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LA BOBINA MARAVILLOSA

Erase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido una buena regañina por su pereza,
suspiro tristemente, diciendo:

¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo que me apetezca?


Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama una bobina de hilo de oro de la que salió una débil voz:
Trátame con cuidado, príncipe.

Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo se ira soltando. No ignoro que deseas
crecer pronto... Pues bien, te concedo el don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollado
no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven.

El príncipe, para cerciorarse, tiro con ímpetu del hilo y se encontró convertido en un apuesto príncipe. Tiro un poco mas
y se vio llevando la corona de su padre. ¡Era rey! Con un nuevo tironcito, inquirió:

Dime bobina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos?

En el mismo instante, una bellísima joven, y cuatro niños rubios surgieron a su lado. Sin pararse a pensar, su curiosidad
se iba apoderando de él y siguió soltando mas hilo para saber como serian sus hijos de mayores.

De pronto se miro al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de escasos cabellos nevados. Se asusto de sí
mismo y del poco hilo que quedaba en la bobina. ¡Los instantes de su vida estaban contados! Desesperadamente,
intento enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo.

Entonces la débil vocecilla que ya conocía, hablo así:

Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días perdidos no pueden recuperarse. Has sido un
perezoso al pretender pasar por la vida sin molestarte en hacer el trabajo de todos los días. Sufre, pues tu castigo.

El rey, tras un grito de pánico, cayó muerto: había consumido la existencia sin hacer nada de provecho.

EL MUÑECO DE NIEVE

Había dejado de nevar y los niños, ansiosos de libertad, salieron de casa y empezaron a corretear por la blanca y
mullida alfombra recién formada.

La hija del herrero, tomando puñados de nieve con sus manitas hábiles, se entrego a la tarea de moldearla.

Haré un muñeco como el hermanito que hubiera deseado tener se dijo.

Le salio un niñito precioso, redondo, con ojos de carbón y un botón rojo por boca. La pequeña estaba entusiasmada con
su obra y convirtió al muñeco en su inseparable compañero durante los tristes días de aquel invierno. Le hablaba, le
mimaba...

Pero pronto los días empezaron a ser mas largos y los rayos de sol mas calidos... El muñeco se fundió sin dejar mas
rastro de su existencia que un charquito con dos carbones y un botón rojo. La niña lloro con desconsuelo.

Un viejecito, que buscaba en el sol tibieza para su invierno, le dijo dulcemente: Seca tus lagrimas, bonita, por que
acabas de recibir una gran lección: ahora ya sabes que no debe ponerse el corazón en cosas perecederas.
EL CEDRO VANIDOSO

Erase una vez un cedro satisfecho de su hermosura.

Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan bellamente dispuestas estaban sus
ramas, que parecía un gigantesco candelabro.

Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan bellamente dispuestas estaban sus
ramas, que parecía un gigantesco candelabro.

Si con lo hermoso que soy diera además fruto, se dijo, ningún árbol del mundo podría compararse conmigo.

Y decidió observar a los otros árboles y hacer lo mismo con ellos. Por fin, en lo alto de su erguida copa, apunto un
bellísimo fruto.

Tendré que alimentarlo bien para que crezca mucho, se dijo.

Tanto y tanto creció aquel fruto, que se hizo demasiado grande. La copa del cedro, no pudiendo sostenerlo, se fue
doblando; y cuando el fruto maduro, la copa, que era el orgullo y la gloria del árbol, empezó a tambalearse hasta que se
troncho pesadamente.

¡A cuantos hombres, como el cedro, su demasiada ambición les arruina!

LA GATA ENCANTADA
Erase un príncipe muy admirado en su reino. Todas las jóvenes casaderas deseaban tenerle por esposo. Pero el no se
fijaba en ninguna y pasaba su tiempo jugando con Zapaquilda, una preciosa gatita, junto a las llamas del hogar.

Un día, dijo en voz alta:

Eres tan cariñosa y adorable que, si fueras mujer, me casaría contigo.

En el mismo instante apareció en la estancia el Hada de los Imposibles, que dijo:

Príncipe tus deseos se han cumplido

El joven, deslumbrado, descubrió junto a el a Zapaquilda, convertida en una bellísima muchacha.

