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Estado y Sociedad PDF
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D esde hace ya mucho tiempo, sobre todo desde la construcción del Estado
de Bienestar, se ha considerado que la legitimidad del poder público
depende fundamentalmente de la prestación de los servicios públicos.
En América Latina, la percepción de los ciudadanos acerca del poder del Es-
tado para resolver problemas es que es muy limitado, e incluso que ha ido
disminuyendo: en 2003, 57% de los latinoamericanos opinaba que el Estado
era la institución que tenía más poder, porcentaje que se redujo a 49% en 2005.
Nuria Cunill Grau: trabajó durante los últimos 20 años en el Consejo Latinoamericano de Admi-
nistración para el Desarrollo (clad). Actualmente es asesora especial de ese organismo y dirige
la revista Reforma y Democracia. Es, además, investigadora en universidades chilenas y consultora
internacional.
Palabras claves: Estado, mercado, administración pública, reforma, América Latina.
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El mercado en el Estado
1. Corporación Latinobarómetro: Informe Latinobarómetro 2005: diez años de opinión pública 1995-2005,
176.554 entrevistas, 10 mediciones en 18 países, Latinobarómetro, Santiago de Chile, 2005, p. 18.
2. Ibíd., p. 20.
3. Ibíd., p. 55.
4. Ibíd., p. 68.
5. Corporación Latinobarómetro: Informe Latinobarómetro 2008, Latinobarómetro, Santiago de
Chile, noviembre de 2008, p. 34. Según el Latinobarómetro, la satisfacción con los servicios pú-
blicos privatizados está creciendo desde 2004, considerando que en ese año solo 15% de la gente
de la región estaba muy satisfecha con estos servicios.
6. Ibíd., p. 37.
7. Ibíd.
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Nuria Cunill Grau
Uno de los principales hilos conductores de las reformas de los últimos 30 años
es la Nueva Economía Institucional (nei). Entender sus fundamentos puede
ayudar a explicar el sentido de las instituciones prescritas. El supuesto general
de la nei es que la conducta de los individuos es resultado de sus intereses
oportunistas y de las estructuras institucionales en que se insertan. Al conside-
rar las preferencias individuales como estables y constantes, la nei asume que
la conducta puede ser pronosticada con algún grado de probabilidad a partir
de los incentivos institucionales (positivos o negativos) que se establecen.
Para lograrlo, se reconocen al menos tres tipos de incentivos, en los que coin-
ciden tanto los enfoques de la nei como aquellos tributarios de la Nueva
Gerencia Pública11. El primero consiste en fomentar la competencia entre los
9. El Banco Interamericano de Desarrollo (bid) afirma: «la equidad puede mejorarse cuando el
acceso de los particulares a los servicios está garantizado por el financiamiento público que
traen consigo a la escuela u hospital, en vez de por su proximidad a una institución planificada
centralizadamente». bid: Cómo organizar con éxito los servicios sociales. Progreso económico y social en
América Latina: Informe 1996, bid, Washington, dc, 1996, p. 248.
10. bm: Informe sobre el desarrollo mundial 2004, bm, Washington, dc, 2004, p. 58.
11. Hemos optado por no hacer referencias bibliográficas al respecto debido a su cantidad. Una
buena síntesis puede encontrarse en Michael Barzelay: «La Nueva Gerencia Pública: un ensayo
bibliográfico para estudiosos latinoamericanos (y otros)» en Revista del clad Reforma y Democracia
No 19, 2/2001. Es importante tener en cuenta que en la noción de Nueva Gerencia Pública se in-
cluyen diferentes modelos. En este trabajo nos referimos al modelo dominante, que está guiado
por valores económicos y, específicamente, por su orientación a la eficiencia. Este modelo origi-
nalmente fue llamado «consumerista».
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Nuria Cunill Grau
Los otros dos tipos de incentivos orientados a reforzar el poder de los clientes
sobre los proveedores consisten en crear «mecanismos de voz» y fomentar su
involucramiento en la coproducción y el control de los servicios. Los meca-
nismos de voz posibilitan que los clientes expresen sus preferencias indivi-
duales y sus reclamos. La coproducción debe traducirse en un estímulo a la
creación de servicios de propiedad de la comunidad manejados por ella, o en
la contratación de proveedores intrínsecamente motivados (como organiza-
ciones sin fines de lucro). Ambos deben tener el poder de contratar y despedir
al personal a cargo de los servicios.
