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Joáo Guimaráes Rosa

Sagarana

Traducción de Adriana Toledo de Almeida

Adriana Hidálgo editora


Guimaráes Rosa, Joáo

Sagarana. - 1'. ed.


Buenos Aires x Adriana Hidalgo editora, 2007.

450 p. ; 19x13 cm. - (Narrativas)


Traducido por: Adriana Toledo de Almeida

ISBN 978-987-1156—64-1

1. Narrativa brasileña. I. Toledo de Almeida, Adriana. (tad. H. Título

CDD 3869.3

narrativas

Título original: Sagarana

Traducción: Adriana Toledo de Almeida

Editor:

Fabián Lebenglik

Diseño de cubierta e interiores:

Eduardo Stupía y Gabriela Di Giuseppe

© por Agnes Guimaráes Rosa de Amaral, Vilma Guimarám Rom y

Nonada Cultural Ltda., con arreglo a lo convenido con el Dr. Ray-

Güde Mertin, Literarische Agentur, Bad Homburg, Alemania, 2007

© Adriana Hidalgo editora S.A., 2007

Córdoba 836 - P. 13 — Of. 1301

(1054) Buenos Aires


e-maíl: info@adrianahidalgo.com

www.adrianahidalgo.com

ISBN 13: 978-987-1 156-64-1

Impreso en Argentina
Primed in Argentina

Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito

de la editorial. Todos los derechos reservados.

Esta edición de 3000 ejemplares se terminó de imprimir en Cosmos OEM,

Cnel. García 442/4, Avellaneda, Buenos Aires, en el mes de junio de 2007.


DUELO

Y grita la piraña color de paja,

irritadísima:
—¡Tengo dientes de navaja, y
con un salto de ida y vuelta

resuelvo la cuestiónl...

—¡Que’ exageraciónl... —dice la raya-


yo duermo en la arena,

con el aguijón a plomo,

y siempre hay un descuidado

que viene a pincharse.

—Pues, amigas —murmura el gimnoto,

tranquilo, cargando la bateria-—,


ni quiero pensar en el asunto:

si llego a soltar tres pensamientos.

eléctricos,

en el pozo, ida y vuelta,

hasta ustedes

Hotarán muertas...

(Conversación a dos metros de profundidad)

Turibio Todo, nacido a orillas del Borrachudo, era.fabri—


“mc de sillas de montar, tenía pelos largos en las narma: Y

lloraba Sin hacer morisquetas; palabra por palabra: P3Pu Q’

l 85
vagabundo, vengativo y malo. Pero, al comienzo de esta
historia, él tenía la razón.

A propósito, los peones afirman todo eso perentoúamem

te, pero es cierto que en este caso había lugar para atenuantm

Imposible negar la existencia dela papada; pero papada pe-


queña, discreta, bilobulada y poco móvil —para arriba, para
abajo, para los lados- y no la escandalosa “papada resorte,
pide limosna al ser accionada”... Además, nadie nace papudo
ni adquiere papada por gusto; ella resulta de los intentos que

la gran chinche del matorral hace para convertirse en un

animal doméstico en las casuchas a orillas del río donde hay,

también cómplices, camaradas dc la vinchuca, cinco espe-

cies, más o menos, de armadillos. Y tan modesta papúscula,

incapaz de intentar el bisturí de un operador, no afeaba a su


propietario: Turibio Todo era hasta simpático; forzado a usar
cuello y corbata, a veces realmente parecía elegante.

Sin embargo, no tenía confianza en esas dotes y por

eso era bastante misántropo y por ello habia elegido ser

fabricante de sillas de montar, para poder trabajar en casa y

ser menos visto. Pero con el ferrocarril y, más tarde, con la

construcción de las dos carreteras, rarearon las encomiendas

de arreos y cangallas y Turibio Todo se vio obligado a caer

en el vagabundeo.

Ahora, en cuanto a las vibrisas y al llanto sin morisquctas’


podía ser que indicaran un gusto punitivo y maldad, pero
regulados, lo necesario, no en exceso.
Y, aun así, sepamos todos que a los peones les g ustan
mucho las relaciones de causa y efecto, imprudente Y ¿05'

máticamente inferidas: Manuel Timborna, pOr ejemplo,


hace tres o cuatro años vive discutiendo con un Canoefo

186
del Rio de las Viejas, quien afirma que el yacare’ OVero tiene
el cuello color de azufre porque es más feroz que los OtroS

yacarés, a lo que Timborna contrapone que sólo es más feroz


porque tiene la base del mentón pintada de limón maduro y
azafrán. E incluso es un trabajo enorme para la gente sensata

poder darles la razón a los dos cuando esrán juntos.


Así, de cualquier manera, en esta historia, pOr lo menos

al comienzo —y el comienzo es todo- Turibio Todo tenia la

razón.

Había sido para él un día pésimo: había salido temprano a

pescar y a la orilla del arroyo le había faltado el tabaco, tenien-


do —sobre llovido, mojado—, que sufrir con los mosquitos; se

había tropezado con un tocón, damnificando los dedos del

pie derecho; había perdido el anzuelo grande, enganchado en


la resaca; y volviendo a casa, venía desconsolado, trayendo

apenas dos bogas en el garabato. Claro que todo eso, ocurrido


así en serie, exigía una desgracia mayor, que no faltó.

Pero, a esa altura, Turibio Todo tendría derecho a quejar-


se tan sólo de su falta de saber vivir; porque le había avisado

a la mujer que no vendría a dormir a casa con la intención

de llegar hasta el pesquero de Catorce Cruces y pernOCtar en

Wa del primo Lucrecio, en Decamao. Había cambiado de

idea, sin contra-aviso a la esposa; ¡bien hecho!: la encontro

Ción) en pleno adulterio, en el más dulce, dado y descuidado


de lOs idilios fraudulentos. _ _

Felizmente los culpables no lo presintieron.Tur1bio Todo


solía llegar Con un mínimo de turbulencia; oyó V0ces Y ¿5'

p ió Por una ranura de la puerta; la luz del candil, adentro!

ayudánd010, vio. Pero no hizo nada. Y no hizo nada porque

187
el otro era Cassiano Gomes, CX soldado del 1°

lá 2a compañía del 5° Batallón de Infantería d Pelotón de


C la Fuena

Pública, donde se aprendía a manejar, por mú


SlCa, Cl ZR
checoslovaco e incluso las ametralladoras pesadas
Hotchkiss;
y era, por lo tanto, muy hombre para acertarle u
n balazo en

la frente, aunque estuviera en sumarísima ind


umentaria y
la distancia fuera de unos doscientos metros, c
on Cl blanco
mal iluminado y en movimiento.

Turibio Todo no ignoraba nada de eso, ni que Cassiano

Gomes era inseparable de la parabellum ni que él, Turibio,

estaba en ese momento sólo con el honor


ultrajado y un
cuchillito de picar tabaco y sacar niguas.

Sin embargo, como el legítimo y buen peón, cuanto ma-

yor es la rabia tanto mejor y con más calma raciocina,Turibio

Todo se alejó de allí más dócil aun de lo que había llegado y

fue a cocinar su odio blanco en una olla de agua fría.

E hizo bien, porque entonces le ocurrió lo que en tales

Circunstancias les ocurre a las criaturas humanas, a 19° de


latitud S y a 44° de longitud O: media docena de P3505 Y
todo el mal humor se esfumaba en un estado de alivio, in—

cluso de satisfacción. Respiraba hondo y su cabeza trabajabal

con gusto, inventando urdidos planes de venganza-

Y entonces, al otro día volvió a casa, fue gen‘üíSimo

con la mujer, mandó Ponerle herraduras nuevas al Caballo’


llmpló las armas, llenó la bolsa de cosas, habló Vagamentc
de una Cacer la de pacas, se rió mucho, se movró mUChO ys
, . . e

acosto bastante rn ’
los hombres son hombres, y la paciencia sirve para vanos

an ¿3,65, a mediados de mayo o a fines de agosto. Hay PÏS-

colas que se disparan solas. Y es muy fácil conseguir una

cruz para las sepulturas al costado del camino, porque la

bananera del campo tiene las ramas horizontales en ángu-

los reCtOS con el tronco, simétricos, continuando por los

lados y sólo es necesario cortarlos todos, a excepción de

¿05. qué? ¿El armadillo de seis bandas no desentierra

a los muertos? Claro que no. Quien vacía las tumbas es el

armadillo de cola desnuda. El Otro, ¿para qué precisaría de

eso si ya viene del fondo de la tierra, en galerías sinuosas de

buen subterráneo? Come todo allá mismo y va arrastrando

lejos las osamentas, mientras prolonga su camino torcido,


de cuidadoso zapador.

