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Enunciación - Enunciado Gladis María Lopreto
Enunciación - Enunciado Gladis María Lopreto
3. La enunciación.
Ahora podemos pasar al término enunciación, que en un principio no
aparece muy diferenciado de su par enunciado, y ver su utilización en
diferentes posiciones epistemológicas que provienen a su vez de una diferente
dirección en la relación entre los dos términos. Aunque sin duda sería muy
interesante, no me propongo hacer acá el recorrido de este par de términos en
la historia sino tomarlos en algunas de sus ocurrencias que entienda
significativas a los efectos del presente artículo.
Me resultó un hecho curioso que, en el Diccionario de términos
filológicos de Lázaro Carreter, edición 1968, los dos términos aparecen como
propuestos en forma indiferenciada para la traducción al español, vía francés,
de un concepto que se da como elaborado tempranamente por el
funcionalismo de Praga[ii], y que en inglés es utterance. Traducido éste más
bien hoy como ‘emisión’ o también como ‘proferencia’ o el mismo
‘ocurrencia’, en ese momento intenta dar cuenta de una unidad que no es
exclusivamente sintáctica, a diferencia de la oración o la frase. De algún modo
en esa época los dos términos que nos preocupan se entienden como
alternantes o sinónimos, ya que traducen la misma palabra del inglés y del
alemán, y también se propone enunciado como alternante
de discurso (Lázaro Carreter 1968:163/4).
Décadas después del surgimiento de la escuela de Praga leemos en los
textos de E. Benveniste, publicados originalmente entre 1966 y 1974,
especialmente en sus conocidos artículos “De la subjetividad en el lenguaje” y
“El aparato formal de la enunciación”, que no se sostiene esa
indiferenciación, al distinguirse el enunciado como lo realizado, el producto,
‘un espacio en el que aparece la huella de la enunciación’; ésta, en cambio, se
entiende como ‘la puesta en funcionamiento de la lengua’, un
‘acontecimiento’ en la línea del tiempo que se concibe -por su propia
naturaleza- irrepetible, incognoscible; solo deja la huella de su paso,
conceptos estos que todavía se sostienen.
Ya sabemos que la enunciación tiene que ver con la lengua en sus
diferentes realizaciones, por empezar tanto la vía oral como la escrita. Pero no
puedo dejar de vincular este concepto acerca de la enunciación con un rasgo
señalado a veces para el lenguaje en general, que, recordemos, para la mayoría
de los estructuralistas –lo son E. Benveniste y los funcionalistas o fonólogos
de Praga- se desarrolla en la oralidad: este rasgo es su condición de
evanescencia. El concepto de enunciación parece tener la impronta de esta
cotidianeidad con los conceptos sobre el lenguaje desde un punto de vista
general tan elaborados por el estructuralismo. Es más, cuando intentan definir
la enunciación se parece a lo que dice W. Ong acerca de la oralidad: “Las
palabras son acontecimientos, hechos... Guardan una relación especial con el
tiempo, distinta de la de los demás campos que se registran en la percepción
humana. El sonido solo existe cuando abandona la existencia. No es
simplemente perecedero sino, en esencia, evanescente... Si paralizo el
movimiento del sonido no tengo nada: solo el silencio...” (Ong 1993: 38). Por
eso tal vez no es de extrañar que los jóvenes que se inician en Lingüística
tiendan a confundir ‘enunciación’ con ‘oralidad’...
Hecha esta digresión volvamos a las definiciones de arriba. A partir de
ellas, las corrientes de estudio del discurso que surgieron de la Lingüística
toman el enunciado –es decir, las antiguas humildes ‘emisiones’ o similares-
pero se interesan por la enunciación, porque es a la que se le otorga mayor
importancia toda vez que el concepto de ‘huella’ que define al enunciado no
vale en sí mismo sino en tanto testimonio, recuerdo, lo que queda de ese
‘algo’ que fue y que en el mismo momento dejó de ser, según las
concepciones al uso. Esto se da simplemente mediante un mecanismo de
connotación, es inseparable de la palabra. Razonamientos posteriores pueden
hacernos ver la prioridad de eso que llamamos ‘huella’, de lo superficial [iii],
pero todavía se sigue pensando que ‘la clave del discurso está en el estudio de
la enunciación’.