12. La autonomía administrativa de los proveedores resulta clave. Esta es, por su parte, una de
las prescripciones angulares de la «nueva» gestión pública (que la diferencia de la «vieja»). Co-
rresponde a la prescripción referente a la «devolución de autoridad», tanto interorganizacional
como organizacional. Este último aspecto alude específicamente a la promoción de flexibilidad
en lo que respecta al manejo de los insumos (presupuesto y gestión del personal), de manera tal
de permitir a los directivos públicos responsabilizarse por sus resultados. Otras prescripciones
claves son la contractualización de los resultados (o sea, la formulación –vía contratos, cartas o
convenios– de los compromisos con los clientes) y la medición y gestión por desempeño.
13. A estos incentivos institucionales, la agenda de la reforma del Estado agrega otros, relacionados es-
pecíficamente con la democratización del sistema político, aunque, como se ha reconocido, el análisis
está estructurado en torno de un discurso normativo de la figura de un Estado liberal-democrático que
no existe, en esta forma típica ideal, en ninguna democracia del mundo. V. bm: Informe sobre el desarrollo
mundial 2002, bm, Washington, dc, 2002; Edmundo Jarquín y Koldo Echebarria: «El papel del Estado
y la política en el desarrollo de América latina (1950-2005)» en Mark Payne, Daniel Zovatto Garetto y
María Mercedes Mateo-Berganza Díaz (coords.): La política importa: democracia y desarrollo en América
Latina, bid / Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, Washington, dc,
2006; y Franck Petiteville: «Tres rostros míticos del Estado en la teoría del desarrollo», s/f, mimeo.
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El mercado en el Estado
Ahora bien, ¿se ha generado, efectivamente, un aumento del poder del clien-
te? De ser así, ¿la pérdida de poder del Estado y de la política ha producido
un mejor desempeño de los servicios públicos? ¿Se ha fortalecido la ciu-
dadanía? ¿Qué clase de administración pública y de sociedad tendremos
en los próximos decenios? Para aportar elementos que ayuden a responder
estas preguntas, cabe examinar algunas de las consecuencias que ya co-
mienzan a hacerse visibles.
En algunas áreas, parece no haber dudas de que el resultado ha sido una ma-
yor eficiencia. La provisión de servicios de empleo bajo modalidades público-
privadas, por ejemplo, ha dado lugar a soluciones creativas que, además de
disminuir cargas financieras del Estado –fundamentalmente atrayendo re-
cursos privados–, han logrado mejorar la eficacia20. Pero no es seguro que esto
esté ocurriendo en todos los campos. De hecho, comienza a advertirse la falta
de datos que permitan estimar los costos y, sobre todo, los resultados de este
nuevo tipo de diseños21.
16. Cabe destacar, en todo caso, que la noción aparece mucho antes aunque desde fuentes nor-
mativas distintas. Ver, por ejemplo, Stewart Ranson y John D. Stewart: Management for the Public
Domain: Enabling the Learning Society, St. Martin’s Press, Nueva York, 1994 y Nuria Cunill Grau:
Repensando lo público a través de la sociedad: nuevas formas de gestión pública y representación social,
clad / Nueva Sociedad, Caracas, 1997.
17. Jeffrey James Rinne, Tanya Gupta y Tomas Hirmer: «The Age of Performance: Are Our Concepts
and Data up to the Task?», documento presentado en el xiii Congreso Internacional del clad sobre
la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, 4 al 7 de noviembre de 2008.
18. La ocde distingue estas herramientas. Ver J.J. Rinne, T. Gupta y T. Hirmer: ob. cit.
19. J.J. Rinne et al. llaman la atención sobre este hecho, habida cuenta de que también el sector pri-
vado ha buscado trabajar más estrechamente con el sector público y, en algunos casos, servicios
que fueron tradicionalmente ofrecidos por el sector privado se han trasladado al público. Ver J.J.
Rinne, T. Gupta y T. Hirmer: ob. cit.
20. Ver J.J. Rinne, T. Gupta y T. Hirmer: ob. cit.
21. Esta es la tesis fundamental del trabajo citado de J.J. Rinne, T. Gupta y T. Hirmer.
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En otros casos se crearon sistemas que involucran en forma directa a las co-
munidades o a las organizaciones no gubernamentales (ong) en la provisión
de los servicios. Hacia 2004, según el bm, cerca de un tercio de la población de
Guatemala era atendida por diferentes ong encargadas de proveer servicios
de salud24. En El Salvador se descentralizó la educación parvularia (jardines
de infantes) y básica y se transfirió su manejo a los Consejos Directivos Esco-
lares, integrados por representantes de los alumnos, maestros y padres25. En
Perú, las clínicas médicas dirigidas por las comunidades han adquirido un
enorme peso en el primer nivel de atención, aunque las evidencias acerca de
su impacto no son concluyentes26.
