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ENUNCIACION – ENUNCIADO

Gladys María Lopreto – Cátedra de “Lingüística”, FPyCS, UNLP, Argentina

Resumen: A partir del ‘enunciado’ como lo superficial o existente, me


interesa trazar dos conceptualizaciones divergentes en su relación con la
‘enunciación’: las que representan los textos de E. Benveniste y de M.
Foucault. Intentaré mostrar cómo una y otra conducen a reconocer diferentes
prioridades en el análisis: la primera, al poner el acento en la enunciación,
reafirma la indispensable aproximación léxico-gramatical, mientras que la
segunda, que pone el acento en el enunciado, destaca el concepto de ‘práctica
discursiva’.

Palabras-clave: Enunciación – Enunciado – Interpretación –


Experimentación

1. El campo de los estudios del discurso


El presente trabajo intenta desarrollar algunos aspectos teóricos que
hacen a los estudios del discurso, tomando en cuenta las palabras de H. Parret
(1995: 25): “Es muy importante notar que el paradigma dentro del cual se
trabaja., ya sea el funcionalismo, el formalismo, u otro, dicta ya de antemano
lo que se va a considerar como ‘empírico’, como ‘adecuadamente válido’,
como ‘coherencia teórica’”. En otras palabras, el marco en el que nos
movemos, las actitudes epistemológicas a las cuales adherimos, los intereses
intelectuales y sociales que nos mueven, así como también otros aspectos que
tienen que ver con lo afectivo y personal inciden de alguna manera en nuestras
elecciones y posicionamientos con respecto a temas de estudio, metodología,
objetivos, conclusiones, tiene consecuencias sobre el hacer.
En este sentido y en función de mis propias inquietudes y
cuestionamientos, sentí la necesidad de esclarecer desde una perspectiva
interdisciplinaria algunos conceptos a los que se acude frecuentemente en los
estudios del discurso. Para ello, en el presente trabajo intentaré trazar un
determinado recorrido vinculando algunas lecturas, sin pretender dar cuenta
exhaustiva de los temas propuestos, objetivo éste que excedería ampliamente
mis posibilidades actuales. Sus limitaciones tienen que ver no solo con los
condicionamientos genéricos del ‘paper’ o ‘ponencia’, sino también con el
reconocimiento en lo personal y la convicción de que, cuando sorteamos los
límites de las disciplinas perdemos de algún modo la sensación de seguridad
que se consigue al moverse en un área de conocimientos especializados, y
comenzamos un movimiento de apertura que conlleva de algún modo cierta
sensación de incertidumbre, de incompletitud, tal vez más acorde por otro
lado con el desarrollo actual de la ciencia. Sin embargo vale la pena intentarlo,
aunque eso implique reconocer las propias limitaciones. En este sentido me
interesa traer acá las palabras de M. Foucault, en tanto demuestran una
elección epistemológica: No solo admito que mi análisis es limitado, sino que
así lo quiero y se lo impongo... Las relaciones que he descrito valen para
definir una configuración particular; no son signos para describir en su
totalidad la faz de una cultura... Lo que en otros sería laguna, olvido, error,
es para mí, exclusión deliberada y metódica (Foucault 1969, 265).
Mis consideraciones parten de considerar el carácter interdisciplinario
de los estudios del discurso, rasgo hoy ampliamente aceptado por muchos
científicos e investigadores. De ahí que, más que de una disciplina, se habla
del “campo transdisciplinario de los estudios del discurso” (V. Dijk 2000a,
21). El discurso es sin duda un espacio en el que se entrecruzan disciplinas, no
importa lo próximas o disímiles que resulten entre sí. A poco de instalada en
nuestro medio la problemática señalaba Beatriz Lavandera este rasgo como
una necesidad, a partir tan solo de que no se puede entender la frase o el texto
si no se incorporan elementos externos, que de hecho están incorporados. Es
la oración en su producción la que los incorpora, decía, por lo tanto en la
decodificación hay que manejarse con ellos. Pero aunque a menudo pueda
encontrarse una causa en esta necesidad indiscutible, que así expresada
coincide con lo que entendemos por función ‘referencial’, como una base del