Bueno, el jueves por la mañana Turibio Todo dio por ter-

minados los preparativos y EIC a acechar la casa de Cassiano

Gomes. Lo vio en la ventana, de espaldas a la calle. Turibio

no era mal tirador: baleó al otro bien en la nuca. Y corrió a

su casa, donde el caballo lo esperaba en la estaca, arreado,

almorzado y descansado.

Ni en sueños pensó en exterminar a la esposa (doña Si-

livana tenía grandes ojos bonitos, de cabra tonta), porque

era un caballero, incapaz de la cobardía de maltratar a una

señora y porque alcanza, de sobra, la sangre de una criatura

para lavar, enjuagar y secar el honor más exigente.

Ahora tenía que huir y pasar algún tiempo lejos y tOdO

€.Staría muy bien, consecuente y correcro, limpiamente rea—


llzado, igualito a Otros casos locales.

, Pero... Hubo un pequeño error, un contratiempo de

“lima hom que puso a dos buenos sujetos, pacatísimos y

189
pacíficos, en un juegO de los demonios, en una larga Com
plicación: Turibi
o Todo, engañado por un gran Parecido I

adversario por detrás, había eliminad:


apuntándole a un
s, sino a Levindo Gomes, hermano de
no a Cassiano Gome

i ametrallador, ni ex militar, ni nada


aquél, el cual no era n
staba meterse con la mujer delos
y que, al fin y al cabo, dete
el error al subirse en el estribo.
Otros. Turibio Todo supo d
de andadural... —pensó. Y
¡Galope bravo, en vez
ando cascajos a los lados
enterró las espuelas y partió, amm

y levantando una polvareda en el suelo.


Cassiano Gomes acompañó el cuerpo del hermano al

cementerio, derramó el primer puñado de tierra y recibió,

con mucha compostura, entristecido y grato, las condolen-

cias competentes. Después volvió a casa, cerró muy bien las

ventanas y puertas —felizmente él era soltero- y salió, con

la capa verde escopeta, el Winchester, la parabellum y otros

pertrechos, a buscar a Exaltino de atrás de la Iglesia, que


tenía animales de montar para vender.

Compró la bestia doradilla; pero antes le examinó bien,


en los dientes, la edad; hizo un repaso, criticó el andar y

pidió una diferencia en el precio. Cerrado el negocio, con


los arreos y todo, Cassiano mandó que le dieran maíz y sal

a la mula; la cepillaron, la lavaron y la herraron de nuevo.

Ya estaba listo, arando la capa en las alforjas, cuando

oyó lO que Exaltino de atrás de la Iglesia le dijo, bajito, a


Clodino Preto:

—Está muerto. ¡Turibio Todo esta muerto y enterrado!"-

Ésta fue la última confusión en que el papudo se metió“

(335513110 Pensé, fumó, imaginó, trotó, insistió y, ya 3 dos

leguas de la Villa, en la gran carretera del norte, sus CálCUIOS

190
llegaron a una conclusión: Turibio Todo tenía unos parientes
en Piedad del Bagre, o por allí cerca... Hacia allá había ido

derechito, aún asustado a causa de la fechoría. No podría


haber tomado otro rumbo y, seguramente, forzando el caba-

llo al máximo, habría ido al galope. Cuando llegara a Piedad

-más adelante no había tierras adonde un cristiano pensara

ir- descansado, junto a su gente, volvería a tener rabia y

trataría de volver atrás.


Y estaba muy seguro de todo eso:

—Va como un venado acosado, pero vuelve como un

jaguar... En el medio del camino nos encontrarnos y el más


fuerte va a tener la razón...

No precisaba, por lo tanto, ir de prisa, y podía ir al trote

sin cansar mucho a la bestia. Y sólo para no dejar que se ago-

taran sus reservas de odio, ponía la idea en asuntos amenos

y se relajaba para cazar perdices onduladas en las rozas y, en


los demás campos, codornices y palomas torcaces.

Sin embargo, sabiendo que las noticias siempre llegan

antes que la gente de bien, le parecía razonable darle a las

cosas una mano: bastaba cruzarse con un grupo de troperos

conduciendo burros, o alcanzar a un peón que iba a la roza

con la azada al hombro, que Cassiano se detenía buscando

conversar y hablando del enemigo con los peores insultos:

—¿Conoces a Turibio Todo, el fabricante de sillas de mon-

rat-aquel medio papudOP... Pues es (Aquí, supuesras con-


dle¡Ones de bastardía y desairadas referencias a la genitora.)

—Pero, pico cerrado, en cuanto a los planes: nada de

Y Cassiano Gomes había acertado en parte. Turibio Todo

realmente había venido a Piedad del Bagre, jUStO como un

191
venado al frente del ladrido de diez correas Y la bocina del

perrero; y le había bastado un día de reposo para compren-


der que esraba en un pozo ciego, Pues aquel Vlllorrro era la

boca del sertón. _ d l

Pero no volvió como un jaguar ansran O a muerte; se

bajó del matungo burriqueño y agotado yx subió a un ru-


cio picazo de cejas blancas y cuatralbo, e hizo de cuenta que

venía y no vino, e hizo como el zorro. Oblrcuó la ruta hacia

el nor-nordCStC, buscando las alturas del Morro del Guam

o del Morro de la Garza, y fue entonces que Cassiano hizo

un mal cálculo, provocando que fallara su plan y anulando

la mano del juego.

—Hay tiempo... —dijo. Y continuó la persecución, con-


fiado solamente en la inspiración del momento, porque

la baraja había sido mezclada y ahora ambos tenían otros

naipes para jugar.


Sin embargo, dado que la situación se había complicado,

lo esencial era vagar a la sombra para agarrar al otro despre-

venido, de sorpresa y, para eso, esconderse, pues: —¡No ve!

¡Quien se queda en la claridad es visto primero y recibe el


tiro que da quien está en la oscuridadl...

Huyendo, Turibio Todo llevaba aparente desventaja. Pero


Cassiano confiaba muy poco en esa desbandada, porque en

cualquier momento la-presa podía dar la vuelta, rabiosa;)’


es por eso que a veces conviene ser presa, y quien diga 10

contrario no tiene razón.

Y así, pensando de esa loable manera, pasó a viajar prefe—

rentementc de noche, cortando por el matorral, evitando la

carretera maestra, haciendo grandes rodeos y durmiendo de

dia, en lugares imposibles. Bastaba descuidarse o apuraISC un

192
oquito, dejar de estirar vueltas y de tomar atajos, dormir
con los dos ojos cerrados o anunciar demasiado el itinerario

y la persona para que, de una hora a otra —no hay como un

papudo para salirse bien de una emboscada, todos di cen—,


Cassiano Gomes fuera despertado del sueño por una bala

o una cuchillada, y eso siempre y cuando el otro tuviera a

bien dejarlo despertarse.

Ahora, cuando encontraba a cualquier peón o a cualquier

andarín, tenía labia y embustes para indagar sin dar a saber

quién era; sí, había pasado el tiempo de sembrar noricias y


bastaba abrir los oídos y saber del papudo, que precisaba

parar para poder tirar.


Y, de ese modo, dado que Turibio Todo talvez fuera aun

más ladino y arisco, durante dos meses las informaciones

fueron escasas y vagas y nunca se supo bien por dónde an-

duvieron ellos o por qué lugares dejaron de andar.

Pero después, ocurrió que un día Cassiano, surgiendo en

Traíras, oyó decir que el otro estaba en Vista Alegre, adonde


había venido, aquerenciado, con nostalgias de la mujer.