22. Ya en la década de 1990, 40% de los estudiantes de educación básica y cerca de 50% de la
educación media estaban matriculados en establecimientos privados subvencionados. Ver Julio
Ruiz Fernández: «Política social de la educación básica en Chile», documento presentado en el I
Congreso Interamericano del clad sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública,
Río de Janeiro, 7 al 9 de noviembre de 1996, p. 4.
23. El programa comenzó en 1991 con 18.000 estudiantes y en 1996 ya alcanzaba a 100.000. Solo
cubre a estudiantes pobres que han terminado su educación primaria en una escuela pública y
que desean continuar en una privada. El pago del voucher es hecho a la escuela a través del sector
bancario. Alberto Calderón Z.: «Voucher Program for Secondary Schools: The Colombian Expe-
rience» en sela, Secretaría Permanente (comp.): Red latinoamericana y caribeña para la privatización,
sela / aeci, Caracas, 1997.
24. bm: Informe sobre el desarrollo mundial 2004, cit., p. 154.
25. Fernando Fuentes Mohr: «La modernización institucional de los sectores sociales en el marco
de la reforma del Estado en Centroamérica», documento presentado en el I Congreso Interame-
ricano del clad sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Río de Janeiro, 7 al
9 de noviembre de 1996.
26. Desde el año 1994, el Estado, a través del Ministerio de Salud, los gobiernos regionales y los
gobiernos locales, promueve la conformación, la extensión y el fortalecimiento de la cogestión y
participación ciudadana mediante asociaciones civiles sin fines de lucro denominadas clas, con
el objeto de contribuir a mejorar la cobertura, calidad y equidad para el primer nivel de atención
en los establecimientos de salud del Ministerio de Salud. Sobre resultados, v. por ejemplo Ariel
David Frisancho Arroyo: «Participación ciudadana en la cogestión local de salud: el Programa de
Administración Compartida de los Servicios de Salud (Perú, 1994-1999)», Cooperativa America-
na de Remesas a Europa, Proyecto Mejorando la Salud de los Pobres: un Enfoque de Derechos,
Lima, documento presentado en el x Congreso Internacional del clad sobre la Reforma del Esta-
do y de la Administración Pública, Santiago, 18 al 21 de octubre de 2005; y Liliana del Carmen La
Rosa Huertas, Henry Armas Alvarado y Abelardo Carlos Alza Barco: «Participación ciudadana
en salud: representaciones, prácticas, lecciones aprendidas y retos para la acción», informe de
consultoría, Consorcio de Investigación Económica y Social / care-Perú / Agencia Internacio-
nal de Desarrollo, Lima, 2006.
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30. «De la política social a la participación en un nuevo contrato de ciudadanía» en Política No 43,
primavera de 2004, pp. 149-183.
31. Existe mucha variedad. Además de los referidos, existe un Fondo Nacional de la Discapaci-
dad, un Fondo de Iniciativas Juveniles, un Fondo de Protección Ambiental, un Fondo Nacional
del Adulto Mayor, un Fondo Concursable del Servicio Nacional de la Mujer, un Fondo Concursa-
ble del Servicio Nacional del Consumidor, entre otros. V. <www.portalciudadano.cl>.
32. También se establece que los ejecutores beneficiarios deberán ser o contar con profesionales téc-
nicos o expertos (art. 7 de la Ley Orgánica del Ministerio de Planificación y del Fosis, Ley 18.989).
33. Francisca Márquez, aludiendo a un reciente análisis de la relación entre hogares y proyectos
de desarrollo, indica que las comunidades progresivamente se transformaron en hábiles especia-
listas. Citado por V. Espinoza: ob. cit.
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cooperación mutua. O que ese éxito genere una selección adversa de aquellos
beneficiarios que «cuestan» tiempo o dinero, como los niños con discapacida-
des en una escuela o los ancianos en un hospital. Todo esto puede ser evitado
(y a veces se evita), pero lo significativo es la conexión entre incentivos, cálculos
privados de beneficios personales y mediciones que deriva de la lógica del mer-
cado asentada en el Estado, y sus consecuencias sobre los valores a maximizar.
Los valores y las instituciones, como resalta Amartya Sen, no son independien-
tes unos de otros, y tampoco las consideraciones sobre la eficiencia y la equidad.
Sin embargo, el enfoque dominante suele asumir que la búsqueda de equidad
puede entorpecer la eficiencia, sobre todo debido a la erosión de los incentivos.
