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Pollux H ernúñez (Salam anca, 1949) es d o c to r

en Filología C lásica por la S orbona. Ha d e d ica d o


la m ayor parte de su vida a dos pasiones,
Mitos,
la tra d u cció n y el teatro. Es au tor de
héroes y montruos de la España antigua y
Monstruos, duendes y seres fantásticos
de la mitología cántabra. Entre las obras
que ha trasla da do se cuentan títulos tan
c o n o c id o s co m o Los viajes de Gulliver
(prim era tra d u cció n íntegra en castellano), ‘■ m - .

Oliver Twist, El tulipán negro o El conde H:' ■·. .

de Montecristo; otros m enos habituales


- E l otro mundo o los estados e imperios
de la luna, de C yrano de Bergerac,
y La historia de Rásselas, príncipe de Abisinia,
i '
del Dr. Sam uel J o h n s o n - y algunos totalm e nte
ignorados, com o El pudding mágico, de Norm an
Lindsay, clá sic o de la literatura infantil australiana
d e s c o n o c id o hasta en tonce s en España.
En r e y L e a r ha pu b lica d o La prehistoria
de la ciencia ficción/ Del tercer milenio a c .
a Julio Verne [ b r e v i a r i o s d e r e y l e a r , n° 4 3 ] ,
La sátira
Insultos y burlas en la literatura
de la antigua Roma

La afición de los políticos a mentir y robar


ha acompañado todas las edades del hombre.
Desde el siglo -v, y durante mil años, los escritores
romanos combatieron la codicia y falsedad
de sus gobernantes con un género literario dedicado
a criticarlos y ridiculizarlos, la sátira. Fue mucho más
que un simple derecho al pataleo, se convirtió
en un ejercicio de la libertad de expresión
en el que no se ahorran burlas, insultos, sarcasmos,
ironías y provocaciones. A muchos autores
les costaría la vida, pero al menos acabaron sus días
mortales con esa fiesta de la risa que entraña la burla
para los pueblos a orillas del Mediterráneo.
Pollux Hernúñez ha repasado y traducido las mejores
sátiras de la antigua Roma, desde las de Lucilio hasta
las de Claudiano, pasando por Horacio, Plauto, Juvenal,
Marcial... Todos ellos se mofan alegremente de
unos dirigentes demasiado parecidos a los.nuestros.
BREVIARIOS DE REY LEAR [52]

L a sá t ir a
In s u l t o s y b u r l a s
EN LA LITERATURA DE LA ANTIGUA R O M A
P r im e r a e d ic ió n e n R e y L e a r , f e b r e r o d e 2 0 1 4

Edita: REY LEAR, S.L.


www.reylear.es

© Pollux Hernúfiez, 2014

Derechos exclusivos de esta edición en lengua española


© R ey L e a r , s . l .
A lberto Alcocer, 46 - 3o B
28016 M ad rid

Ilustración de cubierta: Detalle de Mosaico de los músicos, escena cómica


de la Villa de Cicerón, Pompeya (siglo +l)

IBIC: DSK
ISBN: 978-84-941594-5-9
Depósito Legal: M-2617-2014

Diseño y edición técnica: Jesús Egido


Corrección d e pruebas: Pepa Rebollo
Producción: Rey L e a r

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Printed in E.U.
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L a sá t ir a
In su l t o s y b u r l a s
EN LA LITERATURA DE LA ANTIGUA R.OMA

Pollux Hernúñez
Indice

Advertencia 13

I Introducción 17

II Lucilio y compañía 29

III El final de la República 39

IV Horacio 49

V O vidio y Fedro 57

V I Séneca 63

VII Persio y Petronio 69

VIII M arcial 79

IX Juvenal 87

X El crepúsculo 97

Notas 103
Bibliografía elemental 117
A Andrés Vázquez de Sola
A d v e r t e n c ia

H a c e YA MUCHO TIEMPO, de vuelta de sus fecundos


años de exilio parisino, Andrés Vázquez de Sola, con
ese ímpetu inoxidable que le caracteriza para lanzarse
a toda suerte de aventuras quijotescas (recuérdese El
cocodrilo o su campaña contra la incorporación de
España a la OTAN), convocó en su pueblo natal, San
Roque, a un nutrido grupo de personalidades de su
mundo, el del humor, y de otro que cultiva con no
menos dedicación y talento: el de la amistad. Allí reu­
nió a hombres como Antonio Alvarez Solís, Carlos Cas­
tilla del Pino, Luis Carandell, Juan Luis Gallardo, For­
ges, Fernando Puig Rosado, Javier Sádaba... A mí me
incluyó más por la amistad que nos había unido en
París que por mis méritos en ese mundillo, aunque se
le antojaba que podría ser la persona idónea para coor­
dinar la publicación de una colección dedicada a la
sátira universal.
Se trataba de la asamblea fundacional del Centro
Internacional de Estudios sobre el Humor y la Sátira,

13
que también contaba con Teresa Aranguren, Luis Gar­
cía Berlanga, José Luis Sampedro, José Saramago y
Manuel Vázquez Montalbán, y que las autoridades
locales estaban orgullosas de albergar para prez y
renombre del pueblo. En consecuencia proveyeron
medios y una sala para museo que acogería exposi­
ciones temporales, empezando por la obra de su dilec­
to hijo. Eran otros tiempos y el Campo de Gibraltar
daba hasta para tal incongruencia. Aunque por poco
tiempo, pues, por razones políticas —término este tan
ultrajado para disfrazar la incompetencia, la envidia,
la mentira y hasta el delito—, aquel proyecto quedó
en nada.
Pero antes de desaparecer en la polvareda de los
molinos que son gigantes, hubo tiempo para que el
Centro organizara su primer congreso. Andrés me dijo
que tenía que participar hablando de algo. Como soy
de latín, le respondí que me sería muy difícil. Recuer­
do que, con ese peculiar gracejo suyo, me dijo: «Cuan­
do uno sabe de pimientos, va a un congreso sobre
deporte y habla del pimiento y el deporte, a uno de
humor y habla del pimiento y el humor, así que ven y
habla de lo que sepas y el humor». Como no se le pue­
de decir no, al final le propuse hablar de la sátira en
Roma y aceptó. Gustó aquello cuando lo leí, volvió a
gustar poco después en Santander, adonde me invitó

14
otro buen amigo, Jesús Herrán, y finalmente se publi­
có en Luxemburgo en enero de 1992, en esa rarissima
auis que es la revista literaria abril (tan rara que sigue
volando hasta hoy bajo el infatigable impulso de Che­
ma Holguera).
Mientras tanto, Vázquez de Sola ha cumplido 86
ahitos y, a la sombra de Sierra Nevada, sigue blan­
diendo su acerado lápiz y su florido pincel con el mis­
mo denuedo que le conocí en Le Canard enchaîné o
en las publicaciones del Ruedo Ibérico, batiéndose
ahora contra la infamia y el desgobierno ambientes.
Ahora que he decidido desenterrar este texto, acica­
lándolo para la ocasión, veo lo cerca que se hallan los
retratos de los satíricos antiguos del personalísimo arte
de Andrés, que, si me dejara llevar por la pedantería
clásica, nombraría prosopobiografía, pero que, para
hablar claro, llamaremos caricatura biográfica (o bio­
grafía caricaturizada).
Así, lo que empezó como simple ponencia, se ha
transformado en opúsculo divulgativo sobre una
manera de sentir y de escribir que, a primera vista,
puede parecer muy alejada de nuestros días, pero que,
si se mira detenidamente, se verá que responde a algo
muy actual y reconocible, quizá porque las cuitas de
aquellos romanos, que tantas cosas nos dejaron, son
las mismas que parten el corazón a la gente de hoy.

15
El dios Mercurio en un fresco de Pompeya.
I
In t r o d u c c i ó n

D el título de este opús­


e f in a m o s e n p r im e r l u g a r

culo. Por la «antigua Roma» entiendo aquí en su sen­


tido más amplio la civilización que nace con la Repú­
blica romana a principios del siglo -V y desaparece con
la caída del Imperio mil años después. Invito, pues, al
lector a sobrevolar la historia de ese milenio para des­
cribir y comentar lo que sus autores satíricos escri­
bieron o, más exactamente, lo que nos queda de ellos.
En cuanto al concepto de «sátira», este breve ejemplo
de Marcial servirá para ilustrar las consideraciones teó­
ricas que seguirán:

Pensando en tu novia, Andrés,


te depilas pecho, axilas,
pubis, minga, piernas, pies.
¿En quién pensarás, Andrés,
cuando el culo te depilas?1

Una sátira es una composición artística, en este caso


literaria, que critica a alguien o algo ridiculizándolo.

17
Crítica y ridículo: dos conceptos clave que definen el
contenido y la forma de un género con multitud de
ramificaciones: el insulto, la
invectiva, la obscenidad, la
pulla, la burla, el sarcasmo, la
ironía, la parodia.
Analicemos para empezar
el primer elemento: la crítica.
¿Cuáles son los motivos que
pueden llevar a alguien a cri­
ticar a un congénere? Infini­
tos y muy humanos: la dife­
Escena de comedia
en un fresco de Pompeya.
rencia de opiniones, el pruri­
to de llevar la contraria, la
envidia, el odio, la venganza, o simplemente las ganas
de incordiar y divertirse, como parece ser el caso en
este epigrama de Marcial. Podría pensarse, pues, que
la sátira es la hez de la literatura, un género desco­
nocedor de los principios morales más elementales,
como el respeto al prójimo. Muy al contrario: la sáti­
ra no es sino la expresión de una sólida convicción
moral y muy frecuentemente su autor es un idealis­
ta decepcionado convertido en moralista. Por eso sue­
le decirse que la sátira fustiga los vicios humanos.
En cuanto al segundo elemento, el ridículo, todos
sabemos que la risa, la burla, es un arma poderosísi-

18
ma, pues el que ríe de otro lo hace porque de alguna
manera y en ese momento se considera superior a él.
La risa es la manifestación de una victoria intelectual,
la expresión de una libertad verdaderamente inalie­
nable e ilimitada. Por eso la sátira vive en la trans­
gresión: transgresión de lo mesurado, de lo decente,
de lo que está bien, y uti­
lización de lo desmesura­
do, de lo obsceno y de lo
censurable, para produ­
cir risa.
Como la crítica y el
ridículo producen placer,
e incluso morbo, no es sor- .
Mosaico pompeyano con mascaras
prendente que el sátiro- de la comedia latina.
grafo se granjee fácilmen­
te la complicidad del lector, y que la sátira sea uno de
los géneros más leídos, o vistos, pues hoy la televisión
está suplantando al libro en este como en otros campos.
Trasponiendo a Roma estos breves postulados teó­
ricos, sintetizados en los conceptos «crítica» y «ridí­
culo», entenderemos fácilmente la gran afición que
siempre tuvieron los romanos por la sátira, pues se
corresponden con dos características peculiares de la
civilización romana, que hacían de la existencia de la
sátira algo natural e incluso necesario.

19
Los logros de la civilización romana, muchos de
ellos todavía vivos y útiles, siguen sorprendiéndonos.
El pueblo de pastores que llegó a dominar el Medite­
rráneo y todas sus civilizaciones, el pueblo que con sus
instituciones jurídicas, políticas y administrativas echó
los cimientos de Occidente y dio una cultura y una
lengua a medio mundo, logró todo esto porque sus
ciudadanos creían en un gran destino y en una volun­
tad para conseguirlo. Esa voluntad se asentaba (ade­
más de en las legiones), en el principio de la partici­
pación activa del ciudadano en la sociedad. El dere­
cho a participar políticamente en la res pu b lica supo­
ne un intercambio constante de pareceres, una ten­
dencia casi natural a la persuasión, a la crítica de la
opinión contraria, a la condena de aquello de lo que
se disiente, y todo esto hace entrar en juego la res­
ponsabilidad moral del individuo. Es esta capacidad
para intervenir en la realidad circundante lo que expli­
ca sin duda la abundancia de autores que sienten la
necesidad de expresarse, de convencer, de dar leccio­
nes, de criticar y censurar lo que otros más potentes,
más aviesos o más necios que ellos imponen de una u
otra manera en ese entorno común.
Además de esta predisposición política a la per­
suasión, al didactismo, a la crítica, hay en los roma­
nos, en los latinos, en los italianos y quizá en todos

20
los pueblos mediterráneos, una propensión innata a
lo festivo, a lo burlesco, a lo obsceno, a la risa en gene­
ral, que se manifiesta de innumerables maneras, inclu­
so en los momentos más solemnes. Cuando en el año
-46 Julio César celebró su triunfo por la conquista de
las Galias y cabalgaba tras una larga procesión de pri­
sioneros, botín, armas y
toda la parafernalia del
desfile militar, sus
propios hombres iban i
cantando tras él algo
que no suele oírse en los
desfiles de hoy: Ficha de lupanar..

¡Guardad las mujeres, romanos,


que aquí viene el follador calvo!2

Y esto:

En las Galias bien te follaste


el oro que en Rom a sacaste.3

Y Vespasiano, sabiendo que, como todo buen empe­


rador, sería divinizado después de morir, se mofó de la
tradición y de las buenas maneras cuando le llegó el
momento. Estas fueron sus últimas palabras (año +79):

21
¡Vaya! Parece que me estoy haciendo dios.4

La crítica y el ridículo están


omnipresentes en la vida cotidiana
y en la literatura de los romanos des­
de los primeros tiempos hasta el
final del Imperio. Pero antes de
entrar en la historia de la sátira
romana, conviene explicar el signi­
ficado que para los romanos tenía
Mosaico de Pompeya. k ^
ra «sátira».
Satura quidem tota nostra est: «La sátira es una cosa
totalmente nuestrá»5. Así escribía el profesor de retóri­
ca Quintiliano hace 1.900 años, en un breve repaso his­
tórico de la literatura de Grecia y Roma. Como se sabe,
la literatura romana, como tantas otras cosas, sigue los
pasos de la cultura griega, y por eso no deja de sor­
prender que alguien tan autorizado como Quintiliano
hable de originalidad romana en este campo, sobre todo
cuando sabemos que los griegos llevaban ya siete siglos
leyendo obras de contenido altamente satírico, desde
los violentísimos yambos de Arquíloco y las despiada­
das caricaturas femeninas de Simonides de Amorgo,
hasta las mordaces comedias de Aristófanes, así como
los versos burlescopornográficos de Sotades.

