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Nelly Vanessa
bibliotecaria70 gissyk
Maria_clio88 AMDU
patriiiluciii PepitaCPollo 3
MissEvans Nanis
Nanis
Jane
Sinopsis Capítulo 11
Capítulo 1 Capítulo 12
Capítulo 2 Capítulo 13
Capítulo 3 Capítulo 14
Capítulo 4 Capítulo 15
Capítulo 5 Capítulo 16
Capítulo 6 Capítulo 17
Capítulo 7 Capítulo 18
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Capítulo 8 Capítulo 19
Capítulo 9 Epílogo
Capítulo 10 Tessa Bailey
Él la desea. Todo de ella.
El francotirador de la policía de Nueva York, Matt Donovan, está en el
infierno. En vez de llevar a la hermana pequeña de su mejor amigo a casa desde la
universidad, está atrapado con su compañera de cuarto, un rostro fresco rayo de
sol con un cuerpo por el que los hombres adultos llorarían. No hay manera de que
vaya a permitirse a sí mismo dejarse jalar por la zorrita, sin importar lo duro que
intente tentarlo, por lo que se resigna al peor, y más duro viaje, de su vida.
La obvia atracción de Matt le queda perfecta a la estudiante graduada, Lucy
Mason. No tenía ni idea de que el mejor amigo de su hermano era tan
deliciosamente sexy. Sabiendo que nunca tomaría el mal camino con la hermana de
su amigo, miente sobre su identidad y lo seduce. Pero Matt no es ningún torpe
chico universitario. Sus deseos son profundos ―y oscuros― y quiere enseñarle a 5
Lucy lo que realmente significa la palabra malvado.
Los exigentes apetitos de Matt sólo hacen a Lucy querer más. Pero cuando su
cubierta vuela, él está furioso, aun cuando su hambre por ella se vuelve insaciable.
Matt no puede confiar en nadie, y menos en sí mismo. Y sabe muy bien que las
tinieblas siempre destruyen a la luz…
L
a audiencia en el estudio dentro de la cabeza de Lucy Mason dio un,
awww simpático y colectivo.
Atrapada de nuevo.
―Esta se supone que es nuestra semana, Sasha. ―Lucy tomó su café helado y
se dejó caer pesadamente de nuevo, sin apartar la mirada de su mejor amiga―.
Hazañas enfermizas, elecciones cuestionables de moda. Visitas educacionales a
museos ―murmuró la última parte, ya que no había formado parte de la
interminable discusión―. No puedo creer que te estés metiendo con un amigo.
Sasha hizo una mueca.
―Lo sé. Lo sé. Es solo… Carter.
―Carter. ―La frente de Lucy se arrugó―. ¿Es el mismo Carter que hizo un 6
pase a tu madre cuando vino de visita?
―Eso fue un malentendido.
―Apuesto a que sí. ―Movió la copa en círculos bruscos en la mesa, dejando
que el hielo tintineara enfriándola aún más, con la esperanza de que un sorbo
enfriara el fuego en su garganta, provocado por la necesidad de gritar. Minutos
antes, ella y su compañera de piso se preparaban para partir de la universidad de
Syracuse, donde ambas habían, por fin, completado los programas de sus
respectivas maestrías, y sus planes estaban siendo aplastados por un tipo que una
vez se había enojado solo en el sofá después de mucho tequila. Inaceptable. Como
si esta violación de las “chicas ante los penes manifiestos” no fuera lo
suficientemente mala, su hermano, Brent, quien había sido designado para su viaje
a la ciudad de Nueva York, se había escapado en el último minuto.
Dios, lo siento, Luce. Algo ocurrió con la familia de Hayden. Estará representando a
su padre en algún elegante premio y si no voy, me castrará.
Su hermano no era de los que se contenían. Incluso si eso significaba que
hablara con su hermana sobre sus bolas. Irse a vivir con él a su casa de la infancia
de Queens, a la edad de veinticinco años iba a ser un verdadero grito. Hasta que
consiguiera un trabajo remunerado y encontrara su propia casa, por supuesto.
Gracias a su creciente lista de posibles empleadores ordenados alfabéticamente en
una hoja de cálculo de Excel, no pasaría mucho tiempo. Mientras tanto, tendría que
establecer algunas reglas básicas, como ninguna charla testicular. O donde fuera
que su novia pudiera encontrarse con él que lo vieran sus globos oculares.
En su lugar hoy, su hermano había enviado a su amigo Matt Donovan. Otro
policía. Uno que nunca había conocido, pero en base a la sugerencia de Brent de
traer montones de material de lectura para el viaje, asumió que Matt no era un
brillante conversador. No la había molestado en gran parte, sabiendo que tendría a
Sasha para charlar en el asiento trasero, pero ahora esa opción ya no estaba sobre la
mesa. A decir verdad, se sentía un poco desairada.
Bueno, bastante desairada. Su hermano y su mejor amiga yéndose a pastos
más verdes con veinticuatro horas de diferencia no le hacía cosas fabulosas a su
ego. No habían querido que fuera de esa manera, racionalizó. La querían. Aun así, dos
instancias más podían añadirse a su lista de veces que había terminado en segundo
lugar. Lucy Mason, segundona. Primero en la final del equipo de debate con
licenciatura. Demonios, apenas esta semana había sido nombrada segundo lugar
en su clase, entre las materias de otro idioma. Si bien esos eran logros sin duda, a
veces se sentía como que no importaba lo duro que lo intentara, siempre había
alguien que se le adelantaba un centímetro. Sasha y Brent abandonando a sus
respectivos amantes no era diferente.
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Fiesta de compasión para una, tu mesa está lista.
Tratando de disipar el inútil sentimiento, tomó un largo trago de su café
helado. Sasha tenía un saludable resplandor en su piel de color chocolate, la
emoción brillaba en sus ojos, lo que no había estado allí esta mañana. Solo porque
no había tenido sexo desde que Lost estaba en el aire no le daba derecho a ser una
rogona.
―Entonces, ¿cuáles son tus planes en su lugar? Será mejor que hagas algo
increíble. En serio, quiero piel de gallina.
Sasha hizo un pequeño baile en su asiento, acompañado de un grito.
―Pediremos prestada la casa de su primo en el lago Cayuga. Solo Carter, yo,
y un puñado de traviesos DVDs.
Lucy se animó.
―¿Qué? ¿Cómo porno?
―No. Como Cruel Intentions y Wild Things. Películas donde las chicas salen a
fin de garantizar una buena tarde para tu servidora. ―Sasha inclinó la cabeza―.
Por cierto, nunca te he visto tan entusiasta en tu vida como acabas de ponerte
cuando el porno entró en la ecuación.
―Baja la voz ―susurró Lucy.
―¡Pornografía! ―cantó Sasha, al estilo ópera, atrayendo todos los ojos del
café.
Lucy negó.
―Te voy a echar tanto de menos.
―Mentirosa. Languidecerás por mí.
―Si te ahogas en el lago Cayuga, limpiaré tu alijo de juguetes sexuales como
prometí, pero eso es todo lo que puedo garantizarte. Ni una sola línea de poesía se
escribirá en tu honor.
―Por lo menos moriré feliz. ―Sasha se levantó y fue a unirse a Lucy en el
banquillo, donde la aplastó en un fuerte abrazo―. Oye, lo siento mucho. Ya lo
sabes, ¿verdad?
―Sí ―murmuró Lucy en el cabello de su amiga―. Ahora vete. Vamos.
Sasha se retiró para estudiarla.
―Escucha, si muero en un desafortunado accidente de esquí acuático o tengo
demasiados orgasmos…
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―O las dos cosas.
―O las dos cosas. ―Sasha asintió―. No tires lo de mi escondite. Por la
presente dejo todo tipo de máquinas de placer para ti, mi pastosa, pequeña amiga
estudiosa.
Lucy fingió sorpresa y placer.
―¿A mí? Yo-yo no sé qué decir.
―Digamos que voy a poner a Nueva York de rodillas esta semana. ―La
expresión de su amiga se volvió seria de repente―. No utilices mi escape como
excusa para esconderte en una pila de libros. Te ganaste alguna diversión,
graduada. Tenla.
Lucy se quedó mirando a Sasha pensativa mientras salía de la cafetería. Su
amiga la conocía demasiado bien. Al principio, cuando Sasha le canceló, se había
producido un pequeño movimiento de alivio en su pecho ya que estaría fuera del
gancho. No tendría que ponerse allí como estaba previsto, sino que podía
continuar sus dos años consecutivos de esconderse de lo desconocido. En su caja
de seguridad de introversión autoimpuesta. No siempre había sido así. No, no. En
sus primeros cuatro años en la universidad se había dedicado a explorar el
temerario gen Mason que había heredado. Justo había organizado una hoguera en
el campus, en protesta por la censura en sus libros de texto, con su aterrizaje en la
cárcel durante la noche. Hola llamada de atención. Huelga decir que su hermano
había perdido su mierda y se vio obligado a volver a poner una hipoteca sobre su
casa para sacarla de apuros. Por no hablar de que cubrió las multas en las que
había incurrido.
Desde su noche en la casa grande, había pasado sus días y noches
reventándose el trasero para que su familia estuviera orgullosa, en lugar de
inspirar rondas incesantes de movimientos de cabeza cada vez que su nombre salía
a relucir. Asegurándose de que Brent supiera que no daba por sentada la matrícula
que le proporcionaba y por la que tenía dos trabajos. En un futuro muy cercano,
tendría un trabajo que por fin aliviaría la presión de sus hombros. Podría
finalmente arrimar su hombro para mantener a sus padres y a la familia de su otro
hermano mayor, mientras éste luchaba en el extranjero. Su familia se
enorgullecería de ella, en lugar de cubrirse cada vez que entraba en la habitación.
Esa dedicación incondicional al éxito no había dejado espacio para mucho
más, y había permitido que su vida social disminuyera hasta que los resúmenes de
Sasha de los sábados por la noche eran su principal fuente de entretenimiento.
Cuando tuviera un ingreso estable y un lugar para llamarlo propio, había estado
planeando remediar ese descuido. Por otra parte, tal vez Sasha tenía un punto
válido. ¿Qué mejor lugar para dar inicio a su nueva ―vida libre de tareas― que
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una semana en la ciudad de Nueva York?
La campana sonó en la puerta de la tienda de café, llamando la atención de
Lucy. ¿Sasha había cambiado de opinión? O tal vez se había olvidado algo.
Los pensamientos de Lucy se drenaron, como si su cerebro se hubiera
convertido en un colador. Cada músculo de su cuerpo se curvo mientras un
hombre daba un paso directo fuera de la fantasía de toda mujer y de alguna
manera se materializaba en la tienda de café. Antes que algo se registrara, se dio
cuenta de la forma en la que él caminaba. Se movía como si estuviera yendo hacia
una amante. Una amante a la que planeaba suavizar minuciosamente antes de
hacerle gritar obscenidades en una almohada. El sensual, movimiento
independiente de sus caderas era una completa contradicción con sus ojos y
mandíbula, sin embargo. Estaban establecidos firmemente, haciéndole lucir
despiadado. Inamovible.
El cabello oscuro, la expresión oscura, la ropa oscura. No era más que…
varios tonos de oscuro. Excepto por sus ojos, los miró mientras él fríamente
buscaba en la tienda. Sus ojos eran de color gris claro. En medio de toda esa
oscuridad, sobresalían como marcasitas plateadas.
No pudo evitar bajar la mirada, hombros anchos, pecho ancho, y un cinturón
de cuero grueso que cabalgaba bajo en su cintura. Como si un buen tramo revelara
su feliz camino y el corte en v que llevaba en sus vaqueros. Hablando de vaqueros,
buen Señor, el trasero del hombre era una obra de arte de buena fe. Mientras
caminaba hacia el cercano mostrador para colocar su orden, sus botas de trabajo no
hicieron un solo sonido, esas nalgas apretadas encendieron un coro de ángeles
regocijándose en su cabeza.
Y abrió su boca para dirigirse a la camarera y el coro de ángeles se cerró de
golpe.
―¿Puede decirme dónde se encuentra el treinta y nueve de Juniper Street?
¿Eh? La columna vertebral de Lucy se puso rígida. Esa era su dirección. ¿Tal
vez estaba buscando a otra persona en su edificio? Ella y Sasha compartían una
vivienda de dos habitaciones fuera del campus, en la que había al menos otros
veinte apartamentos. Eso tenía que ser. Esta obra de perfección masculina no podía
ser el aburrido, congestionado ex-militar francotirador que su hermano había
enviado como su acompañante a la ciudad. La descripción de Brent podría haber
presentado un panorama diferente. No, este tipo tenía que estar buscando a
alguien más.
La camarera detrás del mostrador parecía que había ido a nadar a un lago
lleno de estúpidas. 10
―¿Qué? ―Ella se aclaró la garganta y sonrió―. Quiero decir… ¿qué?
Los tambores de Gloria suspiraron.
―Treinta y nueve de Juniper. Mi GPS dice que estoy cerca, así que pensé que
caminaría el resto del camino. ¿Me puede indicar la dirección correcta?
Otra camarera se unió a ella.
―¿Qué?
Ahora Lucy suspiró en su nombre. La comunicación debía ser difícil cuando
tu trasero tallaba el vocabulario del sexo opuesto a una palabra.
―No importa, creo que puedo localizarlo. ―Les dio una leve sonrisa y Lucy
juró que pudo oír bragas cayendo al suelo―. Voy a tomar un café mediano para
llevar. Negro.
No era del tipo de azúcar y crema. No había sorpresas.
La barista Número Uno finalmente recuperó sus sentidos.
―¿Vas a visitar a alguien en la universidad? No te he visto por aquí.
Él le entregó un billete nuevo.
―No, vivo en Manhattan. Estoy aquí para recoger a una chica.
Oh, mierda. Es Matt Donovan. Ese fue el primer pensamiento de Lucy. ¿El
segundo? Si su hermano condonaba que pasara horas en un espacio confinado con
este magnífico hombre, tenía mucho que aprender acerca de ella.
―Entonces… ¿estarás recogiendo a cualquier chica o a una específica?
Oh, por el amor al doble Spanx1.
―A una específica.
―Chica con suerte. ―¡Barista Número Dos diciendo su joya!―. Debe ser
muy especial para conducir todo ese camino.
Matt tomó la taza de café de papel que ella le ofreció.
―En realidad, por lo que escuché, es como una molestia.
Dentro de la cabeza de Lucy, la audiencia en el estudio estalló en una lluvia
de Oh diablos, no. Se incorporó de manera recta en su cabina, por lo que temió
dañarse la espalda si lograba pensar más allá de su enfado. ¿Una molestia? En la
parte superior de su doble abandono de ese día, la palabra era como agua vertida
sobre calientes rocas de sauna. Provocaron que su ira hirviera y colapsase
peligrosamente. En algún lugar debajo de todo eso, una punzada de dolor existía, 11
pero no quería reconocer eso por el momento.
Él eligió ese momento para girarse y verse a los ojos con ella a través de los
tres metros que los separaban. Tuvo la satisfacción de ver su taza de café hacer una
pausa a medio camino a su boca antes de continuar su viaje hacia sus esculpidos
labios masculinos. Calor largamente negado corrió a través de ella, cortando a
través de su pelea de autocompasión. Deseo. Hacía mucho tiempo que no lo había
sentido. Tal vez por eso caía a través de su sección media ahora, después de haber
estado deshilachada durante años. Como si él hubiera proyectado la imagen en su
cabeza, vio esos labios distraerse para darse un banquete en su cuello. Un cuello
que seguramente se había vuelto rojo como caramelo gracias a la dirección de sus
pensamientos.
Sentir esta atracción insistente hacia el mejor amigo de su hermano era como
un inconveniente en el mejor de los casos. Tampoco podía actuar en consecuencia.
Sobre la base de lo que le habían dicho acerca de él, era del tipo honorable. La voz
de la razón era su cuarto amigo. Nunca haría un movimiento hacia “la hermana
pequeña de Brent”. Sobre todo cuando la susodicha hermanita había sido pintada
como nada más que una irritante plaga.
A menos, por supuesto, que él no supiera sobre quién estaba dando los
movimientos.
* * *
* * *
* * *
Oír el nombre de su mejor amiga en los labios de Matt en vez del suyo propio
se sintió como un pica-hielos en el esternón de Lucy.
¿Qué hice?
Había tratado de detenerlo; las palabras habían estado preparadas en sus
labios justo antes de que la penetrara. Entonces la había llenado tan completamente
y comenzado a moverse. Pararlo, diciéndole la verdad con la posibilidad de que
pudiera detenerse y dejarla fría, no había sido una opción. No si quería seguir
respirando. A partir de ese punto en adelante, había estado sin sentido a cualquier
cosa excepto a su dominio sobre su cuerpo. Simplemente no había otra palabra
para describirlo. La había dominado por completo, rompiéndola y haciéndola
completa al mismo tiempo. No parecía posible que solo lo hubiera conocido esta
tarde.
La atracción física entre ellos era una fuerza en sí misma. Añade a la mezcla
ese extraño anhelo y la preocupación que había sentido por él, esa necesidad de ser
exactamente lo que necesitaba…
Era exactamente como la estaba mirando en este momento.
Él se sentó en la alfombra y la atrajo hacia su regazo, sus labios pasando sobre
su cabello, murmurando palabras que no podía permitirse el lujo de discernir.
Piensa que eres otra persona.
―Dime que estás bien.
Lucy asintió vigorosamente, tragándose el nudo en su garganta. Sabía que
quería que dijera algo, pero no podía manejar las palabras. Sentía como si alguien
la estuviera asfixiando. La preocupación en su voz, la forma en que sus dedos
dibujaron círculos calmantes en sus caderas y estómago, que no se merecía.
Mentirosa. Nunca había esperado sentir algo tan poderoso como la respuesta que él
había extraído de su cuerpo. Nunca había esperado sentir una conexión. Qué
estúpida había sido al pensar que cualquier cosa con este hombre podría ser
informal. Los demonios detrás de sus ojos deberían haber sido una advertencia. Su
reacción a ellos debía haberlo sido, parpadeando con una brillante señal de
precaución.
Lucy sabía la verdad, sin embargo. Había visto las señales de advertencia y se
había ido a toda velocidad delante de ellas de todos modos. Era esa falta de
moderación que la había puesto en problemas innumerables veces. Una pequeña 37
voz susurraba en su cabeza ahora, diciéndole que las consecuencias de engañarlo
serían mucho peores de lo que alguna vez hubiera experimentado en el pasado.
Sin previo aviso, la levantó en sus brazos.
―¿Qué estás haciendo?
No respondió, continuando con sus largas zancadas hacia el cuarto de baño.
Cuando entraron, no encendió la luz fluorescente, por suerte. Tenía la sensación de
que sus ojos traicionarían todo. Como estaba, el filtrado de luz suave en el
dormitorio revelaba demasiado. Matt la dejó en el suelo y se quedó detrás de ella.
Sus miradas se encontraron y lo que vio allí causó una oleada de culpabilidad en
su pecho. La ansiedad endurecía sus facciones cuando tras entrar en contacto con
sus ojos, comenzó a inspeccionar su cuerpo.