Ello consolida una dicotomía entre eficiencia y equidad que no toma en consi-
deración el hecho de que atender la equidad puede, en muchas circunstancias,
ayudar a promover la eficiencia, ya que puede ocurrir que la conducta de las
personas dependa de su sentido de lo que es justo y de su lectura acerca de si el
comportamiento de los demás lo es36. La presunción de conducta oportunista de
los enfoques de mercado no contempla este tipo de consideraciones.
El mito del poder del cliente. El bid, en 1996, realizó una buena síntesis acerca
de cómo se expresan los diseños institucionales que supuestamente generan
un poder directo de los clientes sobre los servicios públicos: «El poder de
decisión de los usuarios puede fortalecerse mediante una mayor información
acerca de la calidad de los diversos proveedores, con una mayor voz en el
funcionamiento de tales proveedores y agencias de compras, y con mayores
opciones para elegir entre diferentes proveedores»37. ¿Son esos los resultados
logrados? Tampoco acá el panorama resultante es claro, y menos aún la nueva
economía política que ha emergido en el sector público38.
36. A. Sen: «¿Qué impacto puede tener la ética?», Biblioteca Digital de la Iniciativa Interamericana
de Capital Social, Ética y Desarrollo, <www.iadb.org/ética>, s/f.
37. bid: ob. cit., p. 248.
38. Hay algunos estudios al respecto referidos a Reino Unido (E. Ferlie et al.: ob. cit.; Sue Ri-
chards: «El paradigma del cliente en la gestión pública» en Gestión y Análisis de Políticas Públicas
No 1, 9-12/1994), Estados Unidos (Ronald C. Moe: «The ‘Reinventing Government’ Exercise: Mis-
interpreting the Problem, Misjudging the Consequences» en Public Administration Review vol. 54
No 2, 1994) y en general a los países de la ocde (ocde: Governance in Transition: Public Management
Reforms in oecd Countries, ocde, París, 1995), entre otros.
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Ahora bien, cuando correlacionamos esos servicios con sus usuarios más fre-
cuentes, la idea del poder del cliente se vuelve aún más discutible. En primer
lugar, porque la capacidad de influencia política se distribuye desigualmente
dependiendo de la inserción en la estructura socioeconómica. Los pobres,
objetivamente, disponen de menores recursos de influencia (incluso de re-
cursos de organización, dado que su mantenimiento implica altos costos de
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. Richard Batley: «A Política da Reforma na Provisão de Serviços Públicos» en Caderno CRH
No 39, 2003.
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¿Cabe volver a las viejas fórmulas para fortalecer los servicios públicos, los
valores públicos y, en definitiva, recuperar el papel (y el poder) del Estado en
la construcción de ciudadanía? En términos más específicos, ¿podemos crear
instituciones públicas que combinen la «voz» y la «salida» de la ciudadanía
en el sector público y que, a su vez, atiendan a los distintos tipos de públicos
y de servicios? ¿Son válidas las actuales nociones que informan la promoción
de relaciones público-privado para fortalecer los valores públicos?
40. Marian Barners y Alan Walker, a partir de tal constatación, desarrollan un enfoque de «em-
poderamiento» para involucrar a los ancianos frágiles en los servicios que usan. Asimilan el
empoderamiento al poder incrementado para ejercer control sobre sus propias vidas. En este en-
foque se relativiza la importancia de la representación así como del incremento de la influencia
sobre los servicios. M. Barners y A. Walker: «Consumerism Versus Empowerment: A Principled
Approach to the Involvement of Older Service Users» en Policy and Politics vol. 24 No 4, 1996.
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que el servicio a los intereses públicos constituye una motivación clave del
personal público. Una de sus consecuencias prácticas es el abandono de la
importancia de las recompensas intrínsecas como motor del desempeño,
y su sustitución por incentivos extrínsecos, en particular los monetarios.
Otra consecuencia, tal vez más relevante en el largo plazo, es la desvalori-
zación de la noción de lo público.