carácter interdisciplinario, aclara la autora que no se trata “de la decisión de
combinar conocimientos acumulados por disciplinas cercanas entre sí, o
sorprendentemente lejanas, sino de una actitud propulsora de estímulo a
investigaciones complementarias, extendidas en grupos compactos o densos, a
través de continentes, proveedora de argumentos que hagan tambalear los
prejuicios establecidos, que combatan las posiciones autoritarias en la ciencia,
y que lleven a rechazar las actitudes etnocéntricas y culturalmente
imperialistas” (Lavandera 1988: 1).
En las palabras anteriores queda claro que la mirada interdisciplinaria
va más allá de la suma de ‘contenidos’ provenientes de diferentes campos.
Tiene que ver con la creatividad, con estímulos, con reconocer las propias
limitaciones y el valor de lo diferente, con tolerancia y respeto al otro, al
distinto, con una actitud libre y abierta. De otro modo no podría concebirse el
estudio del discurso como un conocimiento que se proponga metas tales como
la de “proporcionar las herramientas teóricas y metodológicas necesarias para
un enfoque crítico fundamentado del estudio de los problemas sociales, el
poder y la desigualdad”(V. Dijk 2000 a: 62). Ahora bien: dentro de esta
multidisciplinariedad podemos reconocer sin embargo una fuerte impronta
lingüística en los estudios del discurso, que se refuerza en los artículos de E.
Benveniste de fines de la década del 60 en adelante, y que fundamenta la
afirmación de E. Verón (1993: 122) sobre ‘el hecho aparentemente paradójico
-señala el autor- de que el saber lingüístico es indispensable para una teoría
de los discursos sociales. Algo similar leemos en M. Foucault (1969: 188): Si
se quiere describir el nivel enunciativo, hay que tomar en consideración esa
misma existencia: interrogar al lenguaje. [i].
He extraído estas citas de los textos mencionados no porque pretenda
en ellas reducir y condensar el pensamiento de los autores sino porque me
interesan a los efectos de la relevancia que otorgan a nuestra disciplina, lo cual
no equivale a hacerlos decir que el estudio de la lingüística puede dar cuenta
del fenómeno del lenguaje, menos aún de la comunicación o del discurso,
como si éstos por otra parte fueran conceptos unívocos, ni aún apropiarse de
los mismos como objetos de conocimiento. Podemos pensar con ellos en el
discurso y/o el enunciado como una función existencial que atraviesa un
dominio, un ‘campo’ adyacente, que le otorga un estatuto, y que sobre ese
fondo de coexistencia enunciativa pueden deslindarse, a un nivel autónomo y
descriptible, las estructuras lingüísticas, metalingüísticas, retóricas, etc.; o
podemos preferir pensar que ‘el discurso es la puesta en funcionamiento de la
lengua’, pero lo que es innegable es la necesidad de no quedarnos en una
actitud ingenua y simplista, sino de sortear los límites de la disciplina, de dar y
tomar, de producir cruces, ‘traslapes’. Esto está definitivamente reconocido:
“El análisis del discurso se ha transformado en una empresa vasta y
multidisciplinaria de la cual participan por lo menos media docena de
disciplinas distintas, una empresa bastante compleja en algunas de sus ramas.
Tanto es así que se ha producido una inevitable especialización y no siempre
está asegurada la comprensión mutua” (V. Dijk 2000a: 61).
En este traspaso es curioso que a menudo no vemos problema en
relacionar el estudio del discurso por ejemplo con conceptos de la física como
la entropía, con cuestiones de mercado, etc., abrevando en áreas muy disímiles
del conocimiento, práctica que a veces se suele objetar pero que, a mi gusto,
‘airea’ nuestro tema, y sí en cambio, a pesar de esta apertura, suele costarnos
admitir puntos en común con diferentes ramas de la lingüística o a veces con
disciplinas próximas. Ahí es donde se suele producir la no comprensión de
términos de uso común, como puede verse en el par ‘enunciación’ -
‘enunciado’. Mi objetivo no es negar ni eliminar las diferencias sino
visualizarlas para una mejor comprensión de los conceptos y de ese modo
intentar poner a punto la teoría y el método, por un lado, y poder sortearlas
por el otro, para evitar que se conviertan en un ‘obstáculo’ al entendimiento.