Él contuvo el aliento, pasando sus suaves manos sobre su trasero.
―Nena.
―No duele ―se las arregló para decir. Esa era solo la mitad de una mentira,
pero todavía se sentía amarga en su lengua. ¿Las mentiras vendrían tan fáciles
para ella ahora que había conseguido rodar la pelota?
Matt la rodeo, cerrando la mano alrededor de una botella minúscula de loción
de cortesía con el logo del motel impreso en el lateral. Cuando desenroscó el tapón,
entendió su intención.
―No es mucho, pero ayudará con el enrojecimiento.
Lucy intentó darse la vuelta y detenerlo, pero cuando la frialdad sustituyó la
picadura en su piel, su boca se cerró bruscamente. Hasta ese momento, no se había
dado cuenta exactamente de cuánto dolor le habían dejado las palmadas. En lugar
de alarmante, encontró su condición… emocionante. Verlo en el espejo, ver que la
asistía con tanta diligencia, la hacía sentir poderosa. Acariciada.
Qué extraña reacción. Sin embargo, allí estaba. La misma sensación que había
tenido contra la puerta, inclinada sobre la mesa, de rodillas en el suelo. No tenía
sentido, ya que Matt había estado sosteniendo las riendas, al mando de ella,
dominándola. De alguna manera, nunca se había sentido tan en control.
Labios moviéndose a través de su hombro desnudo la distrajeron. Como si
fuera una señal, con la cabeza inclinada hacia un lado, lo animó.
―Deberíamos haber tenido una palabra de seguridad ―dijo―. No sabía que
llegaría tan lejos. Lo siento mucho.
―Palabra de seguridad ―repitió, buscando en su cerebro dónde había
escuchado ese término antes. Sasha, tal vez. O en un libro―. Está bien. No la
habría usado.
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Matt exhaló en un apuro, mirándola a los ojos de nuevo mientras continuaba
masajeando su trasero en suaves círculos. Se sintió un poco mareada. La imagen de
este hombre absurdamente masculino detrás de ella, tratándola con tanto cuidado,
seguramente se quedaría impresa en su cerebro por el resto de su vida. Alto como
era, podía sentir su abdomen apretado contra su espalda, sus fuertes muslos al ras
de ella desnudos en la parte inferior. Los músculos en sus brazos doblados
mientras aplicaba la loción, con sus ojos mirándola con tal intensidad en el espejo,
que parecían brillar.
Pensó en sus fervientes palabras, cuando había empezado todo esto. No me
dejes hacerlo… ¿Te asusté como la mierda ya? Una vez más, la necesidad de calmarlo
se levantó como una marea. La forma en que estaba mirándola, como si le
preocupara haberla roto… no podía dejarlo continuar pensando de esa manera. Le
había encantado todo lo que habían hecho. Dios, quería hacerlo de nuevo. Como,
ahora. Lo habría sugerido ya si fuera posible. Pero su mentira la había condenado.
No podía estar con él otra vez, su imperdonable engaño pendía sobre su cabeza.
Aun así, no podía dejarlo con ninguna duda de que le había dado nada más que
increíble placer.
Lucy se volvió, jadeando cuando su erección se deslizó por su vientre. Había
estado conteniéndose a sí mismo lejos de ella, así no lo sentiría. Por alguna razón,
le molestaba como el infierno. Acababa de resolver distanciarse de él antes de
hacer sus acciones deshonestas aún peores, pero estar de pie tan cerca, viendo la
inquietud en sus ojos, aplastaba su resolución como un panqueque. Con propia
voluntad, sus dedos trazaron las crestas de sus abdominales, observando con
fascinación que su pecho comenzaba a subir y bajar más rápido.
―Matt…
Un golpe en la puerta. Matt maldijo.
Sus cejas se levantaron.
―Ese es un repartidor de pizza persistente.
Las comisuras de sus labios se levantaron incluso mientras negaba.
―Quédate aquí. Iré a pagarle. ―Estaba por salir del baño, luego volvió y dejó
caer un beso lento y dulce en su boca. Cuando se alejó, se retiró del baño como si
tuviera miedo de perderla de vista. Esa mirada causó que algo horrible se
enroscara incómodamente en su interior. No sabía a quién estaba mirando de tal
manera. Él pensaba que era alguien completamente diferente. No la idiota
impulsiva que era en realidad. Maldita sea el infierno, Lucy.
Dio la vuelta y se quedó mirando su reflejo en el espejo. Su cabello era un lío 39
revuelto, sus labios estaban hinchados, apenas se reconocía a sí misma. Era más
que su apariencia, sin embargo. El arrepentimiento que corría por sus venas era
palpable en el aire a su alrededor. Después de un momento, escuchó fragmentos
de la discusión en la puerta.
Encontró la parte después de todo… instalada… el coche está listo…
Alivio y decepción peleaban tan duro en su estómago, que causó que sus ojos
se cerraran. Irse ahora y continuar su viaje a Nueva York significaba que no tendría
que enfrentarse a su mentira mucho más tiempo. Podría separarse de él, esperando
que achacara su encuentro a una aventura caliente y no persiguiera verla de nuevo.
La ola de pánico paralizante que llegó junto con ese pensamiento, sin embargo,
bloqueó todo lo demás. Debía ser honesta. Ahora. Antes de que un minuto más
pasara.
¿Y ver la ternura en sus ojos girar a la repugnancia?
No. Tal vez era una cobarde, pero no podía hacerlo. Solo un par de horas más
y podría dejarlo con un grato recuerdo, en lugar de la indignación que sospechaba
vendría junto con saber que era la hermana pequeña de Brent.
Fuera del baño, oyó cerrarse la puerta. Tomando una respiración profunda
por valor, pegó una sonrisa en su rostro y salió a la habitación para encontrarlo,
con las manos en las caderas, mirando pensativamente la puerta. Se cuadró cuando
la vio, pero parecía menos que satisfecho.
―El coche está list…
―Escuché ―lo interrumpió Lucy brillante―. Es una gran noticia.
―¿Lo es? ―dijo Matt en voz baja. Tragando, Lucy pretendió no escucharlo
mientras se ponía su ropa, haciendo su mejor esfuerzo para no hacer una mueca
cuando la tela se arrastró sobre su sensible trasero.
Cuando terminó de vestirse y él todavía no se había movido, no tuvo más
remedio que enfrentarlo. No había forma de evitar que sus ojos localizaran su
cuerpo sin camisa. Dios mío, animaba cada célula de su cuerpo. Saber que nunca
podía permitirse tocarlo de nuevo le provocaba dolor físico.
―¿Qué?
―Pareces terriblemente ansiosa por irte.
Lucy se armó de valor contra el impulso de abandonar su bolso y lanzarse a
sus brazos. En su lugar, meneó sus cejas.
―Tengo grandes planes para esta semana. Supongo que estoy ansiosa por
empezar.
Luego, sin mirar atrás, pasó con rapidez a su lado y salió de la habitación y se 40
dirigió al taller, odiándose a sí misma un poco más a cada paso del camino.
L
as manos de Matt se apretaron en el volante al salir del túnel Holland.
A pocos minutos de dejar a Sasha, todavía no tenía idea de en qué
situación se encontraban. Había fingido dormir durante los últimos
ochenta kilómetros; con la cabeza apoyada contra la ventana, sus rizos aún
desordenados por sus malditas manos. Varias veces había tenido que aplacar las
ganas de detenerse y arrastrarla a través de la consola a su regazo. No para follarla,
aunque eso era, sin duda, a donde iría si la tenía tan cerca. Primero, sin embargo,
quería conseguir una reacción honesta de ella. Si eso significaba interrogarla a un
lado de la carretera, había estado preparado para hacer justamente eso.
Entonces los recuerdos habían comenzado, haciendo que se lo cuestionara
todo. ¿Había imaginado su entusiasmo cuando hicieron el amor en la habitación del motel? 41
¿Su desinhibida respuesta había sido una proyección, algo que quería ver pero que en
realidad no había existido? Era lo más lógico, ya que se había mantenido en un
silencio sepulcral poco después, inmóvil de pie frente a él en el baño, pálida como
un fantasma. Dios, si le había hecho daño…
Matt miró su delicada forma por lo que parecía ser la milésima vez. Mierda,
había sido duro como el diablo con ella. Había parecido desearlo, incluso lo había
solicitado. ¿No? Había estado tan jodidamente ido por ella, a punto de reventar
con la lujuria y la necesidad de complacerla, ahora se preguntaba si eso habría
ensombrecido su percepción. Sus necesidades se habían mantenido encerradas tan
fuerte durante tanto maldito tiempo. Sacándoselo todas las noches cuando iba,
ronda tras ronda, al saco de boxeo que colgaba en su apartamento. No había estado
preparado para ella. No había tenido tiempo de llevar los impulsos hacia abajo,
desde un punto de ebullición a la cocción a fuego lento, estando alrededor cada
día.
Se detuvo en un semáforo en rojo mientras otra imagen no deseada lo asaltó.
Una mujer familiar, con fuerza empujándolo, con los ojos llenos de disgusto.
Aléjate de mí. ¿Qué es lo que te pasa? Ni siquiera te conozco ya, Matt.
La inquietud obstruyó su garganta. ¿Se habría perdido las señales con Sasha?
Peor aún, ¿las habría… ignorado? Había pasado tanto maldito tiempo desde que
había permitido a ese lado de él llegar a la superficie que, tal vez, había estado
demasiado superado por la necesidad como para reconocer que quería que se
detuviera. ¿Qué otra explicación podría haber para su repentina urgencia de irse?
Si se hubiera salido con la suya, todavía estarían en esa habitación de motel. La
habría tenido en la ducha, en la cama, en cualquier superficie disponible que
pudiese encontrar. Seguro como la mierda que no estaría a punto de dejarla en un
maldito Starbucks en Midtown.
Tan pronto como llegaron a la carretera, su plan había cambiado. Le había
enviado un mensaje a una ‘‘amiga’’ que al parecer pensó que era más fácil si se
encontraban en una cafetería. Esta amiga pensaba que su apartamento sería muy
difícil de encontrar. No se lo había tragado. No quería dejarla en absoluto, pero si
se veía obligado a hacerlo, quería verla segura allí.
Tal vez tiene miedo de ti, y no quiere que sepas dónde se quedará.
Matt se tragó ese perturbador pensamiento, esperando que no fuera cierto. El
semáforo se puso en verde y soltó el freno. Quería volver a verla. Infiernos, lo
necesitaba. Aunque sólo fuera para compensar haberla tomado por detrás en el
suelo de una habitación de motel. Se merecía algo mejor que eso. Quería ser quien
se lo diera. ¿Habría malgastado su única oportunidad? Esta no podía ser la última 42
vez que la viera. La idea de que su asociación terminaría en cuestión de minutos se
sentía, sin duda, mal.
Más adelante, el Starbucks quedó a la vista y apenas resistió el impulso de
seguir conduciendo. Todo el camino a su apartamento en el centro. ¿Cómo
reaccionaría? No muy bien, pensó, con ironía. Por mucho que se hubiera entregado
a él esa tarde, ella estaba llena de fuego. No era del tipo que tomara a la ligera que
un hombre cambiara sus planes sin consultarla.
Con un peso en el estómago, Matt detuvo su coche fuera del Starbucks. Justo
en ese momento, Sasha abrió los ojos y se estiró de manera exagerada.
―Justo a tiempo ―dijo.
Parpadeó inocentemente.
―¿D-dónde estamos?
Correcto. Suspiró y salió del coche para recuperar su maleta, todo el tiempo
tratando de encontrar una manera de convencerla de que le diera otra
oportunidad. Podía verla rodear el coche a través del parabrisas trasero, podía ver
su nerviosa expresión. De hecho, podía sentir prácticamente cómo se deslizaba
fuera de su alcance. Tú hiciste esto. Es tu culpa que ella no pudiera esperar a alejarse de
ti.
Al segundo en que Sasha lo alcanzó, dobló su mano en la manija de la maleta.
―Gracias. Yo, eh… aprecio el paseo.
Tenía justo en la punta de la lengua decirle que no se iba. No sería justo
dejarla en el centro de la ciudad de Nueva York y alejarse. Se sentía poco natural
dejarla, punto. Pero continuaba evitando su mirada, moviéndose nerviosamente
como si fuera a ponerse a correr a toda velocidad en cualquier minuto. Era peor de
lo que había previsto. Si insistía en quedarse a su lado, podría aumentar el daño
que le había hecho.
Al no tener otra opción, Matt metió la mano en el maletero todavía abierto y
sacó su libreta de policía de la bolsa de lona que mantenía guardada allí. Mientras
lo miraba con los ojos demasiado abiertos, escribió su número de teléfono en un
pedazo de papel y se lo entregó. Sabía que si le pedía el suyo, se negaría. Esta no
sería la última vez que la viera, sin embargo. Si eso significaba enfrentarse al toro y
tener que pedirle a Brent que consiguiera su número con Lucy, lo haría. Incluso si
eso incluía entregarle a su amigo material suficiente para torturarlo por años. Valía
la pena.
―Si necesitas algo, llámame. Cualquier cosa. ―Incapaz de resistirse, dio un
paso más cerca, dejando que sus dedos trazaran un lado de su cara. ¿Su labio 43
inferior temblaba de miedo o de algo más?―. No me gusta esto.
―¿Qué? ―susurró.
―No saber dónde estarás. Con quién estarás.
Ella miró a un lado.
―No eres responsable de mí.
Su pulgar rozó su labio. A la mierda. No podía ocultar nada con su chica.
―Tal vez quiero serlo. Utiliza mi número, Sasha.
Sus ojos se cerraron con fuerza y se sacudió visiblemente, como si hubiera
dicho algo para romper el hechizo.
―Matt, mira, aprecio el viaje, pero me tengo que ir.
A regañadientes, dejó caer la mano.
―Usa mi número.
No respondió.
La vigiló mientras tiraba de su maleta hacia el Starbucks, desapareciendo de
su vista. Por un buen rato, no pudo hacer que sus piernas se movieran, pero
finalmente logró entrar en su coche y alejarse de la acera. Si se sentía como si
hubiera olvidado algo, era porque lo había hecho. En pocas palabras. Ahora,
mientras conducía solo, más lejos de ella, se acordó de lo que era.
Estar solo era lo mejor para él.
* * *
Lucy compró una taza de café y esperó a que el auto de Matt se fuera,
bebiendo profundamente del caliente, negro líquido para evitar correr tras él.
Contándoselo todo. La forma en que la había mirado cuando se separaron… le
había dejado una sensación de vacío en el interior. Cuando por fin se fue, se sentó
en su silla durante largos minutos, mirando a la nada, antes de sacar el celular del
bolsillo de su pantalón corto.
Después de un minuto de debate, llamó a Hayden. La prometida de su
hermano contestó al segundo tono, sonando sorprendida.
―¿Lucy?
―Hola.
Una breve pausa.
44
―¿Dónde están Sasha y tú? Pensé que estarías aquí ahora.
Se refería a la casa de Brent en Queens, donde Matt la habría dejado si hubiera
sabido que en realidad era Lucy. Si no tuviera un presupuesto estricto para
conseguir atravesar la semana, habría salido a la calle y parado un taxi para que la
llevara a la casa de Brent. Pero tal como estaba, apenas llegaba sin tener que gastar
un extra de treinta dólares.
―Tuve un… cambio de planes. Estoy en un Starbucks en Manhattan. Y soy
sólo yo. Sasha no pudo venir. ―Dejó escapar un suspiro―. Escucha, no te pediría
un paseo a menos que de veras fuera necesario.
―No digas más. Llamaré a Brent y se lo haré saber…
―En realidad, ¿te importaría mantener esto entre nosotras? ―No quería
meter a Matt en problemas con su hermano cuando no había hecho nada malo―.
¿Sólo por ahora?
Una breve pausa.
―Envíame la dirección por texto. Estoy en camino.
Media hora más tarde, Lucy observó a Hayden estacionar su Lexus plateado
y salir a la acera. Vaya. Lucy había pensado, basada en la descripción de Brent, que
Hayden era una maravilla, pero no se había preparado para la apariencia
rompedora y temeraria del polo opuesto a su hermano cuando apareció. Refinada
y elegante, prácticamente irradiaba su educación de clase alta.
Lucy tiró su taza de café vacía en la basura y llevó su maleta fuera para unirse
a ella, sintiéndose más que un poco consciente en su pantalón corto y cabello que
parecía que había sido puesto a través de una podadora. Cuando se dio cuenta de
que Hayden se retorcía las manos, claramente tan nerviosa por su primera reunión,
se sintió inmediatamente a gusto.
―La hija pródiga ha vuelto.
Hayden sonrió cálidamente.
―Lucy.
Dudaron, luego se abrazaron con cierta torpeza.
―Siento hacerte venir todo el camino hasta aquí.
―No hay problema. Brent tuvo que trabajar un turno de tarde esta noche, así
que estaba haciendo algo de papeleo. De todos modos, me dijeron que esperara lo
inesperado de ti.
Cuando Hayden abrió el maletero, Lucy puso su maleta en el interior,
haciendo caso omiso de la punzada que llegó con la observación de su buen
carácter. 45
―Es cierto. Me gusta mantener a todo el mundo alerta.
Segundos después, se adentraron en el tráfico y se dirigieron al norte.
Después de vivir en Syracuse tanto tiempo, estar en Manhattan se sentía como si
hubiera aterrizado en otro planeta. Luces, sonidos, ruidos, gritos, movimiento. No
la ponían nerviosa, sin embargo. La anticipación y la emoción llenaron un poco del
agujero que la tarde había dejado en su interior, pero no lo suficiente para olvidar
el rostro de Matt mientras caminaba lejos. Piensa en otra cosa.
―Entonces, Hayden. ¿Si no te importa que pregunte…?
―Dispara de inmediato.
―¿Cómo fue que mi hermano consiguió tenerte?
La risa de Hayden rebotó en el interior del coche.
―Te aseguro que yo lo conseguí a él.
Lucy consideró a la morena, escuchando la sinceridad en el timbre de su voz,
y asintió.
―Trátala bien, Brent ―murmuró, mirando a través del parabrisas.
―Ya que estamos haciendo preguntas ―comenzó Hayden vacilante―,
¿quieres decirme por qué Matt te dejó en el lugar equivocado? Eso no es propio de
él. Normalmente es muy… estricto.
Algo sobre el oscuro interior del coche y el agotamiento que de pronto se
apoderó de ella tuvo lágrimas amenazando detrás de los ojos de Lucy. La
necesidad de desahogarse, aunque sólo fuera parcialmente, no podía ser negada.
―La jodí ―susurró―. Matt no hizo nada malo.
Hayden no dijo nada por unos segundos.
―¿Quieres decirme al respecto?
Lucy sólo pudo sacudir la cabeza. Cuando Hayden dio vuelta en Riverside
Drive y fue por inercia hasta detenerse frente a una casa de la ciudad, Lucy la miró
inquisitivamente.
―¿Dónde estamos?
―Esta es mi casa.
Sonaba casi avergonzada por ese hecho, pero Lucy no podía comprender por
qué.
