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(218 a.c.)

38 EDUARDO PITlLLAS SALAÑER I HISTORIADOR


NADIE DUDA DE QUE FUE ANÍBAL QUIEN
INICIÓ EL ATAQUE SOBRE ROMA, NI QUE
EL DESENCADENTANTE DEL CONFLIC­
TO ENTRE ROMANOS Y CARTAGINESES
FUERA LA AGRESIÓN LLEVADA A CABO
SOBRE SAGUNTO. SIN EMBARGO, A PESAR

..

Rendición. Aníbal y Escipión) según un tapizflamenco. El romano impuso un durísimo tratado de

paz a Cartago después de la derrota de Aníbal en Zama; significaba e/fin de la Segunda Guerra Púnica.

DE LOS SIGLOS, LA HISTORIOGRAFÍA DE


LA ANTIGÜEDAD NO SE PONE DE ACUER­
DO EN LOS VERDADEROS ORÍGENES
QUE PROVOCARON EL ENFRENTAMIEN­
TO. ESTE ARTÍCULO REFLEXIONA SOBRE
LOS MISMOS
39
EL iNICIO DE LA SEGU DA GUERRA PÚNICA (218 A.C.)

n este artículo se hace una re­ pertenezca al mundo de la especulación. Nada

E
flexión de forma global sobre más alejado de estos párrafos. Y digo esto por­
algunas de las hipótesis y es­ que los historiadores profesionales, aquellos que
peculaciones en torno al origen se dedican con ahínco al periodo aquí tratado,
de la Segunda Guerra Púnica pudieran no estar de acuerdo con alguna de las
(la cuestión de la Kriegssc/]ule!frage), un asunto so­ afirmaciones planteadas más adelante. Es lógi­
bre el que se ha escrito mucho, pero que, dada co dada la complejidad del asunto.
la parcialidad de las fuentes pro romanas y el Únicamente se pretende reflexionar de for­
interés por inculpar a Aníbal como responsa­ ma sencilla (que no simple) sobre el origen
ble único del desencadenamiento del conflic­ de un conflicto que obvjam.ente estuvo ya des­
to, sigue constituyendo lill aspecto puntual que de el comienzo tergiversado por la analística ro­
a la historiografía de la Antigüedad le resulta mana. Seguramente fueron los vencedores de
prácticamente imposible desvelar. la guerra los primeros interesados en mostrar
La consideración de los motivos que pueden que llevaban razón, que habían sufrido la agre­
en cierta medida explicar el cómo y los porqués sión del belicoso caudillo bárcida (Aníbal Bar­
del origen de la Segunda Guerra Púnica, desde ca) y, lógicamente, tuvieron que responder
la distancia de más de 22 siglos que nos se­ así (?) para defender sus razones y e! sentido de
paran de aquellos hechos, más parece un em­ su proyecto expansivo.
peño virtual que otra cosa. No importa. Poder
jugar en la lejanía con las hipótesis no deja de SAGUNTO, «C..tiSUS BELl.1»
ser tarea entretenida. a historiografía desde finales del siglo
Estas líneas han de ser [Qmadas en el senti­
do antes indicado, lo que no quiere decir que
L XIX y a lo largo de! XX (como ha mos­
trado Narciso Santos Yanguas) se ha inclina­
haya que prescindir del rigor histórico o que, por do en un debate erudito, )' las más de las ve­
40 el contrario, todo lo que aquí se intente exponer ces estéril, sobre si Aníbal fue o no res pon­
EL INICIO DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA (218 A.C.)

sable del desencadenamiento del conflicto. Eso nadie lo pone en duda. De hecho sor­
Se diría que los historiadores se estaban mi­ prendió a los escipiones y su Ejército se plan­
rando en el espejo reciente de los conflictos de tó. tras sonoras victorias (las conocidas de Te­
Europa. No se ha de perder de vista que los sina, Trebia. Trasimeno y Cannas), ad portas de
países europeos transpiraban nacionalismo por la capital republicana. Luego no pudo o no
todos sus poros y los que intentaban refle­ se atrevió a asediada. Pasado e! tiempo tuvo
xionar sobre el pasado forzosamente no es­ que reconocer su impotencia y finalmente y
taban por ello exentos de ideología o, por lo muy a su pesar (como Napoleón en Waterloo)
menos, de ideas -y prejuicios- yen ciertos ca­ acabó por sucumbir en Zama y no le quedó
sos. en el de los estudiosos de la Antigüedad. más opción que aceptar la odiosa primacía
de una buena dosis de conservadurismo (L. de! romano y firmar una paz impuesta en e!
Canfora). Pero no quisiera meterme 20r a.e.
en cuestión harto complicada Vamos a considerar los hechos desde otro
para la que de momento sólo punto de vista, aunque toda la responsabilidad
tengo sospechas. en el desencadenamiento de la guerra (quie­
Lo que no parece lógico nes se la imputan, porque otro porcentaje de
es centrarse sólo en la fi­ historiadores -y tan imporrante como el pri­
gura del bárcida. De acuer­ mero-le liberan de tamaña responsabilidad) le
do, Aníbal fue el que desen­ viene a Aníbal, el brillante hijo de Amílcar Bar­
cadenó el ataque a Roma. ca, del ataque llevado a cabo sobre Sagvm/u111) que

A111ílcar Barca. Tras perder la Primera Guerra Púnica) el padre de Aníbal


(junto a estas líneas) desembarcó en Hispanía y se propuso someterla a Cartago.
Luego) su hijo (en la página anterior) al que había hecho jurar odio eterno a los
romanos (arriba) el cuadro de G. B. Pitoni recoge la escena)) heredó la misión. 41
EL INICIO DE LA SEGUNDA GUERRA :PÚNICA (218 A.C.)
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se ha considerado casus be/U en el estallido del


conflicto.
La cuestión (no baladí) es que si nos cen­
tramos en el asunto de Sagunto estamos a de­
cir verdad perdidos, ya que es de tal comple­
jidad que difícilmente se puede exponer so­
bre tal cuestión algo meridianamente claro.
Basta leer los esfuerzos eruditos sobre este asun­
to para deducir a renglón seguido que se trata
de un tema viciado ab origine.
Se suele imputar (los que defienden a Aní­
bal) toda la responsabilidad a la analística ro­
mana, es decir, a los historiadores antiguos que,
desde posiciones pro romanas, defienden a la
Vrbs (e! caso más evidente es e! de! analista
Livio, aunque no elÚl1lCO, pues también esta­
ría en esta órbita Apiano e incluso el que se tie­
ne por fuente más segura, Polibio de Mega­
lópolis, quien también, protegido por Escipión,
develador de Cartago y de Numancia, fue par­
te 1l1teresada)' se habla de bell-vtm Ha 11 11 ibalícum); que en un
¿Qué nos queda, por lo tanto, de las fuen­ momento determinado (tras el asedio a Sa­
tes escritas? En principio, salvo rastreo puntual gunto) atravesó el río Ebro con fines belicosos,
y erudito, los testimonios que tenemos son par­ igualmente; que parece que Roma estaba in­
tidarIos del vencedor. Con tales limitaciones teresada en imputar a Aníbal algún tipo de res­
poco se puede hacer. Pero indiquemos también ponsabilidad jurídica (?) previa al momento de
que, a diferencia dell11undo contemporáneo, la atravesar el Ebro, quizá. y, además, para com­
Antigüedad está llena de inconvenientes y el plicarlo todo está el acuerdo firmado por As­ ..
historiador, las más .:le las veces, se debe com­ drúbal (en el 226 a.e.) en el que se indicaba
portar como paCIente mUSIVarIO que lTcom­ el río Ebro como límite que los cartagineses no
pone teselas harto deterioradas de un maltre­ podían atravesar. A no ser que interpretemos
cho mosaico. Los hisroriadores de Historia An­ que se trató de algo más que de un simple acuer­
tigua lo saben. do entre un general cartaginés y Roma y que
Teniendo en cuenta, por lo tanto, la par­ Apiano contempla como posición bilateral con
cialidad de las fuentes la tarea se complica y se­ compromiso mutuo (A. Sancho Royo) y no un
guramente será muy difícil conocer los detalles simple acuerdo circunstancial que no compro­
puntuales de aquel momento (los prolegó­ metía demasiado (y que tampoco tenía por qué
menos al conflicto) y más aún desvelar los mo­ cumplir ni la más alta magistratura cartaginesa
tivos profundos de! enfrentamiento. Obvia­ ni e! propio Aníbal), lo cierto es que no se
mente, si nos quedamos en la supuesta res­ entiende muy bien la relación entre tal acuerdo
ponsabilidad de Aníbal sinceramente poco se con e! hecho de que Aníbal atacara Sagunto,
aclara. a no ser que se interprete que e! Ebro no era
Que Aníbal atacó Sagunto, siendo ésta ciu­ e! Ebro sino el Júcar (como decía Carca pi­
dad aliada (?) de los romanos, lo sabemos (lo no), con 10 que evidentemente Aníbal había
último con reservas); que llevó personalmen­ transgredido el límite fluvial para acto seguido
42 te a cabo su lucha a Italia, también (por eso atacar a una ciudad aliada de los romanos. Pero
EL INICIO DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA (218 A.C.)

«Últimos días de Sagunto». Sobre estas líneas, pintura de Francisco Domingo y Marqués que ¡mustra el ataque
púnico a «Saguntum», ciudad aliada de Roma. A la izquierda) restos de su teatro romano con la ciudadela.
La urbe levantina pudo ser utilizada por Roma para sus intereses expansionistas)' en su lucha contra Cartago.

la hipóresis de Carcopino no riene ya demasiada cante a Tortosa, con Sagunto en medio) lo


vIgenCia. recibía Asdrúbal, que había iniciado una po­
Orra cuestión es concemplar esa alianza y ver lírica de colaboración con los indígenas y que
qué relación pudiera tener (vinculante o no) parecía dispuesto (?) al acuerdo diplomárico.
con el Tratado del Ebro. Todo esco es tan res­ Esa gratuidad sólo podía explicarse por el pe­
baladizo que se escapa por falta de testimonios ligro que Roma en aquellos momentos veja
claros y fehacientes, a no ser que se entienda que proveniente del ámbito galo en la Italia del
tamaña falra de claridad es clave intencionada Norte. El acuerdo, de ese modo, se convirtió ..

y que la analística lo tergiversa obviamente en en cesión a los cartagineses.


provecho propio. Lo cierto es que el tema Si se sigue especulando se observará además
propiCIa abundantes especulaciones. que existe una tremenda contradicción enrre
tampoco se enciende muy bien la acritud, señalar la prioridad delTratado del Ebro ( o sim­
excesivamenre prepotente de Roma, que li­ ple acuerdo. en todo caso) y el hecho de que
miraba la actuación de los cartagineses en Ibe­ Sagunto no fuera incluido en el mismo, o que
ria y les indicaba el Ebro como límire a su pudiera haber exisrido una cláusula que excluía
expansión. a la ciudad del pacto. Sea como fuere Asdrú­
Ese acuerdo puede ser interpretado tanto bal ruvo que ser informado. Los rexcos hisróri­
como algo impuesto (diktat), desde la unilate­ cos, en los que aquí no podemos entrar a hler­
ralidad y la prepotencia de la diplomacia ro­ za de aburrir al lector, nada aclaran sobre la re­
mana que se estaba quedando sola en el mun­ lación entre el Ebro y Sagunro. ¿Se trata de una
do, o también, aunque o.:ontradiga lo anterior, justificación a posteriori de la analística romana?
como un regalo al cartaginés para que se es­ Últimamente se ha indicado además el ar­
tuviera quieto. De hecho Amílcar Barca y As­ rero (¿hábil?) comportamiento de la diplo­
drúbal habían progresado en su avance hasta macia romana (L. Sánchez González). Se ha di­
Carthago Nova y Akra Leuke (¿Alicante?). El res­ cho que Roma no tenía inconveniente en acep­
to de territorio (de la actual ciudad de Ali­ rar proteger a una tercera ciudad si ésra le pedía 43
ayuda trente a otra civitas que tuviera alianza pre­ púnica- y que hubiera quizá un núcleo (?) in­
via con Roma. Quiere esto decir, más o menos, dígena (¿al estilo de Ampurias [E111porionJ y a
que Roma se servía de cualquier posibilidad modo de dos ciudades que se vigilaban teme­
para expansionar sus límites territoriales obli­ rosas desde sus respectivos enclaves?).
gando a una ciudad a solicitar protección (el es­ Todas estas cuestiones siguen siendo especu­
tado-ciudad en cuestión renunciaba a su inde­ laciones, aunque fundadas, también hay que
pendencia y se asociaba libremente a la Vrbs) y, decirlo.
de esa manera, resolver la cuestión apoyando Pero si se observa la dinámica de los años an­
a la ciudad que solicitaba ayuda en situación in­ teriores (G. de Caso Zuriaga) la cosa empie­
mediata de ser atacada por un estado za a estar algo más clara. Cartago había
amigo de Roma. perdido la Primera Guerra Púnica en Si­
Obviamente este modelo de cilia, que se convirtió en llave del Me­
comportamiento de la diploma­ diterráneo central. Allí Amílcar Bar­
cia de la presión y del terror cal­ ca, líder de la jactio belicista (?) en Car­
culado podría aplicarse a Sagun­ tago, tuvo cjue capitular a pesar de haber
to, ciudad que habría recurrido llevado el conflicto con acierto y, entre
a ese procedimiento: solicitar ayu­ otras cosas, haber inventado
da a Roma en el momento en el que sus la guerra de comandos
fuerzas internas se dividían entre pro romanos que lanzaba contra los
y pro cartagineses. De la división interna ha­ atribulados romanos,
bría sacado ventaja Roma incluso haciendo que quienes soportaban de
frente a otros topónimos (Zakintha, Arse) triun­ H mal grado aquellos ata­
fara el romano (5aguntum=Sagunto), como ac­ ~_=--'~"",.;;;:lIU::_ ~ ques nocturnos. Amíl­
tualmente se conoce. Existe también el pro­ car quedó aislado y sin
blema de si estamos hablando de dos ciudades posibilidad de retornar a la pa­
( una indígena y otra colonizada y ahí entran tria; 10 hizo desmilitarizando sus tropas y sin
tanto los colonizadores griegos como los po­ pagarlas (Cartago estaba en crisis financiera),
sibles partidarios de Cartago...) o de dos co­ lo que costó a la metrópoli la terrible revuelta
lectivos (uno de raigambre ibero-edetana y otro de los mercenarios que, hábil y enérgicamen­
resultado de aportaciones foráneas). te, él mismo aplastó.
En la cuestión de Sagunto también se ha que­ El paso siguiente fue desembarcar en el me­
rido ver que estaba en la órbita de Massalia diodía de Hispania (237 a.e.) y hacerse aquí
(Marsella). No faltan quienes indican que con un imperio cuasi personal al servicio de
Roma actuaba en beneficio de su aliada Mar­ Cartago. Quizá, tras eludir también con ha­
sella y que incluyó (¿en qué momento?) a Sa­ bilidad una embajada romana (231 a.e.) que
gunto en un acuerdo particular (¿a espaldas le pedía explicaciones por su expansión en Ibe­
de los cartagineses?) para proteger así los in­ ria, muriera como resultado de una emboscada
tereses comerciales griegos. propiciada por los indígenas (¿Orisón?).
Todas estas cuestiones verosímiles, sin apo­ No entramos en más detalles. Amílcar fue
yo en fuentes escritas tendrían que ser ratifi­ sustituido por AsdrúbaI, su yerno, y éste (mu­
cadas por la arqueología de Sagunto, y los ha­ rió asesinado por un sicario-devoto del reye­
llazgos (púnicos y griegos) nada llegan a acla­ zuelo Tago, al que había torturado) por Aníbal,
rar sobre la preeminencia de una de las partes quien tras su expedición hasta Helmantiké (Sa­
(e. Wagner, por ejemplo, parece rebajar la lamanca) y Arbucala (¿Toro?) se aseguró el avi­
presencia griega). Pudiera ser que Sagunto fue­ tuallamiento de trigo, pues al parecer tenía ya
44 ra un enclave con presencia foránea -griega y in mente el ataque a Roma.
EL J ICIO DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNJCA (218 A.C.)

El Ebro. u" tratado entre Roma y Asdrúbal (en la otra página, mo/uda con su efigie) convertía al río en el límite que

Cartago no podía traspasar. Sin embargo, a~unas fuentes ntlpan aAníbal de cruzarlo en varias ocasiones, violando el acuerdo.

LA RESPONSABIlJDAD DE i'. :'1Í'BAL la persuasión militar y atrayendo alianzas para


ra entonces un joven caudillo ambicioso de aislar a Roma.
E 25 años, que no parecía dado a consultar
demasIados oráculos sobre lo que ya tenía de­
Lo curioso es que los historiadores greco­
rromanos no insisten tanto en este asunto, en
cidido, a no ser que sea cierto su visceral odio el hecho de atravesar el río Ebro, como en el de
eterno hacia Roma y todo lo romano que el vincular la toma de Sagunto y la violación del
topos retórico le atribuye de antemano. tratado, cuando a simple vista parecen cosas
A Aníbal, aunque al principio se muestra harto diferentes.
cauteloso (?) con la situación de Sagunto y tra­ Lo hemos dicho antes, si Sagunto figuraba
ta de dar largas a otra de las embajadas roma­ en el tratado las fuentes no lo aclaran. Si el
nas, al final le puede la pasión (?) belicosa y acuerdo entre Roma y Sagunto fue posterior
se la juega: Sagunto no quedará como forta­ al tratado, tal acuerdo no pudo tener validez
leza enemiga a retaguardia. La prueba es que las jurídica, pues Sagunro, si es la Sagunto ac­
tropas que dejó en Iberia, salvo el desastre ro­ tual y no parece lógico torcer las cosas (aun­
mano en Castulo y Larca (hacia el2IO a.c.), que hay que descubrirse ante la erudición de
tumba de los Escipiones donde sucumbieron Carcopino, historiador que pretende descar­
el padre y el tío de Publio Camelia Escipión, gar de toda responsabilidad aRoma), por su
que luego ocuparía Cartago Nova en el2ü9 a.c., situación geográfica (Apiano, dicho sea de
no hicieron un papel demasiado relevante. paso, no sabe dónde está ubicada) y mirando
Seguramente pensaba que resultaba inconve­ desde la actual Cartagena (Cartago Nova), está
niente dejar núcleos de fUtura resistencia. Ca­ antes de llegar al Ebro, eso sí, tras el Júcar y
mino de Italia, después de atravesar el Ebro el Turia (cuando se planteó la posibilidad del
(y por lo tanto violado, ahora sí, el tratado), Júcar luego a algunos historiaderes les dio
también se hizo con el control del territorio por por el Turia..., ¿pero, tenemos que complicar
el que pasaba, utilizando la poderosa arma de tanto las cosas?). 4S
EL INiCIO DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA (218 A.C.)

«Carthago Nova». Entrada al puerto de Cartagma, donde desembarcó Amílcar Barca. En la página siguiente)
fragmento del papiro que recoge el tratado de paz qur pusofin a la Segunda Guerra Púnica (Arsinoe, Egipto)'

Perdón eme eJ lector por estas dlsgreslOnes, zá hubiera bastado con decir: «Aníbal, has
pero lo que en el fondo se intenta es señalar atravesado el Ebro, luego has violado un
lo confuso del asunto y las vueltas que se le acuerdo firmado en tiempos de Asdrúbal». Y
han dado al problema (al final de estos pá­ esto en el supuesto de que concedamos al
rrafos se citan otras lecturas que amplían el acuerdo un valor primordial en toda esta
planteamIento). cueSClón (?).
En este Ir y vemr de especulaciones y razo­ Roma, además, pudo buscar intenciona­
nalDlentos podemos considerar dos cosas: damente sacrificar a su aliada Sagunto: no ..

ID) que a Aníbal, además de agresor (que lo acudir en su ayuda (que es lo que en la prác­
fue), se le imputó algún tipo de responsabilidad Clca hIzo) para, de ese modo, ponerla como
Jurídica en la línea de mostrar o de pretender cebo (Justificar así el casus belli) e inIClar un
mostrar (la opm¡ón pública no existía). proceso lmparable en el que no cupIera po­
2') que la impiedad de Aníbal era total y que sibilidad alguna de rectificaCIón y, así, aplas­
el cartag1l1és era ejemplo supremo de lo que tar a la potenCIa rIval, Cartago (José Ma­
el romano entendía que era el púnico como ar­ nuel Roldán).
qUetipO de actitud artera y falaz. Otra cuestión es considerar además hasta
Da la Impresión, por lo tanto, de una con­ qué punto Aníbal estaba obligado a cumplir
dena moral y qUlzá de ahí elmterés por centrar el acuerdo firmado entre Asdrúbal y Roma
la cuestión en supuestas vlOlaClones de Im­ y si éste era un Simple acuerdo (y no trata­
precisos acuerdos que los textos antiguos des­ do, pues la cosa cambia mucho) y SI el Sena­
lizan. pero que no muesrran nada a las claras. do cartaginés considetó (como así parece
Es b diplomacia de Roma la que busca mostrarse parcidano cuando la embajada ro­
ahados y justifica su intervención, la que crea mana acaba por declarar la guerra a Carta­
un casus belll justificatIvo para imputar al de­ go) que no tenía por qué cumplirlo. El mIsmo
rrotado, en su momento agresor, la respon­ comportamiento de tratar de preguntar tanto
46 sabilIdad de todo el conflicto, cuando qui­ las cosas (embajadas constantes), de la mi­
EL INICIO DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA (7.18 A.C.)
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nuciosidad jurídica ( el hecho de declarar la venía expresando por ambas partes con no­
guerra cuando al atacante parece importarle table afán de dominio. El conocido historia­
poco tal aspecto, o no lo sabemos), nos si­ dor griego Polibio, admirador de aquella ex­
túa ante una de las claves del romano: su ob­ pansión, escribió sus libros de Historia para
sesión (?) por tener toda la cuestión legal alabar, protegido por el clan de los Escipiones,
cerrada y de su parte. aquella frenética expansión. Bár­
En todo momento la guerra cidas y Escipiones simbolizaban
que emprende Roma pretende ser las familias enfrentadas de dos
justa (bellum iustum) y la razón potencias que se odiaban desde
debe estar de su parte. Por otro antiguo porque no podían com­
lado -y no es menos importan­ partir un espacio común, y esa ac­
te en todo ello-, aunque Aníbal titud sólo podía llevarles al en­
había atacado Sagunto (para frentamiento. Para eso se necesi­
Roma ciudad aliada, pero para tó, además de un Aníbal y de un
Aníbaluna simple urbe situada Escipión (e/Africano), de una gue­
en el área de su influencia y que rra (¿inevitable?) de mucha jus­
no sabemos a ciencia cierta su tificación, un asunto que será di­
situacIón jurídica respecto del fícil desvelar pues ab origine las
Tratado del Ebro) fue Roma la fuentes son descaradamente par­
interesada en declarar la guerra. ciales y quizá interesadamente
¿Cómo justificar tal declaración si no existía confusas. Muchas de las lecturas que sobre este
violación de algún tipo de acuerdo? Sagunto asunto se han hecho podrían ser además (?) in­
era la pieza a utilizar y los saguntinos sus terpretaciones trazadas al calor de otros con­
víctimas. flictos habidos recientemente en el siglo Xx.
Roma hizo las cosas bien. Aníbal no sólo apa­ Pero ésa ya es otra cuestión. ce
rece como el agresor, si no que fUe además el que
se situó al margen de la legalidad.
Bibliografía
UN CONFLICTO POR EL CONTROL Y ~ J. Carcopino. L1/)' etapas rltlll1lprrial/5lilO romano} 13. A ll'C'S,

L-\ HEGEMONIA DEI, MEDlTBRRÁ!\,"EO 1968, pág. 23 Y ss.

OCCIDENTAL
>. J. M. Roldán Hervás, 1-"/ República RO/llalla, Madrid,

1981, pp. 232-234.

esde otro punto de vista parece claro que


D la Segunda Guerra Púnica fue el com­
bate entre dos hegemonías: o Roma o Cartago.
.. L Canfora, Ueologías de los e"udlOs clásICOS, Madrid, 1991

~ J. Gómez de Caso Zuriag<l, Alllílcar &,rca)' la poliu(cJ.

wlogíneso (249-237 oC), MSHA. VI. [996. pog. lOS

y ss.

