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LA DEFENSA DE LA COMPETENCIA EN ESPAÑA Y SU

RELACIÓN CON LA POLÍTICA DE COMPETENCIA DE LA


COMISIÓN EUROPEA

I Día de la Competencia
Santiago de Chile, 30 de octubre de 2003

1. Introducción

En primer lugar, desearía agradecer a los organizadores su amable invitación a


participar como ponente en un evento de tanta trascendencia para la defensa de la
competencia en Chile como este I Día de la Competencia. Este agradecimiento es
especial en el caso de Pedro Mattar, Fiscal Nacional, con quien he tenido la oportunidad
de trabajar en proyectos comunes como el Foro Iberoamericano de Defensa de la
Competencia y que tanto respeto y admiración me merece por su faceta profesional y su
calidad humana.

Desde el plano institucional es un gran placer estar presente en un momento de


transformación de la defensa de la competencia en Chile con la aprobación de una
nueva ley que supone una reestructuración del modelo de gran calado tanto en el plano
sustantivo como en el institucional.

Es reducido el conocimiento que poseo de la nueva ley pero, según las primeras
impresiones que tengo, parece que plantea una modificación enfocada de una forma
adecuada.

Por un lado, se aclaran y adecuan a los estándares internacionales conceptos


básicos de esta materia como son el tratamiento del abuso de posición de dominio, los
precios predatorios o la competencia desleal.

Por otro lado, supone un reforzamiento institucional muy importante con la


creación de un Tribunal de Defensa de la Libre Competencia. Personalmente, considero
fundamental disponer de un organismo independiente en la resolución de expedientes
para dotar de la máxima credibilidad al sistema.

Curiosamente, este reforzamiento institucional se encuentra en línea con el que


venimos observando en los últimos meses en España. Ya se ha reconocido a nuestro
Tribunal una personalidad jurídica propia, se han aprobado nuevos Estatutos de
estructura interna, se ha asignado una fuente de ingresos propia y se está produciendo
un incremento importante tanto presupuestario como de recursos humanos. Todo ello
nos está permitiendo afrontar con mayores garantías los enormes cambios que están
registrándose tanto a nivel europeo como español en el ámbito de la defensa de la
competencia.

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Por lo que se refiere a mi presentación, me gustaría estructurarla en dos
apartados diferenciados, pero relacionados entre sí. El primero de ellos se centra en el
análisis a grandes rasgos del modelo español de defensa de la competencia, mientras en
el segundo trataré de comentar brevemente cuáles son las líneas maestras de la inserción
de este modelo en el más amplio a nivel comunitario.

2. El modelo español de defensa de la competencia

2.1. Origen y desarrollo

Los orígenes del modelo español de defensa de la competencia se encuentran en


1963 con la promulgación de la Ley de Represión de Prácticas Restrictivas de la
Competencia en el marco de los instrumentos de política económica incluidos en el
proyecto de apertura de la economía española.

Esta Ley de 1963 creaba el Tribunal de Defensa de la Competencia como un


órgano judicial especializado y suponía la inclusión en el ordenamiento jurídico
español, al menos desde el punto de vista de principios, de los comportamientos
prohibidos por el Tratado de Roma en sus artículos 85 y 86. No obstante, esta traslación
de los principios comunitarios a la normativa española adolecía de ciertas
peculiaridades, propias de una economía muy intervenida como era, en esos momentos,
la española.

La economía española estaba comenzando un lento proceso de liberalización y


desregulación pero aún era prematuro para que una ley de defensa de la competencia
tuviera efectos importantes sobre la estructura competitiva de los mercados. De hecho,
la actividad del Tribunal durante este período fue muy reducida, con un promedio de
expedientes resueltos al año inferior a diez.

La promulgación de la Constitución Española en 1978 supone el primer cambio


de calado en esta materia, por dos motivos:

- El Tribunal de Defensa de la Competencia pasa a ser un organismo


administrativo dependiente del Ministerio de Economía (entonces de
Comercio).