―Por otro par de semanas, de todos modos. Estoy por entregarle las llaves al
nuevo propietario en julio, cuando me mudaré permanentemente con Brent. ―Su
rostro se sonrojó un poco―. Cuando pensé que ibas a traer una amiga por la 46
semana, pensé que podrías hacer uso de ella. Ya sabes, dos chicas solteras en
Manhattan, tan cerca de la acción…
Para una chica que creció compartiendo todo con dos gigantescos hermanos
mayores, luego metida en un dormitorio, seguido de un pequeño dormitorio para
dos por los últimos seis años, la idea la derribó. Apenas resistió la tentación de
bailar.
―¿Yo? ¿En este lugar?
―Esa era la idea, pero ahora que estás sola…
―Incluso mejor. No tengo que usar pantalón.
Hayden asintió sabiamente.
―Ahí está eso.
Lucy abrió la puerta del lado del pasajero y se quedó mirando hacia la casa
de la ciudad. Hayden rodeó el coche para estar junto a ella.
―Gracias, Hayden. Realmente aprecio esto.
―Claro. ―Se movió en sus tacones altos―. Espero que no parezca que no te
queremos con nosotros en Queens. Brent no estuvo exactamente emocionado
cuando le propuse esto. Estaba esperando estar alrededor de su hermana.
Algo se alojó en la garganta de Lucy.
―¿En serio? ―se las arregló para preguntar.
El desconcierto transformó las facciones de Hayden.
―Por supuesto.
¿Qué pensaría si supiera que había engañado a su mejor amigo para acostarse
conmigo?
Con ese inquietante pensamiento zumbando en su cabeza, Lucy se ocupó de
sacar la maleta del maletero. Hayden puso una mano en su muñeca para detenerla.
―Espera. Pensé que te quedarías con nosotros, por lo menos por esta noche.
Es probable que ni siquiera hayas comido.
―Realmente estoy agotada. No sería buena compañía. ―Lucy mantuvo la
sonrisa en su lugar, pero sentía que podría romperse en cualquier momento―.
Puedo pedir comida para llevar o algo así. No te preocupes por mí.
Hayden pareció dudar, pero dio un paso atrás.
―Supongo que nos veremos mañana por la noche, sin importar qué, ¿no?
Lucy sacó el mango hacia arriba en su maleta. 47
―¿Mañana por la noche?
―¿Brent no te lo dijo? ―Con la expresión en blanco de Lucy, ella suspiró―.
Mis padres nos están dando una fiesta de compromiso en su casa, que está en
realidad aquí, a la vuelta de la esquina. Será algo pequeño. Sólo la mayoría de la
familia y algunos amigos íntimos. ―Torció el anillo de compromiso en su dedo―.
Vas a venir, ¿verdad?
Amigos cercanos. Oh Dios, ¿Matt estará allí? La sangre en las venas de Lucy se
congeló, pero no pudo negar un pequeño tirón en su estómago de que lo volvería a
ver, sin importar las circunstancias. Demostrando que necesitaría una evaluación
psiquiátrica. No había manera de que pudiera evitar la fiesta de compromiso de su
hermano, sin embargo. Ya no tenía la escuela como excusa. Hayden se quedó allí,
mirándola con expectación, levantando una ceja perfectamente depilada cuando
Lucy se quedó en silencio demasiado tiempo. Obviamente, tendría que ir y rezar
para que Matt no asistiera. O… ¿esconderse cuando lo hiciera? El público en vivo
en su cabeza estalló en carcajadas, a su costa.
Se aclaró la garganta.
―No me la perdería.
M
att se quedó fuera de la casa de piedra rojiza en Upper West Side,
debatiendo si debía o no entrar, en realidad. Una pequeña reunión, le
había dicho Brent. Correcto. Parecía que la mitad de la ciudad
estaba presente. No era bueno con las multitudes y peor aún en hacer una pequeña
charla. Esto no era lo suyo. Un hecho que Brent obviamente conocía bien, de ahí
que le quitara importancia. Después de la noche de insomnio que había tenido tras
dejar a Sasha, estaba aún menos preparado que de costumbre para manejar esta
cantidad de gente; acercándosele, haciéndole sentir claustrofobia.
Las fiestas nunca habían sido lo suyo, pero desde que regresó de Afganistán,
lo incomodaban aún más. No podía controlar todo lo que sucedía a su alrededor,
no podía ver quién estaba de pie detrás, no le gustaba el constante ir y venir de 48
caras nuevas. Eso lo hacía sudar, haciéndole más difícil centrarse en las preguntas
que las personas le arrojaban inevitablemente después de unos tragos. ¿Qué hiciste,
exactamente, en el extranjero? ¿Viste acción? ¿Es un retrato exacto de tierra hostil?
Le traía recuerdos con los que vivía cada día más cerca de la superficie, hasta
que eran inevitables. Hasta que no podía parpadear sin ver el horror de nuevo,
sentir los rayos del sol sobre él mientras esperaba a que el objetivo se moviera en
su lugar. A veces incluso podía saborear la arena en su boca, sentirla en sus ojos.
Todos palidecían en comparación con el peor recuerdo, el que sentía lo
suficientemente fresco que podría haber ocurrido ayer.
Tommy.
La puerta principal de la casa de piedra rojiza se abrió de golpe,
interrumpiendo sus pensamientos. Brent pasó por debajo del marco de la puerta y
llegó al punto más alto.
―¿Vas a estar ahí toda la noche, Matty? Tenemos comida gratis. No hagas
que baje allí y te haga una llave.
A pesar de su reticencia a entrar, sintió que se relajaba. Tenía una relación de
amor-odio con Brent, pero sabía que sus amigos eran lo único que lo apartaba del
aislamiento total que anhelaba. Al ser un francotirador comprendían su
aislamiento, en cierto modo. Afortunadamente nunca se metían demasiado en su
pasado, algo por lo que estaba agradecido. Aun así, habían dejado claro que
cuando tuviera ganas de hablar sobre eso, lo escucharían.
Había tenido a gente en su vida de esa manera una vez antes, sin embargo,
¿no? Antes de que la alfombra fuera sacada de debajo de él, dejándolo tendido
sobre su trasero.
Brent hizo un ruido impaciente.
―Vamos, cariño. Te prometo que estaré contigo todo el tiempo.
Matt casualmente le enseño el dedo medio mientras subía los escalones.
―Eso me gusta más. Vamos a conseguirte una bebida fría. ―Brent lanzó un
pesado brazo alrededor de su hombro―. Hay un montón de tipos con bandejas,
entregando champán rosado. Si no tengo cuidado me va a comenzar a gustar. Si
eso llega a suceder, toma mi tarjeta de hombre, por favor.
―Perdiste tu tarjeta de hombre cuando cantaste la canción de Beaches en el
Ayuntamiento.
Entraron, Brent inmediatamente fue hacia Hayden, quien se volvió y lo miró
a los ojos en el momento justo. 49
―Sí. Pero mira lo que tengo a cambio.
Matt declinó una copa de champán con un movimiento de cabeza.
―Entonces, ¿qué pasó con ser una pequeña reunión?
Brent se encogió de hombros y tomó el champán que Matt había declinado.
―Sabes cómo es el rollo Winsteads. Creo que vi a Donald Trump por aquí en
alguna parte. ―Se tomó la bebida de un solo trago―. Oye, hombre. ¿Debería
agradecerte el conseguir que Lucy llegara aquí en una sola pieza? Eso no es un
pequeño logro. Por lo general deja algún tipo de destrucción en su camino.
Supongo que es como su hermano de esa manera.
―¿Lucy? ―Matt negó―. Está con su novio en su casa del lago.
Brent se echó hacia atrás.
―¿Lucy tiene novio? ―Dejó el vaso vacío con un golpe seco decisivo―. ¿Mi
hermana pequeña tiene novio?
Hayden se acercó y puso una mano sobre el brazo de Brent.
―¿Todo está bien aquí, caballeros?
―¿A dónde fue Lucy? ―Brent escaneó la multitud―. Parece que hay un tipo
con una casa del lago sobre el que debería asustar con la furia de Dios.
Matt levantó una mano.
―Espera. ¿Lucy está aquí?
Brent ladeó la cabeza.
―¿Has vuelto a robar marihuana de la sala de pruebas? La dejaste aquí
anoche.
Abrió la boca para corregir a Brent cuando la vio. Las palabras murieron en
sus labios, junto con cualquier apariencia de pensamiento racional. Sasha. En un
vestido verde sin tirantes, inclinando una copa de champán mientras caminaba en
su dirección. La reacción de su cuerpo fue dos veces más potente que el día en la
cafetería, porque esta vez lo sabía. Sabía que le podía dar la vuelta completamente
con una mirada, una caricia, un sonido rasgado de su garganta. Era el peligro en
dos piernas y quería sumergirse en ella. Dentro de ella.
Esos febriles pensamientos vinieron y se multiplicaron con fuerza antes de
que ella se hubiera dado cuenta de que estaba de pie allí. Pero ahora ella desaceleró
el paso, dándole una mirada. Pasos vacilantes. Como si nunca hubiera esperado
volver a verlo. Oh, no era malditamente así en absoluto. Matt se permitió la
satisfactoria imagen de él llevándola encima del hombro para quedarse en su
mente. Pensó en su falta de placer al descubrirlo allí. Había pensado en ella sin 50
parar desde ayer por la noche, preocupado por su seguridad, preguntándose si le
había hecho daño, fantaseando acerca de sus demasiado cortas horas en el motel,
cuando, obviamente ella no había tenido intención de llamarlo.
―Luce, ven aquí. ―Brent la arrastró y la sostuvo contra su costado―. ¿Tienes
novio y no me lo dijiste?
Matt sintió la sangre agolpándose en su cara. No… no. Por favor, oí mal. Sasha
no era Sasha... ¿era Lucy? Lucy, como la hermana de Brent. ¿Cómo podía ser posible? Al
ver su forma pequeña de pie junto a Brent, un gran contraste en sus físicos, lo hacía
parecer como una broma loca. Pero obviamente no lo era. Su culpa estaba pintada
por toda la cara. No sucedería. Jesús. Esta chica, con quien había tenido una de las
experiencias más honestas de su vida, con quien se había acostado todo el tiempo.
Se sentía como un déjà vu.
Ella le había hecho hacer el ridículo. Una vez más.
Lucy sacudió la cabeza apenas perceptiblemente, con lo que interpretó como
una disculpa con sus ojos, pero estaba más allá de importarle. Sin embargo, no
podía resignarse a alejarse todavía. Peor, mucho peor, todavía la deseaba, maldita
sea. Eso quemaba la mayor parte de todo.
―¿Quién te dijo que tenía novio? ―le preguntó a Brent, aún mirándolo
atentamente.
―Tu chofer, Matt, te delató.
Se echó a reír, un toque de humor haciendo que sus ojos verdes brillaran. Era
una característica como la de Brent, Matt quería patearse a sí mismo por no haberlo
visto antes. Estabas demasiado centrado en el resto de ella, sin embargo, ¿no es así?
―Sabes Matt. Fue una broma de un minuto. A mitad de camino aquí ayer,
empecé a llamarlo Risitas.
―Maldita sea, debería haber pensado en eso.
Por el rabillo del ojo, Matt notó a Hayden escrutándolo y se dio cuenta que ni
siquiera había intentado ocultar su reacción al ver a Lucy. Brent parecía un poco
demasiado alto en la vida para notarlo, pero su asombrado silencio no había
pasado desapercibido para Hayden, obviamente. En ese momento, tenía que tomar
una decisión. La cosa correcta sería decir la verdad, decirle a su mejor amigo lo que
pasó, dejando de lado todos los detalles gráficos. Sin embargo, todo dentro de él se
rebelaba ante la idea. No podía mirar a su mejor amigo a la cara y decirle que había
follado a su hermana pequeña en el suelo de una habitación de un motel barato.
Una ola de mareo se extendió por Matt mientras la magnitud de eso lo
golpeaba en casa. Había hecho más que follarla hasta los sesos, había puesto sus
manos sobre ella. Duro. Dejándole marcas. No, no podía hacerlo. ¿Cómo iba a 51
mirar a Brent de nuevo a la cara de nuevo?
―Oh oye, Luce. ―Brent le dio un codazo a su hermana, quien seguía
viéndose pálida―. ¿Sabes lo que encontré en el sótano la semana pasada?
―No tengo ni idea.
―Tu acordeón.
Ella se atragantó con un sorbo de su bebida.
―Por favor, dime que lo quemaste.
―Algo mejor. ―Le guiñó un ojo―. Lo traje conmigo esta noche.
―No puedo imaginar por qué ―resopló Lucy.
―Oh, creo que ya sabes por qué. Lo tocarás.
―Cuando el infierno se congele.
Brent se estremeció.
―¿Está haciendo frío aquí?
* * *
57
M
att se quedó en el recinto del vestuario, asegurándose su chaleco
Kevlar y abrochándose la camisa del uniforme de la policía del
servicio de emergencia de Nueva York sobre él. Cuando se enteró
de que Brent estaba con otro oficial en el siguiente pasillo, una incómoda sensación
se instaló en su pecho. Podría haber hecho lo correcto al alejarse de Lucy anoche,
pero eso no había detenido todos los escenarios sexuales imaginables pasando por
su cabeza después de que se había ido. Mirando a la hermanita engañosamente
dulce de Brent. Claro, podía ser un sabor dulce, pero las cosas que le había dicho,
mientras se encontraban frente a frente en la acera anoche demostraba que estaba
lo más alejado de eso.
Ella había sabido exactamente qué botones apretar para poner a prueba su 58
control. Mirando hacia él con sus contritos ojos verdes, lo había despojado de sus
defensas y rodado en su base de seseos con tan poco esfuerzo que debió haberse
alarmado. Nadie había visto a través de él de esa manera. Era inaceptable. Sólo se
había alejado de la alarma. Había estado excitado al punto del frenesí. Dentro de la
fiesta, su determinación había sido inquebrantable. Pero con sólo los dos, los
recuerdos habían hecho chispas entre ellos, y todo había cambiado. Ella le había
estado pidiendo algo que quería darle desesperadamente. Que sentía que era su
deber darle, aunque eso no tenía sentido.
Él se había ido a casa y abierto la cremallera de su pantalón al segundo que
entró por la puerta. Imaginando la boca de Lucy, sus pechos, su trasero enrojecido,
había presionado su frente a la puerta y se había venido como si fuera un
adolescente cachondo. Había pensado que una vez sería suficiente. Luego sus
palabras fueron a la deriva a través de su cabeza. Pensé en ti cada vez que me senté
hoy. Como me dijiste, Matt. Y simplemente así, se puso duro de nuevo, en un círculo
vicioso que duró hasta las primeras horas de la mañana. Aun así, aun así, no estaba
satisfecho. Nunca podría volver a estarlo. No después de que había experimentado
sus fantasías de la vida real con Lucy. Pero lo que era dos veces más difícil, ella
quería volver a hacerlo. Le había rogado por más.
No. No podía permitir que eso sucediera. No sólo sus deseos no tenían lugar
en torno a una chica más joven con un futuro más brillante, sino que no le había
mentido a Lucy. Mentir era un acuerdo que lo rompía. Por primera vez, le dio la
bienvenida a un amargo recuerdo que normalmente se mantenía escondido bajo
siete llaves, esperando servirle como una distracción. El horror absoluto de su ex
novia por sus necesidades “repugnantes”. Su búsqueda por la comodidad de su
mejor amigo. Todo se había apresurado a la superficie anoche cuando se enteró de
que Lucy le mintió. Después de exponerse ante ella de la forma en que lo había
hecho, se había sentido como la peor clase de traición. Es por eso que era tan
cuidadoso con quién pasaba el tiempo, a quién en realidad podía llamar un amigo.
Una vez que te quemas, esa mierda no es fácil ya.
¿La mentira le impedía desear a Lucy? Por supuesto que no. En todo caso,
quería encontrarla en ese minuto y castigarla de una manera que terminara con ella
gritando su nombre. La deseaba tanto, que le temblaban las manos.
El impulso era doloroso de negar, sobre todo sabiendo que ella envolvería ese
ágil cuerpo y le diría que se lo diera con fuerza. Mierda. Tenía que dejar de pensar
en ella ahora o el trabajo sería imposible. La pérdida de enfoque en su línea de
trabajo equivalía al fracaso, y se negaba a fallar en su trabajo.
Matt guardó su ropa de calle cuidadosamente doblada en su casillero
mientras Brent daba la vuelta a la esquina, seguido por Daniel Chase, su otro 59
mejor amigo. El nuevo miembro de su grupo, Troy Bennett, los seguía detrás,
dándole a Matt una rápida inclinación de cabeza que él regresó sin decir palabra.
Matt tenía un momento bastante difícil manteniendo a los dos amigos a una
distancia cómoda. No había conseguido absolutamente nada en averiguar cómo
encajar a Troy en su organizado plan. Afortunadamente, Troy parecía tan contento
con mantener su relación casual, que no presionaba por nada más.
Transfirió su atención a Daniel, quien tenía una mirada de exasperación en su
rostro, que solía ser el caso en cualquier momento que había hablado con Brent.
Cuando Brent vio a Matt, lo analizó.
―Oye, idiota. Desapareciste anoche. Tienes suerte de que no tenga la
capacidad de sentirme insultado.
Daniel se quitó la camisa y la arrojó en su casillero.
―Sí, te fuiste incluso antes de que Story llegara. ¿Qué pasa?
Matt comenzó a responder con alguna excusa vaga acerca de estar cansado,
pero vio las delgadas marcas rojas de arañazos en la espalda de Daniel primero.
Brent se dio cuenta a la vez e intercambiaron una mirada.
―¿Qué te sucedió en tu espalda, hermano?
Daniel se vio momentáneamente confundido por la pregunta, luego sonrió.
―Ah. Resulta que mi chica se puso un poco loca después de unas copas de
champán rosado. Ni siquiera llegó a la puerta. Tomen nota, señores.
―Por qué, Daniel, tú, sucio animal.
A pesar de que se sentía como una mierda bromeando con Brent después de
lo que había ocurrido con su hermana, Matt no pudo evitar estar divertido.
―Tal vez deberías comprar acciones de la compañía.
Daniel lo señaló.
―Me gusta la manera en que piensas.
―Muy bien, hombre de ideas. Suficiente. ―Brent tiró del chaleco antibalas
extra grande sobre su cabeza―. ¿Te fuiste debido a mi hermana, o qué?
Matt se quedó inmóvil en el proceso de asegurar su casillero.
―¿Discúlpame?
―Porque Lucy tocó el acordeón. ―Brent rió―. Ella sabe cómo despejar un
cuarto.
En realidad, todo lo relacionado con su actuación había sido adorable. Sus 60
obvios nervios, la suave, ronca calidad de su voz mientras cantaba en francés.
Prácticamente había brillado. Un paralelo tal con su vida en sombras, no había
podido hacer nada más que mirar, sintiéndose avergonzado de sí mismo. Había
tomado a esa chica, a la ruborizada chica con rizos que enmarcaban su rostro, y la
había usado para saciar una necesidad de la que no tenía ningún asunto
consciente. Ese pensamiento, finalmente, lo había enviado por la puerta,
necesitando escapar del recuerdo de lo que había hecho. Tenía ganas de hacerlo de
nuevo. Y otra vez.