22
En latín, la palabra satura (pronuncíese como esdrú-
jula) era originalmente un adjetivo que significaba «lle­
na», «repleta» (de su raíz se derivan «saturar», «satisfa­
cer» y «saciar»). Este adjetivo, aplicado, por ejemplo, a
una fuente llena de frutas diversas que se ofrecía a los
dioses, o de alimentos mezclados que se servían a la
mesa, acabó convirtiéndose en sustantivo con el signi­
ficado de ensalada o macedonia, y de aquí mezcolan­
za, revoltillo de cosas y más concretamente de versos
variados. Es interesante observar que la misma evolu­
ción semántica se ha producido en castellano con el tér­
mino «ensalada», que originalmente fue adjetivo y que,
ya en el siglo de Oro, Covarrubias definía así:

El plato de verduras que se sirve a la mesa [...] Y


porque en la ensalada echan muchas yerbas diferentes
[...] y de mucha diversidad se haze un plato, llama­
ron ensaladas un género de canciones que tienen diver­
sos metros.

Y el mismo Covarrubias nos recuerda el paralelis­


mo a que aludo, añadiendo:

Este modo de misceláneas compararon los anti­


guos al plato de ensalada al qual llamaron saturam.

23
La satura, al igual que la ensalada, era pues una
especie de popurrí. ¿De qué? ¿Cómo este popurrí vino
a significar lo que actualmente entendemos por sáti­
ra? ¿Por qué la palabra satura se transforma en sátira?
Para responder a esto, debemos remontarnos a los
albores de la cultura romana.
Cuenta Tito Livio que, a raíz de la visita que hizo
a Roma una compañía de bailarines etruscos en el año
-364, los jóvenes romanos iniciaron la costumbre de
improvisar y lanzarse versos burlescos y que esta cos­
tumbre evolucionó hasta dar lugar a un espectáculo
compuesto de canciones variadas acompañadas de
música y movimiento6. Este espectáculo de varieda­
des se llamó satura y, dado su origen, debía de conte­
ner elementos burlescos. Así pues, este pasaje de Tito
Livio nos proporciona el testimonio más antiguo del
dato que ahora nos interesa: la primera alusión a algo
que llevaba el nombre de satura y que era satírico.
Esta satura dramática, como se la ha llamado, desa­
pareció cuando el teatro regular se inició en Roma a
mediados del siglo -III, pero la palabra satura conti­
nuó utilizándose, pues es lógico que el autor de ver­
sos variados como los de la satura escénica siguiera lla­
mando de la misma manera a sus composiciones aun­
que no se representaran en el escenario. El primer autor
conocido que hizo esto es el padre de la literatura

24
Escena de comedia en un relieve de Pompeya.

romana, Ennio, que cultivó todos los géneros litera­


rios en el primer tercio del siglo -II.
Después de él, muchos otros lo practicaron y así
se fue creando un género de características propias que
podría definirse así: composición poética de intención
didáctica en la que el autor expresa libremente sus opi­
niones sobre personas y circunstancias de la vida coti­
diana, a menudo de manera burlesca e incluso obsce­
na, y desde luego siempre crítica. En cuanto a la for­
ma, se conservó el lenguaje coloquial de la satura ori­
ginal y, a veces, el diálogo, pero la diversidad de metros

25
fue perdiéndose con el tiempo y la forma canónica del
género acabó siendo el hexámetro dactilico, un verso
sólido y altisonante de origen griego muy apto para
la exhortación moral.
Este género es el que Quintiliano, con toda razón,
atribuye al genio romano y cuyos representantes más
ilustres fueron Lucilio, Hora­
cio, Persio y Juvenal.,Pero, fue­
ra de las convenciones de este
género, había otras formas de
l i criticar ridiculizando. El mismo
λ Quintiliano llama sátiras a las
4 ' ί ϊ ΐ _____

menipeas de Varrón, que son


WWm

WÈSÈKêËêP
^ ί· muy distintas en forma y con­
tenido de las que acabo de defi­
IP nir, y muchos son los autores de
Quintiliano. obras altamente satíricas que
utilizan otros medios de expre­
sión, como es el caso de Séneca, Petronio y los epi-
gramistas. Además raro es el poeta, dramaturgo, ora­
dor o ensayista latino que no deslice algún elemento
satírico en sus obras. Así pues, por sátira debemos
entender aquí dos cosas. En sentido estricto: el géne­
ro glosado por Quintiliano, que podríamos llamar
«alta sátira». En sentido lato: lo satírico que produje­
ron los autores latinos y que se encuentra en muchos

26
de ellos. Aquí me voy a ocupar de ambas.
Mas antes de ahondar en ello, concluyamos estas
consideraciones introductorias con un punto de eti­
mología. Dada la frecuente presencia de lo obsceno
en la sátira y la creciente influencia griega en la cul­
tura romana, con el paso del tiempo los romanos mis­
mos llegaron a suponer que la palabra satura procedía
del griego satyra, es decir algo propio de los sátiros
(seres mitad hombre mitad cabra, símbolos de la luju­
ria), y empezó a escribirse con y7. Finalmente esta y
se transformó en i, que es la que han recibido las len­
guas europeas modernas.
Pasemos ya a la historia de la sátira romana.

27
Mosaico romano con la leyenda en griego «Conócete a ti mismo».
II
L u c il io y c o m p a ñ ía

Ï -jL TESTIMONIO MÁS ANTIGUO de la sátira en Roma se


remonta a sus primeros tiempos. En el año -450, cuan­
do Roma era solo un poblado aliado con otros pueblos
vecinos y acababa de fundarse la República (alrededor
del año -470, y no en el -509, como contarán luego los
historiadores, llevados por su espíritu patriótico), se pro­
mulgaron las D oce Tablas, compendio de las leyes fun­
damentales de la comunidad que constituirían la base
de todo el derecho romano posterior. Una de las dis­
posiciones de las D oce Tablas reza así:

Si alguien sacare cantares vejatorios o compusie­


re versos que calum niaran o agraviaran a otro: pena
capital.8

Una disposición tan rigurosa no se explica si el deli­


to que condena no hubiera sido frecuente. Pero la apli­
cación de la pena debió de caer en desuso con el tiem­
po, pues, como veremos, el componer versos vejatorios
llegó a ser cosa corriente. De este periodo arcaico datan

29
igualmente tradiciones tan antiguas como la de los ver­
sos triunfales (como los dedicados más tarde a César, que
he mencionado), y los llamados versos fesceninos, ver­
sos burlescos y obscenos que los invitados a una boda
lanzaban a los novios. Estos versos eran similares a los
que improvisaban los jóvenes romanos y que dieron lugar
a la satura dramática, que, como queda dicho, fue la pri­
mera manifestación cultural de Roma. Sabemos, por
Evancio, que esta satura dramática atacaba los vicios de
los ciudadanos, sin nombrarlos, con alusiones morda­
ces, iniciando así una larga tradición del teatro romano.
Coetánea de la satura dramática es la llamada far­
sa atelana, en la que se ridiculizaba a ciertos persona­
jes rústicos. Y por la misma época ha debido de apa­
recer el mimo, un espectáculo caracterizado por sus
elementos obscenos y pornográficos y muy popular
entre el bajo pueblo. Todas estas son formas dramáti­
cas menores, que quedan postergadas cuando se intro­
duce en Roma la comedia adaptada de textos griegos
a mediados del siglo -III. Pero el elemento autóctono,
caracterizado por un componente cómico, muchas
veces satírico, seguirá presente, ya sea evolucionando
por su cuenta, como en la atelana o el mimo, o inte­
grándose en la comedia.
Las primeras comedias, más cercanas a la satura,
debieron de ser más atrevidas que las que nos han lle-

30
Fresco de la Casa del Centenario de Pompeya.

gado. El primer comediógrafo importante del que


tenemos noticia, Nevio, que murió alrededor del año
-200, es también el primer autor del que sabemos que
pagó caros sus ataques a los poderosos. Se conserva de
él este verso:

En Roma los Metelos se hacen cónsules por obra


[de... la fatalidad.9

31
(Entiéndase: y no por sus propios méritos). Los
Metelos respondieron con una amenaza en verso y
Nevio fue encarcelado y luego exiliado.
A partir de entonces, el teatro evita la alusión direc­
ta y los ataques son genéricos. Plauto, el comediógra­
fo más importante de Roma, algo más joven que
Nevio, critica, no individuos, sino tipos. En sus come­
dias, sin mencionar nombres, una y otra vez el escla­
vo se ríe del amo (en una de ellas incluso lo cabalga,
como a un asno), el viejo avaro es ridiculizado, el joven
enamorado se derrite en mieles por una profesional,
las matronas son unas cotorras y gastadoras insopor­
tables, los dioses objeto de burlas y chistes. Quizá los
dos personajes más memorables de toda la obra plau-
tina sean precisamente los que más sufren su latigazo
satírico: el avaro Euclión y el Soldado fanfarrón. El
primero vive en un continuo tormento por temor de
que le roben su oro y está dispuesto a regalar a su hija
y morir él mismo antes que perderlo. En cuanto al
militar, un verdadero cobarde en la guerra y en el amor,
que se pavonea de sus conquistas y en realidad no se
jala una rosca, llega a exclamar en el paroxismo de su
fatuidad y como harto de que las mujeres le persigan:

¡Qué desgracia más grande ser tan guapo!10

32
La dimension satírica de esta comedia adquiere
todo su relieve cuando se sabe que se estrenó en los
últimos años de la Segunda Guerra Púnica (con­
cluida en el año -201), cuando lo bélico estaba
de moda y Roma empezaba a erigir­
se en la primera potencia militar
del Mediterráneo. Como en todo
el teatro de Plauto, la acción se
sitúa en Grecia y los personajes
pasan por griegos, pero el espec­
tador sabe bien que esos per­
sonajes pertenecen a la reali­
dad que le rodea. Plauto
Contemporáneo de Plauto
es Ennio, que, como hemos visto, inició el género de
la sátira. Los pocos fragmentos que se conservan de
los cuatro libros de sátiras que escribió indican la pre­
sencia de los elementos característicos del género, es
decir crítica moralizante y lenguaje abierto. Un sobri­
no de Ennio, Pacuvio, escribió sátiras también, y varios
son los autores que en este siglo -II cultivan el epigra­
ma. Nos han llegado los nombres y algún fragmento
de Porcio Licino, Valerio Edituo, Lutacio Cátulo y
Pompilio. De este último se conserva un epigrama en
el que ataca a una mujer demasiado vieja para ser la
amante de un joven.

33
Pero el verdadero fundador de la sátira romana,
por el volumen y calidad de su producción, porque
fijó la forma del género, adoptando el hexámetro des­
pués de utilizar todo tipo de versos, y por su influen­
cia posterior, fue Lucilio, que tenía veinte años cuan­
do murió Ennio y vivió hasta finales del siglo -II. Nota­
ble, rico, amigo de Escipión Emiliano (a cuyas órde­
nes participó en la toma de Numancia), escribió trein­
ta libros de sátiras, de los que solo se conservan frag­
mentos. En ellos puede verse que Lucilio merece la
fama que le otorgó la posterioridad de ser implacable
y mordaz y de no tener pelos en la lengua. Sin duda
por sus relaciones con los poderosos, Lucilio podía
permitirse una gran libertad de expresión sin incurrir
en ningún tipo de represalias, pues se sabe que en sus
ataques nombraba a sus enemigos y los insultaba abier­
ta e incluso groseramente; En una de sus sátiras des­
cribía una asamblea de los dioses, reunidos para tra­
tar de salvar a Roma, y la primera decisión que toma­
ban era la muerte de un enemigo suyo. Y uno de sus
fragmentos más largos dice así:

H oy en Roma, del alba hasta la noche,


un día y otro día, laborable
o festivo, desvívense los jefes
del pueblo y senadores en el foro,

34
de él no salen, bregando por un único
oficio e interés: el de engañar
ladinamente al prójim o, blandiendo
triquiñuelas, retándose en lisonjas,
tratando de pasar por gente honrada
y poniéndose trampas cual si fueran
enemigos de todos entre sí.11

(El mundo no parece haber cambiado mucho.)


En la época de Lucilio, Roma es ya poderosa, pues
posee toda Italia, España y Grecia, y muchos son los
que ambicionan el poder y lo prostituyen. No es solo
él quien critica así a las instituciones. Un contempo­
ráneo suyo, Valerio Valentino, escribió una parodia de
una ley que regulaba las fiestas, y otro, Cayo Ticio,
senador, hablaba así de los jueces en un discurso en el
Senado:

Bien perfumados y rodeados de fulanas, juegan


absortos a los dados. A las diez m andan a un esclavo
a que se entere de lo que ha pasado en el foro [...]
Luego se van a la audiencia [...] y, po r el camino, no
hay callejón en el que no se detengan a llenar el uri­
nario, pues llevan la vejiga repleta de vino. Llegan a
la audiencia y abren la sesión en estado lamentable.
Los encausados cuentan su asunto, el juez pide testi-

35
gos y sale a orinar. Cuando vuelve, dice que lo ha oído
todo, pide las tablillas y examina el acta con los ojos
entornados por el vino. Salen a deliberar. Esto es lo
que allí se delibera: «¿Qué tengo yo que ver con estos
pelmazos? ¿Por qué no nos vamos a tom ar unas copi-
tas de buen vino y com er unos tordos y unos pesca-
ditos?».12

La sátira y la invecti­
va de los poetas como
Lucilio no son distintas
de las que se oyen en el
Senado y en el foro, y la
tradición de una libertad
de expresión sin límites
entre los hombres políti­
■ ■ I cos siguió viva hasta el
■¡■añal final de la República. El
ilffel mismo Escipión se dis­
IWÊÊÊÊÊ
tl: tinguió por sus acres dia­
WÊÊÊ tribas, y numerosos son
los ejemplos de ataques
tan virulentos y persona­
El orador (siglo -V).
les que hoy difícilmente se
permitirían en ningún Parlamento. De un contem­
poráneo, Lucilio Cátulo, se sabe que en el curso de

36
un altercado en el Senado con el cónsul Filipo, este
respondió despectivamente a sus críticas:

— ¿Por qué ladras?

Y Lutacio respondió:

— Porque estoy viendo a un ladrón.13

37
Togado con barba que representa al romano íntegro.
Ill
El f in a l d e l a R e p ú b l ic a

J_jA CORRUPCIÓN de la vida pública en el último siglo


de la República era generalizada, sobre todo en la admi­
nistración de las provincias, que se habían ganado con
guerras y seguían considerándose objeto de expolio,
cuando no base para levantarse contra la metrópoli. El
sistema republicano, el equilibrio de poder entre los
representantes del pueblo y los de la nobleza, era váli­
do para gobernar una sociedad pequeña, pero las gue­
rras de conquista habían transformado al antiguo pue­
blo de pastores en un gigante colonial difícil de con­
trolar, pues cada general tenía sus intereses y su ejérci­
to para defenderlos. La República tenía que desapare­
cer para que Roma pudiera subsistir. Raro era el esta­
dista libre de culpa. De ahí la abundancia de panfle­
tos difamatorios de una facción contra otra y los dis­
cursos llenos de vituperaciones en el Senado. Pero los
ataques no se hacían únicamente contra los vicios cen­
surables desde el punto de vista público, como la trai­
ción, la malversación, el soborno y el robo, sino que
incluían la vida privada, y se resaltaban faltas persona-

39
Copa Warren con escena homosexual de principios del siglo +1.

les, como la embriaguez, la glotonería, las prácticas


sexuales, sobre todo homosexuales, contrastándolo
todo con los valores del ideal romano, el ciudadano
íntegro que sacrificaba su vida y bienestar por la patria.
Los ejemplos de este tipo de invectivas se acumulan en
las últimas décadas de la República. Las más célebres
se deben a la pluma de Cicerón: contra Catilina, el
traidor; contra Yerres, el gángster; y contra Marco
Antonio, el ambicioso. Después de leer estas últimas,
las famosas Filípicas, y sobre todo la segunda, no es
difícil entender que a Cicerón le
costaran la vida.
Fuera del Senado y del foro,
haciéndose eco de la inestabilidad
social, de ^corrupción del poder,
de las ambiciones insaciables de
mediados del siglo -I, la poesía y
el teatro censuran a los gestores de
la vida pública. La forma teatral
más popular es el mimo, que sigue
siendo un espectáculo cómicoli-
cencioso, lleno de improvisacio­ Cicerón.
nes, aunque con un cierto argu­
mento. En él se censuran y ridiculizan crudamente, no
solo las costumbres y vicios humanos en general, sino
también y de manera directa a los hombres políticos
que corrompen el poder. Ausente de Roma, Cicerón
escribe a un amigo pidiéndole que le cuente qué dicen
los actores de mimo en el escenario para estar al corrien­
te de lo que pasa en la capital. Los principales mimó-
grafos son Laberio y Sirio: En uno de los fragmentos
conservados, el primero se dirige así a los espectado­
res, aludiendo a César, presente en el teatro:

41
Ciudadanos romanos: ¡estamos perdiendo
[la libertad!14

Y:

A muchos ha de temer el temido de muchos.15

En otro fragmento menciona a un prohombre que

Ha expoliado las provincias, [llevándose]


las columnas monolíticas y hasta las bañeras de
• [las termas.16

Publilio Sirio fue famosísimo por su gracia y dotes


de improvisación, y podríamos compararlo con los
cómicos actuales, tipo Gila, Coll o Mota, que ha popu­
larizado la televisión. Solo se conservan de él una serie
de sentencias sacadas de sus obras, como estas:

• La mujer odia o ama: no hay término medio.


• El avaro no vive: muere lentamente.
• Cuando el vicio es rentable, el que obra bien yerra.17

A esta época pertenece la obra de Varrón, que ade­


más de un tratado sobre la composición de sátiras y un
panfleto titulado El monstruo tricéfalo, contra el pri-

42
Pompeyo, César y Craso.

mer triunvirato (Pompeyo, César y Craso), escribió


cuatro libros de sátiras de corte luciliano, y nada menos
que 150 libros de sátiras en el estilo de Menipo, un
fenicio del siglo -III, pero es evidente que Varrón seguía
de cerca la tradición de la satura primitiva, pues com­
binaba en ellas el verso y la prosa y utilizaba el diálo­
go. Su temática era muy variada, pues los fragmentos
conservados tratan de multitud de detalles de la vida
corriente. La titulada El sexagenario contaba la histo­
ria de un romano que despierta después de haber dor­
mido cincuenta años y encuentra una Roma descono­
cida, en la que imperan la traición, la infidelidad y la
indecencia en lugar de las virtudes del pasado.
En cuanto a los poetas, por la influencia griega y
como reacción a las circunstancias del momento, sur­
ge un movimiento que podríamos llamar modernista,

43
al que pertenecen prácticamente todos los poetas de los
últimos treinta años de la República. Muchos de ellos
censuran abiertamente lo que ven, alineándose con una
u otra facción, sin reparos a la hora
de insultar a los grandes: Pompe-
yo, César, Marco Antonio, Augus­
to. Entre estos neoteroi, como se les
llama, se cuentan Otacilio Pitolao,
que atacó a César; Licinio Calvo a
César y a Pompeyo; Leneo a Salus-
tio; Trebonio a Marco Antonio (lo
que le costó la vida); Furio Bibá-
Catulo culo a César y a su heredero Augus­
to. A otro de ellos, cuyo nombre
se ha perdido, pertenece este epigrama:

César sometió a las Galias


y Nicomedes a César,
mas, por someter las Galias,
celebra un gran triunfo César,
y Nicomedes, oh, no,
aunque a César so-m etió.18

El más importante de este movimiento es Catulo,


uno de los más grandes líricos latinos, muerto a los
treinta años alrededor del -58. Entre sus obras se cuen-

44
tan algunas sátiras en las que ataca sin ningún mira­
miento todo lo que le molesta y defiende el derecho
a escribir versos libres e impúdicos. He aquí su invec­
tiva contra un avaro:

No tienes arca, Furio, ni criado,


ni lumbre, ni una triste araña o chinche,
mas padre tienes y madrastra, cuyos
dientes comerse el pedernal podrían,
y bien te va con ese padre y ese
madero de su esposa... pues estáis
más resecos que el cuerno, por el frío,
el sol y el hambre. ¿Cómo no va a irte
bien? Si sudor no tienes, ni saliva,
ni mocos, ni moquina, y a ese aseo
otro mayor añade, y es que tienes
más limpio el culo que patena, pues
ni diez veces al año cagas, y eso
más duro que guijarro o habichuela,
que bien pudieras sin mancharte un ápice
frotarlo y apretarlo entre los dedos.
Tales ventajas, Furio, no debieras
despreciar ni tener en poco, y deja
de pedir a los dioses cien millones,
que ya tienes de sobra, so suertudo.19

45
Fuera de los neoteroi queda el poe­
ta más notable del periodo, Lucrecio,
que con su D e rerum natura preten­
de convertir a sus lectores a la filo­
sofía materialista de Epicuro. Entu­
siasmado profeta de la verdadera
sabiduría, critica la religión, el fana­
tismo, el miedo a la muerte, el poder,
la ambición, todo lo que impide la feli-
;c*0- cidad humana, y para ello recurre a veces
a la sátira, que maneja con la pericia de un maestro.
Hablando de la inutilidad de los dioses empieza así:

En vano algunos necios imaginan


que sin la ciencia y num en de los dioses,
tantos efectos producir no puede
la materia arreglados y precisos,
ni las vicisitudes de estaciones
y los varios productos de la tierra [...]
Fingen ellos ser obra de los dioses
y producción divina todo esto:
m uy engañados van en su sistema.20

Y esta es su visión sarcástica del enajenamiento de


los enamorados:
Ciega por lo común a los amantes
la pasión, y les muestra perfecciones
aéreas [...]
Si es negra su querida, para ellos
es una morenita muy graciosa;
si sucia y asquerosa, es descuidada;
si enana y pequeñita,
es una de las gracias, muy salada;
si alta y agigantada es majestuosa,
llena de dignidad. ¿Tartamudea
y no pronuncia bien? Es un tropiezo
gracioso. ¿Taciturna? Es vergonzosa.
¿Colérica, envidiosa, bachillera?
Es un fuego vivaz que no reposa.
Cuando de puro tísica se muere,
es de un temperamento delicado.
Si con la tos se ahoga y desfallece,
entonces es beldad descaecida;
y, si gorda y tetuda, es una Ceres.21

La caída de la República y el advenimiento del Impe­


rio conllevan un cambio total en la concepción del
poder. El mecanismo de gobierno se reorganiza, el prín­
cipe, asesorado por un consejo de amigos, ejerce el poder
absoluto, el senado se transforma en escaparate que
refrenda con su respetabilidad lo que se ordena en el

47
palacio imperial, el ciudadano no tiene necesidad de
pensar en política, pues todas las soluciones le vienen
dadas de arriba, las ambiciones perso­
nales se canalizan dentro de los cau­
ces establecidos para ello bajo la
ley suprema representada por la
autoridad del emperador. La
paz permanente estabilizará la
metrópoli, infundirá confianza
en las antiguas provincias, per­
mitirá concentrarse en la conquis­
Moneda de los asesinos
ta de otras, impulsará el comer­
de César, símbolo cio, enriquecerá a muchos y hará
del fin de la República. del ciudadano romano un privi­
legiado, dócil y sumiso, pero pri­
vilegiado. Mas, sean cuales sean los progresos de una
sociedad, los vicios de los hombres seguirán existiendo
y los satirógrafos siempre tendrán algo que decir.

48
IV
H o r a c io

E n LA ETAPA DE TRANSICIÓN hacia el nuevo régi­


men, antes de que Octaviano se convierta en
Augusto, el prim er emperador, se sitúa la obra
satírica de Horacio, el primero de los tres maes­
tros del género cuya obra conservamos, y uno de
los grandes poetas de Roma. H ijo de un liberto
que se empeñó en hacer de él un hombre respe­
table, Horacio participó del lado republicano en
la batalla de Filipos, en el año -42, y sufrió algu­
na de las consecuencias que acarrea la derrota.
Escribiendo versos llegaría a hacerse amigo del
poeta del régimen, V irgilio, que lo introdujo a la
amistad y favor de Mecenas, una especie de m inis­
tro de C ultura de Augusto, que le regaló una fin­
ca para que se dedicara tranquilam ente a la poe­
sía. Aparte de sus famosísimas odas, compuso un
libro de epodos, dos de epístolas y dos de sátiras,
en todos los cuales hay elementos satíricos. En su
famoso epodo B eatu s ille un ciudadano añora así
la tranquilidad campestre:

49
Feliz aquel que, lejos del bullicio,
como los hombres de otro tiempo, labra
con los bueyes el campo de sus padres,
sin molestarle el gremio de usureros;
aquel a quien trompetas militares
no despiertan con son estrepitoso,
aquel a quien no espanta el mar furioso,
aquel que huye del foro y los palacios
soberbios de los grandes personajes.22

Y así siguen otros cincuenta versos de ponde­


raciones y alabanzas de la vida rústica, compara­
da con el tráfago ciudadano, hasta que el poeta
añade para concluir:

Dicho lo cual, el usurero Alfio,


que muy pronto veremos campesino,
recobra el día quince sus dineros
y mira a reinvertirlos desde el uno.23

Horacio es el gran maestro de la ironía y de la


elegancia en la expresión. Pero no vaya a creerse
que no conoce la denigración más virulenta. En
el epodo VIII s e dirige así a una señora que le pre­
tende:

50
Fresco de Ia Villa de los Misterios, Pompeya.

¿C ó m o te atreves, vie ja p o d red u m b re


centenaria, a p ed irm e que derroche
con tig o m i vigor, tú, con tus dientes
negros, tu cara llena de arrugones
y ese in fam e agujero que bosteza
entre tus nalgas fláccidas y secas,
igual que el de una vaca con colitis?24
Pero esto es raro en Horacio. En las sátiras censu­
ra los vicios que ve a su alrededor con esa elegancia
que he dicho e incluso con ternura. Los dos elemen­
tos constitutivos de la sátira moral, es decir la conde­
na de lo malo y la exaltación de lo bueno, están muy
bien integrados en su obra. Parte del principio de que
la naturaleza no puede distinguir lo bueno de lo malo25,
y define así su moral:

Es la virtud térm ino medio y se halla


a igual distancia entre los dos extremos.26

Por eso ataca igualmente los defectos que los exce­


sos. Su finalidad es la corrección hacia ese término
medio. Los temas más importantes quejtrata se refie­
ren al dinero: la avaricia, la codicia, la usura, el derro­
che o las costumbres: la ambición de poder, el ansia de
medrar, la superstición, el adulterio, la estupidez huma­
na. En alguna de las primeras sátiras mencionaba nom­
bres, pero en las siguientes abandonó la costumbre,
generalizando tipos mediante pseudónimos. Y tampo­
co hay en él sátira política, que es siempre más cir­
cunstancial. Sus ataques nos parecen actuales porque
los vicios que censura son humanos, de siempre. Léa­
se, si no, la sátira 9 del libro I contra un pelmazo con
vocación de trepa, que le encuentra por la calle y no

52
le deja ni a sol ni a sombra ;n
todo el día.