- Se reconoce expresamente la libertad de empresa que, posteriormente, se


convertirá en el anclaje constitucional de la defensa de la competencia en
España.

El segundo cambio importante se produce con la adhesión de España a las


Comunidades Europeas en 1986. Esta adhesión, además de provocar un efecto
inmediato como es el de la aplicabilidad directa de los preceptos del Tratado de Roma,
genera la necesidad de adecuar nuestras normas y procedimientos de defensa de la
competencia a los mandatos comunitarios.

De esta forma, en 1989 se promulga la Ley que actualmente está en vigor, la Ley
16/1989, de Defensa de la Competencia. Esta Ley crea la base institucional,

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procedimental y sustantiva del sistema español de defensa de la competencia que, en sus
aspectos más fundamentales y a pesar de las modificaciones legislativas de los últimos
años, permanece inalterada.

2.2. La razón de ser de la defensa de la competencia en España

Lo primero que hace esta nueva Ley en su Exposición de Motivos es establecer


un engarce constitucional y fijar los objetivos de la defensa de la competencia en
España. Así se señala que:

“la competencia, como principio rector de toda economía de mercado,


representa un elemento consustancial al modelo de organización
económica de nuestra sociedad y constituye, en el plano de las libertades
individuales, la primera y más importante forma en que se manifiesta el
ejercicio de la libertad de empresa. La defensa de la competencia, por
tanto, (...) ha de concebirse como un mandato a los poderes públicos que
entronca directamente con el artículo 38 de la Constitución”.

A este respecto es importante resaltar que la Constitución española al mismo


tiempo que reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado
también establece que los poderes públicos garantizarán y protegerán su ejercicio “de
acuerdo con las exigencias de la economía general”.

De la lectura de este mandato constitucional se deben extraer dos conclusiones.


En primer lugar, que el principio de libertad de empresa, aún siendo básico, está
sometido a diversas limitaciones que se derivan de la protección de otros intereses,
considerados también dignos de protección.

En segundo lugar, que los poderes públicos están obligados a mantener el


sistema concurrencial, es decir, la competencia en el mercado. Así lo ha reconocido, el
propio Tribunal Constitucional en Sentencia de 1 de julio de 1986 en la que se señala
que:

“una de las actuaciones que pueden resultar necesarias es la consistente


en evitar aquellas prácticas que puedan afectar o dañar seriamente a un
elemento tan decisivo en la economía de mercado como es la
concurrencia entre empresas, apareciendo así la defensa de la
competencia como una necesaria defensa y no como una restricción de la
libertad de empresa y de la economía de mercado”.

De esta forma, se fija el marco constitucional en el que se desarrollará la defensa


de la competencia en España.

2.3. Aspectos sustantivos del modelo español de defensa de la competencia

En el plano sustantivo la Ley 16/1989 prácticamente reproduce los artículos 85 y


86 del Tratado de Roma, prohibiendo en su artículo 1 los acuerdos entre empresas u
otros agentes económicos encaminados a la fijación de precios, reparto de mercados o
limitaciones de la producción, y en su artículo 6, el abuso de una posición de dominio.

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En nuestro caso, la Ley añade además una conducta prohibida adicional,
directamente extraída del Derecho francés, como es la competencia desleal con
afectación al interés público. Por su parte, en la mayoría de países europeos, el asunto
de la competencia desleal se reduce al ámbito del interés privado y cuando afecta al
interés general se trata como un abuso de posición de dominio pero sin una tipificación
específica.

En materia de concentraciones, la Ley de 1989 originalmente establece un


sistema en el que la notificación no es obligatoria y la labor del Tribunal es consultiva,
tomando la decisión final el Consejo de Ministros. No obstante, las Sentencias más
recientes del Tribunal Supremo en esta materia señalan que la decisión del Consejo de
Ministros no puede desviarse de la recomendación del órgano especializado, el Tribunal
de Defensa de la Competencia, a menos que se motive de forma adecuada y suficiente,
y siempre atendiendo a criterios relacionados con la defensa de la competencia y no
propios de otros objetivos de política económica. De hecho, en la gran mayoría de las
ocasiones la decisión final sigue el dictamen recomendado por el Tribunal.