Entonces ella lo había seguido y cada advertencia auto-expedida se había ido
volando por la ventana en cuestión de segundos.
Troy le salvó de tener que responder.
―¿Por qué se lo pediste si es tan terrible?
―Mira, así es como funciona esta cosa de hermanos. La avergoncé porque la
quiero. ―Brent se ciñó su cinturón―. No te preocupes, ella ya está pensando en
una manera de conseguir regresármela. Esperemos que no involucre quemar mi
casa.
O follar a su mejor amigo hasta dejarlo ciego. Sintiendo náuseas, Matt consideró
la posibilidad de que Lucy pudiera haberlo seducido para irritar a su hermano,
pero con la misma rapidez, descartó la idea. Podría haberle mentido, pero no podía
fingir su clase de química. O la forma en que su cuerpo había respondido bajo su
trato. Cristo. Deja de pensar en ella.
Brent no había terminado de hablar de su hermana, sin embargo.
―Debería estar recibiendo una llamada en cualquier momento para sacarla
de apuros. Tal vez prenda las noticias y la vea aventarse desde el Edificio Chrysler.
Matt frunció el ceño en su casillero. Esa no sonaba como la chica con quien
había pasado el día. Una doble graduada en Syracuse. Inteligente y lógica, con un
increíble sentido del humor. Una chica con oportunidades de trabajo alineadas. Un
itinerario detallado de su semana en la ciudad. Entonces oí que me llamaste una
molestia… y supongo que sólo quise ser alguien que no te inspirara irritación. Sólo por un
día. La simpatía se agitó dentro de él antes de que se girara hasta detenerla. De
ninguna manera sentiría simpatía por ella. Ira, sí. Lujuria, como el infierno sí. Pero
no sentiría lástima por ella. No después de que le mintió.
Daniel se echó a reír.
―¿Todavía está en sus viejos trucos?
―En realidad, ha estado tranquila últimamente. Debe estar preparándose 61
para una gran explosión. ―Brent cerró su casillero y le dio vuelta a la cerradura―.
No conozco a su amiga Sasha, a quien trajo con ella desde Syracuse, sin embargo.
Tal vez sea la buena influencia. ―Inclinó su barbilla hacia Matt―. Le diste un
paseo. ¿Cómo es, Matty?
Los ojos de Matt se cerraron y luchó contra el repentino impulso de perforar
su casillero. Lucy, obviamente, no le había dicho a Brent que había venido sola.
¿Por qué? No lo sabía. Tampoco entendía la ola de inquietud que venía con el
conocimiento de que estaría sola en la ciudad durante toda la semana. Sólo sabía
que estaba siendo arrastrado a su mentira ahora. Haciendo algo que odiaba. A
menos que saliera limpio ahora. Con la intención de hacer precisamente eso, se
volvió. Brent lo observaba expectante, con su perpetua sonrisa tonta en su lugar.
Matt no pudo hacerlo. Tal vez si no la hubiera arrastrado a una puerta anoche y le
hubiera dicho todo tipo de cosas sucias, sabiendo muy bien quién era, podría
haberlo hecho. Pero lo había hecho. Incluso la deseaba de nuevo, a pesar de su
identidad. Y no pertenecía a ninguna parte cerca de ella.
―Jesús, Matt. Naciste en la época equivocada. ―Brent terminó de atar el
cordón de su bota―. Habrías hecho un infierno de estrella de cine mudo.
Los cuatro recibieron una llamada de emergencia al mismo tiempo. Matt dio
un suspiro de alivio, mientras enfundaba sus armas rápidamente y salía del
vestuario. Su mente debería haber estado en la situación a la que se dirigían.
En lugar de ello, pensó en el itinerario que Lucy había dejado
accidentalmente en su coche.
* * *
* * *
Matt miró con una mezcla de horror y asombro mientras Lucy metía las
piernas hasta su pecho y las doblaba alrededor de la barra. No. Este sólo era su
primer salto, no se suponía que estuviera al revés tan rápidamente. No se había
dado suficiente tiempo para prepararse mentalmente para la vista de ella colgando
boca abajo como un mono en el zoo, pasando con velocidad a través del aire que
hizo que su corazón brincara. Ah, pero no podía tan solo colgarse. ¡Oh, no! Esta
chica loca no podía tener suficiente por lo que estiró sus brazos y arqueó la
espalda, como si hubiera estado haciéndolo toda su vida.
Matt ni siquiera se dio cuenta de que había empezado a moverse hasta que
estuvo colocado directamente debajo de su forma oscilante, viendo su expresión
transformada en dicha absoluta. Su belleza y abandono sacó el aire directamente
de sus pulmones. Sin embargo, al mismo tiempo, estaba celoso. Quería ser el único
que la hiciera sentir de esa manera. Si ese no era un sentimiento sumamente
88
peligroso y arrogante, no sabía cuál era. Ese derecho no era de él, ni tampoco tenía
ningún lugar a su alrededor. Le advirtió que tenía que permanecer lejos, muy lejos
de ella, aun cuando se sintiera obligado a arrastrarla fuera del trapecio y nunca
quería dejarla ir. Por primera vez que pudiera recordar, no sabía si la parte
controlada de él ganaría. No cuando se trataba de Lucy.
Eso aterrorizaba como la mierda siempre amorosa de él.
Lucy soltó la barra entonces. El tiempo se congeló para Matt mientras se
dejaba caer, caer… y aterrizaba. Rebotó una vez en el aire, dejando escapar una risa
encantada que le perforó el tórax. Sólo pudo quedarse de pie y ver cómo rodaba
hacia él y saltaba de la red. Sus ojos se encontraron y lo que vio en su expresión
hizo que su resplandeciente cara se oscureciera. Odiaba esa reacción, porque
reconocía que era inevitable. Si pasaba mucho tiempo alrededor de ella, la
oscurecería hasta que no existiera más luz. Lo sabía con absoluta certeza.
Sus manos comenzaron a arañar los cables de seguridad, quitándolos de su
cinturón.
―¿Hay un cuarto de baño que pueda usar? ―le gritó ella al Spandex
púrpura.
―Dentro de la oficina, todo el camino a la parte trasera. ¿No quieres hacer
otro salto primero? ―gritó el trasero de regreso, por lo que Matt quiso
estrangularlo.
―No. No en este momento. ―Finalmente logró liberarse de la cuerda,
dejándola caer al suelo y yendo hacia adelante para tomar su mano―. Vamos,
Risitas.
Matt la siguió a la oficina vacía, por el iluminado pasillo. No tenía ni idea de a
dónde iban o lo que quería, una vez que llegaron allí, sólo supo que no podía
rechazar la oportunidad de tocarla. No ahora, después de que sólo la había visto ir
a través del aire y dejarse ir. Probablemente nunca. Cuando trató de tirar de él al
baño de mujeres se resistió, pero la siguió de todos modos.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, oyó que alguien respiraba con
dificultad y se dio cuenta de que el sonido había salido de él. Una mirada a su cara
en el espejo le hizo volver a mirarse. Jesús, se veía como una mierda. Peor aún, se
sentía débil, ansioso. Agobiado por la necesidad, no sólo de la variedad sexual.
Sino de algo más. De algo urgente. Había querido decírselo antes, cuando le dijo
que quería golpearla hasta que gritara. Verla saltar de la plataforma y luego dejarse
ir en caída libre, lo había dejado sintiéndose sorprendentemente fuera de control.
Control que necesitaba recuperar de inmediato.
De alguna manera Lucy parecía entenderlo, llevándole la delantera. 89
―Cualquier cosa que necesites, tómala.
Le había dado la vuelta para enfrentar el lavabo antes de ordenarle a sus
manos hacerlo. Vio en el reflejo la forma en que ella cerró los ojos, con su boca
soltando una inhalación áspera y su pene se hinchó en sus vaqueros. Quería oírle
jadear su nombre. Sorberlo. Gritarlo. Haciéndolo desesperado por escuchar la
bofetada de su carne. Sin un rastro de dulzura, tiró hacia abajo de su pantalón
negro de yoga y le enseñó su apretado, trasero follable.
―Apoya las manos en el lavabo.
Reflejados en el espejo, sus pechos subían y bajaban tentadoramente. La
rodeó con una áspera mano y tiró hacia abajo de su escote para poder verlos
agitarse cada vez que la golpeaba. Se encontró pellizcando sus pezones
ásperamente, su gemido necesitado causándole una falta de definición en su
visión.
―Me vuelves malditamente loco, ¿lo sabías? ―Pasó la mano por encima de
su hombro y por su espalda, terminando en su trasero respingón, amasando la
carne con sus dedos―. No deberías desear esto. No deberías querer mi castigo.
Pero lo haces, ¿no? Estás muerta de hambre de él.
―Lo quiero. ―Se echó hacia atrás y giró sus caderas―. Por favor.
Una voz aceleró a través de su conciencia diciéndole que esto estaba mal, que
la estaba presentando a algo que nunca debería tener que conocer, pero su cuerpo
anuló la advertencia. Energía lamió a través de sus venas por lo que se inclinó y
habló con mucha precisión cerca de su oído.
―Espero que el hijo de puta me oiga azotarte en el trasero hasta que esté rojo.
Este primero es porque no me gustan sus manos en ti. Cuando te lo dé, quiero oír
una disculpa.
Observó sus ojos vidriosos en el espejo, transformándose de la chica
despreocupada volando a través del aire a otra persona en su totalidad. Eso lo
avergonzó. Lo ponía más caliente. Manteniendo sus miradas encontradas, llevó la
mano hacia abajo con un golpe fuerte. Su boca se abrió en un grito silencioso, antes
de que susurrara algo que no pudo oír.
―No te escucho, Lucy.
Empujó su trasero en sus manos, pidiendo más.
―Lo siento.
No pudo evitar presionarla hacia adelante en el lavabo, bombeando la
erección encerrada en sus vaqueros entre sus muslos extendidos a un ritmo
errático, hasta que gritó. Finalmente se las arregló para arrastrarse lejos. 90
―Este próximo es por ser impulsiva y no esperar la instrucción adecuada
antes de moverte de un tirón al revés como una lunática. Me diste un miedo como
la mierda. Una disculpa, Lucy.
Su mano conectó con su carne reverberando a través del baño mezclándose
con su gemido gutural. Si lo comprobaba sabía que estaría mojada y lista, pero
había algo que no lo dejaba tomarla en el baño. ¿Realmente tenía una pizca de
decencia? Cuando lo miró a los ojos y respiró una segunda disculpa, detuvo sus
preguntas y resolvió pensar en ello más tarde. En un momento en que se sintiera
racional. Estaba llegando allí ahora, recuperando la compostura con cada golpe en
su perfecto trasero. Cada sonido de placer procedente de sus labios. Esta dulce
chica despreocupada le estaba curando la ansiedad. Y la arrastraba hacia abajo a su
fosa.
Matt casi se detuvo entonces, volviéndose casi sobrio muy ligeramente.
Luego empujó su trasero más arriba y ese pequeño, regordete labio inferior y
párpados pesados se encontraron con los de él en el espejo. Sus pechos estaban
maduros, sus pezones poniendo mala cara hacia él. Cristo, era la cosa más hermosa
que había visto nunca. Demasiado hermosa. Nada pudo detenerlo de darle el
golpe final. Verbal y físicamente.
Envolvió su cola de caballo en un puño y echó su cabeza hacia atrás.
―Este último es por dejarme hacerte esto. Por no salir corriendo cada vez que
me ves. Di que lo sientes por dejar que te toque.
Sus ojos se aclararon, una pizca de pánico entró en ellos.
―No.
―Lucy ―gruñó―, no estás en control. Me lo diste cuando entramos aquí.
―No me importa. ―Su voz temblaba―. No voy a decirlo.
Un gruñido frustrado se arrancó de su garganta. No sabía dónde encontró la
fuerza, pero la soltó, cayendo hacia atrás contra la puerta del baño. Ella
rápidamente tiró del pantalón y se volvió para enfrentarlo. Se horrorizó al ver las
lágrimas en sus ojos.
―¿Por qué no lo dijiste? Mírate. ―Su voz sonaba hueca, agonizante―. Dos
días seguidos te hice llorar. Apuesto a que no has lloras tanto en un año.
Ella cerró la distancia entre ellos y deslizó sus brazos alrededor de su cuello.
Se estremeció ante el contacto porque se sentía tan bien. Tan malditamente
correcto. No se lo merecía después de lo que acababa de hacer. De cómo había
arruinado su mañana con problemas de celos y control. 91
―Te mentí una vez y no lo haré de nuevo. Es por eso que no lo dije. ―Se
echó hacia atrás y lo besó en la boca ligeramente―. ¿Me llevarás a casa?
Cerró los ojos para que no pudiera verla. Si la seguía mirando, la besaría y se
perdería a sí mismo. Lo haría olvidarse de la vergüenza y no permitiría eso.
―Sabes que lo haré.
Se dirigieron a casa en silencio, a pesar de que podía sentir a Lucy lanzando
miradas ocasionales en su dirección. Se alegró de que no hablara o tratara de
discutir lo que pasó, de cómo había reaccionado exageradamente. ¿Qué diablos le
iba a decir? No tenía ninguna explicación para lo que había hecho. Dentro de él.
Cuando se detuvieron frente a la casa de la ciudad, sintió una llamarada de pánico
ante la perspectiva de verla irse, pero recordó que su itinerario estaba en su casa en
su mesa de la cocina. Podía relajarse marginalmente sabiendo dónde estaría
mañana, incluso si sabía que iba a pasar cada momento hasta entonces
convenciéndose a sí mismo de permanecer lejos.
―¿Matt?
Con cautela, la miró.
―Sí.
―Te hubiera hecho pastel de carne. ―Sus manos se movieron inquietas en su
regazo, pero sostuvo su mirada―. Como comida de primera vez, quiero decir. Te
hubiera hecho pastel de carne.
No pudo convocar las palabras mientras ella saltaba del coche y con
velocidad se dirigía hacia la casa, arrastrando su corazón sangrante a lo largo de su
espalda.
92
L
ucy dejó su gran bolsa de mano abajo muy suavemente en deferencia a
su contenido y se dejó caer al lado en la hierba. Union Square Park era
una colmena de actividad, incluso en medio de un día de trabajo,
parejas compartían el almuerzo de los camiones de comida, paseadores de perros
luchaban por mantener el control de sus canes, turistas que trazan un mapa de su
siguiente destino. Dejó que su mirada vagara sobre la multitud entrelazándose, en
busca de una señal del grupo que había llegado a conocer. Había unas pocas
personas que serpenteaban alrededor de los escalones, sosteniendo bolsas similares
a la suya. Haciendo sutil contacto visual con ella, y luego desviando la mirada.
Escondió su sonrisa y se recostó en la hierba, estimando que todavía tenía
unos cinco minutos antes de que iniciara el evento. Cinco minutos más hasta que 93
pudiera distraerse efectivamente de los recuerdos de ayer. Había tenido muy poca
suerte en el departamento de la distracción anoche y esta mañana. Teniendo en
cuenta que había sido complacida en cada centímetro de su vida por un
increíblemente hermoso y complicado oficial de la UDE, después recibido
palmadas en un baño público, pensó que había conseguido su pase.
Matt. ¿Qué demonios iba a hacer con él?
Ayer, en la escuela de trapecio, había vislumbrado algo dentro de él que
debería haberle dado miedo. En cambio, se había acercado como si fuera tirada por
una cuerda invisible. Para calmarlo, tranquilizarlo, en su propia manera única. Tal
vez había sido la promesa de finalmente llegar debajo de su dura cáscara exterior.
O tal vez su atracción por él lo que no permitía ninguna otra reacción además de
gravitar hacia él. No lo había visto de esa manera, con la ansiedad vertiéndose de
él en oleadas. De alguna manera, le había hecho eso, lo que había triplicado su
obligación de hacerlo sentir mejor.
Di que lo sientes por dejar que te toque. Había dado vueltas toda la noche
tratando de averiguar lo que había querido decir con eso. ¿Cómo podría este
magnífico hombre, más grande que la vida tener una sola inseguridad? Sin
embargo, eso era exactamente lo que había visto cuando ayer bajó su pared de
ladrillos emocional. El hombre fuerte y seguro se había vuelto momentáneamente
vulnerable. Pero se había sentido tan atraída a esa parte de él como lo estaba hacia
su lado dominante. ¿No se daba cuenta de eso?
Gimió en alto ante el recuerdo de lo que le había dicho mientras salía del
coche. Los sentimientos que había revelado. Te hubiera hecho pastel de carne. Dios,
probablemente pensó que o bien era una simplona, o que estaba desesperada.
Debió haber roto el límite de velocidad de conducción para alejarse de su casa.
Combinado con la escena en el baño, probablemente no volvería a verlo. La idea se
apretó en su garganta, haciendo difícil tragar.
Cuando experimentó la clara sensación de ser observada, se irguió
rápidamente sentándose y miró alrededor del parque por la fuente. No era sólo la
sensación de ser observada, era la sensación de ser examinada. Estudiada. Calor
viajó a lo largo de su piel, comenzando en su cuello y bajando por sus pechos y
encrespándose en su vientre. Lo había sentido en el cine al aire libre, el mismo
engrosamiento de aire a su alrededor. El repentino deseo de ser empujada hacia
abajo y devastada. Matt estaba aquí. Sólo que no lo podía encontrar a través de la
multitud congregada.
Ahí. Recostado contra su camioneta ESU, a unos cincuenta metros de 94
distancia. Su boca se secó con la vista de su apariencia tan autoritaria, con los ojos
ocultos detrás de unas gafas Ray-Ban. Ahora sabía que no era sólo el uniforme lo
que lo hacía parecer tan dominante. Era él. Sabía el estricto control que ejercía y eso
la excitaba como el infierno. Incluso en la parte superior de la capa de
vulnerabilidad que había visto ayer. Tal vez más a causa de ella. Dios, lo deseaba
de nuevo. Le sorprendía cuánto.
Por el momento, sin embargo, se conformaría con conseguir que viniera
simplemente a hablar con ella. Entonces recordó lo que estaba a punto de tener
lugar en el parque. Oh, no, tenía que quedarse o él estaría en un mundo de sorpresa
e irritación. Rápidamente, se dio la vuelta y fingió estar absorta en su teléfono,
esperando que su falta de interés porque viniera lo mantuviera a una distancia
segura.
No hubo suerte. Un momento después, una sombra oscureció el suelo a su
alrededor. Con un nudo en el estómago, levantó la vista y encontró a Matt
mirándola fijamente, con los brazos cruzados sobre el pecho. No podía negar que
tenerlo elevándose sobre ella en sus malditas botas de combate, con su placa
enganchada a la cadera, hacía que sus hormonas giraran alrededor en una barra de
striptease imaginaria.
―Lucy.
Su profunda voz estremeció un camino a través de ella. Podía verse reflejada
en sus gafas de sol, y su pequeña semejanza proyectada contra su imponente
figura la mareó. Este hombre la había llevado al borde de la locura ayer. ¿Cómo
podía parecer tan fresco ahora?
―¿Cómo sigues encontrándome?
Él apartó la mirada.
