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Pontificia Universidad Javeriana

Carlos Alberto Palacio Páez


Profesora Patricia Jaramillo
Curso de Hermenéutica Literaria
Parcial 2

La mansión de Araucaima: del texto a la imagen

Reza el adagio popular que “una imagen vale más que mil palabras”. Si bien la frase está

fuera de contexto, servirá para ilustrar el punto central de este debate que, más allá de

plantear una respuesta concreta, busca indagar por las diferencias, ya sea de estructura o de

simple materialidad, que una y otra, palabra e imagen, guardan. Se parte, además, de una

premisa concreta: cada arte (apuntando ya a la discusión entre cine y literatura) responde a

ciertas necesidades específicas y, así mismo, ofrece formas de representación igualmente

variadas. Para ejemplificar y hacer más fácil la exposición de los argumentos, he tomado

como referencia el texto “La mansión de Araucaima” (1973) del escritor colombiano

Álvaro Mutis (1923-2013), así como la película homónima, estrenada en 1986, inspirada en

el texto antes mencionado, del cineasta colombiano Carlos Mayolo (1945-2007).

Lo primero que habría que definir, antes de entrar al texto y a la película, serían las

distinciones que se pueden hacer de antemano entre ambas artes: es claro, por un lado, que

el cine debe trabajar con actores y escenografías reales, esto implicaría cierta dependencia

del material con el que los cineastas cuentan y con el que entretejen su narración; por su

parte, en el texto, que trabaja con el lenguaje, el límite tal vez sea imposible de precisar:
cualquier construcción de lugares y personajes es, en cierto modo (hasta donde la

verosimilitud lo permita), posible.

En el caso de La mansión de Araucaima, el texto, no es posible definirle una cara a los

personajes, aun cuando se trabaje con descripciones físicas exhaustivas; de alguna manera,

esto permite que la lectura enriquezca el texto mismo, pues cada lector imaginará y ajustará

las descripciones según convenga. Por su parte, en la película, se nos presenta un rostro,

que corresponde a una persona real, lo que lleva al espectador a hacer una identificación

automática del actor con el personaje; se podría decir entonces que, de alguna manera, el

cine vicia la representación que le damos a los personajes, pues no permite una verdadera

construcción libre. En ese sentido, encontramos el cine como un arte más explícito que la

literatura, no por eso mejor o peor, lo cual sería punto de otra discusión tal vez más extensa.

La descripción de los personajes en el texto nos brinda una visión más amplia de lo que

puede ser su personalidad. Que al dueño de la mansión, Don Graci, se le describa de la

siguiente manera: “Tenía grandes ojos oscuros y acuosos que un tiempo debieron ruborizar

a sus oyentes y que ahora producían el miedo de asistir a una abusiva y en cierto sentido

enfermiza suspensión del tiempo” implica una construcción mucho más profunda que el

cine, por más que nos muestre situaciones y escenas, no logrará crearla. El cine presenta

entonces, y en este caso la adaptación de La mansión de Araucaima, cierto déficit al

intentar definir a los personajes, pues solo mostrarnos escenas, sin narrar con palabras, no

alcanza a comunicarnos con efectividad la profundidad de algunas descripciones.

Ahora bien, retomando algo ya mencionado antes, lo del cine como herramienta explícita,

podemos definir la principal fortaleza de éste en esa característica. El lenguaje no guarda la


exclusiva prioridad de transmitir las mejores descripciones; hay paisajes, hay rostros, hay

situaciones que sólo a través de la imagen pueden transmitirse.

Con lo anterior podemos remitirnos a una segunda parte en la comparación, que sería la

referente a la estructura de ambos ejemplos, la película y el texto, que a mi parecer son los

que responden más adecuadamente con la naturaleza de su arte:

En el texto, la presentación es sistemática. Se presentan las situaciones y los personajes

separados por subtítulos y la narración misma está focalizada en tales personajes y

situaciones. Al comienzo se hace una descripción de todos los elementos del relato por

separado, incluyendo saltos temporales hacia adelante y hacia atrás (prolepsis y analepsis,

respectivamente) que introducen unos personajes no situados en un momento de la

narración preciso: solo se muestran y ya. El lenguaje en este caso funciona certeramente:

describe los personajes física y psicológicamente, cuenta algo de su historia, su pasado,

incluso anticipa su participación en futuros acontecimientos. Todo en contados párrafos que

pueden leerse en un par de minutos.

Por el lado de la producción cinematográfica, estas mismas descripciones no se nos

introduce a través de un narrador, sino que se no sitúa en una historia que guarda cierto

orden lógico-cronológico de los acontecimientos. Así mismo, por esta razón se logra crear

un clima de tensión y suspenso (todo un género en el cine) que nos conduce hasta el clímax

o punto final, con el suicidio de Ángela y el posterior asesinato de La Machiche y el piloto.

Este tipo de narración que nos va introduciendo de a poco en la historia y en los personajes

es muy propia del cine, pues el mismo arte exige captar la atención de los espectadores

hasta el momento final; por eso se ocultan cosas, se crean las atmósferas de misterio y se
trabaja con la intriga. En el caso de la literatura, si bien mucha de esta se arma bajo esta

misma forma, sobre todo la novela policial, casi siempre lo que prima, más allá de la

historia misma, es la manera en la que el lenguaje se utiliza para contarlo: los juegos de

palabras, las construcciones semánticas y poéticas.

En ese sentido, encontramos en estas dos maneras de representar, si bien radicalmente

distintos, dos puntos de enunciación válidos para las historias. Como bien se dijo al

principio, y se retoma ahora, cada arte guarda sus formas particulares y también exige un

tratamiento diferente del mismo material: un argumento. De ahí la riqueza de esta

pluralidad de artes que nos muestra cada una, a su manera, rasgos de una heterogeneidad de

interpretaciones y posibles lecturas a los textos literarios o a los argumentos

cinematográficos.

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