Al día siguiente se celebraban las bodas y todos los nobles y pobres del reino que acudieron al banquete se extasiaron
ante la hermosa y dulce novia. Pero, de pronto, vieron a la joven lanzarse sobre un ratoncillo que zigzagueaba por el
salón y zampárselo en cuanto lo hubo atrapado.

El príncipe empezó entonces a llamar al Hada de los Imposibles para que convirtiera a su esposa en la gatita que había
sido. Pero el Hada no acudió, y nadie nos ha contado si tuvo que pasarse la vida contemplando como su esposa daba
cuenta de todos los ratones de palacio.

EL NUEVO AMIGO

Erase un crudo día de invierno. Caía la nieve, soplaba el viento y Belinda jugaba con unos enanitos en el bosque. De
pronto se escucho un largo aullido.
¿Que es eso? Pregunto la niña .

Es el lobo hambriento. No debes salir porque te devoraría le explico el enano sabio.

Al día siguiente volvió a escucharse el aullido del lobo y Belinda , apenada, pensó que todos eran injustos con la fiera.
En un descuido de los enanos, salio, de la casita y dejo sobre la nieve un cesto de comida.
Al día siguiente ceso de nevar y se calmo el viento. Salio la muchacha a dar un paseo y vio acercarse a un cordero
blanco, precioso.

¡Hola, hola! Dijo la niña. ¿Quieres venir conmigo?

Entonces el cordero salto sobre Belinda y el lobo, oculto se lanzo sobre el, alcanzándole una dentellada. La astuta y
maligna madrastra, perdió la piel del animal con que se había disfrazado y escapo lanzando espantosos gritos de dolor y
miedo.

Solo entonces el lobo se volvió al monte y Belinda sintió su corazón estremecido, de gozo, mas que por haberse
salvado, por haber ganado un amigo.

EL HONRADO LEÑADOR

Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una jornada de duro trabajo. Al cruzar un
puentecillo sobre el río, se le cayo el hacha al agua.

Entonces empezó a lamentarse tristemente: ¿Como me ganare el sustento ahora que no tengo hacha?

Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador:

Espera, buen hombre: traeré tu hacha.

Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las manos. El leñador dijo que aquella
no era la suya. Por segunda vez se sumergió la ninfa, para reaparecer después con otra hacha de plata.

Tampoco es la mía dijo el afligido leñador.

Por tercera vez la ninfa busco bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de hierro.

¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mía!

Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la mentira y te mereces un premio.

LA SEPULTURA DEL LOBO

Hubo una vez un lobo muy rico pero muy avaro. Nunca dio ni un poco de lo mucho que le sobraba. Sintiéndose viejo,
empezó a pensar en su propia vida, sentado a la puerta de su casa.

¿Podrías prestarme cuatro medidas de trigo, vecino? Le pregunto el burrito.

Te daré; ocho, si prometes velar por mi sepulcro en las tres noches siguientes a mi entierro.

Murió el lobo pocos días después y el burrito fue a velar en su sepultura. Durante la tercera noche se le unió el pato que
no tenia casa. Y juntos estaban cuando, en medio de una espantosa ráfaga de viento, llego el aguilucho que les dijo:
Si me dejáis apoderarme del lobo os daré una bolsa de oro.

Será suficiente si llenas una de mis botas. Dijo el pato que era muy astuto.

El aguilucho se marcho para regresar en seguida con un gran saco de oro, que empezó a volcar sobre la bota que el
sagaz pato había colocado sobre una fosa. Como no tenia suela y la fosa estaba vacía no acababa de llenarse. El
aguilucho decidió ir entonces en busca de todo el oro del mundo.

Y cuando intentaba cruzar un precipicio con cien bolsas colgando de su pico, fue a estrellarse sin remedio.

Amigo burrito, ya somos ricos. Dijo el pato. La maldad del Aguilucho nos ha beneficiado.

Y todos los pobres de la ciudad. Dijo el borrico, por que con ellos repartiremos el oro.

EL CABALLO AMAESTRADO

Un ladrón que rondaba en torno a un campamento militar, robo un hermoso caballo aprovechando la oscuridad de la
noche. Por la mañana, cuando se dirigía a la ciudad, paso por el camino un batallón de dragones que estaba de
maniobras. Al escuchar los tambores, el caballo escapo y, junto a los de las tropa, fue realizando los fabulosos ejercicios
para los que había sido amaestrado.

