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—Claro que no. Por mucha información y muchos conocimientos que tenga, nadie puede ir
contra la naturaleza humana, por más científico que sea… No como esos que andan por ahí
diciendo que besarse es malo, que el sexo es malo, que darse la mano es malo, que jugar en las
computadoras es malo, que trasnochar es malo, que beber cerveza es malo, que fumar es malo,
que no trabajar es malo… Oye, que para ellos todo es malo. Yo no puedo ser así. Yo no puedo ir,
de plano, contra lo que le gusta a la gente.
—Por su puesto, Fernandito, por supuesto
—Entonces es aquí, precisamente, cuando entro yo con el invento en el que estoy
trabajando. —Carraspea, con aire importante—. De manera general se trata de un dispositivo para
cambiarle la apariencia a los alimentos… que, parezcan lo que no son. Pero sin tocarlos. Todo
electrónicamente, como una ilusión óptica.
— ¿Entonces —le pregunté— se trata de hacer ver que una cosa es otra, como una magia,
pero para mejorarla...? Tú sabes que me gusta eso, ¿eh? Pero dame los detalles.
—Bueno, mira, lo que hice es que cogí una de esas gafas que se usan ahora que parecen
parabrisas de Yutong y les adapté unas pantallas líquidas de celulares rotos. Todo esto lo enlacé
con un cable multicanal a una computadora. Luego vino la creación del programa, que fue
bastante difícil y el cual permite que, antes de sentarte a la mesa, le pidas lo que quieras comer de
plato fuerte, arroces, guarniciones, postres, bebidas, etcétera. Entonces, a partir de la amplia base
de datos que le incorporé, la máquina proyecta en las pantallas de las gafas la imagen solicitada.
—Después de todo, no parece tan difícil —me arriesgo a acotar.
2 — Error —se apresura a responder Fernandito, algo molesto—. Sí es difícil, porque no se
trata de poner una imagen fija como una foto. Sino una que tenga el mismo volumen de lo que
contiene el plato, que se mueva con él, y que tenga el mismo tamaño y trayectoria del alimento en
la cuchara y el tenedor. Esto se logra sólo con un escaneo de alta resolución para cambiar cada
pixel de la imagen por el pixel correspondiente. Todo un proceso que sólo una maquina de gran
potencia puede hacer, para que ocurra en tiempo real, sin un instante de retardo. ¿Me entiendes?
—No mucho, de verdad. Pero resulta interesante, y práctico… Entonces, Fernandito, ¿eso
quiere decir que yo puedo pedir lo que quiera, y al momento lo tengo… es decir, lo veo?
—Bueno, siempre que esté en la base de datos del equipo y que tengas el alimento
apropiado para sustituir, tanto en volumen y consistencia como en valor nutricional. Porque de no
ser así, además de resultar imposible técnicamente, sería un engaño para ti. Mira, no puedes
pedir que una lasca de pan se vea como un pedazo de jamón, por ejemplo. Para eso requerirías
por lo menos de una hamburguesa o un par de croquetas. Y para tener un enchilado de
camarones te hacen falta como mínimo unas tiritas pez gato.
—Ya voy entendiendo, ya voy entendiendo.
—Todo eso está debidamente recogido en la base de datos, gracias al estudio profundo que
hice en cuanto a las cosas que generalmente les gusta comer a las personas y lo que les es más
factible por disponibilidad y precios, sin descuidar la correspondencia nutritiva entre unos y otros.
Y sobre todo, que sea bien sano.
—Sin hipocresía, verdad que tu invento es interesante. Pero, Mijo, este dispositivo trabaja
solamente con la apariencia. Qué me dices del sabor y el olor… ¡siguen siendo los mismos!
—Bueno, Mío, vamos por partes. No se puede tener la luna y las estrellas al mismo tiempo.
Yo resolví el problema de la presencia, que ya es bastante. Y muchísimo tiempo y esfuerzos que
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me costó. El resto le corresponde ponerlo a los demás, sobre todo con una buena dosis de
imaginación personal… ¡No faltaba más!
El rostro de Fernandito se había puesto colorado, en un acceso de ira que rápidamente
reprimió. Sonrío para aliviar la situación y me dijo, luego de una palmaditas amistosa en el
hombro:
—Además, siempre se puede ayudar con una buena sazón. Como esos cuadritos de
sustancias que venden por ahí… Pero bueno, en fin, no se. Ya te lo dije, que este asunto queda a
la imaginación y la iniciativa personal. Lo mío, reitero, es la presencia —y cierra la frase con un
gesto grandilocuente.
—Ven acá —le pregunté— ¿y en qué fase está el invento?
Bueno ya estoy dándole los toques finales, para donárselo inmediatamente a la ONU. Porque
¿te imaginas de cuanta utilidad sería para países pobres como los de África, por ejemplo, donde
un infeliz habitante de una aldea perdida pudiera pensar que se está comiendo un sorbeto a partir
de una torta de yuca, y que con un vaso de vino casero pueda matar las ganas de tomarse una
coca cola?
—Verdad —le apoyo— que sería una cosa muy útil… y humanitaria. Pero… ¿no habrá forma
de tener aunque sea un prototipo por aquí por el barrio?
—Síii, cómo no. Te prometo que van a ser de los primeros en tener el invento cuando salga a
la calle… Pero te recomiendo que tengas paciencia, porque tal vez les convenga esperar un
poquito. Así a lo mejor podrán recibir la segunda versión de mi dispositivo
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—No me digas…
—Sí te digo. Y también que la segunda parte se va a salir del campo de alimentación, porque
va a tener que ver con los medios de comunicación masiva. En particular, con los audiovisuales.
En un primer momento prepararé un programa para mejorar la calidad de las novelas y el resto de
los seriales. También de las películas, sobre todo las del sábado,
— ¿Y para los niños no hay nada?
—Claro que sí. Para ellos tengo previsto un programa que inicialmente incluirá los noticieros
infantiles, para darles mayor naturalidad a los locutores. Y la Calabacita, en este caso no tanto
para mejorar la calidad como para darle variedad, y que no se aburran durante tantos días viendo
la misma.
—Ay, Fernandito, verdad que eres un genio. Pero estoy pensando en algo que me dijiste
hace un rato. Que para usar este invento hace falta una computadora, y potente.
—Si, lo dije, en efecto. —Fernandito se movió inquieto, como niño cogido en falta—. Me
decías que vas a donar el invento a la ONU para que lo utilicen los pobres del mundo. ¡Pero si la
mayoría de esos infelices, especialmente allá en África, no tienen ni electricidad y mucho menos,
computadora…¡
Mi interlocutor hizo silencio, se rascó la cabeza y se frotó las manos. Al fin tomó aire y se
dispuso a hablar, en tono de confesión:
—Si tú supieras, Mío… —Se volvió a rascar—. Ese es un problemita que todavía me queda
por resolver.