2. El par enunciación - enunciado.


Los dos términos de este capítulo, que están evidentemente asociados,
aparecen usados en diferentes investigaciones con un significado tan
específico que a veces no se llegan a visualizar las conexiones existentes.
Responde en parte a una tendencia tradicional en el discurso académico a
establecer límites, que lleva muchas veces a una preocupación por elaborar
una terminología precisa, definida, de alta especificidad, válida además para
un área o dominio determinado. Cuanto más precisión en las definiciones, más
especificidad, ergo más ciencia.
Me parece válido pensar la cuestión de otro modo, poniendo la mirada
en lo que tienen en común, tanto los dos términos entre sí como cada uno de
ellos cuando es usado en disciplinas diferentes, para defender lo cual me
apoyo en la unicidad del soporte y puedo remitirme al menos a dos
argumentos. El primero, ya tradicional, lo tomo de E. Benveniste, cuando
habla del carácter ‘necesario’ del signo lingüístico: en consecuencia, sea la
especificidad que queramos darle a una palabra, hay un significado, un
sentido, que deviene necesario, que es imposible erradicar. El otro criterio lo
tomo de S. Zizek, quien se suma a la larga lista de filósofos y lingüistas
interesados en el modo de ‘significar’, conjugando tendencias diferentes. Me
interesa además porque su objetivo es revalorizar las palabras en uso y romper
de ese modo la barrera que separa los lenguajes teóricos de los de la vida
cotidiana, sumándose así a la crítica contemporánea contra la noción de
metalenguaje, actitud ésta que ha abierto el camino a una transgresión
generalizada de las fronteras. Pues bien, este autor completa de algún modo
esa idea de unicidad o continuidad del sentido, aclarando que un término
necesariamente ‘designa’, construye un objeto, otorga un significado y éste se
mantiene, aunque no implique esto que se trate de un significado homogéneo.
Tiene que ver de algún modo con un concepto holístico que el autor
mencionado traslada al lenguaje: los límites que la presencia de lo Real
impone a toda simbolización afectan también a los discursos teóricos. Pues
bien, su concepto del ‘nombre’ se reconoce antidescriptivista al sostener que
el nombre se refiere al objeto por medio de lo que se ha dado en llamar el
“bautismo primigenio”, bautismo en el que se otorga, vinculándolo ahora con
E. Benveniste, el carácter necesario, y por el cual continúa refiriéndose a
ese objeto aun cuando todos los rasgos descriptivos del objeto existentes en el
momento de su bautismo hubieren desaparecido. Esto es lo que llama Zizek
el efecto retroactivo del nombre. De modo que es el nombre, dice,
el significante, el que soporta la identidad del objeto. El nombre de un objeto,
agrega, es ‘algo en él más que él’, y agrega: ese ‘plus’ en el objeto sigue
siendo el mismo en todos los mundos posibles, es la construcción discursiva
del objeto mismo, concepto que tiene que ver con la condición de que los
rasgos descriptivos de los objetos serán fundamentalmente inestables y estarán
abiertos a toda clase de rearticulaciones hegemónicas.
Acordes con esta hipótesis, podemos decir que las diferencias en los
conceptos que estamos tratando son solo rearticulaciones del mismo nombre o
concepto. De ahí la necesidad de establecer las vinculaciones entre los mismos
términos y sus correspondientes conceptos que aparecen en diferentes
paradigmas, no con el propósito de arrasar diferencias, que seguirán
existiendo, sino para deshacer obstáculos, abrir puertas, dejar fluir el
pensamiento, y de ese modo tal vez superar una condición que así describe
Parret (1995: 17): “La mayor parte de los científicos piensan que trabajan de
acuerdo con ideales transparentes, con una especie de ideal de cientificidad, y
no admiten de buen grado que son víctimas del paradigma con el que
trabajan” . Aclaro que es responsabilidad mía el destacado de la
palabra víctimas, porque me resultó llamativo el uso de ese término por el
autor de Las pasiones para referirse a una situación del investigador más
habitual de lo que tal vez pensamos. Luego, esta confrontación o apertura la
mayoría de las veces no significa alejamiento en el sentido de abandono o
pérdida de honestidad científica o de pertenencia a un campo teórico, por el
contrario es probable que dé como resultado una mayor comprensión o
esclarecimiento de los propios conceptos.