¡Este caballo es nuestro! Exclamo el capitán de dragones. De lo contrario no sabría realizar los ejercicios. ¿Lo has
robado tu? Le pregunto al ladrón.

¡Oh, yo...! Lo compre en la feria a un tratante...

Entonces, dime como se llama inmediatamente ese individuo para ir en su busca, pues ya no hay duda que ha sido
robado.

El ladrón se puso nervioso y no acertaba a articular palabra. Al fin, viéndose descubierto, confeso la verdad.

¡Ya me parecía a mí exclamo el capitán Que este noble animal no podía pertenecer a un rufián como tu!

El ladrón fue detenido, con lo que se demuestra que el robo y el engaño rara vez quedan sin castigo.

LA OSTRA Y EL CANGREJO
Una ostra estaba enamorada de la Luna. Cuando su gran disco de plata aparecía en el cielo, se pasaba horas y horas
con las valvas abiertas, mirándola.

Desde su puesto de observación, un cangrejo se dio cuenta de que la ostra se abría completamente en plenilunio y
pensó comérsela.

A la noche siguiente, cuando la ostra se abrió de nuevo, el cangrejo le echó dentro una piedrecilla.

La ostra, al instante, intento cerrarse, pero el guijarro se lo impidió.


El astuto cangrejo salió de su escondite, abrió sus afiladas uñas, se abalanzó sobre la inocente ostra y se la comió.

Así sucede a quien abre la boca para divulgar su secreto: siempre hay un oído que lo apresa.

EL PAPEL Y LA TINTA

Estaba una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales a ella, cuando una pluma, bañada en negrisima
tinta, la mancho llenandola de palabras.

¿No podrias haberme ahorrado esta humillacion? Dijo enojada la hoja de papel a la tinta. Tu negro infernal me ha
arruinado para siempre.

No te he ensuciado. Repuso la tinta. Te he vestido de palabras. Desde ahora ya no eres una hoja de papel, sino un
mensaje. Custodias el pensamiento del hombre. Te has convertido en algo precioso.

En efecto, ordenando el despacho, alguien vio aquellas hojas esparcidas y las junto para arrojarlas al fuego. Pero
reparo en la hoja "sucia" de tinta y la devolvio a su lugar porque llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra. Luego,
arrojo las demas al fuego.

NUEZ DE ORO

La linda Maria, hija del guardabosques, encontró un día una nuez de oro en medio del sendero.

-Veo que has encontrado mi nuez.


Devuélvemela -dijo una voz a su espalda.

María se volvió en redondo y fue a encontrarse frente a un ser diminuto, flaco, vestido con jubón carmesí y un puntia-
gudo gorro. Podría haber sido un niño por el tamaño, pero por la astucia de su rostro comprendió la niña que se trataba
de un duendecillo.

-Vamos, devuelve la nuez a su dueño, el Duende de la Floresta -insistió, inclinándose con burla.
-Te la devolveré si sabes cuantos pliegues tiene en la corteza. De lo contrario me la quedaré, la venderé y podré comprar
ropas para los niños pobres, porque el invierno es muy crudo.
-Déjame pensar..., ¡tiene mil ciento y un pliegues!

María los contó. ¡El duendecillo no se había equivocado! Con lágrimas en los ojos, le alargó la nuez.

-Guárdala -le dijo entonces el duende-: tu generosidad me ha conmovido. Cuando necesites algo, pídeselo a la nuez de
oro.

Sin más, el duendecillo desapareció.

Misteriosamente, la nuez de oro procuraba ropas y alimentos para todos los pobres de la comarca. Y como María nunca
se separaba de ella, en adelante la llamaron con el encantador nombre de 'Nuez de Oro".
CAPERUCITA Y LAS AVES

Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la comarca. Pero eran las avecillas
quienes llevaban la peor parte, pues en el eterno manto de nieve que cubría la tierra no podían hallar sustento

Caperucita Roja, apiadada de los pequeños seres atrevidos y hambrientos, ponía granos en su ventana y miguitas de
pan, para que ellos pudieran alimentarse. Al fin, perdiendo el temor, iban a posarse en los hombros de su protectora y
compartían el cálido refugio de su casita.

Un día los habitantes de un pueblo cercano, que también padecían escasez, cercaron la aldea de Caperucita con la
intención de robar sus ganados y su trigo.

-Son más que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de tropas que nos defiendan.
-Pero es imposible atravesar las montañas nevadas; pereceríamos en el camino -respondieron algunos.

Entonces Caperucita le habló a la paloma blanca, una de sus protegidas. El avecilla, con sus ojitos fijos en la niña,
parecía comprenderla. Caperucita Roja ató un mensaje en una de sus patas, le indicó una dirección desde la ventana y
lanzó hacia lo alto a la paloma blanca.

Pasaron dos días. La niña, angustiada, se preguntaba si la palomita habría sucumbido bajo el intenso frío. Pero,
además, la situación de todos los vecinos de la aldea no podía ser más grave: sus enemigos habían logrado entrar y se
hallaban dedicados a robar todas las provisiones.

De pronto, un grito de esperanza resonó por todas partes: un escuadrón de cosacos envueltos en sus pellizas de pieles
llegaba a la aldea, poniendo en fuga a los atacantes.

Tras ellos llegó la paloma blanca, que había entregado el mensaje. Caperucita le tendió las manos y el animalito,
suavemente, se dejó caer en ellas, con sus últimas fuerzas. Luego, sintiendo en el corazón el calor de la mejilla de la
niña, abandonó este mundo para siempre.

EL LOBO

Cauto, silencioso, el lobo salió una noche del bosque atraído por el olor del rebaño. Con paso lento se acercó al redil
lleno de ovejas, poniendo atención en donde ponía la pata para no despertar con el más leve ruido al dormido perro.

Sin embargo, la puso sobre una tabla y la tabla se movió. Para castigarse por aquel error, el lobo levantó la pata con
que habla tropezado y se la mordió hasta hacerse sangre.

¿Verdad, amiguitos, que este lobo fue el mejor juez de sí mismo?

LA RATITA BLANCA

El Hada soberana de las cumbres invito un día a todas las hadas de las nieves a una fiesta en su palacio. Todas
acudieron envueltas en sus capas de armiño y guiando sus carrozas de escarcha. Pero una de ellas, Alba, al oír llorar a
unos niños que vivían en una solitaria cabaña, se detuvo en el camino.

El hada entro en la pobre casa y encendió la chimenea. Los niños, calentándose junto a las llamas, le contaron que sus
padres hablan ido a trabajar a la ciudad y mientras tanto, se morían de frío y miedo.
-Me quedare con vosotros hasta el regreso de vuestros padres -prometió ella.

Y así lo hizo; a la hora de marchar, nerviosa por el castigo que podía imponerle su soberana por la tardanza, olvido la
varita mágica en el interior de la cabaña. El Hada de las cumbres contemplo con enojo a Alba.

Cómo? ,No solo te presentas tarde, sino que además lo haces sin tu varita? ¡Mereces un buen castigo!

Las demás hadas defendían a su compañera en desgracia.

-Ya se que Alba tiene cierta disculpa. Ha faltado, sí, pero por su buen corazón, el castigo no será eterno. Solo durara cien
años, durante los cuales vagara por el mundo convertida en ratita blanca.

Amiguitos, si veis por casualidad a una ratita muy linda y de blancura deslumbrante, sabed que es Alba, nuestra hadita,
que todavía no ha cumplido su castigo...

EL GRANJERO BONDADOSO

Un anciano rey tuvo que huir de su país asolado por la guerra. Sin escolta alguna, cansado y hambriento, llegó a una
granja solitaria, en medio del país enemigo, donde solicitó asilo. A pesar de su aspecto andrajoso y sucio, el granjero se
lo concedió de la mejor gana. No contento con ofrecer una opípara cena al caminante, le proporcionó un baño y ropa
limpia, además de una confortable habitación para pasar la noche.

Y sucedió que, en medio de la oscuridad, el granjero escuchó una plegaria musitada en la habitación del desconocido y
pudo distinguir sus palabras:

-Gracias, Señor, porque has dado a este pobre rey destronado el consuelo de hallar refugio. Te ruego ampares a este
caritativo granjero y haz que no sea perseguido por haberme ayudado.

El generoso granjero preparó un espléndido desayuno para su huésped y cuando éste se marchaba, hasta le entregó
una bolsa con monedas de oro para sus gastos.

Profundamente emocionado por tanta generosidad, el anciano monarca se prometió recompensar al hombre si algún
día recobraba el trono.