En la Ley se detalla que el Tribunal, a petición del Ministro de Economía,


deberá elaborar un informe sobre la operación en el que, atendiendo a un amplio
número de circunstancias, como son la estructura del mercado afectado, las
posibilidades de elección de los proveedores, distribuidores y consumidores o usuarios,
el poder económico y financiero de las empresas, la evolución de la oferta y la
demanda, la competencia exterior o la existencia de barreras de entrada, se eleve un
dictamen al Consejo de Ministros sobre el impacto de la operación en el mercado
correspondiente recomendando: su aprobación sin más, su aprobación sometida a la
aceptación de una serie de condiciones por parte de las empresas notificantes o su
prohibición.

La reforma de 1999 convierte la notificación en obligatoria a partir de unas


determinadas cuotas de mercado y volúmenes de facturación. Esta nueva situación
provoca que, a partir de entonces, el control de concentraciones haya pasado a ser uno
de los aspectos fundamentales de la defensa de la competencia en España.

2.4. Aspectos institucionales del modelo español de defensa de la competencia

Por lo que se refiere a los aspectos institucionales, en España se ha apostado,


como en muchos otros países europeos en el momento de promulgarse la Ley de 1989,
por un modelo en el que intervienen dos instituciones: el Servicio de Defensa de la
Competencia, cuyas funciones se centran en la instrucción e investigación de los
expedientes, y el Tribunal de Defensa de la Competencia, con carácter resolutivo para
los casos de conductas prohibidas y consultivo para las operaciones de concentración y
las ayudas públicas.

Asimismo, el sistema garantiza el principio de tutela judicial efectiva recogido


en la Constitución con la posibilidad que tienen los agentes económicos de recurrir las
decisiones del Tribunal, en primera instancia, ante la sala de lo contencioso-
administrativo de la Audiencia Nacional y, en casación, ante el Tribunal Supremo.

En el área de concentraciones las decisiones del Consejo de Ministros son


recurribles directamente ante el Tribunal Supremo.

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En ambos casos, la jurisdicción contencioso-administrativa actúa como
controladora de la legalidad de los actos de la Administración Pública.

Por otro lado, tras la aprobación de la Ley 1/2002, este entramado institucional
se completa con el reconocimiento de las competencias que sobre esta materia tienen las
Comunidades Autónomas. Esta Ley fija los criterios de conexión por los cuales se
establece el reparto de competencias entre las Comunidades Autónomas y el Estado en
las conductas prohibidas, manteniéndose la exclusividad de las competencias en el
control de concentraciones en la Administración Central.

Es todavía pronto para saber cómo va a evolucionar tanto a nivel institucional


como de actividad, este proceso de descentralización iniciado en España. No obstante,
aunque esta modificación no está exenta de riesgos, considero que también presenta
aspectos positivos como son que la cercanía de las Comunidades Autónomas a los
hechos puede permitir una mayor eficacia en la investigación de un determinado tipo de
expedientes y que el balance global de recursos financieros y humanos que nuestro país
va a dedicar a la defensa de la competencia se incrementará en el medio plazo.

2.5. Aspectos procedimentales del modelo español de defensa de la competencia

También me gustaría referirme a los aspectos procedimentales del modelo


español de defensa de la competencia. En lo que se refiere al procedimiento relativo a
los expedientes sobre conductas prohibidas, destacaría las siguientes características.

En primer lugar, que se trata de un procedimiento muy garantista respecto a la


correcta defensa de los intereses de las partes. Estas garantías se traducen en la
posibilidad de aportar pruebas durante varias fases del procedimiento y que las
opiniones de las partes sean escuchadas tanto ante el Servicio como ante el Tribunal.