Cassiano Gomes sacó sus conclusiones y se fue río arriba,

siempre bordeando el Guaicuí, que sólo vadeó en el lugar


bonito —con gallaretas empollando huevos en el fondo de

las huertas, con una laguna en el centro de la villa- llamado

ICqUÍtíbá; eso mientras Turibio Todo, un poco más al norte,


hacía una entrada triunfal en Santo Antonio de la Canoa,

donde incluso osó presenciar, muy confiado, las fiestas del

Mario, con teatro y subaSta.


Dmlando de rabia, Cassiano dio media vuelta y desan—
dá Carnino, cruzando cerrados, siguiendo los senderos del

ganado, abriendo el alambrado de las cercas de los pastizales

193
para llegar, sin aviso, a los pueblos tranquilos de los Valles

Pero eran pésimos los voluntarios del servicio de informes);

cerca de Cala de los Cochinos ellos se cruzaron, pasando a

menos de un kilómetro uno del otro, armados para la guerra

y locos por venganza.

Y Cassiano Gomes, que tenía apenas veintiocho años y,

por ello, era un eStratega más fino, venía de salto en salto,

ora en retrocesos extravagantes, ora en bizarras demoras de

espera, siempre bordando espirales alrededor del eje de la


carretera madre. Pero Turibio Todo, siendo más viejo por ser

mejor tz'iCtico, venía va y viene, en marcha quebrada como


un vuelo de mariposa, o mejor de falena, porque también

él se había hecho noctámbulo; y llevaba además de eso es-

tupenda ventaja, experimentado en el terreno que conocía


como la palma de su mano.

Y así continuaron, trazando por todos lados líneas apre-

suradas en un radio de diez leguas en la mesopotamia que

va desde el valle del Río de las Viejas —lento, vago, mutable,

nostálgico, siempre naciente, ora estrecho, ora ancho, de


agua colorada, con bancos de arena, con islas frondosas de

matorral, río casi humano- hasta el Paraopeba —amplio,

armónico, impasible, lleno de savia, sin barrancas, sin re—

bordes, con playas luminosas de mica y aguas profundaIS que


nunca forman vado—. .

Y ninguno de ellos era capaz de meterse en pasajes de

cavas, ni de dormir dos noches seguidas en el mismo lugar,

ni de atravesar un valle abierto a la vista de los cerros Y, Si

pararan y pensaran en el comienzo de la historia, tal V“


cada uno daría mucho de su dinero a fin de escapar de “e

lío, pero eso ya no era ni creíble ni posible.

194
.¿. Cuando Cassiano doblaba la sierra Silla del jinete,

tranmmm-ando hacia el Cuba, se encontró con un mendigo


pedidor de limosna, con piernas enormes de elefantiasis
cargando, por promesa, la pesada imagen, ya inidentificable,
de un santo; y el extravagante caminante le proporcionó

una pista: el papudo también había pasado acompañando

el camino del sol.

Lo siguió. Pero, llegando a San Sebastián, lloró de odio:

se encontró con un ladrón de caballos que subía con la

última tropilla porque ya había ganado mucho dinero y

regresaba a su tierra para volver a ser honesto, y que dijo


que Turibio Todo andaba lejos, otra vez más allá del Río de
las Viejas, en Marosso o en Baldim.

Entonces Cassiano cambió por segunda vez de cabalga-

dura, comprando un alazán de crin negruzca, porque estaba


herido en seis puntos del lomo, y con fuertes inflamaciones

en los sobacos, el caballo bayo calzado que había obtenido

por la mula doradilla la cual, a su vez, se había aguado de


los cascos de los pies y de las manos.

También Turibio Todo ya usaba en ese momento la cuarta

o quinta cabalgadura, y fue entonces que tuvo la audacia de

pasar por la villa porque sentía nostalgias de la mujer, doña


Silivana —aquella misma que tenía bellos ojos grandes, de

cabra tonta—, con quien estuvo una noche y a quien, a la hora

de la despedida, confió en secreto, su esrratagema última.

[a mujer le había aconsejado:

—¿Por qué no te vas bien lejos a esperar que la rabia del


hombre disminuya?... (Doña Silivana tenía sabios designios
en la cabecita...)

-¡Imagínate!... ¿juras no contarle a nadie una cosa?...

195
—¡Por esta ¡¿Será que ya no tienes más confían,
ni en mi?!

—Pues, mira: yo, a pesar de la papada, tengo mucha Salud

gracias a Dios... Pero, el tal... Corriendo así por esos matorra.


les, ¡lo quiero ver! Él cambia de caballo, cambia, cambia COmo

un gitano, ¡pero no puede cambiar su corazón que no regula

bien! Sólo basta esperar un poco y sacudir un paño rojo en

las narices del toro... ¡Eh, toro bravo!... No tengo perros pero

estoy cazando de espera, ¡y es espera de cornudoi...


Y en ese momento, doña Silivana empezó a sentirse mal,

con un frío dentro de sí, porque Cassiano Gomes no se

había dado de baja de la Policía sin motivo, sino que había

sido excluido por la junta médica; y a pesar de su garboso

aspecto, no le servía para mucho el corazón.


Turibio Todo le sacó las herraduras a la cabalgadura y

compró otras, hizo de cuenta de que se las ponía al caballo


pero no se las puso —toda esa maniobra para que el otro,
dado el caso, por mal informado, se desorientara de ras-

tro—; montó y se fue hacia Lages donde un terrateniente le

exhibió, ya brillante y recuperado de las marchas forzadas,


el bayo, segundo animal usado por Cassiano. Entonces, no

resistió: lo compró, pagando sin hesitación precio y medi0;

y se fue hacia Tabocas triunfante, matándose de risa:

—¡Caballito bueno, caballito de difunto... Lo que esroy


recibiendo es herencia por adelantado, pero lo mejor aún

está por venirl...

Y, volviéndose hacia atrás, insultó la visión invisible del

enemigo:
u F'
— ¡Agarra con las unas, Juan de la Cuñal...”

Cassrano pronto supo la intención del fabricante de 51‘

196
as, que doña Silivana le transmitió, ya que muchas bocas

uncionan en la roza como radiocomunicaciones.


una vega bonita, entre Maquine’ y Arroyo Hondo,

junto fuera de ruta de la gente a caballo, un vaquero que

mnpeaba reses fugitivas fue el primero que anunció:


_._,,yTuribio quiere que usred se muera del corazón, don
Cassiano. ¡No vale la pena darle ese gusto!

Cassiano Gomes hizo una mueca y pensó; pero respondió:

—¡Tonterías! Si él quisiera eso, no sería tan tonto como


para andar contándolo... Lo que tiene es esperanza de que yo
me muera, sólo porque le tiene miedo a las enfermedades...

Y sonrió una sonrisa sin gracia, de ira congelada, descan-

sando en uno de los estribos, el cuerpo torcido y la rienda

floja, indagando la línea lejos de los cerros, a ver si iba a


llover.

Pero como Turibio Todo había dicho la verdad para que

el otro pensara que era trapaza, se dio que Cassiano Gomes

se había equivocado una vez más.

Y continuó el largo duelo, y con eso ya duraba cinco o cin-

co meses y medio la persecución, monótona y sin desenlace.

Hasta que cambiaron de jugada partiendo, con poca

distancia —Turibio Todo al frente-, otra vez del Río de las

Viejas, en dirección al Oeste. Y eso tal vez sin ninguna razón,


O Porque el fabricante juzgara apropiado enojar más al otro o

POrque aquél, que había dejado la cachaca a favor de las ideas


lúcidas, habia vuelto en ese tiempo a beber de nuevo.

Y. cuando Turibio Todo trazó un arco de Ama a Cedro,


Cassmno Gomes venía precisamente en línea recta acelerada
y le tocó, mañana y ayer, la trayectoria en tangente atrasada

y en secano: demasiado adelantada. Después, viajaron casi de

197
reserva, perfe
etamente paralelos y ambos sintiendo que estaba

llegando la hora de la misa cantada y el fin de tanto disgusto.


Hasra que, bruscamente, las dos paralelas Convergiemn

en el puerto de la balsa donde un barquero tranSpomba ani-


tos reales por cabeza y donde
males y personas a cuatrocren

fluía, sucio y sin sombras, mugrendo en el descampado) el

Paraopeba —el río amarillo de aguas bajas.


Cassiano, habiendo recogido noticras bien pagas y ahora

sabiendo que venía pisándole los talones a Turibio, llegó de

tardecita al borde del río.