No había sitio para las dos potencias en el ,. S. Lancel, Aníbal, Barcelona, 1997, pág. 49 Y ss.

Mediterráneo occidental. Y si era así (como " N. Santos Yangtlas, «El Trorado del Ebro y el ol'lgcn

de la Segunda GlIcrr'" Púnica», flispallía, n° [36, 1977,

la mayoría de los historiadores saben), ¿para qué


pp. 269-298.

perder el tIempo con la tarea de atacar o jus­ .. A. Sancho Royo, «En torno al Tratado del Ebro elltre
tificar a Aníbal? (si bien los historiadores que Roma y Asdrúbal», flabú, ,,0 7, [976, pp. 7S-1I0.
le de henden han intentado poner las cosas en >- G. Chic García,. {(La acruación polítíco-militJl'
cartaginesa en la Península Ibérica entre los. años 237 }'
su sitio ante la confusión informativa e inte­ 218», flob,s, nO 9,1978. pp. 233-242.
resada de las fUentes que monopolizan la visión ,.. Carlos G. Wagner, «Los Bárquidas y la conquista de la
unilateral romana). Península Ibérica», CeriólI, ,," 17, 1999, pp. 263-294.
... L. Sánchez González, «El modelo romano de (as,,, bel/':
Ambas potencias se enfrentaron porque antecedentes al estJUido de la Segunda Guerra Plmican,
su expansionismo (el romano era aún mayor y Hisloria Allligua. XX\~ 2001, pp. 47-74.
más poderoso) imperialista (o imperial) así lo 47
frente a Roma.
El mito y la gloria
losé Iacobo Storch de Gracth
" " -&

Los Bárauidas en lberia


Carlos ~ o n z & Wagner
.

Celebrarás un banquete en
el Capltollo
VktorA l o m l'koncoso
Derecha, la reina
DI& en un
sacrmclo;nana
del manuscrito
Vi@us Vatlcanus,
sigh N - V
(Vaticano,Blbiiotcca
Apost6Uca).
Arriba, eleiante con
su cría y SOldOdW
c+Fses; phm
pintado del s. m
&C. (üoma,Musm
deVlllnGlulln).
Cartago, fundada por la legendaria reina Dido, se convirtió
en un Imperio comercial y marítimo que dominó el Norte de
África durante medio rnilenio. Su pujanza estorbaba la
expansión romana, lo que provocó la ruina púnica
José Jacobo Storch de Gracia -unos sesenta y cinco años anterior a la propia Ro-
Profesor de Arqueologla ma-, el poderío marítimo que llegó a alcanzar por
Universidad Complutense de Madrid medio de su flota mercante y de guerra, los territo-
rios que llegó a dominar, la organización social. la

C
UANDO EN EL ANO 814 ANTES DE religión y tantas otras consecuciones tecnicas y
nuestra Era. unos navegantes originarios económicas llamaron poderosamente la atención
de Fenicia y Chipre doblaron el cabo Bon, de sus contemporáneos, griegos y romanos princi-
encaminándose hacia el fondo del golfo palmente.
de Cartago, poco imaginaban el éxito que tendría
su elección del terreno ni el brillante futuro que le Orígenes legendarios
esperaba a la ciudad que allí proyectaban construir. Como toda ciudad que en el mundo antiguo tu-
Pocos nombres de ciudades sugieren tantas es- vo un papel importante, Cartago no podía ser me-
cenas-históricas o míticas, que import+en la m e nos a la hora de contar con un pasado mítico, con
moria colectiva de los pueblos y resisten el paso del unas raíces en las leyendas más difundidas y, de
tiempo como en el casa de Cartago. Su antigOedad
- acuerdo con el carácter comercial de los fenicios,
la empresa de su fundación tambien está impreg-
nada de esa astucia que caracteriza a los buenos
negociantes.
La historia dio comienzo en Tiro, una de las más
poderosas ciudades en la costa del Levante medi-
terráneo; allí se desarrolló un drama familiar digno
de la mejor novela de exito. El rey Pigmalión ambi-
cionaba las riquezas de su cuñado Ajerbas, el gran
sacerdote de Melkart, y mandó matarlo para apo-
derarse de ellas a Desar de los rueeos de su herma-
na Elisa, más conocida por Dido, poético nombre
que le dio Virgilio en su Eneida. De este modo, la
princesa se encontró a la cabeza del bando oposi-
tor al rey; a toda prisa se organizó una expedición
para huir de Tiro y en ella tomaron parte un buen
número de ciudadanos de alcurnia. además de ma-
rinos, comerciantes, artesanos, esclavos, etcetera.
Los fugitivos arribaron a Chipre, donde otro con-
tingente de personas se sumó a la flota; ésta se en-
caminó hacia cualquier lugar del Norte de Africa,
bien conocido desde mucho antes oor los infatiea-

I
bles navegantes fenicios. Así, llegaron a un lugar
-cuyo nombre aún decconocemm que ya estaba
poblado por gentes de su mismo origen y cuyo jefe
cedió a Elisa "todo aquel terreno que pueda ser
contenido por una piel de buey". La inteligencia de
Elisa demostró su capacidad de dar la vuelta al ter-
mino ambiguo del contrato y permitió establecer a
toda su expedición, pues hizo cortar la piel de un
buey en una fina y muy larga
~ - tira de cuero con la
cual pudo marcarun terreno amplio, cortando una
península y obteniendo una superficie con unos 4
km. de perímetro en la que fundar Qarf Hadasht, la
"Ciudad Nueva", la futura Carthagode los romanos. Vista do Cartago pecialmente la conquista de Tiro por Nabucodono-
Con la visita de Eneas -por entonces huyendo de conDfdoyEnoas, sor II, Cartago sustituyó a la ciudad de origen y se
Troyay camino de Italia- y sus amores con Dido, la 6ko de Ciaudlo de convirtió en la nueva metrópoli fenicia del Medite:
leyenda cierra otro capítulo y concluye en tragedia: Lo- de 1676 rráneo ya desde fines del siglo VI1 a.c.
el rey libio Hiarbas pretendiódespocar a la reina Di- -w.
do; no queriendo ésta salir de su viudez, y en ho- Kuosthaiie), arriba. Un lugar idóneo
menaje a su difunto marido, organizó un ceremo- En el pase, amuleto Los restos más primitivos hallados en Cartago
nial de expiacidn y al termino del mismo se arrojó pUnim m forma de confirman su antigüedad literaria: al lado del puer-
a la hoguera. De este modo se explica que en Car- m8scara,pas*1de to comercial, en el año 1947, apareció un yaci-
tago perdurase el culto a Elisa y la proliferación de vidrio, siglos N-III miento con cerámicas chipro-fenicias de fines de la
este nombre -Elishat- en las estelas púnicas halla- aC. (Cartap. Museo Edad de Bronce. Sin embargo, la arqueología no ha
das en sus necrópolis. Virgilio dramatizó aún más Nacional). podido documentar todavía la existencia de un es-
este relato, narrando que el suicidio de Dido fue tablecimiento humano contemporáneo a la fecha
consecuencia del abandono de Eneas y del mal de del 814, pues las tumbas más antiguas no se re-
amores hacia éste. montan más allá de los años finales del siglo V l l l
Tras estos mlticos origenes se esconde la reali- a.c.
dad de un prestigio que no hizo más que aumentar La población cartaginesa de los primeros tiem-
y, con el paso del tiempo, se constituyd en la más pos se estableció en dos montículos cercanos a la
pujante de todas las ciudades del Norte de Africa. línea costera, llamados Byrsa -bursa, en griego,
Su inicio vinculado a la realeza de Tiro y la instala- significa bolsa de cuerc- y colina de Juno. En la
cidn en ella de aristdcratas y grandes comerciantes primera se alz6 la ciudadela fortificada cuyos im-
la convirtieron en la preferida entre todas las colo- ponentes restos pusieron al descubierto los Padres
nias fenicias, por encima de otras más antiguas e Blancos y los primeros arqueólogos franceses ya en
igualmente prósperas como Otica o Hadrumetum los últimos años del siglo XIX. Las casas que hoy se
-la actual Susa-. Con la caída de las ciudades me- pueden contemplar en las laderas de la colina, rec-
tropolitanas de Fenicia en manos de los asirios, es- tangulares y de buena construcción, con varias cis-
55
ternas y patios, son las que maveral a la fecundidad y en
corresponden a los últimos el que los nifios no siempre
tiempos de independencia se sacrificaban vivos. En todo
cartaginesa, anteriores al afio caso, esta cuestión no se ha
146 a.c., fecha de su caída aclarado aún y seguirdi susci-
en manos romanas. En epoca tando encendidos debates.
de Augusto se desmochó la El hábitat arcaico se extendía
colina, amesetándola, con lo entre las colinas y la playa,
que se ha perdido todo vesti- donde diversos sondeos han
gio de la acrópolis cartagine- permitido recuperar algunos
sa, con los edificios que las aspectos de la vida de Carta-
fuentes nos cuentan que ha- go entre los siglos VI1 y V a.c.
bía en 41: unas murallas muy Sin embargo, los restos ar-
altas. el gran templo de Esh- queológicos cartagineses de
mún en el centro y la escali- mayor importancia, urbanísti-
nata de sesenta escalones camente hablando, corres-
que a el conducía ... ponden al período de las
Al sur de la colina de Byr- Guerras Púnicas, las guerras
sa se encuentra uno de los lu- con Roma, a pesar de su re-
gares más emblemáticos de sultado adverso. Las calles y
Cartago, el tofet de Sa- casas muestran una fuerte in-
lammb6. Se trata de una ne- fluencia helenística, con un
crópolis utilizada desde me- trazado regular de calles pa-
diados del siglo V l l l hasta el ralelas y manzanas de casas
siglo II a.c., donde las urnas con varios pisos -hasta seis-,
cinerarias se cubrían con un cisternas y jardines en el in-
cipo o una estela. Además de terior. Estucos y pavimentos
constituir un esplendido de- de gran calidad, junto con co-
pósito arqueológico en el que estudiar la evolución
de la cerámica, el ajuar funerario y las estelas car- los úMmw tiempos,
- lumnas, pasillos, escaleras,
drenajes de aguas, pozos ne-
taginesas, el tofet ilustra uno de los aspectos más -sus@d* gros... muestran la calidad de
polemices de la civilización púnica: los sacrificios vida alcanzada por las clases
humanos. En efecto, la mayoría de las urnas allf en- acomodadas de Cartago.
contradas encerraban los restos de nifios recien na-
cidos y de entre 2 y 4 afios, sacrificados en la ce- Potencia marítima...
remonia del molkomor o mol'k, en el cual estos in- Para favorecer la principal
fantes eran arrojados a la hoguera en homenaje a fuente de riqueza de la ciu-
Baal Hammón y a la diosa Tanit, pero que tambien dad durante siglos -el comer-
ha sido interpretado como una simple ofrenda pri- cio marrtimo a traves de una
amplia flota- se construyó a lo largo de la línea de
playas toda una serie de dársenas y diques que per-
mitían las labores de atraque y desembarco de mer-
cancias. Para ello. los fenicios contaban con un ti-
Cccr Lugardondese~rataiamo ~ a l o s c u t a g l a ~ , d e c u y o t e c m f - po de nave panzuda y de gran capacidad, dotada
n e d a , ~ a n i s i p o o s d i s t i o t i - no es sinónimo. con remos y una amplia vela rectangular. a veces
~ 0 6 o a ~ d e n o m b r e s p m p o s q u eSufete. Nombre que ielos m- con una proa levantada en forma de cabeza de ca-
se aa&&m sobre da ~ ~ o s d e i a d u d n d d e ~ballo, - de donde proviene el nombre que los griegos
Cipo. Moj6n o monoiito de piedraque t a g o y d e o m s c o l w i n s ~ e ~ ~ ~le. daban -hippos-, especialmente cuando se refe-
solfa iIguse para mnrePr el emplaza- 1Pe$das anuahmte entre la3 famllles rían a la nave fenicia de Gadir (Cádiz).
~ t o d e i m r h i m b q s u s t l h i l d o ~pdadpaies y en número de dos, susPi- La tradición marinera de los fenicios se mantuvo
por^^ tuhnalosanüguosreps. y se amplid aún más entre los cartagineses, como
- m e @ - Toht, Srmhudo aenldo y p6nlw dm- lo prueban los famosos periploi de Himilcón y de
paiqneseoponedpM@gmIs*lenuna de se pImi& sacdedos humanos. Hannón, entre otros. Hannón el Navegante condujo
~IiaouinohtertnL ~ e h n n h a l l a d o e n h c a , M ~ ~ d - una expedición al Atlántico sur con sesenta naves
Paipio.Nombreqnesinepamb lia,peroelmísh~fueeldeGula- de 50 remos, 30.000 hombres y mujeres, víveres y
sigoaria~60deimslpiebeebop el equipo necesario para un viaje de reconocimien-
im wqante para de.scuWt n u ~ p tie- s mientcsdurantemásdeseis~ to y fundación de nuevas colonias. Fue un viaje por
rns.Bntrelosepaagineses,-los Tmpo.Pignn-quem el Atlantico costeando Africa, en el que presunta-
P e i p l o s d e A o m i ó n y d e ~ p o r memp!arunapiabmenmisi@íica- nente se llegó hasta el golfo de Guinea, con aven-
sgulga- dopocoIi1MauLrasformasmísim- uras y episodios tenidos de referencias míticas de
Widco.D6cesedeLodedpndodelos origen griego (la lucha de Perseo y Gorgona, entre
aenl~gdesnrrollaQporcaltago.Re Y i a s i n w . otras). Himilcón abrió las rutas hacia el Atlántico
iorte, especialmente importantes para conseguir
DOSSIER
7

metales varios, entre los que destacaba el estatío. bates del mal tiemp* se ha interpreta-
La flota comercial permitía un ventajoso inter- do en realidad como una dársena militar.
cambio de productos manufacturados -cerámica, A continuacidn y hacia el interior, en pa-
telas, joyas y amuletos, piezas de marfil, huevos de ralelo a la línea de costa, se abría el co-
avestruz trabajados como recipientes, etc.- por ma- thon o puerto militar, un lago circular
terias primas -metales, principalmente y produc- con una isla artificial en el centro. En
tos agrícolas y pesqueros. El control de ese circui- ella se alzaban los edificios del Almiran-
to comercial y la protección de las zonas de in- tazgo cartagines, las atarazanas -con ca-
fluencia se llevaba a cabo a traves de una eficaz pacidad para 220 naves. según nos
flota de guerra, compuesta por una variada tipolo- cuenta ~ p i a n * y los almacenés de la
gía de naves entre las que destacaba la trirreme flota de guerra.
-triera en grieg*, una invenci6n fenicia del siglo En estos puertos interiores, fechados en
VI1 y que fue mejorada por los griegos: un barco los dos últimos sinlos de la Cartano DÚ-
provisto con dos espolones en la proa y con una tri- nica, se construí& y reparaban L s na-
ple serie de remos que convertían a la nave en un ves de guerra. Toda esta construccidn se
ariete. La quinquerreme se cowirtid en el buque de hallaba protegida por un doble muro con
guerra más grande de su tiempo y, junto con las tri- puertas que ocultaban a la vista el inte-
rremes, en el protagonista de la Primera Guerra Pú- rior del puerto, discreción muy conve-
nica, en la que los principales escenarios del en- niente para evitar el espionaje romano
frentamiento con Roma fueron las batallas navales. sobre todo despues de la derrota de Za-
Los rápidos avances romanos en la carrera naval ma, en el 202 a.c.. En la consiguiente paz, Roma
empujaron a los cartagineses a impulsar y desarro- exigid a Cartago la entrega de toda su flota de gue-
llar la guerra terrestre con grandes ejercitas, campo rra para su destrucción, permitiendole conservar
en el que los caudillos bárquidas demostraron una tan sdlo 1 0 trirremes y sus agentes vigilaban para
excepcional destreza y eficacia. que los púnicos no rehiciesen su poderío marítimo.
En Cartago, el llamado puerto comercial -un re- La construcción naval se hallaba tan desarrollada
cinto rectangular de amplias dimensiones que co- -con el diseno y ejecuci6n de piezas prefabricadas
municaba con el mar a traves de un canal y una es- marcadas y numeradas, entre otras cosas- que per-
trecha bocana que alejaban los barcos de los em- miti6 el montaje rápido de varias decenas de trirre-
La Constitución de Cartago
ncwntoaJBaldou@ineS,me e m d o n d e s e ~ l a ~ e n t r e b I P g

E ppeee que sus Susinstludones han dosd~.Losaiggineseshabían


sido, en sus aiiaaerldicas m- eaioddola*yeierpaasGonkmo
lales,bien concebidas. Teda reyes; el plg6n~emposmeswh-~
o a s e j o d e l o s m d u i o s , d e ~ *--elesti-
-eqwpor=pu(ede ~~0~~1poge0,iosto~~épa~gue
~ p o d e r e s y e l p u e b l o e r a Roma,psnhaialmentanimptan-
s o b e n o ~ e n l a s ~ ~ n e s q u e g n n dtesu.ds&made~o,sehnnPbaen
e
su inambacia En wnjnnb, el repnrio p l e m h B n ~ , I a p o s d d p u e
de*mCPraBo=maJgue Mose~enlapredo~en
IilbfaenRomayenBspna?. las dellbendones, miahns qw en b
Fzmenhépaenquemdlague m&elSeuQsehPnPbnmlaplenuud

mostróset&or.~~~deto- qoe&edr,emnlosmm-,la&
do in&duo, de toan sodedad poiitiea, laeiitedelosdndadm~,de~que
detoan~humpiuestsnmrada lapdnicaUeppdrporestos~osera
porunperiodode~ent0,unpe- la mejor y pudieron, a pesar de les
dodo de lllhm, un periodo de d a - apiaamies derrotas, imponda Barl-
deadnyesenelmomemdelarmmi- memeniagumoontn~g~r-
rezninndosealaiunelgndo&nlio dpsahsabiduríadesusdeckiones.
PoUMo, Histah,Ubro VI, VII, 51.
>"

mes y quinquerremes en el aiio 147, en pleno ase- pebete~~o


dio final de Cartago. puermp=f"m-~
terracota e n iorma
...e Imperio terrestre decpbepde~uil
Si hasta fines del siglo VI a.c. el mar era el prin- -60 conun
cipal escenario de la actividad cartaginesa, desde toc~aodephimps,
el s. V a.c. el horizonte de Cartaeo se amolió hacia ~mdenntedel n c o t h o puerio mllltnr
R s o ~ d 6 del
el territorio del interior donde: según '~strabón, s ~ n t ~ ~ ~ ~ d e ~orde~.BnelcenPodelalagunn
"acabaron por anexionarse todos los países que no SPlnmmbS, drculy,unnIsLpnrtl8dnlmtaitabaIrr j
tenían vida nómada" y que en los momentos del medlndosdel atPruuuvlo.sPULmsdela,nnrrsde-yd
enfrentamiento final con los romanos, en la Terce- si& n ac. ~ ~ ~ a r . ~ r d e l a I p g u
ra Guerra Púnica, "poseía trescientas ciudades" en (cprrpso,~usa>
el Norte de Africa. Adernas de una amplia región de ~adonai).
dominio directo -de hasta unos 170 km. tierra de la armada mn piezas, nrmas,m d a j ~ ) ,
adentro-, las relaciones de de- velbmuies... y Iss celdillar donde se guardaüui y

b
pendencia de otros centros de la aprrstpbipnimbnrcosparala~n
costa africana. especialmente en <dibujode So-).
las zonas mdis fértiles, justifican
la afirmación de Estrabón acerca
del predominio de Cartago. En el
siglo IV, la capital controlaba di-
rectamente mdis de la mitad del acerca de la calidad alcanzada por la agricultura
actual Túnez, mucho mdis de lo púnica en la irrigación de los campos, la variedad
que podía controlar la propia Ro- de especies cultivadas. la destreza y especializa-
ma en el centro de Italia en el ción en cuestiones de injertos, selección de espe-
mismo período. 1 cies, etcétera. Pero el grueso de la producción agrí-
como paradigma del aprove- cola lo componía el cultivo del olivo, la vid y los ce-
chamiento cartaginés de estos te- reales; especialmente estos últimos atrajeron la
rritorios se cita sobre todo a Ma- ambición de los romanos, convirtiendo al agro car-
g6n elAgr6nom0, autor de un ira- taginés en uno de los graneros de Roma, una vez
tado de Agricultura en 28 libros a conquistado el territorio.
finales del siglo IV a.c., que fue-
Delenda est Carthago!
ron traducidos fielmente al latín y
cuya ciencia fue recogida por au- ~ Fueron precisamente la variedad y riqueza agrí-
tores como Plinio o Columela. Es-
tos autores se hacen lenguas - cola del Norte de Africa las razones que empleó Ca-
tón el Viejo para azuzar a sus contempordineos del
Senado en contra de Cartago. Como buen terrate-
niente que vela peligrar la producci6n agrlcola de
La riqueza de Cartago era indudable y los -pa. il/
darios de la "soluci6n final" en el Senado vieron re-
Italia por las importaciones africanas que tanto be- forzada su posici6n en el aflo 151, una vez que los
neficiaban al eterno enemigo, acababa invariable- vencidos cumplieron con el dltimo pago de la tre-
mente, viniese o no a cuento, todos sus discursos menda indemnizacidn impuesta tras la Segunda
en el Senado con la consabida frase: Delenda est Guerra POnica. Con la excusa del incumplimiento 1%
Catthegol-"Cartago ha de ser destruidan-. En una de una de las cliusulas del tratado del aflo 201
ocasibn, ejemplificd este peligro hablando de la fi- -tras la derrota de Zama- debido a una guerra de-
cus Africana y, tomando en su mano un higo de fensiva de los cartagineses contra los ndmidas de
gran calidad, maduro y liso, sostenla que habla si- Masinisa, aliados de Roma, esta encontr6 el pre-
do recolectado tres dlas antes en la campifla carta- texto para acabar con la vieja metr6poli africana. @$
ginesa y proponla, una vez mis, la destruccidn de- A pesar de hallarse poco armada -precisamente ,
finitiva de la ciudad rival en una "guerra preventi- en cumplimiento del tratado con Roma-, Cartago
va", afirmando " ~ P u ~sí,stenemos un enemigo tan ofreci6 una gran resistencia al asedio romano que
cerca de nuestras murallas...!". se prolong6 cerca de tres años, entre el 149 y el j
146 a.c. Una "triple muralla" de unos 5 Byrsa, solicitaron la benevo-
km. protegía la ciudad por el istmo, lencia de Escipión: cerca de
desde el lago de Túnez hasta el mar Me- 50.000 hombres se rindieron
diterráneo, era en realidad un muro que y salvaron la vida, aunque

I
tenía nueve metros de anchura y unos fueron reducidos a la esclavi-
quince metros de altura, protegido por tud, mientras un millar de
. . .v un foso: cada sesenta me-
un parapeto personas se recluía en el
tros, una torre hacia mas difícil el asal-
to a esta fortificación. Un muro sencillo
m 1 templo de Eshmún, dispues-
ta aresistir hasta la muerte.
cerraba la ciudad por la línea de costa, El final de Cartago vuelve a
aprovechando las alturas de los escarpes adquirir aspectos de novela:
rocosos. Hoy día apenas queda algún la muier del zeneral Asdrúbal
resto visible de estas murallas, pues las ~ i s c ó nle reprochó a Bste su
piedras de la ciudad púnica, al igual que rendición y, acompañada de
la posterior ciudad romana, sirvieron pa- sus hijos, se arrojó a la ho-
ra la construcción de Túnez, Sidi-Bou-
Said y otras ciudades medievales y mo-
dernas de los alrededores.
1
guera, rememorando el últi-
mo acto de la reina Elisa-Di-
~~ ~ ~

do. El fuego destructor aún


El asalto final se produjo en la prima- duró diez días y sus carbones
vera del año 146. Las tropas de Esci- aparecen en un estrato po-
pión el Africano Minor-para distinguirlo tente y uniformador en cual-
del Maior, el antepasado vencedor de quier parte de la ciudad. Sin
Aníbal- penetraron por diversos puntos embargo, la ruina no fue en
en la ciudad y tuvieron que conquistarla modo alguno absoluta: ni Es-
calle por calle y casa por casa, en un en- cipión mandó echar sal sobre
frentamiento brutal cuyas escenas de el suelo ni tampoco se hizo
horror han quedado recogidas en la obra . ... ... .. pasar el arado sobre los es-
de Apiano (Lybica, 129),basado a su combros, igualándolos y bo-
vez en los testimonios de Polibio, testigo presencial mtap~l~lalde rrando del mapa cualquier huella del trazado ur-
de los hechos como acompañante del general ro- casas púnieas m el bano.
mano. Las excavaciones arqueológicas han descu- Unmido barrlo de Estas imágenes tremendistas acerca del final de
bierto diferentes fosas comunes, restos de incen- nlospiesde Cartago provienen de la exageración del texto de
dios y otras huellas de destrucción debidos a los lamiinade ~ y r s p Apiano por parte de varios historiadores en el siglo
seis días con sus noches que duró el asalto. Los úl- encartago(sigioa XIX, sobre todo a partir de la publicación de la no-
timos supervivientes, refugiados en la ciudadela de m y n a.c.). vela histórica SalammbS, de Gustave Flaubert.