Pues bien, por definición la enunciación es lo-que-ya-no-es, solo tuvo
existencia durante un instante fugaz, inasible, inexistente. Es interesante notar
que no puede desvincularse este concepto de una idea de tiempo proyectivo, y
al mismo tiempo del lenguaje como algo que es en el tiempo; el lenguaje,
facultad del ser humano, que también ‘es’ en el tiempo, visto en una sucesión
lineal unidireccional. En efecto, esa linealidad reconocida para el lenguaje es
un correlato de un concepto lineal, no cíclico, del tiempo, concepción que
impregna y es constitutiva de toda nuestra cultura. En esa línea encaja el
reconocer en la enunciación como rasgo definitorio su condición de
irrepetible, ya que está construido sobre el tiempo, que es irreversible, y eso
mismo determina su ausencia, o casi ausencia, de materialidad: solo la tuvo
en un momento en el tiempo, es toda eventualidad, toda historia.
Vista de este modo, esta relación entre la teoría de la enunciación que
se desarrolla a partir de Benveniste y el rasgo de linealidad que reconoce
Saussure como propio de la lengua, así como el pensar la enunciación con la
mirada sincrónica (ya que es en un momento, el movimiento diacrónico la
hace desaparecer), se muestran como elementos que tienen que ver con una
visión de su teoría de raíces estructuralistas.
Digamos además que este rasgo de lo-que-no-es, lo que ya nunca podrá
volver a ser, y que sin embargo se considera central en los estudios,
inevitablemente genera un movimiento frustrante por el impulso a
recuperarlo; si adosamos los cuestionamientos sobre las posibilidades de
significar del lenguaje cuya fuente próxima difundida es Nietzche, se refuerza
en todo lo que es verbal el concepto de lo ‘inefable’, algo parecido a lo que
leemos en T. Todorov: ‘la enunciación es el arquetipo mismo de lo
incognoscible’ (citado por Kerbrat Orecchioni, 1993: 39). Me interesa reiterar
estas conceptualizaciones, coincidentes con un especie de frustrado ‘sueño
romántico de la inmediatez’, que desemboca en reconocer como finalidad
última la interpretación.
En el enunciado que-fue-enunciación se busca el sujeto –ya sabemos
que implica tanto emisor o emisores como receptor o receptores presentes o
ausentes, etc.-, es decir, la persona, el individuo, en un momento indiviso y
único de su existencia que se produce en un entrecruzamiento también único
de las cordenadas tiempo y espacio. El enunciado en cuanto tal no vale en sí
mismo sino como punto de partida para llegar al acto enunciativo
(Benveniste); se trata de recuperar el momento de la enunciación, de ‘recrear’
–aunque ya se sabe que es una empresa imposible- el espacio, tiempo, sujetos
(la parte o lo que es sujeto en ese espacio/tiempo) , todo lo cual nos aclaran
los teóricos no es en sí mismo el contexto –lo ‘real’- sino algo así como la
representación del contexto por los elementos del discurso, con un objetivo
hermenéutico: interpretar, comprender, explicar. Un movimiento que siempre
nos deja afuera, a salvo, en un después.
En este sentido tal vez podamos decir que considerar la enunciación
lleva al estudio inmanente del discurso o texto; sujeto, tiempo, espacio, valen
no por sí mismo sino en tanto conforman deícticos y modalizan la expresión.
A diferencia de este movimiento, considerar el enunciado lleva al estudio
trascendente del discurso o texto, es decir lleva, aunque para Foucault no
directamente, al contexto, a lo de afuera del lenguaje mismo, de ahí a la
experimentación.
4. El enunciado.
Dijimos que en la relación enunciación – enunciado, cuyo primer
exponente es Benveniste, de raíces estructuralistas, se parte del último para
llegar al primero. Una dirección opuesta encontramos en M. Foucault,
cuya Arqueología del saber (1969) es más o menos simultánea a la obra de E.
Benveniste. El enunciado supone la enunciación, momento singular que,
sometido a las fuerzas del azar y la necesidad, ha llegado hasta nosotros,
mientras que otros desaparecieron, pero eso no importa ni siquiera quién es el
sujeto. Hay un pasaje donde Foucault parece referirse a ese momento fugaz,
evanescente, inasible de la enunciación, cuando dice que considera errónea la
idea de que las palabras son viento, un cuchicheo exterior, un rumor de alas
que cuesta trabajo escuchar en medio de la seriedad de la historia (Foucault
1969, 352). En cambio, nos dirá, importa el enunciado en sí mismo, que
adquiere entonces un papel central en su teoría, al cual considera no ya una
mera ‘huella’ sino una materialidad con un determinado estatuto en el tiempo
‘hoy’.
