin
reservarse nada. Mostrándole con la boca lo mucho que necesitaba que se moviera. 140
Exigiendo el oxígeno, que finalmente jaló―. Más duro. Más. Quiero todo de ti.
Todo.
Los ojos de Matt eran intensos, su respiración entrecortada.
―Cuando me beses así, haré todo lo que quieras. ―Su garganta se movió―.
Tal vez debería haber guardado ese secreto para mí.
Ella luchó por concentrarse en sus palabras.
―No. Me gusta saber que tienes una debilidad.
Negó.
―No tienes ni idea, ¿verdad?
Lucy estaba volviéndose inquieta. Su cuerpo estaba encerrado dentro de ella,
grueso y palpitante. Sus terminaciones nerviosas rompían todas las partes donde
su piel la tocaba. Cuanto más tiempo permanecía inmóvil, más crecía el dolor. Era
denso y exigente, pidiendo a gritos ser aliviado. Por encima de todo, posiblemente
más potente que nada, estaban sus ojos. Estaban recubiertos de lujuria, pero de
alguna manera oscura se excitaba por el control que él tenía. A su vez, la hacía
sentirse poderosa. Hacía que se preguntara quién realmente tenía el control
después de todo. Con ese pensamiento en mente, arqueó la espalda sobre la
encimera y echó la cabeza hacia atrás, poniendo su estómago, sus pechos, su
garganta en exhibición. Tentándolo.
Matt gruñó.
―Mía.
―Demuéstramelo ―susurró Lucy.

141
L
a posesividad, furiosa y que lo consumía todo, se ataba a través del
sistema de Matt. Ella estaba extendida frente a él como una diosa y
tenía el honor de estar enterrado en su interior. Cada segundo que
pasaba lo ponía más caliente, lo que aumenta la anticipación de ese momento en
que iba a follarla hasta que diera gritos con el orgasmo que se merecía. La había
tomado demasiado rápido las primeras tres veces y se había lamentado después,
deseando haberse tomado tiempo para saborearla. Incluso ahora, su cuerpo se
estremecía con la necesidad de deslizar su pene y embestirse de nuevo en su
resbaladizo calor. Saber que le encantaría eso, que podría gemir y retorcerse por
más, sólo hacía dos veces más duro negar la urgencia.
La naturaleza física de su necesidad sólo era acentuada por la conexión que 142
sentía con ella. Su belleza brillaba fuera de ella y se envolvía alrededor de su
garganta. Ella era la única cosa que se había perdido toda su vida sin darse cuenta.
¿Cómo había estado caminando erguido, hablando, llevando a cabo cosas por
tanto tiempo sin ella?
Saboréala. Pasó sus dedos hasta el centro de su cuerpo para jugar con sus
pezones.
―Me preguntaste cuál era la medida de mi necesidad de control… ―No se
podía detener por más tiempo, movió sus caderas hacia atrás y rodó hacia delante,
memorizando la forma en que sus manos arañaron la encimera, con los labios
entreabiertos en un gemido―. Cuando entro por la puerta principal después de un
turno, Lucy, quiero tu boca en la mía antes de quitarme mi chaqueta.
Matt rodeó con su mano su delicado cuello ligeramente mientras se conducía
en ella de nuevo. Y otra vez. No podía parar ahora, no con ella apretada alrededor
de él de esa manera. No con sus pequeños sabrosos pezones apuntando hacia
arriba mientras su pecho se movía, su cuerpo se ondulaba.
―Quiero castigarte por las mañanas, así podré pasar el día pensando en tu
dulce y rosa trasero, pensando en maneras de calmarte cuando llegue a casa. ―Se
estiró detrás de él y agarró sus tobillos, elevándolos por encima de su cabeza. A su
Lucy le gustaba eso. Ponerla justo donde lo necesitaba, chocando contra su
delicioso clítoris. Podía ver la carrera de temblores a través de su abdomen,
sintiendo sus pies doblándose en sus manos. Dios sí, ella estaba cerca.
―Más rápido, Mat ―se quedó sin aliento―. Por favor, por favor.
Un gruñido escapó de su garganta. Nunca se acostumbraría a que le rogara.
O al hecho de que quisiera hacerlo. Le encantaba que se sometiera a él de la manera
que lo necesitaba.
―Quiero atar tu delicioso cuerpecito y follarte. Durante horas. Hasta que el
maldito sol se levante. ―Rodó sus caderas hacia el interior, después presionó hacia
abajo, frotando la base de su erección contra sus sensibles nervios―. Quiero
quedarme dormido con tu precioso trasero acunando mi satisfecho pene. Con tus
pechos en mis manos. Lo necesito, nena.
―Sí.
La forma en que ella seguía alentándolo… el calor se expandió en su pecho.
Haciéndolo querer más de ella. Maldita sea. No podía ir tan rápido como ella
necesitaba en este ángulo. Con cada movimiento de su cuerpo, ella avanzaba un
poco hacia atrás en la resbaladiza superficie. Con un gruñido, Matt le dio un tirón
de la encimera y la encajó contra el gabinete, apoyando sus caderas con el
143
antebrazo para que no se lastimara. La posición la inclinó por la mitad y él puso
sus tobillos alrededor de sus orejas. Matt gritó una maldición al techo por estar tan
malditamente profundo. Cada resbaladizo centímetro de ella era como un grillete
alrededor de su pene.
Ella echó la cabeza hacia atrás en un sollozo y comenzó a temblar. Casi allí.
Vamos, nena bonita.
―Oh, Jesús… Matt…
Sólo un poco más, y ella explotaría.
―Lucy, si te despierto a las dos de la mañana, con ganas de comerme tu
coño, si deseo que abras tus muslos dirás sí, por favor, Matt. ¿Me entiendes?
―Sí, sí… oh. ―Él sintió el agarre del revelador apretón y se empujó con
fuerza en ella, sosteniéndose profundamente por lo que pudo sentir su temblor a
su alrededor. Era lo más cercano al cielo que jamás conseguirían estar y absorbió
cada estremecimiento, cada palabra. Ojos ciegos aparecieron en la penumbra,
coreando cosas que no tenían sentido, con ella todavía clavada en la encimera por
sus caderas―. Matt.
Después de un momento, la tensión en ella disminuyó ligeramente, pero no
completamente. Todavía estaba lo suficientemente duro dentro de ella para
romper acero. Ver a su mujer optimista y satisfecha delante de él le disparó una
fresca oleada de calor, adrenalina pulsando a través de Matt. Su pecho subía y
bajaba en respiraciones jadeantes cuando rodó sus caderas, para hacerle saber que
no habían terminado. Oh, no. Estamos muy lejos de hacerlo. Lo harás de nuevo. Ella
debió haber leído sus pensamientos en su rostro porque sus labios se separaron en
un gemido entrecortado y asintió.