na t pimdrd6n~duindefitia~ 400.m 397: el de m- (211). Viciokm de Wpi6n elAjsJcmomior


hFundad60 decnrtlgo. adesinigeMotyPüida5nhuidalacoloniade en Hispuiia (210-206) y ha:Ca*pl Magni
ud-7001Rindadone feoidas en Andnlu- M i h . 348: Segundo lhtPdo entre Roma y m- (203) y Zarm (202). 201: Tratado de paz que
ía (M& ,
Tmauos, T r a p w ) , Sidiia tsgo, mn el repgao de sus unas & inüuenda remiee el h p d o camgln4 a los iemüodos
africanos, destruye la Bota de guerr~camglne-
Malta753:Pimdpdónmi(tcl&Romr 300.20@275: Pirro de @m es derrota- say&IecelatUtelapo11l1ca<EesdeRorm
7 ~ ~ u e m s d e l p s e h d d e s f E n i d p sdoenSicüiayloscamglneseSseapodernnde N u m ~ o u e de guerra s
mnaAsirlP(671,'11mesasediadaporAsuha- *isitodalaSicüia~Ooddentai.264:~mroma- ~ l i á I %hM : es depido sufste,
&n). üesmoIIo de Cariap. nos atacas la guamidón púnica de Mesina. pero ha de darse. M 6 u de Roma sobre01-
6otWXh los griegos bmses hindan, en 264-241: Primera Guem Púnica ("Guerra de ~.SufUmaeconómicanecealolargOdela
1 año 600,Massaua (Muselln) y los fenidos- Sieilia"). 241: Bataua de las islas Égades: los primerd miiad del siglo ii a.c. 150: los uúmidas
ñ a Sirai) cuiagineses piden la paz y pierden Sicüia. d
p ú o i c o s s e ~ p o t ~ e r d e (Monte e ~ ~ & ~ ~ ~ s
y Si& (Solunto, Palmo). 535: Viaria de Fuertes indemnizadones de guerra 241-238: los ierriiodos camglnese~.@Mgo responde
Alalia (Córeega) de los e t m y camglnese~ "Guerra de los mercenarios" en hq Roma mlütpcmmte a la a p i 6 n y Roma apmmha la
sobre los griegos. 509: Roma y Cariap &le- se apoden de Có- y Cerdeña. 237-229: W 6 n como acusa para comeiuar la Tercen
enmpamerauado. A d c a r üam funda un "reino camglns" en Guem Púnica Ante la orden romana de h-
500-&& 480: En Himera (Sicüia), los el Sur de España, 221: Asdrlibal üam huida donar y destroir su capiiai, los amgiuese~em-
griegos de SIruysa derrotan a los cutagineres. Gmgem 219: Anlbnl Barca asedia y conquls- prenden un? "luebaa muerte":40 de la 6u-
Hacia 450, @Mgo se expande por todo el Nor- ta.Sagunto. 21&202: Segunda Guem Púnicn; dad &te aes a b (149.146). ~
tedehca409:loscutagineresdeauyenSe- h M ~ e s a 1 o s A l p e s ; v i ~ d e T e s i n o y Rrimrorri & 1% M..:&dpi6n d
Ununte y mqui.=&n Himera. 405:los griegos Trebia (218), lbbueno (217) y Cannas yHmno-mnWtaCyilgoydestniged
de SLnaisa ~ o o e eladominio púnico sobre (216). Aliuiza con Wipo V de Macedonia Imperio púnico. Anexlón de sus terdtodos al
un? pPaedelaS1dlilOeddeotlL (215) e incursi6n a las puertas de Roma Imperio rormno.
L ~ ~ ~ ~ ~ ~ W V ~
'~'L.*i:"''' I '~!liY'?';,!'!:IIIIkI~~'MUIIlIIUURI1UW
W I O ' ' '

60
- n/
DOSSIER

í
LOS Marauidas
T • ria habría de s u ~ l i la
r ~brdidade Sicilia
y Cerdefia tras la conclusión de la gue-

Ltzl :.Fi :zy2:T


que su anterior hegemonía marítima ha-
bía garantizado hasta entonces.
Amílcar situó pronto bajo su dominio a
los pueblos de la costa, iberos turdeta-
nos, y algunos, de raigambre celta, ubi-
cados más al interior. La resistencia fue

' menor en las zonas costeras, en contac-


to desde muy antiguo con los fenicios y
Las conquistas de la f a m a
Bárquida en la Pednsula fuero14
la manera de compensar las
- púnicos. Luego, una coalición dirigida
por dos jefes locales, lstolacio e Indor-
tes, intentó detener su avance hacia
Sierra Morena. lstolacio fue derrotado y
murió en la batalla, tras la cual Amílcar incorporó a
su ejército a los tres mil prisioneros que habían he-
pérdidas territoriales cartaginesas cho 10scartagineses. Indortes no corrió mejor suer-
te: sus guerreros fueron derrotados, antes incluso
de la Primera Guerra Púnica. de entrar en combate, y muchos de ellos aniquila-
dos por las tropas de Amílcar en la huida. El propio
Roma siempre V ~ OCon lndortes fue sometido a una muerte terrible: ce-
guera, tortura y crucifixión, normalmente rese~ad0
&SCO- esa aventura y buscó a 10sdesertores.

un pretexto para declarar la Pectoral de una mraza de origen itáiim, hallada


en una Nmba cartaghwa de Ksow es-Unf,
guerra a Cartago liínez,de los si@0s m-nac.(Túnez, Museo del
Carlos González Wagner tL-
Profesor Titular de ~istoriaAntigua
Universidad Cornplutense de Madrid

A
INICIOS DEL SIGLO VI1 A.C., LOS CAR-
tagineses fueron sustituyendo a los feni-
cios en el dominio de los emporios co-
merciales del Norte de Africa y del sur
de la Península Iberica, iniciando pronto su expan-
sión por las islas Baleares. donde se instalaron a
mediados de ese mismo siglo. Tras la derrota sufri-
da en la Primera Guerra Púnica -con la consecuen-
te pérdida de Sicilia, Córcega y Cerdefia-, Cartago
volvió sus ojos hacia Occidente en busca de nuevos
territorios donde ejercer su dominio y, sobre todo,
donde obtener los medios económicos necesarios
para pagar la enorme deuda de guerra contraída
con Roma.

Amílcar, el conquistador
En el a60 237 a.c. Amllcar Barca, un prestigio-
so general cartaginbs que se habla distinguido por
sus exitos contra los romanos en la guerra de Sici-
lia y sus victorias en el N. de Africa contra los mer-
cenarios sublevados, desembarcaba con sus tropas
en la vieja ciudad fenicia de Gadir. Le acompafia-
ban su hijo Aníbal y su yerno Asdrúbal, miembro,
como él, de una familia de la aristocracia púnica.
Los romanos, incapaces de aceptar su propia
responsabilidad frente a los cartagineses, le atribu-
yeron luego intenciones perversas, como preparar,
movido por el odio. una guerra de revancha. Pero
sus motivos reales eran otros. La conquista de Ibe-
r
Estas victorias le dieron a Amílcar el control de AnveM de una
las principales zonas mineras de Andalucía y Gadir, moneda de
que hasta entonces sólo había emitido monedas de Adramalek de Reconsmicsión de una qu- o Lmtm
bronce, estuvo desde ya en condiciones, junto con Biblos, con una
otras cecas cartaginesas, de acuñar moneda de pla- navedeguen-ayun griego8 paca la peñtecbnfera o M"e de
ta de extraordinaria calidad. Luego se vi6 obligado ~pocampo. dneuenta rrmam. Podúui nevar un mastll
a paralizar su campaña conquistadora porque el es- Medisaos del sigio pkgableenelcentrodelaembuendmqcun
tallido de una revuelta de los númidas en el Norte v PC una~pnn-rectuisi>lnr,yom,más
de Africa le obligó a enviar a su yerno Asdrúbal, con ~sltvadoa~enotrasou~siones,
una parte de las tropas, para sofocarla. nosehaüabaQtadoconvelasysuúnleo
Sometidos los africanos, la atención de Amílcar sistema de propulsión eran los remos. El
se centró en la Andalucía oriental, el Sureste y el impulrodeesmaseacekmbaenfasode
Levante, donde fundó la que seria desde entonces combate, emplepndo el espolón de proa
su base de operaciones: Akra Leuke, en las proxi- , mmounnrletepunnbíirdbPrco~
midades de Alicante -algunos, no obstante, la si- en la línea de tlotaddn y hundirlo. M d m s de
túan cerca de Cdstulo, en JaBn-. Desde allí em- los ekmentoa de ea* barcoa se montaban a
prendió nuevas conquistas con el fin de apoderarse mdepiaasprrfPbrieadns<dmujode
de las comarcas, ricas en plata, de Cartagena y WPuel Sobrino>.
Cástulo, y de las minas de hierro y cobre del litoral
de Murcia, Málaga y Almería. En el año 231 a.c.
una embajada romana visitaba a Amílcar, que ar-

gument6 que tan s61o combatla en lberia por la ne-


cesidad de obtener los medios que permitieran a
Cartago satisfacer su deuda de guerra con Roma,
respuesta a la que los legados no encontraron obje-
ciones que poner. Las conquistas prosiguieron, pe-
ro en el invierno del 229-228 a.c. Amllcar pereci6
luchando en el cerco de Helike (¿Elche?), cuando
fue atacado por sopresa por un pueblo que acudi6
en ayuda de los sitiados.

Asdrúbal, el politico
Tras la muerte de Amílcar, AsdrCibal fue procla-
mado comandante en jefe por las tropas, segrln una
costumbre de los ejbrcitos helenlsticos de la bpoca.
El gobierno de Cartago ratific6 el nombramiento.
Tras recibir refuerzos de Africa, acometi6 la con-
quista de toda la Oretania, para vengar la muerte de
62
Amílcar y para controlar las riquezas mi- en un arsenal y un centro manufacture- Arrll>l, ms<lue<p del
neras de la región y los caminos que ro de primera magnitud. Reciente- basti6n cmtaghéa
conducían a la costa. Muchas po- mente se ha descubierto en Carta- & I a ~ G f e
blaciones fueron sometidas y sus gena un tramo de la muralla pú- Sevfllriacarmona
ciudades reducidas a la catego- nica, y en el llamado Cerro del A la izqul&,
ría de tributarias. Luego em- Molinete -una de las cinco co- AmÍlcar&uu

-
prendió una política de acerca- linas que rodeaban la ciudad -cumoMellurt-y
miento hacia los nativos, des- cartaginesa y romana- se han -BPICP<m
posándose con un princesa in- encontrado restos de un posi- &monedas&
dígena, granjeándose la amis- ble santuario púnico. Una ex- plarancu9ls&uim
tad de los notables locales y Ile- cavación de urgencia ha docu- Cartbap N- a
gando a ser aclamado jefe supre- mentado, así mismo, una serie hsaüosZ3üaC.y
mo de los Iberos. Ejercía el mando Ir de habitaciones de un edificio re- 216209 %C.,
con cordura e inteligencia y prefería lacionado con actividades pesqueras m -
.
los métodos diplomáticos a los milita- que fue destruido en el asalto a la ciu-
res. Estableció lazos de hospitalidad con los dad por Escipión en el 209 a.c.
jefes autóctonos y con los pueblos que ganó a su Carthago Nova, cuya población estaba compues-
alianza por medio de la amistad de sus dirigentes. ta por artesanos, menestrales y hombres de mar,
Asdrúbal fundó, en las cercanías del cabo de Pa- llegó a contar unos dos mil trabajadores especiali-
los, una ciudad para convertirla en centro político, zados. Aunque desconocemos su regimen jurídico,
económico y estrategico, a la que denominó Qart sabemos que en Cartago los trabajos artesanales y
Hadasht, igual que la metrópolis, y que los ro- especializados eran desempeñados normalmente
manos llamarían Carthago Nova (Cartage- por hombres libres. Tras su conquista. Es-
na). La capital de Asdrúbal, situada cipión dejó en libertad a un buen nú-
en uno de los mejores abrigos de la mero de sus habitantes mientras que
costa meridional, facilitaba el otros pasaron a convertirse en pro-
control de la explotación de las piedad del pueblo romano. Proba-
minas de plata de la región, blemente estos últimos eran
contaba con un excelente siervos o esclavos de los Bárqui-
puerto y disponía en sus proxi- das, empleados en los trabajos
midades de explotaciones de de las canteras y los arsenales,
sal y de campos de esparto, como sucedía con este tipo de
muy útiles para el manteni- trabajadores en la metrópolis.
miento de la flota. La ciudad, También el trabajo en las minas y
que albergaba un palacio, así co- en las explotaciones de sal, que
mo divenos templos, llegó a tener eran un monopolio de los cartagine-
cuarenta mil habitantes y se convirtió I - ses, fue realizado por siervos o esclavos.
64
-
DOSSIER

1 El final de los Bárquidas en lberia


T TM VEZ que Anmal hubo conquistado Saguoto y emprendido su lar- ejérdto. Al aíío sigaiente conquist6 Cmtbago N w ,obbteendo un gm

&'de dos Al sur áel ~sdr~bnl ~hallaba


~ p r se p al fren- principio del Bn de loa caria$n&s en wspanb y en i ~ ~ libe- ~ ó
te de unos 15.000 hombres; al no@ de ese do, Bann6n dirigía la ddem r 6 a l o s r & e u ~ s ~ q u e ~ l a W d e s u s t . e s p e * i v o s
cmsus11.000hombres.Am~comnbaamn~npago&nbundaotesoa-~ h a d a ~ q l d € n € s s e h i n U i m n a l m o a > m o r q . C o n l o s
wsparaei~yladefemdekiseoSraS. apoyusdelospneblcsfodsgenrs,Bsdph5nreallzóunadpidaaurera.ha-
LosmmPlloa,almnndodeLosheminnoa~~yRiMloEsdpMn,de- diCSdiz,demmdoaLosePangiaesesm~bntallas.mel208ate
sembrucamn~Ampodnsen~n8o218aG,~gnpainconarelnc-EAm4bW) y ~ U ~ ) ; a i e l 2 0 7 , l U p l ~ A L u l P d e l I ( fYo )
ceso&AnlbnlaItallaperoatiempo&impedlrelnpogoa&teLos Canno (Carmomi);mel206tom6IIUwgl(MaigmQI)y chkma (LCIs-
tdioriosdeIbeda I h s ~ d e n o t l s d e l o s ~ e ~ e ~ e n C (TPe s s e tulo?), e instai6 a sus vetenm>s en Itai!.cn 8snüponee). lias una mel-
mgoril)yenhdesanbocldundelBbro,loamosavanzuonconn- ta, la dudad &Astapa (lMep) fue arrasndn y su poblndón masaeradP
pl~hadadSur.liasIks~ctodlEentrelosríios216y212(ba$- Bsemismoaóo,el206,alpet<lueeninúllllarrsistenda,laviejaWr
Ilss ibrim (Toma). IIJhUPI (M-). Muda íentre Mouüüa v (Cldiz) se entre6 v con ello dio Bn el edmntamimtoentre los mmanos
0 s u n a ) ~ u n r & ~ ' ~ 1 h s o ( 0 s ~ ~ ~ C L ; d u l o ~, l~o1s ~ ~~ e~l t&e n l t o d o d e l a P e n h d a ~ b é d c p
Unug)losdoshamiwsca~munaembosendnmlos~res 0 ~ o d e l o s ~ d a s , ~ b a l - h ~ d e ~ , p o d o h u l
demúItimapobiack5n.Iasm~os~emnqueie~m- &la&tade~enel208,~6so~y~oaysedi-
-a de los W?neos. dgl6 a I$Ua siguiendo los pasos de su hamano. W puso fau,a la du-
Pubüo Cornello Escipión, hijo del peral del mismo nombre mueno dad de P h m c i a (I'hcema). sin niog6o r e n i l ~y,fue &Ido por el
o Slem Merma, U+ a Hisprnia m el 210 y se dedlcó a o+ el c 6 d Chdio Ner6n a o r i h del do Me(auro, don& murió (207 aC.).

En el 226 a.c. Asdrúbal reci- junto al Tajo a una coalición de olcades, carpetanos
bía en Carthago Nova una y fugitivos del sitio de Helmantika, con lo que con-
nueva embajada romana que solidaba la dominación cartaginesa hasta la sierra
se interesaba por los progre- de Guadarrama.
sos de los cartagineses en la Lo que Aníbal pretendía con estas campañas era
Península. El resultado de las controlar la vieja ruta tartésica que unía el Suroes-
negociaciones que se enta- te con el Noroeste de la Península, rico este último
blaron fue un tratado en el en oro y estaiio, al tiempo que se aseguraba el ac-
que ambas partes se compro- ceso al valle del Duero para garantizar el suminis-
metían a no atrave-
sar en armas el río
Ebro, que de esta forma se convertía en
el limite de los territorios sometidos a
Cartago en la Península.
Cinco años más tarde, y tras ocho de
ejercer el mando, Asdrúbal era asesinado
en sus aposentos en circunstancias os-
curas, a manos, al parecer, de un galo
que quería saldar una afrenta personal y
vengar a su señor.

Aníbal, el rayo de la guerra


Muerto Asdrúbal, Aníbal, aunque sólo
tenía 26 años. fue elegido general por las
tropas con el beneplácito de Cartago, de-
bido a su inteligencia y a su valor. Los
soldados más viejos veían en el el retra-
to vivo de su padre Amílcar. Inició de in-
mediato una serie de campañas para ex-
tender el dominio cartagines en la Pe-
nínsula, combatiendo contra los olcades,
que habitaban la región comprendida en-
tre el Tajo y el Guadiana, y contra los
vacceos, de cuya capital Helmantika se
apoderó, así como de otra localidad de-
nominada Arbúcala, tal vez Toro. De re- tensión rob.
I "reinoEárq;
greso de esta última expedición derrotó
tro de sus tropas ante previsibles dificultades con
Roma, y obtener recursos económicos, como el bo-
tln y los tributos de las poblaciones sometidas, y
a mado Asdrúbal en el 226 a.c. no habla sido ratifi-
cado por Cartago. igual que Roma se habla negado
a ratificar el tratado que ponla fin a la Guerra de Si-
humanos, esclavos para las minas y soldados para
su ejército.
Desde algún tiempo atrás, Sagunto, una ciudad
edetana situada a unos 150 km al sur del Ebro, ha-
1 cilia, negociado entre Amllcar Barca y el cónsul Lu-
tacio, aprovechando la ocasión para endurecer sus
condiciones. Así estalló la que se llamó Segunda
Guerra Púnica o Guerra de Anibal, un largo con-
bla establecido relaciones con Roma por causa de
un enfrentamiento entre sus habitantes. divididos
en una facción antipúnica y otra procartaginesa. El
mismo Aníbal, conocedor de la situación, habla te-
nido buen cuidado de no provocar a los saguntinos -deuna
4 flicto en el que, tras múltiples alternativas, los car-
tagineses fueron derrotados y expulsados de la Pe-
nlnsula Ibkrica.
Anlbal supo de la declaración de guerra en sus
cuarteles de Carthago Nova, antes de ponerse en
en sus campañas del 220 a.c. Pero entonces, 6s- mone&l&Anürai marcha con sus tropas en la primavera del 218 a.c.
tos, confiando en su amistad con Roma, hablan co- ncuñadam Como prevela el conflicto desde algún tiempo atrás,
menzado a hostigar a un pueblo vecino. aliado de CMbagoNwa,en había preparado un plan que le diera la ventaja de
los cartagineses. Ante el cariz que iban tomando d aso 220 %c.,ron la iniciativa. Frente a la ofensiva disenada por Ro-
las cosas, una embajada romana visitó a Anlbal en wpilimerayun ma, con desembarcos en lberia y el Norte de Afri-
Carthago Nova exigiéndole que respetara Sagunto. abrllo,la, ca, quería llevar la guerra a Italia. Pretendía, y ha-
El jefe púnico reprochó a los legados la mala fe de h h s prrfddos bría de lograrlo no sin grandes pkrdidas y sufri-
los romanos, que poco antes habían utilizado el pordesudilb mientos, cruzar los Pirineos y avanzar por la Galia
conflicto entre los saguntinos para eliminar a algu- wmgid.~. atravesando el Ródano, evitando en lo posible las
nos ciudadanos notables amigos de los cartagine- tropas romanas enviadas para detenerle, pasar los
ses; y también les recordó que Sagunto había apro- Alpes y penetrar en Italia, donde algunas ciudades
vechado su amistad con Ro- se hallaban descontentas
ma para maltratar a pueblos con el dominio impuesto por
amigos de los cartagineses. Roma. Antes, reforzó las
Tras el fracaso de su ges- guarniciones de lberia y el
tión ante Aníbal, la embaja- Norte de Africa y marchó a
da romana se dirigió a Carta- Gadir, donde realizo sacrifi-
go, donde no obtuvo mejores cios propiciatorios en el
resultados. Ese mismo año, templo de Melkart, deidad
el 219 a.c., el Bárquida em- fenicia protectora de las em-
prendía el sitio de Sagunto presas coloniales a quien su
que, tras ocho meses de cer- padre Amllcar habla conver-
co, en el que el propio Anl- , tido en divinidad dinástica
bal fue herido en una pierna de los Bárquidas, garanti-
por una flecha, cayó final- zdndose su apoyo en el &xi-
mente en sus manos, ante la
pasividad de Roma, compro-
metida en una intervención
militar en Iliria, que no obs-
tante terminó antes que el
' to de sus empresas.