-¿Y si el desgraciado del canalla hubiera cruzado?


Fue derecho al rancho donde había solamente apoyados,

puestos en línea, dos docenas de cueros de vaca. Empuñan—


do la pistola fue levantándolos uno por uno. De repente dio

media vuelta, violento, listo para tirar.

Pero era sólo un niño flacucho, chupando un largo pe-

dazo de caña, como un bambú.

—¿Viste pasar por aquí a un hombre blanco, así medio


papudo, en un caballo café con leche, negro de las cuatro
manos? ¿Sabes si cruzó al otro lado del río?

—No, señor. A ése yo no lo vi.

—¿Entonces, dónde esta el barquero de aquí?


—Es mi padre, señor... Fue a buscar rapadura en Coanxam

Mañana temprano él ‘tá ‘quí ‘tra vez...

—Pues vete de aquí y ponte a espiar, de lejos... Pero nO

le cuentes a nadie que me viste, Si el tal hombr€

aparece, vienes ligero a avisarme que yo te doy dinero, Cl

que tú quieras...
Y Cassiano le sacó los arreos al alazán y fue a. dejarlo,

maniatado con soga floja, detrás de la roza de matacamPO

I 9-8
donde había gramilla y unas matas de capín. Después se
escondió debajo de uno de los cueros porque Turibio Todo
tenía que venir por allí, tal vez para cruzar el río, y había

sido una gran suerte haber llegado primero.


Cuando oscureció del todo, salió del escondite, escabu-

lléndose con el arma lista. Había tonadas de grillos, hubo


risas de lechuzas y, desde los fondos dela noche muy fresca,

un perro ladró.

Y Cassiano vio una hoguera a menos de trescientos me-

tros, en el sentido del curso del río. Se acostó en la tierra,

como en los tiempos de su vida de soldado —esperando que

la silueta del papudo se dibujara a la luz de las llamas para

apretar el gatillo, entonces. Pero fue del otro lado, por detrás
de él, que estallaron tiros de los tacuarales; y el siseo de las

balas le pasó rozando la cabeza.

—¡Pero qué osadía! —se quejó Cassiano, apagando el ciga-


rrillo, porque lo que había provisto el blanco había sido la
brasita roja. Entonces, sin embargo, del lado dela carretera,

donde la copa del azota caballo se ennegrecía como un tapir

encogido, también abrieron fuego.


Y Cassiano se arrastró, retrocediendo y, en tres pasos su-

cesivos, atravesó los claros entre la tacuara y las malvas, entre


las malvas y el rancho y entre el rancho y el gordo cocorero.

SC puso de cuclillas, cubierto por la palmera y espió, buscan-

do una señal clara o cualquier bulto en movimiento.

Pero, ¿qué era aquello, entonces? ¿El tirador de río arriba,


de los tacuarales y el otro, el de la carretera, del azota caba-

llo, ahora intercambiaban disparos? ¡¿Cada uno allí estaría

Peleándose, a la vez, contra dos?!


En Poco tiempo, sin embargo, cesó la fusilada.

199
Pero Cassiano no pegó los ojos ni un momento durante

la noche. Los paujíes cantaron, sin errar, a la hora en que

cantan los gallos. Discante, el matorral dormía en un silencio

sin alarmas. El río era un largo tono, lamentoso. Caía de las

estrellas un frío de morirse. Y crecía con las horas el PCïfume

de los follajes mojados. Después, con los pajaritos, llegó la

madrugada. El día estaba amaneciendo. Y un sujeto alto y


de hombros anchos, apareció de pie delante del vivaque_

Venía armado con una hoz y gritó:

—¿Dónd’está su compañero, el de la papada?


—Esroy solo, como usted
—¡Yo no veo nada!
Y el grandulón se había apoyado en uno de los postes

del rancho, previniéndose de una posible agresión por la

retaguardia. Contrajo el brazo con la hoz e insistió:


—¿Cuánto fue que Elias Ruivo les pagó a ustedes dos para
que acabaran conmigo?

—¡No se acerque, amigo, que esta distancia está bien!


Con los ojos en los ojos del hombre, Cassiano fue enco-

giendo la barriga; y el cuerpo apenas le oscilaba, levísimo,


como si estuviera suspendido por un hilo, moviéndose al

aliento del viento. Entonces, de lejos, se escuchó el ruidito,

el tenue y constante crujido de los cueros de vaca.

Y los dos no se quitaban los ojos de encima, uno y Giró

vigilando el instante del asalto para el salvaje cuerpo a mer


PO- Pero, ráPídamente, Cassiano comprendió el equÍVOCO'
Y gritó:

—¡Déjese de tonterías, hombre! ¿Está soñando? ¡NO SOY


parte de esa historia suya, no conozco a ese tal Elias RUÏVO’
ni mag" nada que ver con usred!... Yo, en realidad, ¿SW

200
¿guiendo a aquel papudo por un asunto nuestro y uSted
m e está haciendo perder el tiempo...

El gigante, sin deshacer la actitud de preasalto, acercó

una ceja a la otra para pensar y dejó de agitar la hoz.

..No No ¿Y si no fuera así?

Entonces Cassiano vio que tenía que convencerlo deprisa

o si no ocurriría la lucha bestial, dándole oportunidad a

Turibio, que debía de estar rondando el rancho, de llegar sin

sudor, como último invitado. Dijo, entonces, con fastidio:

—¡Yo soy el militar Cassiano Gomes, de Vista Alegre, mi


amigo!
hm! ¡Ah, —hizo el hombre, dejando caer la

mandíbula y sacudiendo la cabeza como diciendo que sí. Y

en su entendimiento todo debía de haberse aclarado:

había enterado de aquella pelea, Incluso solía pregun-

tarle siempre a los viajeros que venían hacia el Oeste si “¡el

juego está cerradol”, si ya había ocurrido... ¡Qué burrada!


Los había tomado a los dos por matones de Elias Ruivo, de

San Sebastián, enemigo suyo... Pero ellos habían surgido así

con tanto visaje, con tanto escondite... Y Elias Ruivo vivía

diciendo que iba a bendecir en sangre el agua del río...


Y de repente, se acercó a Cassiano, traicionando cu—

riosidad en los ojos, con avidez. Era el balsero. Se puso de


cuclillas frente a él, pachorriento, deponiendo la hoz y ex-

trayendo de los bolsillos el rollo de tabaco, los pertrechos de


pitar. Y Cassiano tuvo que historiar todo, desde el comienzo,
mientras el barquero asentía con la cabeza y preguntaba más,

Cïpeliendo gloriosas humaredas. ' .


Pero Cassiano tenía prisa por cazar al asesino, que n
debía de estar lejos. Y el balsero, sabiendo que tenía que

201
neutralidad, lo dejó rondar por allí, inútilmente,

hasta la hora del almuerzo. Turibio Todo no apareció.

—Seguramente tuvo miedo, por los tiros... Gaste' mucho


de mi plomo...

—Sí, de este modo no lOgro nada y me arruino en vano.,_


Es mejor que vuelva a casa y deje pasar un tiempo, hasta

que él se sosiegue y empiece a relajarse...


Y Cassiano Gomes se estaba engañando a sí mismo pues,

en realidad, de repente se sentía cansado, porque un hombre

es un hombre y no es de hierro y su dolencia cardíaca había

empezado a manifestarse.
Chico Barqueiro lo vio montar y partir en un trote

menudo que el alazan seguía con flojera, de cuadrúpedo de

buena marcha caído hacía mucho en la desilusión.

Y Chico Barqueiro no había dado ninguna opinión y se

fue a pescar. Pero, apenas había anclado la canoa y estaba

tirando el anzuelo al agua en el medio del río cuando, desde

la orilla, alguien gritó y gesticuló. No cabía duda —era el

papudo llegando.
Chico Barqueiro recogió la línea, dio unas buenas rema-

das y navegó, viniendo-viniendo, hacia la orilla de acá.

Turibio Todo, medianamente ansioso, quiso empezar a

dar explicaciones sobre los tiros y todo. Pero Chico, miran-

dolo de mal modo, le hizo seña de que se subiera a la balsa

y se puso a empujar hacia adentro el caballo bayo, que se

resistía con los pies juntos queriendo empinarse. Después

el balsero desprendió la cadena, comenzó a singar y la balsa

—un conjunto amarrado de cuatro canoas de proas chafla'

nadas, forrado y provisto de un enrejado sin cancela‘ se


balanceó y avanzó.

70')
Turibio ,TOdC.) se había acomodado y se puso a vigilar al

otro de re0j0, bien desconfiadísrmo. Y ninguno habló. Los

chorrOS de agua golpeaban el flanco de la balsa en haces

blandOS; la argolla rechrnaba arriba en el alambre; y la co-


rriente marrullaba desde la naciente.

Los dos hombres y el caballo estuvieron quietos. Pero,

justo en el medio del río, el barquero, malhumorado, em-


' pegó a encarar, a encarar. Turibio de lado, bajaba la vista. Y

entonces el otro no se pudo controlar por más tiempo:

—¡Usted es un sujeto medio ordinario, sin sustancia y sin


carácter! Si fuera hombre, daría media vuelta...

¡Soy pacífico y soy padre de familia, mi señor!...


Usted está equivocado...

—Yo Huye, se esconde... ¡Me da náuseas ver tanta

falta de vergüenza ensuciando mi balsa!

Y escupió en el agua, expectorando con estruendo.

Turibio Todo se encrespó torcido, apretó los dientes, y

con los ojos lanzó chispas de rabia. El barquero, sin embar-

go, empuñaba el varejón. Incluso en tierra, no habría tenido


sentido enfrentarlo; pero allí —y no sabiendo nadar bien—,

entonces no, no, ¡de ninguna manera! Sólo protestó:

—¡Yo no lo ofendí a usted, señor canoero! ¡Cada cual sabe


de sil... ¡¿Será que también uSted ahora se está volviendo

contra mí?!

—Bueno, ‘tá bien... Ah, Dios me libre. Si estoy... —Chico

Barqueiro lentamente tuvo que responder.


Y estiró hacia atrás la cabeza, para rascarse la nuez; se

arregló el cuello de la camisa; le dio una espiadita al alambre}


empujó con el pie un rollo de cuerda; y después Se quedo
mirando al otro de soslayo, sin saber qué más arreglan Hasta

203
que pasó un pato criollo en vuelo viaj:lr0: Cuello avanzado,

patas juntas, acostándose ora en un a ora enla Otra; Se


desvió del rumbo de la balsa, .Cím un SOÏPC de timón de la

cola bajó más, se distanció, agito tres veces las alas y se Posó

en las totoras de la orilla izquierda.

_¡Mire allí! Éste vino de lejos... Está de paso. Los que


vienen de cerca paran cuando llegan a las aguas bajas de la

cosra. Pero el pato criollo que está de viaje no para; Grua

todo el río por encima y sólo baja y se posa en la otra ori-

lla... ¡Qué curioso! Así que hacen eso, creo qu’es pa’ POder

conocer más dónde estan...

Sereno. Pero Turibio Todo no le dio respuesta. Y el bai-

sero continuó:

—Se’ cómo son ellos. ¡Conozco ese ganadito con alas! Ellos

viven pa’ lla y pa’ ca, agitanados, nunca paran de mudarse...

A veces pasan las bandadas, arregladitas de a cinco, parece

que es pa’ que el viento no los pueda desparramar... Y llegan

en turnos, ya está todo organizado...

Turibio fingía no ver la sonrisa de buena voluntad que el

otro le ofrecía. La corriente crepitaba,


en intentos de olas,

golpeandoel maderamen. El río abiert o olía a lluvia nueva.


Y la balsa olía a brea y buen aceite.

—Están el pato fierro y el pato cabeza roja... Está el ánadC


de pico grande y otro azulado, y uno con un adorno de mu—

chos colores... Esta el ánade rabudo, que silba... Está el sirirí

pampa... están las garzas. ¡Un montón!... Pero no son todas


las razas de aves que vuelan por encima del río, no señor:

de los gavilanes, Pasan los grandes, los de penacho, que son

como aguilas, siempre viniendo del sertón... Y que nunca

Vuelven, parece

234
r mi parte, nunca mato [ningún pájaro. El chimachima

también suele pasar, pero solo cuando viene volando detrás


de un pajarito pequeño, queriendo agarrarlo...
..A veces da pena cuando llegan en el tiempo de la

seqUÍa: unos patitos cansados, que deben de haber veni-


do de demasiado lejos... Así que ellos, por error, creen

que esto es el río San Francisco, que tiene lagunas en las


orillas... Piensan posarse en las cañas de tacuara... Uno ve

que no están aguantando seguir, pero que no son capaces


de tener sosiego; continúan batiendo las alas, parece que

hay alguien‘mandando, llamando, chupando a los pobres,


de lejos, sin descanso... Pa’ mí que muchos de esos van a

ir cayéndose muertos, por ahí... ¿No le parece todo muy

extraño, amigo?

—Sí, es cierto.
El caballo golpeó con la pata en el enrejado. Chico Bar-

queiro insistió:
—Animal vistoso, el suyo. ¿Es amblador? ¿Tiene un buen

andar?

Bastante... —rezongó Turibio.

Y SC puso aún más serio, brazos cruzados, ojos casi ce—

rrados, disfrutando la superioridad tan fácilmente tomada,


tan absoluta y pomposa, sólo que él no levantaba la cabeza

P°fque a un papudo no le gusta hacer eso; pero se sentía con


la conciencia engordada, perfectamente tranquila.

La tierra vino avanzando. Se apoyaron en el desembar—

üdero.Turibio pagó.

“¡vaya con Diosl... —aún le deseó el balseador.


“¡Aménhu —reSpondió Turibio, ya de espaldas, montando.
Y Partió.

205
Poco después, subía el camino hacia la vista del rellano

abre-horizonte donde corrían las sariamas a los gritos y en

bandadas de piernas largas. Pero, de allí en más, Turibio

Todo comenzó a ver lugares que no conocía. Campiñas

pardas, sin maderas... Buriti del Camino... Tierra colorada,


“carne de vaca”... Pompeu... Palmeras enanas, casi sin tallos,

abriendo las verdes palmas... Papagayo... Y él avanzaba con

el pecho hacia adelante, siempre rumbo al Sur.

. Entonces, en esos nuevos aires, cosas nuevas le pasaron

por la cabeza y le vino también un gran deseo de reposar.

Qué bueno poder estar libre de tantas canseras... “¡Si-no-


será-para-ti será para Turibio Todo había salido de la
ronda y no jugó más.

Continuó subiendo. Subió hasta donde las cercas de

alambre de púas cedían lugar a vallados de palo a pique

—magras estacas negras haciéndose unas a las otras muchas

mesuras—. Subió más. Ahora veía murallas de piedras negras,

trabajo de los negros cautivos. Las pequeñas haciendas no


tenían mas balcones, solamente escaleritas de piedras con

lajas apiladas formando el descanso. Y la gente comía poro-


tos negros en vez de porotos marrones. Y era gente buena,

pero aún más desconfiada que la suya. Y entonces, él vio

que había bebido otro calabacino de leguas y que había

espichado más mundo atras.


De modo que estaba en el comienzo de la zona que lla—

man Oeste de Minas.

Y dio con un río, verde y guardado, un río que uno en—

cuentra siempre así de repente, río vivo, corriendo por entre

los matorrales como un animal.

—¿Que rio es éste, tan bonito, joven?

206
otro lado, que ¡aquí ‘tá brava la malarial...

eso no! Cruzar, no cruzo, porque ya crucé dos ríos

y no quiero cruzar mas, porque quien cruza tres ríos grandes

se olvida de su bienquerer... Pero, ¿cual es el comercio más

fuerte por aquí cerca?


—Es SantaAna del San Juan Arriba...

—¡Voy para alla, a ver si le mando una cartita a mi mujer!


Después, un grupo de sujetos alegres lo interpeló. Iban
hacia el Sur, a las plantaciones de café. Bahianos camino a

San Pablo. Y uno de ellos dijo:


hermano vieejo! ¡Vaamos a San Pablo, gentel... A

ganar mucho dineero... ¡Gente! ¡Allá llueve dinerol...