―Dejaste tu lista de cosas que hacer en mi coche.
Oh.
―¿Y eso significa que tienes que seguir apareciendo?
Tenía la sensación de que estaba frunciendo el ceño detrás de esas gafas de
sol.
―Si sólo le dijeras a Brent que tu amiga canceló, que estás sola en la ciudad
durante toda la semana, no tendrías que hacer toda esa lista sola.
―¿Por qué no se lo dijiste? ―Cuando no respondió, se puso de pie y dio un
paso en su espacio personal, lo miró con toda la seducción que pudo reunir en
poco tiempo―. ¿Tal vez te gusta encontrarme sola, Risitas?
Su mandíbula se movió, pero todavía no dijo nada. 95
Lucy suspiró y dio un paso atrás.
―Él está totalmente contento con su felicidad doméstica. No vine aquí para
ponerle una llave a su motor, vine a ayudar a que funcione mejor.
Matt la consideró durante un largo momento.
―¿Cómo harás eso?
―Al obtener un puesto de trabajo, aliviaré su presión. Dejándolo solo
―agregó ella en voz baja.
Él la sorprendió poniendo una mano en su brazo.
―De verdad crees que le estás haciendo un favor, ¿no? ―Cuando ella
simplemente lo miró, él negó―. Te equivocas.
―¿Ah, sí? ―Ella apartó la mirada―. No sabías nada acerca de mí el día que
nos conocimos. Nada, excepto que era un montón de problemas. Una molestia.
La mano de Matt voló a su barbilla, moviendo su rostro hacia arriba.
―Si alguna vez me entero de que te llamas a ti misma así de nuevo, voy a
encontrarte donde quiera que estés y haré que lo sientas.
Estar tan cerca de él, oír el acero en su voz, la ató en nudos. Si le daba la
oportunidad, podría acostumbrarse a eso.
―¿Es una promesa?
―Eso es una promesa. ―Matt entrecerró los ojos―. De todos modos, es
posible que seas la mitad de muchos problemas, pero definitivamente no uno
completo. A menos que haya un trapecio involucrado.
―¿Piensas eso? ―Ella sonrió―. Estoy a punto de mandar esa opinión al
infierno.
Un silbato sonó en la distancia, diciéndole que el evento comenzaría en
treinta segundos. Necesitaba advertírselo a Matt. Ya estaba distraído, viendo a su
alrededor con una mirada de asombro en su rostro. Lucy se dio la vuelta para
descubrir que una gran multitud se había reunido, todos sonrientes con
anticipación.
―¿Qué es esto, de todos modos? Tu itinerario sólo decía ”MI, Union Square”.
Lucy se mordió el labio.
―MI significa Movimiento Independiente.
―Jesús.
Tan pronto como la palabra salió de su boca un globo de agua gigante lo
golpeó en el cuadrado hombro. Con la boca abierta por la impresión, miró la 96
mancha de humedad en la camisa de su uniforme, luego hacia abajo a Lucy. Ella
no pudo evitar la risa que burbujeaba en su garganta. Llevó ambas manos a su
boca para mantenerla contenida.
―Oh, Dios. Creo que tu uniforme te convertirá en un objetivo.
La multitud de personas detrás de ella estalló en una serie de gritos de batalla
mientras globos de agua comenzaban a volar, explotando en las personas y en el
pavimento alrededor de ellos. Turistas desprevenidos estaban dispersos en todas
direcciones, algunos más valientes se detenían a tomar fotografías con su celular.
Ella había estado en lo cierto, sin embargo.
Varios participantes estaban apuntando hacia ellos, probablemente
muriéndose por conseguir un tiro en un miembro del cumplimiento de la ley. Ella
se dio la vuelta para encontrar a Matt sacudiendo la cabeza.
―Será mejor que salgas de aquí, oficial.
Un globo de agua perdió por poco su cabeza.
―Al diablo con eso. ¿Dónde está tu munición?
Las cejas de Lucy se alzaron, pero indicó la bolsa de mano llena de globos de
agua.
Matt se agachó y tomó la bolsa, pasándola de una mano a la otra. Con un
chillido de sorpresa, Lucy tropezó detrás de él mientras corría al banco más
cercano y tiraba de ella hacia abajo detrás de él. Después de ayer, la última cosa
que esperaba ver era un lado juguetón. Sin embargo, era otra faceta de él, como si
no fueran ya suficientes. Dejó la bolsa entre ellos, metió la mano y le dio un globo
de agua.
―Vamos a ver lo que tienes, Mason.
Una sonrisa se extendió por su rostro.
―Un punto por cada inconformista al que le des. Dos por los turistas.
Su boca se torció.
―Hecho.
Se asomó por encima del banco y lanzó un globo de color rosa a una chica en
gafas de concha. El inesperado impacto del globo de Lucy les hizo torcer el rostro.
―Bonito.
―Un punto para mí. ―Ella le lanzó un globo amarillo―. Tu turno.
―Dame otro. ―Encogiéndose de hombros, ella hizo lo que le pidió. Él
empujó sus gafas de sol a la parte de atrás de su cabeza y de repente Lucy deseó 97
poder arrastrar los dedos por el espeso cabello negro. En un fluido movimiento, él
se puso de rodillas, lanzando ambos globos a la vez. Dos turistas se fueron
corriendo evitando un ataque de globos de agua en explosión.
―Impresionante. ―Incapaz de borrar la sonrisa de su cara, ella fue a través
de la bolsa―. Es como si fueras un francotirador profesional o algo así.
La mano de Matt se dobló, como si hablar de su profesión le diera la
sensación de un fusil en la mano.
―¿Estás insinuando que tengo una ventaja injusta?
―No lo estoy insinuando. Te estoy acusando. ―Sacó tres globos y le dio un
guiño―. Lo que significa que tengo que intensificar mi juego.
Su mirada caliente pasó sobre ella.
―¿Crees que puedes competir conmigo?
Era un milagro que los globos no se volvieran vapor en sus palmas.
―Nunca rechazo un desafío, especialmente cuando la competencia no tiene
sentido y no hay premios por ganar. Mira y aprende, Donovan.
Él hizo un gesto con arrogancia hacia la zona del patio donde la lucha hacía
estragos.
―Estoy esperando.
Lucy se asomó a través de los listones de madera en el banco, viendo a un
grupo de turistas que usaban camisetas de I love NY. Estaban a una buena distancia
y habían logrado mantenerse secos hasta el momento. Era un riesgo, pero ella
había hablado de un gran juego. Sin agallas no había gloria. Se puso de pie y tiró los
tres globos en rápida sucesión, dándole a cada uno de los turistas uno después del
otro. Antes de que pudieran localizarla, se agachó detrás de la banca para
encontrar a Matt mirándola con las cejas levantadas.
―Estás tan excitado por mí en este momento ―dijo ella, sonando un poco sin
aliento.
―Malditamente lo estoy.
Ella tenía que darle un beso. Tenía opción cero en el asunto. Su boca, su
placentera boca, era preciosa y estaba tan cerca. Su cuerpo era atraído como si se
hubiera vuelto magnetizado. Quería sus grandes, exigentes manos en su trasero.
Quería sentir sus músculos ásperos afilarse bajo sus dedos, doblados por ella.
Sus dientes rozaron su labio inferior.
―Ven aquí, entonces, nena.
98
Antes de que pudiera llegar a él, un globo de agua le dio en el brazo. Se veía
tan disgustado por eso, que ella tuvo que reír de nuevo. Plantó sus manos en sus
hombros y trató de hacer lo mejor para parecer seria.
―Oh Dios, Matt, fuiste golpeado. No vayas hacia la luz. Quédate conm…
Su boca se selló sobre la de ella. Como si él tuviera el control total y absoluto
sobre su cuerpo, ella gimió, con la cabeza inclinada hacia atrás para absorber cada
golpe de su lengua. Ella se vanaglorió de sus gemidos desiguales; que le dijeron lo
mucho que su sometimiento lo afectaba. Le decían que había un equilibrio. Que no
debía tener miedo de su disposición a entregarle las riendas. Que era una elección.
Matt también lo sintió. Su renuncia total de control. Se dio cuenta de su
expresión cuando él se retiró, escrutando su rostro.
―No sabes lo que significa, Lucy.
―Dímelo. Muéstramelo.
Lucy contuvo el aliento. No sabía por qué su respuesta era tan importante,
sólo que podría hacer o romper esta cosa entre ellos. Una vez más, se hizo tan
obvio para ella que había tanto sobre él que todavía tenía que aprender. Quería
saberlo todo. Cualquier cosa menos parecería como si estuviera siendo engañada.
Con expresión de pesar, él le empujó el cabello hacia atrás, viendo como sus
rizos caían alrededor de su rostro.
―Mírate. Vives en el sol. Yo no puedo hacerlo.
―Sí puedes. Estás aquí en el sol conmigo ahora mismo ―las palabras
salieron en un apuro. Apenas sabía lo que estaba diciendo, sólo que lo estaba
perdiendo. El Matt que había lanzado globos de agua estaba en retroceso, para ser
reemplazado por el hombre estoico, cerrado que se mostraba a todos los demás―.
Sólo tienes que quedarte aquí conmigo.
―Ojalá fuera así de simple. ―Retiró la mano y Lucy se tragó una negación.
Cuando la radio crepitó en su hombro, ella se dejó caer―. Me tengo que ir.
Tal vez la adrenalina seguía bombeando por sus venas por la pelea de globos
de agua o tal vez su beso había sido una tomadura de pelo para sus sentidos.
Incluso era posible que no quisiera que él caminara lejos sin tener el mejor maldito
recuerdo que ella podía darle. Cualquiera que fuera la razón, se encontró
arremetiendo contra Matt y lo besó por todo lo que valía la pena. Sus dedos se
hundieron en su cabello para mantenerlo quieto mientras barría la lengua en su
boca. Su gruñido de sorpresa vibró contra sus labios; su barba raspó su barbilla.
Él hizo un ruido de rendición y trató de profundizar el beso, pero Lucy se
apartó. 99
Le miró directamente a los ojos.
―Piensa en ello. Piensa en mí.
Una risa sin humor se le escapó.
―Lo dices como si fuera opcional.
Una voz interior la instó a ponerse de pie. No quería verlo alejarse, no podía,
después de lo que había dicho. Así que ella se iría primero, incluso si le dolía poner
distancia entre ellos.
―Te veré más tarde, Matt.
Lo rodeó pasando lo que quedaba de la pelea de globos y descendiendo a la
entrada de metro más cercana, sabiendo instintivamente que la miró todo el
camino.
M
att estaba en una luz roja en su camioneta ESU, patrullando como
de costumbre East Side, que le había sido asignado durante los
últimos seis meses. Sus dedos tamborilearon en el volante; un
latido sordo se abrió camino hasta la parte posterior de su cuello. Cada sonido,
cada destello de la luz del sol fuera de su parabrisas era irritante. Incluso la
mandíbula le dolía, sospechaba que era por rechinar los dientes sin parar anoche y
esta mañana. Veinticuatro horas sin Lucy y se sentía como un drogadicto que
hubiera estado demasiado tiempo sin su dosis. Cómo había formado ya una
adicción por la chica estaba más allá de él. Pero la tenía. Una que consumía todo y
que había cosido su hermosa imagen de forma permanente en el interior de sus
párpados. Que lo hacía captar su olor en los lugares más extraños. 100
No podía concentrarse en su trabajo. Cada pensamiento lo conducía de nuevo
a ella, a la forma en que se había visto ayer. Llena de vida. De emoción. La forma
en que lo había hecho sentir, también, durante el breve y brillante momento que se
había permitido sentir. Le había parecido demasiado bueno para ser verdad. Se
había visto obligado a recordarse que no era ese hombre. El tipo de hombre que
hace que una chica como Lucy sonría. Podría lograrlo por una tarde, pero no podía
durar.
Dímelo. Muéstramelo. No podía saber lo que esas palabras significaban cuando
se trataba de él. Apenas habían arañado la superficie, incluso si el recuerdo de su
mano conectando con su carne por sí sola podía ponerlo de rodillas. Cuando se
permitía fantasear acerca de Lucy, se la imaginaba en el límite en su cama, bajo su
orden. La imaginaba de rodillas, usando nada más que unas castas bragas blancas,
a la espera de sus instrucciones.
La imagen provocó una incómoda hinchazón entre sus piernas y Matt no
pudo resistir frotar suavemente su pene a través del pantalón de su uniforme. Eso
sólo empeoraba las cosas, sus pensamientos pasaron de Lucy sobre sus rodillas a
Lucy pidiendo permiso para chuparlo. Su carne desapareciendo por primera vez
más allá de sus labios rosados.
¿Así, Matt?
Con los dientes apretados en agonía, negó. Al ser una chica aventurera, podía
ser excitada por la promesa de una nueva experiencia, pero era muy probable que
sólo estuviera experimentando. Que tuviera curiosidad por lo desconocido. Pero,
¿por cuánto tiempo? ¿Qué pasaba si su naturaleza atenuaba su espíritu libre antes
de que hubiera tenido suficiente? Nunca se lo perdonaría. En este punto, había
dejado de advertirse con el recordatorio de su apellido. Era una Mason. La
hermana pequeña de Brent. Si su mejor amigo tuviera una ligera idea de los
pensamientos que lo azotaban día y noche, lo tendría en un par de botas de
cemento, hundidas hasta el fondo del Hudson. Se lo merecería, también.
¿Podría haber querido decir eso? ¿Podría ella… aceptarme, así?
Otra escena retrospectiva se proyectó en su mente, idéntica a las que había
estado teniendo toda la mañana, cada vez que se las había arreglado para formar
una grieta en sus pensamientos de Lucy. La expresión de desagrado de su ex-novia
cuando finalmente le reveló sus necesidades. Su mirada de pánico cuando se dio
cuenta de que había acordado casarse con un hombre con lo que denominaba una
”enfermedad”.
En aquel entonces, aún no había explorado su deseo de dominarla en la cama. 101
Se había escondido en algún lugar del fondo de su conciencia durante todo el
tiempo que podía recordar, pero cuando por fin había tenido el coraje de admitir lo
que necesitaba, había sido parado en seco. Después de eso, había intentado tan
duro mantenerlo bajo la superficie, hasta que por fin había conseguido el coraje
para explorarlo una noche, llegando sólo un poco demasiado lejos con alguien que
claramente no lo entendía. Había visto el daño emocional que podía causar. La
forma en que ella había retrocedido ante él como si fuera un monstruo. Ese
recuerdo se había chamuscado en su cerebro, sólo que ahora era el rostro de Lucy,
viéndolo horrorizada, repugnada, lo que lo mantenía atado en el interior. Lucy
dirigiéndose a otro hombre por comodidad. Un hombre con necesidades normales.
Matt golpeó el volante con tanta fuerza que lo sacudió.
No se recuperaría de ese resultado. No esta vez. No con Lucy.
Si se alejaba ahora, sería mejor para ella. Lo sabía. También garantizaría que
no continuaría faltándole al respeto a su mejor amigo a su espalda. El hecho de que
se hubiera dejado ir tan lejos era inexcusable. Si se alejaba ahora, Lucy conocería a
alguien más. A un hombre sin un camión cargado de equipaje y un pasado feo.
Que tuviera la capacidad de tratarla bien. Brent estaría sobre el pobre hombre
constantemente, pero estaría en paz con la elección de Lucy en una forma en que
nunca estaría bien con Matt. Su amigo, que se había aprovechado de su confianza,
persiguiendo a su hermana mucho más allá del punto cuando había averiguado su
identidad.
O podría tomar un salto más de fe. Un disparo en la oscuridad que a Lucy le
podría permitirle explorar sus necesidades mientras se ocupaba de ella sin
reservas. Podía confiar en que Lucy conociera su propia mente, dándole la
oportunidad de devolverle el favor de la misma forma que ella se lo había
confiado. Podría… mostrárselo. Otra oleada de anticipación rasgó a través de él. De
estar con Lucy, libre de culpa, sin límites…
El semáforo se puso verde. En lugar de continuar por la Segunda Avenida
como su ruta dictada, Matt dio un cambio de sentido de nuevo hacia Upper East
Side, donde sabía que Lucy y Brent estarían almorzando en Quincy’s en media
hora.
* * *
114
—A
h, Dios. ―Los ojos de Matt se cerraron fuertemente―. Por
favor. Puedo hacerlo mejor que en un estacionamiento.
La cruda agonía en su voz, sus palabras,
intensificaron su propia necesidad, incluso mientras traían una oleada de afecto
que no tenía lugar aquí. Quiso empujarlo más allá de su punto de ruptura. No
podía esperar a verlo. Su pulgar rozó la cabeza de su erección.
―Tal vez tienes miedo de averiguar qué tan profundo puedo tomar tu…
―Suficiente. ―Con un gruñido, abrió la puerta de atrás y la empujó hacia el
asiento. Manos ásperas tiraron de la parte superior de su vestido, dejando al
descubierto sus pechos. Sus mejillas estaban rojas, dientes rasparon por encima de 115
su labio inferior. Se vio indeciso por sólo un segundo antes de golpear uno de sus
pechos, apenas lo justo para picar, lo suficiente como para sacar un gemido de su
garganta. Sus dedos agarraron su barbilla y la movieron hacia arriba―. Vigilarás
tu boca cuando me hables.
―Sí, Matt. ―Cuando le soltó la barbilla, se inclinó hacia delante y pasó la
lengua por la parte inferior de su erección. Sus rodillas chocaron en el asiento
mientras él gemía―. ¿Te gusta esto?
―Joder, sí, me gusta. ―Rodeó la base de su erección en una mano, guiándola
a su ya abierta boca―. Más. Ahora.
Había pasado un tiempo desde que Lucy había hecho esto y nunca con el
tamaño de un hombre como Matt. Se obligó a relajarse y a concentrarse en lo que
su cuerpo le decía. En cómo respondía él. Pronto se perdió en su propio disfrute.
En su sabor. En los sonidos estrangulados que arrancó de su garganta. La forma en
que tiró de su cuero cabelludo la hizo estremecer, moviéndola suave, luego
lentamente, luego rápido de nuevo.
―¿Te gusta mi sabor, nena? ―Sus caderas se mecieron hacia adelante―. No.
Malditamente te encanta.
Lucy tarareaba en su garganta, cerrando sus dedos alrededor de su
circunferencia, acariciándolo al tiempo de su boca. Oyó su respiración comenzar a
volverse entrecortada. Los dedos en su cabello se volvieron castigadores,
diciéndole que estaba a punto de alcanzar la cima. Que estaba tratando de alejarla
con manos frenéticas, pero Lucy no quería detenerse.
―¿Quieres que termine en tu irrespetuosa boquita? ¿Quieres hacer mi puta
vida?
Poco a poco, asintió, relajando la garganta para permitirle deslizarse
profundo, más abajo que antes, ronroneando con el fin de enviar vibraciones
corriendo por su carne dura. Su boca viajó arriba y abajo, cada vez a mayor ritmo,
arrastrando sus dientes suavemente por los lados cuando le rogó que redujera la
velocidad. Él estaba justo en el borde. Quería verlo romperse, se estaba muriendo
por presenciarlo, pero él arrastró su boca lejos en el último segundo.