Otro elemento característico de nuestro modelo es, como señalaba


anteriormente, la separación institucional de la instrucción y la resolución de los
expedientes. Esta separación conlleva también la posibilidad de recurrir ante el Tribunal
las decisiones del Servicio que pongan fin al proceso.

En tercer lugar, es digno de destacar que nuestra Ley fija detalladamente los
criterios de determinación de la sanciones, aumentando de esta forma la predictibilidad
del sistema.

Por último, no puedo dejar de destacar como una gran virtud de nuestro modelo,
la transparencia tanto del procedimiento como de la resolución. En lo referido al
procedimiento, porque éste se detalla concienzudamente en nuestra Ley, y en lo relativo
a la resolución, porque el texto de la misma es publicado de forma íntegra e inmediata
en la página de Internet del Tribunal.

Indudablemente, estas ventajas conllevan también algunos inconvenientes.


Desde mi punto de vista, el más importante es que un procedimiento tan garantista con
los intereses de las partes implica una duración excesivamente larga que, en ocasiones,
sobre todo en los expedientes relativos a abusos de posición de dominio en sectores

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recientemente liberalizados, puede provocar que la decisión final llegue demasiado
tarde para restablecer las condiciones de competencia del mercado afectado.

Esta situación no se produce en el caso del control de concentraciones. En


nuestro país el procedimiento prevé una decisión administrativa definitiva en un plazo
máximo de cuatro meses. Este plazo es uno de los más reducidos en la Unión Europea.
No obstante, la mayoría de las operaciones, las que no conllevan riesgos para la
competencia, son aprobadas, en primera fase, por el Ministro de Economía en el plazo
de un mes.

Lo más importante es que estos plazos tan cortos no conllevan un deterioro de


las garantías de las partes interesadas puesto que, de nuevo, el procedimiento
establecido por nuestra Ley prevé expresamente que todas ellas puedan manifestar su
opinión y objeciones sobre la operación en diversos momentos de la tramitación del
expediente.

En fin, considero que, tanto en conductas prohibidas como en concentraciones,


el procedimiento que marca la ley española de defensa de la competencia cumple
adecuadamente los requisitos de transparencia, predictibilidad y defensa de los intereses
de las partes que cualquier sistema de Derecho debe tener presente.

2.6. La defensa de la competencia en el marco de la liberalización de la


economía española

Para cerrar este apartado dedicado al modelo español, me gustaría detenerme en


el papel que la defensa de la competencia ha jugado en el proceso de liberalización,
desregulación, privatización de empresas públicas y, en general, de apertura de la
economía española en estas últimas décadas.

La evolución de la defensa de la competencia en España y, en especial, la


adquisición de importancia y confianza por parte de los agentes económicos y el
conjunto de la sociedad se produce en un entorno de evolución muy dinámica de la
economía española.

España durante el siglo XX ha sido un laboratorio de políticas de muy distinto


signo. Los años cuarenta y cincuenta se caracterizaron por una política económica muy
proteccionista e intervencionista acorde con el aislacionismo que vivía nuestro país.

A finales de los cincuenta comienza un cambio radical de la política económica


que se orienta hacia fuera con un modelo basado en políticas de privatización,
liberalización y desregulación que se irán profundizando a medida que avanzan los
años. Es ahí cuando surge la defensa de la competencia en nuestro país, si bien, todavía
no con plenos efectos como veíamos anteriormente.

Desde ese momento, la liberalización pasó a ser un ingrediente esencial de la


política económica española y sus efectos se pueden comprobar en los cambios
espectaculares en la renta y la riqueza que se han registrado a lo largo de la segunda
mitad del siglo XX.

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La evolución de esta liberalización siguió el mismo paradigma que en otros
países. En primer lugar, el sector exterior: comercio y capitales. En segundo lugar, el
mercado de trabajo. Después, el comercio interior y el sistema financiero. Y, por último,
los servicios y la desregulación de los monopolios. En todas las fases de la
liberalización, la defensa de la competencia es importante, pero es mucho más en esta
última en la que se produce una apertura prácticamente de todos los sectores de la
economía española.