De ahí que no le interese llegar al momento de la enunciación, lo cual
tiene que ver con su respuesta al por qué del estudio del discurso: el objetivo
no es la interpretación, nos dirá, sino la experimentación.
Es necesario para entender el concepto de enunciado ver qué se
entiende en Foucault por experimentar. El enunciado sería una unidad del
discurso, a su vez parte de los saberes o formaciones discursivas. En este
concepto, el enunciado interesa porque permite construir esas formaciones
históricas, y éstas interesan porque señalan el lugar de donde hemos salido...
En su larga producción aparecen analizados las formaciones discursivas, los
saberes, los dispositivos de poder que permitían el surgimiento de esos saberes
transformados en discursos y enunciados materiales, con el propósito de
investigar alrededor de qué ‘estados mixtos de poder-saber’ se mueve y dice la
sociedad sus discursos... De ahí que construir el corpus de los enunciados no
se acaba en lo verbal sino que intenta aproximarse a visualizar los focos de
poder alrededor de los cuales se constituyen los enunciados. Los ‘saberes’
aparecen dados, como equivalentes a ‘conjuntos de enunciados’. En este
contexto se relaciona ‘experimentar’ con el acto de pensar, con el concepto de
‘práctica’, o de ‘subjetivación’ o ‘constitución del sujeto’, lo cual no coincide
solo con el concepto de sujeto de la enunciación –que implica es cierto en
alguna medida, aunque sea mínimamente gramatical, el ser ‘agente’ o ‘actor’-,
sino que se es sujeto en el acto de pensar y justamente de ‘plantarse’, de
erguirse frente a los saberes.
Curiosamente, ha resurgido en estos días un texto de Susan
Sontag Contra la interpretación, que fue escrito también en la década del 70 y
que por lo tanto podría integrarse a este diálogo de época, al que quiero
referirme porque la autora enfrenta allí nuevamente ‘interpretación’ y
‘experimentación’. Aunque se refiere especialmente a la obra de arte en
general, dirige sobre todo su crítica a la literatura y menos al teatro, por lo
cual, teniendo en cuenta el papel crucial de la lengua en esas expresiones
podemos incorporarla a este ‘diálogo’. La crítica de S. Sontag apunta a que la
pretensión de interpretar implica la suposición –que considera ‘arbitraria’- de
la existencia de un ‘contenido’ que puede ser traducible de acuerdo con ciertas
‘reglas’ de interpretación”, con cuya aplicación se pretende resolver una
discrepancia entre el significado (evidente) del texto y las exigencias de
(posteriores) lectores. El intérprete, dice, sin llegar a suprimir o re-escribir el
texto, lo altera, pero no puede admitir que es eso lo que hace, pretende no
hacer otra cosa que tornarlo inteligible, descubriéndonos su ‘verdadero’
significado. Agrega luego que en nuestra época, “el moderno estilo de
interpretación excava, y en la medida que excava, destruye; escarba hasta
‘más allá del texto’ para descubrir un subtexto que resulte ser el verdadero”.
(29) Y más adelante, aludiendo a S. Freud: “ Interpretar es empobrecer,
reducir el mundo, para instaurar un mundo sombrío de significados... El
mundo, nuestro mundo, está ya bastante reducido y empobrecido.
Desechemos pues todos sus duplicados, hasta tanto experimentemos con más
inmediatez cuanto tenemos.” (30/31) . [iv]
En La arqueología del saber el rechazo a la interpretación también es
explícito, como lo reafirma su comentarista, G. Deleuze. Esta actitud va junto
a restar importancia al momento de la enunciación y a rescatar en cambio la
importancia del enunciado, que se fundamenta sobre todo en su materialidad.
Esta es la condición que destaca del discurso, su condición de constituir una
positividad, una materialidad, condición que comparte con los enunciados que
lo componen o constituyen. Estos no consisten por lo tanto para Foucault en la
huella que remite al momento de la enunciación, acto individual producido,
formulado por un ‘sujeto’ en circunstancias únicas, sino que cobran
importancia en sí mismo. Al concebirlo de ese modo la dirección es opuesta a
la que vimos anteriormente: se trata de encontrar la superficie de inscripción
de los enunciados que constituyen el discurso. Define al enunciado como
elemento último, que no se puede descomponer, que puede ser aislado y entrar
en juego de relaciones con otros, algo así como ‘el átomo’, dice, la mínima
unidad del discurso.