―La próxima vez ―gruñó, sacando un condón del bolsillo de sus vaqueros y
rodándolo con esfuerzo por su erección―. Abre las piernas. Déjame ver la parte de
ti que me aprieta tan fuerte.
Lucy atrajo sus rodillas, dejando que su vestido fuera a la deriva hasta su
cintura. Sus pechos desnudos se juntaron; sus labios se sentían pesados e
hinchados. La ardiente mirada de Matt entre sus piernas le hizo retorcerse en el
asiento con impaciencia. 116
―De prisa ―susurró con voz temblorosa, cuando él comenzó a acariciarse a
sí mismo.
Matt la agarró por los tobillos y los apoyó en los extremos opuestos del marco
de la puerta, sus tacones altos de alguna manera todavía puestos. Mantuvo
contacto visual con ella mientras le arrancaba las bragas con un giro de su muñeca,
luego se inclinó para lamer a lo largo de su centro. Dos largos trazos de su lengua
hicieron que sus muslos empezaran a temblar incontrolablemente.
―No grites ―le dijo con voz áspera. No había procesado su advertencia
antes de que arrastrara la cabeza de su erección sobre sus pliegues y se metiera
profundamente en ella. Lucy se mordió el labio con fuerza, ahogando el grito que
se arrancó desde el fondo de su pecho. El sonido terminó en un sollozo cuando él
no se movió de inmediato. Necesitaba que empujara, pero se quedó quieto, tan
profundo en su interior que lo podía sentir latiendo―. Juro por Cristo, nena, te
hicieron para mí. ¿Sientes eso? ―Se retiró de ella, luego se estrelló en casa una vez
más―. Mía. Mi Lucy. Déjame oírte decir eso.
No. No podía ceder a sus palabras, a pesar de que desesperadamente quería
repetirlas también. Se sentían ciertas, pero sabía que no lo eran. Su cuerpo podría
sucumbir a él, pero su mente no. Incluso ahora, sus músculos más bajos del
estómago se enrollaron apretadamente, preparándose para la fiebre de lo
inevitable que sólo Matt podría proporcionarle. Luchó para contenerse, deseando
jalarlo para un beso pero se mordió el labio en su lugar. Después de esto, ella se
iría. Esto no podría ser sobre el afecto.
Matt debió sentir su tensión, porque sus ojos se estrecharon en su rostro.
―No puedes contenerte. No cuando estoy veinticinco centímetros profundo,
Lucy. No voy a permitirlo.
Ella rodó sus caderas en el asiento, sintiendo una chispa de satisfacción
cuando su aliento se estremeció.
―Eres el que se está frenando. ¿No quieres moverte dentro de mí, Matt?
Sus manos se flexionaron sobre sus muslos.
―No hasta que estés aquí conmigo. Dilo.
¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Qué quería de ella?
―No.
La tención estaba empezando a llegar a él. Su surcado abdomen se sumergió
y se estremeció, su voz sonó antinatural. No tardaría mucho para tentarlo a olvidar
cualquier misión repentinamente. Lucy arrastró su mano hasta su estómago, 117
rozando sus dedos sobre sus pezones.
Con un sonido ahogado, Matt la agarró por las muñecas y trató de fijarlas
detrás de su espalda, pero ella luchó por conseguir zafarse.
―Basta ―dijo ella, pero las palabras terminaron en un grito de asombro. La
fricción causada por su lucha envió ondas de choque a través de su cuerpo.
Automáticamente, sus piernas se envolvieron alrededor de su cintura, sus zapatos
de tacón alto se clavaron en su trasero.
―Mi Lucy.
―No.
―Tu cuerpo no está de acuerdo ―le gruñó, empujando profundo mientras
medio la sujetaba―. ¿Quieres la follada dura que tengo guardada para ti? Di las
palabras.
Lo odió en ese momento, incluso mientras anhelaba su cuerpo, la sensación
de tenerlo en su interior, más que el aire en sus pulmones. Había tantos niveles en
esta sensación de estar inmovilizada. La forma en que lo lograba con su poderoso
cuerpo, negándose a ceder. Su rechazo de ayer era una oposición a querer
reclamarla hoy. Nada de eso tenía sentido.
―¿Qué quieres de mí, Matt?
―Traté de decirme que desearte, que mantenerte, era egoísta. Tal vez lo es.
―Sus labios rozaron su frente―. Pero estoy perdido aquí, Lucy. Estoy perdido sin
todo lo que tienes.
Eso le dolió. Sin expresar las palabras de amor que amenazaban con estallar,
manteniéndolas atrapadas en su interior, incluso mientras se mantenían inmóviles
por él haciendo a su cuerpo cantar. Emociones caóticas y contradictorias, crecientes
en su pecho hasta que ya no pudo contenerlas.
―Voy a darte lo que me queda, Matt ―sollozó―. Tómalo.
―Tienes más. Dámelo.
Actuando por su cuenta, su mano se echó hacia atrás y lo abofeteó duro en la
cara. Por un breve momento, el único sonido fue su dificultosa respiración, antes
de que Matt se pusiera en marcha, finalmente teniendo éxito en fijar sus manos
sobre su cabeza en el asiento de cuero. La emoción ya familiar se reunió en la
mitad del cuerpo de Lucy y se extendió a todos los rincones de su cuerpo, de su
mente.
Matt la miraba de cerca, con conflicto en todos los planos de su rostro, su
gruesa carne aún palpitaba en su interior. Cuando por fin habló, su voz fue pura y
118
grave.
―¿Quieres que me detenga aquí o te sigo follando? Necesito una respuesta. Y
la necesito ahora.
Lo apretó con sus paredes internas antes de permitir que sus muslos se
abrieran en invitación. Al mismo tiempo, luchó por conseguir liberar sus manos.
―No me das elección.
―Lucy… ―le advirtió, mientras sus ojos se oscurecían, luego se cerraban.
Negándose a renunciar a la sensación que estaba persiguiendo, Lucy volvió la
cabeza y hundió los dientes en su antebrazo. Las manos que la retenían se
apretaron castigándola mientras Matt gemía. Lucy aumentó su pelea, sacudiendo
su cuerpo debajo del suyo una, dos veces.
Poco a poco, sus caderas bajaron de nuevo, después se empujaron de nuevo
hacia delante. La euforia se disparó directamente a través de su cuerpo. Echó la
cabeza hacia atrás en el asiento, deleitándose en ello, por un glorioso momento,
entonces comenzó su renovada lucha. Mientras miraba, Matt perdió cualquier
batalla que hubiera estado librando dentro de sí mismo y comenzó a impulsarse en
ella. Cuando Lucy se retorció en el asiento, en un intento a medias por desalojarlo,
él sólo tiró de sus piernas sobre sus anchos hombros y bombeó con más fuerza.
―No te atrevas a tratar de mantener ese coño lejos de mí. Es mía. Eres mía.
De alguna manera Lucy consiguió hablar alrededor de todo el placer
pinchando a través de ella. Oh Dios, estaba tan cerca. Sólo un poco más.
―No.
Con un sonido frustrado, Matt llevó su cuerpo hacia abajo, encima de ella,
por lo que sus rodillas llegaron a sus hombros. Inclinando su cuerpo sobre ella,
golpeó hacia abajo, gruñendo por el esfuerzo.
―Ríndete, nena. Te siento temblar para mí.
Sacudió la cabeza en el asiento, pero no pudo vocalizar su negación. Se veía
tan masculino, tan dominante por encima de ella, exigiendo una demanda que no
le quería dar, pero que no podía negarse a sí misma.
Matt la besó con fuerza, empujando su lengua profundamente.
―Recuerda lo que se siente cuando estás lista para volar. Te quema el puto
cerebro. En cualquier momento, vas a apretarme como una prensa. ―Se mordió el
labio inferior―. Y voy follarte a través de ella.
Lucy no se movió ni se fue a la deriva sobre el borde, pero catapultó su
cabeza en un abismo negro. Vagamente registró la mano de Matt cubriendo su 119
boca mientras gritaba su nombre, pero el placer anuló cualquier otro pensamiento.
Su cuerpo, ya caliente, llegó a un punto de ebullición cuando alcanzó su clímax.
No iba a terminar todavía, sin dejar de golpear sus sentidos mientras Matt se
conducía en ella una y otra vez.
Finalmente, él enterró el rostro en su cuello y la dejó ir, gimiendo palabras
dispersas contra su febril piel.
―Sexy chica, mi chica. Por favor. Nena, nena, nena. Tan bueno. Tan apretado.
Matt soltó sus manos y las llevó a su cabello, hundiéndose en las hebras
gruesas, acariciando su cuero cabelludo. Inconscientemente ofreciéndole
comodidad y alabanza. Su peso en la parte superior se sentía increíble, igual que el
olor limpio de su champú. Quería quedarse así para siempre, poco convencional
como era. La sensación de satisfacción hormigueó a lo largo de su columna.
Fue entonces cuando Lucy supo que tenía que salir pitando de allí. Mientras
yacía ahí, acunando a Matt en su pecho, sosteniéndolo mientras su cuerpo vibraba
con las consecuencias de su acto de amor, se hizo brutalmente obvio que tenía
sentimientos serios, incurables por él. Había sido estúpido pensar que podía darle
una alucinante experiencia sexual y alejarse silbando Dixie, segura en conservar su
orgullo. Con cada encuentro, sexual o de otra manera, esta conexión que sentía
entre ellos crecía. Una vez más, había sido demasiado impulsiva y eso le costaría
ahora.
Pero tenía que irse. Continuar de esta manera, mantener una relación física a
puerta cerrada, la mataría. Inhaló profundamente su olor por última vez, luego se
movió debajo de Matt hasta que se puso de pie de nuevo afuera del coche.
Penetrándola con los ojos, la ayudó a sentarse y a arreglar su vestido con manos
suaves, tan diferente de la forma en que habían sido minutos antes. Hizo todo lo
posible por evitar su mirada mientras buscaba por las llaves de su coche en su
bolso.
―Lucy. Mírame.
Permitiendo que una sonrisa se formara, mantuvo el resto de su cara en
blanco. Como en, ¿Te gustarían papas fritas con eso?
―Me tengo que ir.
Sus cejas se alzaron.
―Como la mierda que lo harás. No así.
Un nudo caliente en su vientre hizo que Lucy rechinara sus dientes. Esa
contundencia en Matt podría ser su caída si no tenía cuidado.
―Tengo una entrevista de trabajo. ―Otra mentira. Bien podría balancearse 120
por las cercas.
―¿A las siete en punto de la noche?
Se encogió de hombros y trató de bajar del asiento.
―Esta es la ciudad que nunca duerme, ¿o no?
Matt la bloqueó.
―¿Por qué sigues teniendo entrevistas? ―Su voz fue gruesa con alguna
emoción sin nombre―. Estarás tomando el trabajo de París. Me dijiste en el coche
desde Syracuse que te encantaba allí.
Oh, lo hacía. No podía mantener la calma un segundo más. Con las dos
manos, empujó su pecho. Él apenas se movió, incitando aún más su ira.
―No voy a tomar el trabajo de París, idiota. Pero no te preocupes, mi
estancia en Nueva York no tiene nada que ver contigo. Conozco el puntaje. Así que
no te preocupes por mí. Sé lo que es esto. ―Pasó junto a él―. No es nada.
―Al diablo con que no es nada. ―Plantó una mano en su hombro, pero ella
se encogió de hombros―. No he dejado de pensar en ti desde la cafetería. Nunca
me dejes.
Maldita sea. Las lágrimas se reunieron en sus ojos.
―Te dejaré ahora.
―No ―respiró él.
―Sí. No puedes sólo aparecerte cada vez que te sientas con ganas de follar,
Matt. Soy mejor que eso.
Sus palabras lo hicieron levantarse en corto.
―Jesús, Lucy. Lamento haberte hecho sentir de esa manera. ―Cayó hacia
atrás contra su coche―. Eres mejor que yo. Eso es de lo que se trata.
La ira de Lucy se fue en picada.
―Explícame eso.
―¿Realmente tienes que preguntármelo después de que te follé en un
estacionamiento? ―Su garganta tragó mientras miraba hacia el extremo opuesto
del espacio subterráneo. Después de unos segundos de silencio, se apartó del coche
y cerró la distancia entre ellos. Lucy no podía respirar, la mirada en sus ojos era tan
feroz―. Escúchame, yo…
Sirenas. El fuerte y continúo sonido ahogó cualquier cosa que Matt fuera a
decir. No se detuvo, sino que se hizo más fuerte, el sonido de vehículos de la
policía acelerando sobre sus cabezas imposibles de ignorar. Lucy y Matt 121
intercambiaron una mirada que no necesitó palabras para interpretarse. Asintió
una vez y él se dirigió a su coche, tirando de su celular desde la consola. Mientras
lo observaba de cerca, sus músculos se pusieron rígidos bajo su camiseta, cerrando
su mano derecha a su lado en un gesto familiar. Recordó haberlo visto cuando
habló acerca de ser un francotirador. Un sentimiento de temor se instaló en la boca
de su estómago.
―¿Qué sucede?
Cuando su mirada se encontró con la de ella, estaba perfectamente en blanco.
Eso la alarmó aún más.
―Todo estará bien, pero me necesitan en el centro.
Lucy obligó a sus labios a moverse.
―Parece que todo el mundo lo está haciendo.
―Entra en el coche. Te dejaré en el camino.
Lo despidió con la mano.
―Estaré bien. La casa de Hayden no está lejos de aquí.
―No te voy a dejar aquí. ―Su voz sonaba sobre un silencio sepulcral―. Si no
te llevo a casa, no podré concentrarme. Sube, por favor.
No preguntó por qué necesitaba plena concentración, sólo se movió lo más
rápido que pudo hacia el lado del pasajero y se subió. Él salió del estacionamiento
y se detuvo delante de la casa de la ciudad de Hayden en cuestión de minutos.
Trató de no dejar que el pánico se apoderara de ella mientras las sirenas volaban
delante de ellos en cada avenida. Lucy quería preguntar qué estaba pasando, si él
estaría bien, pero estaba aterrada de la respuesta. Hace unos minutos, había estado
preparada para alejarse de él, pero a la luz del peligro que sentía, la idea parecía
absurda. Quería lanzar sus brazos alrededor de él y rogarle que se quedara. Su
postura rígida se lo prohibió, sin embargo. A dondequiera que se dirigía cuando la
dejara, tenía toda su atención.
Mientras salía, miró hacia atrás.
―Ten cuidado, Matt.
Después de una sola inclinación de cabeza se alejó, dejando a Lucy mirando
detrás de él en la acera.
122
M
att yacía inmóvil boca abajo, mirando el edificio de enfrente, con el
dedo apoyado en el gatillo de su rifle. Podía ver al hombre en su
mira, podría derribarlo con un solo disparo. Si no tuviera una
bomba atada a su pecho capaz de diezmar a toda una manzana, ya lo habría hecho.
En su lugar, había recibido la orden de no disparar y esperar. Su posición en la
ventana del décimo piso de un rascacielos le daba a Matt una vista sin obstáculos
del banco en el que el hombre caminaba constantemente de un lado a otro. La
policía de Nueva York había evacuado el edificio del banco tanto como fue posible,
a través de las salidas laterales y por las puertas traseras, además de la zona
circundante. Sin embargo, los clientes de la planta principal del banco estaban de
pie apiñados, con horror en sus rostros, mientras el hombre ignoraba 123
continuamente las llamadas telefónicas de Daniel, que había sido llamado a la
escena como negociador de rehenes.
En su auricular, Matt pudo escuchar la maldición baja de su amigo mientras
su llamada a la línea principal del banco se quedaba sin respuesta por cuarta vez.
Daniel, junto con Brent, su experto en explosivos, y docenas de oficiales ESU
estaban en el primer piso, a diez pisos debajo de él. Con tales especialidades
enormemente diferentes, los tres raras veces eran llamados al mismo tiempo, pero
esta situación requería los talentos específicos de cada uno. Especialmente Brent,
aunque Matt oró como el infierno que no tuvieran que entrar a ese banco. Por favor,
no dejes que llegue a eso.
En el estacionamiento, había visto el mensaje de emergencia en su teléfono de
su departamento llamándole a una escena con explosivos altamente volátiles. No
había podido decírselo a Lucy. Ni mirarla a la cara después de hacerle daño una
vez y explicarle a qué tipo de situación se dirigían Brent y él. Si ella hubiera
mostrado una pizca de preocupación o temor, él nunca habría podido
ahuyentárselo.
Como de costumbre cuando estaba en esta posición, el ruido a su alrededor se
desvaneció en la nada, sus respiraciones salían a tiempo con su ritmo cardíaco. Los
latidos en su pecho se sentía diferente esta vez, sin embargo. No era tan firme
como siempre. Más apagado. Más que un poco doloroso, mientras golpeaban
rítmicamente contra sus costillas. En el silencio que se había creado en torno a él no
podía evitar que las palabras de Lucy fueran a la deriva a través de su cabeza.
Conozco el puntaje. Sé lo que es esto. No es nada.
Se tragó el nudo en su garganta y trató de empujar las palabras a la parte
posterior de su cabeza, donde lidiaría con ellas más tarde, pero obstinadamente se
negaban a desaparecer. Ella se negaba a desaparecer. Su expresión lastimada. La
falta de brillo en sus ojos. Él le había hecho eso, maldita sea. Todo el tiempo, había
sabido que era inevitable, pero verlo había sido devastador.
¿En qué demonios había estado pensando? Ella había deslizado sus curvas
calientes por encima de su cuerpo, mirándolo como si dijera que lo necesitaba bien y
duro, Matt, había perdido su batalla con el sentido común. Había sido incapaz de
detenerse de perforarla contra ese asiento, incluso mientras la voz dentro de su
cabeza le advertía que algo estaba mal. Su comportamiento, su actitud distante…
su Lucy había estado desaparecida. Al principio.
Ella no había podido contenerse una vez que él se empujó dentro de ella. Lo
qué pasó después de eso… Dulce Jesús. La forma en que se había retorcido sobre
su pene, con sus muslos bien abiertos mientras se había empujado contra él con sus
manos. Lo mordió. La contradicción de la resistencia y la capitulación había sido tan 124
caliente como para volar su mente. Hacia el final, él había estado haciendo caso
omiso de cualquier cosa menos de las demandas de su cuerpo, consumido por ella
por completo. De nuevo esa voz en su cabeza le había implorado que redujera la
velocidad, que la besara, que la mirara a los ojos hasta que tuviera a Lucy de
regreso, pero no había habido ninguna interrupción en ese punto.
Entonces, antes de que pudiera parpadear, había sido demasiado tarde. Ella
había estado alejándose, con tal finalidad en su tono que él había estado congelado
en negación. Si podía alejarse después de lo que acababan de compartir, le había
hecho algunos graves daños, pero no tenía experiencia reparando su propia
destrucción. Sólo causándola. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde para
arreglarlo. No, no dejaría que fuera demasiado tarde. Había demasiado en juego
esta vez.
Concéntrate. Tienes un trabajo que hacer primero.