Ella es perfecta para mí. Quiero ser perfecto para ella. Él soltó una de sus piernas y
la dejó caer a su lado, sin dejar de sostener la otra por el tobillo. Manteniendo sus
ojos en su cara, la movió a través de su cuerpo, lentamente girando a su alrededor
para que ella quedara de frente a la barra, dentro de ella todo el tiempo. Sudor
brotó de la frente de Matt con la sensación de torsión, el interior de su cuerpo
acariciándolo de lado mientras se giraba. En el momento en que la tuvo enfrente,
cambió por completo, volviéndolo un poco loco.
La forzó contra la encimera, incapaz de evitar hundir sus colmillos en su
cuello. Lucy inclinó la cabeza con un grito.
―Te voy a follar ahora mi pequeño giradora. Lo tuviste demasiado fácil hasta
ahora. ―Con una mano en la parte posterior de su cuello, la instó boca abajo sobre
la fría superficie, con las manos todavía aseguradas detrás de su espalda con su 144
cinturón. Poniendo su trasero en exposición para él y no tuvo más remedio que dar
una palmada en su tentadora carne, una vez, dos veces, antes de crecer dentro de
ella. Sus rodillas cedieron, golpeando el gabinete debajo de ellas mientras gritaba.
―¿Sientes eso, Lucy? Eso es tan duro como es follar.
―Más, por favor. Una vez más.
Su visión se volvió borrosa alrededor de los bordes con su petición ronca.
Nunca. Nunca había tenido esta parte de él aceptada antes, respondida de manera
tan perfecta, y se sentía como volver a casa. Quería gritarle a la rectitud de ella,
pero su cuerpo estaba pidiendo ser relevado. Todo antes de ahora se sintió de
repente insignificante. Aquí era donde pertenecía. Ella estaba donde debía estar.
Matt se agachó y agarró sus hombros mientras la montaba. Sus caderas se
movieron contra ella duro, trayéndolo dentro y fuera de ella con dichosa fricción.
Sus gemidos se mezclaron con el sonido de chasquido de carne, enviándolo hacia
su pico más rápido. Con un empuje final, se vino con un rugido, sintiendo como si
su alma se expandiera incluso mientras su cuerpo se agotaba. Cayó encima de ella,
cediendo a la compulsión de aferrarse a ella. De hecho, no podía sostenerla
firmemente ya. En su estado actual, miedo irracional se deslizó que ella le pudiera
ser arrebatada y en realidad enseñó los dientes ante el pensamiento, apretando su
agarre.
―Mi Lucy ―susurró con fervor en su cabello, besando el pulso aleteando en
su cuello.
Las palabras que había tenido como un mal rato saliendo en el pasado se
arremolinaban alrededor de su cabeza ahora, chocando entre sí a una velocidad
vertiginosa. Querían salir de su boca para que Lucy las escuchara, pero las
mantuvo a raya con determinación. Había dicho suficiente por ahora.
Valientemente y muy bien, ella había aceptado su necesidad de control.
Abrazándola sin lugar a dudas. No podía pedirle más ahora. Si supiera lo que
quería con ella, lo que tenía la intención de tener con ella, pudiera ser que se
asustara. Necesitaba tomar las cosas con calma. Más importante aún, necesitaba
hacer esto bien.
Era por eso que mañana a primera hora, se encontraría con su mejor amigo y
le diría la verdad. Se había enamorado de la hermana de Brent y no había ni una
maldita cosa en este mundo que pudiera evitar que tratara de hacer que lo amara
también. Su vida, la felicidad que nunca había esperado o deseado, dependía de
mantenerla. De mantenerse él.
Después de besar su cabello por última vez, Matt soltó las manos de la correa 145
de cuero, acunándola contra su pecho y llevándola a la habitación del fondo.
Quería más que nada que acostarse a su lado y dormir, pero no se permitiría ese
privilegio todavía. No hasta que hubiera hecho lo honorable, dándole legitimidad
a su relación, incluso si relación era una palabra insignificante para describir lo que
tenían.
Ellos estaban conectados.
Con los ojos cerrados, ella se acurrucó en la almohada, mientras se veía
medio dormida. Jesús, podía haberse quedado allí toda la noche mirándola,
deleitándose con el hecho de que había agotado su energía.
―¿Matt?
Lucy dijo su nombre desde la cama, toda rizos despeinados y mejillas
sonrojadas. Se lo guardó en la memoria para más tarde y se inclinó para besar su
frente.
―Me voy ahora, nena.
―¿Lo harás? ―Ella se sentó, sosteniendo el edredón sobre sus pechos―.
Oh… te dejaré salir.
―Quédate aquí. Duerme. ―Matt tiró de la ropa de cama de nuevo y trató de
comunicarle con sus ojos lo que no se permitía decir en alto todavía. Cuando por
fin ella se durmió en sus brazos, no hubo ni un atisbo de duda o maldad entre
ellos―. No podemos mantenernos escondidos así. Tengo que hacer lo correcto,
Lucy.
Con un movimiento de cabeza, ella empezó a bajar de nuevo de la cama,
luego cambió de idea y se inclinó para besarlo. No fue un beso de te-veré-más-
tarde. No, ella obviamente tenía algo más en mente. Apeló a su naturaleza
dominante, dejando caer la cabeza sobre sus hombros, de modo que él se alzara
por encima de ella, donde yacía vulnerable en la cama. Su boca se abrió en un
suspiro, su lengua se deslizó en su boca como una ofrenda. Matt casi perdió el
equilibrio, su sabor, su rendición tenía tal influencia sobre él. Una fracción de
segundo antes de que hiciera imposible para él hacer otra cosa que seguirla abajo a
las almohadas y nunca dejarla ir, ella retrocedió.
Matt tomó una inhalación definitiva de su aroma.
―Estaré allí mañana. En el banco.
―¿Lo harás?
Si no hubiera estado tan perdido en ella, podría haber pasado más tiempo
escudriñando la extraña expresión en su cara, pero toda su atención estaba en salir
antes de que ya no pudiera manejarlo.
146
Él asintió, al mando de sí mismo para ponerse de pie.
―Adiós, Lucy.
Ella lo observó quieta desde la almohada.
―Adiós, Risitas.
L
ucy se sentó en el banco de sus abuelos en Central Park y miró a través
de la verde extensión de césped que parecía extenderse por un
kilómetro y medio, antes de desaparecer entre los árboles. Con aire
ausente, sus dedos trazaron la talla de los nombres conocidos dentro de un
corazón, justo a la derecha de su muslo.
Virginia y Frankie Mason hasta que el Mundo deje de girar.