Con la idea de experimentar también va unida la de considerar a los
discursos no documentos sino monumentos del saber. El documento se
relaciona con ´prueba´, ´testimonio´; el monumento con ´hacer presente,
memoria´. La cita es de Gilles Deleuze, quien continúa analizando su
pensamiento: Las formaciones históricas solo le interesan porque señalan el
lugar de donde hemos salido, donde estamos confinados, aquello con lo que
hemos de romper para hallar las nuevas relaciones que nos expresan...
Pensar es siempre experimentar, nunca interpretar, la experiencia es siempre
actual, acerca de lo que emerge, de lo nuevo, lo que se está formando. En otra
parte leemos, refiriéndose aparentemente otra vez a la enunciación: No se
trata de buscar los orígenes perdidos o borrados, sino de tomar las cosas allí
donde nacen, en el medio, hender las cosas, hender las palabras... La
emergencia, lo que Foucault llamaba “la actualidad”... (Deleuze 1996, 140,
170).
Me interesa continuar todavía refiriéndome a algunos aspectos del
pensamiento de M. Foucault, quien muchas veces abreva en la lengua pero no
se limita a la misma al hablar del discurso, y no solo porque no es lingüista.
Creo que su lectura nos permite, al menos mínimamente, confrontar conceptos
fundamentales para nuestro tema de estudios. En principio vemos que poner el
acento en el enunciado plantea de otro modo el tema ‘tiempo’: se acerca más a
un concepto cíclico del mismo, solamente dentro del cual puede aparecer esa
condición de ‘repetible’ que reconoce como inherente a la materialidad del
enunciado. Es este mismo punto de vista el que tiene que ver con el concepto
de ‘actualidad’, de estar presente y no en un después aunque sea solo un
instante después, lo cual se relaciona justamente con el experimentar. [v]
El proceso de interpretar, en cambio, que es la respuesta que muchas
veces encontramos al por qué de los estudios del discurso y que casi siempre
queda como única respuesta, es de algún modo considerar a lo que tenemos,
es decir, el ‘enunciado’, como si fueran los restos del discurso, y desde él
esforzarnos por aproximarnos al momento de la enunciación, no para hacerlo
presente o ‘revivirlo’, ya que la posibilidad está negada en el mismo concepto,
sino tan solo para interpretarlo. Lo importante es que, así entendido, favorece
una mirada inmanentista sobre el lenguaje que justifica a mi entender el
aguzar el análisis de elementos léxicogramaticales, textuales, etc., con lo que
intentamos mirar desde un afuera y desde otro tiempo la singularidad del
hecho irrepetible, que hemos perdido. Los estudios de enunciación justamente
reúnen léxico-gramática y discurso, se los define como “la búsqueda de los
procedimientos lingüísticos con los cuales el locutor imprime su marca al
enunciado, se inscribe en el mensaje y se sitúa en relación a él”. Este
movimiento implica de algún modo, para E. Verón, un movimiento
consistente en partir del elemento, de lo simple a lo complejo, práctica
analítica en que consisten muchas veces los ‘análisis de discurso’. Es diferente
si partimos, como lo señalamos arriba, de reconocer el discurso o enunciado
como una función de coexistencia, dentro de la que se puede reconocer no
obstante la autonomía de estructuras del lenguaje; por eso dirá Verón que hay
que encarar lo complejo en cuanto tal, porque “lo más complejo
sobredetermina lo más simple, la discursividad social sobredetermina los
intercambios de palabra entre los actores sociales”. Y termina: “El camino que
une la lingüística a la teoría de los discursos hay que recorrerlo ahora yendo
de lo más complejo a lo más simple, es decir, en el sentido inverso” (Verón
1993: 228)[vi].
El tener en cuenta lo complejo y no las unidades de análisis es por
suerte una práctica ya bastante aceptada, aunque no tan generalizada como
sería esperable para la vitalidad de la materia, desde el momento en que se
establece la importancia de la macroestructura o de la comprensión del
sentido del texto, a menudo coincidente éste con el ‘sentido común’, como
primera aproximación. Para abonar lo dicho arriba, no es sin embargo vano
tener en cuenta que agudizar la metodología analítica para establecer
correlatos entre lo léxico-gramatical y lo enunciativo puede conducir a
conclusiones de tipo casuísticas, habida cuenta de la reconocida versatilidad
del sistema lingüístico, condición ésta no ajena a algunos rasgos propios del
lenguaje en tanto sistema de comunicación, como por ejemplo que posee un
alto grado de redundancia, del orden del 50 al 55 % en algunos de los pocos
estudios realizados; o a la heterogeneidad aceptada como rasgo constitutivo de
la lengua misma pero nunca conocida suficientemente, sin lo cual se puede
correr el riesgo de otorgar valor discursivo a lo que constituirían simplemente
variaciones dialectológicas, por ejemplo.