Sintió nostalgias de la mujer. Pero era sólo por un tiem-

po. Después, la mandaría buscar. Se fue con ellos.

***

Cassiano Gomes, al regresar a la villa, profirió:

—Asunto de venganza no vale la pena. ¡No quiero saber

nada más! Es mejor entregarlo a Dios...

Pero, al mismo tiempo que hablaba mansito, su mano,

por descuido, despreocupada, despreocupada, alisaba el cabo


del cuchillo y por eso nadie le creyó.

Y, mientras tanto, Cassiano seguía encontrándose CCH la

mujer fatal de la historia, aquella misma que tenía los ojos


cada vez más grandes, más negros y más de cabra tonta.

Y doña Silivana le había mostrado la carta enviada desde

Santa Ana del San juan Arriba, y después, otra, también


en Papel cuadriculado, tapando una hojita de malva con Cl

207

j}, . i.
corazón y la flecha dibujados, llena de nostalgias y VCnida

de Guaxupé.

—Se fue a San Pablo.

¡Qué tontería! No era necesario que se fuera.__


Gaste' mi rabia... Si él volviera, yo no haría nada... Si le escri-

bes, le puedes decir que...


Pero doña Silivana, con una mirada muy lánguida, con-

cluyó:
—¡Dejémoslo!... ¿No es mejor
Lo era, realmente, y las mujeres siempre tienen razón.

No es por nada, sin embargo, que un caballero exclui-

do delas armas a causa de malas válvulas y malos orificios

cardíacos, se extenúa en raid; tan penosos, en la senda de


la guerra sin perdón. Cassiano sintió que, ahora, al menor

esfuerzo, en él montaba el cansancio. Y ya no podía estar


calzado del mediodía a la tarde porque los tobillos comen—

zaban a hincharse.

Fue al boticario y le pidió franqueza.

—¿Franqueza en serio, en serio, don Cassiano? Usted...


Bueno, si se hincha a la tarde y no se hincha en los ojos, sino
solo en las piernas, es una mala señal...

—¿De que me voy a morir pronto?


—Así sin ser ligero... Quizá para San Juan del año próximo-u

Pero, empeorando un poco, entonces cerca de Navidad--

—Bueno, está bien. La salud es de Dios, don Raymundo“


_
Para todos nosotros, don Cassrano,.
¡sr D108 (1111€r
. - ' e

Y Cassiano Gomes
Pensé: vendo todo lo que mili:
junto el dinero
, voy a Paredón del Urucuia a dCSpccgrrY

de mi madre.
. Después, entonces, me VOY hada el u

208
lo agarro a Turibio allá en San Pablo O donde Sea QUe ,

Y se deSpidió de todo el mundo, sabiendo que nuncaït;

iba a volver.

***

Pero en el camino fue empeorando y tuvo que parar en

Mosquito —pueblito perdido en un páramo de entrecerros, lejos


de todas partes—, donde tres docenas de casuchas llenaban el

valle amable que olía a bejuco, Chaparro y araza, con vacas la-

miendo las paredes de las casas, con casuarinas haciendo música

con el viento y grandes curbariles delante de las puertas, dando

sombra. Un lugar, en suma, donde uno no tenía ganas de parar,

de miedo a tener que quedarse para siempre viviendo allí.

Pues fue allá donde Cassiano Gomes tuvo su desarreglo,

con la insuficiencia mitral en franca descompensación. Lo

bajaron del caballo y le dieron hospitalidad. Y fue a parar a


un catre, con la barriga de hidrópico y la respiración difícil

de un perro venadero que vuelve de la cacería.

Se mejoró. Y rechinaba los dientes cuando pensaba en

Turibio Todo. Pero, gracias a Dios, tenía dinero. Indagó si

por allí no había un hombre valiente, capaz de encargarse de

un caso así, así... Pagaba hasta un conto de reales...

No había. Cassiano había elegido mal el jugar donde

caer postrado: en Mosquito todos eran gente menuda,

amarillenta o palúdica, zarrapastrosa, avergonzada, que no

conocía el ferrocarril, muy pacata y sin acción. No se acor-

daban de crímenes sangrientos, no tenían muertes sobre las

espaldas; —Usted disculpe, pero no VC que aquí n ad“: quiere


desgradarse...

209
—¿Y no habrá alguien que pueda llevar un rccado para
que venga algún valentón de por aqui cerca?...

..Aquí por estos pagos más cercanos, tampoco; de esa


forma pa’ ese servicio, no hay nadie...

—¡Entonces me voy de aquí! ¡Ya, yal...


Pero no pudo dar más de tres pasos, se tambaleó y tuvo que

sentarse a la puerta de la casucha; y fue allí sentado que comen-

zó a pasar todo el tiempo, día a día, con el pecho apoyado en

las rodillas y, por el hábito, con el Winchester transversalmenre

en el regazo y la parabellum al alcance de la mano.

El paisaje era triste y las cigarras tristísimas, a la tarde.

Pasaban unos cerdos con las cabezas metidas en hor-

quillas para que no pudieran varear las cercas de las rozas.


Pasaban gallinas cacareando, llevando nidadas hacia debajo

del membrillito. Y almas de gato, volando hacia las ramas

escarlatas del ceibo.

Y las personas del valle también pasaban —mujeres de falda

arremangada, con un pote en la cabeza, venidas del pozo;


niños ventrudos, jugando a tirarles piedras a los animales

o a comer tierra; y peones con la azada o con la hoz, pero

muy contentos de sí mismos y satisfechos, con un P‘mito

compasado, arrastrando alpargatas o meneándose, haciendo


de cuenta que se arrodilla pero no se arrodilla, o aun con el

andar anserino- así torcido, pie de pato, tropezante-

Y pasó un hermano de Timpín, dandole golpes a Timpín-

Dada la desproporción física, eso era una gran cobíxlfdía y


Cassrano lo llamó:

—¡Oh señor! ¡Ace’rquese!...

a e
,lEl hermano. de Timpín se acercó pensando que se referia
, pero Cassrano lo retó:

210
i —¡Sal de aquí, diablo! Eres demasiado valiente. Eres He.
i mas... Sal de aquí, que en esta vuelta aún no eres mano

Cuando te haga seña, puedes venir.


Entonces vino Timpín, muy resabiado y bobo.

Cassiano le preguntó:

—Ven acá, muchacho... ¿Cuál es tu gracia?

—Usted se va a reír de Pero, si me llama por mi

nombre verdadero, Antonio, nadie se entera a quién llama...

Timpín es un apodo que no me gusta... Prefiero que me


llamen Veintiuno.

Cassiano empezó a reírse, pero tuvo que parar porque

tosió y escupió sangre.

—¡Veintiuno! ¡Qué gracioso!... Pero, ¿qué es eso de que


una persona se llame Veintiuno?

—Es otro apodo que ellos me dieron. Es porque mi madre

tuvo veintiún hijos y yo fui el último... Y por eso ellos me

pusieron ese apodo.


-¿Y quién es aquel flacucho? ¿Aquel grandulón que te
estaba dando unos sopapos?

—Es mi hermano Ize', señor.

—¿Por qué te estaba pegando?


—Porque quería quitarme estas m _
sol... Y yo no se las doy porque se las estoy llevando a mi

mujer, que tuvo un bebe’ ant’ayer ¡y no hay nada de comida


alla en casa para ellal...
eres casado?... ¿Y es tu
.‘¡OÏL don Veintiuno! ¿Entonces
Primer hijo?

“NO, señor, con éste son tres...

tenía un año y el otro, que era mujer,


naúmiento.

211
por qué, con esta frente peluda de hombre bravo y

esas cejas cerradas juntando una con la otra sobre la nariz )

por qué te quedaste quieto y no le pegaste también)",


—Sabe, mi madre siempre me decía que no le levantara la

mano a un hermano más viejo... Y, colmo todos ellos tienen

más edad, por eso a todos les gusta pegarme.

Cassiano inspeccionaba al campesino, mirándolo de

arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba otra vez.

—¡Qué cosa!... Y, dime algo, ¿siempre eres así durito como


una piedra? ¿Nunca doblas el cuerpo ni bajas los hombros

hacia adelante?

—No, señor... Creo que No

—Pues, entonces, torna este dinero para comprarle unas

gallinas a tu esposa y mañana vuelve aquí.


