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María Camila Fonseca Caro

Ponencia - Biopolítica
Repugnancia y racismo en la biopolítica
El racismo, y si es posible decir, de manera general, la discriminación, ha sido un tema al que
hemos atendido en otras lecturas realizadas en el seminario, teniendo como base la doble y,
en principio, paradójica naturaleza del fenómeno de la biopolítica en la que esta se presenta,
por un lado, como una política de la vida que vela por ella, y contrariamente, por el otro, como
una política sobre la vida, que la cancela y que, por tanto, se transforma en una ‘tanatopolítica’.
Ya en los textos de Michel Foucault se hace explicita la poderosa función que el racismo gana
en la modernidad, esto es, la de ser condición que hace posible el ejercicio del derecho del
soberano de dar muerte o quitar la vida; en sus palabras, “Desde el momento en que el estado
funciona sobre la base del ‘biopoder’, la función homicida del Estado mismo sólo puede ser
asegurada por el racismo.” (p. 265, 1976) Es así que la obra de Martha Nussbaum titulada El
ocultamiento de lo humano, específicamente el segundo capítulo denominado ‘La
repugnancia y nuestro cuerpo animal’, adquiere la importancia de ser leída a la luz de la
biopolítica, de descifrar sus conexiones con esta e incluso de ser objeto iluminador para
entender ese paso de la biopolítica a la tanatopolítica. Pues en dicho capítulo esta filósofa, al
poner en claro la naturaleza de la repugnancia, entreteje el estrecho vínculo entre esta y el
excluir, subordinar o discriminar, y además deja ver el papel otorgado a la repugnancia, a lo
largo de la historia, en la configuración de las prácticas sociales y en la legislación.

El papel de la repugnancia en nuestras prácticas sociales


[la repugnancia] modela nuestra intimidad y provee gran parte de la estructura de
nuestra vida diaria, en tanto lavamos nuestros cuerpos, buscamos privacidad para
orinar y defecar, eliminamos los olores desagradables (…) olemos nuestras axilas
cuando nadie nos ve (…) (p. 90, 2006)