Este tipo de observaciones a veces han sido realizadas por los
investigadores del discurso, apuntando específicamente a cuestiones como la
noción de ‘subjetivema’, por ejemplo, que guardan coherencia con las
observaciones hechas desde hace bastante tiempo a la noción de ‘signo
lingüístico’ [vii]. En lo que hace a mi interés, es importante tenerlas en cuenta
porque alertan sobre una posible distorsión con que podemos tomar el
discurso verbal en tanto fenómeno comunicacional. [viii]
5. Algunas conclusiones.
El recorrido del texto de M. Foucault en el que se da
fundamentalmente su pensamiento sobre el discurso, esto es, la Arqueología
del saber, nos permitió establecer un diálogo con otros autores habituales en
los estudios del discurso de impronta lingüística, en el que pudimos trazar
vinculaciones con diferentes miradas respecto a dos conceptos básicos de la
teoría del discurso: los de enunciación y enunciado, y las relaciones que se
establecen entre ambos. Esto en principio ayuda a una comprensión de los
conceptos que habitualmente utilizamos, pero además y fundamentalmente
permite ampliar la perspectiva del discurso desde una mirada
interdisciplinaria. Tal vez esto sirva para tener un mejor diálogo con otras
disciplinas y también en el interior de la misma lingüística.
La atribución, negativa o positiva, de los rasgos de materialidad,
singularidad y repetibilidad, en los conceptos tratados, concurren a una mejor
comprensión de los mismos al tiempo que permiten ver su relevancia para los
estudios sociales. Podemos decir, tal vez simplificando mucho, que el
enunciado es material, la enunciación por definición pierde su materialidad en
cuanto es; el enunciado es repetible, la enunciación no lo es por definición,
cada intento de repetirla produce en realidad una nueva enunciación; el
enunciado es social, la enunciación es individual. Ya está asentado en nuestros
estudios la importancia del momento de la enunciación; este recorrido nos
permite comprender, creo yo, la importancia y el por qué de tomar en cuenta
el enunciado, en coincidencia con tendencias actuales a marcar la importancia
del soporte, por ejemplo, del producto de superficie, los dispositivos de poder.
Pueden apuntarse algunas observaciones y consecuencias, como señala
el mismo autor, que ayudan a deshacer una actitud que yo llamaría ‘ingenua’
con respecto a los estudios del discurso:
- Las condiciones para que surja un objeto de discurso, para que se pueda
“decir de él algo”, son numerosas e importantes.: ...no se puede hablar en
cualquier época de cualquier cosa; no es fácil decir algo nuevo; no basta con
abrir los ojos, ya que. el objeto existe en las condiciones positivas de un haz
complejo de relaciones;
- Estas relaciones no están presentes en el objeto sino en las instituciones, en
los procesos económicos y sociales, sistemas de normas, tipos de
clasificación..., no definen su condición interna sino lo que les permite
aparecer, definir su diferencia... estar colocado en un campo de exterioridad.
- Se abre todo un espacio articulado de descripciones posibles: sistema de las
relaciones primarias o reales; sistema de las relaciones secundarias o
reflexivas, y sistema de las relaciones propiamente discursivas.
- Las relaciones discursivas... se hallan en cierto modo, en el límite del
discurso: les ofrecen los objetos de que puede hablar, o más bien determinan
el haz de relaciones que el discurso debe efectuar para poder hablar de tales y
cuales objetos, para poder tratarlos, nombrarlos, analizarlos... Estas relaciones
caracterizan no a la lengua ni a la situación sino al discurso mismo en cuanto
práctica.
Como se dice arriba, no se puede hablar en cualquier época de
cualquier cosa. Hay condiciones que hacen que algo material como un
enunciado pueda ser repetido, convertirse en una ‘exterioridad’. Este concepto
sustenta una teoría de los discursos sociales, en la que sería bueno ver en qué
medida entra en juego la teoría de la enunciación. Me parece que el
reconocimiento de esos dos rasgos son definitorios y son los que permiten la
vigencia de un discurso en la sociedad, en palabras que tomo de G. Deleuze y
con las cuales cerraré este trabajo: