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Biografía:

Manuel Pombo.

Hijo del eminente hombre público D. Lino de Pombo y hermano mayor del poeta Rafael
Pombo, Nació en Popayán el 17 de noviembre de 1827 y murió en Bogotá el 25 de mayo de
1898. Hizo estudios en el Colegio de San Bartolomé. Con José María Samper publicó el
periódico El Albor Literario. Como letrado, en unión del Dr. Miguel Chiari, realizó la
compilación científica de Los Doce Códigos de Cundinamarca. En varias ocasiones fue
designado ministro de estado y magistrado de la Suprema Corte Federal, cargos que en
manera alguna quiso desempeñar; tampoco aceptó el nombramiento como miembro de
número de la Academia Colombiana de la Lengua. Hombre de vasta cultura e ilustración,
conoció a fondo las literaturas latina, francesa e inglesa. D. Manuel Pombo, uno de los
fundadores de la célebre tertulia El Mosaico, fue poeta de hondo sentimiento y exquisita
sensibilidad artística. Como escritor es autor de preciosos cuadros de costumbres de la vida
santafereña a mediados del siglo pasado. Estas páginas costumbristas, junto con la amena e
interesante crónica de viaje titulada De Medellín a Bogotá, fueron recogidas en las Obras
inéditas de D. Manuel Pombo (Bogotá, 1914).

Referencias
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/autobiog/auto6.htm
DE MEDELLÍN A BOGOTÁ

Manuel Pombo se encontraba en Medellín con su amigo Alejo, quienes decidieron emprender
juntos un viaje en caballo con dirección Bogotá, ciudad capital de la República de Colombia,
atravesando la cordillera central de los andes por la vía que de Manizales conduce a Lérida
en la provincia de mariquita; y aunque Alejo no lo acompañó en todo el recorrido, sí gran
parte de él.

Manuel y Alejo arrancaron su viaje transportándose cada uno en una bestia, junto con otras
dos que llevaban la carga. Iniciaron su viaje pasando por los puentes de Junín, La Toma y
Bacana, dejando atrás la ciudad de Medellín; luego emprendieron cuesta arriba por vias
empedradas y bastante empinadas hacia Santa Helena durante tres horas, cuando llegaron al
alto de la montaña, finalmente Medellín desapareció de la vista de los viajeros, quienes
continuaron su viaje por la cuesta del Tambor, atravesando varios arroyos, los llanos de
Chachafruto y el Tablazo, llegando finalmente a Rionegro, municipio que no contaba con
vías en buen estado, pero sí con buenos puentes cubiertos de teja.

Continuaron su viaje por llanadas montañosas, cubiertas de helechos, hacia San Antonio de
Pereira, donde cruzaron un puente cubierto de teja que atravesaba el rio que da nombre a
dicho lugar, pasando luego por las quebradas de Agua Clara, Guamito, La Espinosa y El
Hato, encontrando una hermosa llanura que daba vida a un resplandeciente paisaje cubierto
de grama verde que asomaba el pueblo de La Ceja del Tambo, donde debieron superar un
lindo puente para llegar a aquel lugar. Allí se quedaron varios días explorando sus calles
tiradas a cordel, formadas por ángulos rectos y transpuestas por riachuelos de aguas que
separaban las bellas casas de tejas.

Siguieron su viaje por un camino llano, rebasando el rio Pereira que los lugareños llamaban
Pereirita, por medio de un puente rústico que con la creciente corría peligro de ser arrastrado
por la corriente; luego tomaron un camino corto pero agreste y empinado de Altopelado, del
cual se divisaban los llanos de Chachafruto, Tablazo, Rionegro, Marinilla y el de La Ceja del
Tambo. Desaparecieron de sus vistas estos bellos lugares y prosiguieron su viaje pasando por
quebradas, casas y caminos empinados, hasta llegar a Alto de Pantanillo, en dirección La
Hondita, cruzando caminos altos, bajos y pantanosos, para llegar a Las Piedras por una suave
bajada, circulando a través de un puente con techo de paja y teja. Finalmente emprendieron
la subida hacia la parte más alta de Las Colmenas donde acordaron descansar, pasando la
noche allí.

Luego de un merecido descanso, decidieron tomar la bajada más rápida pero resbaladiza que
de Las Colmenas conduce al caudaloso y de corrientes ruidosas río El Buey, el cual sólo tenía
paso por 3 grandes troncos que iban de lado a lado, toda vez que la corriente poco antes se
había llevado el puente que lo cruzaba, siendo el único río de Antioquia que no contaba con
uno. Con gran esfuerzo y ayuda, Manuel y Alejo lograron llegar al otro lado del río,
prosiguiendo por una pendiente cubierta de lodo y bastante pronunciada hasta llegar al Alto
del Roble. A partir de allí iniciaron la bajada, el cruce de la quebrada y la subida de Santa
Catalina. Más adelante llegaron a la pequeña quebrada que conducía a Las Dantas, por donde
tuvieron que recorrer un largo camino para llegar a lo más alto del lugar, abriendo camino a
la nefasta vereda El Vizcocho, la cual se junta con el paso común en el paso del Río el Buey,
importante vía durante el combate de Abejorral, pues por allí transitó el ejército del General
Herrara para dirigirse a Rionegro una vez terminado el combate.