3. La enunciación.
Ahora podemos pasar al término enunciación, que en un principio no
aparece muy diferenciado de su par enunciado, y ver su utilización en
diferentes posiciones epistemológicas que provienen a su vez de una diferente
dirección en la relación entre los dos términos. Aunque sin duda sería muy
interesante, no me propongo hacer acá el recorrido de este par de términos en
la historia sino tomarlos en algunas de sus ocurrencias que entienda
significativas a los efectos del presente artículo.
Me resultó un hecho curioso que, en el Diccionario de términos
filológicos de Lázaro Carreter, edición 1968, los dos términos aparecen como
propuestos en forma indiferenciada para la traducción al español, vía francés,
de un concepto que se da como elaborado tempranamente por el
funcionalismo de Praga[ii], y que en inglés es utterance. Traducido éste más
bien hoy como ‘emisión’ o también como ‘proferencia’ o el mismo
‘ocurrencia’, en ese momento intenta dar cuenta de una unidad que no es
exclusivamente sintáctica, a diferencia de la oración o la frase. De algún modo
en esa época los dos términos que nos preocupan se entienden como
alternantes o sinónimos, ya que traducen la misma palabra del inglés y del
alemán, y también se propone enunciado como alternante
de discurso (Lázaro Carreter 1968:163/4).
Décadas después del surgimiento de la escuela de Praga leemos en los
textos de E. Benveniste, publicados originalmente entre 1966 y 1974,
especialmente en sus conocidos artículos “De la subjetividad en el lenguaje” y
“El aparato formal de la enunciación”, que no se sostiene esa
indiferenciación, al distinguirse el enunciado como lo realizado, el producto,
‘un espacio en el que aparece la huella de la enunciación’; ésta, en cambio, se
entiende como ‘la puesta en funcionamiento de la lengua’, un
‘acontecimiento’ en la línea del tiempo que se concibe -por su propia
naturaleza- irrepetible, incognoscible; solo deja la huella de su paso,
conceptos estos que todavía se sostienen.
Ya sabemos que la enunciación tiene que ver con la lengua en sus
diferentes realizaciones, por empezar tanto la vía oral como la escrita. Pero no
puedo dejar de vincular este concepto acerca de la enunciación con un rasgo
señalado a veces para el lenguaje en general, que, recordemos, para la mayoría
de los estructuralistas –lo son E. Benveniste y los funcionalistas o fonólogos
de Praga- se desarrolla en la oralidad: este rasgo es su condición de
evanescencia. El concepto de enunciación parece tener la impronta de esta
cotidianeidad con los conceptos sobre el lenguaje desde un punto de vista
general tan elaborados por el estructuralismo. Es más, cuando intentan definir
la enunciación se parece a lo que dice W. Ong acerca de la oralidad: “Las
palabras son acontecimientos, hechos... Guardan una relación especial con el
tiempo, distinta de la de los demás campos que se registran en la percepción
humana. El sonido solo existe cuando abandona la existencia. No es
simplemente perecedero sino, en esencia, evanescente... Si paralizo el
movimiento del sonido no tengo nada: solo el silencio...” (Ong 1993: 38). Por
eso tal vez no es de extrañar que los jóvenes que se inician en Lingüística
tiendan a confundir ‘enunciación’ con ‘oralidad’...
Hecha esta digresión volvamos a las definiciones de arriba. A partir de
ellas, las corrientes de estudio del discurso que surgieron de la Lingüística
toman el enunciado –es decir, las antiguas humildes ‘emisiones’ o similares-
pero se interesan por la enunciación, porque es a la que se le otorga mayor
importancia toda vez que el concepto de ‘huella’ que define al enunciado no
vale en sí mismo sino en tanto testimonio, recuerdo, lo que queda de ese
‘algo’ que fue y que en el mismo momento dejó de ser, según las