De la avaricia cuenta Hora


cio esta historieta:

A l pobre Millonetis, que atesora 11 ’*·


tanta plata en sus arcas y tanto oro,
que bebe peleón los días de fiesta,
y vinagrón los otros y en un cuenco,
le da un buen patatús un día y presto
acude su heredero m uy contento,
frotándose las manos y buscando
las llaves de las arcas. Mas el médico,
para que vuelva en sí, vaciar manda
los sacos de monedas en la mesa
y, en cuanto empiezan todos a contarlas,
se yergue el hom bre y al galeno escucha:
— A tento, o tu heredero se lo lleva
todo.
— ¿Viviendo yo?
— Pues abre el ojo,
si vivir quieres, y haz lo que te digo.
— Dime.
— La vida te abandona, a menos
que metas en tu estómago arruinado

53
alguna cosa nutritiva. ¿Dudas?
Venga, tom a este caldo de arroz fino.
— ¿Cuánto ha costado?
— Poco.
— ¿Pero cuánto?
— Solo dos cuartos.
— ¡Ah! M orir de un mal
o de rapiña y robo, ¿qué mas da?27

En vez de condenar el adulterio con violentas


invectivas y sarcasmos, Horacio, con fina ironía, com­
padece a los pobres adúlteros, que se exponen a peli­
gros desproporcionados al placer que obtienen:

Ven su placer, que es raro, perturbado


por m il penas y corren muchos riesgos:
se arroja aquel desde un tejado, matan
a palos a aquel otro, este que huía
en un enjambre de ladrones cae·,'
ese, por escapar entero, tiene
que apoquinar, al otro lo ha meado
la entera servidumbre, y a más de uno
huevos y rabo lúbrico han cortado.28

Las epístolas de Horacio no son muy distintas de


las sátiras, pues en ellas sigue hablando de los vicios de

54
Leda y el cisne en m i mosaico del siglo +III.

los hombres e ironizando sobre ellos, aunque el tono


moralizante es más patente. En la primera escribe:

Policéfalo m onstruo, [Roma], eres.


¿Qué hacer, a quién següir? Unos se afanan
por hacerse con públicos dineros,
cazan otros con frutas y pasteles
a mujeres avaras sin marido,
o pescan viejos para sus viveros,
y los más ocultamente medran
prestando con usura sus caudales.29

La mejor vida para el hombre sabio es la vida reti­


rada en el campo, la del beatus ille, pues, aparte de los
vicios de los hombres, las molestias de la capital son
insoportables: ,

Pasa corriendo un recio contratista


con sus mozos y muías, y una viga
aquí, un sillar allí sube una grúa;
una carroza funebre se estrella
contra un sólido carro; disparado
sale un perro rabioso por acá
y por allá una cerda enlodazada.
¿Cómo pretendes que con tal jaleo,
que no cesa de noche ni de día,
pueda seguir las huellas de los vates?30

56
V
O v id io y F edro

H -8, cuando el sistema


o r a c io 'm u e r e e n el a ñ o

imperial ya está asentado, y a Augusto le quedan toda­


vía 22 años de reinado. Teóricamente no hay razones
para quejarse, pues el emperador garantiza el óptimo
bienestar de la sociedad, y la liber­
tad de expresión es innecesaria, ya
que, como en toda dictadura, no
hay nada que expresar. La crítica
languidece, pues la autocensura
reina. Personalmente a Augusto ·
no le molestaba la crítica contra
él mismo, pero ordenó quemar
libelos dirigidos a otros y deste­
rró a un tal Casio Severo por sus
virulentos escritos. Augusto.
También, por otras razones,
desterró a Ovidio, que fue a acabar sus días a un pue­
blo perdido en el Mar Negro. Allí, enterado de que
un enemigo suyo pretendía apoderarse de su fortuna,
además de unas letrillas insultantes que se han perdi­

57
do, compuso un poema de 650 versos exclusivamen­
te dedicados a vituperarlo. Sin duda jamás se tomó
alguien tanto trabajo para denigrar a un enemigo. La
hipérbole vejatoria es tan desmesurada como en los
---------- I p an fleto s de la R epública, y la
acumulación de insultos hace
vO j sonreír al lector. El Contra Ibis,
..'Vi como se titula este monumen-
;s to a la injuria, incluye maldi­
ciones solemnes, peticiones a
los dioses para que castiguen al
malvado y una larga serie de
desastres y desgracias que Ovi­
dio le desea. He aquí un frag-
Ovidio. mentó:

Y, entre las ovaciones de un buen público,


te arrastrará los huesos el verdugo
con un garfio. Y las llamas, que devoran
todo, de ti huirán, y hasta la tierra
vom itará tu reprobo cadáver,
y con el pico y uñas las entrañas
te rasgará con lentitud un buitre,
y el corazón malévolo que tienes
por los perros será despedazado.31

58
Al desaparecer Augusto en el año +14, el régimen
imperial sigue la misma línea, pero pronto los des­
manes de su sucesor, Tiberio, serán objeto de críticas
y comenzarán las represalias. En la primera parte de
su reinado, menos mala, perdonó a un tal Cominio,
que le atacó en un poema, pero
diez años después Sextio Paconia-
no, autor de libelos, fue estrangu­
lado en la cárcel por órdenes suyas
y otro satírico, Elio Saturnino,
corrió suerte semejante. También
i
murió Mamerco Escauro, acusa­
do de haber incluido en una tra­
gedia versos que podían enten­
derse como crítica a la persona del
emperador.
Uno de los acusados por este Tiberio.
tipo de alusiones veladas, aunque
logró ser condenado únicamente al destierro, fue el
fabulista Fedro. Esclavo manumitido y profesor de
gramática, Fedro adaptó algunas fábulas de Esopo y
compuso otras para, según dice él mismo «corregir
las faltas de los hombres»3'. Aunque también afirma
que su intención no es criticar a ningún individuo en
particular, en algunas de ellas es verdaderamente difí­
cil no ver que está aludiendo a Tiberio o a su favori-

59
to Sejano. Por ejemplo, en una en que compara al
pueblo con un asno y al emperador con un viejo, que
dice así:

Cuando cambia el gobierno, nada cambia


para los pobres, sino el nombre solo
del que manda. Y así dice esta fábula:
apacentaba un viejo timorato
su borrico en un prado, cuando, súbito,
lo aterra el vocerío de enemigos
e insta al asno a huir para evitarlos;
mas este lentamente inquiere:
—¿Crees
que el vencedor pondráme dos albardas?
—No —respondióle el viejo.
—Pues, entonces,
¿qué me importa a quién sirva, si igualmente
tendré yo que seguir llevando albarda?33

(¿Nos suena h ic et nunc esta musiquilla de hace


dos milenios?). En la fábula los dos elementos de la
sátira, lo censorio y lo moral, están perfectamente sepa­
rados; de ahí la palabra moraleja, que explica la ale­
goría encerrada en la parte anecdótica. He aquí una
perla de Fedro que ilustra bien esto:

60
Vio una máscara trágica una zorra
y exclamó: «¡Oh, qué preciosidad de cosa!
Pero no tiene sesos». Esto vale
para quienes Fortuna ornó de fama
y honor, mas de sentido común no.34

61
Busto que algunos creen de Séneca.
VI
Sé n e c a

»-p
1 ib e r io MURIÓ ASFIXIADO por un pretoriano y la ins­
titución imperial siguió deteriorándose. Ascendió al
trono el caprichoso Caligula, que desterró a Carrinas
Segundo por pronunciar un discurso contra los tira­
nos, y mandó quemar vivo a un autor de farsas por­
que se sintió atacado en uno de sus versos. Le suce­
dió Claudio, amigo de letras, pero débil. Cuando su
mujer Agripina lo despachó con setas envenenadas en
el año +54, se celebraron unas exequias dignas de un
emperador y Claudio fue divinizado, como todos los
buenos emperadores. Séneca escribió la oración fúne­
bre, que pronunció su discípulo Nerón. Pero al mis­
mo tiempo Séneca compuso una feroz sátira contra
Claudio, quizá para resarcirse de lo que hubo de callar
y del destierro que sufrió ocho años por haberse diver­
tido con una nieta del emperador.
Esta sátira, la A pocolocintosis (literalmente «enca-
labazamiento»), de Claudio es un modelo de sátira
burlesca, en verso y prosa, en la más pura tradición
del género. Huelga decir que, de paso, Séneca critica

63
la institución de la divinización imperial. De hecho,
al principio menciona el dato histórico de que, tras la
muerte de Drusila, hermana del emperador Caligula,
que la divinizó, un senador recibió 250.000 sestercios
(unos 50.000 euros) por jurar que había visto a Dru­
sila ascender al cielo (esto sucedió en el año +38, es
decir que por aquella época lo de subir al cielo no era
cosa del otro mundo).
En primer lugar, y parodiando la literatura flori­
da de la época, Séneca utiliza seis largos versos carga­
dos de retórica altisonante para decir que era el mes
de octubre. Luego describe los últimos momentos de
Claudio y cómo las Parcas discuten su muerte. Las
últimas palabras del emperador fueron muy distintas
de las famosas lapidarias que se esperaban de tan excel­
so personaje, pues fueron estas:

¡Ay de mí! Creo que m e he cagado.35

Y, como buen andaluz, Séneca añade con natura­


lidad:

No sé qué pudo ser. La cosa es que todo lo cagaba.36

Llega luego Claudio al cielo, a reunirse con los


dioses, de los que ya era uno, y al verlo Hércules:

64
se sintió confuso, pues vio que no se había enfren­
tado a todos los monstruos.37

Los dioses deliberan sobre si deben admitirlo en


el cielo y, cuando van a hacerlo, interviene el divini­
zado Augusto y se opone diciendo que Claudio es un
criminal. Consternación general. He aquí el veredic­
to de Augusto:

Considerando que el divino


Claudio mató a su suegro Apio
Silano, a sus dos yernos Pompeyo
Magno y Lucio Silano, al suegro
de su hija, Craso Frugi, que se
parecía a él como dos gotas de
agua, a Escribonia, la suegra de su
hija, a su mujer Mesalina y a tan­
tos otros cuyo número no puede
calcularse, estimo necesario que se
le aplique un severo castigo, que E[ d¡vmo C|audio.
tenga que hacer de juez sin des­
canso y que se le expulse cuanto antes, con un plazo
de treinta días para salir del cielo y de tres días para
abandonar el Olimpo.38

65
Sale Claudio del cielo y va al infierno, donde
encuentra a sus numerosas víctimas. Juzgado final­
mente por el tribunal del infierno, es condenado a
jugar a los dados por toda la eternidad con un cubi­
lete agujereado.
Esta sátira, cruelísima y amena, pudo escribirse
porque la víctima estaba muerta y todo el mundo satis­
fecho de ello. Pero el emperador que sucedió a Clau­
dio en el año +54 fue Nerón. Los pri­
meros años de su reinado fueron
buenos, gracias quizá a la influencia
®esr fgÿ de Séneca, pero las cosas fueron
empeorando y pronto los escritos
contra él empezaron a aparecer. El
mismo había escrito algunos libelos,
pero era emperador y además se con­
sideraba grandísimo poeta. Poco a
poco la represión empezó a hacerse
sentir. En el año +62 un pretor fue
Nerón. condenado a muerte por recitar ver­
sos difamatorios contra el emperador.
El ingenio hubo de recurrir a las alusiones. Se cuenta
que un autor de farsas, Dato, al pronunciar en el esce­
nario las anodinas palabras «Adiós, papá, adiós,
mamá», lo acompañó con tales gestos, que todo el
público entendió que estaba refiriéndose a los asesi­

66
natos de Claudio y de Agripina39. Bajo Nerón murie­
ron los más grandes autores de la época: Séneca, Luca­
no, Persio y Petronio, además de otros muchos; de
ellos, solo Persio de muerte natural. El y Petronio ocu­
pan, por distintas razones, un lugar importante en la
historia de la sátira romana.

La pelea de gallos simboliza las luchas políticas.

67
Mosaico pompeyano que satiriza la muerte.
VII
P e r s io y P e t r o n io

PE R SIO MURIÓ EN EL AÑO +62 a los veintisiete. Edu­


cado en los principios de la filosofía estoica, y tras
leer un día a Lucilio, sintió ganas de escribir algo
parecido contra la necedad del mundo que le rode­
aba, con intención de corregirlo. Inspirándose des­
pués en Horacio, adoptó la fórmula de criticar obje­
tivamente, es decir sin atacar a individuos concretos.
Así produjo sus seis sátiras. Su estilo es compacto y
a veces retorcido, pero más incisivo que el de Hora­
cio. En la primera justifica su propósito atacando el
mal gusto de los autores contemporáneos, que no es
sino el síntoma de la decadencia de la sociedad roma­
na. Al final hace una interesante alusión a la fábula
del rey Midas. Como se sabe, Apolo dio orejas de
burro al rey Midas por opinar que el dios Pan era
mejor músico que él. Un criado que lo vio con tales
orejas contó el secreto en un hoyo para descargarse
del peso que le producía y lo tapó, pero, con el tiem­
po, nacieron allí unos juncos que al rozarse con el
viento producían un ruido inteligible: «¡El rey Midas

69
tiene orejas de burro!» Persio, aludiendo claramente
a Nerón, escribió:

¿No debo susurrarlo? ¿Ni a escondidas?