Como recuerda Schick41, los Estados Reconstruir la ética del
que tuvieron éxito en la construcción servicio público es una tarea
nacional crearon sus servicios públi- clave. Pero avanzar en esa
cos teniendo en consideración que
dirección significa algo
una ética de servicio público era la
plataforma básica en la que descansa más que simplemente reclutar
el rendimiento estatal. y formar funcionarios
calificados y comprometidos:
Reconstruir la ética del servicio pú-
«el servicio público no será
blico es, pues, una tarea clave. Pero
avanzar en esa dirección significa, valorado en el interior de la
como acota Schick, algo más que administración hasta que no
simplemente reclutar y formar fun- se lo valore en el exterior» n
cionarios calificados y comprometi-
dos: «el servicio público no será valorado en el interior de la administración
hasta que no se lo valore en el exterior»42. Para lograr esto último, no solo es
indispensable convencer a la sociedad en el plano simbólico-cultural de que
el Estado puede prestar buenos servicios públicos. También es necesario
revisar las ideas sobre cómo ofrecerlos.
Los desafíos en ese sentido son múltiples. Es necesario elaborar una nue-
va filosofía pública que cree un fundamento normativo sobre el cual basar
la identidad de la administración pública43 y que, además, se encargue de
enfrentar, entre otros, los dilemas de lo individual versus lo colectivo y de
la eficiencia versus la equidad. También debería abocarse a la tarea de com-
batir la visión dual de la naturaleza humana (mala versus buena) y de las
propias instituciones (control de la naturaleza humana versus promoción
41. A. Schick: «El Estado que rinde: reflexiones sobre una idea a la que le ha llegado la hora, pero
cuya implantación aún está pendiente» en Revista del clad Reforma y Democracia N° 30, 10/2004,
p. 9.
42. Ibíd., p. 10.
43. Gary L. Wamsley: «A Public Philosophy and Ontological Disclosure as the basis for Nor-
matively Grounded Theorizing in Public Administration» en G.L. Wamsley y James F. Wolf
(eds.): Refounding Democratic Public Administration: Modern Paradoxes, Postmodern Challenges, Sage,
Thousand Oaks, 1996.
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de sus aspectos positivos), que no solo han subyacido a los «viejos» y los
«nuevos» enfoques de la reforma administrativa dominantes en el último
siglo, sino también a algunas de las visiones alternativas a los enfoques de
mercado y estatista44.
44. La corriente comunitarista en la administración pública se ubica en uno de los polos de cada
uno de esos supuestos dilemas: el «bueno». V., por ejemplo, Cheryl Simrell King y Camilla Sti-
vers: «Conclusion: Strategies for an Anti-Government Era» en C. Simrell King y C. Stivers (eds.):
Government is Us: Public Administration in an Anti-Government Era, Sage, Thousand Oaks, 1998.
45. Uno de los trabajos pioneros que conocemos es el de Ranson y Stewart, que se basa en la no-
ción de «dominio público» (public domain) (S. Ranson y J. D. Stewart: ob. cit.). V. también N. Cunill
Grau: Repensando lo público a través de la sociedad: nuevas formas de gestión pública y representación
social, cit., donde lo público es abordado expresamente desde una perspectiva social.
46. La bibliografía es bastante extensa, habitualmente recubierta bajo el rótulo de «administra-
ción deliberativa».
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47. Pablo González: «El desafío de la eficiencia y la equidad en la reforma educativa chilena» en
Amalia Anaya et al.: Las reformas sociales en acción: educación, Cepal, Santiago de Chile, 1997, p. 44.
48. «Creando valor público a través de asociaciones público-privadas» en Revista del clad Reforma
y Democracia No 34, 2/2006, p. 9.
49. Moore expresa esto de la siguiente manera: «El que los poderes y las propiedades del go-
bierno que son de propiedad colectiva sean involucrados en asociaciones con privados, y que
las instituciones y procesos a través de los cuales ello se realiza sean menos formalizados y trans-
parentes, genera un hecho que no solo tiene que ver con la sustancia del trato –en qué medida es
eficiente para alcanzar los propósitos de las partes y justo en la manera de distribuir los gastos y
los beneficios–, sino también en qué medida es legítimo». M. Moore: ob. cit., p. 19.
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50. Referencias bibliográficas en ambas direcciones pueden encontrarse en N. Cunill Grau: «La
democratización de la Administración Pública. Los mitos a vencer» en aavv: Política y gestión
pública, Fondo de Cultura Económica / clad, Buenos Aires, 2004.
51. V. al respecto Luiz Carlos Bresser-Pereira y N. Cunill Grau: «Entre el Estado y el mercado: lo
público no estatal» en L.C. Bresser-Pereira y N. Cunill Grau (eds.): Lo público no estatal en la reforma
del Estado, clad / Paidós, Buenos Aires, 1998.
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52. V., al respecto, Anabel Cruz e Inés Pousadela (eds.): Poder, rendición de cuentas y sociedad civil,
Instituto de Comunicación y Desarrollo (icd), Montevideo, 2008.