Si algo queda claro en el estudio que hace Martha Nussbaum a la emoción de la repugnancia
es el especial rol que a esta emoción le hemos otorgado en la estructuración de nuestras
prácticas sociales y culturales a lo largo de la historia. El lenguaje directo que ella emplea para
hacer referencia a lo que por ser repugnante es ocultado y marginado, no deja de ser una
acción que, en contra de una estética aparente, devela lo que a oscuras y en silencio ha venido
ejerciendo con fuerza una función estructural en nuestras vidas diarias. Es así que, al hablar de
lo censurado, ella invita al replanteamiento de esas prácticas que develan detrás de ellas un
rechazo hacia el cuerpo humano, su mortalidad y su descomposición. Un rechazo que termina
siendo proyectado hacia la figura del cuerpo femenino, que a lo largo de la historia ha
terminado siendo ejemplificación de lo repugnante mismo.
Si nos preguntamos por el funcionamiento de la repugnancia, es decir, por cómo es que ella
se comporta en nuestro pensamiento y psicología, entonces podremos entender su papel
determinante en las prácticas sociales. Pues, como se ha visto en la historia, la repugnancia
tiene como capacidad hacer de un grupo de seres humanos su objeto, dotándolos de las
cualidades que la provocan, como ha sido el caso de las mujeres, los judíos, los negros, lo
homosexuales, entre otros. En el texto se hace referencia a varios estudios psicológicos sobre
la repugnancia, los cuales permiten definirla como una emoción visceral de rechazo o
repulsión que nos pone alerta de un objeto –extraño- que puede contaminarnos si lo
incorporamos, es decir, de un objeto inasimilable que, no obstante, puede ser incorporado.
Significa esto que ella posee “(…) un contenido cognitivo, centrado en la idea de incorporación
de un contaminante.” (p. 107). Con lo anterior salta a la vista el presupuesto que subyace a esta
emoción de rechazo, a saber, la idea de transmisión, de que ese objeto contaminado no puede
ser ingerido, pues de lo contrario nosotros nos contaminamos y adquirimos sus propiedades.
(Cf. p. 108) ¿Qué es, entonces, aquello que repudiamos? El objeto de la repugnancia es, en
principio, desechos animales que tienen características específicas como la viscosidad, mal
olor, suciedad, entre muchas otras. (cf. p. 109) Sin embargo, quedarnos en este punto no
resulta ser fértil si queremos entender la extensión que ha tenido esta emoción en el ámbito
de lo social. Debemos, por lo tanto, remitirnos al presupuesto que se encubre detrás del
rechazo hacia la gran variedad de objetos que repudiamos. Nussbaum atiende a este
requerimiento acudiendo a varios estudios psicológicos, dentro de los cuales se halla el de
Sigmund Freud, que coinciden en que aquellos objetos que repudiamos son los que nos
recuerdan nuestra vulnerabilidad animal y mortalidad. “(…) el ser humano ha roto con este
mundo animal de excreción, olfato y sexualidad, y ha elevado su nariz a lo alto.” (p.111)
Aunque en sus primeros años el ser humano se ve atraído, como cualquier otro animal, hacia
aquellas sustancias que salen de él, como la sangre, las heces o los orines, tan pronto como
empieza a tomar mayor conciencia de su mundo social y las prácticas que en este tienen lugar,
es que rechaza aquellas sustancias en favor de su civilización. Es entonces cuando su rechazo
deja de ser exclusivamente hacia unas sustancias primarias y se extiende y proyecta a objetos
más complejos hasta abarcar incluso a otros seres humanos que, según un pensamiento
ideológico trasmitido, comparten aquellas características en principio repugnantes. La
extensión social de la repugnancia llega a tal punto que crea grupos subordinados y ubicados
en “una zona intermedia, entre los humanos dominantes y los aspectos de la condición animal
que les preocupan.” (p. 119)
Aquellos alcances de la repugnancia se logran debido a la lógica con la que funciona la idea de
contaminación y a sus factores ideacionales. Según Rozin, psicólogo igualmente citado por la
autora, la contaminación esta mediada por ‘leyes de magia simpática’, dentro de las cuales se
encuentra, por un lado, la ley de contagio que tiene la capacidad de hacer que una cosa que ya
ha estado expuesta al contacto con el objeto contaminante sigan por siempre actuando la una
sobre la otra, de modo que aquello que fue contaminado siempre lo estará y además podrá
transmitir el contagio. (cf. p.114); por otro lado, la ‘ley de similitud’ con la que se pone delante
la conexión que hace nuestro pensamiento al adjudicar una característica de un objeto a otro
(en este caso la de la contaminación) por el simple hecho de compartir ambos algún aspecto
en común, como por ejemplo la forma o el color. (cf. p. 115)
Por lo tanto, con el fin de aislar lo repugnante, “adoptamos un conjunto complejo de
prohibiciones rituales que definen las zonas relevantes dentro de las cuales se reconocerá la
contaminación.” (p.115) Según nuestra situación contextual, como la comunidad a la que
pertenezcamos, nuestra época histórica, nuestras costumbres, etc., desarrollaremos prácticas
sociales normativas que demarcan el terreno de lo repugnante. Así es que, lo que consideramos
repugnante, su extensión y las relaciones que establezcamos entre ella y otras emociones, varía
dependiendo de lo aceptado y prohibido socialmente. Por ejemplo, en las comunidades
indígenas americanas de la colonia se practicaban actividades rituales de sacrificio que a los
ojos de los colonos no eran aceptadas, pues veían en ellas prácticas deshumanizadas,
horrorosas y salvajes, de modo que, calificaban a los nativos americanos como salvajes e
incluso, por un tiempo, no los reconocían como seres humanos. Sin embargo, no hay que
perder de vista que los enfoques a partir de los cuales Nussbaum estudia la repugnancia
apuntan a entender aquella emoción como un aspecto antropológico del ser humano. Todos
estamos propensos a desarrollar esa emoción, no obstante, sus variaciones y matices están
determinados por el contexto en el que nos situamos.