La cuestión de las
responsabilidades
Los romanos pretendieron
asedio de la ciudad ibera. justificar su comportamien-
Anlbal, que se habla ca- to -abandonando a su suer-
sado con Imilce, una prince- te a los saguntinot para,
sa de CBstulo, convirtió Sa- una vez tomada la ciudad
gunto en colonia cartagine- por Anlbal, declarar la gue-
sa, sumándose as1 a Akra rra a Cartago con un ultima-
Leuke, Carthsgo Nova y otra ciudad fundada por tum inaceptable, argumentando que el tratado del
Asdrúbal de la que se desconoce el nombre, y a las Ebro hacía una excepci6n de Sagunto, o llegando a
que luego se atiadirlan aún Barcino, convertida en afirmar incluso que la ciudad se encontraba situa-
fortaleza púnica por Anlbal o su lugarteniente Han- da al norte del Ebro, lo que ha dado pie a que al-
n6n en el 218 a.c., y Mahbn, en las Baleares, po- gunos investigadores imaginen, en su af6n por
siblemente fundada como campamento militar en comprender el punto de vista romano, que el Ebro
el curso de la Segunda Guerra Púnica. del tratado del 226 a.c. no era el Ebro actual, sino
En los primeros meses del 218 a.c. una nueva algún otro río, como el Júcar, de la región de Le-
embajada romana planteaba, ahora ante el gobier- vante. Pero si verdaderamente Sagunto se encon-
no de Cartago, sus reclamaciones. Querían saber si traba al norte de un río llamado lber q u e , enton-
Anlbal habla actuado por su cuenta y, de ser así, ces, no serla el mismo que el Ebro actual- y el tra-
exigían que les fuera entregado para castigarle. Los tado del 226 a.c. prohibla a los cartagineses cru-
cartagineses argumentaron que Sagunto no figura- zarlo en armas, ~cbmoes posible que la reacci6n
ba entre los aliados de Roma en el tratado del 241 romana no se produjera hasta la calda de la ciu-
a.c., único que reconoclan, ya que el que habla fir- dad?
66
Parece, por tanto, que las relaciones que vincu-
-
DOSSIER

Estela mica en bélico acabaría con el poder de Cartago.


laban a Sagunto con Roma eran de carácter infor- piea~conia Pese a que los mismos romanos difundieron la
mal. El Senado romano habla rehusado en varias repmumd6nde idea de que con la conquista de lberia los Bárqui-
ocasiones atender las demandas de los saguntinos. un jinete númida, das preparaban una guerra de revancha contra Ro-
antes de decidirse finalmente a enviar una embaja- s* Ia.c. ma, la política de estos generales cartagineses no
da para que se entrevistara con Anibal en Carthago Cnínn, MIL-& se volvió beligerantemente antirromana hasta Aní-
Nova. Según parece, la llegada a Roma de la noti- cbemm~). bal, y aún así éste tuvo cuidado de no provocar sus
cia de la calda de Sagunto provocó un debate en el recelos, respetando a Sagunto en sus primeras
Senado, lo que sugieM que existía división de opi- camparias. La existencia de una poderosa faccidn
niones, algo sorprendente de haber existido un tra- de la nobleza romana con intereses en ultramar
tado formal de alianza. Otra posibilidad consiste en tiene más consistencia que todos los argumentos
que Roma hubiera sacriiicado Sagunto a propósito, esgrimidos para liberar a Roma de sus responsabi-
para tener un hecho consumado que no permitiera lidades. En los últimos años, el poder de los Fa-
marcha atrás, convencida de que s61o un conflicto bios -miembros de la nobleza tradicional y opues-
tos a cualquier aventura marítima- había sido
amenazado por la ascensión política de los
Cornelios y los Emilios, dos familias al
frente de una facción que se apoyaba
en una amplia clientela comercial.
Después de varios anos de eclipse lo-
graron desemperiar algunos consula-
dos. Enemigos de los Fabios, los Cor-
nelios Escipiones se mostraron a par-
tir de entonces como los principales
dirigentes de quienes propugnaban
una política de expansión mediterrá-
nea y veían en Cartago un enemigo al
que había que eliminar.

Los libiofenicios
En la lberia bárquida las ciudades feni-
cias gozaron del estatuto de aliados y
gozaron de independencia política y ad-
ministrativa. Para asegurar el dominio
cartaginés se procedió al traslado de
africanos a la Península, mientras que
contingentes de iberos eran enviados al
Norte de Africa, a fin de reforzar su fi-
delidad y eficacia militar, desvinculán-
dolos as1 de sus lugares de origen. La
instalación en la Península de estas tro-
pas africanas, con un componente Ilbi-
co-beréber y númida acusado, buscaba
proporcionarles una forma de subsis-
tencia en los periodos de desmoviliza-
ción, por lo que fueron convertidos en
colonos militares a los que se asignaba
una tierra, a cambio de sus servicios
cuando les fueran requeridos. Así apare-
cieron y se potenciaron varios núcleos ur-
banos: Ana, Lascuta, Turricina, Iptuci, Veci,
Bailo, Olba y Asido, que emitieron moneda
con leyendas en el alfabeto denominado "li-
biofenicio". Eran gentes africanas reclutadas
por los cartagineses y parcialmente puniciza-
das que se asentaron en territorio bástulo, en
la región situada en torno al estrecho de Gi-
i braltar. Además de los camDamentos militares
situados en torno al ~ u a d a l ~ u i vyiguarneci-
r
dos por jinetes númidas, otros contingentes
de africanos fueran asentados en la región de
Cádiz y Sur de Extremadura, en un régimen
similar al del colonato militar.
Celebrarás un
banquete
el Ca~itoli I
Cannas fue la gran oportunidad
1
I
de Anííal. Después, pese sus
nuevas victorias, iría
debilitándose y peráiendo
1 - aliados; Roma, por el contrario, 7
1. levantó mayores ejércitos y
1 mantuvo su cohesión interna
i
Vlctor Alonso Troncoso -te indico, conque Tyche, la voluble diosa de la que tanto habla-
Catedrático de Historia Antigua sugulayw ban los griegos, se había encaprichado con la cau-
Universidad de La Coruiia mtüietemnáos sa de los Bárquidas. ~ A c ~noMacababa de soplar
sol&idos, al que Lede cara al enemigo el viento volturno 4 siroc*,
RA'UN DIA

E
DE AGOSTO DEL ANO 216, ~lgueuonaipPlat0 privándole de la visibilidad durante la batalla?
en la llanura de Cannas, a orillas del Aufi- PintaaOProcoamte La voz de Maharbal, que era la voz victoriosa de
do, y acababa de tener lugar una gran ba- deCasaMandP, la caballería, se atrevió a proponer un movimiento
talla. La fama volandera llevaba la noticia cerCadeA*TIp>er. rapido y resolutivo para aquella partida que se es-
a las poblaciones vecinas de Apulia, como Canusio C b ~ ~ i g l o r n taba jugando en Italia: "Sígueme, yo iré delante
y Venusia. y desde ellas iba llegando hasta la Urbe, a.c. (Ale&, Miureo con la caballería -dijo a su jefe, y dentro de cinco
a donde conducían todas las calzadas. En medio de 1- días celebrarás la victoria con un banquete en el
los muertos y heridos, apilados por millares, grupos d - Capitolio".
de oficiales y soldados se agolpaban en torno al Jér&ne etropinol. La escena aparece en Tito Livio (22,511, uno de
caudillo cartaginés que, a sus treinta años, había esos escritores augústeos que no ahorraba tintes
sido el verdadero artífice del triunfo. épicos o novelescos a su narración con tal de en-
En el frenesí de la victoria, númidas, iberos, ga- grandecer el pasado de Roma. Si el estudioso mo-
los, baleares cruzaban felicitaciones en todas las derno puede albergar dudas sobre la veracidad de
lenguas y estrechaban sus manos blondas o aceitu- muchas de sus historias, en esta ocasión, sin em-
nadas, se diría que a salvo de odios africanos o de bargo, no hay por qué poner en tela de juicio su re-
terrores interétnicos. Baal Haddad frente a Marte: lación de los hechos: la magnitud y el dramatismo
el dios púnico de la guerra daba otra vez prueba in- de esta Segunda Guerra Púnica fueron tales que
contestable de su fuerza, como si quisiera resarcir realmente resultaban superfluos los efectos espe-
a sus devotos de pasadas humillaciones, por no ha- ciales.
blar de las mil penalidades que aquel mismo ejér- Si acaso, se hacía inevitable aliviar el trauma de
cito había debido soportar durante las últimas cam- la derrota desacreditando moralmente al jefe carta-
pañas, de los Pirineos a los Alpes, del caudaloso ginés que, cosa nunca vista, había humillado por
Ródano a las ciénagas del alto Arno. cuarta vez consecutiva a las legiones de Roma: en
¿No habla hecho el hijo de Amílcar un viaje ex el Tesino y en el Trebia í218), en el lago Trasimeno
profeso a Gadir para renovar sus votos a Melkart en (217) y, ahora, en Cannas. Haciendo además re-
vísperas de esta segunda guerra contra los roma- caer la responsabilidad del desastre sobre uno de
nos? Raro sería que algunos no dieran en pensar los dos cónsules se ponía a salvo el honor de la re-
68
pública: Cayo Terencio Varrón, el magistrado plebe- ciar a su hijo de nueve años sobre el altar de Baal, .:i
yo que aceptó el desafío en aquel día nefasto para antes de embarcar hacia Hispania: iurare iussit ',
el calendario romano, fue presentado ante la pos- numquam me in amicitia cum Romanis fore. En el
teridad como el hombre impulsivo que llev6 al de- colegio oímos un día al profesor de Clásicas el tex-
sastre del año 216 a cerca de cuarenta mil hom- to de Nepote (23,2).como también el retrato de
bres, entre romanos, latinos y aliados itálicos. Por Aníbal en Livio (21,4),y sus tonos vibrantes nos
contra, su colega patricio, Lucio Emilio Paulo, parecieron un alivio y un estímulo en la lucha par-
muerto en combate, quedó idealizado en la analís- ticular que cada cual libraba con las declinaciones,
tica senatorial como exemplum de valor, patriotis- como si el latín pudiese convertirse por un instan-
mo y mesura. te en la lengua vehicular de nuestros sueños medio
infantiles todavía.
Odio eterno a los romanos La verdad es que todo en aquella historia pare-
Cualquier lector que haya cursado el antiguo ba- cla invitar a la fantasía. Para empezar, la presenta-
chillerato reconocerá sin mayores dificultades el ción del general era como un redoble de tambor
nombre implícito en todo este relato. Se trata de A l ñ ( > a l - a w d o ~ x que anunciaba el comienzo de un gran paseo mili-
Aníbal, claro es, el enemigo número uno de Roma. AWS, por tar: Hannibal, Hamilcaris filius, Karthaginensis...
El lector sabrá tambikn, o al menos le sonará, ~ n n d s f o d e ~ o y a Apenas repuestos de la primera impresión. nos sen-
aquello del "odio eterno a los romanos", el famoso (hiaddd, ~>&cd6n tíamos arrastrados por el torrente de los aconteci-
juramento que Amílcar Barca habría hecho pronun- pnroculnr). mientos, un encadenamiento inaudito de hazañas k,
I con el paraje o la táctica
más a propósito para tal
linaje de asechanzas,
esas que sus enemigos
consideraban típicamen-
tes fenicias.
Para hacer aún más
completa nuestra felici-
dad, los libros de texto
comoensaban
,~~ los
~-
~~
arca-
~~-~ ~

nos gramaticales de Li-


vio con ilustraciones
marginales, en las que
inesperadamente apare-
cían los elefantes, avan-
zando en columna al
borde del ~recioio.sobre
I un Daisaiede crestas ne-

vivíamos demasiado pre-


belicas, y nuestras simpatías hacia el cartagines ocupados por la ecología, estábamos por supuesto
iban en aumento a medida que sus ardides y proe- encantados con el proyecto anibálico de movilizar
zas superaban las mil y una dificultades sobreveni- una hueste completa de paquidermos, felices de
das en su aventura de invadir Italia. que el cartagines se las ingeniase para hacerlos pa-
Si a orillas del Tesino era una carga imprevista de sar en pontones o almadías por el Ródano, y hasta
los jinetes númidas por la retaguardia del ejercito indignados con cierta tribu de montafleses que tan-
romano, frente al Trebia decidía un oportuno desa- tos sufrimientos y pérdidas provocaba a la fuerza
yuno ingerido antes de entrar en combate, nada en expedicionaria. ¿Quien no sentía simpatías por
realidad si se comparaba con la emboscada desple- aquel africano que, desafiando a la geografía y a la
gada en la ribera del lago Trasimeno, en una mafla- historia, recorría victorioso Italia a lomos del único
na de niebla traicionera. Aníbal acertaba siempre elefante superviviente, que luego de improvisar una

10s generale
nla~delabntallndeZninqdosho~seenhevistPronwnlaesirateginyporsuinnopoIftiwcmLosPUndos,loquenolesprhrrba
E la el ñu de ioienm un d o sln m n e r sus rrswafvos eikiios a de mostnrse con dureza hacia aauellos me mastraban tibieza o no cum-
dednicdón. Del encuhtm en& Anlbal y &&6n &as que pliui las órdenes recibidas.
dan testimonios, snhu Plgunns notidas de lito LMo, qulenintmducela en- Vdadem triunhdores tras un buen n6mm de bntallps, tanto uno
nwisiawn las siguientes @m: "lo mutua admirad6n les deJ6sin ha- wmo otm m i m n que hamfrente a las &dias y las luchas poIíücas de-
bla, y se wntemphn el uno al otm m dendo". ~~~susdu~na$leseneontradesusrespectlnis~-
Aunque pe~enedma dos m& opuestos y por entonces enepmiza- Uls (Clrrago iokut6 en wfas ocasiones *le del mando del e]&&, y
h t e mhtados. los dos ides militves habían oasado uoa biopratln el c 6 d Cneo W o Ceoión meda rese- la do& de la derrota de
. d e por lo que el &de~~oma
b a s ~ m t e m a ~ p ~ í e d d n d e l ~ ( i u e ~ ~ b ~ s u p o n i e r . & ~ P ;aquél, hubo de &ituirle para que Bsci-
Inmllilsdeorlgen~w~BáquidasdeCmagoylosCom~os piónpudleseprosegulrNeamPpaasegúnloprevisto).lobntallndeZlmn
s premiaba en el momento álgido de ambas biogdh: los dos wuoclan
d e R o m a ) , q u e b a b í a n d a d o l l u s t r e s ~ y w n I m ~ t e s ~ d ose
al BstPdo en N haber. Los dos redbiemn una bmuid6n de üpo prind- bien las esasteglas del wnado, contaban con unos efedivos muy Iguala-
pesw: hablaban grkgo cm Buidez y estaban íadbdmbwn la cuIW dos y se empleamn a fondo sablendo lo que Prriesghn.
eluteylaUternhinproplmdelmundohd~.BInurln*unvUae li;lselenfm~,lasblogdh~,pemnodempsfpdo.
lesapm~6n6nm&p;deedadeseeiauuis(BEeipi6nen12añosm8sjo-Anmnl~pudosegulrsimdo&deCmagoeoSnceptarlaswn-
ven que Anmnl), la earreni miiitar c o m d ponto para ellos, prádica- dldones de Bsdpi6n . y . emprendi6 r e f m politicas, ewnómicas y mili-
meni en la adolesmck el amgh&acom@6 a& pPdre la wn- tares hasta que sus ene&os acabamn denÜnd4ndolo a los ro-
qUistPdemerinsin~nimplldo~lOaños,yelmmuiopartldpóen manos.I3SperipeciasdeMbalenOdente4kia,CretzyBüiaiaz-sn
la batalla de Tesino m a~enss15.Amdienn mw i h e s al nenemlm bien wnoddas: aM se envenenó antes de delme en- " alas mmanos.
cm 26 años Anlbal enya el jefedel ejQdto cuk&& en [be&, cuando ~sdpiónpm&ouid vidodosas eampfias & oriente y a su regreso, sus
~~

empmdi6 la conquistn de m t o y su eampPen de I i a h Bsdplón tenía enemigos poiíticos le exlgienn cuentas acerca de sus gastos; pudo S&
8610 24 cuando foe nombrado prwónail de HIspants slltándose las a- del aprieto pem deddl6 r e t h x de la poiítica y acab6 sus días en sus ñu-
pas pr'para un cvsup hmmwm wmo en debhb. Mugpopulnres as de Lüemum en el año 183 &C., el mismo en que moda su alter ego
yqueadosporsussoldados,lmbos~u~toporsusermdode camgin&.
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estratagema nocturna para escapar de Fabio Máxi- -=m desde su estallido, con la toma de Sagunto (2191,
mo impartía una lección de estrategia que se haría -m* hasta la decisiva batalla de Zama (202). Muchos
digna de estudio en las academias militares de to- mapa, el teatro de otros nombres quedaron asociados al drama belico,
da Europa? t es de la repartiendose los más variados papeles, ora de hé-
Había algo insólito y frustrante, sin embargo. en
s*lundn- roes, ora de villanos, ora de tibios, incapaces o pru-
la aventura del Barquida. Aníbal ganaba todas las P I n i P i ~ m a n dentes. Ninguno de ellos, sin embargo, con fuerza
batallas (después del 216: Casilino, Petelia, Her- la mltnd ocddaurl suficiente para disputar al cartaginés el auténtico
dónea), pero al final perdía la guerra, la victoria se
del MediMánm, protagonismo de la contienda.
le escapaba de las manos. Los griegos representa- tanta m U e m Ni Se~ilio,ni Minucio, consulares sacrificados
ban alada a Nike, porque sabían que no tenía due- como por m. tambien en Cannas; ni Fabio Máximo, ni Junio Pe-
Fio, y de ahí que los atenienses consagrasen en la ra, que en días de tribulación como aquellos revis-
Acrópolis un templo a Nike Aptera, a la Victoria sin tieron en Roma la magistratura extraordinaria de la
Alas, para que no pudiese volar a otra ciudad. Co- dictadura; ni los reyes Filipo V de Macedonia y Je-
mo recordaba Alvaro D'Ors (ires temas de la guerra rónimo I de Siracusa, aliados de Cartago, pero so-
antigua, Madrid, 1947). de Numidia precisamente bre todo inquietantes sombras del Oriente helenís-
es un antiguo vaso de cristal que lleva esta leyen- tico; ni Sífax, ni Masinisa, los reyezuelos númidas
da: "la Victoria, cógela". El vencedor de Cannas no que mudaron odios y lealtades por una hija de Car-
pudo ganar la guerra, pero conquistó las simpatías tago; ni Indíbil, ni Mandonio, r6gulos ilergetes de-
de los lectores modernos, llegando incluso a ganar votos del Africano, y encarnaciones de un estereo-
una batalla póstuma ante la propia Roma en tiem- tipo historiogrtífico -el individualismo hispan*
pos de los Severos, aquellos emperadores africanos que llega hasta nuestros días.
que reivindicaron la memoria del cartaginés en el Por no hablar de la nómina de oficiales cartagi-
siglo III de nuestra era. neses que tomaron parte en la conflagración: As-
drúbal y Magón (los hermanisimos del jefe, muer-
Bellum Hannibalicum tos en la contienda), Hannón, Maharbal, Himilcón,
En un punto, cuando menos, hizo justicia al de- Bomílcar, Giscón, Cartalo... Ni siquiera Publio Cor-
rrotado la historiografía antigua. El segundo en- nelio Escipión Africano. deuteragonista casi imber-
frentamiento entre Roma y Cartago fue denomina- be a orillas del Tesino, por mucho que Polibio en-
do bellum Hannibalicum, la guerra anibalica. Un grandeciese su figura como vencedor en Zama. (El
hombre dio unidad y sentido al conflicto bélico, Africano debiera haberse cognominado, con más
71
propiedad, Hispano, ya que fue gracias a sus éxitos ninsular en torno a la ciudad del Tíber. Articulación
en la Península Ibérica por lo que Aníbal perdió su no sdlo jurídico-política (el diseño radial de foede-
base de operaciones y suministros, y Roma pudo ra bilateralescon Roma), sino también socio-cultu-
pasar a la ofensiva en Africa a partir del 204). ral, viaria y poblacional (las coloniae civium Roma-
norum diseminadas por doquier), que ni siquiera
La fortaleza de la República un genio de la guerra como el cartaginés estaba en
Si hay un antes y un después de la Segunda condiciones de abolir.
Guerra Púnica, para Cartago y para Roma, también Para Italia, y en especial para las economías
hay un Aníbal antes de Aníbal, prologuista brillan- campesinas de pequeña escala. la sombra de la
te en tierras hispanas de su epopeya itálica, como guerra fue funesta y alargada. Un botín inmenso,
ya sabían los autores antiguos, y aún otro Aníbal una gran devastación y la muerte o el desarraigo
despues de Zama, el que escribe un nóstosepilogal del campesinado enrolado en las legiones: este fue
e inverso entre Cartago, Antioqula y Bitinia. La Se- el verdadero legado de Aníbal, como escribió Toyn-
gunda Guerra Púnica marca el apogeo de su vida y, bee, preludio de la crisis de la República en el si-
en ella, Cannas constituye probablemente el clímax glo siguiente. El abandono de las labores agrícolas
de la historia política del Mediterráneo occidental durante la contienda favoreció la expansión del la-
antes de las invasiones germánicas. tifundio, de la misma manera que el frentismo po-
Cannas del Aufido fue una derrota lítico exigido para combatir al invasor fortaleció al
que, por paradójico que parezca, evi- Senado en detrimento de los Comicios y el Tribu-
dencid -de manera más reveladora y nado de la Plebe.
definitiva que las victorias romanas La Segunda Guerra Púnica aún pasó por muchos
de Sentino (295), Cinoscéfalo altibajos, hasta que por fin el año 211 ofreció aus-
(197) o Magnesia de Sipilo (189)- picios favorables a los descendientes de Rómulo.
la fortaleza de la República, la efi- Para aliviar el asedio de Capua, Aníbal amagó ese
cacia de sus instituciones de go- alio un ataque relampago contra la mismísima Ro-
bierno (magistrados, Senado y ma, presentándose con una fuerza montada ante la
Comicios) y la consolida- Puerta Colina. Una exclamación recorrió la Urbe:
cidn de un orden social Hannibal ante portas! Hubo lamentos y gestos reta-
presidido por la nobi- dores, hubo avances y repliegues de ambos ejérci-
litas (fusión del pa- tos, hubo agüeros y señales, aunque a la postre allí
triciado y la elite no hubo nada. Era ya un tropo de la literatura anti-
plebeya). Y que, gua relacionar la muralla con la fortaleza institu-
contra los planes cional de la ciudad, y el BBrquida lo sabía.
del vencedor, no Ocho años después, el invasor levaba anclas del
consiguió invali- Brucio en auxilio de la patria invadida, no sin antes
dar la hegemo- depositar en el templo de Hera Lacinia, en Crotona,
nia de Roma al una inscripción con la memoria bilingüe de sus
'
frente de la con- campalias. Junto a la púnica, aparecía la lengua
federación itálica. griega, al uso de un caudillo que hoy se tiene por
Si es cierto que el hijo legítimo de la civilización helenística, acaso
carácter de los hombres se con más justos títulos que muchos helenos y ma-
conoce mejor en la derrota cedonios de su época. De Lacedemonia fueron sus
que en la victoria, el Senado y el dos maestros y cronistas; helenística fue su con-
pueblo romano (Senatus Populusque cepción de la guerra y las relaciones internaciona-
Romanos) dieron en aquel trance la les; helenísticos sus dos grandes ídolos: Alejandro
verdadera medida de sí mismos: nada a
y Pirro (Apiano, Syr. 10).
que pactar con el invasor, nada que
pagar por los cautivos, nada de re- Una fugaz visión
nuncias en la contraofensiva militar de Roma
en Italia y España. Las cuatro legiones caídas fue- ~zquierda,ñuto de Si es verdad que el
ron reemplazadas por otras cuatro, y en los años si- Eseiplón el conquistador de Peng
guientes unas veinte más serían puestas en pie de ~fneano, polis alimentaba lo
guerra. b e era el lenguaje de la República cuando pmcedente dela sueños de Aníbal, tam-
se la intimidaba; y aquélla no sería ni la primera ni eo*cdbnmr&se bien resulta creíble
la última respuesta de semejante calibre. (verdies, Museode que las palabras de Ma-
Desde el año 216, las defecciones de confede- vasalles).~erediz, harbal persiguiesen al car-
rados se produjeron en cadena (Apulia, Samnio, el]ovuilrnn>nl taginés por toda Italia, co-
'
Magna Grecia, Brucio), destacando la de Capua, (dibufode mo sugieren las fuentes (Titc
segunda ciudad de Italia, al paso que aliados exte- .
)
-
E Livio 26,7). Victor Ni Capi-
riores tan valiosos como Siracusa se pasaban al tolio epulaberis: "DarL- .
enemigo. Mas he aquí que el corazón de la alianza un banquete de vence-
-Lacio, Etruria, Umbría- se mantuvo firme en su dor en el Capitolio". Al-
lealtad, evidenciando ya una real vertebración pe- tisonante, la propuesta
72
del oficial de la caballería era algo más
-
DOSSIER

que una simple revancha.