¿Ni en un hoyo? ¿En ninguna parte? Entonces,
en ti lo enterraré, librito: ¡He visto
que el rey Midas orejas de asno tiene!40

Conociendo la alta opinión que


de sus talentos musicales tenía Nerón,
la alusión era demasiado evidente
para pasar desapercibida, y el profe­
sor y amigo de Persio, Cornuto, eli­
minó la referencia a Midas para evi­
tar malentendidos.
La segunda sátira es un ataque
contra la hipocresía de los tartufos de
^ers'0' la época que con voz fervorosa invo­
caban a los dioses pidiendo virtudes, mientras desea­
ban cosas inconfesables:

«Buen sentido, renombre y honra pido»,


dice en alto, que lo oigan las visitas,
mas por dentro masculla: «¡Ah, si mi tío
las diñara, menudo funeral!».
Y también: «¡Ah, si Hércules hiciera
que mi azadón topara con un cántaro
de plata lleno!» Y esto: «¡Ah, si pudiera
deshacerme del huérfano que antes
que menda está en la lista de herederos,
pues sarnoso está ya, hinchado de bilis!».41

En la tercera sátira Persio expone su filoso­


fía, que puede resumirse en el principio de
conocerse a sí mismo y vivir en la mesu­
ra. Así describe el final de un glotón
que solo ha vivido para saciar sus
sentidos:

Hinchado ya por tanta comilona


y blanca la barriga, está bañándose,
mientras eructos fétidos arroja
su cansado gaznate. Luego toma
vino y un tiritón le da que el vaso
le arranca, y pronto da diente con diente
y de sus flojos labios va cayendo,
pringosa, lo que fue vianda exquisita.
Y luego la trompeta y los velones,
hasta que finalmente el muy bendito,
bien arreglado en su alto catafalco,
y, con grasientos bálsamos ungido,
hacia la puerta extiende el calcañar.42

71
En el resto de las sátiras, partiendo de los mismos
principios morales, Persio censura otros vicios de sus
coetáneos: la codicia, el derroche, la lujuria, la ambi­
ción, la inmodestia, la vanidad, la superstición, ofre­
ciendo alternativas derivadas del ejercicio de la virtud
que, como en Horacio, se halla en el término medio
de las cosas. Quizá la lección más contundente de Per­
sio, en su quinta sátira, es que el hombre es solo ver­
daderamente libre cuando posee un código ético que
le permite evitar todos esos vicios.
Persio es un gran moralista que quiere enseñar el
camino recto a sus semejantes. No así su contemporá­
neo Petronio, que, experto en toda suerte de placeres
y lujos refinados, se hizo acreedor del apelativo de «árbi­
tro de la elegancia». Pero en el año -66, uno después de
que Lucano (sobrino de Séneca) tuviera que suicidar­
se por escribir versos obscenos contra Nerón y sus ami­
gos, Petronio fue acusado de traición. Entendiendo la
suerte que le esperaba, se abrió las venas lentamente en
el transcurso de una cena con sus amigos, durante la
cual dictó un librito enumerando las tropelías de Nerón.
Naturalmente esta obrita de Petronio se ha perdido,
pero conservamos de él otra indudablemente más inte­
resante: el Satiricon, la primera novela picaresca de la
literatura que haya llegado hasta nosotros.

72
En ella se narran las aventuras de un libertino
homosexual, Encolpo, en el que algunos críticos han
querido ver a Nerón. Sin necesidad de recurrir a este
tipo de identificaciones, el Satiricon sigue siendo una
gran sátira, sátira de la sociedad de mediados del siglo
+1, de sus gentes, de sus costum­
bres, de sus locuras, sátira de los
vicios humanos de siempre, sátira
de la novela de amores y aventu­
ras, tan popular en aquella época,
sátira del engreimiento de los poe­
tas que se creen profetas. Pero no
hay moraleja. Solo, en un momen­
to dado, Petronio menciona la
filosofía de Epicuro, filosofía del Petronio
placer, como algo digno de seguir­
se. Pero, por lo general, el autor se limita a mostrar, a
describir una amplia, vivísima panorámica de ese
mundo del Imperio, que habla por sí sola. Escrita en
un latín coloquial y con largos pasajes en verso,
siguiendo la tradición de la antigua satura, la obra de
Petronio, aun en su estado fragmentario, ofrece una
visión auténtica y detallada de la vida cotidiana de
Roma al inicio de su decadencia.
El fragmento más extenso, más interesante y más
divertido (27/68) es la narración de la cena en casa de

73
Trimalción, símbolo y caricatura de todos los nuevos
ricos que en el mundo han sido. Esclavo emprende­
dor, heredó la fortuna de sus amos y la multiplicó arries­
gándose en ambiciosas empresas comerciales. Multi­
millonario ya, su gozo en la vida es ofrecerse en esca­
parate en su suntuosa mansión a cuantos asisten a sus
fabulosas cenas para pasmarlos con la narración de sus
hazañas y el arte rebuscado de sus cocineros. Com­
pendio de todos los complejos, pretensiones, presun­
ciones y necedades del nuevo rico, Trimalción, a pesar
de todos sus anillos, brazaletes y púrpuras, carece de
clase. Pero no es malo y resulta incluso entrañable por
la simpleza de sus proezas, de las que he aquí algunas:
Para asombrar a sus invitados, sirve platos espec­
taculares y pantagruélicos, como un cerdo entero relle­
no de salchichas y morcillas o un zodíaco en el que
cada uno de los signos contiene alimentos asociados
simbólicamente con él. En un momento dado de esta
cena por todo lo alto, el anfitrión abandona la sala unos
minutos y luego explica con todo detalle las necesida­
des intestinales que le apremiaban, pues, según dice:
«Nadie ha venido al mundo sin agujero» (47). Se jac­
ta de poseer tres bibliotecas, pero cuando habla de Aní­
bal lo sitúa en la guerra de Troya. Jura como un carre­
tero. Castiga a un esclavo por vendarle el brazo con
lana blanca en vez de púrpura (muchísimo más cara).

74
Banquete en un fresco de la Casa dei Casti Amanti de Pompeya.

Muestra a sus invitados las ropas en las que quiere que


lo entierren y da órdenes al arquitecto que construye
su tumba y al liberto que se encargará de vigilarla para
que los transeúntes no la utilicen de retrete. Y al final
confiesa que, cuando era esclavo, prestaba su cuerpo a
las pasiones de su amo y a las de su ama.
Sería imposible, a la par que inútil, tratar de resu­
mir los elementos satíricos de una obra tan rica y vario­
pinta como el Satiricon, pero, como muestra de su

75
contenido, valgan estas sentencias entresacadas de sus
páginas:

• A fuerza de ir a la escuela, los jóvenes se vuelven


imbéciles.
• ¡Que Juno me condene, si me acuerdo de haber sido
virgen!
—dice una sacerdotisa de Príapo.
• ¿De qué sirven las leyes, si el dinero es el que man­
da?
• En una caja fuerte cabe hasta Júpiter.43

Con la muerte de Nerón en el año +68 se extin­


guió la dinastía de Augusto y, tras las
guerras que se siguieron, subió al tro­
no Vespasiano, hombre de buen
humor, como lo ilustra el hecho de
que se molestaba en responder a los
pasquines injuriosos que se escribían
contra él, añadiendo respuestas
igualmente insultantes. (El arte del
grafito ha evolucionado mucho des­
de entonces). Pero su hijo Domicia-
no, que reinó entre el año +81 y el
+96, no compartía el mismo humor y la libertad de
expresión volvió a estar proscrita como en los peores

76
tiempos de Tiberio. Hubo delatores, hubo quemas de
libros, hubo destierros y ejecuciones. Y se prohibió
expresamente la sátira en la que se mencionaban indi­
viduos. Esto explica la proliferación de un género en
el que, a pesar de su frecuente virulencia, el nombre
del personaje vituperado queda escondido tras un
pseudónimo: el epigrama.

77
·; ί';
mm ■ ¡S i··

r 1 s uvîv···* .
Μ Η
S1¡8Í¡

Mosaico de Dióscurides de Samos con una escena de comedia.


VIII
M a r c ia l

U n EPIGRAMA es la condensación en pocas palabras


de una idea o sentimiento que de pronto gira para sig­
nificar algo más de lo que aparenta. No es necesaria­
mente satírico, pero su forma favorece lo burlesco.
Bien conocido de los griegos, los romanos fueron muy
aficionados a él desde los primeros tiempos. Ya en
Plauto se encuentran joyas epigramáticas como amans
amens («amante: demente»)44, y el género, como vere­
mos, siguió pujante hasta el final del Imperio. Pero,
de entre todos los epigramatistas, pasados y futuros,
aquel que por la calidad y volumen de su producción
(más de 1.500) merece el título de gran maestro del
género es Marcial.
Nacido cerca de Calatayud, Marcial llegó a Roma
el año del gran incendio de la ciudad, el +64. En el
+80, con motivo de la inauguración del Coliseo, com­
puso una serie de epigramas laudatorios sobre los fas­
tuosos espectáculos que se celebraron en él durante
tres meses. Luego, merecedor de algunos favores de la
corte, dedicó sus días a la vida tranquila de ciudada­

79
no ocioso, visitando de vez en cuando una finquita
que poseía no lejos de la capital, y sin otras preocu­
paciones que las de observar el mundo alrededor para
plasmarlo en sus poemillas.
Adulador del régimen, evita toda censura de la vida
pública, pero todo lo demás, todos los detalles de la
vida privada, todas las actividades,
defectos, pretensiones, y chismorreos
x de sus contemporáneos atraen su
l l atención. Sobre todo tiene algo que
) decir, a veces de manera burda, fre­
cuentemente con gracia, pero siem­
pre sin pelos en la lengua. Afirma que
él ataca los vicios, no las personas45,
U \ pues no desea herir a nadie, y espera
que el lector se reconozca en sus
Marcial. obras46. Pero es difícil ver en ellas
intención moralizadora alguna. Al contrario, se diría
que, a pesar de los feroces ataques que le dispensa, el
mundo le hace gracia, le parece bien como es, pues le
permite despellejarlo y reírse de él. Y, en esto, conoce
todas las fórmulas, todos los registros desde la ironía
sutil hasta el insulto más corrosivo, pasando por la bur­
la, el sarcasmo, el escarnio, la broma, el chiste. El mis­
mo recomienda que el epigrama tenga sal y hiel47, y en
los suyos no se queda corto de tales ingredientes.

80
Fresco en la Casa de los Vetti de Pompeya.

La gran variedad de temas que trata puede agru­


parse bajo las dos constantes que caracterizan a la sáti­
ra y que responden a las dos debilidades humanas: el
dinero y el exceso en la satisfacción del placer, sea sen-
sual, como la lujuria, o moral, como la vanidad. Mar­
cial ataca todo lo ética o estéticamente feo.
Empezando por la estética, es muy exigente. Esto
es lo que dice a un feo que está tomando un baño:

¿Por qué el agua ensucias, Blas,


en ella metiendo el culo?
Para ensuciarla aún más,
mete la cara, so mulo.48

81
A un calvo con peluquín:

No hay nada más feo


que un calvo con pelo.49

A una vieja que no se resigna a serlo y lo tiene todo


postizo:

Aun sin salir de casa te engalanan,


Paquita, en una tienda muy de moda
y el pelo te fabrican que te falta,
y aunque la dentadura cual camisa
te quitas cada noche, y tú te encierras,
en cien cajitas, y tu cara misma
ya no duerme contigo, me haces guiños
con la pestaña que sacaste de otra
cajita esta mañana, y sin ninguna
! ■ deferencia por ese coño tuyo
¡¡ encanecido que contar podrías
bien entre tus abuelos, me prometes
placeres mil. Pero mi polla se hace
---- ---------- la sorda y, tuerta que es, te ve venir.50

En cuanto a la ética, esto dirige a un declamador


aburrido:

82
¿Por qué bufanda te dejas
al recitar tu poesía?
M ucho m ejor estaría
tapándonos las orejas.51

En el apartado de la lujuria no pueden faltar los


tradicionales temas del adulterio y la sodomía. A un
cornudo respetable:

Tuyas las fincas que tienes,


tuyo el caudal que barajas,
tuyo el oro y las alhajas,
vinos viejos y otros bienes,
tuyo todo, Segismundo,
tuyita toda, sin miajas,
tu inteligencia y tu nombre,
lo afirmo yo m uy rotundo; Perro que muerde
mas algo con todo el mundo como el satirógrafo.

compartes: ¡tu mujer, hombre!52

A un bardaje que ni come por pagarse quien lo


monte:

De tu culo la vidorra
ve tu vientre, en su desdicha,
y de hambre el pobre la espicha,
mientras aquel se atiborra.53

83
En cuanto al dinero, o se derrocha en cosas super­
fluas o se atesora avariciosamente. A un cazador de
herencias:

Hoy en tus campos entierras


a tu séptima mujer.
A nadie, buen Berenguer,
le rinden tanto sus tierras.54

A un rico extravagante:

Das del vientre en áureo vaso


sin rubor, y en vidrio bebes:
es más cara —admitir debes—
tu mierda que el vino, Craso.55

Y, para insultos venenosos, he aquí algunos esco­


gidos. A una vieja celestina que acaba de morir:

Que la tierra te sea leve


y el manto de arena breve,
para que bien los sabuesos
puedan escarbar tus huesos.56

A un tonto:

84
Delator, calumniador,
traficante, embaucador,
chupapollas y borrico:
que, además de eso, Melchor,
seas pobre, no me lo explico.57

En la época de Marcial hubo otros epigramatistas


y satirógrafos, como Manilio Vopisco, también espa­
ñol, Silio, Turno, y una satirógrafa, Sulpicia. A Tur­
no, que Marcial alaba, se atribuyen estos versos sobre
las duraderas secuelas del reinado de Nerón:

[Las Musas] cantarán la aciaga hambruna,


el veneno diluido en los banquetes,
el pueblo agonizante, la matanza
de amigos, el imperio ya decrépito
bajo el sagrado nombre de la paz,
todo eso que llaman la Edad de oro,
de Roma eterna el deplorable incendio,
tema hermoso, consuelo de la noche,
y a su autor, asesino de su madre,
celebrando su hazaña deslumbrante.58

85
siszai
Fresco de la Casa de Cecilio Gîocondo de Pompeya.
IX
J uvenal

P ERO EL SATIRÓGRAFO más importante de la época,


el más grande de Roma y uno de los más insignes e
imitados de todos los tiempos, agudo censor de las
flaquezas y necedades de su época y, por extensión,
de las de la raza humana en general, fue Juvenal.
Empieza a escribir en el reinado de Trajano, es decir
a partir del año +98, y muere alrededor del +130. Este
es uno de los grandes periodos del Imperio, de hecho
el momento en que alcanza su máxima extensión,
pues llega hasta el Golfo Pérsico, pero precisamente
su gigantismo es un síntoma de que en su interior se
estaba fraguando la descomposición. La guerra de
conquista, que era el motor y la base económica del
sistema, no podía extenderse infinitamente, pues
había que proteger las fronteras. Al mismo tiempo,
cada vez estaba más alejada de Roma, de modo que
en la metrópoli no se la consideraba vital. La socie­
dad romana se había acostumbrado a la paz y a la
molicie con que la regalaban los emperadores, y se
hundía en la decadencia.