concepciones al uso. Esto se da simplemente mediante un mecanismo de
connotación, es inseparable de la palabra. Razonamientos posteriores pueden
hacernos ver la prioridad de eso que llamamos ‘huella’, de lo superficial [iii],
pero todavía se sigue pensando que ‘la clave del discurso está en el estudio de
la enunciación’.
Pues bien, por definición la enunciación es lo-que-ya-no-es, solo tuvo
existencia durante un instante fugaz, inasible, inexistente. Es interesante notar
que no puede desvincularse este concepto de una idea de tiempo proyectivo, y
al mismo tiempo del lenguaje como algo que es en el tiempo; el lenguaje,
facultad del ser humano, que también ‘es’ en el tiempo, visto en una sucesión
lineal unidireccional. En efecto, esa linealidad reconocida para el lenguaje es
un correlato de un concepto lineal, no cíclico, del tiempo, concepción que
impregna y es constitutiva de toda nuestra cultura. En esa línea encaja el
reconocer en la enunciación como rasgo definitorio su condición de
irrepetible, ya que está construido sobre el tiempo, que es irreversible, y eso
mismo determina su ausencia, o casi ausencia, de materialidad: solo la tuvo
en un momento en el tiempo, es toda eventualidad, toda historia.
Vista de este modo, esta relación entre la teoría de la enunciación que
se desarrolla a partir de Benveniste y el rasgo de linealidad que reconoce
Saussure como propio de la lengua, así como el pensar la enunciación con la
mirada sincrónica (ya que es en un momento, el movimiento diacrónico la
hace desaparecer), se muestran como elementos que tienen que ver con una
visión de su teoría de raíces estructuralistas.
Digamos además que este rasgo de lo-que-no-es, lo que ya nunca podrá
volver a ser, y que sin embargo se considera central en los estudios,
inevitablemente genera un movimiento frustrante por el impulso a
recuperarlo; si adosamos los cuestionamientos sobre las posibilidades de
significar del lenguaje cuya fuente próxima difundida es Nietzche, se refuerza
en todo lo que es verbal el concepto de lo ‘inefable’, algo parecido a lo que
leemos en T. Todorov: ‘la enunciación es el arquetipo mismo de lo
incognoscible’ (citado por Kerbrat Orecchioni, 1993: 39). Me interesa reiterar
estas conceptualizaciones, coincidentes con un especie de frustrado ‘sueño
romántico de la inmediatez’, que desemboca en reconocer como finalidad
última la interpretación.
En el enunciado que-fue-enunciación se busca el sujeto –ya sabemos
que implica tanto emisor o emisores como receptor o receptores presentes o
ausentes, etc.-, es decir, la persona, el individuo, en un momento indiviso y
único de su existencia que se produce en un entrecruzamiento también único
de las cordenadas tiempo y espacio. El enunciado en cuanto tal no vale en sí
mismo sino como punto de partida para llegar al acto enunciativo
(Benveniste); se trata de recuperar el momento de la enunciación, de ‘recrear’
–aunque ya se sabe que es una empresa imposible- el espacio, tiempo, sujetos
(la parte o lo que es sujeto en ese espacio/tiempo) , todo lo cual nos aclaran
los teóricos no es en sí mismo el contexto –lo ‘real’- sino algo así como la
representación del contexto por los elementos del discurso, con un objetivo
hermenéutico: interpretar, comprender, explicar. Un movimiento que siempre
nos deja afuera, a salvo, en un después.
En este sentido tal vez podamos decir que considerar la enunciación
lleva al estudio inmanente del discurso o texto; sujeto, tiempo, espacio, valen
no por sí mismo sino en tanto conforman deícticos y modalizan la expresión.
A diferencia de este movimiento, considerar el enunciado lleva al estudio
trascendente del discurso o texto, es decir lleva, aunque para Foucault no
directamente, al contexto, a lo de afuera del lenguaje mismo, de ahí a la
experimentación.