La apoteosis del triunfo a los ojos de
un aristócrata guerrero constituía una
imagen bien precisa, con su correspon-
diente serie de asociaciones posesivas,
religiosas, Iúdicas y convivales, todas
ellas muy explícitas, muy tangibles, ex-
presadas en un lenguaje franco y directo,
típico de la civilización antigua.
La visión de Italia y, dentro de ella, la
representación de Roma habían sido las
imágenes escogidas por el condottiero
para levantar la moral deshecha de sus
mercenarios. en el preciso momento de
coronar los Alpes: "Mandó hacer un alto
en un promontorio desde el que se divi-
saba una amplia panorámica en todas
direcciones y les
mostró a sus hom-
bres Italia y, al pie I
de las montañas
alpinas, las Ilanu- !,

ras bañadas por el


Po; les dice que
en esos momentos están ~rriba,IAbol& nos, el Paladión profanado por los tirios; para los
de
franqueando las murallas, zanul(por judíos, el Templo de Salomón, destruido por las tro-
no ya de Italia, sino de la ~lwaani~ruicescopas de Tito; en Atenas era la Acrópolis, reducida a
propia ciudad de Roma...; s . m m, cenizas por Jerjes en venganza por el saco de Sar-
con una batalla, o a lo sumo Museodeliouwe). dec; en Tiro, la isla expugnada por Alejandro, en cu-
con un par de ellas, van a te- Jquierda, estela yo altar de Melkart no había sido autorizado a sa-
ner en sus manos y en su po- fun- con un crificar el macedonio. De las siete colinas repre-
der la ciudadela y capital de e*fpnte, sentaba el Capitolio lo que la B y m a Cartago, co-
Italia" (21.35, trad. J. A. Vi- contemporáneade razón y ciudadela de la Urbe, allí donde habitaba la
llar). AnFbal<camw, tríada capitolina: Júpiter, Juno y Minenra. Contra la
Hay momentos muy literarios MWO . *N vertical de sus escarpes se habían estrellado los ga-
en la vida de los ejércitos an- los en 390 (o 387), descubiertos por el providen-
tiguos, que los filólogos aún cial graznido de los ánsares de Juno...
no han estudiado desde la li- De todo ello era sabedor el hijo de Amílcar,
teratura comparada o la his- quién sabe si imaginándose émulo de Alejandre,
toria de la recepción, y que con una nueva Tais a su lado o sin ella. Epulón lau-
se refieren a la contempla- reado en la cima '-' "3pitolio.
ción del objeto de
deseo, como una
anticipación ima-
ginaria de la po-
sesión. En una
eminencia del te-
rreno, un caudillo que muestra y propo-
ne a la tropa fascinada, dispuesta a re-
compensarse de mil y una fatigas. Una
de esas fantasías es aquella en la que
los Diez Mil, en el cénit de la Anábasis.
alcanzan la costa del Ponto Euxino, pa-
ra corear de manera espontánea: "¡El
mar, el mar!" (Thdlatta, thálatta), santo
y sena de la helenidad, de la civiliza-
ción, de sus dones.
Los pueblos mediterráneos que habí-
an alcanzado el estadio urbano preserva-
ban en su ciudad capital un último re-
pliegue interior que funcionaba a la vez
como alcázar y santuario: para los troya-
LA II GUERRA PÚNICA

La guerra de Aníbal

ITALIA ANTES DE II GUERRA PÚNICA

Antiguamente, los romanos consideraban que Italia acababa en la


línea formada por Etruria, en la costa tirrena, y el río Aesis en la
vertiente Adriática (más adelante se amplió la frontera hasta el
Rubicón).

Los años que preceden a la II Guerra Púnica, Roma comienza a


practicar ya su próximo y despiadado imperialismo. Se dice que
no pudo intervenir antes contra los avances cartagineses por los
problemas y las guerras que se suscitaron en sus fronteras: la I
Guerra Iliria; después la dura y difícil guerra contra los galos de la
Cisalpina y sus aliados; y por ultimo, la II Guerra Iliria.

La frontera del norte

Poco antes del comienzo de la guerra púnica, Roma parecía deci-


dida a meter en cintura a los celtas del norte de Italia. Provocó
una guerra en la que sus contrincantes, resueltos a derrotar de una
vez a su enemiga irreconciliable, hicieron venir a gran número de
aliados desde la Galia situada más allá de los Alpes. Roma con-
taba con la ayuda de algunos pueblos de la Cisalpina, como los
venetos y los cenomanes.

La iniciativa corrió a cargo de los celtas, que reunieron un inmen-


so ejército, el mayor visto en Italia. Invadieron Etruria (225 a.C.),
donde se toparon con dos ejércitos consulares romanos, ante los
que retrocedieron. Acorralados por los romanos, que habían traído
II Guerra Púnica. Pág. 2/86

otro ejército de Cerdeña, fueron exterminados en una sangrienta


batalla, Telamon, en la que murieron 40.000 celtas. La contra-
ofensiva romana no se hizo esperar. Se invadió la Cisalpina, los
boyos se entregaron, y tras derrotar en batalla a los insubros, se
puso fin a la guerra con el asedio a Mediolanum, capital de este
pueblo (222 a.C.).

Colonias latinas

Vía Emilia, más o menos bajo control

Territorio romano

Las más belicosas tribus celtas, siempre dispuestas a la rebelión

Para asegurar el control de la región, Roma se anexiona un terri-


torio suficiente para mantener la líneas de comunicaciones con las
dos colonias latinas situadas en el corazón de la Cisalpina: Pia-
cencia y Cremona. Otro fruto estratégico de esta guerra fue la
alianza (parece ser que en esta época) con los ligures, que habita-
ban en Genua (Génova), que entraron a formar parte del sistema
de alianzas romano como foedus aecuum; esta ciudad prestaría
muchos e inestimables servicios como eslabón en las líneas de co-
municación entre Italia, Hispania y la Cisalpina.

Todo el proceso de romanización de la Cisalpina estaba aún muy


verde. La conquista y sometimiento de los celtas estaba comen-
zando; de hecho, se estaban fortificando las colonias y se despla-
zaron seis mil colonos para asegurar la zona.

La noticia de que el general cartaginés había llegado a la Galia y


se aprestaba para llegar a Italia levantó de nuevo a los boyos en
armas; le seguirían los insubros. Fueron sobre todo los boyos los
más afectados en la guerra con Roma pues soportaban en sus tie-
rras numerosos emplazamientos romanos...

La Galia Cisalpina

La principal razón por la que los bárcidas decidieron atacar Italia


por tierra (al margen de la flota, insuficiente y lamentable) fue
porque sabían que entre los galos de la región de la Cisalpina no
les faltarían aliados o mercenarios para enrolar en sus filas.

Fueron múltiples las tribus que de una forma u otra aceptaron ali-
nearse con Aníbal: unas por la fuerza, como los taurinii; otras an-
tes incluso antes de que Aníbal llegasen si quiera a los Alpes, co-
mo los noii; los insubros y otros esperaron a que los romanos tu-
viesen sus primeros descalabros.

Poco se sabe del alcance de los tratados del cartaginés con los
pueblos celtas. En caso de que los celtas se querellaran con los
cartagineses, los jueces serían magistrados y generales púnicos; si
la querella era de cartagineses contra celtas, juzgarían las mujeres
celtas. Dice Polieno que desde tiempos remotos, las mujeres parti-
cipaban con su voto en las asambleas de los galos cuando en ellas
se hablaba de la guerra o de la paz, siendo su voto decisivo.
II Guerra Púnica. Pág. 4/86

Fanático celta, © El guerrero Celta por Osprey Publishing

Ligures

Los ligures no eran de origen celta, pese a las influencias que in-
dudablemente recibían de esa cultura. Parece que estaban más
emparentados con los iberos que con sus vecinos del norte. Se en-
tendían por la costa hasta Massilia, a la que cíclicamente castig-
aban con sus incursiones terrestres, pero sobre todo, navales.
Nación guerrera como pocas, aprovechando su ubicación en plena
montaña (de los Alpes a los Apeninos), se encontraban en una
guerra casi perpetua con los romanos, aunque en general sin mu-
cha fortuna, al menos duradera. Fueron calificados por Tito Livio
como el pueblo gracias al cual los romanos podían mantenerse
militarmente en forma debido a las continuas guerras con las di-
ferentes tribus que configuraban esta nación (dependiendo de las
fuentes, unas tribus son ligures o no).

Durante la II Guerra Púnica, los ligures apoyaron siempre a los


cartagineses, proporcionando mercenarios; de hecho, hasta el últi-
mo momento se alistaron bajo sus banderas. Desgraciadamente
para Aníbal, tanto ligures como celtas no disponían de una orga-
nización confederada que uniese sus fuerzas contra el enemigo
común, Roma.

Insubros

Con capital en Mediolanum, los insubros habitaban (más o me-


nos) el territorio al norte del río Po; delimitados al este por la po-
derosa tribu de los sennones, y al oeste, con tribus galas menores.

Siendo una de las tribus más poderosas de la zona, desde el prin-


cipio se sumó a la guerra con los romanos. Poco antes de la llega-
da de Aníbal, los boyos los convencieron para que se sublevasen
y atacasen a los colonos establecidos en la Cisalpina.

Los guerreros visten indumentaria celta y van armados con lanza,


escudo y una cota de mallas de procedencia romana (como todos
los galos). Una de las grandes debilidades de es-tos pueblos era la
falta de protección defensiva, sobre todo contra un ejército como
el romano.

No dudó el general cartaginés en vestir a sus tropas, entre ellas a


los celtas, con las cotas de mallas y demás armas defensivas ro-
manas. Gracias a las victorias de Aníbal, los insubros no vieron a
los romanos por sus tierras durante veinte años.
II Guerra Púnica. Pág. 6/86

Dibujo de Peter Connolly (Aníbal y los enemigos


de Roma), Editorial Espasa Calpe Madrid 1981.

Boyos (boii)

Sin una capital bien definida, se extendían por un amplio y fértil


territorio al sur del río Po. Siempre amantes de la libertad, se en-
frentaron continuamente a los romanos. Tras la última guerra con
los galos (236/224 A.c.), los romanos fundaron las colonias de
Placentia y Cremona (y otros emplazamientos menores) para
mantenerlos vigilados desde le mismo centro de su territorio; así
mismo, una calzada atravesaba la zona. La gran mayoría de la po-
blación era celta.

Fue uno de los pueblos más afectados por las anexiones romanas,
y los primeros que se sublevaron al recibir las noticias de que el
ejército de Aníbal se acercaba a Italia. El levantamiento fue un
éxito, incluso expulsaron por sí mismos a los romanos de su terri-
torio (no de las colonias), obligándoles a renunciar al contraata-
que durante algún tiempo. Durante el resto de la guerra se limita-
ron a responder a las incursiones romanas y a entorpecer las co-
municaciones entre las colonias del Po y la provincia romana de
Umbría.

Al finalizar la II Guerra Púnica, se sublevaron casi cada año; aun-


que a veces conseguían éxitos locales, eran continuas las derrotas.
Finalmente, en el año 191, después de otra aplastante derrota, les
fue confiscado la mitad del territorio, fundándose dos nuevas co-
lonias romanas. Los boyos, desangrados después de tantos con-
flictos y despojados de la mayor parte de sus tierras, desapare-
cieron de la lista de enemigos de la República.

Cennomanos

Con capital en Brixia, los cennomanos habitaban (más o menos)


el territorio al norte del río Po; delimitados al oeste por los in-
subros, al este por los venetos y al sur por el río Po y las colonias
romanas recientemente establecidas en la zona, Cremona y Pla-
centia.

Dibujo de Angus McBride, Cannas, Editorial Osprey

Fue la tribu más afín a los romanos. Salvo excepciones, como


cuando los jóvenes, desobedeciendo a sus mayores, se unieron a
otros galos para combatir a Roma, siempre apoyaron a los roma-
nos contra sus vecinos.

Después de las victorias cartaginesas en el norte de Italia, adoptó


la difícil posición de neutralidad; más adelante, cuando las armas
romanas se volvieron a enseñorear de la región, no fueron recono-
cidos por enemigos, a diferencia sus vecinos.
II Guerra Púnica. Pág. 8/86

Sennones

Antaño el más poderoso pueblo de los galos cisalpinos, tras las


últimas guerras contra los romanos, fueron totalmente aplastados
y sometidos.

Cuando llego Aníbal, ni siquiera se les menciona, a diferencia de


otros pueblos de menor importancia. Sufrieron pues tal derrota
que ganaron el reino del olvido.

Dibujo de Peter Connolly (Aníbal y los enemigos


de Roma), Editorial Espasa Calpe Madrid 1981.

La República de Roma

El sistema de alianzas y los distintos grados de sumisión que los


romanos despliegan por Italia es siempre muy difícil de definir.
Algunos son aliados (socii); otros tienen un pacto (foedus) espe-
cial con Roma, firmado en pie de igualdad (foederati). Los pue-
blos no romanos son considerados por Roma como "civitates"; a
cada una se le asigna un estatuto jurídico determinado (excepcio-
nalmente, se le concede la "civitas Romana").

El "ius Latii" es un privilegio (al modo de los antiguos aliados de


la Liga Latina arcaica), que se concedía a los latinos no romanos.
Otros estatus fueron "civitates liberae", "inmunes" o "stipendia-
riae", que se otorgaban según la benevolencia de Roma.
Entre el 236 y 222, una sucesión de duras guerras contra los
galos cisalpinos termina con la sumisión de Insubros, Boyos
y Sennones. Los Cenomanes son aliados de Roma.

Entran en esta denominación las ciudades conquistadas a la


fuerza y que disponen por ello del status civitates stipendia-
riae; están obligadas a pagar tributos. Otras ciudades se aso-
cian con Roma mediante tratado, son las civitates foederatae, de las que
existen varias clases o modelos. Hay ciudades que incluso pueden recibir el
derecho de ciudadanía incompleto, civitas sine suffragio. En general, dispo-
nen de guarniciones romanas con un prefecto.

Territorio del pueblo romano, el Ager publicus, ampliado


sucesivamente gracias a las confiscaciones hechas a los pue-
blos que generalmente más se han resistido a Roma
II Guerra Púnica. Pág. 10/86

Son los socii, que disfrutan de la condición del ius Latii.


Comparten con los romanos todos los costes y riesgos que
conlleva la expansión pero son considerados en Roma como
extranjeros, peregrinii, ya que no poseen la civitas romana. La lealtad es
asegurada entregando precisamente a las oligarquías locales la ciudadanía
romana.

Casi todos los pueblos conservan su legislación e instituciones,


lengua y costumbres pero renuncian a su política exterior. Según
su grado de resistencia, su territorio ("ager") es declarado por Ro-
ma, en todo o en parte, "ager publicus populi Romani", y se entre-
ga en "posessio" (no en "proprietas") a ciudadanos romanos.

Los repartos son decididos por la "nobilitas" (el Senado), cuyos


miembros se lucran extraordinariamente con tales lotes, en detri-
mento del resto de la ciudadanía. Las categorías de "municipium"
y colonia (civium Romanorum) aluden a entidades cuyos habitan-
tes libres son ciudadanos romanos. Los municipios o colonias "la-
tinorum" se benefician del "ius Latii", y sus oligarquías (miem-
bros de los consejos municipales) adquieren la ciudadanía roma-
na.

CARTAGO ANTES DE LA II GUERRA PÚNICA

Qart-hadasht (ciudad nueva), fundada por unos exiliados fenicios,


se-gún se dice, allá por el año 814/813 a.C. Alcanzó ya en el siglo
V a.C. el rango de gran potencia, indiscutida en el mar durante fi-
nales del siglo IV y principios del III. Relegó a segundo plano su
faceta marítima tras la I Guerra Púnica para impulsar un imperio
en Europa, imperio que a la postre le llevó a una nueva guerra con
Roma. Después de la derrota, parecía claro que los días de la gran
metrópoli africana estaban contados.

En el año 146, la ciudad es destruida por los ejércitos de Roma y


el territorio donde se asentaba declarado maldito. Es el fin de la
civilización púnica, una de las desconocidas de la historia y sobre
la que menos datos se disponen.
En este artículo intentaré desglosar los pocos datos sueltos de que
más o menos se dispone, hilvanados de la mejor manera posible a
fin de que el lector se pueda hacer una idea del poder y grandeza
de la única potencia del mundo antiguo que pudo rivalizar con la
República Romana de igual y igual.

La ciudad

Situada al borde de un golfo, sobre una península casi rodeada por


el mar, se levanta la gran metrópoli púnica. Se podría dividir en
varias partes: la ciudad baja (la parte de la ciudad que da al puer-
to), la ciudad alta (la que se levanta en las colinas y sus laderas, la
ciudadela (según parece, situada en la colina de Byrsa) y el barrio
o el área de Megara (área rural, llena de fértiles campos que abas-
tecían la ciudad).

Todo este conjunto se encontraba separado del istmo por una mu-
ralla (parece ser que de tres líneas). A su vez, Megara estaba sepa-
rada del resto de la ciudad por una muralla simple. La ciudadela
disponía de su propio recinto fortificado.

Dominando la ciudad, la colina de Byrsa, sobre la que se asienta


la ciudadela, y sobre ésta y las otras elevaciones que la delimitan,
se levantan otras edificaciones y numerosas viviendas y palacios
de la oligarquía o la clase adinerada (la llamada ciudad alta); en
las laderas que bajan hacia el mar se extiende la ciudad que, vol-
cada al puerto, recibe el nombre de ciudad baja.
II Guerra Púnica. Pág. 12/86

En la ciudad alta se encuentra ubicada la ciudadela llamada de


Byrsa, sobre la que, no obstante, no se ha encontrado ningún resto
arqueológico que nos permita situarla con exactitud; incluso es
posible que no se trate de esa colina, la principal, en donde estaría
ubicada la fortaleza1.

En la ciudad baja encontraremos el barrio llamado de Salammbo,


donde estaba el foro principal de Cartago, cerca del puerto y uni-
do a él por tres avenidas en pendiente, pues se encuentra a más al-
tura que la del puerto mismo (es posible que en este "foro" se reu-
niese la asamblea del pueblo, decisiva, por ejemplo, a la hora de
nombrar generales para los ejércitos); también estaba situado el
famoso Tofet, templo dedicado a los sacrificios humanos (niños).
Los otros templos más importantes de la metrópoli eran los dedi-
cados a Eshmoun, el dios sanador, a Tanit y Ba´al Hammon. No
sabemos nada de sus emplazamientos exactos (se especula que so-
bre la llamada colina de Juno pudiera encontrarse el de Ba´al
Hammon). Las otras divinidades representadas en la ciudad eran,
por supuesto, Melqart, Shadrapa, Sakon y Sid.

1
Los movimientos de tierra que realizaron los romanos para la construcción de edifica-ciones en la
colina arrasaron con todo lo que podría haber subsistido de la primitiva ciudadela púnica. Todo lo
que nos cuentan los relatos antiguos sobre la famosa e inex-pugnable fortaleza de Cartago, sobre su
renombrado templo de Eshmún y la larga escali-nata de sesenta escalones que llevaba hasta ella...
todos los restos que obviamente po-dían haber quedado de estas importantes edificaciones fueron
pulverizados por los tra-bajos que realizaron los ingenieros romanos, que alisaron la superficie
(entre tres y cua-tro hectáreas de terreno) de la colina para, como decía, construir sobre ella.
La ciudad, verdadero emporio comercial, llegó a contar en su mo-
mento de mayor esplendor con unos 200.000 habitantes; en el año
146 a.C. era considerada como la ciudad mas rica del mundo co-
nocido.

El puerto

Uno de los pocos aspectos bien tratados por los antiguos, pues no
dejaron de admirarlo, fueron las instalaciones portuarias de la ciu-
dad de Cartago. El llamado Cothon se dividía en dos partes bien
diferenciadas.

En primer lugar, un puerto civil, rectangular, en donde se llevaban


a cabo todas las transacciones de mercancías; el puerto civil co-
municaba con el mar a través de un largo canal. Junto a éste, pero
protegido de las miradas indiscretas por una muralla, se accedía al
puerto militar, una laguna circular rodeada de atarazanas suficien-
tes para atender a unos 220 navíos de combate.

En el centro de la laguna se emplazaban el edificio donde vivía el


almirante y el cuartel general de la escuadra. Estaban sobre un is-
lote que se elevaba por encima de de los edificios circundantes y
de las murallas, permitiendo así observar desde allí las evolucio-
nes de los barcos en alta mar.

Reconstrucción del puerto de Carthago.


Peter Conolly: Aníbal y los enemigos de Roma.
II Guerra Púnica. Pág. 14/86

Restos del puerto de Cartago, que hoy todavía puede verse.

El puerto, o mejor dicho, la cara de la ciudad que daba al mar, se


encontraba protegida por una muralla simple; el lado que daba al
istmo contaba con una muralla, según algunos historiadores, de
hasta tres muros paralelos. El perímetro total, quizás, unos 32
Km.

Según Polibio, cada uno los tres muros que separaban la ciudad
del istmo tenían una altura de 13,5 m, sin contar con los bastiones
y las torres, y una anchura de unos 9 m. Cada 59 m se elevaban
torres de defensa a lo largo de todo su perímetro. En los muros se
encontraban los establos para 300 elefantes y 4.000 caballos, ade-
más de cuarteles para unos 25.000 soldados.

Según algunos estudiosos, la famosa triple muralla no sería tal, si-


no sólo una sucesión de diferentes líneas de defensa, comenzando
por una simple empalizada con foso y luego dos muros, el prime-
ro más bajo que el segundo. De esta imponente construcción no
queda nada, solo unas huellas sobre el terreno que indican poco
más que su ubicación.

Restos de las atarazanas del puerto militar. En la foto


vemos el espacio reservado para colocar un navío

El territorio africano

No deseo por ahora extenderme sobre Cartago, por lo que diré tan
sólo que el imperio se dividía en ciudades aliadas o socias como
Útica, territorios autónomos como Hadrumetum, y el imperio pro-
piamente dicho, que abarcaba unas 300 ciudades mayores y me-
nores (antes de la I Guerra Púnica).

La densidad de poblaciónen de las posesiones cartaginesas en Tú-


nez no tenía igual en la época, muestra de la riqueza y prosperidad
de sus posesiones africanas.
II Guerra Púnica. Pág. 16/86

Circunscripciones territoriales propuestas por G. Picard

Resulta siempre difícil, debido a que apenas se disponen datos, in-


tentar describir los dominios exclusivamente africanos de la repú-
blica. Según mis fuentes, podría dividirse en 7 pagi (circuns-
cripioes):

1) El cabo de Bon.

2) Las Grandes Llanuras, el valle medio del Medjerda, con la ciu-


dad de Vaga como capital.

3) El pagus Muxsi, al norte del valle del Medjerda, hasta la actual


frontera occidental tunecina.
4) La zona que en época imperial se llamara Zeugitana, entre el
Medjerda y el uadi Miliane.

5) El pagus Thuscae, el país de Maktar, donde se encontrarían


unas 50 ciudades.

6) El pagus Gunzuzi, en el valle del uadi Kebir, que contaba qui-


zás con 15 ciudades.

7) La llamada por los romanos Bizacena Imperial.

De todas estas circunscripciones, los especialistas sólo están segu-


ros de una, el pagus Thuscae, región que Masínissa arrebató a los
cartagineses; del resto solo se tiene una vaga suposición.

Más allá del territorio cercano a Cartago encontraríamos el em-


porio de la Gran Sirte, un rico territorio costero en Libia-Túnez, y
las múltiples ciudades-base repartidas a lo largo de la costa africa-
na hasta poco más allá de las columnas de Hércules.

En general, para los datos relacionados con Cartago, disponemos


de pocas fuentes. El mapa de G. Picard (página anterior) se basa
en mapas romanos, es decir, en realidad corresponde a la división
romana.

De las riquezas africanas, la agricultura púnica es la base de la


grandeza de Cartago. El extenso territorio dedicado a la explota-
ción agrícola (mucho mayor que el Ager romanus de la época)
proporciona a los cartagineses numerosos productos, destinados
no solo al consumo interno, también, en gran medida, a la expor-
tación. Todos los grandes personajes o familias púnicas parecen
ser terratenientes. El propio Aníbal disfruta de extensas propieda-
des cerca de Thapsus. Nunca dejarán de sorprenderse todos los in-
vasores del territorio cartaginés de la riqueza y productividad de
sus cuidadas campiñas.

Para la defensa de los territorios africanos no se ahorraba ninguna


de las habituales medidas defensivas. En la foto de abajo, se apre-
cian los restos arqueológicos de una fortificación cartaginesa que,
II Guerra Púnica. Pág. 18/86

emplazada en un estratégico promontorio del cabo Bon, disponía


de un excelente campo de visión, para vigilar con detalle las cos-
tas circundantes. Se han encontrado proyectiles de catapulta. Por
el espacio que ocupa, se le calcula una guarnición de unos 50 sol-
dados. No hay duda que multitud de este tipo de posiciones se
desplegaron siguiendo la línea de la costa africana, más cuando
durante tantos años fueron objetivos de los ataques por sorpresa
de las flotas romanas.

Ruinas de la Thugga romana (Damgad), a 90 Km. de Carthago

Artículo en obras...
LA GUERRA EN HISPANIA

Los mercenarios y aliados hispanos de Aníbal

Durante todo el transcurso de la contienda, decenas de miles his-


panos sirvieron bajo las banderas de Cartago. Sin su concurso,
quizá no habría ni comenzado la II Guerra Púnica.