87
Es esta decadencia la que Juvenal ha sabido plas­
mar de manera magistral en sus dieciséis sátiras. Pero,
fuera por evitar represalias o por simple recurso lite­
rario, Juvenal no critica directamente. Utiliza el pre­
texto de que lo que censura es la época de Domicia-
no, el Nerón calvo, como lo llama, para vapulear a sus
contemporáneos. El mismo dice: «Vivimos una épo­
ca horrible»59. Conoce perfectamente el mal que pade­
ce Roma y lo resume así:

[A este pueblo romano] ahora que el voto


ya no se vende, nada le preocupa:
él, que antaño otorgaba autoridad,
poder, legiones, todo [...] se ha callado
y ansiosamente anhela ya dos únicas
cosas: pan y espectáculos del circo.60

Dolido por este estado de cosas, Juvenal se siente


obligado a condenarlo:

Cuando un castrado y maricón se casa,


cuando una dama con el pecho al aire
un jabalí alancea por deporte,
cuando un antiguo esclavo que ruidoso
me rapaba las barbas de muchacho
iguala hoy en fortuna a los patricios,
Fresco pompeyano con máscaras de la comedia latina.

cuando otro, hijo del Nilo, un tal Crispino,


echándose sus púrpuras al hom bro,
en sus dedos airea, sudorosos,
su anillo de verano, cuya gema
levantar consigue apenas, ¡cuán difícil
resulta no ponerse a escribir sátiras!
¿Quién ciudad tan inicua aguantar puede?
¿Quién será tan de hierro que se tenga
cuando el sitio te quitan quienes ganan
testamentos a cambio de sus noches
y arriba llegan por el más seguro
camino: el coño de una rica vieja?61

89
Movido así por la necesidad de reaccionar, Juve­
nal dirige sus acerbas críticas a todo lo que le rodea y
pone en ello medios impresionantes. Por la riqueza de
temas puede comparársele a Marcial, pero este es un
retratista de miniaturas, mientras que Juvenal es un
experto en grandes murales en los que hallan lugar
todos los personajes de esa sociedad alegre y confia­
da, decadente que hemos dicho. Por lo general, cada
una de sus dieciséis sátiras gira alrededor de un tema
específico que, al ir desarrollándose, toca multitud de
otros aspectos secundarios. En todas ellas hay una pro­
fundidad de análisis y un ingenio para describir, cen­
surar e ironizar verdaderamente únicos.
Una de las más memorables, la IV, describe el gro­
tesco consejo de ministros reunido por Domiciano
para decidir cómo cocinar un rodaballo descomunal
capturado por un pescador en el Adriático. Juvenal
dibuja en breves trazos la caricatura de cada uno de
los consejeros y ridiculiza la conclusión a la que lle­
gan después de largas deliberaciones: fabricar inme­
diatamente una fuente para guisar el pescado entero.
Pero las sátiras más importantes son la III, contra
la vida insoportable en la urbe, y la VI, quizá la mejor,
contra las mujeres.
La crítica de la vida en la capital del Imperio podría
aplicarse perfectamente a nuestras grandes ciudades

90
actuales, donde vivir es un infierno. Juvenal se despi­
de de un amigo que se ve obligado a abandonar la
urbe con estas palabras:

¿Qué hago en Roma? No sé mentir.62

Y el poeta describe las continuas molestias que sufre


el ciudadano: no se puede dormir a causa del ruido
constante de día y de noche, no se puede transitar por
la calle, siempre atestada de gente que le golpea a uno
con una viga o un ánfora o le hunde en el pie los cla­
vos de las sandalias. Y no se puede salir de casa sin
haber hecho testamento, pues son muchos los edifi­
cios ruinosos que pueden aplastarle a uno y muchas
las ventanas abiertas por las que le puede llegar al vian­
dante cualquier cosa, siendo la menos peligrosa el con­
tenido de ciertos recipientes. O puede asaltarle a uno
una banda de delincuentes, numerosísimos a pesar de
que todo el hierro del Imperio se utiliza en la fabrica­
ción de cadenas. Y, para colmo, la ciudad está plagada
de griegos, que Juvenal odia especialmente por su capa­
cidad para el halago y la adulación:

Si ríes tú, se desternilla [el griego],


y, si a un amigo ve lloroso y triste,
en lágrimas prorrumpe él sin sentirlo;

91
si lumbre pides, se echa él el abrigo,
y si «¡Qué calor hace!» dices, suda.63

Fresco Aldobrandini con preparativos de boda

En la VI sátira Juvenal demuestra que en Roma ya


no hay mujeres virtuosas, o, si queda alguna, es una
rara a u if \ Son adúlteras sin razón, pues sus amantes
son peores que sus maridos:

¿Cuál es la maravilla que a Epia inflama?


¿Cuál es la juventud que la fascina?
Un gladiador imberbe, jubilado
por tener rebanado el antebrazo,

92
cara espantosa y giba en la nariz,
todita por el casco machacada,
y un ojo supurante todo el rato.®

Juvenal arremete contra las


que se muestran celosas, pues
lloran con lágrimas de coco­
drilo, zahiere alas devotas, que
rompen el hielo del Tiber en
invierno y se arrastran sobre las
rodillas ensangrentadas por
cumplir una promesa, despe­
lleja a las suegras, que hacen de
celestinas para sus hijas y des­
potrica contra las mujeres
ricas, ridiculamente horribles
con sus elaborados maquilla­
jes y amigas de recurrir al abor­
to. El poeta consuela así al
marido de una de estas: Fresco con máscara cómica.

Alégrate, infeliz, y un abortivo


dale tú mismo, o bien [...] pudieras verte
padre de un negro, que, aun sin querer verlo,
incluido estaría en tu testamento.66

93
De paso critica Juvenal también a los hombres,
pues se casan o bien por hacerse con una dote, o por
una cara bonita, a la que sustituyen por otra más joven
cuando aparecen las primeras arrugas y empiezan a
ennegrecer los dientes.
En las restantes sátiras se hallan semejantes ata­
ques a diferentes tipos de personas y profesiones, que
nos sorprenden por su vigente actualidad. Hay ricos
estúpidos que creen haber llegado a la perfección de
que hablan los filósofos porque tienen en casa un
busto de Aristóteles. Los herederos de grandes fami­
lias no tienen de noble más que el nombre. Los abo­
gados son unos embusteros babosos. Los funciona­
rios públicos son ridículos, como los pretores ata­
viados con todas las insignias de su cargo. Los dio­
ses son un cuento en el que ni los niños creen. La
honradez no existe.
A veces Juvenal, dejando a un lado los vicios de la
vida privada, ataca incluso los valores más sagrados de
Roma. Esto es lo que dice contra la guerra:

Estos despojos bélicos, corazas


atadas a trofeos quebrantados,
barboquejos colgando de los cascos
partidos, carros sin timón ya, popas
de trirreme vencido, y en el arco

94
de triunfo prisioneros abatidos:
estos son los valores más preciados,
para esto en pie se ponen los romanos
conquistadores, los griegos, los bárbaros,
para esto corren tantos riesgos y hallan
tantas fatigas, ¡que es más fuerte siempre
que la sed de virtud la sed de gloria!67

La moral de Juvenal es la del hombre puro, la de


los tiempos pasados, cuando Roma era una pequeña
comunidad, pues según él, todos los males vienen de
la riqueza. Si hay alguna enseñanza en su obra, es la
de la vida sencilla, sin ambiciones ni complicaciones,
dejándolo todo en manos del destino. Y, si hay que
desear algo —dice— , que sea una m ens sana in cor­
p o re sano6*.

95
Eros y Psique en un mosaico de la Villa del Casale, Sicilia.
X
El cre pú sc u lo

gran poeta romano. Después


J u v e n a l es e l ú l t im o
de su muerte, contadas son las obras de calidad que
produce la literatura latina, por ejemplo, El asno de
oro, de Apuleyo, que contiene algu­
nos elementos satíricos. El Impe­
rio se desvirtúa. Ya había llegado
hasta donde podía llegar: las gue­
rras son constantes, la noción de
ciudadanía romana pierde valor, la
decadencia persiste y la literatura
no es excepción. Los satirógrafos
imitan a Juvenal en vez de inspi­
rarse de su realidad.
Sin embargo, curiosamente, la
invectiva y el panfleto conocen un
resurgimiento a partir del siglo +11, a causa del cristia­
nismo. En efecto, Tertuliano, convertido a la nueva
religión, inicia una serie de ataques contra los paganos,
que los llamados padres de la Iglesia renovarán hasta
el final del Imperio en multitud de obras que suelen

97
empezar con la preposición contra. Poseedor de un ver­
bo poderoso y de un fanatismo no menos acerbo, Ter­
tuliano ataca la religión pagana con la misma virulen­
cia con que atacará años después a los cristianos cuan­
do se haga miembro de una secta fundamentalista. El
y sus imitadores utilizan idénticos recursos que los polí­
ticos de la República, es decir la vituperación virulen­
ta, para demostrar entre otras cosas que los dioses paga­
nos son falsos. Esto ningún romano cabal lo discutía,
pues los mismos paganos se reían de sus dioses. Lén-
tulo y Hosidio, dos conocidos autores de farsas con­
temporáneas de Tertuliano escribieron obras tituladas
La lectura d el testamento d el difim to Jú p iter y Los tres
H ércules m uertos d e hambre.
Ni que decir tiene que los
cristianos eran a su vez objeto de
sátiras, a medida que iban
adquiriendo influencia en la
sociedad. Alrededor del año
+300, bajo Diocleciano, se
representó en Roma una farsa
que parodiaba la administración
del bautismo a un hombre que
Diocleciano.
se sentía morir. Llegan en segui­
da un sacerdote y un exorcista y, tras algunas payasa­
das, lo bautizan®.

98
Cuando poco después (en +306) sube al trono Cons­
tantino, las cosas cambian, pues el cristianismo se con­
vierte en religión oficial. Pero la resis­
tencia del paganismo fue fuerte y sos­
tenida, y se manifestó en ataques al
mismo emperador. Se sabe que en las
puertas mismas de su palacio se colo­
caban pasquines insultándolo, y esto
debe de haber contribuido a hacerle
tomar la decisión de abandonar
Roma para crear la nueva capital del
Imperio, Constantinopla.
A partir de este momento la suer­ Constantino.
te de Roma, dividida en dos mita­
des, estaba echada y la incompeten­
cia de sus gobernantes preparaba las
invasiones que habrían de acabar con
ella. Las brasas de la sátira se perpe­
tuaron hasta el mismísimo final del
Imperio. Al siglo IV pertenece la
parodia anónima El testamento d el
cerdito, y en la segunda mitad del
Ausonio.
mismo siglo escribe sátiras un tal
Tetradio, según nos dice Ausonio, autor él mismo de
una colección de epigramas, algunos tan logrados como
este, dirigido a un profesor de gramática:

99
Lames el fétido coño
de tu esposa encinta, Aznar;
¡cuánta prisa en enseñar
la lengua a tu buen retoño!70

Algo mayor que Ausonio fue Claudiano, el últi­


mo autor que supo manejar el latín clá­
sico cuando ya resultaba una lengua
anticuada. Contemporáneo de Teo-
dosio, último emperador de las dos
mitades del Imperio a finales del siglo
IV, escribió varios libros de invec­
tivas, que recuerdan el Ibis de
Ovidio, entre ellos dos contra el
eunuco Eutropio, que fue cón­
sul del Imperio de Oriente. El
Teodosio. primero empieza a sí:

Engendros monstruosos que espantaron


a sus madres, aullidos de mil lobos
que en la noche a la gente aterrorizan,
reses que hablan de pronto a sus pastores,
granizadas de piedras criminales,
siniestros nubarrones que envía Júpiter,
agua de pozos transformada en sangre,

100
Estatua de Herculano con el dios Pan fecundando a una cabra.

lunas que el firmamento se disputan,


soles gemelos que órbita comparten:
todos estos prodigios no son nada
al lado de este: ¡un eunuco es cónsul!71

Se hubiera dicho que Claudiano estaba escribien­


do aquí el epitafio de Roma. La antigua virtud (pala­
bra emparentada con virilidad) de los hombres que
levantaron la República y el Imperio había desapare­
cido hacía tiempo y de una civilización tan grande

10 1
solo quedaban los despojos, que los invasores del nor­
te se apresuraron a recoger. Solo un humorista cruel,
el destino, pudo dar nombre tan acertado al último
emperador de Roma: Rómulo Augústulo.
Roma y su imperio desaparecieron y con ello aque­
llos romanos que hicieron de la sátira un arte. Pero pode­
mos sentirnos contentos de que nos dejaran, aunque
fragmentario, el testimonio de sus burlas, insultos, sar­
casmos, ironías y obscenidades, junto con el vocablo
que las engloba y designa. Pero, sobre todo, podemos
agradecerles la gran lección de libertad de expresión que
nos dan en sus escritos, y que ha inspirado a tantos otros
autores en todas las lenguas europeas.

10 2
N otas

L a s TRADUCCIONES son del autor, excepto la del texto de


Lucrecio del Abate Marchena, que, doscientos años después,
sigue siendo ineludible.

1 Q V O D P EC TVS, Q V O D C R V R A T IB I, Q V O D B R A C C H IA V E L L IS ,

Q V O D C IN C T A EST BR EVIBVS M E N T V L A T O N S A PILIS,

H O C PRAESTAS, L A B IE N E , T V A E — Q V ID N E S C IT?— A M IC A E .

CVI PRAESTAS, C V L V M Q V O D , L A B IE N E , PILAS? (Ep, II 62).


2 Y R B A N I, SERVATE VXORES: M O E C H V M C A LV O M A D D V C IM V S

(Suetonio Diu. Iui. 51).