Repugnancia y Legislación
Puesto que la repugnancia es una emoción que determina nuestra relación con el mundo, y
debido a que ella en muchas ocasiones nace como un rechazo a objetos que además de
recordarnos nuestra mortalidad y nuestra condición animal, son efectivamente nocivos o
peligrosos, entones se ha pensado esta como “(…) un criterio legal útil, que nos da información
relevante acerca de la regulación legal de ciertos tipos de actos.” (p.105). Más aun, ha sido ella
justificación para la condena de ciertos actos, e incluso base para un cuerpo de leyes como la
ley de obscenidad. (cf. 91) Sin embargo, tal como queda demostrado en el texto, la repugnancia
como criterio para identificar lo maligno, cuando nos preguntamos por la moralidad de un
acto, carece de fundamentos sólidos. Inclusive, admitir que lo repugnante es verdaderamente
algo peligroso y nocivo para nuestra salud trae consecuencias perjudiciales para la vida en
sociedad, consecuencias que apuntan a la discriminación y a la violencia. La repugnancia, a
diferencia de como muchos han querido sostener, difiere de la ira, la indignación y el temor
al peligro; ella no se sustenta por la idea de un verdadero mal perpetrado, sino que gira en
torno a la idea de contaminación animal y del deseo de ‘ser un ser que no se es’, y además
exige un total distanciamiento ante su objeto. En palabras de Nussbaum “(…) el contenido
cognitivo específico de la repugnancia pone en dudas su confiabilidad en la vida social, pero
especialmente en la vida del derecho. Dado que la repugnancia corporiza un rechazo a la
contaminación que está asociado con le deseo humano de ser “no animal”, está
frecuentemente vinculada con ciertas prácticas sociales dudosas (…)” (p. 93)
Aunque bien puede decirse que la repugnancia en ocasiones se presenta como repuesta moral
hacia un mal real, como ocurre en el ejemplo de la experiencia proporcionada por el tercer
movimiento de la segunda sinfonía de Mahler que, interpretada en palabras, hace de la
repugnancia una respuesta moral para “el peso muerto de las interacciones sociales” “del que
uno quiere alejarse con un grito de repugnancia”. Sin embargo, allí no deja de estar presente
el contenido antisocial, pues detrás de esta se encuentra el deseo del artista por escapar de ese
mundo repugnante, y no más bien de enmendar el mal. A diferencia de la indignación, que en
el fondo tiene una función constructiva, la repugnancia se corresponde con el deseo de
distanciamiento, rechazo e incluso eliminación. Es por ello que en la segunda sinfonía se da
seguidamente una superación de la repugnancia. En efecto, la repugnancia “Debe ser
contenida, e incluso superada, camino de una conmiseración social genuina y constructiva.”
(p.128)

Repugnancia y Exclusión
A pesar de que en ocasiones la repugnancia acentúa algún mal o peligro real, ella resulta
sumamente perjudicial para la vida en sociedad, pues siempre exige la acción de distanciarse
de su objeto contaminante. Ella siempre va unida con la idea de suciedad, distanciamiento y
eliminación. No tiene como objeto una acción, sino que exige un punto fijo. (cf. p. 129)
Conduce al infundado imaginario de pureza social. Nos hace rebajar a una posición
desfavorecida a aquellos que por distintas causas han terminado ejemplificando la mortalidad,
finitud y vulnerabilidad humana. Los marginales “judíos, mujeres, homosexuales, intocables,
individuos de clase baja, son imaginados como manchados por la suciedad corporal.” (p. 130).
Tal como Coetzee lo ha mostrado, al momento de comprender el apartheid como un
pensamiento metonímico, la imaginación en estos casos hace que una cualidad que antes
pertenecía a un objeto inerte, pertenezca al cuerpo total del individuo, y en última instancia,
que el individuo sea el contaminante mismo.
Solo basta con mirar a la historia para reconocer
los alcances que la repugnancia ha tenido y su
peligroso poder, para reconocer como “(…) ha
sido utilizada como un arma poderosa en los
esfuerzos sociales realizados para excluir ciertos
grupos y personas.” (p. 130) Por ejemplo, el
antisemitismo que podemos hallarlo ya desde la
Edad Media, acudió a la repugnancia, para
rebajar al pueblo judío, asociando la imagen de
ellos con características que ya habían sido
otorgadas al cuerpo femenino. Así los judíos eran calificados como seres “blandos y porosos,
receptivos de los fluidos y pegajosos, femeninos por su viscosidad.” (p. 130)1
Entonces resultó que aquellas imágenes se generalizaron y desarrollaron a tal punto Fig. 1 de
caracterizar al judío como un ‘parásito infectio’ dentro del ‘cuerpo limpio del hombre alemán’.

