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Un principio

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Emancipación
El joven Joseph Jacotot, pedagogo francés de principios del siglo XIX, exiliado en los
Países Bajos, experimentó con un nuevo método, el método de la enseñanza universal. Lo
que se persigue con él es la emancipación intelectual, la creencia en que todas las
inteligencias son iguales. Solo hay que dar un principio y luego relacionar, de acuerdo con
ese principio, cualquier cosa. Así es cómo puede llegar a aprenderse una lengua y así uno
puede valerse de su propio entendimiento.

Jacotot en Lovaina, lector francés que ignora el holandés frente a unos jóvenes alumnos
que no saben francés, encuentra ese mínimo común necesario -el principio para relacionar
las demás cosas- en una traducción bilingüe de Telémaco.

El profesor no ha explicado los principios de la lengua, ni la ortografía ni las conjugaciones,


pero los alumnos son capaces de escribir oraciones en un francés más propio de
escritores que de escolares. Ellos han encontrado la manera de aprender, al igual que el
niño pequeño encuentra, a través del ensayo y del error, de la imitación, el modo de
aprender su lengua materna.

Un discípulo de Jacotot no podía convencer a una mujer pobre y vieja que podía aprender
a leer y escribir, así que le pagó y en cinco meses la mujer aprendió. Después ella
emancipó a sus nietos. Esa es la misión de la educación: hacer personas emancipadas y
emancipadoras.

4 de diciembre
«Hay que hacer hablar al pobre y hacerle hablar de lo que sabe.», escribe Rancière.
«Toda la práctica de la enseñanza universal se resume en la pregunta: ¿qué piensas tú?»

En clase hemos visto uno de los programas de Tres14, sobre el conocimiento científico. El
programa incluye entrevistas a científicos y repite varias veces una frase: El conocimiento
es poder. Propongo que pensemos sobre ella y escribamos una disertación con ese título.
Al día siguiente leemos algunas de las redacciones y hablamos sobre los distintos temas
que han tratado, algunos que faltarían para hacerlas más completas.

En un contexto de crisis como el actual, con tantas pruebas que parecen refutar la
importancia de la formación (personas con estudios universitarios que no encuentran
trabajo o bien tienen uno mal pagado para el que no es ni siquiera necesario tener estudios
superiores), mis alumnos creen que estudiar es importante: si estudias tendrás más
posibilidades.

A. levanta la mano antes de empezar a hablar. Dice que el alcalde de Londres es de


origen pakistaní y su padre era conductor de autobús. A. se queja de los prejuicios que
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tiene la gente. El barrio en el que ella vive está muy mal visto, es un barrio muy humilde
(eufemismo que esconde en realidad otros calificativos como pobre, conflictivo o una
verdad a voces: en ese barrio se vende droga). «Cuando digo que vivo en el 4, la gente
pone mala cara». Pero una hermana de la madre de A. consiguió ir a la universidad. «Con
becas», puntualiza.

Nuestro instituto tiene asignados los colegios de los barrios 4 de diciembre y los
Palomares, donde antes estaba la cárcel provincial. Ambos son barrios deprimidos. Está
considerado, desde este curso, un centro de compensatoria.

Les cuento que un antiguo alumno de uno de los ciclos que se imparten en el centro es
ahora universitario. Es el primer universitario de los Asperones, una barriada gitana muy
marginada. «Algunas cosas pueden cambiarse, con esfuerzo.» Los alumnos conocen Los
Asperones. Se sorprenden. Me cuentan cosas, algunas de ellas difíciles de creer.

ortografía
Con un compañero comento que algunos alumnos tienen demasiadas faltas de ortografía.
Me dice que no me sorprenda, es algo normal. Me habla del contexto sociocultural del
barrio. «Ellos no leen, no tienen una cultura de la lectura, en sus casas no leen.» Por algún
motivo no me convence. Me parece una excusa más que una explicación. En mi casa
tampoco leía nadie. Me imagino un mapa de la ciudad que relaciona los barrios más
pobres con la cantidad de faltas de ortografía en una redacción de clase. Sería demasiado
fácil. Rompo mentalmente ese mapa.
«Sí leen, se pasan el día leyendo. El problema es que no escriben.», pienso aunque no
digo nada a mi compañero, quien seguramente piensa que leer en el móvil no es leer. El
caso es que después de haber escrito varias disertaciones en los últimos meses la
redacción de mis alumnos ha mejorado.

No se trata de crear sabios, dice Rancière, se trata de levantar el ánimo de aquellos que
se creen inferiores en inteligencia. «Yo no puedo, yo no sé.» Se trata de quitarlos del
pantano, pero no del pantano de la ignorancia sino del pantano del menosprecio de sí
mismos. «¿Mínimo 150 palabras? Maestra, eso es mucho.»

A principios de curso siempre dibujo un triángulo en la pizarra. En cada uno de sus vértices
escribo una palabra: Leer, Escribir, Pensar. Es lo único que necesitamos saber. Pero ya
sabemos leer, escribir, pensar. Ahora nos queda confiar en que podemos hacerlo un poco
mejor.

Mis alumnos han dejado de preguntarme el número de palabras. Al menos esa limitación
la hemos superado.

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