4. El enunciado.
Dijimos que en la relación enunciación – enunciado, cuyo primer
exponente es Benveniste, de raíces estructuralistas, se parte del último para
llegar al primero. Una dirección opuesta encontramos en M. Foucault,
cuya Arqueología del saber (1969) es más o menos simultánea a la obra de E.
Benveniste. El enunciado supone la enunciación, momento singular que,
sometido a las fuerzas del azar y la necesidad, ha llegado hasta nosotros,
mientras que otros desaparecieron, pero eso no importa ni siquiera quién es el
sujeto. Hay un pasaje donde Foucault parece referirse a ese momento fugaz,
evanescente, inasible de la enunciación, cuando dice que considera errónea la
idea de que las palabras son viento, un cuchicheo exterior, un rumor de alas
que cuesta trabajo escuchar en medio de la seriedad de la historia (Foucault
1969, 352). En cambio, nos dirá, importa el enunciado en sí mismo, que
adquiere entonces un papel central en su teoría, al cual considera no ya una
mera ‘huella’ sino una materialidad con un determinado estatuto en el tiempo
‘hoy’.
De ahí que no le interese llegar al momento de la enunciación, lo cual
tiene que ver con su respuesta al por qué del estudio del discurso: el objetivo
no es la interpretación, nos dirá, sino la experimentación.
Es necesario para entender el concepto de enunciado ver qué se
entiende en Foucault por experimentar. El enunciado sería una unidad del
discurso, a su vez parte de los saberes o formaciones discursivas. En este
concepto, el enunciado interesa porque permite construir esas formaciones
históricas, y éstas interesan porque señalan el lugar de donde hemos salido...
En su larga producción aparecen analizados las formaciones discursivas, los
saberes, los dispositivos de poder que permitían el surgimiento de esos saberes
transformados en discursos y enunciados materiales, con el propósito de
investigar alrededor de qué ‘estados mixtos de poder-saber’ se mueve y dice la
sociedad sus discursos... De ahí que construir el corpus de los enunciados no
se acaba en lo verbal sino que intenta aproximarse a visualizar los focos de
poder alrededor de los cuales se constituyen los enunciados. Los ‘saberes’
aparecen dados, como equivalentes a ‘conjuntos de enunciados’. En este
contexto se relaciona ‘experimentar’ con el acto de pensar, con el concepto de
‘práctica’, o de ‘subjetivación’ o ‘constitución del sujeto’, lo cual no coincide
solo con el concepto de sujeto de la enunciación –que implica es cierto en
alguna medida, aunque sea mínimamente gramatical, el ser ‘agente’ o ‘actor’-,
sino que se es sujeto en el acto de pensar y justamente de ‘plantarse’, de
erguirse frente a los saberes.
Curiosamente, ha resurgido en estos días un texto de Susan
Sontag Contra la interpretación, que fue escrito también en la década del 70 y
que por lo tanto podría integrarse a este diálogo de época, al que quiero
referirme porque la autora enfrenta allí nuevamente ‘interpretación’ y
‘experimentación’. Aunque se refiere especialmente a la obra de arte en
general, dirige sobre todo su crítica a la literatura y menos al teatro, por lo
cual, teniendo en cuenta el papel crucial de la lengua en esas expresiones
podemos incorporarla a este ‘diálogo’. La crítica de S. Sontag apunta a que la
pretensión de interpretar implica la suposición –que considera ‘arbitraria’- de
la existencia de un ‘contenido’ que puede ser traducible de acuerdo con ciertas
‘reglas’ de interpretación”, con cuya aplicación se pretende resolver una
discrepancia entre el significado (evidente) del texto y las exigencias de
(posteriores) lectores. El intérprete, dice, sin llegar a suprimir o re-escribir el
texto, lo altera, pero no puede admitir que es eso lo que hace, pretende no
hacer otra cosa que tornarlo inteligible, descubriéndonos su ‘verdadero’
significado. Agrega luego que en nuestra época, “el moderno estilo de
interpretación excava, y en la medida que excava, destruye; escarba hasta
‘más allá del texto’ para descubrir un subtexto que resulte ser el verdadero”.
(29) Y más adelante, aludiendo a S. Freud: “ Interpretar es empobrecer,
reducir el mundo, para instaurar un mundo sombrío de significados... El
mundo, nuestro mundo, está ya bastante reducido y empobrecido.
Desechemos pues todos sus duplicados, hasta tanto experimentemos con más
inmediatez cuanto tenemos.” (30/31) . [iv]
En La arqueología del saber el rechazo a la interpretación también es
explícito, como lo reafirma su comentarista, G. Deleuze. Esta actitud va junto
a restar importancia al momento de la enunciación y a rescatar en cambio la
importancia del enunciado, que se fundamenta sobre todo en su materialidad.
Esta es la condición que destaca del discurso, su condición de constituir una
positividad, una materialidad, condición que comparte con los enunciados que
lo componen o constituyen. Estos no consisten por lo tanto para Foucault en la
huella que remite al momento de la enunciación, acto individual producido,
formulado por un ‘sujeto’ en circunstancias únicas, sino que cobran
importancia en sí mismo. Al concebirlo de ese modo la dirección es opuesta a
la que vimos anteriormente: se trata de encontrar la superficie de inscripción
de los enunciados que constituyen el discurso. Define al enunciado como
elemento último, que no se puede descomponer, que puede ser aislado y entrar
en juego de relaciones con otros, algo así como ‘el átomo’, dice, la mínima