Pero, al día siguiente, Timpín le dio una sorpresa a Cassia-

no: trajo al bebe’, para “recibir la bendición”, todo ienrollado

en un exceso de bayetas y con la boquita taponada con una

muñeca de paño mojada en miel de abeja, sirviendo de chu—

pete.T1mpín, muy vanidoso, exhibía a su heredero y, cuando


alguien le elogiaba tan primorosa prole, él pedía ansioso que
agregamn: —¡Qué Dios lo bendiga! —para evitar el mal de
Y el niño, que era muy gracioso y vivo, abrió los OjOS)’

le dirigió la mirada a Cassiano quien, ante tanta fragilidad,

se enternecró:

—¡¿Será que ni siquiera veré a mi madre am es de morir

me?!...-—balbuceó, sollozando.
' Pidió que lo llevaran a la cama; pero ya era O

tro hombre,

porque llorar serio hace bien.


[eCOStán'
Y en el catre, medio sentado, medio acostado,
sillin
dose en una Pila —de harapos, almohadas y hasta un

317
viejO" que mujeres caritativas le arreglaban, rCSOUando co
esfuerzo y tomando posiciones que le permitieran god);

algún aire, se olvidó de las armas de fuego y esperó la hora


de morir. La calma y la tristeza del pueblo eran ¡nmutables

con cantigas de tortolitas escamosas y de fruteritos y lo;

mugidos taciturnos de las reses. Y la placidez del ambiente le


iba endulzando el alma, mientras la cara se le ponía cada vez

más hinchada alrededor de los labios con manchas azuladas

y la enfermedad le dilataba el corazón.


Comenzó a pedirles a las viejas que vinieran a rezar al

costado del catre. Quería que los niños, menudos niños,

jugaran allí cerca; y les daba dinero. Y se quedaba callado,


recontando los cabrios negros de hollín y observando el

movimiento de las arañas que lanzaban hilos a plomo para

subir y bajar. Y, por primera vez en esos meses, se acordó

del hermano asesinado, comprendiendo que era a causa de

su muerte que había andado en busca de Turibio Todo. Y

también pensó en el Cielo, cosa que nunca había tenido

tiempo de hacer hasta entonces.


YdCSpuéS, un día, cuando él estaba peor y había mandado
abrir la ventana para que entrara un sol fiscal, muy ardiente,

le entró también en la habitación, con los ojos rojos y la nariz

chorreando, lloriqueando,Timpín.
—¿Que’ pasó, Veintiuno? _
Era Cl hijo, el bebé, que estaba enfermo, muy mal realmen-

te Ycasi muriéndose por falta de recursos. YTimpín comenzó

a llorar; pero las lágrimas corrían y él no aflojaba el busto.

Cassiano le preguntó:
‘ I C )

-Dime una cosa, Veintiuno, ¿en Abóboras hay un doctor-


Cómo
‘Sl’ pero mejor que no lo hubiera. ¡Dios mio! ¡¿

. .14 213
es que yo, que no soy dueño de nada en esta Vida, le voy a

poder pagar al doctor, a treinta mil reales la legua, Para qUe


quiera venir hasta Ya mandé buscar una receta de
información, y el resto del dinero que usted me dio lo gané

todo en los remedios de bouca...

—Pues el dinero esta aquí. Trae al doctor. Compra los

remedios y todo. Si llegaras a precisar, aun hay más.

Timpín abría los ojos y le parecía difícil de creer. De repente


lloró más fuerte y se arrodilló a los pies del benefactor, querien-

do tomarle la mano para besarla y profiriendo agradecimientos

y bendiciones por entre una montonera de sollozos.

—¡No es nada!... ¡Tontería!...—se esquivó Cassiano. —Quiero


al médico para que me pueda ver también... Y aprovecha para

traer también al cura, que también me quiero confesar...

Pero Timpín insistía ahora en besarle los pies y, siempre

lamentándose, exclamó:

—¡Dios ha de pagarle, don Cassiano Gomes! Yo sí que no


puedo, porque no sirvo para nada... El niño fue bautizado
justito cuando nació ¡si no, usted tendría que ser el padrino!"-
Pero, aun así, si usted me lo permite, yo quiero ser su com

padre y usted pasa a ser mi compadre más que todos, ¡que YO


de tantas caridades nunca me olvidaré!

Entonces Cassiano, a su vez muy conmovido, porque

es mejor ser bondadoso que ser malvado, lo estrecho CH un

abrazo, diciendo:
_P aga mayor que ésa no hay, mi compadre Veintiunon-

Y Cassiano Gomes no pudo esconder el consuelo que

todo eso le traía. ,

Vino el médico; vino el cura: Cassiano se confesó, comillgo’

recibió los santos óleos, rezó, rezó.


¿Le enviaba el dinero a la madre? No. Mandó venir a Tim-
pin Para rever en. el la buena acción. Conversaron. Después
el moribundo dijo:
_Ese dinero queda todo para ti, mi compadre Veintiuno...

Entonces, con cara de felicidad, habló de la madre,

- apretó entre los dedos la medallita de Nuestra Señora delos

Dolores, murió y se fue al Cielo.

***

Turibio Todo supo dela buena noticia por una carta de la

mujer que, ahora cariñosa, lo invocaba al hogar. El ya había


ganado una buena cuantía y la carta acabó de convencerlo:
se compró una maleta, compró regalos, se puso un pañuelo

verde en el cuello para disfrazar la papada; se calzó botas

rojas, de lustre; y partió.


Bajó del tren también con una boquilla, un reloj de
pulsera, buenas ropas y una nueva concepción del universo.
Pero aún tenía que viajar un día a caballo y tenía prisa por-

que doña Silivana tenía los ojos bonitos, siempre grandes

Ojos, de cabra tonta. Por eso, ni siquiera tuvo tiempo de


negociar un animal; consiguió un caballo prestado, almorzó
sin hambre y se puso en marcha.

Venció la primera legua. La alegría de la ancha libertad


ni siquiera le dejaba sentir los chaparrones que de vez en

cuando caían porque era un día incierto, de casamiento de

zorro o de viuda, con una lluviecita diáfana, oblicua Y con

Prisa, corriendo de aquí para allá para disputar con el sol.


De repente, oyó el tropel de un galope descontrolado

que venía detrás. Condujo el caballo hacia el costado del

215
un huairuro, esPió y esperó E
camino, parando frente a . ra

un caballito o una yegua, flaco» Pampa Y de baja estatura

de tobillos escandalosamente espesos Y peludos, cargando,

encima a un camarada de medio kilo.

El jinete frenó casr apoyado en Turibio'tal que, tras un

resoplido de la cabalgadura, un copo de esPuma blanca, le


voló hacia el brazo.
joven?
—¿Tu caballo tiene garrotillo,
YTuribio Todo apuntó con el látigo hacia los ollares del

animal que pulsab an sucios de una clara de huevo batida,

—No, señor... Estuvo mucho tiempo sm ser m0ntado_._

Por eso se cansa de nada.

El peón, con una sonrisita llena de trocitos de dientes,

se quedó mirando a Turibio, quien también lo examinaba

con unas ganas locas de reírse.

Porque el otro, a modo de chaqueta, vestía una bolsa de


arpillera cuyas costuras laterales había deshecho al meter la
cabeza por un agujero en el fondo; y el bizarro ropaje le caía al

frente y en la espalda, como la casulla de un cura diciendo la

misa. Estaba descalzo, pero con enormes espuelas en los talones

y, para pegar, traía una rama de azota caballo en la mano.


El caballito pampa —era un caballo realmente—, con Cl

rabo atado y la crin cortada a ras, resopla que resopla, flaco,

se afinaba por el mismo estado miserable: el freno era de

barbicacho; la silla de montar, un lomillo casi cangalla,fal—


tándOÍC un estribo; y no tenía ni ataharre ni pectoral.

El flacucho sacó el cuchillo y el tabaco lo que, en la wm

vención de los caminos del sertón, indica el deseo de mms!"

zar una conversación. Pero Turibio Todo tenía urgencia:

—Si vas por este lado, vamos...

Gil
—Sí señor...

Y cmparejaron los animales.