1
Fig. 1 “Representación de la Judensau en un libro xilográfico (Blockbuch) del siglo XV. Esta imagen
antijudía creada en el centro de Europa solía representar figuras humanas con las características típicas
de la vestimenta judía, como, por ejemplo, el sombrero judío, debajo de una puerca mamando de sus
ubres, con la misma posición que tienen los lechones. Otros judíos miraban hacia el ano y abrazan y
besaban a la cerda. Como imagen, la Judensau pretendía deshumanizar a los judíos.” Recuperado de:
https://es.wikipedia.org/wiki/Antijuda%C3%ADsmo_cristiano
Así Weigner representa el punto decisivo pues, siendo él judío, sostiene que el judío es en
esencia una mujer. Llegado el nacismo, el antisemitismo, que latente se venía desarrollando,
se potencializa, y de este modo la imagen del hombre alemán, limpio y casi hecho máquina,
erguido y con sus puños serrados rememorándonos la imagen de un hombre de acero (Fig. 2
y Fig. 3), que se contrapone con la del “barro femenino-judío-comunista fluido y mal oliente”,
(p. 131) deforme (Fig. 5 y Fig. 7) y venenoso como un hongo (Fig. 4 y Fig. 6) es aceptada y
cumple ‘triunfalmente’ sus cometidos.

Fig. 2

IFig. 3

Fig. 5
Fig. 4
Fig. 6 Fig. 7
El papel de la repugnancia en la biopolítica
En el comienzo de la ponencia señale la posibilidad de entender la repugnancia a la luz de la
biopolítica y además de intentar comprender cómo esta puede llegar a iluminar el paso que
hay entre Biopolítica y Tanatopolítica. En el texto, a pesar de que se habla de racismo y
exclusión, y de que se describe la forma en que en nuestra época se utilizan conceptos
biológicos para explicar comportamientos sociales y justificar la legislación (como ya lo
mostramos con la idea de contagio), la autora no establece ninguna relación, ni ubica
explícitamente su análisis dentro del marco de la biopolítica. Quizás, como consecuencia de
ello es que no se hace ninguna referencia a algún cambio acentuado en el fenómeno de la
exclusión propiciada por la repugnancia, el cual, se reitera en el texto, es un fenómeno que ha
acompañado al hombre desde siempre. Por lo tanto, si queremos entender este fenómeno a
la luz de la biopolítica, es menester, a partir del estudio que Nussbaum realiza, preguntarse en
primer lugar si la referencia a la repugnancia y su influencia en la política se ha acentuado en
la época moderna, y si muestra de ello no serían las políticas con las que se legitimó el racismo
en regímenes totalitarios. A su vez, habremos de preguntarnos hasta qué punto la apropiación
de la repugnancia en el ámbito social nos permite entender el funcionamiento del racismo y
su implícita condición de posibilitar la supresión de la vida.
Ahora bien, en el texto de Nussbaum salta a la vista dos puntos importantes respecto a la
repugnancia, en primer lugar, ella se presenta como un mecanismo para rechazar, mantener a
distancia, y, en últimas, excluir aquello que recuerde y ejemplifique la mortalidad y condición
animal del ser humano. ¿Podría esto significar que, en resumidas cuentas, lo que ocurre es un
distanciamiento y una exclusión de la ‘nuda vida’? A su vez, y paradójicamente, en tanto ella
excluye la vida en vistas a su propio beneficio, no hace otra cosa que reafirmarla, claro que no
en su mortalidad, sino precisamente en tanto vida aislada de la muerte. Pues lo que hace a la
repugnancia un discurso moralizador es precisamente que ella queda relacionada con la idea
de peligro, de un peligro que, a pesar de no ser real, se identifica con la idea de contaminación.
Queda relacionada con el peligro de contagiarme de algo que me hará mortal y un
ejemplificador más de esa zona intermedia entre lo humano y lo que incomoda de la condición
animal, esto es, de nuestra propia muerte. De contagiarme de algo que me ubica en esa
posición desprivilegiada en la que ya no comparto las mismas cualidades, ni el reconocimiento
de los de arriba como un igual a ellos. Así es que, la repugnancia es posible relacionarla con el
racismo, pues coinciden en lo mismo, en un rechazo de la vida por la vida misma. El que
Foucault afirme:
El racismo, en efecto, permitirá establecer una relación entre mi vida y la muerte del otro que
no es de tipo guerrero, sino de tipo biológico. Esto permitirá decir: “cuanto las especies
inferiores más tiendan a desaparecer, cuanto más individuos anormales sean eliminados,
menos degenerados habrá en la especie, y más yo –como individuo, como especie- viviré, seré
fuerte y vigoroso y podré proliferar.”. (p. 264, 1976)

Nos permite incluso aseverar que quizás el racismo está sustentado por esa lógica con la que
hemos venido ‘sirviéndonos’ de la repugnancia.

Bibliografía:
Foucault, M. (1992). Genealogía del Racismo. En D. p. vida. Madrid: La Piqueta.
Nussbaum, M (2006). El ocultamiento de lo humano. Trd. Gabriel Zadunaisky. Barcelona: Katz
conocimiento.

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