Por supuesto, este proceso de liberalización ha ido de la mano de la creciente


inserción internacional de la economía española. Primero, los acuerdos con el FMI y el
GATT, hasta la propia entrada en el Mercado Común, el Acta Única de Adhesión a las
Comunidades Europeas y, más recientemente, la introducción del euro como moneda
única de la Unión Europea.

Todo ello ha provocado que la economía española sea hoy día una de las más
abiertas del mundo y en la que mayor peso tienen tanto el comercio exterior como la
inversión extranjera.

En este proceso de transformación se fue produciendo un cambio de enfoque


muy importante por parte de nuestras autoridades. A partir de finales de los años
ochenta las políticas macroeconómicas dejan paso e importancia a las microeconómicas.
En este nuevo escenario la defensa de la competencia adquiere un papel trascendental
para el éxito de las políticas de oferta que se desarrollan.

Desde principios de los años noventa se inician las liberalizaciones y


desregulaciones de sectores claves para la economía como las telecomunicaciones o la
electricidad y es en esa misma etapa en la que la labor del Tribunal de Defensa de la
Competencia comienza a adquirir notoriedad por varias razones.

La primera de ellas es la elaboración de informes que sirven de base para que el


Gobierno tome la decisión de liberalizar determinados sectores o actividades
económicas como, a modo de ejemplo, fueron los estudios sobre la distribución de
libros, los horarios comerciales, el ejercicio de profesiones liberales, el suelo, las
telecomunicaciones, los transportes o la energía eléctrica. Un ejemplo paradigmático de
estos estudios elaborados por el Tribunal fue el que identificaba los costes del sistema
de regulación existente en diversos sectores en el marco de aplicación del Programa de
Convergencia de 1992.

La segunda, se refiere a la labor de supervisor del comportamiento competitivo


de los agentes económicos que el Tribunal juega mediante la aplicación de los artículos
que prohíben los comportamientos colusorios entre empresas y, sobre todo, los abusos
de posición de dominio en un marco de desmantelamiento de antiguos monopolios u
oligopolios como era el caso de la telefonía, la energía, el agua o los transportes.

La tercera tiene que ver con la labor preventiva realizada a través del control de
concentraciones. En un entorno económico de gran dinamismo como es el que ha
caracterizado la economía española de los últimos diez años, se han producido muchos
cambios estructurales en los mercados que ha sido necesario analizar para evitar el
desarrollo de estructuras de oferta o de demanda que incentiven comportamientos
contrarios a la libre competencia.

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Estos tres instrumentos son los que han supuesto la mayor aportación del
Tribunal de Defensa de la Competencia al proceso de liberalización, desregulación y
privatizaciones llevado a cabo en la economía española en las últimas décadas pero,
sobre todo, desde principios de los años noventa y que han servido para homogeneizar
los niveles de renta de los españoles con los del resto de la Unión Europea y convertir a
la economía española en una de las más abiertas de Europa y del mundo con un gran
potencial de crecimiento futuro y una gran capacidad de atracción de inversión
extranjera.

2.7. Conclusión

En definitiva, en España tenemos un modelo de defensa de la competencia que


aunque, como es lógico, es mejorable, es un modelo homologable y contrastable a nivel
internacional y que, como en el resto de países desarrollados, atiende a la necesidad de
preservar la libre competencia. Es un modelo que se inserta plenamente en el sistema
europeo y que, además, ha sabido adaptarse a la propia evolución de la economía
española.

Se trata de un modelo que, dentro de las limitaciones que se derivan de su campo


de actuación, intenta ofrecer las máximas garantías jurídicas por varias vías:

- la transparencia y publicidad de sus resoluciones e informes, que están


todos disponibles íntegramente en Internet,

- el establecimiento de un detallado procedimiento,

- la fundamentación de sus decisiones,

- la posibilidad que se da a todos los agentes afectados de manifestar sus


posiciones durante el proceso,

- y, por último, con el derecho de las partes a recurrir las decisiones


adoptadas ante los Tribunales jurisdiccionales.