Algunos meses después estaba de nuevo en su palacio y entonces hizo llamar al caritativo labriego, al que concedió un
título de nobleza y colmó de honores. Además, fiando en la nobleza de sus sentimientos, le consultó en todos los asuntos
delicados del reino.

LA AVENTURA DEL AGUA

Un día que el agua se encontraba en su elemento, es decir, en el soberbio mar sintió el caprichoso deseo de subir al
cielo. Entonces se dirigió al fuego:

-Podrías tú ayudarme a subir mas, alto?

El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire, transformándola en sutil vapor.

El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los estratos más ligeros y fríos del aire, donde ya el fuego no
podía seguirlo. Entonces las partículas de vapor, ateridas de frío, se vieron obligadas a juntarse apretadamente,
volviéndose más pesados que el aire y cayendo en forma de lluvia.
Habían subido al cielo invadidas de soberbia y fueron inmediatamente puestas en fuga. La tierra sedienta absorbió la
lluvia y, de esta forma, el agua estuvo durante mucho, tiempo prisionera del suelo y purgó su pecado con una larga
penitencia.

EL EMIR CAPRICHOSO

Hubo una vez en un lugar de la Arabia un emir sumamente rico y muy caprichoso en el comer. Los mejores cocineros
de la región trabajaban para él, forzando cada día su imaginación para satisfacer sus exigencias.

Harto ya de tiernos faisanes y pescados raros, un día llamó a su cocinero jefe y le dijo:

-Ahmed, voy a pedirte que me busques algún manjar que no haya probado nunca, porque mi apetito va decayendo. Si
quieres seguir a mi servicio, tendrás que ingeniarte cómo hacerlo.

-Si me ingenio y logro sorprenderos, ¿qué me daréis?

Aquel gran glotón, repuso:

-La mano de mi bellísima hija

Al día siguiente, el propio Ahmed sirvió al Emir en una bandeja de oro, el nuevo manjar. Parecían muslos de ave
adornados con una artística guarnición.

Comió el Emir y gritó entusiasmado:

-¡Bravo, Ahmed! Esto es lo más exquisito que he comido nunca. ¿Puedes decirme qué es?

-El loro viejo que conservabais en su jaula de plata, señor.

-Tunante! Me has engañado. ¡No te casarás con mi hija!

El Gran Visir intervino en el pleito. Y puesto que el Emir había proclamado que el manjar era exquisito, sentenció a favor
del cocinero, que fue dichosísimo con su hermosa princesa.

EL CASTIGO DEL AVARO

Erase un hombre muy rico, pero también muy avaro. Un día acudió a la feria, donde le ofrecieron un jamón muy barato.

-Se, lo compro! Después de todo, hago un negocio, pues con ese dinero ni patatas hubiera adquirido.

Y se dio el gran atracón de jamón, manjar que nunca probaba. Resultó que estaba podrido y al día siguiente, aquejado
de fuertes dolores, hubo de llamar al médico.

-Qué habéis comido? -le preguntó el galeno

El avaro, entre suspiros, mencionó su compra barata.

-¡Buena la habéis hecho! -se burló el médico-.


Entre la factura de la botica y la mía, caro va a saliros el jamón podrido.

EL ASNO Y EL HIELO

Era invierno, hacía mucho frío y todos los caminos se hallaban helados. El asnito, que estaba cansado, no se
encontraba con ánimos para caminar hasta el establo.

-¡Ea, aquí me quedo! -se dijo, dejándose caer al suelo. Un aterido y hambriento gorrioncillo fue a posarse cerca de su
oreja y le dijo:

-Asno, buen amigo, tenga cuidado; no estás en el camino, sino en un lago helado.

-Déjame, tengo sueño ! Y, con un largo bostezo, se quedó dormido.

Poco a poco, el calor de su cuerpo comenzó a fundir el hielo hasta que, de pronto, se rompió con un gran chasquido. El
asno despertó al caer al agua y empezó a pedir socorro, pero nadie pudo ayudarle, aunque el gorrión bien lo hubiera
querido.

La historia del asnito ahogado debería hacer reflexionar a muchos holgazanes. Porque la pereza suele traer estas
consecuencias.