unidad del discurso.
Con la idea de experimentar también va unida la de considerar a los
discursos no documentos sino monumentos del saber. El documento se
relaciona con ´prueba´, ´testimonio´; el monumento con ´hacer presente,
memoria´. La cita es de Gilles Deleuze, quien continúa analizando su
pensamiento: Las formaciones históricas solo le interesan porque señalan el
lugar de donde hemos salido, donde estamos confinados, aquello con lo que
hemos de romper para hallar las nuevas relaciones que nos expresan...
Pensar es siempre experimentar, nunca interpretar, la experiencia es siempre
actual, acerca de lo que emerge, de lo nuevo, lo que se está formando. En otra
parte leemos, refiriéndose aparentemente otra vez a la enunciación: No se
trata de buscar los orígenes perdidos o borrados, sino de tomar las cosas allí
donde nacen, en el medio, hender las cosas, hender las palabras... La
emergencia, lo que Foucault llamaba “la actualidad”... (Deleuze 1996, 140,
170).
Me interesa continuar todavía refiriéndome a algunos aspectos del
pensamiento de M. Foucault, quien muchas veces abreva en la lengua pero no
se limita a la misma al hablar del discurso, y no solo porque no es lingüista.
Creo que su lectura nos permite, al menos mínimamente, confrontar conceptos
fundamentales para nuestro tema de estudios. En principio vemos que poner el
acento en el enunciado plantea de otro modo el tema ‘tiempo’: se acerca más a
un concepto cíclico del mismo, solamente dentro del cual puede aparecer esa
condición de ‘repetible’ que reconoce como inherente a la materialidad del
enunciado. Es este mismo punto de vista el que tiene que ver con el concepto
de ‘actualidad’, de estar presente y no en un después aunque sea solo un
instante después, lo cual se relaciona justamente con el experimentar. [v]
El proceso de interpretar, en cambio, que es la respuesta que muchas
veces encontramos al por qué de los estudios del discurso y que casi siempre
queda como única respuesta, es de algún modo considerar a lo que tenemos,
es decir, el ‘enunciado’, como si fueran los restos del discurso, y desde él
esforzarnos por aproximarnos al momento de la enunciación, no para hacerlo
presente o ‘revivirlo’, ya que la posibilidad está negada en el mismo concepto,
sino tan solo para interpretarlo. Lo importante es que, así entendido, favorece
una mirada inmanentista sobre el lenguaje que justifica a mi entender el
aguzar el análisis de elementos léxicogramaticales, textuales, etc., con lo que
intentamos mirar desde un afuera y desde otro tiempo la singularidad del
hecho irrepetible, que hemos perdido. Los estudios de enunciación justamente
reúnen léxico-gramática y discurso, se los define como “la búsqueda de los
procedimientos lingüísticos con los cuales el locutor imprime su marca al
enunciado, se inscribe en el mensaje y se sitúa en relación a él”. Este
movimiento implica de algún modo, para E. Verón, un movimiento
consistente en partir del elemento, de lo simple a lo complejo, práctica
analítica en que consisten muchas veces los ‘análisis de discurso’. Es diferente
si partimos, como lo señalamos arriba, de reconocer el discurso o enunciado
como una función de coexistencia, dentro de la que se puede reconocer no
obstante la autonomía de estructuras del lenguaje; por eso dirá Verón que hay
que encarar lo complejo en cuanto tal, porque “lo más complejo
sobredetermina lo más simple, la discursividad social sobredetermina los
intercambios de palabra entre los actores sociales”. Y termina: “El camino que
une la lingüística a la teoría de los discursos hay que recorrerlo ahora yendo
de lo más complejo a lo más simple, es decir, en el sentido inverso” (Verón
1993: 228)[vi].
El tener en cuenta lo complejo y no las unidades de análisis es por
suerte una práctica ya bastante aceptada, aunque no tan generalizada como
sería esperable para la vitalidad de la materia, desde el momento en que se
establece la importancia de la macroestructura o de la comprensión del
sentido del texto, a menudo coincidente éste con el ‘sentido común’, como
primera aproximación. Para abonar lo dicho arriba, no es sin embargo vano
tener en cuenta que agudizar la metodología analítica para establecer
correlatos entre lo léxico-gramatical y lo enunciativo puede conducir a
conclusiones de tipo casuísticas, habida cuenta de la reconocida versatilidad
del sistema lingüístico, condición ésta no ajena a algunos rasgos propios del
lenguaje en tanto sistema de comunicación, como por ejemplo que posee un
alto grado de redundancia, del orden del 50 al 55 % en algunos de los pocos
estudios realizados; o a la heterogeneidad aceptada como rasgo constitutivo de
la lengua misma pero nunca conocida suficientemente, sin lo cual se puede
correr el riesgo de otorgar valor discursivo a lo que constituirían simplemente
variaciones dialectológicas, por ejemplo.
Este tipo de observaciones a veces han sido realizadas por los
investigadores del discurso, apuntando específicamente a cuestiones como la
noción de ‘subjetivema’, por ejemplo, que guardan coherencia con las
observaciones hechas desde hace bastante tiempo a la noción de ‘signo
lingüístico’ [vii]. En lo que hace a mi interés, es importante tenerlas en cuenta
porque alertan sobre una posible distorsión con que podemos tomar el
discurso verbal en tanto fenómeno comunicacional. [viii]