3. Inserción del modelo español de defensa de la competencia en el proyecto de


integración europea

3.1. Origen y desarrollo del modelo comunitario de defensa de la competencia

El Derecho de la competencia aparece por primera vez en Europa en el Derecho


alemán. En 1923, y como consecuencia de la crisis económica que atravesó Alemania
tras la Primera Guerra Mundial, se adoptó una “Ordenanza contra el abuso de las
posiciones de poder económico”.

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No obstante, a nivel comunitario los principios de la defensa de la competencia
no se recogen hasta la aprobación del Tratado de la Comunidad Económica Europea de
1957.

En este Tratado ya se diseña el entramado sustantivo del sistema comunitario de


defensa de la competencia a través del artículo 85.1 que prohíbe los acuerdos entre
empresas, las decisiones de asociaciones de empresas y las prácticas concertadas que
puedan afectar el comercio entre los Estados miembros y que tengan por objeto impedir,
restringir o falsear la competencia, y el artículo 86 que declara incompatible con el
mercado común y prohíbe la explotación por parte de una o más empresas, de una
posición dominante en el mercado común o en una parte sustancial del mismo.

Al recogerse directamente en el Tratado CE, estos artículos se benefician de uno


de los principios básicos del Derecho comunitario como es el de su aplicabilidad directa
en cada uno de los Estados miembros sin necesidad de transposición lo que da idea del
valor que para el proceso de integración europea tiene la defensa de la competencia.

Este valor se proyecta hasta hoy día puesto que en el proyecto de Constitución
de la Unión Europea se prevé contemplar expresamente la defensa de la competencia
como uno de los principios y valores fundamentales a nivel comunitario.

Respecto al control de concentraciones, éste llega más tarde. De hecho, en el


Tratado de Roma no se hace mención alguna al respecto, a diferencia del Tratado
CECA, que en su artículo 66 había instaurado un régimen de control previo de las
operaciones de concentración empresarial en el sector siderometalúrgico. Y ello fue así
porque al margen de las industrias del carbón y acero, en aquellos momentos no se
contemplaban las operaciones de concentración empresarial desde la óptica de su
impacto en la competencia efectiva de los mercados sino desde la necesaria
reestructuración industrial que afrontaba Europa y, por tanto, no se consideraba
oportuno su control previo sino, más bien, se incentivaban este tipo de operaciones.

No fue hasta finales de los años ochenta, es decir, casi treinta años más tarde,
cuando el Consejo Europeo adoptó el Reglamento 4064/89, de 21 de diciembre de 1989,
otorgando poderes específicos de control a la Comisión Europea en materia de
concentraciones.

Anteriormente, las concentraciones eran examinadas a la luz del artículo 86 del


Tratado CE, es decir, se analizaba si suponían una manifestación abusiva de la posición
de dominio que pudiera ostentar la empresa adquirente. A partir del Reglamento
4064/89, el examen de la Comisión Europea no tiene ese carácter sancionador sino uno
preventivo orientado a evitar la creación de estructuras de mercado proclives a
comportamientos anticompetitivos en línea con lo establecido por la doctrina de la
Escuela de Harvard, posteriormente matizada, por la Escuela de Chicago.

El modelo comunitario se completa con el cumplimiento del principio de tutela


judicial efectiva, previéndose la posibilidad de recurrir las decisiones del órgano
administrativo, la Comisión Europea, ante el Tribunal de Primera Instancia y,
posteriormente, en casación ante el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas.

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Este sistema ha venido funcionando desde entonces sin apenas variaciones en su
estructura básica pero sí con modificaciones encaminadas a otorgar mayor seguridad
jurídica a los agentes económicos como es la promulgación de Comunicaciones
interpretativas de conceptos como el mercado relevante o la empresa en participación;
Reglamentos de desarrollo de situaciones específicas como era la distribución de
carburantes o de cervezas que merecían a juicio de la Comisión Europea un tratamiento
especial, y cambios procedimentales tanto en materia de concentraciones como de
conductas prohibidas.