LA GRATITUD DE LA FIERA

Un pobre esclavo de la antigua Roma, en un descuido de su amo, escapó al bosque. Se llamaba Androcles. Buscando
refugio seguro, encontró una cueva. A la débil luz que llegaba del exterior, el muchacho descubrió un soberbio león. Se
lamía la pata derecha y rugía de vez en cuando. Androcles, sin sentir temor, se dijo:

-Este pobre animal debe estar herido. Parece como si el destino me hubiera guiado hasta aquí para que pueda ayudarle.
Vamos, amigo, no temas, vamos...

Así, hablándole con suavidad, Androcles venció el recelo de la fiera y tanteó su herida hasta encontrar una flecha
profundamente clavada. Se la extrajo y luego le lavó la herida con agua fresca.

Durante varios días, el león y el hombre compartieron la cueva. Hasta que Androcles, creyendo que ya no le buscarían
se decidió a salir. Varios centuriones romanos armados con sus lanzas cayeron sobre él y le llevaron prisionero al circo.

Pasados unos días, fue sacado de su pestilente mazmorra.


El recinto estaba lleno a rebosar de gentes ansiosas de contemplar la lucha.

Androcles se aprestó a luchar con el león que se dirigía hacia él. De pronto, con un espantoso rugido, la fiera se detuvo
en seco y comenzó a restregar cariñosamente su cabezota contra el cuerpo del esclavo.

-íSublime! ¡Es sublime! ¡César, perdona al esclavo, pues ha sojuzgado a la fiera! -gritaron los espectadores

El emperador ordenó que el esclavo fuera puesto en libertad. Lo que todos ignoraron fue que Androcles no poseía
ningún poder especial y que lo ocurrido no era sino la demostración de la gratitud del animal.
LA LEONA

Los cazadores, armados de lanzas y de agudos venablos, se acercaban silenciosamente.

La leona, que estaba amamantando a sus hijitos, sintió el olor y advirtió en seguida el peligro.

Pero ya era demasiado tarde: los cazadores estaban ante ella, dispuestos a herirla.

A la vista de aquellas armas, la leona, aterrada, quiso escapar. Y de repente pensó que sus hijitos quedarían entonces
a merced de los cazadores. Decidida a todo por defenderlos, bajó la mirada para no ver las amenazadoras puntas de
aquellos hierros y, dando un salto desesperado, se lanzó sobre ellos, poniéndolos en fuga.

Su extraordinario coraje la salvó a ella y salvó a sus pequeñuelos. Porque nada hay imposible cuando el amor guía las
acciones.

LA VERDADERA JUSTICIA

Hubo una vez un califa en Bagdad que deseaba sobre todas las cosas ser un soberano justo. Indagó entre los cortesanos y sus
súbditos y todos aseguraron que no existía califa más justo que él.

-¿Se expresarán así por temor? -se preguntó el califa.

Entonces se dedicó a recorrer las ciudades disfrazado de pastor y jamás escuchó la menor murmuración contra él. Y sucedió que
también el califa de Ranchipur sentía los mismos temores y realizó las mismas averiguaciones, sin encontrar a nadie que criticase su
justicia.

-Puede que me alaben por temor -se dijo-.

Tendré que indagar lejos de mi reino.

Quiso el destino que los lujosos carruajes de ambos califas fueran a encontrarse en un estrecho camino.

-Paso al califa de Bagdad! -pidió el visir de éste.

-Paso al califa de Ranchipur! .-exigió el del segundo.

Como ninguno quisiera ceder, los visires de los dos soberanos trataron de encontrar una fórmula para salir del paso.

-Demos preferencia al de más edad -acordaron.

Pero los califas tenían los mismos años, igual amplitud de posesiones e idénticos ejércitos. Para zanjar la cuestión, el visir del califa
de Bagdad preguntó al otro:

-¿Cómo es de justo tu amo?

-Con los buenos es bondadoso -replicó el visir de Ranchipur-, justo con los que aman la justicia e inflexible con los duros de corazón.

-Pues mi amo es suave con los inflexibles, bondadoso con los malos, con los injustos es justo, y con los buenos aún más bondadoso

-replicó el otro visir.

Oyendo esto el califa de Ranchipur, ordenó a su cochero apartarse humilde-mente, porque el de Bagdad era más digno de cruzar el
primero, especialmente por la lección que le había dado de lo que era la verdadera justicia.

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