Aníbal sabía qué clase de tropas tenía bajo su mando; no en vano


hizo allí sus primeras armas, su aprendizaje militar. Bien manda-
das y dispuestas, lejos de sus lugares de origen, se convertían en
excelentes guerreros, a la altura de los mejores del momento.

Soldado hispano (turdetano). Polibio describe la indumentaria


que vestían los hispanos poco antes de la batalla de Cannas.
II Guerra Púnica. Pág. 20/86

El general cartaginés, soberbio táctico, sabía sacar rendimiento a


la forma de luchar de sus muy diversos aliados y mercenarios. En
Italia nunca dejó de aprovechar las singulares características de
cada uno de sus diferentes cuerpos de ejército. Superados por los
legionarios en el combate cerrado, eran, sin embargo, superiores
en otros géneros de lucha, como la escaramuza o combate en te-
rrenos irregulares.

Lástima que en sus relatos de la guerra, los historiadores antiguos


generalizasen siempre, y así aparecen como hispanos todos los
mercenarios de Aníbal originarios de la península Ibérica (hasta
los vascones, fíjate tú), sin especificar a qué zona pertenecían.

Dibujo perteneciente a la caja de soldados


de 1:72, Infantería Hispana, HAT Industries.

Los celtíberos

Reconocidos como los mejores guerreros peninsulares, leemos lo


escrito por Silio Itálico en Púnicas:

"Vinieron también los celtas asociados con el nombre de iberos.


Honor es para ellos caer en la pelea, pero creen execrable inci-
nerar el cadáver. Creen que el cuerpo irá al cielo con los dioses
si es pasto de los buitres.
Los celtíberos suministran para la lucha no solo excelentes jine-
tes, sino también infantes que destacan por su valor y capacidad
de sufrimiento. Visten ásperas capas negras, cuya lana recuerda
al fieltro. En cuanto a las armas, algunos de ellos llevan escudos
ligeros, similares a los de los celtas, y otros, grandes escudos re-
dondos del tamaño del aspis griego. En sus piernas y espinillas,
trenzan bandas de pelo, y cubren sus cabezas con cascos bron-
cíneos, adornados con rojas cimeras. Llevan también espadas de
doble filo forjadas con excelente acero, y puñales de una cuarta
de largo para el combate cuerpo a cuerpo".

Falcata ibérica, una excelente arma cuyo


uso se prolongaría durante siglos.

De la terrible eficacia de estos soldados tres muestras:

- Los dos Escipiones decidieron contratar los servicios de 20.000


celtíberos antes de que fuesen los cartagineses quien se hiciesen
con ellos. Fue la primera vez que tropas mercenarias sirvieron
abiertamente con ejércitos de la república romana.

- Cuando Cartago estaba siendo atacada directamente por Esci-


pión el Africano, desesperanzada por las recientes derrotas ante el
general romano, volvió a coger energías e intentar un nuevo en-
II Guerra Púnica. Pág. 22/86

cuentro en el campo de batalla cuando sus agentes trajeron de


Hispania un contingente de 4.000 celtíberos de infantería pesada.
Era tal su calidad y fuerza que los cartagineses, entusiasmados, se
aprestaron de nuevo al combate. Tras ser derrotados por los roma-
nos, los púnicos huyeron, mientras que los celtíberos quedaron en
campo, combatiendo solos hasta el ultimo hombre.

- Durante la gran rebelión en Hispania contra Roma (197/194


a.C.), se enfrentaron el ejército romano y el ejército de los túrdu-
los, y con éstos, un contingente de 10.000 celtíberos. Los romanos
hicieron todo lo posible para no enfrentarse a los celtíberos, pro-
metiéndoles incluso el doble de la paga que recibirían de los túr-
dulos; los celtíberos no aceptaron.

Los lusitanos

Otro belicoso pueblo que aportó un gran porcentaje de tropas


mercenarias fue el de los lusitanos, a los que Silio Itálico llama
tropa terrible.

Tenemos de Estrabón estas líneas:

Se dice que los lusitanos son hábiles en las emboscadas y explo-


raciones, ágiles y ligeros, son capaces de salir de los peligros.
Dicen que usan una pequeña rodela que tiene un diámetro de dos
pies y es cóncava por delante, y se maneja por correas, no tenien-
do ni abrazaderas ni asa (la caetra). Además, llevan puñal y es-
pada corta. La mayor parte llevan corazas de lino; solo unos po-
cos llevan corazas de malla y casco de tres penachos, los demás
usan casco de cuero. Los infantes usan también glebas y cada
uno lleva varias jabalinas. Algunos llevan lanzas para estoque
con puntas de bronce.

Cuando Aníbal (según Livio) se dirige a sus tropas una vez que
avistan Italia desde los Alpes, las arenga con estas palabras:

Hasta ahora, cuidando vuestros ganados por los vastos montes de


Lu-sitania y de Celtiberia, no habéis logrado ver el fruto de tan-
tas fatigas y peligros. Ya es hora de que recibáis vuestra recom-
pensa y logréis el premio de vuestros esfuerzos, vosotros, que
habéis recorrido tan largos caminos por tantos montes y tantos
ríos, y a través de tantas naciones en armas...

Los iberos

Divididos entre numerosas tribus o naciones, encontramos, mili-


tarmente hablando, grandes diferencias entre ellos. Para empezar,
estaban los turdetanos, numerosos y siempre dispuestos a militar
en los ejércitos púnicos, pero al mismo tiempo los menos capaci-
tados para la guerra, y por ello, menospreciados tanto por los car-
tagineses como por los romanos. Su armamento constaba de dos
lanzas, una ligera y otra pesada, además de una falcata. El escudo
con que se defendían era grande y pesado, modelo evolucionado
del celta.

Encontramos también a los túrdulos, vecinos de los turdetanos pe-


ro mejores guerreros y más temidos por los romanos.

Infantería pesada ibera, scutarii

Los oretanos no hay muchos datos. Se sabe que Aníbal contrajo


matrimonio con una joven de esa nacionalidad, Imilce, la hija del
régulo de Cástulo, por lo que el poder e influencia de este pueblo
II Guerra Púnica. Pág. 24/86

debió ser relativamente importante. Muchos sus guerreros milita-


ron en las filas del ejército del general púnico.

Los carpetanos era pueblo poderoso. Poco tiempo después de los


hechos que aquí se relatan, extendían su influencia en 18 ciuda-
des. Aníbal, en su segunda gran campaña en Hispania, evitó el
choque con esta nación.

Los ilergetes fueron los más leales a los cartagineses mientras


fueron tratados como aliados y amigos; después, durante la cam-
paña de Hispania, militaron tanto en uno como en otro bando.

Sabemos que de otras tribus iberas que sirvieron como merce-


narios: los tartesios del bajo Guadalquivir, los mastienos, olca-
des... De estas tribus era gran parte de la infantería ligera que Aní-
bal envió a África poco antes del comienzo de la II Guerra Pú-
nica.

Otros hispanos

Se sabe que Aníbal, durante la campaña contra los vaceos, reclutó


a multitud de mercenarios cántabros y galaicos. Los galaicos,
cuenta Silio Itálico, entraban en combate cantando himnos terri-
bles y haciendo entrechocar los resonantes escudos a un ritmo
determinado, al tiempo que avanzaban golpeando el suelo con los
pies. Sabemos también de vetones, de vascones y de astures.

De los cantabros, Silio Itálico dice que sentaron cátedra como los
mejores mercenarios, y los nombra como caetrata iuventus. Los
describe como valientes, fieros y tenaces.

Eran tan conocidos estos guerreros que Silio Itálico los pone co-
mo representantes de los ejércitos hispánicos, como los libios eran
de los africanos. Iban armados con varias jabalinas de hierro (sol-
ferrum), con una espada recta y un cuchillo curvo adherido a la
vaina de la espada. Llevaban un pequeño escudo curvo (caetra), y
protegían la cabeza con un casco que posiblemente fuera de cue-
ro .
Infantería ligera cantabra

Los baleáricos, uno de los cuerpos de mercenarios más famosos


de esta guerra junto con los númidas, eran extraordinarios como
honderos, hasta el punto que eran preferidos a los arqueros. Estra-
bón nos los describe de esta manera: en el combate se presentan
sin ceñir, teniendo el escudo de piel de cabra en una mano y en la
otra una jabalina endurecida al fuego, raras veces una lanza pro-
vista de una punta de hierro. Alrededor de la cintura, llevaban
tres hondas de junco negro, de cerdas o nervios; una larga para
los tiros largos, otra corta para los cortos y otra mediana para
los intermedios.

Honderos baleáricos
II Guerra Púnica. Pág. 26/86

Campaña del 218 a.C.

Después de abandonar el territorio de Massilia, las fuerzas roma-


nas (quizás unos 20.000 hombres) al mando de Cneo Cornelio
Escipión, llegaron a bordo de la flota hasta la colonia masiliota de
Emporion, donde desembarcaron y comenzaron la conquista de la
zona. Rápidamente se sometió a todos los pueblos situados entre
la costa y las montañas. Siguiendo hacia el sur, se enfrentó a la re-
sistencia de los indigetes, a los que también acabó por someter.

Fue tras esto cuando Hannón, comandante de las fuerzas carta-


ginesas al norte del Iberus (río Ebro) decidió enfrentarse a los ro-
manos antes de que se hiciesen con la alianza de todos los pueblos
hispanos circundantes. Se combatió en las cercanías de Cesse, que
se suele identificar con Tarraco (posiblemente Cesse era una sim-
ple posición fortificada).
La batalla fue desfavorable para los cartagineses, que perdieron
unos 6.000 hombres; su general y el poderoso régulo Indíbil, que
militaba ya entonces en las filas cartaginesas, cayeron en manos
de los romanos, que se hicieron también con Cesse, punto del que
harían en adelante uno de sus referentes en la península. Se hicie-
ron con la impedimenta que el numeroso ejército de Hannón ha-
bía dejado allí en depósito; sin duda, un botín de gran valor.

Una vez expulsados los cartagineses de la parte norte del Iberus,


los romanos recibieron la sumisión de otros pueblos de la zona,
como posiblemente los poderosos ilergetes; tras esto, Escipión se
retiró al norte, concentrando las más de sus fuerzas junto a Empo-
rion.

Asdrúbal Barca, evidentemente alarmado por el desembarco ro-


mano en el norte de Hispania, había empleado algo de tiempo en
reunir sus tropas, no muy numerosas (8.000 infantes y 1.000 jine-
tes), pero tenía la intención de unirse con el ejército de Hannón.

Asdrúbal consiguió cruzar el Ebro poco después de la derrota de


Hannón sin que las tropas romanas lo advirtiesen; considerando
que sus posibilidades de victoria contra los romanos eran pocas
(quizás se enteró en ese momento de la derrota de Hannón), cam-
bió sus planes, y cuando bajaba las colinas hacia Cesse, se topó
con algunos contingentes navales romanos que andaban dispersos
y confiados; a éstos les ocasionó gran cantidad de bajas y les obli-
gó a reembarcar precipitadamente.

Asdrúbal se retiró al sur del Ebro para no enfrentarse a Escipión,


que poco después llegó a la zona (quizás es ahora, y no antes,
cuando recibió la sumisión de los ilergetes). Escipión, tras prote-
ger la flota, regresa a Emporion, donde tenía establecidos sus
campamentos de invierno. Los cartagineses no se mantuvieron
inactivos tras la marcha del romano si no que cruzaron el Ebro de
nuevo, y tras restablecer su alianza con los ilergetes, los ausetanos
y los lacetanos, atacaron a los restantes hispanos aliados de los ro-
manos, hasta que el propio Escipión se vio obligado a abandonar
sus cuarteles de invierno y hacer una campaña punitiva con el fin
de restablecer la situación.
II Guerra Púnica. Pág. 28/86

Asdrúbal, de nuevo, se retiró al sur del Ebro, dejando a sus alia-


dos expuestos al castigo del romano, quien avanzó hasta Atana-
gro, la capital de los ilergetes (situada quizás cerca de Ilerda),
donde se habían refugiado las fuerzas del régulo ilergete Indíbil,
que sin más resistencia, aceptó de nuevo la sumisión a Roma, en-
tregando rehenes y una cierta cantidad de dinero.

Luego se atacó a los ausetanos, asediando su capital, Ausa, y de-


rrotaron a sus aliados lacetanos, a los que hicieron más de 12.000
bajas. El asedio de Ausa duró más de treinta días de crudo invier-
no, en medio de grandes nevadas; finalmente se rindieron al per-
der toda esperanza de ayuda. Su rey, Amusico, escapó y se refu-
gió junto a Asdrúbal. La ciudad pactó su rendición al romano, que
le obligó a pagar unos 20 talentos de plata.

Escipión se retiró de nuevo a sus cuarteles de invierno, situados


ahora en Tarraco, más cerca del Ebro, controlando así mejor el te-
rritorio sometido por los romanos.
Reconstrucción del poblado indigete sito en la actual Ullastret.
De: El libro de los Íberos, Ediciones El Médol, 1999. (Libro bue-
no y además barato). Dibujos de F. Riart i Jou y O. García i Que-
ra .

Campaña del año 217 A.C.

Al concluir el invierno, ambos contendientes se aprestaron para la


nueva campaña. Fue más rápido Asdrúbal, que saliendo de Car-
thago Nova, aprestó una flota de 40 barcos de guerra, que entregó
a Himilcón (a Amílcar, según Polibio). Mientras, él, con el ejér-
cito, se dirigió hacia el Ebro, marchando siempre en paralelo con
la flota, prestos a apoyarse según se presentasen los enemigos).

Escipión, al enterarse de que los cartagineses ya se encontraban


en campaña, sacó las tropas de los cuarteles pero desistió de em-
prender la guerra por tierra pues le informaron insistentemente de
la llegada de tropas de refuerzo desde Italia.

Decidió continuar solo con la flota, que reforzó con los mejores
contingentes la de infantería. Con una escuadra de 35 barcos de
guerra, partió hacia el sur. A los dos días de travesía, las naves
exploradoras massilotas le informaron de la presencia de la flota
cartaginesa en la desembocadura del Ebro, y de que los marineros
estaban acampados en tierra.

Escipión no se lo pensó y puso proa hacia los barcos enemigos.


Cuan-do ya le faltaba poco para llegar a las manos, su avance fue
divisado por los vigías de Asdrúbal, que rápidamente despachó
II Guerra Púnica. Pág. 30/86

mensajeros para alertar a la flota; embarcaron rápidamente pero


los romanos estaban ya desplegados en orden de combate.

No duró mucho la lucha; al primer choque, cedieron los cartagine-


ses y salieron huyendo (parece ser que solo dos navíos fueron
destruidos en combate y a otros cuatro se les causaron graves da-
ños).

Al finalizar la jornada, las naves que los cartaginesas no tuvieron


tiempo de embarrancar ni las que pudieron escapar río arriba o
por la costa, fueron capturadas por los romanos, que se hicieron
con unas 25 embarcaciones, mientras el ejercito de Asdrúbal ob-
servaba impotente desde la playa.

El resultado del encuentro dejó a los romanos dueños absolutos


del mar, por lo que aprovecharon para, sin dilación, atacar las cos-
tas bajo control cartaginés.

En Roma, viendo el curso que tomaban los acontecimientos, de-


cidieron enviar a P. Escipión a Hispania con veinte navíos para
reforzar a su hermano y consolidar la ventaja obtenida por la re-
ciente victoria naval.

La escuadra, tan laboriosamente reunida por Aníbal para


la defensa de Hispania, se perdió en un desafortunado
encuentro naval en la desembocadura del Ebro.
La escuadra romana se dirigió primero a Carthago Nova, donde se
esperaba conseguir el mejor botín y causar a un enemigo despre-
venido todos los daños posibles. Se desembarcó en un lugar no le-
jos de la ciudad, junto a Onusa (desconocida). Después de tomarla
y destruirla, se acercaron hasta la capital púnica y arrasaron todas
las propiedades existentes, incendiando incluso las edificaciones
exteriores adheridas a las murallas de la ciudad.

De nuevo embarcados, se dirigieron a Logúntica (desconocida),


encontrando allí gran cantidad de esparto acumulado por Asdrú-
bal para sus operaciones navales; se aprovechó lo necesario y el
resto se incendió.

Pasó ahora la flota a Ebussus, donde la ciudad púnica les ofreció


una enconada resistencia hasta que, tras dos días de sitio, se re-
nunció a su conquista, saqueando, sin embargo, el resto del terri-
torio, donde se hizo Escipión con el botín más rico de la expe-
dición.
II Guerra Púnica. Pág. 32/86

Sobrecargado con el producto de los saqueos, la flota regresó al


norte de Hispania. Tras el éxito de sus operaciones navales contra
los cartagineses, se le presentaron decenas de legados de las tribus
hispanas que habitaban al norte del Ebro, e incluso de más allá, en
busca de la alianza o directamente de la sumisión; en total, se dice
que un centenar de pueblos o más. Esta muestra de apoyo por par-
te de los hispanos hizo que Escipión cobrase nuevas fuerzas y se
aprestase a atacar por fin el territorio situado más al sur del Ebro.

La ofensiva romana en territorio cartaginés se llevó, no directa-


mente sobre el área de la capital (Carthago Nova), si no sobre el
corazón del territorio sometido a los púnicos: Turdetania. La ruta
seguida por Escipión hasta llegar a Saltus Cástulonensis (Despe-
ñarros) se desconoce. Para realizar tan vasto e importante movi-
miento estratégico, contaría con el apoyo de, al menos, el pueblo
de los oretanos y el de los edetanos.

El estratégico paso del Saltus Cástulonensis (Despeñaperros) era


el paso más lógico para llegar al valle del Guadalquivir. Es uno
de los puntos de referencia estratégicos en el sur peninsular. La
alianza, o al menos la neutralidad, de los oretanos era una de las
premisas necesarias para poder traspasar los pasos montañosos
con garantías.
Los cartagineses, entretanto, retrocedieron2. Asdrúbal, que poco
antes estaba seguro de sus fuerzas, ahora evita enfrentarse al ro-
mano, quizás porque ha perdido el apoyo de algunos de sus au-
xiliares hispanos. Sin embargo, de nuevo, Indíbil y Mandonio car-
garon contra los territorios sometidos a Roma, obligando a Esci-
pión a mandar tropas, y en última instancia, a retroceder hasta la
costa mediterránea.

Asdrúbal aprovechó el momento para avanzar hasta el Ebro y


plantar sus reales frente a las fuerzas de Escipión (en el territorio
de los ilergavones. Sin embargo, fue esta vez el cartaginés quien
tuvo problemas con los celtíberos aliados de los romanos; entra-
ron en los territorios cartagineses y obligaron a Asdrúbal a dirigir
todos sus fuerzas contra ellos, dejando a un lado a los romanos.

No está identificada la zona por la que irrumpieron los celtíberos;


posiblemente el zona comprendida entre los basetanos y contesta-
nos, ya que el romano se aprovecha de las dificultades de su opo-
nente para cruzar el Ebro y atacar el territorio de los edetanos (lo
que sugiere que Asdrúbal estaba más al sur).

Asdrúbal condujo su ejército contra los celtíberos, quienes, entre


tanto, arrasaron tres ciudades. Durante los combates que el herma-

2
Retrocedió Asdrúbal frente a Escipión replegándose hasta Lusitania, sin perder no obstante, el
contacto con el enemigo, al que posteriormente seguiría sus pasos en su vuelta al norte de la
península.
II Guerra Púnica. Pág. 34/86

no de Aníbal tuvo con ellos, parece que fue derrotado un par de


veces, sufriendo en total unas 15.000 bajas, y en definitiva, ade-
más de desgastarlo, le apartaron de Escipión, quien recibió en este
preciso momento un fuerte refuerzo de 8.000 hombres y 30 na-
víos de guerra, más abundantes provisiones.

Ante este panorama, los escipiones decidieron llevar la guerra a


territorio enemigo. Cruzaron el Ebro con la intención de llegar a
Sagunto y tomar la ciudad, o al menos, conseguir hacerse con los
rehenes hispanos que los cartagineses mantenían allí. Cuando el
ejército de los escipiones cruzaba el edetano, se presentó un in-
fluyente saguntino, que buscando lo mejor para sus propios inte-
reses, llegó a un acuerdo con los romanos para engañar a los car-
tagineses. Este personaje, de nombre Abeluce, aprovechando su
inluencia con Bóstar (jefe de las defensas cartaginesas en la zona
de Sagunto), se ofreció para proteger a los rehenes. El ingenuo
Bósar cayó en la trampa; le dio los prisioneros, y Abeluce se los
entregó a los romanos, que los liberaron.

Se cree que, de no haber estado la estación ya adelantada, con el


in-vierno encima, se habría producido una revuelta general contra
los cartagineses y a favor de los romanos3. Así termina el año, con
Asdrúbal envuelto en la guerra contra los celtíberos (que se retira-
rían al llegar el otoño o el invierno) y con los romanos con nuevas
bazas para la siguiente campaña.

Campaña del 216 A.C.

Los dos escipiones decidieron dividir sus fuerzas. Uno de ellos se


hizo cargo de la flota (Cneo Escipión) y el otro, de las operacio-
nes terrestres (P. Escipión). Asdrúbal, que se mantenía a distan-
cia de los romanos y que solicitaba ya hace tiempo refuerzos a

3
Era costumbre, al menos en Hispania, tomar rehenes a las tribus para garantizar su alianza o
mantenerlas sometidas. Los cartagineses y los romanos usaron esta costum-bre; más los púnicos,
que eran implacables hasta con sus más fieles aliados. Los esci-piones sabían que liberando los
rehenes que mantenían los cartagineses, lograrían que muchas tribus importantes cambiaran de
bando o al menos retirarían su apoyo a los car-tagineses. La intención final de este movimiento era
hacerse con los rehenes que los cartagineses mantenían en la ciudad, rehenes pertenecientes a la
mayor parte de las tri-bus hispanas, que de esta manera se encontraban atadas a la alianza con
Cartago.
Cartago, recibió 4.000 infantes y 500 jinetes. Ya más seguro de
sus fuerzas, se acercó a los romanos al tiempo que aprestaba una
nueva flota de combate, pero cuál fue su sorpresa cuando se vio
sorprendido por la deserción de los marinos procedentes de la An-
dalucía atlántica, gentes de gran importancia cuantitativa dentro
de la flota púnica en Hispania. Pero además de desertar estas uni-
dades que ya el año anterior se habían mostrado menos leales y
dispuestas a los cartagineses (habían sido duramente amonestadas
por Asdrúbal tras la batalla naval de la desembocadura del Ebro
que terminó en desastre para las armas cartaginesas), en la baja
Turdetania hubo una rebelión abierta contra Cartago. Al poco
tiempo, la rebelión se propagó e incluso tomaron una ciudad al
asalto.

El bárcida, que decidió no dejar este peligroso foco rebelde a sus


espaldas, concentró sus fuerzas contra éstos, dejando a un lado a
los romanos. Utilizando la ciudad de Ascua (¿Asta?) como base
de operaciones, sentó sus reales frente a la ciudad recientemente
perdida ante los rebeldes, ya que estos acampaban allí mismo.

El jefe de los sublevados era el noble tartesio Chalbo, que no


pudo llevar al principio la iniciativa, siendo obligado a encerrarse
en sus fortificaciones por la acción de la caballería cartaginesa
que acosaba a los despistados y a los forrajeadores hispanos. Sin
embargo, pronto se llegó a un cambio en la dinámica y los hispa-
nos reorganizaron sus filas y salieron de sus posiciones para ofre-
cer batalla a sus enemigos, quienes se amedrentaron ante la deci-
dida salida de los rebeldes.

Además, ante una decidida actuación de los jinetes hispanos, la


caballería númida y mauritana tuvo que replegarse al campamento
fortificado cartaginés, pues era inferior en número.

Asdrúbal decidió retroceder y retirarse a una posición más defen-


dible, instalándose en una colina protegida por un riachuelo, al
tiempo que levantaba una empalizada para reforzar sus defensas.
Chalbo, viendo la inutilidad de asaltar tan ventajosa posición para
los cartagineses, optó por lo más fácil: atacar la ciudad de Ascua,
donde los enemigos habían situado la retaguardia y donde estaban
II Guerra Púnica. Pág. 36/86

almacenados gran cantidad de suministros. Sin embargo, como


consecuencia de esta estrategia, las tropas hispanas perdieron toda
cohesión al dividirse para vigilar a las tropas púnicas, por un lado,
y para atacar Ascua, momento que aprovechó Asdrúbal para bajar
en formación de combate de la colina fortificada.