Por lo demás, la estructura básica del modelo ha permanecido inalterada a pesar


de las diversas incorporaciones de nuevos Estados a la Unión Europea y de su propia
evolución que ha pasado de ser un mero acuerdo comercial en los ámbitos del carbón y
acero a ser una unión económica y monetaria que alcanzará los 25 miembros a partir del
próximo 1 de mayo.

3.2. Reparto de competencias entre las autoridades nacionales y la Comisión


Europea

Un aspecto fundamental del buen funcionamiento del modelo comunitario de


defensa de la competencia ha sido la adecuada capacidad de repartir competencias entre
las autoridades nacionales y la Comisión Europea.

En materia de conductas prohibidas, el Tratado de Roma estableció que, con


independencia de las competencias que tenían atribuidas las autoridades nacionales en
materia de defensa de la competencia en el ámbito interno, éstas podían también aplicar
la normativa comunitaria dada la aplicabilidad directa del propio Tratado. Es más, desde
el principio, se establecía el principio de primacía del Derecho comunitario sobre el
Derecho nacional.

En la actualidad estas relaciones se recogen en el Reglamento 17/62, de 6 de


febrero, en el que se establece que la competencia compartida entre la Comisión y las
autoridades nacionales se refiere únicamente al apartado 1 del artículo 81 y al artículo
82 (artículos 85.1 y 86 del Tratado de Roma), y ello sólo en los casos en que la
Comisión no hubiera iniciado procedimiento alguno.

A partir de este marco legal se ha ido desarrollando una práctica general basada
en la cooperación entre la Comisión y las autoridades nacionales que ha permitido una
aplicación uniforme de los artículos 81.1 y 82, con independencia de la autoridad
competente en cada momento.

No obstante, a partir del próximo 1 de mayo se producirá una modificación


importante con la derogación del Reglamento 17 y la entrada en vigor del Reglamento
1/2003 que establece un nuevo marco de cooperación entre la Comisión y los Estados
miembros.

En el largo período de tiempo, más de cuarenta años, en que ha estado en vigor


el Reglamento 17 se han producido numerosos cambios y acumulado suficientes
experiencias para plantearse un programa ambicioso de modernización de la normativa
comunitaria de defensa de la competencia.

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Así, las autoridades nacionales se han desarrollado notablemente en estas
últimas décadas, se han ido promulgando normativas específicas sobre esta materia en
todos los Estados Miembros, se ha avanzado en la constitución del mercado único
europeo y se afrontan nuevos retos a nivel institucional y político con la ampliación de
la Unión Europea a nuevos países.

El Reglamento 17 ya no podía satisfacer con suficientes garantías las


necesidades derivadas de esta nueva realidad institucional, económica y política y era
necesario emprender un proceso de adaptación de la aplicación práctica de los preceptos
comunitarios de defensa de la competencia a esta nueva situación.

El Reglamento 1/2003 hace frente a esta nueva realidad con el planteamiento de


novedades importantes para el sistema europeo de defensa de la competencia. En primer
lugar, el nuevo Reglamento reconoce las competencias que los jueces nacionales
tendrán para aplicar la normativa comunitaria de competencia y desarrolla los
mecanismos de coordinación entre estos y la Comisión Europea.

En segundo lugar, se reconocen mayores poderes de investigación y sanción para


la Comisión Europea.

En tercer lugar, se modifica el sistema de aplicación del apartado 3 del artículo


81 que prevé que determinados acuerdos entre empresas puedan beneficiarse de una
autorización singular si los beneficios que generan para el interés general son
suficientes.