Sabiendo que a cinco minutos de ahora sería el sexagésimo aniversario de la
propuesta de su abuelo a su abuela, trató de reunir una sonrisa, pero se marchitó y
murió en su rostro. En lugar del conmemorado evento, se sentía como si estuviera
contaminándolo con su energía nerviosa. Tomó una profunda respiración y cerró
los ojos tratando de imaginar a su abuela en un sombrero de moda, con los tobillos
147
cruzados remilgosamente y sentada en ese mismo lugar. El hombre que había
estado loco por ella durante meses estaba sentado junto a ella con las palmas
sudorosas, con un anillo de compromiso quemando un agujero en su bolsillo. Lucy
recordó la historia de la propuesta de memoria y la repitió ahora, con la esperanza
de que sirviera para distraerla de la incertidumbre que amenazaba con derrocarla.
Frankie Mason rodó el periódico en sus manos y golpeó su rodilla.
―Estaba pensando, Virginia…
―Sí, Frankie. Me casaré contigo.
―Aw, bien.
Los inicios de una sonrisa jugaron alrededor de la boca de Lucy, pero se
desvanecieron cuando Matt tomó el lugar del abuelo en su memoria y ella
sustituyó a Virginia. En lugar de la cara suave de Frankie Mason, los ojos grises de
Matt la observaron de manera constante desde el otro lado del banco, con una gran
cantidad de misterio detrás de ellos. Deseaba tanto que se acercara más, que la
abrazara tan fuerte como había hecho anoche en la cocina, pero en su lugar se
levantó y se fue. Lucy sacudió la cabeza para disipar la imagen, pero se mantuvo
tercamente. A diferencia de ayer por la noche, nunca podría dejarla.
Pensó de nuevo en la tarde en la cafetería. Con su maestría bajo el brazo, se
había pensado a sí misma invencible en todos los aspectos de su vida. Entonces
Matt había entrado y enviado esa teoría directo al infierno. Tal vez había sido
ingenua. No se había preparado a sentir tanto por él, desearlo a este grado
impresionante. Sostenerse a sí misma de nuevo a su alrededor no había sido una
opción y ahora estaba sentada en este banco, sintiéndose despojada y desnuda.
Como si partes de ella estuvieran caminando fuera de su cuerpo y no hubiera
forma de recuperarlas.
Ayer por la noche, había estado tan segura de que sentía algo más. Había
hablado de ellos en tiempo futuro, la había retenido contra él tan condenadamente
bien, como si tratara de fusionarlos. Sin embargo, se había salido tan rápido del
apartamento, que podría haber estado en fuego. ¿Lo habría leído mal? No podía
llegar más allá de la incesante preocupación de que su relación había empezado y
terminado con su mentira esa primera tarde. Tal vez nunca consiguiera superarlo y
cualquier otro resultado habría sido una ilusión de su parte. Para ser justos, no
había estado con muchos hombres. Y ciertamente, ninguno como Matt. El tipo de
hombre que podía atarte en nudos, después tirar de ellos más y más fuerte hasta
que explotaras. El tipo de hombre que le daba a tu cuerpo y mente un
entrenamiento igual. Después de que se había abierto anoche, había pensado que
habían llegado a una especie de punto de inflexión. Matt quería que entendiera lo 148
que lo había convertido en lo que era.
¿Lo que no se dio cuenta? Habría abrazado a ese hombre en el primer día. De
vuelta en la habitación del motel, cuando lo había visto. Lo había sabido. Por mucho
que no le permitiera a alguien conocerlo.
Hace dos años había dejado atrás lo temerario y se centró en ser la Lucy que
su familia necesitaba. ¿Cómo había echado de menos el hecho de que Matt era el
equivalente de caer sin paracaídas? En lugar de escuchar sus señales reconociendo
que no quería de ella nada más allá que un arreglo físico, lo había dejado que se
acercara, le había mostrado una parte de sí misma que nunca había sabido que
existía. Su confianza había crecido con cada encuentro. Entonces la había robado,
llevándose todo su progreso junto con él.
Aun así, todavía había una obstinada voz en su cabeza que le decía que había
leído a Matt correctamente. Le importaba. No era un hombre voluble ni era el tipo
que jugaba con las emociones de alguien. Que es por lo que estaba sentada en el
banco de sus abuelos, rezando como el infierno porque apareciera. Había llegado a
todos y cada uno de los eventos en su itinerario hasta el momento. Si se las
arreglaba para aparecer esta mañana, para el único elemento importante en su
lista, lucharía por ellos. Le diría que se había enamorado de él y sería mejor que se
acostumbrara a tenerla a su alrededor. Gritaría y maldeciría y pisaría hasta que
descubriera que valía la pena. Que él valía la pena.
Si aparecía.
Casi con miedo de mirar, Lucy echó un vistazo a su reloj. Un minuto. Tenía
un minuto para llegar hasta aquí antes de que fuera por la opción B.
París.
No había basado la decisión únicamente en Matt, aunque alegar que no tenía
nada que ver con su mudanza a Francia sería una mentira. Estar en la misma
ciudad sabiendo que podía correr a él en cualquier momento y recaer como se
sentía en este momento, sería contraproducente para superarlo. Y superarlo sería
su única opción. Ya que una llamada de glorificado botín no funcionaba para ella,
sobre todo cuando pretendía esconderlo de su hermano. No, no podía hacerlo.
Francamente, estaba sorprendida de que Matt pudiera hacerlo. ¿Sería otra forma en
que lo había juzgado mal?
Lucy sintió un atisbo de fluencia de pánico en el estómago mientras el
momento llegaba y se iba, respiró hondo para calmar su pulso corriendo. Por el
contrario, su corazón se sentía embotado en su pecho, con una sensación de
pesadez. Francia no sólo sería una oportunidad para poner esta semana que
cambió su vida con Matt en su retrovisor, sería su oportunidad de ayudar a 149
proveerle a su familia. Para desplazar la carga de los hombros de Brent por su
cuenta. Para mantener a sus padres cómodamente retirados en Florida. Con el
nuevo bebé viniendo, su hermano tendría toda la ayuda que pudiera conseguir,
incluso si nunca lo decía en voz alta.
Pensó en la llamada que había recibido anoche. Le habían ofrecido el trabajo
en el Met, aquí mismo en la ciudad de Nueva York. Podría soportarlo y quedarse.
Sería un sueldo lo suficientemente sano como para darle un comienzo en su propio
terreno de juego y con su familia. Pero en ese momento, se le ocurrió que esta no
era más su casa. No lo había sido en mucho tiempo. Sus amigos habían seguido
adelante, su familia había florecido en su ausencia. Había estado aquí menos de
una semana y había logrado poner en peligro la amistad entre Matt y su hermano y
convencer a Hayden de mentirle a Brent. Dejar la ciudad podía muy bien ser la
mejor decisión para todos.