5. Algunas conclusiones.
El recorrido del texto de M. Foucault en el que se da
fundamentalmente su pensamiento sobre el discurso, esto es, la Arqueología
del saber, nos permitió establecer un diálogo con otros autores habituales en
los estudios del discurso de impronta lingüística, en el que pudimos trazar
vinculaciones con diferentes miradas respecto a dos conceptos básicos de la
teoría del discurso: los de enunciación y enunciado, y las relaciones que se
establecen entre ambos. Esto en principio ayuda a una comprensión de los
conceptos que habitualmente utilizamos, pero además y fundamentalmente
permite ampliar la perspectiva del discurso desde una mirada
interdisciplinaria. Tal vez esto sirva para tener un mejor diálogo con otras
disciplinas y también en el interior de la misma lingüística.
La atribución, negativa o positiva, de los rasgos de materialidad,
singularidad y repetibilidad, en los conceptos tratados, concurren a una mejor
comprensión de los mismos al tiempo que permiten ver su relevancia para los
estudios sociales. Podemos decir, tal vez simplificando mucho, que el
enunciado es material, la enunciación por definición pierde su materialidad en
cuanto es; el enunciado es repetible, la enunciación no lo es por definición,
cada intento de repetirla produce en realidad una nueva enunciación; el
enunciado es social, la enunciación es individual. Ya está asentado en nuestros
estudios la importancia del momento de la enunciación; este recorrido nos
permite comprender, creo yo, la importancia y el por qué de tomar en cuenta
el enunciado, en coincidencia con tendencias actuales a marcar la importancia
del soporte, por ejemplo, del producto de superficie, los dispositivos de poder.
Pueden apuntarse algunas observaciones y consecuencias, como señala
el mismo autor, que ayudan a deshacer una actitud que yo llamaría ‘ingenua’
con respecto a los estudios del discurso:
- Las condiciones para que surja un objeto de discurso, para que se pueda
“decir de él algo”, son numerosas e importantes.: ...no se puede hablar en
cualquier época de cualquier cosa; no es fácil decir algo nuevo; no basta con
abrir los ojos, ya que. el objeto existe en las condiciones positivas de un haz
complejo de relaciones;
- Estas relaciones no están presentes en el objeto sino en las instituciones, en
los procesos económicos y sociales, sistemas de normas, tipos de
clasificación..., no definen su condición interna sino lo que les permite
aparecer, definir su diferencia... estar colocado en un campo de exterioridad.
- Se abre todo un espacio articulado de descripciones posibles: sistema de las
relaciones primarias o reales; sistema de las relaciones secundarias o
reflexivas, y sistema de las relaciones propiamente discursivas.
- Las relaciones discursivas... se hallan en cierto modo, en el límite del
discurso: les ofrecen los objetos de que puede hablar, o más bien determinan
el haz de relaciones que el discurso debe efectuar para poder hablar de tales y
cuales objetos, para poder tratarlos, nombrarlos, analizarlos... Estas relaciones
caracterizan no a la lengua ni a la situación sino al discurso mismo en cuanto
práctica.
Como se dice arriba, no se puede hablar en cualquier época de
cualquier cosa. Hay condiciones que hacen que algo material como un
enunciado pueda ser repetido, convertirse en una ‘exterioridad’. Este concepto
sustenta una teoría de los discursos sociales, en la que sería bueno ver en qué
medida entra en juego la teoría de la enunciación. Me parece que el
reconocimiento de esos dos rasgos son definitorios y son los que permiten la
vigencia de un discurso en la sociedad, en palabras que tomo de G. Deleuze y
con las cuales cerraré este trabajo:

Esta materialidad repetible que caracteriza la función enunciativa hace


aparecer al enunciado como un objeto específico y paradójico, pero
como un objeto, a pesar de todo, entre todos los que los hombres
producen, manipulan, utilizan, combinan, descomponen y recomponen,
destruyen... En lugar de ser una cosa dicha de una vez para siempre y
perdida en el pasado, el enunciado, a la vez que surge en su
materialidad, aparece con un estatuto, entra en unas tramas, se sitúa en
campos de utilización, se ofrece a traspasos y a modificaciones
posibles, se integra en operaciones y en estrategias... circula, sirve, se
sustrae..., entra en el orden de las contiendas y de las luchas, se
convierte en tema de apropiación o de rivalidad (DELEUZE 1996, 176-
7).

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