Matt respiró profundamente por la nariz y se centró en el objetivo, que
parecía completamente callado, resignado. Por extraño que parezca, eso no era
raro en un hombre en su situación. Había tenido tiempo para llegar a un acuerdo
con lo que estaba tratando de hacer. Mientras estuvo en el extranjero, Matt había
visto más que su parte de este tipo de eventos pero eran raros, por no decir otra
cosa, en la ciudad de Nueva York.
Matt frunció el ceño. ¿Algo más raro? La cantidad de tiempo que le estaba
tomando al hombre detonar la bomba. Si no podía abrir una línea de comunicación
con Daniel para afirmar sus demandas, ¿cuál era su objetivo?, en este punto, sólo
tendría éxito llevándose a un puñado de civiles con él.
Entonces sucedió. Si Matt hubiera parpadeado, se lo habría perdido.
Sutilmente, el hombre miró su reloj y miró por la ventana al edificio de enfrente. Al
edificio en el que él y cientos de oficiales ESU estaban en el interior. El corazón de
Matt empezó a golpear con fuerza en sus oídos mientras alcanzaba la radio en su
hombro.
―Evacúen el edificio ahora. Saca a todo el mundo.
Inmediatamente, la voz agobiada de su jefe respondió.
―¿Donovan? Qué…
―Es un señuelo. Mueve a todo el mundo. Ahora. ―Su propia voz sonaba
distante―. Somos el blanco.
Matt no se molestó en esperar una orden. Cargó su rifle y se trasladó a un
ritmo rápido hacia las escaleras. Antes de que hubiera llegado a medio camino del
vestíbulo, el suelo comenzó a temblar bajo sus pies.
125
* * *
* * *
Ella intentó, realmente intentó, no relajarse contra Matt. Una hazaña casi
imposible cuando la sostenía como si pudiera romperla si no lo hacía. Él todavía
no había dicho nada para aclarar sus intenciones, dejándola con una sensación ya
familiar de confusión, pero el impulso de consolarlo no podía ser negado. Tenía la
sensación de que necesitaba desahogarse y que Dios la ayudara, quería que fuera
con ella con quien lo hiciera. La arruinaría. Instintivamente, lo sabía. Hermético,
Matt era irresistible para ella. Una vez que se hubiera revelado a sí mismo, estaría
hundida.
Desafortunadamente, siempre había sido un poco imprudente. Simplemente
nunca antes lo había sido con su corazón. Algo le decía que sus consecuencias
serían mucho peores que ser esposada y metida en la parte posterior de un coche
de policía.
Cuando los dedos de Matt fueron hasta la parte posterior de su cuello y le
acarició la cabeza, no pudo contenerse de nuevo. Su cuerpo se suavizó como
mantequilla derretida contra sus duros ángulos, cerrando los ojos cuando él
suspiró como si estuviera aliviado.
―Nena. 134
El corazón de Lucy se apretó.
―Háblame, Matt.
―Me preguntaste lo que cambiaría. Si… gigavatios. Lo gracioso es que ni
siquiera sé qué haría para arreglar lo que pasó. ―Matt tragó audiblemente―.
Tommy, mi mejor amigo. Nos unimos al servicio juntos. Fuimos desplegados y
estacionados juntos, también. ―Un latido pasó―. Si actuó de manera diferente
desde que llegamos, supuse que era por donde estábamos. El peligro que
conllevaba.
Sintió necesario deslizar sus brazos alrededor de su cintura, por lo que ella lo
hizo. Su latido era ligeramente acelerado contra su oído, pero de alguna manera
tranquilizador, no obstante.
―Hubo una bomba en el camino. Estaba conduciendo, él estaba caminando
afuera del vehículo con otros tres hombres. Si hubiera sido el día antes o después,
habría sido yo. Él habría estado conduciendo. La aleatoriedad de eso…
Se aclaró la garganta. Ella podía sentir su vacilación para seguir adelante, su
culpa y pena. Era palpable en el aire a su alrededor.
―Nunca se sabe lo que puedes esperar en ese tipo de situación, ver a tu
amigo morir. No podía saberlo. ―Una pausa―. No esperaba que me dijera con su
último aliento que se había estado acostando con mi novia.
Lucy se echó hacia atrás, tratando de evitar el horror y la expresión
reprobatoria de su cara. No sabía lo que había esperado que dijera. No había sido
eso.
―Oh, no, Matt.
―Él la amaba. Me di cuenta. Y me di cuenta… que yo no. No como él lo hizo.
―Su voz adquirió una calidad lejana―. ¿Qué tan egoísta es eso? Debió haberme
odiado.
―Ellos estuvieron mal. No tú.
Matt la miró, luego se alejó.
―No. Era joven e ignorante. No podía ver lo que era correcto delante de mí,
arruiné dos vidas a causa de eso.
―¿Cómo puedes creer eso? ―susurró.
No respondió.
―Traté de resolverlo con ella, a pesar de que me di cuenta de que me culpaba
por lo de Tommy. Me odiaba por eso. Sólo pensé que se lo debía, después de…
135
―Dios, Matt. ―Su reacción a su decepción inicial regresó con prisa cegadora.
La ira en su cara cuando se enfrentó a ella fuera de la fiesta. No tolero a los
mentirosos. De repente, todo entró en un sorprendente enfoque. Soy una mentirosa a
sus ojos. No puede tolerarme―. De verdad superaste mi historia del vestido naranja
―se atragantó.
Por un momento, pensó que la broma había ido demasiado lejos, pero
finalmente él se echó a reír, sonando un poco aturdido.
―Sólo tú, Lucy. ―Su mano se deslizó sobre su cabello―. Ese es mi pasado.
No voy a mentir, desordenó mi cabeza. Volví a un lugar que no reconocí, con
personas que ya no me conocían. Todo se sentía como una mentira. A veces,
todavía no me siento normal. ―La punta de su aliento abanicó su cabello―. Pero
hay más.
Algo sobre la forma en que la voz de Matt cayó, causó que la atmósfera
cambiara en el ambiente. Él bajó la cabeza y pasó sus labios a través de su sien,
haciéndola temblar. Ella quería hablar más, decirle que nada de lo que pasó fue
culpa suya. Que había gente aquí, es decir, sus amigos, quienes lo conocían y lo
querían exactamente como era, pero las palabras se sentían atrapadas en su
garganta. Él había cambiado el tema física y verbalmente, haciendo que su cuerpo
tomara nota efectivamente.
―¿Más?
Matt asintió.
―Sí. ―Usando su cabello, tiró de su cabeza hacia atrás, pasando la lengua
por un lado de su cuello. Un decadente zumbido corrió a lo largo de la piel de
Lucy, pero se vio atenuado cuando se encontró con la mirada de Matt. Podía sentir
que él estaba excitado, oh, sí, pero sus ojos estaban turbios―. Quiero, necesito,
control, Lucy. Tenerlo siempre. No quiero asustarte.
El corazón latía con fuerza en su pecho. Estaba aterrorizada de él, pero no de la
manera que asumía. Aterrorizada de haberle dado el poder de aniquilarla. ¿Cómo
consiguió llegar allí tan rápido? Eso era Matt, había ido tan profundo, tan
rápidamente, que ella no había tenido la oportunidad de luchar. Ahora, la
curiosidad era un ser vivo en su interior.
―No me asusto fácilmente ―susurró, sabiendo que no importaba lo que le
dijera, no iría a ninguna parte.
La escrutó durante un latido, luego la sorprendió al alcanzar una uva. Ella
observó cómo sus dientes se hundían en su piel con fascinación, con todos los
músculos debajo de su cintura apretándose con la vista. Cuando frotó la otra mitad
en sus labios, recubriéndolos con jugo de uva, el calor se precipitó entre sus 136
muslos.
Necesitando un ancla, ella se estiró detrás para agarrar la encimera.
―¿Quieres oír una de mis fantasías acerca de ti, Lucy?
Masticaba el trozo de uva que él le había empujado en sus labios.
―Sí.
Matt comenzó a desabrocharle el vestido, su pecho subía y bajaba.
―Vienes a mi apartamento, llevando el pantalón corto que tenías el día que
nos conocimos. El que puso a mi pene tan duro, que quise doblarte en la tienda de
café. ―Cuando finalmente empujó la tela separándola para mostrar sus pechos,
sus pezones eran puntos duros. Por la calidad áspera de su voz, por la anticipación
de su toque.
Tomó otra uva, mordiéndola a la mitad, luego hizo círculos en sus pezones
lentamente con la mitad restante. De alguna manera la sensación de frío envió
rayas de calor a través de su centro. Con un gemido empujó sus pechos, más alto,
rogando por más de lo mismo.
Matt metió el resto de la uva en su boca. Manos ásperas subieron a sus
pechos, masajeándolos rítmicamente.
―Cuando llegaras ahí, te haría una comida. Sólo para ti, no para mí. ―Se
inclinó para dar un profundo tirón a su pezón derecho―. Te sentaría sobre mi
regazo mientras comes, tus muslos desnudos cubriendo los míos. En el momento
en que termines, estarías mojada porque me sentirías debajo de tu trasero. Sabes lo
que sigue.
Continuando con la tortura a sus pechos con largos lametones de su lengua,
su mano se deslizó hasta la cara interna de su muslo y tiró de sus bragas,
dejándolas caer al suelo. Lucy sintió como si sus pulmones pudieran explotar por
lo rápido de su aliento.
―¿Qué pasa después?
Antes de que pudiera anticipar su siguiente movimiento, la impulsó sobre la
encimera y le abrió las piernas, dejando al descubierto su centro húmedo. La probó
con un dedo, lamiendo sus labios lentamente. Lucy juró que lo oyó gemir.
―Empujaría tu pantalón corto hasta las rodillas y me hundiría. Tú te
agarrarías a la mesa y montarías mi pene hasta que tus piernas cedieran. Entonces
te pondría boca abajo sobre la mesa y acabaría contigo duramente.
El anhelo se retorció en su vientre.
―E-eso suena factible. 137
Una esquina de la boca de Matt se movió, pero sus ojos se mantenían como
piscinas misteriosas. Se acercó y recogió otra uva, colocándola entre los dientes de
Lucy.
―No la muerdas. Mantenla ahí. Y cierra los ojos.
Después de un momento, asintió, confiando en él para ayudarla a combatir el
insistente dolor que había construido. Cuando sus ojos se cerraron, sintió la lengua
de Matt arrastrarse hasta el interior de su muslo. Unas manos fuertes palmearon su
parte inferior, tirando de ella hasta el borde de la encimera e inclinándola para
formar un ángulo. Su boca acarició su centro, sus labios acariciaron su sensible
piel. Entonces la probó, tarareando en su garganta, tomándose su tiempo.
Equilibrándose con una mano en la encimera, Lucy lo instó más cerca con dedos
impacientes en su cabello. Necesitaba alivio, no podía durar mucho más en ese
estado elevado de excitación. Matt pareció sentir su abrumadora necesidad porque
sus labios se cerraron alrededor de su clítoris, fuerte, antes de chuparlo largo y
profundo.
Sus dientes se hundieron en la uva con un grito. Mientras la presión entre sus
piernas se azotaba alrededor, en busca de una salida. Podía sentir la mitad de la
uva deslizándose entre sus pechos, por su vientre, pero no le importaba. La lengua
de Matt daba vueltas ahora en trazos apretados, sus grandes manos masajeaban su
trasero al compás de su boca. Sus muslos empezaron a temblar. Más, más.
La boca de Matt se detuvo y se enderezó, su pulgar corrió sobre su labio
inferior mientras jadeaba en busca de aire.
―La mordiste. Ahora tenemos que intentarlo de nuevo.
―Matt, por favor.
―Shh. ―Su mano cayó de su boca para masajear el bulto detrás de su
bragueta. Con la otra mano, reemplazó la uva en ruinas con una nueva en su
boca―. Confía en mí para que te sientas bien. Confía en mí para estar obsesionado
con hacerte venir, Lucy.
Su pulso brincó en sus oídos. No sólo por lo que había dicho, sino por la
forma en que la miraba. ¿Podría ser suficiente? ¿Este hombre irresistible
deseándola simplemente por su cuerpo? En este momento, no tenía otra opción. Su
cuerpo estaba tomando decisiones por ella.
―Sí, Matt.
Manos firmes extendieron sus muslos más amplios sobre la encimera
mientras su experta lengua la llevaba al precipicio de llegar al clímax una vez más.
La mitad de su concentración fue hacia la búsqueda de ese pico necesitado 138
desesperadamente, la otra mitad concentrándose en mantener la totalidad de la
uva entre sus labios. Sin romper su regla. Se encontró chupando el fruto, imitando
los movimientos de su boca, gimiendo mientras su lengua patinaba sobre la
suavidad. Su orgasmo rodó sobre ella en una ola de felicidad, haciéndola temblar y
aferrando su cuerpo a él, cabalgando hasta la última gota de perfección. Aun así,
ella quería más. Necesitaba sentir su piel en movimiento contra la suya propia.
Dejó caer la uva.
―Por favor. Te quiero dentro de mí, Matt.
Su boca chocó con la de ella en un beso húmedo, caliente.
―Yo decido cuándo te follaré.
Oh, Señor. Renovado calor corrió por ella, inundando cada centímetro de su
cuerpo.
―Está bien. Siempre y cuando sea ahora.
La diversión saltó a sus ojos, pero fue extinguida rápidamente por la
determinación y el deseo. Manteniendo su enfoque en ella, se desabrochó el
cinturón y lo azotó a través de las presillas de su pantalón. El ruido silbante disparó
su pulso, un gemido cayó de su boca. Trató de relajarse cuando él llegó detrás de
ella, juntando sus muñecas y asegurándolas firmemente con la tira flexible de
cuero, pero el pulso entre sus piernas había empezado a latir fuera de control una
vez más. Estar atada se sentía extraño, sin embargo, entregarle su confianza por
completo a Matt se sentía liberador. La posición hizo que se arqueara hacia atrás,
mostrando sus pezones tiesos, llenándola con poder de seducción. Dios, necesitaba
ser llenada.
Como si hubiera escuchado su súplica interna, se bajó la cremallera y rodó el
condón que había sacado del bolsillo de su pantalón. En un rápido movimiento, la
arrastró fuera de la encimera a su erección en espera. Lucy gritó en su garganta por
la repentina plenitud. Matt mordió su hombro y gimió, pero no le permitió
envolverle las piernas alrededor de su cintura, empujó sus rodillas hacia abajo
cuando ella intentó llevarlas más alto.
Con su diferencia de altura, sus pies apenas tocaron el suelo, la erección de
Matt era lo único que la mantenía en posición vertical. Ella gritó ante la sensación,
con las manos atadas en su espalda, luchando por agarrarse, pero no estaban lo
suficientemente cerca de la encimera. Él envolvió su cabello sobre su puño para
mantenerla quieta. Incluso el aguijón del dolor fue bienvenido. El ancla que
necesitaba desesperadamente. La distrajo de la plenitud que se había convertido en
el centro de su universo, llenándola, apoyando la totalidad de su peso. Sus nervios
se sentían encadenados y tan apretados como cuerdas de piano, su cuerpo gritaba
por alivio. Palabras sin significado cayeron de sus labios, la mayoría era su
139
nombre.
―¿Quién decide cuando necesitas ser follada, Lucy?
―Tú ―sollozó, tratando de plantar sus pies en el suelo y fallando―. Tú lo
decides. Por favor.
―Por favor, ¿qué? ―Le mordió la oreja y tiró―. ¿Por favor, que te apoye
contra la encimera y me meta en ti como el loco en que me has convertido?
―Sí. Sí.
―Cuando esté listo. ―Sus dientes rozaron su labio inferior―. He estado
imaginándote atada y rogando cada minuto desde que te conocí. Tal vez toda mi
vida. Y sé muy bien que lo disfrutarás.
En un movimiento de desesperación, trató de subirse a su cuerpo y de
envolver sus piernas alrededor de él una vez más, pero le empujó las rodillas
sudorosas hacia abajo. La fuerte caída de sus piernas la empaló en él aún más y
otro grito se arrancó de su garganta. Ella tiró de sus manos y vio que los ojos de
Matt daban llamaradas, un gemido se le escapó cuando no pudo liberarse. Hizo su
necesidad aún mayor, apretó el creciente dolor en su vientre. La comprensión de
que podía alcanzar el orgasmo así, viendo a Matt deseándola, revoloteó por su
cabeza como un zumbido. Todavía estaba atada, a pesar de que su respiración se
acercaba a sonar más como jadeos. La tensión creció en su vientre y dejó caer la
cabeza hacia atrás, detenida por el agarre de Matt en su cabello. Podía sentir su
clímax avecinándose como una tormenta que se aproximaba.
―No, no lo harás. No hasta que te lo permita. ―Él tiró de su cabeza hacia
atrás con un gruñido. Al mismo tiempo, ella caminó hacia atrás, hacia la encimera.
Tan pronto como la superficie dura encontró su espalda baja, subió las piernas alto
y rodeó sus caderas con un grito. Estaba haciendo caso omiso de todo, excepto de
perseguir el alivio. La sensación del inquebrantable cuerpo de Matt. Una y otra
vez, rodó sus caderas, sus muslos temblando por agarrarse a su cuerpo con tanta
fuerza.
―Ah mierda, nena, me encanta cuando me trabajas así. ―Presionó su frente
contra la de ella y la penetró, duro. Su brusco gemido llenó su oído―. Cristo. Es por
esto que te hago esperar. Un empuje y ya estás sujetándote a mí. Me vuelve
malditamente loco.
Cuando él se quedó quieto en su interior después de sólo una estocada, ella
gritó.
―No. No. Por favor, no te detengas. ―Desesperada, sin sentido, lo besó sin
reservarse nada. Mostrándole con la boca lo mucho que necesitaba que se moviera. 140
Exigiendo el oxígeno, que finalmente jaló―. Más duro. Más. Quiero todo de ti.
Todo.
Los ojos de Matt eran intensos, su respiración entrecortada.
―Cuando me beses así, haré todo lo que quieras. ―Su garganta se movió―.
Tal vez debería haber guardado ese secreto para mí.
Ella luchó por concentrarse en sus palabras.
―No. Me gusta saber que tienes una debilidad.
Negó.
―No tienes ni idea, ¿verdad?
Lucy estaba volviéndose inquieta. Su cuerpo estaba encerrado dentro de ella,
grueso y palpitante. Sus terminaciones nerviosas rompían todas las partes donde
su piel la tocaba. Cuanto más tiempo permanecía inmóvil, más crecía el dolor. Era
denso y exigente, pidiendo a gritos ser aliviado. Por encima de todo, posiblemente
más potente que nada, estaban sus ojos. Estaban recubiertos de lujuria, pero de
alguna manera oscura se excitaba por el control que él tenía. A su vez, la hacía
sentirse poderosa. Hacía que se preguntara quién realmente tenía el control
después de todo. Con ese pensamiento en mente, arqueó la espalda sobre la
encimera y echó la cabeza hacia atrás, poniendo su estómago, sus pechos, su
garganta en exhibición. Tentándolo.
Matt gruñó.
―Mía.
―Demuéstramelo ―susurró Lucy.