¿Qué tenía que la mantuviera aquí? Contra su mejor juicio, se había dejado
considerar que Matt podría ser una razón para quedarse. Reconocía ahora el
mundo de fantasía en el que había estado viviendo. Habían tenido una aventura
prolongada, así de simple. Sus expresivos ojos grises aparecieron en su cabeza pero
los empujó a un lado, incluso si la finalidad de la acción hacía que su corazón
brincara dolorosamente.
Lucy miró una vez más su reloj, sorprendida por cuánto tiempo había
pasado. Treinta minutos tarde. ¿Podría uno llegar tarde si planeaba llegar primero?
Sacó su teléfono de su bolso y le envió un correo electrónico a su contacto en
el Louvre.

* * *

Matt lanzó su coche en el parque junto a la acera y saltó, el itinerario de Lucy


todavía estaba aferrado en su mano. Tarde. Llegaba tarde. Sólo cuarenta y cinco
minutos, pero no podía quitarse de encima la horrible sensación de temor cayendo
en su estómago. ¿Habría esperado por él?
Había sido llamado en la madrugada de hoy, por el propio comisionado, para
hacer una declaración acerca de la explosión de ayer. Cuatro malditas veces había
repetido la misma historia a los diferentes niveles de la policía de Nueva York sin
cambiar una sola palabra. Después, el papeleo había comenzado. Para el momento
que había terminado, le había dado una mirada al reloj para encontrar que eran las
tres de la tarde.
Había decidido decirle a Brent esta mañana acerca de sus sentimientos por 150
Lucy. Infiernos, había estado ansioso por salir limpio. Esta tarde sería su
oportunidad de reclamarla. De sostenerla, sin barreras entre ellos. Ahora se había
perdido la parte más importante de su visita a Nueva York. Un evento que tardó
sesenta años en ser y jodidamente se lo había perdido. No podía evitar sentir que
también había perdido su cita límite para legitimar su relación con Lucy.
Con una sensación de malestar ante la idea, aceleró el paso, bordeando a la
gente que daba un paseo a lo largo del camino. Debía haberlo esperado. ¿No? Por
mucho que había tratado de resistirse, esta semana había sido la mejor de su vida.
Cuando estaba alrededor de ella, un poco de su ligereza se filtraba en él. Pero la
necesitaba con él para sentirla. No funcionaba cuando no estaba allí.
El banco quedó a la vista y desaceleró hasta detenerse. Vacío. En el lugar,
sintió ese mismo vacío invadirlo. Se había ido. No lo había esperado. Por un
momento, se permitió la esperanza de haber cometido un error y que este fuera el
banco equivocado, pero a medida que se acercaba, vio las palabras talladas y su
esperanza se evaporó.
Era posible que nunca hubiera llegado en absoluto. Volvió a pensar en la
extraña expresión en su rostro anoche, cuando le dijo que estaría en el banco esta
tarde. La forma en que lo había besado con tal finalidad, como diciéndole adiós.
Tal vez después de la forma en que se había revelado a sí mismo anoche,
diciéndole en términos explícitos el poder que quería en su relación había hecho su
elección. La elección correcta. La elección de vivir en el sol sin él. No podía
culparla, aunque su corazón se sentía como si estuviera en un fragmentando
millón de pequeñas piezas. Sería más feliz de esa manera. Cuando se trataba de
ella, no podía ser egoísta. No importaba que su cerebro cantara mía, mía, mía y lo
instara a mandar todo al infierno e ir a buscarla para convencerla de ser suya. Se
preocupaba demasiado como para hacer eso. Merecía ser feliz. Y después de
anoche, debió haberse dado cuenta de que la felicidad no sería posible con él.
Podría haber disfrutado temporalmente lo que habían hecho físicamente, pero al
final había mostrado demasiado, tal como había predicho.
Matt volvió a caer sobre el banco y trazó el tallado con los dedos,
mentalmente dispuesto a que Lucy se sentara a su lado. No lo haría. Lo sabía. Sin
embargo, no le impedía imaginar un resultado diferente. Ella arrastrándose sobre
sus rodillas, contándole la historia de la propuesta de sus abuelos. Sus ojos
espumosos hacia él, sus dedos jugando con los botones de su camisa.
El dolor lo golpeó con fuerza. Oh Dios, ¿cómo se suponía que iba a funcionar
sin ella? Antes de Lucy, antes de que hubiera conocido el efecto de su presencia, su
rutina diaria no parecía tan mala. Ahora la idea de atravesar esos mismos
movimientos parecía inútil. Desde que la conoció, levantarse de la cama por la
mañana había dejado de ser una tarea y empezado a sentirse vital. Había tenido a
151
Lucy para cuidar. Mejor, había tenido el privilegio de verla, de hablar con ella.
No volvería al punto de partida.
No, se había hundido abajo más allá de eso.
Ella no me quiere.
Los músculos de repente le dolieron, Matt se levantó del banco y se alejó del
último recordatorio físico que tenía de Lucy, sabiendo que ninguna cantidad de
tiempo o distancia borraría los recuerdos.

* * *

Matt se sentó en el banco de vestuario mirando a la nada. El último día había


sido aún peor de lo que había esperado. Podía sentir cada golpe de su corazón,
sufriendo con él en su pecho. Su respiración seguía siendo un esfuerzo. Dentro.
Fuera. Dentro. Fuera. No podía recordar haber conducido a la estación esta mañana
o entrar en el vestuario hace unos minutos. Su cuerpo se había hecho cargo con
auto-conservación porque le dolía pensar.
Cuando notó que Brent y Daniel entraron en fila a los casilleros, ni siquiera
levantó la vista. No quería verlos ni hablar con ellos. No quería oír hablar de su
felicidad. Y por el amor de todos los santos, no quería oír hablar de sus planes de
boda. En circunstancias normales, encontraría ese tipo de conversación insufrible.
Hoy podría mandarlo por encima del borde.
Sí correcto, como si todavía no te hubieras ido a navegar por el borde.
Ambos lo saludaron con gruñidos, que regresó sin encontrarse con sus ojos.
Matt sospechaba que nunca podría mirar a Brent de nuevo sin pensar en Lucy. Oh,
Dios. Bastaba con pensar en su nombre para que se sintiera como una espiga
impulsada en su esternón. Tratando de distraerse, se puso de pie y abrió su
casillero. Por suerte, sus amigos estaban relativamente callados por una vez, lo que
le permitió vestirse para su turno sin su discusión habitual uno con el otro.
Detrás de él, Brent abrió de golpe la puerta de su casillero, dejando que se
cerrara de golpe contra el lado de él. Matt frunció el ceño, finalmente mirando a un
Daniel viéndolo perplejo.
―¿Necesitas un abrazo, hombre? ―bromeó Daniel.
―No estoy de humor hoy, niño bonito.