3 Avrvm in G a l l ia {Ibidem).
e f f v t v is t i, h ic s v m p s is t i m v t w m

4 Y ae! in q v it , p v t o d e v s f io (Suetonio Diu. Vesp. 23.4).


5 Inst. or. X 1.93.
6 Ab Vrbe cond . V II 2.
7 En griego clásico la Y (ípsilon) se pronunciaba como hoy la u fran­
cesa.
8 T a b . v iii: S i q v is o c c e n t a v is s e t s iv e c a r m e n c o n d id is s e t , q v o d

IN F A M IA M FAC ER ET F L A G IT IV M V E A L T E R I (Cicerón D e rep. IV 12);


[ . . . ] V T FVSTIBVS F E R IR E T V R ( C o r n u t o A d Pers. I 137).

103
9 F a to M e t e l l i R o m a e f i v n t c o n s v le s (Pseudo Asconio A d Cic.
Vert: I 29).
10 N i m i a s t m i s e r i a n i m i s p v l c h r v m esse h o m in e m {Miles 6 8 ).

11 N v n c vero a m a n i a d n o c te m festo a t q v e pro festo

t o t v s it e m p a r it e r q v e d i e p o p v l v s q v e p a t r e s q v e

ia c t a r e i n d v f o r o se o m n e s , decedere n vsq vam ,

v n i se a t q v e e id e m s t v d io om nes D E D E R E E T A R T I:

VERBA dare v t c a v t e p o s s in t , PVGNARE D O LO SE,

B L A N D IT IA C ER TAR E, B O N V M S IM V L A R E V IR V M SE,

IN S ID IA S FACERE V T SI H O S TE S S IN T O M N IB V S O M N E S

(Lactando D iu. Instit. V 9.20).


12 L v d v n t A L E A S T V D IO S E , D E L IB V T I V N G V E N T IS , SC O R TIS S TIP A TI.

V b I H O R A E D E C E M S V N T, IV B E N T P V E R V M V O C A R I V T C O M IT IV M

E A T P E R C O N T A T V M , Q V ID I N F O R V M G E S T V M S IT [ . . . ] IN D E A D

C O M IT IV M V A D V N T [ . . . ] D V M E V N T , N V L L A EST I N A N G IP O R T O A M P ­

H O R A , Q V A M N O N IM P L E A N T , Q V IP P E Q V I V ESIC AM P L E N A M V IN I

H A BE A N T. V E N IV N T IN C O M IT IV M , TRISTES IV B E N T D IC E R E . Q V O R V M

N E G O T IV M EST, N A R R A N T ; IV D E X T E S T E S P O S C IT , IPSVS I T M IN C T V M .

V B I R E D IT , A IT SE O M N IA A V D IV IS S E , T A B V LA S PO SC IT, L IT T E R A S

IN S P IC IT : V IX PRAE V IN O S V S T IN E T PALPEBRAS. E V N T I N C O N S IL IV M .

I b i F iA E C O R A T IO : Q V ID M I H I N E G O T II EST C V M ISTIS N V G A T O R IB V S ,

Q V IN P O T IV S P O T A M V S M V L S V M M IX T V M V IN O G R A E C O , E D IM V S

TVRDVM P IN G V E M B O N V M Q V E P IS C E M [ . ..] ? (Macrobio Sat. Ill

13.13).
13 Q v o m a P h ilip p o in te r r o g a tv s q v id la tr a r e t, « F v re m se

v id e r e » (Cicerón D e or. II 220).

104
14 P o r r o , q v i r i t e s , l i b e r t a t e m p e r d im v s ! (Macrobio Sat. π 7 .5 )

15 N e c e s s e e s t m v l t o s t i m e a t , q v e m M V L T I T IM E N T (Séneca D e
ira II 1 1 .3 ).

16 C V M P R O V IN C IA S

D IS P O L IA V IT C O L V M N A S M O N O L IT H A S , L A B E L L A , L E N IS ...

(Nonio D e com p. doct. 544.27).


17Αντ A M A T A V T O D IT M V L IE R , N I H I L EST T E R T IV M (A 6)
Avaro n o n e s t v it a , s e d m o r s l o n g io r (A 4 7)

C v m v i t i a p r o s v n t , p e c c a t q v i r e c t e f a c it (C 1 4 ).

18 G a l l i a s C a e s a r s v b e g i t , N i c o m e d e s C a e s a r e m :

e c c e C a e s a r n v n c t r i v m p h a t q v i s v b e g it G a llla s ,

N ic o m e d e s n o n t r i v m p h a t q v i s v b e g i t C a e s a r e m

(Suetonio D iu. I u i 4 9.4).


19 F v r e i, c v i n e q v e s e r v o s e s t n e q v e a r c a

N E C C IM E S N E Q V E A R A N E V S N E Q V E IG N IS ,

V E R V M EST E T PATER E T N O V E R C A , Q V O R V M

D E N T E S V E L S IL IC E M C O M ESSE POSSVNT,

EST P V L C H R E T IB I C V M T V O PA R E N T E

E T C V M C O N IV G E L IG N E A P AR EN TIS [ . . . ]

A t Q V I C O R P O R A S IC C IO R A C O R N V [ . . . ]

SOLE E T F R IG O R E E T E S V R IT IO N E .

Q V A R E N O N T IB I S IT B E N E A C BEATE?

A T E S V D O R ABEST, ABEST SALIVA,

M V C C V S Q V E E T M A L A P IT V IT A N A S I.

H A N C A D M V N D IT IE M A D D E M V N D IO R E M ,

Q V O D CVLVS T IB I P V R IO R S A L IL L O EST,

105
N E C T O T O D E C IE S CACAS I N A N N O ,

A T Q V E ID D V R IV S EST F A B A E T L A P IL L IS ;

Q V O D T V SI M A N IB V S TERAS F R IC E S Q V E ,

N O N V M Q V A M D IG I T V M IN Q V IN A R E POSSES.

H aec t v c o m m o d a tam beata, Fv r e i,

N O L I SPERNERE N E C PV TA R E PAR VI.

E t SESTER TIA Q V A E SOLES P R EC AR I

C E N T V M D E S IN E , N A M SAT ES BEATVS ( C a rm in a X X I I l) .

20 A t Q V ID A M C O N T R A H A E C , IG N A R I M A T E R IA I,

N A T V R A M N O N POSSE D E V M S IN E N V M IN E R E N T V R

T A N T O OPERE H V M A N IS R A T IO N IB V S A D M O D E R A T E

T E M P O R A M V T A R E A N N O R V M FR VG ESQ VE C R EAR E [ . . . ]

Q v o rv m O M N IA CAVSA

C O N S T IT V IS S E D E O S C V M F IN G V T , O M N IB V ' REBVS

M A G N O OPERE A V E R A LA PSI R A T IO N E V ID E N T V R {De reru m nat.


II 167/76; trad. 211/24).
21 N a m f a c iv n t h o m in e s p l e r v m q v e c v p id in e c a e c i,

E T T R I B W N T E A Q VAE N O N S V N T H IS C O M M O D A VE R E [ . . . ]

N ig r a m e l ic h r v s e s t, i n m v n d a e t f o e t id a a c o s m o s [...]

P A R W L A , P V M IL IO , C H A R IT O N M IA , T O T A M E R V M SAL,

M A G N A A T Q V E IM M A N IS , C A TAPLEXIS, P L E N A Q V E H O N O R IS .

B A L B A L O Q V I N O N Q V IT , T R A V L IZ I; M V T A P V D E N S EST;

A T F L A G R A N S , O D IO S A , L O Q V A C V L A , L A M P A D A M FIT.

IS C H N O N E R O M E N IO N T V M F IT , C V M V IV E R E N O N Q V IT

PRAE M A C IE ; R H A D IN E V E R O S T IA M M O R T V A TV S S I.

At t v m i d a e t m a m m o s a C e r e s e s t ip s a a b I a c c h o {Ibidem iv

1153/68; trad. 1577/1602).

106
22 B e a t v s il l e q v i p r o c v l n e g o t iis ,

V T PR ISC A G ENS M O R T A L E M ,

P ATE R N A R VR A BO BVS E X E R C E T SVIS,

SO LVTVS O M N I FE N O R E ,

N E Q V E E X C IT A T V R C LASS IC O M IL E S T R V C I

N E Q V E H O R R E T IR A T V M M A R E ,

F O R V M Q V E V IT A T E T SVPERBA C IV IV M

P O T E N T IO R V M L IM IN A {Epod. II 1 / 8 ) .

23 H aec vbi lo cvtvs fenerator A l f iv s ,

IA M IA M F V T V R O S R V STIC VS,

O M N E M R E D E G IT ID IB V S P E C V N IA M ,

q v a e r it C a le n d is p o n e r e {Ibidem 6 7 /7 0 ).

24 R ogare lo n g o p v t id a m te saecvlo ,

v ir e s q v i d enervet m eas ?

Q w m s it t ib i d e n s a t e r , e t r v g is v e t v s

F R O N T E M SEN ECTVS EXAR ET,

H IE T Q V E TVR PIS IN T E R A R ID A S N ATES

P O D E X , V E L V T C R V D A E B O V IS {Epod. V III 1 /6 ) .

25 Serm . I 3.

26V lR T V S E S T M E D IV M V IT IO R V M E T V T R IM Q V E R E D V C T V M {Ep. 1 1 8 . 9 ) .
27 P a v p e r O p im iv s a r g e n t i p o s it i i n t v s e t a v r i,

q vi V e ie n t a n v m f e s t is p o t a r e d ie b v s

C a m p a n a s o l it v s t r v l l a v a p p a m q v e p r o f e s t is ,

Q V O N D A M L E T H A R G O G R A N D I EST OPPRESSVS, V T HERES

IA M C IR C V M L O C V L O S E T CLAVES LAE TV S O V A N S Q V E

C VR R ER ET. H V N C M E D IC V S M V L T V M C ELER A T Q V E FID E L IS

107
E X C IT A T H O C P A C T O : M E N S A M P O N I IV B E T A T Q V E

E F F V N D I SACCOS N V M M O R V M , A C C E D E R E PLVRES

A D N V M E R A N D V M : H O M IN E M SIC E R IG IT ; A D D I T E T IL L V D :

«Ni T V A C V S T O D IS , AV1DVS IA M H A E C A V FE R E T HERES».

«M e n v iv o ?» «V t v iv a s ig i t v r , v ig il a . H o c age ». « Q v id v is ?»

«D e f ic ie n t in o p e m v e n a e t e , n i c ib v s a t q v e

in g e n s a c c e d a t s t o m a c h o f v l t v r a r v e n t i.

Tv cessas? A g e d v m , s v m e h o c p t is a n a r iv m o ry z a e » .

« Q v a n t i e m p ta e ? » « P a r v o » . « Q v a n t i e r g o ? » « O c t v s s i b v s » .

« E h e v , q v i d r e f e r t , m o r b o a n f v r t i s p e r e a m q v e r a p i n is ? »

(Sat. II 3.142/57).
28 V t q v e il l is m v l t o c o rr vpta d o lo r e vo lvptas ,

A T Q V E F iA E C R AR A, C A D A T D V R A IN T E R SAEPE PE R IC LA .

Hic se p r a e c ip it e m t e c t o d e d it, i l l e fla g e llis

A D M O R T E M CAESVS, F V G IE N S H IC D E C ID IT A C R E M

P R A E D O N V M IN T V R B A M , D E D IT H IC PRO C O R P O R E N V M M O S ,

H V N C P E R M IX E R V N T C A LO N E S ; Q V IN E T IA M IL L V D

A C C ID IT V T Q V ID A M TE STIS C A V D A M Q V E S A LA C E M

D E M E T E R E T FERRO ( Sat V I . 2.39/46).


25 B e l l v a m v l t o r v m es c a p itv m . N a m q v id s e q v a r a v t q v e m ?

P a rs h o m in v m g e s t it c o n d v c e r e p v b lic a ; s v n t q v i

c r v s t i s e t p o m is v id v a s v e n e n t v r a v a r a s ,

e x c i p i a n t q v e s e n e s , q v o s IN V IV A R IA M IT T A N T ;

m v ltis o c c v lt o c r e s c it re s fe n o r e {Ep. 1 1.76/80).


30 F e s t in a t c a l id v s m v l is g e r v l is q v e r e d e m p t o r ,

T O R Q V E T N V N C L A P ID E M , N V N C IN G E N S M A C H IN A T IG N V M ,

108
T R IS T IA R O BVSTIS L V C T A N T V R F V N E R A PLAVSTRIS;

HAC, R A B IO S A F V G IT C A N IS , H A C L V T V L E N T A RV1T SVS [ . . . ]

T V M E IN T E R STR EPITVS N O C T V R N O S A T Q V E D IV R N O S

V IS C A N ER E E T C O N T R A C T A SEQ VI V E S T IG IA V A T V M ? {Ep. I I 2 . 7 2 / 8 0 ) .
31 C A R N IF IC IS Q V E M A N V P O P V L O P L A V D E N T E T R A H E R IS

IN F IX V S Q V E T V IS OSSIBVS V N C V S E R IT.

I psae t e f v g ie n t q v a e c a r p v n t o m n l a f l a m m a e ,

RESPVET IN V IS V M IV S T A C A D A V E R H V M V S ,

IN G V IB V S E T R O STR O TA R D V S T R A H E T IL IA V V L T V R

E T S C IN D E N T A V ID I PER FID A C O R D A CANES [...] (Contralbim 1 6 5 / 7 0 ) .


32 Fab. II p r ó lo g o 3 .

33 I n p r in c ip a t v c o m m v t a n d o s a e p iv s

N IL P R AETER D O M IN V M C IVES M V T A N T PAVPERES.

Id esse v e r v m p a rv a h a e c f a b e lla in d ic a t .

A s e llv m in p r a t o t im id v s pascebat senex .

In h o s t iv m c l a m o r e s v b it o t e r r it v s

s v a d e b a t a s in o f v g e r e , n e p o s s e n t c a p i.

At ille le n tv s : « Q va e so , n v m b in a s m i h i

c l i t e l l a s im p o s itv r v m v ic to r e m p v ta s ? »

Se n e x n e g a v it . «Er g o , q v id refert m ea

c v i s e r v ia m , c l i t e l l a s d v m p o r t e m v n ic a s ? » ( Fab. i i 1 2 ).