El avance de las fuerzas cartaginesas contra un enemigo desor-


ganizado y desprevenido dio los frutos esperados; los hispanos
formaron sus líneas como pudieron, saliendo de su campamento
sin orden ni concierto. El característico arrojo de los hispanos lle-
vó a pensar que quizás podrían enfrentarse con éxito a los ata-
cantes. Sin embargo, al estar desorganizados, los hispanos fueron
poco a poco rodeados y exterminados mientras combatían en cír-
culo, luchando no ya por la victoria, si no por su vida.

De la derrota solo escapó un pequeño grupo que logró abrirse pa-


so por entre las líneas cartaginesas, dispersándose seguidamente
por el territorio. A consecuencia de la derrota, los tartesios se rin-
dieron a Asdrúbal y la región finalmente quedó pacificada...

Cuando parecía que el general cartaginés había controlado la


situación en su retaguardia, le llegaron órdenes del senado de Car-
tago para que preparase su marcha por tierra a Italia para reforzar
el ejército de su hermano, Aníbal. Esta orden, tan ligeramente da-
da y sin tener en cuenta que realmente, en ese momento, el domi-
nio cartaginés en Hispania dependía precisamente de Asdrúbal y
de su ejército, produjo, al saberse la noticia, que la mayoría de los
pueblos hispanos volviesen sus miradas hacia los romanos, en vis-
ta de que el cartaginés parecía que tenía que abandonar la penín-
sula; de nuevo se sucedieron las revueltas y de nuevo los tartesios
se volvieron a sublevar.

Asdrúbal mandó un emisario a Cartago con la intención de expli-


car al senado la realidad de la situación, que si le hacían aban-
donar sus territorios, antes de cruzar el Ebro, todo se habría perdi-
do, pues en Hispania no se encontraban en ese momento más tro-
pas que las suyas y ningún general con la talla suficiente como
para enfrentarse con éxito a los eficaces jefes romanos. Recomen-
daba así mismo que si realmente se confirmaba que debía diri-
girse a Italia, que al menos enviasen antes un buen general junto
con un nuevo ejército para hacerse cargo de los intereses púnicos
en Hispania; y aun así, es muy posible que no se pudiese man-
tener el control del territorio que ahora esta sometido a los carta-
gineses4 .

Reconstrucción de la desembocadura del Guadalquivir,


zona central de Tarteso (según Manuel Bendala).

4
Siempre se achaca al senado de Cartago el abandono a Aníbal y su fijación por defen-der
Hispania, perjudicando así al general bárcida y el frente que en realidad decidía la guerra. Según
Livio, si releemos bien sus escritos, el año en que se gana la batalla de Cannas y que Aníbal envía a
Magón a Italia en busca de refuerzos, el senado cartaginés, no solo autoriza la recluta de un ejército
para Magón, sino que ordena a Asdrúbal Barca abandonar la Península y dirigirse a Italia. Las
más que serias advertencias del bárcida desde Hispania acerca de que deberá mandarse antes una
fuerza armada para sustituirle condicionan a partir de ese momento la estrategia púnica en
general. Serán ahora varios los intentos de Asdrúbal Barca de salir de Hispania hacia la Galia y
varios los ejércitos cartagineses enviados a la península para detener el avance romano por la
región. En la estrategia púnica, aparece como uno de los ejes principales la obvia necesidad de re-
forzar a Aníbal en Italia. La dificultad de hacerlo por vía marítima conduce a intentarlo por vía
terrestre. En ello se volcará Asdrúbal Barca desde Hispania durante muchos años hasta que por
fin, aprovechando la inexperiencia de P. Cornelio Escipión, conse-guirá cruzar los Pirineos y
adentrarse en la Galia.
II Guerra Púnica. Pág. 38/86

La carta de Asdrúbal llenó de incertidumbre y temor a los sena-


dores de Cartago, quienes se tomaron en serio las advertencias de
su general; se mantenía la orden de que fuese a Italia pero se en-
vió a Hispania a un general (Himilcón) y un ejército completo
junto a una flota de apoyo.

Llegó Himilcón sin contratiempos, y tras varar la flota y fortificar


el campamento, se dirigió con una escolta al encuentro de Asdrú-
bal. Éste le informó acerca del tipo de guerra que iba a encontrar,
así como todos los consejos pertinentes para llevar a cabo su mi-
sión. Tras esto, el propio Asdrúbal comenzó la tarea que le habían
encomendado: dirigirse a Italia.

Primero optó por dotarse de recursos pecuniarios, pues sabía que


necesitaría dinero para atravesar en paz la Galia, por no hablar de
la necesidad de reclutar mercenarios durante la expedición. Así
pues, tras haber recaudado el dinero necesario, movió su ejercito
hacia el norte, llegando al Ebro sin problemas; tampoco los tuvo
al cruzarlo porque los romanos, enterados hacia tiempo de los pla-
nes cartagineses, deja-ron a un lado sus proyectos bélicos y se
aprestaron a impedir de la manera que fuese la marcha de Asdrú-
bal a Italia. Si Asdrúbal se unía a su hermano, la República estaría
irremisiblemente perdida. Esperaron al cartaginés concentrando
sus fuerzas en el territorio controlado al norte del Ebro.

Los cartagineses todavía mantenían aliados en el norte de His-


pania (seguramente buena parte de los ilergavones se mantenían
en la alianza). Con el fin de atraer a Asdrúbal hacia ellos, los esci-
piones decidieron asediar la ciudad ilergavona de Hibera, la más
rica de esa comarca. Sin embargo, Asdrúbal no se dejó llevar, y
mientras tanto, para atraer a su vez a los romanos e indirectamen-
te ayudar así a los asediados, puso cerco a una ciudad que hacía
poco se había pasado a los enemigos. Sea lo que fuere, los roma-
nos abandonaron el asedio de Hibera y se dirigieron hacia el car-
taginés, acampando frente a él. Durante los primeros cinco días,
solo se mantuvieron escaramuzas: los ejércitos enfrentados eran
igual de numerosos y valientes; ambos contendientes poseían bue-
nas tropas, pero existía una diferencia, que las tropas romanas sa-
bían la responsabilidad que tenían encima, sabían que de ellos de-
pendía el que el cartaginés no marchase a Italia y por ello estaban
armados de una determinación que no poseían sus contrarios, en
su gran mayoría hispanos a los que en realidad no les agradaba la
idea de abandonar el país para embarcarse en una aventura tan le-
jana e imprevisible.

Formados los ejércitos para la batalla, al primer choque, tan solo


con los vélites, el centro del dispositivo cartaginés, formado por
los aliados hispanos, retrocedió, y al presionar más los romanos,
los pusieron en fuga; después no fue difícil acabar con el resto del
ejercito de Asdrúbal, el cual, tras aguantar todo lo posible, escapó
con las tropas que pudo y se dirigió al sur. Como era de esperar,
la derrota del ejército cartaginés supuso que perdieran la mayor
parte de sus aliados en Hispania, hasta el punto que parecía verse
ya la expulsión de los púnicos de la península.

Los romanos, sin embargo, no aprovecharan la oportunidad que


se les brindaba para dirigirse al sur. La penuria de medios en que
se encontraba el ejercito le impedía realizar operaciones a gran
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escala. Los escipiones enviaron un a carta al senado para pedir di-


nero, trigo, ropajes y toda clase de abastecimientos para la flota.
El dinero estaban dispuestos a conseguirlo de los hispanos pero el
resto de las peticiones debían ser cumplimentadas so pena de
dejar al ejercito romano en Hispania inerme antes sus enemigos.
La escasez5 de recursos en el ejército romano salvó quizás a los
cartagineses de ser expulsados de gran parte de la península.

Termina así el año con los romanos inmovilizados en el norte de


Hispania por falta de recursos y los cartagineses reorganizándose
y a su vez preparando la guerra contra los hispanos, que de nuevo,
tras la reciente derrota de Asdrúbal, andan revueltos.

Reconstrucción del poblado ilergavón de La Moleta del Remei,


sito en la actual Alcanar, Tarragona. De El libro de los Íberos,
Ediciones El Médol, 1999. (Libro bueno y además barato) Dibu-
jos de F. Riart i Jou y O. García i Quera.

5
Tras el desastre de Cannas y el esfuerzo necesario para la recuperación, las arcas ro-manas
quedaron exhaustas y los recursos de todo tipo bajo mínimos. Fue precisamente esta precariedad la
que empujó al senado a ordenar que fuera de Italia (como Sicilia, Cerdeña o la misma Hispania)
cada general se buscase por sí mismo lo necesario para su supervivencia. La presión impositiva y
las requisas que se hicieron sobre los pueblos de esas zonas, sobre todo en Sicilia y Cerdeña, es
opinión de, por ejemplo, Valerio Máximo, que empujaron a esas zonas más tarde a la rebelión y la
alianza con los cartagi-neses.
Restos arqueológicos del poblado ibero
de La Moleta del Remei, Alcanar (Tarragona).

Campaña del 215 A.C.

Al comenzar el año, los cartagineses recibieron ayuda de Cartago.


El senado cartaginés envió a Hispania tropas reclutadas por Ma-
gón Barca en África, que estaban dispuestas para salir hacia Italia
por mar. Poco después de llegar a Cartago Nova, Magón se reunió
con su hermano Asdrúbal, y juntos emprendieron la guerra contra
la ciudad rebelde de Iliturgis, seguramente en rebelión tras la de-
rrota cartaginesa en el Ebro el año precedente.

Mientras los cartagineses comenzaban sus operaciones bélicas,


rodeando la ciudad turdetana a base de situar sus ejércitos alrede-
dor de ella en dos campamentos fortificados, los romanos recibie-
ron por fin los suministros esperados y se puso en marcha la cam-
paña; su primer objetivo fue proporcionar ayuda a la asediada Ili-
turgis. No tuvieron problemas para cruzar el Ebro y recorrer el
largo trecho que hay hasta los Saltus Cástulonensis; desde allí se
dirigieron hacia la ciudad en disputa.

El ejército romano se acercó en formación de combate a Iliturgis,


donde llegaron después de abrirse paso gallardamente entre el
acoso de las tropas cartaginesas. Una vez entregados los suminis-
tros a los asediados, los romanos atacaron el campamento princi-
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pal de los cartagineses, el de Asdrúbal Barca. Allí acudieron tam-


bién las restantes fuerzas cartaginesas, y el combate, de creer las
versión contada por Livio, se convirtió en una aplastante victoria
romana; con solo 16.000 hombres, destrozaron a cerca de 60.000
enemigos en aquella jornada.

Pero lo cierto es que, tras ser rechazados de los alrededores de Ili-


turgis, los cartagineses se reorganizaron, y después de volver a re-
clutar gran número de auxiliares, pues no carecían de dinero, si-
tiaron otra ciudad turdetana, Intibilis (ubicación desconocida),
donde de nuevo les siguieron los romanos y donde volvieron a de-
rrotarles.

Como consecuencia de esta sucesión de derrotas, se dice que los


cartagineses perdieron ya los pocos aliados que les quedaban en la
península.
Concluía ya el año y ambos contendientes se retiraron a invernar a
sus respectivas bases de operaciones: los cartagineses, a Gades o
Cartago Nova; y los romanos, de nuevo a su territorio al norte del
Ebro, aunque dejaron alguna guarnición en apoyo de sus aliados
(por ejemplo en Iliturgis) o en las vías de comunicación (Castro
Albo).

Campaña del año 214 A.C.

Los cartagineses, pese a verse en dificultades el año anterior, ha-


bían conseguido volver a tomar la iniciativa gracias a la llegada
de un nuevo ejercito púnico al mando de Asdrúbal Giscón. Mien-
tras Magón y Asdrúbal Barca combatían con éxito a los hispanos
que les habían hecho defección, Asdrúbal Giscón se preparaba pa-
ra hacer frente a los escipiones.

Los romanos, conociendo la apurada situación de sus aliados en el


sur de Hispania, se pusieron en marcha precipitadamente; posi-
blemente, P. Escipión salió primero con las fuerzas ligeras, segui-
do más tarde por Cneo Escipión con el resto del ejército. Una vez
en territorio cartaginés, o al menos en disputa, P. Escipión se vio
acosado por la caballería enemiga de Asdrúbal Giscón, que le
causó numerosas bajas, unos 2.000 hombres, entre los rezagados
o saqueadores. En Castro Albo (desconocido), donde disponían de
suministros y guarnición, hicieron un alto, y que tras proveerse de
lo necesario, volvieron hacia los territorios aliados para desha-
cerse del molesto acoso de los africanos. Poco después, se atrin-
cheró en el monte Victoria (desconocido) para reunirse con su
hermano Cneo y el grueso de las fuerzas.

Casi al mismo tiempo, llegaba el ejército cartaginés de Asdrúbal


Giscón. Se entabló combate poco después, siendo rechazado el
cartaginés, que abandonó el territorio; se dirigió posiblemente a
Cartago Nova, y posteriormente embarcó para África, pues la
guerra contra Numidia le reclamaba a él y a su ejército6 .
6
Los detalles de esta guerra africana son algo confusos. En unas fuentes parece ser que es en este
momento cuando Asdrúbal Giscón debe abandonar la península con su ejérci-to para combatir en
África, dejando así paso a los romanos, que se adentran en Saltus Cástulonensis. En África, Sifax,
rey de los númidas massaesilios, había emprendido una guerra contra Carthago. Capaz de levantar
II Guerra Púnica. Pág. 44/86

Mientras ocurrían estos hechos, Asdrúbal y Magón Barca asedia-


ban de nuevo Iliturgi, reforzada ahora con un contingente romano.
No intentaron los atacantes el asalto de la ciudad sino su rendi-
ción por hambre. Esto permitió que los escipiones, tras recibir la
adhesión de la importante ciudad oretana de Cástulo, se dirigiesen
hasta Iliturgi y acamparan frente a los campamentos cartagineses.
Cneo Escipión, al mando de una legión compuesta solo de tropas
ligeras, irrumpió sobre las posiciones enemigas, causando gran
mortandad; llegó hasta Iliturgi y regresó por el mismo camino,
creando la confusión y el destrozo en los enemigos. Al día si-
guiente, repitió de nuevo la operación con éxito, por lo que, sin
ánimo ya de conseguir algo positivo, los cartagineses abandona-
ron el cerco y se dirigieron a Bigerra, también a la sazón aliada a
los romanos; aunque la sitiaron, el asedio se frustró de nuevo
cuando Cneo Escipión acudió al lugar.

Los cartagineses se replegaron hacia el oeste y plantaron sus rea-


les en Munda; los romanos, otro tanto. Y por fin se llegó a una
gran batalla. Tras cuatro horas de combate y cuando los cartagine-
ses habían sido ya empujados hasta el campamento con gran mor-
tandad de hombres y elefantes (hasta 39 fueron muertos), un he-

poderosos, o al menos, numerosos ejércitos, este rey africano podía poner en verdaderos aprietos a
la propia Carthago, de ahí que se llamase sin tardanza a uno de los ejércitos que combatían en
Hispania, el de Asdrúbal Giscón.
cho fortuito les libró del descalabro total; los romanos se retiraron
cuando Cneo Escipión fue herido en la refriega. Se dice que en es-
te combate perdieron la vida cerca de 12.000 soldados cartagine-
se s.

Saltus Cástulonensis

Cástulo
II Guerra Púnica. Pág. 46/86

Los incombustibles púnicos retrocedieron hasta la ciudad de


Oningis, donde de nuevo fueron batidos. Sin embargo, pese a las
numerosas derrotas, los ejércitos cartagineses se rehacían con fa-
cilidad pues era la Turdetania zona rica en hombres de armas, y el
oro púnico proporcionaba a sus generales la capacidad de reclutar
continuamente los hombres necesarios para restablecer sus fuer-
zas.

Magón se desplazó por la región para reclutar un nuevo ejército


para plantar de nuevo cara a los romanos, aunque, como era ya
habitual, fueron de nuevo desechos y dispersados.

Después de esta sucesión de batallas, los cartagineses renunciaron


a enfrentarse de nuevo. Los romanos retrocedieron hasta Sagun-
tum para liberarla de la dominación púnica. Una vez ganada, libe-
raron a todos los antiguos habitantes que estaban prisioneros o ha-
bían sido esclavizados. Después de Sagunto, se supone que los ro-
manos se retiraron a sus cuarteles de invierno, en Tarraco, dando
así por finalizada su campaña anual.

Un año más, los cartagineses son empujados hacia el sur. Sin em-
bargo, la falta de una adecuada base de comunicaciones en el
centro de la península (P. Cornelio Escipión dispondría luego de
Cartago Nova), impedía a los romanos establecerse sólidamente
en las zonas sometidas y mantener la presión sobre sus enemigos,
que siempre se rehacían al comienzo de la primavera gracias a la
pausa invernal y a las excelentes bases y comunicaciones que
disponían con el continen-te africano.

Campaña del año 213 A.C.

Durante este año (según algunos autores), se le ordenó a Asdrúbal


Barca retirarse con su ejército de la península y pasar a África,
donde la guerra con el rey númida Sifax hizo que Cartago movili-
zara la totalidad de sus fuerzas terrestres para detener los ataques
del poderoso señor de los númidas massaesilios. Como conse-
cuencia, fue un año de impás estratégico en Hispania. No hicieron
los romanos nada relevante en la península más allá de recibir la
adhesión de algunas tribus nuevas, renovar alianzas y entablar
contacto con los celtíberos, reclutando buen número de ellos.

Campaña del año 212 A.C.

En este punto, la cronología no está clara. A tenor de los escritos,


parecen faltar los acontecimientos de un año de campaña en His-
pania. Si seguimos a Tito Livio, encontraremos una laguna de un
año, o al menos eso se deja intuir; de ahí que la mayoría de los
historiadores sumen un año a la secuencia cronológica de los su-
cesos. Yo me dejaré llevar por Tito Livio, aunque la mayoría de
los historiadores no lo hacen; si alguien contrasta las fechas de lo
que narraré hasta la caída de Cartago Nova con otros libros sobre
el tema, observará que hay una diferencia de un año.

Este año, los escipiones decidieron cambiar de estrategia en la


guerra peninsular. Hasta ahora, parece que se habían limitado a
entorpecer o impedir, con éxito indudable, los intentos cartagine-
ses de mandar nuevos ejércitos por tierra hasta Italia pero deci-
dieron dar un paso adelante: atacar y expulsar a los cartagineses
de toda Hispania.

Los generales romanos, que en verdad tenían por delante una difí-
cil tarea, dedujeron que si querían expulsar a los cartagineses de
la península, deberían dar caza a sus ejércitos y no permitirles, co-
mo hasta ahora, que se replegasen y pusiesen tierra por medio, in-
ternándose en las profundidades del país, donde sin duda era muy
difícil seguirles. A tal efecto, dividieron sus fuerzas y obligaron a
combatir a sus rivales. Los cartagineses disponían de tres ejér-
citos al mando de Asdrúbal, Magón y Asdrúbal Giscón7. Magón y
Asdrúbal Giscón se unieron, pero ejército realmente peligroso era
el de Asdrúbal Barca.

Escipión, con los recientemente reclutados mercenarios celtíbe-


ros8 (20.000) y un tercio de las tropas italianas, se dirigiría contra
7
Regresó a Hispania Asdrúbal Giscón con una imponente fuerza de combate, reforzada con la ex-
traordinaria caballería númida de Massinisa, aliado leal de los cartagineses, con los que combatió
con éxito contra Sifax en África.
II Guerra Púnica. Pág. 48/86

Asdrúbal Barca; P. Escipión, con los otros dos tercios de las fuer-
zas romanas, haría otro tanto contra Magón y Asdrúbal Giscón.
En realidad se trataba de batirles al mismo tiempo para evitar que
la noticia de la derrota de uno de ellos hiciese huir al otro y co-
menzase una de esas persecuciones a través de Hispania a que les
tenían ya acostumbrados los cartagineses.

No tardaron en llegar cerca del enemigo, pues este se encontraba


a solo 5 días de marcha; acamparon junto a la ciudad de Amtorgis
(desconocida), donde llegaron en primer lugar los celtíberos, que
marchaban como avanzadilla. Plantaron los romanos sus reales
cerca del campamento cartaginés, estando separados solo por un
río. Allí se separaron los dos escipiones, marchando P. Escipión
en busca del otro ejército púnico.

Indíbil9, el regulo ilergete, exiliado en el territorio de los suesse-


tanos, donde había alistado en sus filas 7.500 guerreros, se había
unido a Asdrúbal, y éste lo envió más al sur, para que se reuniera
con el otro ejército cartaginés.

Asdrúbal, conociendo la idiosincracia de las tribus hispanas, se


propuso comprar a los auxiliares celtíberos que militaban bajo el
estandarte romano. Se puso en contacto con los jefes celtíberos y
acordó con ellos que, a cambio de una cantidad de dinero, aban-
donaran al general romano. No les pedía Asdrúbal que comba-
tiesen, sólo que lo abandonasen, entregándoles por ello una canti-
dad que hubiese bastado para convencerles incluso para luchar.
Llegado el día de la batalla, se sorprendió Cneo. Escipión cuando
los celtíberos recogían sus banderas y se retiraban; intentó por to-
dos los medios convencerles con ruegos, pues con la fuerza era
imposible, pero sin efecto. Quedaron desasistidas las tropas ro-
manas y, como consecuencia, en franca inferioridad respecto de
las tropas enemigas.

8
Era la primera vez que los romanos incluían mercenarios dentro de sus ejércitos. Nunca antes
habían contratado el servicio de soldados mercenarios como auxiliares a sus propias fuerzas.
9
Desconocemos el momento exacto en el que Indíbil tuvo que exiliarse en territorio suessetano,
nación establecida entre los ilergetes y los vascones En menos de tres años se habían sublevado dos
veces los ilergetes; es de suponer que tras la segunda revuelta, Indíbil se vería expulsado de sus
tierras. Por tanto, se encontraba ya abocado a la alianza con los cartagineses.
Mayores problemas encontró P. Escipión en su marcha contra
Magón y Asdrúbal Giscón; tuvo que sufrir la presencia en las filas
cartaginesas del joven Massinisa, excelente líder y jinete númida,
que al mando de sus guerreros montados, causaba día y noche los
mayores estragos y desconcierto en las columnas romanas, obli-
gándoles a marchar por terrenos desfavorables para la caballería,
que no osaba salir a la llanura.

Acampados los romanos en su correspondiente campamento for-


tificado, fue casi bloqueado y asediado por los continuos y certe-
ros ataques del joven númida. Se enteró después P. Escipión de la
próxima llegada de los refuerzos enemigos que conducía Indíbil,
por lo que resolvió dividir sus fuerzas, y dejando un contingente
en el campamento, salió con el resto al atardecer para emboscar la
columna enemiga y deshacerla antes de que se uniese a los car-
tagineses. Encontraron a los de Indíbil marchando en columna por
el camino. El combate no se organizó en líneas ni en otro tipo de
formación; se luchaba según se encontraban unos con otros, y la
ventaja fue para los soldados romanos, sin rival en la lucha cuerpo
a cuerpo. Sin embargo, la caballería de Massinisa apareció de
pronto, causando gran desconcierto; los romanos se repusieron y
les hicieron frente. El desastre llegó cuando también de impro-
viso, el ejército cartaginés apareció por los flancos; con ellos llegó
el desastre.

Rodeado como estaba, Escipión se movía a lo largo de sus posi-


ciones arengando y animando a sus tropas en la medida de sus po-
sibilidades. Se combatió durante todo un día, hasta que por fin,
haciendo frente a una carga en cuña de las tropas hispanas, el ge-
neral romano cayó herido de muerte por una lanza; en cuanto la
noticia se propagó entre las líneas romanas, el pánico y la huida se
impusieron ya sin remedio.