Daniel no insistió, pero Brent tronó como si lo hubiera hecho. 152
―A veces me pregunto si las mujeres fueron puestas en esta tierra sólo para
hacer que los hombres se sintieran como idiotas. ¿Quién está conmigo?
Daniel levantó una ceja.
―Le estás preguntando a la persona equivocada. Las mujeres son como una
especie de lo mío. ―Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro―. Por lo menos,
solían serlo.
―Sí, bueno, tal vez podrías haber metido algo de sentido en mi hermana. ―
Brent arrojó su tenis tamaño gigante al fondo de su armario con un bang―. Desde
luego, yo no pude.
Matt se quedó muy quieto.
―¿Qué pasó? ¿Está bien?
Brent se encogió de hombros bruscamente.
―Estaba físicamente bien cuando la dejé en el aeropuerto hace una hora.
Mentalmente, es una incógnita.
―¿En el aeropuerto? ―Matt se ahogó, luchando contra una oleada de
vértigo.
Brent se desplomó en el banco, su irritación aparentemente drenándose fuera
de él.
―No lo entiendo. Apenas pasaron dos segundos, desde que la chica terminó
la escuela de postgrado, entonces está yéndose a París. ―Se frotó la frente ajeno al
hecho de que las rodillas de Matt estaban casi colapsadas frente a él―. Joder. ¿Le
di la impresión de que no quería estar con ella? ―Sus ojos se cerraron en un
suspiro de frustración―. Se llamó a sí misma una molestia.
Matt había estado sosteniendo su placa. Ahora, cayó al suelo. Luchó contra el
impulso de agarrar a Brent y sacudirlo.
―Molestia ―enunció―: ¿Ella utilizó esa palabra exacta?
El día de la pelea con globos de agua volvió a él entonces en un tornado de
palabras y colores. Si alguna vez te oigo llamarte a ti misma así de nuevo, voy a
encontrarte donde quiera que estés y haré que lo sientas. Es una promesa.
Viéndose miserable, Brent asintió.
―Dijo que el puesto en el Louvre se abrió antes… que no esperaría por ella.
Me di cuenta de que estaba mintiendo. La conozco. Algo está mal.
Matt no podía pensar por los golpes furiosos en su pecho. ¿Era esta su
manera de enviarle un mensaje? Si era así, había tomado un riesgo serio de no 153
lograrlo. Igual que Brent, no se compraba la historia sobre la apertura temprana
del puesto.
Saltó en movimiento empujando sus pies en sus zapatos y cerrando su
casillero. No le era posible pensar en otra cosa que las consecuencias de no llegar a
Lucy antes de que abordara el avión, agarró a Brent por los hombros.
―Número de vuelo. Terminal. Dímelos, ahora.
―¿Por qué? ―La frente de Brent se arrugó, pero su amigo sabía muy bien
que sólo tomaría una rápida mirada de la cara de Matt para determinar
exactamente por qué quería encontrar a su hermana―. Oh Jesús, Matty. ¿Estás
putamente bromeando?
―No. La necesito. ―Trabajó para estabilizar su voz―. Ella me pertenece e iré
a buscarla, con o sin tu ayuda.
―No puedo creer que me estés dando una patada en el trasero, dos días
después de que me salvaste la vida. ―Levantó las manos―. Tiene que terminar. Es
una regla.
―Escrita en piedra ―murmuró Daniel, mirando de cerca.
La paciencia de Matt se estaba deteriorando rápidamente.
―Mira, puedes tratar de patear mi trasero más tarde. Te daré el primer tiro.
Pero justo ahora…
Brent se rió con incredulidad.
―No programas tu propio trasero para recibir patadas.
Eso lo hizo. Cualquiera que fuera la compostura que habría podido mantener
se evaporó. Empujó a Brent contra los casilleros y lo sostuvo allí. Su amigo parecía
demasiado aturdido como para reaccionar, por lo que presionó su ventaja.
―Escúchame. Amo a tu hermana. La amo tanto que no puedo esperar a
mañana. Para ver lo que tenga que decir, lo que se pondrá, qué risa va a utilizar.
No es tu hermana para mí. Es Lucy. Es la chica que me hace sentir humano. ―Una
vez que las palabras comenzaron, no pudo parar―. Sé que no soy quien deseas
que sea el elegido para ella, probablemente ni siquiera ella me escogería, pero
cambiaré eso. Le daré todo. Sólo dime dónde está.
Por un momento, los dos amigos se enfrentaron, midiéndose cada uno.
Luego, lentamente sin decir palabra, Brent apoyó una mano en su hombro.
―Si llegas a tiempo, tendrás algún caso grave de convencimiento que hacer,
hombre. Ya aceptó el trabajo. Será mejor que se lo compenses.
¿Convencimiento? ¿Después de todo lo que había dicho… y hecho? El pánico 154
rodó a través de él, la sangre corrió a sus oídos. Había dejado que sus
inseguridades lo gobernaran, seguro de que había corrido porque no le gustaba lo
que le había mostrado. ¿Había sido un error?
Una sensación enfermiza se abrió en su estómago al recordar cada palabra
que había dicho en la oscuridad de su última noche juntos. No podemos mantenernos
a escondidas por ahí así. Tengo que hacer lo correcto. Todavía se había estado
conteniendo sin darle una pista sobre lo que sentía, más allá de quererla en su
cama. Había abierto su pasado como una forma de darle su confianza, de pedirle la
suya a cambio. Probablemente lo había visto como excusa en cuanto a por qué no se
podía confiar en él. Sólo había confirmado eso para ella al no haberse presentado en
el banco ayer.
Había pensado que había terminado con ella.
Oh Dios, había cometido un error enorme. ¿Estaba a punto de abordar un
avión, pensando que quería nada más que sexo casual con ella?
No. No. Esto no puede estar pasando. Matt apenas registró movimiento hacia
la puerta del vestuario cuando Brent puso una mano en su brazo. Se dio la vuelta y
se encontró con los serios ojos de su amigo.
―Terminal de JetBlue. Te enviaré un texto con el número de vuelo. Ve a
buscar a mi hermana y tráela a casa.
L
ucy estaba de pie en el mostrador de boletos, en espera de su pase de
abordar, cada clic del teclado de la computadora la hacía sentir como si
un clavo se hundiera en su cráneo. Le había tomado hasta la última
gota de energía convencer a su hermano que debía irse a Francia tan pronto fuera
necesario. Que el trabajo no estaría allí a menos que saltara a él inmediatamente.
La verdad, tenía que tomar la decisión en los próximos días, de todos modos.
Aplazarlo solo habría aumentado la probabilidad de haber corrido hacia Matt de
nuevo y simplemente no podía manejar las consecuencias emocionales de eso.
―París en Junio ―La operadora, una pelirroja de ojos amables, sonrió
agradablemente―. Estoy segura de que será hermoso. ¿Tienes algún motivo para
el viaje de último minuto? 155
Comenzó a dar alguna respuesta genérica acerca como se daría a sí misma un
regalo de graduación, pero la verdad escogió ese momento para salir.
―Algo así… sí. Algún imbécil decidió usar mi corazón para hacer
fertilizantes. Solo lo conocí durante una semana, pero no puedo girar por la
esquina en esta ciudad sin pensar en él y su estúpida, estúpida cara preciosa. Y la
forma en que me miraba. ―Soltó un aliento hacia el techo―. Creo que solo tuve
algo en mis dientes todo el tiempo y él tuvo la vergüenza de decírmelo.
―Ahora, estoy segura de que eso no es cierto. Pareces encantadora.
―Bueno, no lo soy. Soy una mentirosa y un fastidio. Pregúntale a cualquier
persona.
Los dedos de la operadora comenzaron a volar a través del teclado a un ritmo
frenético.
Lucy se apiadó de la pobre chica y cerró la boca, mirando casualmente la
televisión en el área de espera, que tenía una estación de noticias de veinticuatro
horas. Varias personas se habían reunido debajo de ella, apuntando a la pantalla y
hablando la una con la otra. Por enésima vez ese día, vio las imágenes de la
explosión en el Bajo Manhattan. Habían estado en todas partes, en la portada de
todos los periódicos, pasándose en cada canal. Había encontrado sumamente
difícil verlas, sabiendo cuánto peor podría haber sido. Lo que podría haberse
perdido. A quién podría haber perdido. Lucy empezó a apartar la mirada de la
pantalla, después volvió a verla. La foto de Matt de repente ocupó la mitad de la
televisión, debajo de las palabras Matthew Donovan, francotirador de la ESU, salva
cientos de vidas de rehenes.
Su cuero cabelludo se erizó mientras lo releía. ¿Por qué no le había dicho
nada? Recordó las palabras de su hermano entonces, cuando había regresado a
casa ayer. Digamos que Matt escogió un buen momento para empezar a hablar. Había
estado tan aliviada al oír que Matt había salido ileso, que había dejado por
completo que la críptica declaración se deslizase de su mente. Después de salvar la
vida de tanta gente, había venido a ella directamente, sosteniéndola cerca mientras
dormía. Como si la hubiera… necesitado. Sin embargo, nunca había dicho por qué,
solo lo mantuvo todo dentro.
¿Qué más mantuvo para sí mismo?
Se distrajo cuando la encargada presionó su pase de abordar en la mano.
―Debes ir a la puerta rápidamente. Ya están abordando.
Asintiendo distraídamente, Lucy empezó a ir a través de la multitud de
viajeros, rodando su maleta detrás. Los pensamientos de Matt continuaron
156
entrometiéndose en su cerebro. Una nueva voz diciéndole que había perdido algo.
Matt no era el tipo de hombre que se presentaba con flores y alimentaba a una
chica con líneas recicladas. Se comunicaba en sus propias maneras sutiles. Formas
que eran fáciles de perder cuando estabas tan centrada en lo que no estaba diciendo.
Lo que sentía por él no era ocasional en lo más mínimo. Había necesitado oírle decir
lo mismo esa noche en la cocina. ¿Su apertura sobre su pasado había sido la forma
de Matt de decirle que le importaba?
O tal vez sólo quería una excusa para no hacer lo mejor para todo el mundo y
subir en el avión con destino a París. Sí, eso era lo que tenía que hacer. No iba a
quedarse en Nueva York con la remota posibilidad de que Matt decidiera…
―¡Lucy!
Acababa de llegar a su puerta cuando el grito de Matt se apoderó de ella. La
mano que sostenía el mango de su maleta se aflojó, enviando su equipaje a
estrellarse contra el suelo, pero le tomó otros diez segundos darse la vuelta y
mirarlo de frente. Estaba de pie a pocos metros de distancia, la quietud en un mar
de caos, de la forma en que había sido la noche de la fiesta de compromiso. La
transpiración salpicaba su frente, con los ojos un poco salvajes, mientras la veía de
la cabeza a los pies, viendo el pase de abordar que sostenía. Como siempre, su
belleza masculina hizo doler su pecho. Parecía fuera de lugar en un entorno tan
monótono, sus ojos grises cortando a través de todo a su paso para poner en
marcha su corazón.
Esperó a que él dijera algo, pero solo continuó mirándola. La ira se erizó a lo
largo de su piel. Había llegado hasta aquí y ahora se contenía. ¿Por qué? ¿Más
silencio?
―¿Qué estás haciendo aquí?
El dolor nubló sus facciones.
―Siento que tengas que preguntarme eso. Deberías tener cero dudas en
cuanto a por qué diablos estoy aquí.
Lucy negó. No, había terminado de lidiar con sus declaraciones vagas. Había
terminado con tratar de leer entre líneas. Necesitaba palabras. Algo para
tranquilizarla de que esta cosa entre ellos existía fuera de su imaginación. Tomó su
maleta y siguió caminando.
―Inténtalo de nuevo, Matt ―dijo, por encima del hombro.
Haciendo todo lo posible para ignorarlo, Lucy se puso en línea, preparando
su pase de abordar e identificación, incluso aunque cada fibra de su ser estaba 157
gritando que no subiera al avión. Podía sentir la mirada de Matt sobre ella
mientras se acercaba.
―No subas al avión, Lucy. Por favor.
Levantó la vista hacia el techo para evitar que las lágrimas de sus ojos
cayeran.
―¿Por qué?
―Fui al banco ―Su voz sonó cruda―. Siento haber llegado tarde, pero estuve
allí.
Oh, quería creerle, pero con tanta incertidumbre bailando a su alrededor,
¿cómo podría hacerlo?
―¿Cómo puedo saberlo a ciencia cierta?
―Virginia y Frankie Mason hasta que el Mundo deje de girar. ―Su mirada
encontró la de ella.
El corazón de Lucy saltó a su garganta. Quería ir con él, enterrar su cara en su
cuello y colgarse de ahí para salvar su vida, pero necesitaba más. Necesitaba saber
que lo que había entre ellos era real. Más que un conveniente itinerario con
química lanzada a la mezcla. ¿Siempre había sido más de su parte, pero qué pasaba
con él?
Su turno a la puerta era el siguiente. La azafata miró con recelo a Matt, luego
tomó su pase de abordar. Lucy respiró áspero, empezando a entregárselo.
―Gigavatios.
―¿Qué? ―Ella y la auxiliar de vuelo dijeron al mismo tiempo, su pase de
abordar se congeló en el aire.
Matt se movió sobre sus pies.
―Me preguntaste esa noche si pudiera volver atrás en el tiempo y arreglar
una cosa, cuál sería. Estoy cambiando mi respuesta ―Dio un paso hacia ella, pero
se detuvo, como si temiera que se retirara―. Me gustaría volver a la última noche
que estuvimos juntos y decirte que me enamoré de ti. Que nunca te dejaré ir.
Lucy apenas podía ver a través de la falta de definición de sus lágrimas. El
terrible dolor que había tenido en su estómago esta mañana se desvanecía un poco
más con cada palabra dicha. Les exigió a sus pies moverse, ir hacia él, pero la
intensidad de su voz la mantenía arraigada en su lugar.
―No has visto la persistencia, Lucy. No tienes idea de cómo se ve hasta que
la hayas visto de mí. He luchado por mi vida antes y lo estoy haciendo de nuevo 158
ahora. No cabe duda de que estaré en el vuelo detrás de ti. Voy a perseguirte a ese
museo hasta que me des la hora del día. Voy a vivir allí.
La garganta de Lucy se sintió tan apretada que apenas podía hablar, así que
desgarró su pase de abordar en vez de eso. Matt retrocedió un paso, con ambas
manos apoyadas en la parte superior de su cabeza, con evidente alivio en cada
línea de su cuerpo. No podía estar allí un momento más sin sentir sus brazos
alrededor de ella. Dejando su maleta detrás, cubrió la distancia que los separaba en
tres pasos y se lanzó a los brazos que fueron a su alrededor sin dudarlo. Aplausos
estallaron alrededor de ellos, de los pasajeros que habían sido testigos de la escena,
algunos de ellos reconociendo a Matt de las noticias.
―Santo infierno, Matt ―Su voz vaciló―. ¿Mencioné que cuando hablas,
realmente haces que cuente?
Una de sus manos hizo un túnel a través de su cabello, volviendo la cabeza
para poder besar su boca.
―Lo siento. Cristo, lo siento mucho.
Un escalofrío pasó por ella.
―Casi me subí a un avión.
Matt volvió a caer en el asiento más cercano, llevándola con él.
―No me lo recuerdes. Nunca más, por favor.
Lucy lo mantuvo apretado.
―Te amo, también. Vamos a concentrarnos en eso.
―Me amas. ―Su aliento se estremeció en su oído―. ¿Me amas?
Asintió en su cuello, inhalando su aroma como una droga. ¿Cómo había
pensado por un segundo que vivir sin él era una opción?
Matt la sacudió un poco.
―Nena, a veces lo que estoy pensando no se traduce en palabras. Tendrás
que acosarme hasta que sea mejor en esto, ¿de acuerdo?
―Puedo fastidiarte.
Movió la cara para otro beso lento, luego se puso de pie, levantándola en sus
brazos.
―Te amo. Nunca me guardaré eso para mí de nuevo. Es una promesa, Lucy.
Tragó una nueva oleada de lágrimas de felicidad, mientras los dirigía hacia la
salida.
―¿Me darás un paseo a casa por los viejos tiempos? 159
La risa de Matt retumbó a través de ella, antes de que se pusiera serio.
―Esta vez, cada vez a partir de ahora, iremos a casa juntos.
M
att estaba sentado en la parte de atrás de la limusina, con el brazo
sobre el asiento de cuero negro, a la espera de que la puerta de su
edificio se abriera y Lucy saliera. Ella había estado preguntándole
por semanas lo que quería para su cumpleaños y sabía que había estado frustrada
por su vaguedad. No le gustaba verla irritada, pero se apaciguó a sí mismo con el
conocimiento de que lo averiguaría muy pronto.
La boca de Matt se levantó en una sonrisa, como lo había estado haciendo
cada vez con más frecuencia últimamente. Específicamente, en los últimos cuatro
meses. Desde Lucy. Ella había tomado la posición que le habían ofrecido en el Met
y rápidamente la habían promovido cuando vieron cuán competente y dedicada
era en su trabajo. Su parte favorita del día se había vuelto recogerla del trabajo. 160
Verla prácticamente flotar por las escaleras sin fin, rebosante de noticias sobre su
día. Todavía sentía la necesidad de pellizcarse con incredulidad cada vez al pensar
que esta chica estaba caminando hacia él. Luego ella lanzaba sus brazos alrededor
de su cuello y todo en su mundo se enderezaba.
Ella había pretendido mudarse a su casa de la infancia en Queens, pero
después de pasar también muchas noches sin descanso lejos de él, había ganado su
acuerdo para mudarse a su apartamento en Tribeca. Eso lo había desconcertado al
principio, porque nunca había estado tan cómodo en su soledad. Hasta que se dio
cuenta de que sólo había estado esperando a Lucy. Entonces tuvo mucho sentido.
Tamborileando los dedos con impaciencia en el reposabrazos, pensó en su
primera semana de vida juntos. Ella todavía había estado actuando como una
invitada, negándose a tocar o mover sus cosas. Una mañana después de que ella se
había ido al trabajo, él se puso de pie en medio del espacio, miró a su alrededor y
se dio cuenta de que todo tenía el carácter de un depósito de cadáveres. Las
paredes blancas, los muebles de color gris, negro… en todas partes. Algo así como
su vida antes de que ella se hubiera venido a vivir con él. En una pérdida total,
había llamado a Story, la novia de Daniel, y le había pedido su ayuda. Su
apartamento ahora estaba pintado de un brillante rosado.
Le encantaba.
Lucy salió del edificio, poniendo efectivamente fin a su concentración.
Llevaba un vestido suéter azul al cuerpo y botas de cuero hasta la rodilla en
deferencia a la temperatura más fría de octubre. Sus rizos fresa-rubios habían
crecido, balanceándose en sus hombros mientras lo buscaba en la acera. Cuando lo
vio sentado en la limusina, su mirada se estrechó, pero él vio el toque de picardía
en su expresión. Lucy amaba las sorpresas, otra cosa que había aprendido acerca
de ella. No era suficiente, pensó Matt, mientras ella se paseaba hacia adelante. Quería
saber cada cosa acerca de ella. Sí le daba lo que quería para su cumpleaños, tendría todo el
tiempo del mundo para hacerlo.
Matt salió de la limusina y mantuvo la puerta abierta para Lucy. Dios, se veía
hermosa. El color en sus mejillas, los ojos brillantes. Por favor, déjame tener algo que
ver con eso.
―¿Alquilaste una limusina en tu propio cumpleaños?, soy oficialmente la
peor novia del mundo.
Él se encogió de hombros.
―No puedo conducir y mantenerte distraída al mismo tiempo.
El rojo se extendió por sus mejillas, con los labios entreabiertos.
161
―Eso suena prometedor.