34 P e r s o n a m t r a g ic a m f o r t e w l p e s v id e r a t :

« O Q V A N T A SPECIES, IN Q V IT , C E R E B R V M N O N H A B E T !»

H o c il l is d ic t v m e s t q v ib v s h o n o r e m et g l o r ia m

F O R T V N A T R IB V IT , S E N S V M C O M M V N E M A B S T V L IT {Fab. I 7 ).

35 « V a e m e , P V T O , c o n c a c a v i m e !» (Apoc. i v 3 ).

109
36 Q V O D A N F E C E R IT N E S C IO : O M N IA C E R T E C O N C A C A V IT {Ibidem ),
37 S a n e p e r t v r b a t v s e s t , v t q v i e t i a m n o n o m n i a m o n s t r a t i m -

V E R IT {Ibidem V 3 ).

38 Q v a n d o q v i d e m d iw s C la v d iv s o c c id it s o c e rv m sw m

A p p iv m S ila n v m , g e n e ro s dvos M agnvm P o m p e iv m e t L.


S ila n v m , s o c e r v m f i l i a e s v a e C r a s s v m F r v g i, h o m in e m τ α μ

s im ile m qvam o vo o w m , S c r ib o n ia m s o c rv m filia e svae,

v x o r e m s v a m M e s s a lin a m e t c e t e r o s q v o r v m n v m e rv s in ir i

N O N P O T V IT , P L A C E T M I H I I N E V M SEVERE A N IM A D V E R T I N E C IL L I

R E R V M IV D IC A N D A R V M V A C A T IO N E M D A R I, E V M Q V E Q V A M P R IM V M

E X P O R TA R I E T C A E L O IN T R A T R IG IN T A D IES E X C E D E R E , O L Y M P O

IN T R A D IE M T E R T IV M . {Ibidem X I 5 ).

39 Ner. 89.

40 M e m v t t i r i n e f a s ? N e c c l a m ? N e c c v m s c r o b e ? N v s q v a m ?

H i c t a m e n i n f o d i a m . V i d i , v i d i , ip s e , l i b e l l e :

a v r ic v l a s a s in i M i d a r e x h a b e t ! {Sat. I 1 2 0 /1 ).

41 « M ens b o n a , fam a , f id e s », haec c l a r e e t v t a v d ia t h o s p e s ;

IL L A S IB I IN T R O R S V M E T SVB L IN G V A M V R M V R A T : « O SI

E B V L L IA T P A T R W S , P R A E C L A R V M F V N V S !» E T « O SI

SVB RASTR O C R E P E T A R G E N T I M I H I SER IA D E X T R O

H e r c v l e ! P V P IL L V M V E V T I N A M , Q V E M P R O X IM V S HERES

IM P E L L O , E X P V N G A M ; N A M E T EST SCABIOSVS E T A C R I

B IL I T V M E T » {Sat. II 8 1 1 4 ).

42 T V R G ID V S H IC EPVLIS A T Q V E A L B O V E N T R E LA V A T V R ,

G V T T V R E SVLPVREAS L E N T E E X H A L A N T E M E F IT E S .

S e d T R E M O R IN T E R v in a s v b it c a l id v m q v e t r ie n t e m

110
E X C V T IT E M A N IB V S , D E N T E S CREPVER E R E T E C T I,

V N C T A C A D V N T LA XIS T V N C P V L M E N T A R IA LABR IS.

H in c t v b a , can delae , t a n d e m q v e beatvlvs a lt o

C O M P O S IT V S L E C T O CRASSISQVE LV TA TV S A M O M IS

I N P O R T A M R IG ID A S CALCES E X T E N D IT {Sat. III 98/105).


43 1 . A D V L E S C E N T V L O S E X IS T IM O I N S C H O LIS S TV L T IS S IM O S FIE R I.

25. IV N O N E M M E A M IR A T A M H A B E A M , SI V N Q V A M M E M E M IN E R IM

V IR G IN E M FVISSE.

14. Q V I D F A C IA N T LEGES, V B I S O L A P E C V N IA R EG N AT?

137. ClAVSVM POSSIDET ARCA IOVEM.


44 M erca tor 81.
45 Ep . X 3 3 .10 .
46 Ep . vin 3.20.
47 Ep . vil 25.3.
48 Z o il e , q v id s o l iv m svblvto p o d i c e p e r d is ?

Sp v r c iv s v t f ia t , Z o il e , merge capvt (i i 42).


49 C a l v o t v r p iv s e s t n i h i l co m ato (x 8 3 .11).
50 C v m SIS ip s a d o m i m e d i a q v e o r n e r e Sv bvra ,

f ia n t a b s e n t e s e t t ib i , G alla , c o m ae ,

n e c d e n t e s a l it e r q v a m Se r ic a no cte reponas ,

e t ia c e a s c e n t v m c o n d it a p y x id ib v s ,

N E C T E C V M FACIES T V A D O R M IA T , IN N V IS IL L O

Q V O D T IB I P R O L A T V M EST M A N E S V P E R C IL IO ,

E T T E N V L L A M O V E T C A N I R E V E R E N T IA C V N N I,

Q V E M POTES IN T E R AVOS IA M N V M E R A R E T V O S .

Pr o m it t is sescenta t a m e n ; sed m e n t v l a sv r d a est,

111
E T S IT LVSC A L IC E T , T E T A M E N IL L A V I D I T ( iX 3 7 ) .

51 Q v id r e c it a t v r v s c ir c v m d a s v e l l e r a c o l l o ?

C o n v e n i v n t n o s t r is a v r ib v s is t a m a g is (i v 4 1 ) .

52 P r a e d ia s o l v s h a b e s e t s o l v s , C a n d id e , n v m m o s ,

A V R E A SOLVS H AB E S , M V R R IN A SOLVS H ABES,

M a s s ic a s o l v s h a b e s e t O p im i C a e c v b a so lvs,

ET COR so lvs h a b e s , s o lvs e t in g e n iv m .

O m n ia SOLVS H A BES — N E C M E P V T A V E L L E N E G A R E —

V X O R E M SED H A B E S , C A N D ID E , C V M P O P V L O ( i l l 2 6 ) .

53 I n f e l ix v e n t e r s p e c t a t c o n v iv ia c v l i,

E T SEM PER M IS E R H IC E S V R IT, IL L E V O R A T ( i i 5 1 . 5 / 6 ) .

54 S e p t im a i a m , P h il e r o s , t ib i c o n d it v r v x o r in ag ro :

plvs N V L L i, P h i l e r o s , q v a m t ib i r e d d it a g e r (x 4 3 ) .

55 V e n t r is o n v s m is e r o , n ec te pvdet , e x c ip is a v r o ,

B asse, b ib is v i t r o : c a r iv s e r g o c a c a s (i 3 7 ) .

56 S i t t i b i t e r r a l e v is m o l l i q v e t e g a r is h a r e n a ,

N E T V A N O N P O S S IN T ER VERE OSSA C AN ES ( i X 2 9 . 1 1 / 2 ) .

57 Et d e l a t o r es e t c a lv m n i a t o r ,

E T F R A V D A T O R ES E T N E G O T IA T O R ,

E T F E L L A T O R ES E T L A N IS T A . M lR O R

Q V A R E N O N H A B E A S , V A C E R R A , N V M M O S (X I 6 6 ) .

58 E r g o fam em m is e r a m a v t e p v l is i n f v s a v e n e n a ,

e t po pvlvm exsangvem p in g v e s q v e i n f v n v s a m ic o s ,

E T M O L E IM P E R II S E N IV M SVB N O M IN E PACIS

E T Q V O D C V N Q V E IL L IS N V N C A V R E A D IC IT V R AETAS,

M A R M O R E A E Q V E C A N E N T L A C R Y M O S A IN C E N D IA R O M A E ,

112
V T F O R M O S V M A L IQ V ID , N IG R A E E T S O L A T IA N O C T IS ;

E R G O RE B E N E GESTA, E T L E T O M A T R IS O V A N T E M [ . . . ] ( 1 / 7 )

59 Sat. X I I I 2 8 .
60 E x Q V O S V FF R A G IA N V L L I

V E N D IM V S , E F F V D IT C VRAS; N A M Q V I D A B A T O L IM

IM P E R IV M , FASCES, L E G IO N E S , O M N IA , N V N C SE

C O N T IN E T A T Q V E DVAS T A N T V M RES A N X IV S O PTAT:

P A N E M E T CIRCENSES ( X 7 7 / 8 1 ) .

61 C V M TE N E R V X O R E M D V C A T SPADO, M E V IA T v S C V M

F IG A T A P R V M E T N V D A T E N E A T V E N A B V L A M A M M A ,

P ATR IC IO S O M N IS O PIBVS C V M P R O V O C E T V N V S

Q V O T O N D E N T E G R A V Is fr W E N I M I H I B A R B A SO N ABAT,

CVM pars N i l i a c a e p l e b is , c v m verna C ano pi

C r is p in v s T y r ia s v m e r o r e v o c a n te lac ernas

V E N T IL E T A E S T I W M D IG IT IS S V D A N T IB V S A V R V M

N E C SVFFERRE Q V E A T M A IO R IS P O N D E R A G E M M A E ,

D IF F IC IL E EST S A T V R A M N O N SCRIBERE. N A M Q V IS IN IQ V A E

T A M PATIENS V R B IS , T A M FERREVS, V T T E N E A T SE [ . . . ]

C v m te svm m o vean t q vi testam enta m eren tvr

N O C T IB V S , IN C A E L V M QVO S E V E H IT O P T IM A S V M M I

N V N C V IA PROCESSVS, V E T V L A E V E S IC A BEATAE? ( i 2 2 / 3 9 )

62 Q v id R o m a e f a c ia m ?M e n t i r i n e s c io (i i i 4 1 ) .

63 R id e s , m a io r e c a c h in n o

C O N C V T IT V R ; FLET, SI L A C R IM A S C O N S P E X IT A M IC I,

N E C D O L E T ; IG N IC V L V M B R V M A E SI T E M P O R E POSCAS,

A C C IP IT E N D R O M ID E M ; SI D IX E R IS «AESTVO », S VD AT ( i l i 1 0 0 / 3 ) .

113
64 Sat. vi 165.
65 Q vA T A M E N E X A R S IT F O R M A , Q V A C A P T A I W E N T A

E p p ia ? [...] N a m Se r g io l v s ia m radere g v ttv r

C O EP ER AT E T S E C TO R E Q V IE M SPERARE L A C E R T O ;

PR AE TER EA M V L T A I N FA C IE D E F O R M IA , S IC V T

A T T R IT V S G A L E A M E D IIS Q V E I N N A R IB V S IN G E N S

G IB B VS E T A C R E M A L V M SEM PER S T IL L A N T IS O C E L L I ( V I 103/9).


“ G A V D E , IN F E L IX , A T Q V E IPSE B IB E N D V M

P O R R IG E Q V ID Q V ID E R IT ; N A M [ . . . ] ESSES

A e th io p is fo r ta s s e p a te r , m o x d e c o l o r h e re s

IM P L E R E T TA B VLAS N V M Q V A M T IB I M A N E V ID E N D V S ( V I 597/601).
67 B e l l o r v m E X W IA E , T R V N C IS a d f i x a t r o p a e i s

L O R IC A E T FR A C TA D E C ASSID E B V C C V L A P E N D E N S

E T C V R T V M T E M O N E IV G V M V IC T A E Q V E T R IR E M IS

AP LV S TR E E T S V M M O T R IS T IS C A P T IV O S IN A R C V

H V M A N IS M A IO R A B O N IS C R E D V N T V R . Ad H O C SE

R o m a n v s G r a i v s q v e E T BARBARVS IN D V P E R A T O R

E R E X IT, CAVSAS D IS C R IM IN IS A T Q V E LA BO R IS

IN D E H A B V IT ; T A N T O M A IO R F A M A E SITIS EST Q V A M

V IR T V T IS (x 133/41 ).
68 Sat. x 356.
69 Añadamos que en aquel momento el actor que hacía de mori­
bundo, inspirado por la gracia divina, se levantó y, dirigiéndose
al emperador Diocleciano, que estaba en el teatro, le dijo que aca­
baba de convertirse al cristianismo y le pidió, a él y a todos los
espectadores, que se convirtieran también. Naturalmente, lo eje-

114
cutaron en el acto. Se llamaba Ginés y ahora es el santo patrón
de los actores.
70 E v n e , q v o d v x o r is g r a v id a e p v t r id a i n g v in a l a m b is ,

FESTIN AS GLOSSAS N O N N A T IS T R A D E R E N A T IS {Ep. 8 6 ).

71 S e m i f e r v s p a r t v s , m e t v e n d a q v e p ig n o r a M A T R I,

M O E N IB V S E T M E D IIS A V D IT V M N O C T E L V P O R V M

M V R M V R , E T A T T O N IT O PEC VDES PASTORE L O C V T A S ,

E T L A P ID V M D IR A S H IE M E S , N IM B O Q V E M IN A C E M

S A N G V IN E O RVBVISSE lO V E M , P V T E O S Q V E C R VO R E

M V T A T O S , V IS A S Q V E P O L O C O N C V R R E R E LV N A S ,

E T G E M IN O S SOLES M IR A R I D E S IN A T ORBIS:

O M N IA CESSERVNT, E V N V C H O C O N S V LE , M O N S T R A ( C ontra Eutr.


I 1 /8 ).

115
Cameo con la apoteosis del Imperio.
B i b l i o g r a f ía e l e m e n t a l

* J o s é G u ille n C a b a l le r o (1991) Lucilio, Horacio, Persio, Juve­


nal: La sátira latina, Madrid.
✓M. CoFFEY (1989) Roman Satire, Londres.
ν' N. R u d d (1986) Themes in Roman Satire, Londres.
ν' http://faculty.rmc.edu/gdaugher/public_hnnl/classics/RomSat.html.

117
Esta p r i m e r a e d ic ió n

e n REY L e a r de

L a sá tira
se a c a b ó d e i m p r i m i r

e n e l in v ie r n o d e 2 0 1 4

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