En este sentido, el nuevo sistema supone la excepción legal de este tipo de


acuerdos frente al sistema de autorización ex ante del Reglamento 17. Con el
Reglamento 17 el sistema era el siguiente: un grupo de empresas notificaban a la
Comisión determinado acuerdo que según ellas quedaba inmerso dentro de lo previsto
por el apartado 3 del artículo 81 a la espera que la Comisión concediera la
correspondiente autorización singular. La realidad era que dado el nivel de saturación
administrativa que tenía la Comisión, la mayoría de las notificaciones no eran
respondidas más que con una carta administrativa en la que se señalaba que, en
principio, el acuerdo notificado parecía cumplir lo previsto en el artículo 81.3. No
obstante, esta carta no impedía que en un futuro cualquier autoridad de defensa de la
competencia pudiera abrir una investigación contra ese mismo grupo de empresas.

El sistema aprobado por el Reglamento 1/2003 elimina ese sistema de


autorización ex ante centralizada en la Comisión por uno de excepción legal
descentralizado en el que serán las propias empresas las que deberán hacer un análisis
para evaluar si sus acuerdos cumplen lo previsto en el artículo 81.3 y, por tanto, no son
sancionables por el apartado 1 de ese mismo artículo.

En fin, este Reglamento 1/2003 supone por primera vez un cambio estructural de
gran calado del modelo comunitario de defensa de la competencia en el que se otorga un
mayor papel a los jueces nacionales, la Comisión logra mayores poderes de
investigación y sanción y se completa la descentralización en la aplicación de los
preceptos del Tratado CE hacia las autoridades nacionales, estableciéndose también
nuevos sistemas de reparto de competencias entre la Comisión y los Estados miembros
en conductas prohibidas.

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3.3. Conclusión

Este no ha pretendido ser más que un breve repaso de los orígenes, evolución y
situación actual del sistema europeo de defensa de la competencia. A modo de
conclusión, considero adecuado señalar que este sistema se asienta sobre los siguientes
pilares:

- reconocimiento de la defensa de la competencia como un valor clave para el


proceso de integración europea y de consolidación de un mercado único
europeo,

- ágil adaptación a la propia evolución política, económica e institucional de la


Unión Europea en estas últimas décadas,

- apuesta por un reparto de competencias congruente entre la Comisión


Europea y los Estados miembros,

- reconocimiento de la tutela judicial efectiva con la participación de los


Tribunales tanto a nivel comunitario como nacional.

El resultado de este proceso es que la defensa de la competencia ha sido un


instrumento clave para lograr que las condiciones de competencia tanto en el mercado
común como al interior de cada país hayan logrado ser homogéneas, es decir, cualquier
empresa tiene la garantía de que si forma parte de un cártel, si abusa de su posición de
dominio, si recibe una ayuda estatal o si se fusiona con un competidor su caso será
tratado prácticamente de la misma forma en la Comisión Europea o en cualquier Estado
miembro.

Esto hace que la defensa de la competencia haya sido, y siga siendo, un pilar
fundamental de integración en Europa así como de desarrollo y crecimiento sostenido
en cada uno de los Estados miembros.

4. Epílogo

No quisiera concluir esta intervención sin agradecer nuevamente a los


organizadores la invitación a participar en este I Día de la Competencia. Es muy
gratificante comprobar, tanto a nivel personal como institucional, cómo la defensa de la
competencia adquiere cada día más importancia en cualquier rincón del mundo.

Y lo es especialmente en el caso de un país que, como Chile, es tan cercano a


España. Las reformas aprobadas recientemente suponen un impulso muy importante
para que la defensa de la competencia se convierta en la piedra angular del crecimiento
sostenido y equilibrado de la economía chilena.

Tanto a nivel institucional como sustantivo, considero que la nueva Ley pone las
bases adecuadas para construir un edificio de la defensa de la competencia que garantice
el buen funcionamiento de los mercados y que sus beneficios se expandan al conjunto
de la sociedad.

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Sólo me queda felicitarles por la excelente organización de esta Jornada y
desearles el mayor de los éxitos en esta nueva andadura.

Gonzalo Solana
Presidente
Çv cTribunal de Defensa de la Competencia

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