El peoncito dejó caer la rienda en la tabla del cuello del

malacaritaa que peleaba para acompañar la andadura del


otro caballo; y fue picando el tabaco, minuciosamente,

ajuntándolo en la cuenca de la mano.


Turibio no le sacaba los ojos de encima considerándolo

inmensamente gracioso en la cara, en el todo, enla cabalga-

dura, en la melena llena de piojos y en el balandrán. Pero el

tipo le simpatizaba. Y le ofreció el atado de cigarrillos.


El joven hizo de cuenta de que iba a tomarlo, pero en-

cogió la mano, brusco.


—Muy agradecido... Yo fumo de los nuestros, de los de
paja... Uno está acostumbrado sólo a groserías...
¡Qué gracioso! —pensó Turibio Todo.
El otro encendió su cigarrillo y expelió una extensa hu-

mareda, con lo que pareció juntar coraje: '

—Disculpe que le pregunte, ¿usted no será don Turibio

que está llegando de lejos?...

—SÍ, soy yo. Vine de San Pablo... ¿Cómo lo sabes? Llegue

hoy... ,
—Me lo contaron, allá en el pueblo...

Turibio se rió. Cada vez le gustaba mas el peoncito.

“¿Por qué los hombres como tú no van a trabajar allá?


derían ganar dinero, aprender a vivir. Esto, por aquí,IiO CS
Vida, ¡CS una miseria magra de dar lástima!... Si quieres lr, te
c"PIÍCO todo clarito, incluso te ayudo con dinero--
r aquí

_‘¡Imagínese!... El que nació aquí, sc queda PO


m431110...

217
Y confundido, como queriendo cambiar de agunto

,el
peón le mostró:
—¡Mire! .
En las ramas más altas del palo María, un tití mal Peina-

do y morisquetero, hacía piruetas, chillando. Los jinetes Se

estacaron. Turibio Todo sacó el revólver Y apuntó. Pero el

monito se escondía por detrás del tronco mostrando, de Vez

en cuando, sólo la carita, para espiar. YTuribio se enterneció

y volvió a ponerse el arma en la cintura.

Mientras tanto, el mico espiralaba tronco abajo y saltaba

al arañagato y del arañagato, al siete capotes y del siete capo-

tes, al yesquero; bajó por la cuerda quinada de la bignonia

chica, subió por la mecha de flores solares de la uña de gato,


se elevó a las alturas de un pangelín; se sumió en las ramas

más altas y, desde allí, silbó.

—¡De’jalo, pobrecito! ¿Para qué maltratar a esas criaturitas


del matorralP... También ellas necesitan vivir... Allá en San

Pablo, un día...

—¿Usted, por cuánto compró su caballo?


Turibio Todo se volvió sorprendido, inquieto, porque Cl

camarada, tan humilde y mohíno, lo había interrumpiCl0

por segunda vez.

—Es un animal prestado... Sigamos adelante. ¿Esto es RCS’

tinga?...
—No señor, es Quiiombo.

Aquí Y allí, una casucha de revoque, al costado del cam!‘


no, entre las bananeras.

—¡Vamos mas deprisa, joven, que estoy angustiado P


I - . ' OI

llegarl...
Llegaron al vado de un arroyo. Un viejo con una bolsa en
las espaldas venía de alla, pasando el pontón; quiso saludar

Y casi se cayó, costandole reajustar el equilibrio. En el barro


1150 de la orilla, ma iposas amarillas se posaban, Inmovjles

como pétalos en una tierra de fiesta.

Los caballos, metidos hasta medio tobillo en la corriente,

doblaban el cuello en ángulo obtuso para beber. Cardú-


menes de mojarritas, disputando carreras u oscilando en

el mismo lugar con palpitaciones de aletas, rabeaban en

la transparencia del agua que los animales sorbían en un

chorro copioso.

El aire era fresco. Desde el cerro venía un olor bueno de

musgo, de barba de capuchino, de matorral viejo. Y la silla


de montar estaba tan blanda y tan acunador el marullo, que

Turibio estiró una pierna en el estribo y se quedó mirando

con afeCto a un caballito del diablo que planeaba chispeante

y acabó posandose en ellátigo del cabeStro.

El flacucho también se había quedado quieto, absorto,

viendo a cada movimiento de los caballos cómo el barro

subía del agua y le enturbiaba la cara. Y fueron los propios

animales que, matada la sed, retomaron la marcha.

—¡Estoy muy alegrel... Me voy a ver a mi mujer, que


hace mucho tiempo que no la veo... Creo que mañana a

la tardecita estaré llegando allá, a la finca de su madre. Si

ella quiere irse conmigo, volveremos a San Pablo... Quiero

descansar un poco y gozar la vida... —dijo Turibio Todo con


un suspiro de satisfacción.

‘Don Turibio Todo... Con perdón de. la palabra, pero

¡“te mundo es un montón de estiércol! No vale la pena

¡lcgrarsem No vale la pena.


ePero deja de lamentarte sin necesidad... ¿'

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—Uno vive sufriendo... Lo único que todo el mundo hace

es padecer... ¡No vale la penal... Y después uno tiene que

morirse un día... .

—¿Sabes una cosa? Tienes que cuidar tu salud, para no


tener esas ideas... —le aconsejó Turibio.

El otro se calló. Muy demacrado, lúgubre, tenía la apa.

rienda de quien había estado cargando el peso del mundo.

Subieron un cerro, bajaron el cerro; y el camino entró

en un matorral cerrado, donde todo era silencio y sombra.

Uno de los caballos bufó y masticó los hierros del freno. De

las enramadas que azotaban los rostros de los jinetes, caía

lluvia guardada. Y de repente, Turibio Todo se estremeció al

oír, firme y crecida, otra voz que aún no le había escuchado


al peón:

—¡Don Turibio! ¡Apéese y rece, que ahora lo voy a matar!

Pero el flacucho estaba serio y pálido y su mano derecha

sostenía una pistola vieja de dos caños paralelos, siniestros.

—¡Apéese deprisa, don Turibiol...


Y el hombrecito decía eso así fácilmente, pero sin dejar

de estar terriblemente atento.

Entonces Turibio Todo, encarándolo, hecho voz y figura.

—¡Déjate de cosas, desgraciado, que te retazo a golPCSL"


—¡No grite, don Turibio, que no le sirve de nada!... LC
pido perdón a Dios y a usted pero no hay otro modo, por
que se lo he prometido a mi compadre Cassiano, allá en

Mosquito, a la horita justa en que cerró los ojos...


Al oír el nombre del enemigo, Turibio Todo tuvo un ma-

yor sobresalto. La mano de la pistola del peoncito temblaba-

Turibio también comenzó a temblar todo.

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—NO hay manera, no hay manera, don Turibio... DesPués
fue él quien le salvó la vida a mi niño... Y yo se lo
dC DiOS,
do ya estaba con la vela en la mano... ¡Es una

I Pero no hay manera... No hay remedio...

nito, Turibio abría los ojos de par en par y sentía lo

terrible que es la falta de tiempo para poder pensar.


..Escucha...Yo también tengo familia... Tengo...
—¡Apéese, don Turibio!...
—¡Por el amor de la Virgen Santísima! ¡Por el amor de tu
hijo! ¡No hagas eso! ¡Dios castiga!... ¡No me matesl...
—¡Pues entonces rece, don Turibio, que no quiero su
perdición!
Entonces, Turibio Todo tuvo un gran arranque de horror

y extendió los brazos.

—¡Espera! ¡Espera! No tires aún...


Y se llevó la mano a la frente, bendiciéndose con voz

gritada, en que el llanto ya comenzaba a temblar:


—¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
aménl... Padre nuestro...

haciendo que el caballo se empinara.

Pero la pistola no negó fuego. Turibio Todo se balanceó

YSC hundió en la silla de montar, con una bala en la mejilla


izquierda y otra en la frente. El caballo corrió; el pie del
diñlnto se soltó del estribo. El cuerpo cayó de lado, dio un

giro y quedó extendido boca abajo en el suelo.


Entonces, el flacucho Timpín Veintiuno hizo también

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el “en el nombre del padre” y abrió las rodillas, espoleando.

Y el caballito pampa se metió, al galope, por una senda.

entre los itapicurúes y los achiorillos crespos, huyendo de

la carretera.

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