141
L
a posesividad, furiosa y que lo consumía todo, se ataba a través del
sistema de Matt. Ella estaba extendida frente a él como una diosa y
tenía el honor de estar enterrado en su interior. Cada segundo que
pasaba lo ponía más caliente, lo que aumenta la anticipación de ese momento en
que iba a follarla hasta que diera gritos con el orgasmo que se merecía. La había
tomado demasiado rápido las primeras tres veces y se había lamentado después,
deseando haberse tomado tiempo para saborearla. Incluso ahora, su cuerpo se
estremecía con la necesidad de deslizar su pene y embestirse de nuevo en su
resbaladizo calor. Saber que le encantaría eso, que podría gemir y retorcerse por
más, sólo hacía dos veces más duro negar la urgencia.
La naturaleza física de su necesidad sólo era acentuada por la conexión que 142
sentía con ella. Su belleza brillaba fuera de ella y se envolvía alrededor de su
garganta. Ella era la única cosa que se había perdido toda su vida sin darse cuenta.
¿Cómo había estado caminando erguido, hablando, llevando a cabo cosas por
tanto tiempo sin ella?
Saboréala. Pasó sus dedos hasta el centro de su cuerpo para jugar con sus
pezones.
―Me preguntaste cuál era la medida de mi necesidad de control… ―No se
podía detener por más tiempo, movió sus caderas hacia atrás y rodó hacia delante,
memorizando la forma en que sus manos arañaron la encimera, con los labios
entreabiertos en un gemido―. Cuando entro por la puerta principal después de un
turno, Lucy, quiero tu boca en la mía antes de quitarme mi chaqueta.
Matt rodeó con su mano su delicado cuello ligeramente mientras se conducía
en ella de nuevo. Y otra vez. No podía parar ahora, no con ella apretada alrededor
de él de esa manera. No con sus pequeños sabrosos pezones apuntando hacia
arriba mientras su pecho se movía, su cuerpo se ondulaba.
―Quiero castigarte por las mañanas, así podré pasar el día pensando en tu
dulce y rosa trasero, pensando en maneras de calmarte cuando llegue a casa. ―Se
estiró detrás de él y agarró sus tobillos, elevándolos por encima de su cabeza. A su
Lucy le gustaba eso. Ponerla justo donde lo necesitaba, chocando contra su
delicioso clítoris. Podía ver la carrera de temblores a través de su abdomen,
sintiendo sus pies doblándose en sus manos. Dios sí, ella estaba cerca.
―Más rápido, Mat ―se quedó sin aliento―. Por favor, por favor.
Un gruñido escapó de su garganta. Nunca se acostumbraría a que le rogara.
O al hecho de que quisiera hacerlo. Le encantaba que se sometiera a él de la manera
que lo necesitaba.
―Quiero atar tu delicioso cuerpecito y follarte. Durante horas. Hasta que el
maldito sol se levante. ―Rodó sus caderas hacia el interior, después presionó hacia
abajo, frotando la base de su erección contra sus sensibles nervios―. Quiero
quedarme dormido con tu precioso trasero acunando mi satisfecho pene. Con tus
pechos en mis manos. Lo necesito, nena.
―Sí.
La forma en que ella seguía alentándolo… el calor se expandió en su pecho.
Haciéndolo querer más de ella. Maldita sea. No podía ir tan rápido como ella
necesitaba en este ángulo. Con cada movimiento de su cuerpo, ella avanzaba un
poco hacia atrás en la resbaladiza superficie. Con un gruñido, Matt le dio un tirón
de la encimera y la encajó contra el gabinete, apoyando sus caderas con el
143
antebrazo para que no se lastimara. La posición la inclinó por la mitad y él puso
sus tobillos alrededor de sus orejas. Matt gritó una maldición al techo por estar tan
malditamente profundo. Cada resbaladizo centímetro de ella era como un grillete
alrededor de su pene.
Ella echó la cabeza hacia atrás en un sollozo y comenzó a temblar. Casi allí.
Vamos, nena bonita.
―Oh, Jesús… Matt…
Sólo un poco más, y ella explotaría.
―Lucy, si te despierto a las dos de la mañana, con ganas de comerme tu
coño, si deseo que abras tus muslos dirás sí, por favor, Matt. ¿Me entiendes?
―Sí, sí… oh. ―Él sintió el agarre del revelador apretón y se empujó con
fuerza en ella, sosteniéndose profundamente por lo que pudo sentir su temblor a
su alrededor. Era lo más cercano al cielo que jamás conseguirían estar y absorbió
cada estremecimiento, cada palabra. Ojos ciegos aparecieron en la penumbra,
coreando cosas que no tenían sentido, con ella todavía clavada en la encimera por
sus caderas―. Matt.
Después de un momento, la tensión en ella disminuyó ligeramente, pero no
completamente. Todavía estaba lo suficientemente duro dentro de ella para
romper acero. Ver a su mujer optimista y satisfecha delante de él le disparó una
fresca oleada de calor, adrenalina pulsando a través de Matt. Su pecho subía y
bajaba en respiraciones jadeantes cuando rodó sus caderas, para hacerle saber que
no habían terminado. Oh, no. Estamos muy lejos de hacerlo. Lo harás de nuevo. Ella
debió haber leído sus pensamientos en su rostro porque sus labios se separaron en
un gemido entrecortado y asintió.
Ella es perfecta para mí. Quiero ser perfecto para ella. Él soltó una de sus piernas y
la dejó caer a su lado, sin dejar de sostener la otra por el tobillo. Manteniendo sus
ojos en su cara, la movió a través de su cuerpo, lentamente girando a su alrededor
para que ella quedara de frente a la barra, dentro de ella todo el tiempo. Sudor
brotó de la frente de Matt con la sensación de torsión, el interior de su cuerpo
acariciándolo de lado mientras se giraba. En el momento en que la tuvo enfrente,
cambió por completo, volviéndolo un poco loco.
La forzó contra la encimera, incapaz de evitar hundir sus colmillos en su
cuello. Lucy inclinó la cabeza con un grito.
―Te voy a follar ahora mi pequeño giradora. Lo tuviste demasiado fácil hasta
ahora. ―Con una mano en la parte posterior de su cuello, la instó boca abajo sobre
la fría superficie, con las manos todavía aseguradas detrás de su espalda con su 144
cinturón. Poniendo su trasero en exposición para él y no tuvo más remedio que dar
una palmada en su tentadora carne, una vez, dos veces, antes de crecer dentro de
ella. Sus rodillas cedieron, golpeando el gabinete debajo de ellas mientras gritaba.
―¿Sientes eso, Lucy? Eso es tan duro como es follar.
―Más, por favor. Una vez más.
Su visión se volvió borrosa alrededor de los bordes con su petición ronca.
Nunca. Nunca había tenido esta parte de él aceptada antes, respondida de manera
tan perfecta, y se sentía como volver a casa. Quería gritarle a la rectitud de ella,
pero su cuerpo estaba pidiendo ser relevado. Todo antes de ahora se sintió de
repente insignificante. Aquí era donde pertenecía. Ella estaba donde debía estar.
Matt se agachó y agarró sus hombros mientras la montaba. Sus caderas se
movieron contra ella duro, trayéndolo dentro y fuera de ella con dichosa fricción.
Sus gemidos se mezclaron con el sonido de chasquido de carne, enviándolo hacia
su pico más rápido. Con un empuje final, se vino con un rugido, sintiendo como si
su alma se expandiera incluso mientras su cuerpo se agotaba. Cayó encima de ella,
cediendo a la compulsión de aferrarse a ella. De hecho, no podía sostenerla
firmemente ya. En su estado actual, miedo irracional se deslizó que ella le pudiera
ser arrebatada y en realidad enseñó los dientes ante el pensamiento, apretando su
agarre.
―Mi Lucy ―susurró con fervor en su cabello, besando el pulso aleteando en
su cuello.
Las palabras que había tenido como un mal rato saliendo en el pasado se
arremolinaban alrededor de su cabeza ahora, chocando entre sí a una velocidad
vertiginosa. Querían salir de su boca para que Lucy las escuchara, pero las
mantuvo a raya con determinación. Había dicho suficiente por ahora.
Valientemente y muy bien, ella había aceptado su necesidad de control.
Abrazándola sin lugar a dudas. No podía pedirle más ahora. Si supiera lo que
quería con ella, lo que tenía la intención de tener con ella, pudiera ser que se
asustara. Necesitaba tomar las cosas con calma. Más importante aún, necesitaba
hacer esto bien.
Era por eso que mañana a primera hora, se encontraría con su mejor amigo y
le diría la verdad. Se había enamorado de la hermana de Brent y no había ni una
maldita cosa en este mundo que pudiera evitar que tratara de hacer que lo amara
también. Su vida, la felicidad que nunca había esperado o deseado, dependía de
mantenerla. De mantenerse él.
Después de besar su cabello por última vez, Matt soltó las manos de la correa 145
de cuero, acunándola contra su pecho y llevándola a la habitación del fondo.
Quería más que nada que acostarse a su lado y dormir, pero no se permitiría ese
privilegio todavía. No hasta que hubiera hecho lo honorable, dándole legitimidad
a su relación, incluso si relación era una palabra insignificante para describir lo que
tenían.
Ellos estaban conectados.
Con los ojos cerrados, ella se acurrucó en la almohada, mientras se veía
medio dormida. Jesús, podía haberse quedado allí toda la noche mirándola,
deleitándose con el hecho de que había agotado su energía.
―¿Matt?
Lucy dijo su nombre desde la cama, toda rizos despeinados y mejillas
sonrojadas. Se lo guardó en la memoria para más tarde y se inclinó para besar su
frente.
―Me voy ahora, nena.
―¿Lo harás? ―Ella se sentó, sosteniendo el edredón sobre sus pechos―.
Oh… te dejaré salir.
―Quédate aquí. Duerme. ―Matt tiró de la ropa de cama de nuevo y trató de
comunicarle con sus ojos lo que no se permitía decir en alto todavía. Cuando por
fin ella se durmió en sus brazos, no hubo ni un atisbo de duda o maldad entre
ellos―. No podemos mantenernos escondidos así. Tengo que hacer lo correcto,
Lucy.
Con un movimiento de cabeza, ella empezó a bajar de nuevo de la cama,
luego cambió de idea y se inclinó para besarlo. No fue un beso de te-veré-más-
tarde. No, ella obviamente tenía algo más en mente. Apeló a su naturaleza
dominante, dejando caer la cabeza sobre sus hombros, de modo que él se alzara
por encima de ella, donde yacía vulnerable en la cama. Su boca se abrió en un
suspiro, su lengua se deslizó en su boca como una ofrenda. Matt casi perdió el
equilibrio, su sabor, su rendición tenía tal influencia sobre él. Una fracción de
segundo antes de que hiciera imposible para él hacer otra cosa que seguirla abajo a
las almohadas y nunca dejarla ir, ella retrocedió.
Matt tomó una inhalación definitiva de su aroma.
―Estaré allí mañana. En el banco.
―¿Lo harás?
Si no hubiera estado tan perdido en ella, podría haber pasado más tiempo
escudriñando la extraña expresión en su cara, pero toda su atención estaba en salir
antes de que ya no pudiera manejarlo.
146
Él asintió, al mando de sí mismo para ponerse de pie.
―Adiós, Lucy.
Ella lo observó quieta desde la almohada.
―Adiós, Risitas.
L
ucy se sentó en el banco de sus abuelos en Central Park y miró a través
de la verde extensión de césped que parecía extenderse por un
kilómetro y medio, antes de desaparecer entre los árboles. Con aire
ausente, sus dedos trazaron la talla de los nombres conocidos dentro de un
corazón, justo a la derecha de su muslo.
Virginia y Frankie Mason hasta que el Mundo deje de girar.
Sabiendo que a cinco minutos de ahora sería el sexagésimo aniversario de la
propuesta de su abuelo a su abuela, trató de reunir una sonrisa, pero se marchitó y
murió en su rostro. En lugar del conmemorado evento, se sentía como si estuviera
contaminándolo con su energía nerviosa. Tomó una profunda respiración y cerró
los ojos tratando de imaginar a su abuela en un sombrero de moda, con los tobillos
147
cruzados remilgosamente y sentada en ese mismo lugar. El hombre que había
estado loco por ella durante meses estaba sentado junto a ella con las palmas
sudorosas, con un anillo de compromiso quemando un agujero en su bolsillo. Lucy
recordó la historia de la propuesta de memoria y la repitió ahora, con la esperanza
de que sirviera para distraerla de la incertidumbre que amenazaba con derrocarla.
Frankie Mason rodó el periódico en sus manos y golpeó su rodilla.
―Estaba pensando, Virginia…
―Sí, Frankie. Me casaré contigo.
―Aw, bien.
Los inicios de una sonrisa jugaron alrededor de la boca de Lucy, pero se
desvanecieron cuando Matt tomó el lugar del abuelo en su memoria y ella
sustituyó a Virginia. En lugar de la cara suave de Frankie Mason, los ojos grises de
Matt la observaron de manera constante desde el otro lado del banco, con una gran
cantidad de misterio detrás de ellos. Deseaba tanto que se acercara más, que la
abrazara tan fuerte como había hecho anoche en la cocina, pero en su lugar se
levantó y se fue. Lucy sacudió la cabeza para disipar la imagen, pero se mantuvo
tercamente. A diferencia de ayer por la noche, nunca podría dejarla.
Pensó de nuevo en la tarde en la cafetería. Con su maestría bajo el brazo, se
había pensado a sí misma invencible en todos los aspectos de su vida. Entonces
Matt había entrado y enviado esa teoría directo al infierno. Tal vez había sido
ingenua. No se había preparado a sentir tanto por él, desearlo a este grado
impresionante. Sostenerse a sí misma de nuevo a su alrededor no había sido una
opción y ahora estaba sentada en este banco, sintiéndose despojada y desnuda.
Como si partes de ella estuvieran caminando fuera de su cuerpo y no hubiera
forma de recuperarlas.
Ayer por la noche, había estado tan segura de que sentía algo más. Había
hablado de ellos en tiempo futuro, la había retenido contra él tan condenadamente
bien, como si tratara de fusionarlos. Sin embargo, se había salido tan rápido del
apartamento, que podría haber estado en fuego. ¿Lo habría leído mal? No podía
llegar más allá de la incesante preocupación de que su relación había empezado y
terminado con su mentira esa primera tarde. Tal vez nunca consiguiera superarlo y
cualquier otro resultado habría sido una ilusión de su parte. Para ser justos, no
había estado con muchos hombres. Y ciertamente, ninguno como Matt. El tipo de
hombre que podía atarte en nudos, después tirar de ellos más y más fuerte hasta
que explotaras. El tipo de hombre que le daba a tu cuerpo y mente un
entrenamiento igual. Después de que se había abierto anoche, había pensado que
habían llegado a una especie de punto de inflexión. Matt quería que entendiera lo 148
que lo había convertido en lo que era.
¿Lo que no se dio cuenta? Habría abrazado a ese hombre en el primer día. De
vuelta en la habitación del motel, cuando lo había visto. Lo había sabido. Por mucho
que no le permitiera a alguien conocerlo.
Hace dos años había dejado atrás lo temerario y se centró en ser la Lucy que
su familia necesitaba. ¿Cómo había echado de menos el hecho de que Matt era el
equivalente de caer sin paracaídas? En lugar de escuchar sus señales reconociendo
que no quería de ella nada más allá que un arreglo físico, lo había dejado que se
acercara, le había mostrado una parte de sí misma que nunca había sabido que
existía. Su confianza había crecido con cada encuentro. Entonces la había robado,
llevándose todo su progreso junto con él.
Aun así, todavía había una obstinada voz en su cabeza que le decía que había
leído a Matt correctamente. Le importaba. No era un hombre voluble ni era el tipo
que jugaba con las emociones de alguien. Que es por lo que estaba sentada en el
banco de sus abuelos, rezando como el infierno porque apareciera. Había llegado a
todos y cada uno de los eventos en su itinerario hasta el momento. Si se las
arreglaba para aparecer esta mañana, para el único elemento importante en su
lista, lucharía por ellos. Le diría que se había enamorado de él y sería mejor que se
acostumbrara a tenerla a su alrededor. Gritaría y maldeciría y pisaría hasta que
descubriera que valía la pena. Que él valía la pena.
Si aparecía.
Casi con miedo de mirar, Lucy echó un vistazo a su reloj. Un minuto. Tenía
un minuto para llegar hasta aquí antes de que fuera por la opción B.
París.
No había basado la decisión únicamente en Matt, aunque alegar que no tenía
nada que ver con su mudanza a Francia sería una mentira. Estar en la misma
ciudad sabiendo que podía correr a él en cualquier momento y recaer como se
sentía en este momento, sería contraproducente para superarlo. Y superarlo sería
su única opción. Ya que una llamada de glorificado botín no funcionaba para ella,
sobre todo cuando pretendía esconderlo de su hermano. No, no podía hacerlo.
Francamente, estaba sorprendida de que Matt pudiera hacerlo. ¿Sería otra forma en
que lo había juzgado mal?
Lucy sintió un atisbo de fluencia de pánico en el estómago mientras el
momento llegaba y se iba, respiró hondo para calmar su pulso corriendo. Por el
contrario, su corazón se sentía embotado en su pecho, con una sensación de
pesadez. Francia no sólo sería una oportunidad para poner esta semana que
cambió su vida con Matt en su retrovisor, sería su oportunidad de ayudar a 149
proveerle a su familia. Para desplazar la carga de los hombros de Brent por su
cuenta. Para mantener a sus padres cómodamente retirados en Florida. Con el
nuevo bebé viniendo, su hermano tendría toda la ayuda que pudiera conseguir,
incluso si nunca lo decía en voz alta.
Pensó en la llamada que había recibido anoche. Le habían ofrecido el trabajo
en el Met, aquí mismo en la ciudad de Nueva York. Podría soportarlo y quedarse.
Sería un sueldo lo suficientemente sano como para darle un comienzo en su propio
terreno de juego y con su familia. Pero en ese momento, se le ocurrió que esta no
era más su casa. No lo había sido en mucho tiempo. Sus amigos habían seguido
adelante, su familia había florecido en su ausencia. Había estado aquí menos de
una semana y había logrado poner en peligro la amistad entre Matt y su hermano y
convencer a Hayden de mentirle a Brent. Dejar la ciudad podía muy bien ser la
mejor decisión para todos.
¿Qué tenía que la mantuviera aquí? Contra su mejor juicio, se había dejado
considerar que Matt podría ser una razón para quedarse. Reconocía ahora el
mundo de fantasía en el que había estado viviendo. Habían tenido una aventura
prolongada, así de simple. Sus expresivos ojos grises aparecieron en su cabeza pero
los empujó a un lado, incluso si la finalidad de la acción hacía que su corazón
brincara dolorosamente.
Lucy miró una vez más su reloj, sorprendida por cuánto tiempo había
pasado. Treinta minutos tarde. ¿Podría uno llegar tarde si planeaba llegar primero?
Sacó su teléfono de su bolso y le envió un correo electrónico a su contacto en
el Louvre.
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Tessa Bailey vive en Brooklyn, Nueva York, con su
marido y su hija pequeña. Cuando no está escribiendo o
leyendo romance, disfruta de un buen argumento y recetas de
treinta minutos.
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