Matt dobló el dedo hacia ella y ella se puso de puntillas para besarlo
suavemente, pero no fue suficiente. Él pasó un brazo alrededor de su cintura y le
dio un profundo tirón a su boca, manteniéndola contra él hasta que ese sentido de
rectitud se deslizó en su lugar, como siempre hacía en él cuando estaban juntos.
Ahí está. Matt retrocedió, sosteniendo su mano mientras ella se metía por la
puerta. Él la siguió, haciéndole señas al conductor. No había estado mintiendo de
que una de las razones por las que había alquilado la limusina era para mantenerla
distraída. De su lugar de destino.
Con un movimiento de muñeca, cerró el panel separándolos del conductor.
La segunda razón por la que no necesitaba explicación. Cada oportunidad de
tocarla, abrazarla, la tomaría. Si eso lo hacía egoísta, que así fuera. Era su
cumpleaños, después de todo.
A medida que se alejaban de la acera, él abrió los brazos y Lucy se subió a su
regazo. La forma en que su cabeza se metió debajo de su barbilla con tal perfección
hizo que sus ojos se cerraran, aunque su ritmo cardíaco pateó por tenerla cerca.
―¿A dónde vamos?
―¿Crees que te mantuve en la oscuridad todo este tiempo para decírtelo
ahora?
―¿Ni siquiera una pista?
―No. ―Matt se aclaró la garganta―. ¿Lucy?
Él no tuvo que decir nada más. Su chica sabía lo que necesitaba oír.
―Te quiero, Matt. Mucho. Siempre. ―Pasó una mano por su pecho―.
Todavía quiero una pista.
Esa era la razón por la que había necesitado distraerla. Si seguía hablando con
él en su voz ronca, tocándolo en cada oportunidad, arruinaría esto. Con una mano
en su barbilla, le levantó la cara hacia arriba para un beso. Comenzó dulce, pero
como de costumbre, el sabor de ella, el peso de ella en su regazo, lo puso duro. A
su cuerpo no le importaba que llegaran a su destino en diez minutos, quería estar
escondido cómodamente entre sus piernas. Con el trasero de Lucy rodeando su
regazo y gimiendo en la boca del otro. Todo lo que tomaría sería un par de
movimiento de ropa y él se sentaría en su apretado calor.
No, eso no era de lo que se trataba hoy. Más tarde. Tendría que esperar hasta
más tarde. Incluso si lo mataba. Matt se alejó, pero presionó besos ligeros en sus
labios hasta que su respiración se igualó.
162
―¿Qué me conseguiste para mi cumpleaños?
Su mandíbula se apretó.
―Me dijiste que no consiguiera nada.
―¿Desde cuándo me escuchas?
Ella lo miró desde debajo de sus pestañas.
―Te escucho todo el tiempo.
Sí, ciertamente lo hacía. El recordatorio lo hizo querer presionar su espalda en
el asiento de cuero y recompensarla muy bien.
―Fuera de la habitación, Lucy.
―Me tienes allí.
Matt esperó, frunciendo el ceño ante la forma en que sus dedos jugueteaban
con su falda.
―No reacciones exageradamente. Nos reservé vuelos a Florida para que
conozcas a mis padres. Son para el próximo mes. Pero son reembolsables.
Él agarró su mano para detener sus movimientos de distracción, pero no dijo
nada. No podía con el nudo en su garganta. Ella quería presentarle a sus padres.
Aparte de lo que esperaba ganar de ella hoy, la fe en él era el mejor regalo que
podía haberle dado. Se inclinó y la besó, larga y duramente, hasta que encontró su
voz.
―No los canceles. Quiero ir.
Su sonrisa hizo que le doliera el pecho, por lo que metió la cabeza debajo de
su barbilla. Se quedaron de esa manera, con Matt acariciándole el cabello, hasta
que estuvieron a pocas cuadras de su destino. Afortunadamente, Lucy se veía
demasiado perdida en sus propios pensamientos para determinar exactamente
dónde estaban en la ciudad. Sólo para estar seguro, él sacó la venda de su bolsillo.
Ella no se inmutó o preguntó algo cuando la ató sobre sus ojos. Su confianza en él
era tan absoluta, que quería aplastarla contra su pecho y nunca dejarla ir. Pronto.
Más tarde.
Cuando el chofer abrió la puerta, Matt tomó la mano de Lucy y la ayudó a
salir. Él asintió hacia el hombre que esperaba, entonces la llevó por el camino. Una
curiosa sonrisa curvó sus labios al final, pero el ceño fruncido entre sus cejas le dijo
que no sabía su ubicación. Finalmente, llegaron al lugar al que la había estado
llevando y quitó la venda de sus ojos… para revelar el banco de sus abuelos.
Ella lo miró, luego volvió la vista hacia él, con lágrimas en sus ojos. 163
―¿Matt?
Él mantuvo los ojos fijos en su rostro mientras su madre y su padre salían
desde detrás de los árboles circundantes, junto con Brent y Hayden. Troy y su
novia, Ruby. Story y Daniel estaban allí, también. Todos y cada uno estaban
sonrientes, felices de lo que estaba a punto de hacer. No temiendo eso, no
queriendo que ella lo hubiera hecho mejor. Hacía que su corazón se hinchara hasta
que apenas podía respirar.
Lucy dejó escapar una risa acuosa y volvió a caer en el banco. Justo donde la
quería. Debía pensar que tal propuesta pública era difícil para él, porque cuando él
consiguió estar en una rodilla, se estiró y estrechó su rostro entre las manos,
frotando sus pulgares a lo largo de sus mejillas. ¿No sabía que era la decisión más
fácil que nunca había hecho en su vida?
―Lucy Mason, trajiste el color. Me trajiste a la vida cuando ni siquiera me
había dado cuenta que había dejado de respirar. ―Puso su mano sobre la de ella
en su mejilla―. Ahora puedo obtener suficiente aire. Está en todas partes gracias a
ti. ―Cuando sacó el anillo de su chaqueta y abrió la tapa, ella no apartó los ojos de
su rostro ni por un segundo―. Sé mi aire. Yo seré el tuyo. Para siempre. Cásate
conmigo, Lucy.
―Sí. ―Se arrodilló delante de él en el suelo, reuniéndose con él a mitad de
camino como siempre―. Sí, Matt. Por supuesto, sí.
Todo el mundo que había invitado a la propuesta se animó a su alrededor,
incluyendo un par de transeúntes que se habían detenido para ser testigos de la
escena. La abrazó con fuerza contra él, mientras el grupo se cerraba en torno a
ellos.
―Boda Triple. Espero que estés lista ―dijo Story en una risa.
Lucy puso un suave beso en sus labios.
―Estamos listos para cualquier cosa.

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Tessa Bailey vive en Brooklyn, Nueva York, con su
marido y su hija pequeña. Cuando no está escribiendo o
leyendo romance, disfruta de un buen argumento y recetas de
treinta minutos.

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