Cuando finalmente llegaron al pueblo de Abejorral, pudieron ver un lugar grande que contaba
con calles rectas y otras no, empedradas y sin empedrar, pasando por varias de ellas canales
de agua. En este lugar se quedaron algunos días. Cuando partieron pudieron observar que el
pueblo estaba rodeado por faldas, al lado izquierdo llamadas Altos de Purima y al lado
derecho Las Letras. Siguieron entonces el recorrido pasando por la quebrada de Chorro –
Hondo, continuaron hacia arriba y superaron otra quebrada hasta llegar al Alto de San
Antonio, para comenzar su descenso hacia El Erizo. Allí vivían los 8 hijos y la mujer de
Alejo, quienes los recibieron con los brazos abiertos y los atendieron con gran hospitalidad,
entonces se quedaron algún tiempo para luego comenzar nuevamente su camino hacia
Bogotá.

Manuel y Alejo dejaron El Erizo cuesta abajo, pasaron por una quebrada y volvieron a subir
por Quebradona, que terminaba en el Alto de Carrizales, para luego arrancar de nuevo cuesta
abajo con dirección al río Aures. Este bello afluente encierra una profunda cuenca que los
viajeros debieron superar rebasando el puente que fue levantado sobre él y de ahí un largo
camino cuesta arriba hasta el Alto de Capiro que encierra a Sonsón, con un clima bastante
frio y donde se vieron obligados a descansar, observado bajo sus pies las largas y
desmejoradas calles de Sonsón. Después del pequeño descanso bajaron durante un corto
tiempo rumbo al pueblo que habían estado observando desde el Alto de Capiro. El viaje de
Alejo llegaba a hasta ese lugar, pero como buen amigo que era, le consiguió a Manuel otro
acompañante para que no terminara su viaje solo.

Luego de unos pocos días en Sonsón, Manuel y Goliat, su nuevo compañero de viaje en
adelante, siguieron su rumbo, atravesaron el Alto de Buenavista que queda sobre Sonsón,
luego el Alto del Canelo y después iniciaron la bajada, llegaron a un puente que estaba
cubierto de paja, el cual pasaba por un río y luego comenzaron a subir por Sirgua hasta el
Alto de los Medios, camino por el cual las bestias en que se transportaban les hicieron pasar
malos ratos, ya que les costó mucho llevar a cabo dicha subida.

Prosiguieron su recorrido hacia el río Arma, para lo cual debieron surcar todo el Cañón de
igual nombre, ruidoso y trabajoso, con una gran variedad de climas, desde el frio más
intolerable en lo más alto de sus cumbres, hasta el calor más bochornoso en sus partes más
bajas. Para terminar de ajustar, tal como les ocurrió subiendo al Alto de Medios, sus caballos
no dieron la talla en este recorrido y nuevamente les hicieron pasar malos ratos. En todo caso,
tampoco había sido culpa de los caballos haberles costado tanto realizar tal recorrido, pues
el Cañón del Arma estaba repleto de enormes precipicios que llegaban hasta el río, de
caminos llenos de lodo que tapaban los caballos hasta el pecho y de pasajes infestados de
maleza, además de los saltos y resbaladeros que terminaban de formar el Cañón.

Cuando finalmente llegaron al río Arma, ya era demasiado tarde para continuar el recorrido,
lo cruzaron por medio de un puente que se sostenía sobre dos enormes rocas que estaban
puestas una enfrente de la otra y llegaron a la casa del señor Dionisio Mejía, un caballero,
donde pasaron la noche.

En la madrugada, cuando apenas se asomaba el sol en el firmamento, los viajeros reanudaron


su viaje, encontrándose con caminos quebrados como en días anteriores y, para entonces, los
largos recorridos sin población a la vista y territorio vírgenes eran lo más común. Subieron
por el alto y cuesta de la Chorrera, pasaron el alto y la quebrada de Pore, el alto y la quebrada
de la Arenosa. Una vez en la enorme cumbre de la Serranía, comenzaron el descenso hasta
llegar a la iglesia de Aguadas. Siguieron adelante, por la montaña, la quebrada de la
Castrillón, el alto del Oso y La Víbora situada en el Viboral, en donde pasaron la noche.
A la mañana siguiente, los viajeros emprendieron rápidamente su rumbo, dejando en lo alto
a Viboral y encontrando a su paso los profundos arroyos de San Pablo y Pácora, los cuales
cruzaron rápidamente para poder llegar hasta Pácora. Más adelante, siguiendo la misma
dirección, se encontraba el río Cauca, pero no se dirigieron hacia allá, pues su recorrido
seguía hacia el Alto de las Coles que quedaba en una pendiente no muy empinada, donde el
descenso tenía caminos curvilíneos. Llegaron luego a la Sabana de las Trojes y al final de
ella debían descender nuevamente la gran montaña empinada que conduce al río Pozo, desde
donde se podía observar a Salamina, población que se encuentra situada en un enorme cerro
que limita con la Cordillera Central de Los Andes.

En Salamina, los viajeros circularon por calles trazadas en desniveles rápidos y ondulados
que iban desde la quebrada la Frisolera hasta el poblado, pues la mayor parte de sus calles
estaban compuestas por rampas que llegaban hasta el parque central del pueblo. En este lugar
cambiaron sus mulas por otras más calificadas para sortear el camino que les esperaba,
dejando su equipaje en el lomo de unos bueyes que, si bien no eran muy rápidos, si eran
seguros; además, se encontraron con notables, los cuales arrancaron con ellos su viaje rumbo
a Manizales.

“Antioquia es una comarca que se distingue por la dificultad de sus comunicaciones. Su acceso es
difícil porque está rodeada de montañas ásperas, de tal suerte que por algunas los viajeros tienen
que hacer transportar a espaldas de hombres. Todavía hay memoria de muchos habitantes de la
provincia que no pudieron nunca salir de ella, porque siendo muy pesados les fue imposible hallar
cargueros bastante fuertes para llevarlos a cuestas”1

Camino a Manizales, a medida que se alejaban más y más de Salamina, los pasajes
empeoraron, eran lisos, resbalosos y rectos, que se desmejoraron aún más por las constantes
lluvias que los enlodaron completamente. Finalmente llegaron a una parte llamada La Palma,
atravesada por un lago de lodo que dividió el camino en tres senderos, los cuales recorrieron
uno por uno hasta donde las condiciones de los mismos se los permitieron, encontrando que
el más adecuado para transitar y continuar el viaje era el que se encontraba en dirección recta,
pues estaba un poco mejor que los otros dos. En el camino se encontraron con muchos
tropiezos por el mal estado de los senderos que recorrieron, los cuales estaban repletos de

1
Pombo, Manuel. De Medellín a Bogotá. Pag 91.
charcos llenos de lodo y raíces que se enredaban en las patas de las mulas, grandes derrumbes
empinados, maleza que impedía el paso, troncos caídos que obstaculizaban el camino y un
ambiente frío y tenue por la neblina que cubría el lugar. Hasta que por fin llegaron al Alto de
Chamberí donde descansaron del espantoso y abrumador recorrido que habían acabado de
hacer.

El descanso no duró mucho tiempo y los viajeros arrancaron de nuevo con dirección al río
Chamberí, completamente mojados por la lluvia que comenzó a caer sobre ellos, lograron
pasar el puente que colgaba sobre río mencionado con bastante dificultad y cuidado, pues era
costumbre en aquella época que los puentes se los llevara la corriente, la cual con las lluvias
crece aún más y se torna más agresiva, al finalizar la marcha a través del puente pudieron ver
como se deshacía frente a sus ojos debido a la fuerte corriente que este arrastraba.
Continuando su por su camino empezar a percibir el sonar de otro que excitado por las fuertes
lluvias se hacía más y más fuerte al seguir avanzando. Una vez llegados a donde se iniciaba
el fuerte sonido, uno de los acompañantes señalo que no se trataba de un rio si no de una
quebrada, dando valides mediante 2 causas: la primera era su caudal, que no era permanente
y la segunda más relevante aún era que no gozaban de un puente, todo esto haciendo
comparación al rio. Debido a esto la única manera de cruzar era atravesando las aguas que se
hacían poderosas gracias a la fuerte lluvia que antes los había abrumado, recorrida la
quebrada hasta el punto donde se mostraba más débil cruzaron al otro lado para seguir
recorrido hasta el alto donde era posible pasar a descansar después de tan exhaustiva travesía
por estos ríos. El recorrido hasta el alto no fue mejor, una vez cayó la noche los viajeros
quedaron atrapados entre maleza, charcos de lodo, árboles y piedras que obstruían cualquier
tipo de claridad en el camino, siendo el instinto de las mulas la única alternativa que tenían
para avanzar. (pombo 1992)

Después de llevar muchas horas en esta situación, comenzaron a escuchar ladridos y


siguiendo la dirección de esa voz protectora llegaron al alto, empapados, molidos, sucios,
agotados, etc. Allí se quedaron a retomar energías y prepararse para los ásperos caminos que
los esperaban.

Bibliografía:
Pombo, Manuel. de Medellín a Bogotá. Bogotá: Colcultura Instituto Colombiano de Cultura, 1992.

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