No era difícil retirarse por entre los infantes hispanos, armados a


la ligera; no eran oposición contra los fuertemente armados legio-
narios romanos. Sin embargo, una vez más, la letal caballería
númida causó numerosísimas bajas, más incluso que la batalla en
sí. Las tropas que pudieron escapar al desastre gracias a la llegada
de la noche, se reunieron en el campamento donde T. Fonteyo, lu-
II Guerra Púnica. Pág. 50/86

garteniente de Escipión, había quedado. Otros contingentes ro-


manos se refugiaron en ciudades vecinas como Iliturgis; en teoría
aliadas, pero tras la derrota romana, cambiaron de bando y asesi-
nando a los refugiados, sumándose a la causa cartaginesa.

Los triunfantes generales púnicos decidieron sacar partido de su


victoria, y sin perdida de tiempo, se dirigieron al norte para unir-
se al ejército de Asdrúbal Barca.

La posición de Cneo Escipión era más que complicada. Así pues,


resolvió emprender la retirada, y en secreto, salió del campamento
por la noche, consiguiendo poner tierra por medio antes de que
los cartagineses se dieran cuenta de su marcha. Éstos, sin embar-
go, mandaron de nuevo a los letales númidas tras las huellas de
las fuerzas romanas, a las que, tras alcanzarlas, hostigaron sin ce-
sar hasta obligarlas a detenerse. Escipión animaba a los suyos a
seguir, pues sabía que, de ser alcanzados por las formaciones ene-
migas, ya no habría solución. Al final, en vista de que era impo-
sible avanzar ante el acoso la caballería enemiga, decidió fortifi-
carse en una suave colina, la única que se alzaba en la zona Al ser
un lugar sin vegetación, tan solo pudieron hacer un triste parapeto
con los bagajes que transportaba la columna, pues ni siquiera el
suelo se prestaba para hacer un mínimo foso. Así pues, los roma-
nos amontonaron todo lo que pudieron hasta la altura de un hom-
bre alrededor de sus posiciones.

El parapeto se mostró a todas luces insuficiente cuando los oficia-


les cartagineses ordenaron que tropas armadas con pértigas y gan-
chos deshiciesen las defensas; en poco tiempo abrieron brechas
por todos los lados y el asalto se generalizó. Las tropas romanas
fueron masacradas; los que pudieron abrirse paso hasta los bos-
ques cercanos, escaparon hasta el campamento de T. Fonteyo.

En cuanto a Escipión, existen dos versiones de su muerte: una


combatiendo en la colina; otra cuanta que se refugió con 20 hom-
bres en una torre defensiva (puntos de vigilancia contra los ban-
didos, comunes en la época), a la que los enemigos prendieron
fuego, muriendo todos sus ocupantes.
La reacción

En aquel momento de caos, un caballero romano, L. Marcio, su-


perviviente del ejército de Cneo Escipión, procedió por sí mismo
a reorganizar las tropas, recogiendo a los fugados que encontraba
por los caminos y reuniendo las pocas guarniciones que existían
en la región. Se unió después a T. Fonteyo, formando así un res-
petable ejército con el que se retiraron hasta el otro lado del Ebro
sin, curiosamente, ser molestados.

Una vez allí, fue elegido por la tropa como jefe del ejército, en
tanto en cuanto no llegasen nuevos mandos desde Roma. Precedió
L. Marcio a fortificar el campamento y preparar la defensa ante el
inevitable ataque de las victoriosas fuerzas enemigas, quienes no
tardaron en aparecer.

Fue Asdrúbal Giscón el primero en cruzar el Ebro sin pensar que


los restos de las tropas romanas a las que venía a aniquilar pudie-
ran presentar alguna resistencia de consideración.

Se acercaba el enemigo a la empalizada del campamento, cuando


L. Marcio, tras levantar la moral y animar a las tropas, al punto
salió por las puertas y cargó contra los cartagineses, que avanza-
ban confiados. La sorpresiva irrupción de los romanos, además de
su número, en absoluto tan reducido como ellos pensaban, cogió a
los púnicos desprevenidos, y tras un tímido choque, retrocedieron
y se dieron a la fuga.

La matanza parece que fue abundante, y lo hubiese sido más si L.


Marcio no hubiese tocado retirada, temeroso de que las tropas se
alejasen demasiado en persecución del enemigo. El ejército carta-
ginés se fue reorganizando poco a poco y regresó a sus reales10.

10
Todo lo referente a la asombrosa derrota de los cartagineses por los restos de las tropas romanas
de los dos escipiones es puesta unánimemente en duda por los historiadores modernos. Sin duda,
pasó algo, pero la catástrofe que deja entrever Livio parece en verdad exagerada. Lo cierto es que
los cartagineses no intentaron nunca más atravesar el Ebro y expulsar a los romanos. Quizás no lo
necesitaban. Todavía tenían que ajustar cuentas entre los hispanos que se habían mostrado dubita-
tivos o se habían aliado a los romanos. Lo que si se sabe es que, a partir de este momento, el destino
en Hispania no era deseado por nadie; se dio el caso en Roma, tras la insulsa campaña de Nerón,
que nadie presentó su candidatura para comandar el ejército en Hispania, lo nunca visto.
II Guerra Púnica. Pág. 52/86

L. Marcio, una vez en el campamento, se dejó llevar por la idea


de atacar el campamento enemigo, sorprendiendo así a los confia-
dos cartagineses, quienes de seguro no esperarían de los romanos
una empresa tan arriesgada. Se dirigió L. Marcio a las tropas reu-
nidas en asamblea; la operación era en verdad difícil pues com-
batir tan pocos contra tantos no parecía sensato, y expuso su in-
tención apoyándose en la desidia con la que los púnicos llevaban
la defensa de sus fortificaciones. Él personalmente había compro-
bado que las guardias eran reducidas y al todo punto ineficaces.
Pese a los recelos, finalmente el plan fue aprobado con entusias-
mo por las tropas, y se prepararon los planes para el ataque. Se
saldría de madrugada, haciendo de la noche una aliada. Dividie-
ron las fuerzas: unos se emboscaron en un valle que se extendía
entre los dos campamentos enemigos (Magón también había acu-
dido ya con sus fuerzas al lugar); el grueso de las tropas romanas
atacaría el campamento cartaginés más cercano, pues carecía de
empalizada, e incluso de guardia.

Una vez desplegados por el campamento enemigo, al son de las


cornetas, se atacan a sangre y fuego las tiendas y cabañas donde
duermen confiados los enemigos. La matanza se generaliza y los
cartagineses solo piensan en huir durante esa terrorífica noche.
Los que huyen por el valle son rápidamente interceptados y muer-
tos por los romanos emboscados en él. De esta forma se acaba rá-
pidamente con el primer campamento, y antes que la noticia del
desastre llegue al segundo, el ejército se dirige allí, donde se re-
pite la victoria y la fuga de los enemigos.

Los importantes acontecimientos de la jornada son tratados de


forma diferente por los distintos historiadores antiguos. Tito Livio
se mueve a dos aguas, entre los que dan a este desastre proporcio-
nes considerables y los que lo dan tan solo como una victoria de-
cisiva pero sin llegar a la matanza que afirman otros.

Lo cierto es que parece que, gracias a estos afortunados combates


(ya sean exageraciones o no), las posiciones romanas en Hispania
se pudieron mantener hasta que, al año siguiente, se recibieron re-
fuerzos desde Italia. En el lado cartaginés, las nuevas de la muerte
de los dos generales romanos y la tremenda derrota sufrida hicie-
ron que la mayoría de los hispanos se les unieran de nuevo. A par-
tir de este momento, los historiadores antiguos son muy críticos
con los cartagineses, a los que acusan de necios, ya no tanto por
las propias desavenencias entre los generales púnicos en Hispania,
si no por su actitud para con los régulos iberos.

Asdrúbal Giscón, que seguramente se considera a sí mismo como


el gran triunfador de la campaña, exige a los mejores aliados de
los cartagineses en la península, los ilergetes Indíbil y Mandonio,
que entreguen como prueba y prenda de su lealtad (tantas veces
demostrada) una gran suma de dinero. Éstos se demoran en cum-
plir lo ordenado. Asdrúbal, contrariado, se inventa una acusación
falsa para actuar con dureza contra ellos, obligándoles ahora no
solo a que den una gran suma de dinero si no a que entreguen
también a sus mujeres e hijas como rehenes, sembrando así el
odio en sus más fieles aliados11, que no tardarán en aliarse con el
general romano Publio Cornelio Escipión.

Campaña del año 211 A.C.

Nombrado C. Claudio Nerón nuevo comandante de los ejércitos


romanos en Hispania, se le dio la opción de reclutar en Capua,
donde hasta entonces había servido, y de entre sus tropas, a los
6.000 infantes y 300 jinetes que considerase más apropiados.
Embarcó en Pozzuoli, y desde allí, por vía marítima, llegó a Ta-
rraco. T. Fonteyo y L. Marcio le entregaron el ejército que estaba
en Hispania, e inmediatamente se pusieron en movimiento hacia
el enemigo.

Asdrúbal Barca mantenía sus reales en el territorio de los oreta-


nos, hacia donde se dirigió C. Claudio Nerón. Desplegó su ejér-
cito frente a Asdrúbal, que tenía a su espalda un desfiladero por el
que solo se podrían retirar lentamente unas fuerzas como las su-
yas. En esta ocasión se puso de manifiesto la llamada perfidia pú-
nica, cuando Asdrúbal entabló conversaciones con Claudio Ne-

11
A partir de este momento, los cartagineses entran en una seria crisis interna.Entre los bárcidas y
Asdrúbal Giscón no hay más que disputas. Parece que ya no actúan de forma conjunta, lo que les
impide una acción seria y contundente contra los últimos romanos
II Guerra Púnica. Pág. 54/86

rón. Aseguraba que si le dejaba salir, se replegaría hasta África,


abandonando la península. El romano, entusiasmado por el triunfo
que se abría ante él, aceptó la propuesta; al día siguiente, se fir-
maría el tratado, se consignarían por escrito todos los detalles (co-
mo la entrega de las fortalezas etc. etc).

Esa misma noche, mien-tras el romano dormía tranquilamente,


Asdrúbal puso en marcha hacia el desfiladero la parte más pesada
de su ejército, cosa que se hizo con diligencia a lo largo de esa in-
.terminable noche. A la mañana siguiente, Asdrúbal mantenía el
número suficiente de tropas como para simular que disponía toda-
vía del ejército en pleno; esperando ganar tiempo, acudió a la en-
trevista con Claudio Nerón, entrevista que se dilató con la firma
de acuerdos y discusiones interminables sobre aspectos secunda-
rios.

Con esto ganó Asdrúbal una noche más, en la que sacó a otra par-
te de su ejército. Al día siguiente, de nuevo la misma tónica y la
misma perdida de tiempo, y así día tras día y noche tras noche.

Dejando las conversaciones en un punto muerto, una mañana


amaneció con una densa niebla que cubría el campo de batalla. El
bárcida envió un mensajero al campo enemigo para anunciarle
que, por motivos religiosos, los cartagineses tenían ese día como
inhábil, por lo que no podían continuar con las conversaciones
hasta el día siguiente; ardid éste del que tampoco sospechó el ro-
mano.

Aprovechó ese día para sacar el resto de su ejercito por el des-


filadero, dejando a los romanos boquiabiertos al escampar la nie-
bla y ver el campamento cartaginés totalmente vacío.

Persiguió C. Claudio Nerón al ejército de Asdrúbal, que se negaba


a entablar batalla, esperando seguramente reunirse con los otros
generales cartagineses de la península. Sólolo hubo ligeras escara-
muzas entre la retaguardia de uno y las avanzadillas del otro. Al
parecer, el romano llegó a un punto en el que decidió dar por ter-
minada la campaña para no exponerse a todas las fuerzas enemi-
gas, o bien, al carecer de aliados, no quería internarse indefinida-
mente en el territorio enemigo (el ejército romano era numérica-
mente exiguo, quizás 15.000 hombres ó 20.000 como mucho). De
esta forma, las tropas romanas volvieron al norte del Ebro y se
acuartelaron en Tarraco. Esta campaña no había servido siquiera
para formar alianzas o para levantar la moral del ejército.

Debatidos estos asuntos en Roma, se decidió mandar un nuevo


comandante en jefe con refuerzos que pusiesen fin definitivamen-
te a la desorganización de los asuntos de Hispania desde la muerte
de los dos Escipiones.

Publio Cornelio Escipión recibió un contingente de 10.000 solda-


dos y 1.000 jinetes, así como unos 400 talentos para los gastos del
ejército. Se sumó a él, como ayudante, el propretor M. Junio Si-
lano. A bordo de una flota de 30 quinquirremes, el ejército partió
de Ostia hacia la península, costeando Etruria, Liguria y Galia,
donde recibió una escolta naval de 4 navíos massiliotas hasta Am-
puriae, donde desembarcó. Se dirigió hacia Tarraco por tierra, y la
flota, costeando el litoral.

Una vez allí, despidió a los barcos massiliotas y se dedicó a reor-


ganizar los intereses romanos al norte del Ebro, entrevistándose
con los régulos de la tribus aliadas y con otros que deseaban aliar-
se .

Revisó el estado de las tropas, a las que animó e intentó dar con-
fianza12, al tiempo que mostraba su admiración y agradecimiento
a L. Marcio, responsable de que los romanos no hubiesen sido ex-
pulsados de Hispania después de la derrota y muerte de los dos
Escipiones.

Claudio Nerón fue relevado de su mando por Silano. Y con las


tropas en los cuarteles de invierno, finalizó el año 211 a.C.

12
En este momento, los historiadores tratan de hacernos ver a qué bajo nivel había llegado la moral de las
tropas destinadas en Hispania. Uno de los puntos en que se apoyó Escipión para devolverles la confianza
fue la falta de cohesión entre los generales enemigos, cuyas disputas personales parece que habían
impedido cualquier acción conjunta contra los romanos que quedaban en la península.

Escipión les hizo ver que esa falta de unidad haría posible combatir con ellos por separado. Esto quiere
decir que la estrategia cartaginesa de esperar al enemigo y concentrarse para batirlo era en esencia la
correcta, y ante la cual, bien desarrollada, los romanos no tenían opciones.
II Guerra Púnica. Pág. 56/86

Campaña del año 210 A.C.

Finalizado el invierno, Escipión ordena por edicto a los aliados


que acudan con sus tropas a Tarraco; la flota se dirige a la desem-
bocadura del Ebro. Escipión, desde Tarraco, al frente de 5.000
aliados, llega al delta; realiza los preparativos para la campaña,
arenga a las tropas romanas y finalmente se pone en marcha.

El objetivo es Cartago Nova (es un secreto; solo lo sabe su hom-


bre de confianza, C. Lelio, que se pone al frente de la flota -36
unidades, las únicas con tripulación-). Escipión se dirige por tierra
con 25.000 infantes y 2.500 jinetes (de estas fuerzas, 5.000 son
aliados hispanos). Silano se queda al norte del Ebro con 3.000 in-
fantes y 300 jinetes.

Se avanza rápidamente junto a la costa, llegando al objetivo en


siete días13. El ataque a la ciudad es un completo éxito, quedando
Cartago Nova en manos de los romanos. Allí consiguen una gran
botín, gran número de armas y de operarios que las fabrican, y lo
que es más importante, una base inmejorable para sus operacio-
nes.

Durante un tiempo, se dedica a entrenar a sus tropas, aprovechan-


do el impás estratégico que le proporciona la victoria. Mientras
tanto, los cartagineses no se mueven; quizás por no tener opciones
para recuperar la ciudad, esperan poner en practica su estrategia
habitual: atraer al enemigo hacia el interior de su territorio y batir-
le conjuntamente.

Durante su estancia en Cartago Nova, cayeron en manos Escipión


unos 300 rehenes hispanos que los cartagineses retenían en la ciu-
dad (el número, dependiendo del autor, oscila entre 300 y 3.700).
Decide darles la libertad escalonadamente y sin condiciones, ga-
nándose así fama de clemencia y atrayéndose en masa el apoyo de
los régulos iberos. Entre los agradecidos figuran, por ejemplo, los
ilergetes Indíbil y Mandonio; a Alucio, un noble celtíbero, le en-

13
Difícilmente podrían haber ejecutado una marcha tan rápida en tan pocos días, más siendo un
ejercito tan heterogéneo, con miles de aliados hispanos y distintos tipos de tropas, tanto pesadas co-
mo ligeras.
viaron a su prometida, retenida por los cartagineses, y en agra-
decimiento, acudió junto a Escipión con 1.400 jinetes celtíberos.

El ejército se mantuvo en constante entrenamiento, sobre todo la


caballería, aprendiendo nuevas evoluciones; la flota tampoco es-
tuvo parada sino que mejoró el adiestramiento de las tripulaciones
y de los mandos, realizando continuas maniobras navales. La ciu-
dad entera se preparaba para la guerra. El cuerpo de artesanos re-
tenidos por Escipión trabajaba afanosamente para sus captores (se
les había prometido la libertad en cuanto la guerra se diese por
terminada). Finalmente, tras repararse las defensas dañadas duran-
te la batalla y dejar en ellas suficiente guarnición, el ejército ro-
mano regresó a Tarraco para refugiarse en los campamentos de
invierno. Durante este periodo, recibió a las delegaciones de los
régulos hispanos que en gran número acudían a él para negociar.

A los cartagineses, la victoria romana, por rápida, les había dejado


desconcertados; la derrota sufrida, además de moral, había sido
propagandística. En vano trataron los generales púnicos de desa-
creditar la victoria de Escipión con comentarios tales como que
había sido poco menos que cosa de suerte y que en realidad la
pérdida de una sola ciudad no suponía gran cosa, que ya recibiría
ese romano su merecido en cuanto se enfrentase a los tres ejér-
citos cartagineses. En vano, digo, repetían estos mensajes, pues de
todos era sabido el gran daño que suponía la perdida de tan im-
portante y bien suministrada base. Lo cierto es que el resto del
año los cartagineses no hicieron nada; ni siquiera intentaron acer-
carse a Cartago Nova, posponiendo cualquier operación de enver-
gadura para la siguiente campaña.

LA CONQUISTA DE CARTAGO NOVA

En la época de su conquista por Escipión, Cartago Nova era una ciudad


opulenta; no solo por las riquezas que acumulaba como capital bárcida en
la Península, sino porque los cartagineses habían hecho de ella su principal
base de operaciones en Hispania. La ciudad se hallaba repleta de caudales
(unos 600 talentos se encontraban en esos momentos en sus arcas) y de su-
ministros bélicos; también estaban allí los rehenes de todas las tribus hispa-
nas de dudosa fidelidad. En el momento de su conquista, la ciudad al-
II Guerra Púnica. Pág. 58/86

bergaba en su rada una flota de 73 navíos de carga y 16 de guerra. Los ciu-


dadanos libres rondaría rondaba los 13.000 (en su gran mayoría, no pú-
nicos). Entre ellos, 2.000 artesanos especialistas en las más diversas ofi-
cios, como carpinteros, herreros, armeros etc, etc. Un número indetermina-
do de miles de esclavos, 300 rehenes hispanos y la guarnición permanente
de la ciudad, 1.000 hombres, completaban la población; en total, quizás
unas 20.000 personas. Temporalmente, la visitaban 15 senadores de Carta-
go y 2 del consejo de los ancianos.

La situación estratégica de la ciudad era magnifica; situada sobre una pe-


nínsula salpicada de colinas (las de Asklepios, Ares, Hefaistos etc), en un
valle, se comunicaba con el resto de la costa por una pequeña parte del
perímetro de su muralla, el trozo de tierra que unía la ciudad con la línea de
la costa entre la colina de Hefaistos y la de Ares. La mitad de la ciudad
estaba rodeada una laguna (más bien pantano), que disponía de algunos
pasos por donde cruzar; con marea baja, se creaban más zonas de paso. En
el estrecho paso por donde se unía la lengua-pantano con la rada se cons-
truyó un puente para comunicar la ciudad desde el extremo de la península
a con tierrafirme (para no tener que rodear la laguna). Carthago Nova era
prácticamente el único puerto hispano del Mediterráneo que poda albergar
en su rada cualquier flota por grande que fuera. Se encontraba también en
una estupenda posición para mantener comunicaciones con la costa africa-
na. En definitiva, una extraordinaria posición estratégica en manos de los
cartagineses.

Tras los recientes desastres romanos en la península, los cartagineses se


confiaron en exceso y descuidaron la defensa de la ciudad; solo 1.000 sol-
dados profesionales y 2.000 estaban armados convenientemente por ser los
únicos fiables para el combate; el resto lo componía la masa de ciudadanos
en edad militar pero sin mucha valía. En la rada del puerto se encontraban
16 navíos de guerra fondeados.

Tras recibir un ejército desmoralizado y reforzarlo con las tropas frescas


llegadas desde Italia, Escipión disponía de unos 25.000 infantes y 2.500
jinetes, más una flota de 36 navíos de guerra al mando de C. Lelio.

Escipión, temiendo que si avanzaba contra el territorio cartaginés, los pode-


rosos ejércitos cartagineses convergerían sobre él, decidió atacar una posi-
ción periférica como Cartago Nova; los tres ejércitos cartagineses de la pe-
nínsula se encontraban bastante lejos. Aunque Escipión sabía que la ciudad
era fácilmente defendible, tenía razonables esperanzas si atacaba por sor-
presa y en masa.

Al comenzar la campaña, Escipión solo informó a C. Lelio del objetivo


elegido. Cuando el ejército y la flota se pusieron en movimiento, nadie
sabía el objetivo de la misión. Se avanzó rápidamente por la costa; por
tierra, el ejército, y por mar, la flota, ambos al mismo ritmo, pues debían
II Guerra Púnica. Pág. 60/86

converger por sorpresa sobre el objetivo. En siete días, los romanos se


plantaron ante Cartago Nova. El ejército acampó junto a la colina de Ares,
utilizándola como defensa natural; hacia el exterior, construyó una
trincheras protegidas por un terraplén, y seguramente algún tipo de empali-
zada.

Escipión, antes de comenzar las operaciones de sitio, arengó a sus solda-


dos; para ello utilizó una mezcolanza de promesas de recompensa para los
valientes y les hizo creer una serie de prodigios y predicciones divinas
acerca del buen fin de la empresa, ganándose así la confianza y ardor de sus
soldados.

Al día siguiente, Escipión ordenó a C. Lelio armar la flota y proceder al


bloqueo de la ciudad por mar; él, por tierra, con 2.000 hombres escogidos,
atacaría la entrada principal de la ciudad, la que da al istmo.

Mientras tanto, el gobernador cartaginés de la guarnición distribuyó sus


mejores tropas en las posiciones que creía más amenazadas, dejando con-
sigo 500 soldados de reserva en la ciudadela; acudirían a los puntos más
necesitados según fuesen requeridos.

Cuando comenzó el asalto romano por el itsmo, Magón, con sus 2.000 me-
jores hombres, salió para detenerlos. Este ataque, realizado por tropas real-
mente combativas, puso en aprietos a los romanos, por lo que Escipión or-
denó replegarse; los cartagineses se alejaban más y más de las angostas
puertas de la ciudad, de donde seguían fluyendo lentamente los soldados
púnicos. Por un tiempo, el combate estuvo igualado por la calidad y resolu-
ción de ambos contendientes, que eran animados desde las murallas de la
ciudad, por un lado, y desde los campamentos, por otro. Pero la mayor fa-
cilidad con que los refuerzos romanos acudían al campo de batalla a relevar
a sus compañeros (los cartagineses se encontraban a dos estadios de las
murallas) inclinaron el choque del lado romano. Los cartagineses huyeron
del campo de batalla, muriendo unos a manos romanas y otros aplastados al
intentar acceder en masa a la ciudad por la puerta de la muralla. La visión
de sus tropas apelotonadas y presas del pánico desconcertó a los defen-
sores, hasta el punto que poco faltó para que desguarnecieran la ciudad.
Mientras tanto, los romanos, que perseguían a los derrotados cartagineses, a
poco se introducen en medio de la confusión por las mismas puertas, cerra-
das con dificultad a causa de los cadáveres que se amontonaban en ellas.

En esos momentos, Escipión, que se encontraba en la colina de Ares obser-


vando el combate, al ver que las murallas quedaban desguarnecidas en me-
dio del desconcierto enemigo, ordenó un asalto general, haciendo salir del
campamento a cuantas tropas tenía para apoyar el ataque. Se consiguió
colocar escalas en las murallas, pero como eran demasiado gargas, al as-
cender, se rompían, y muchos hombres caían al vacío; por otra parte, eran
fácil presa de los pocos defensores que acudieron al lugar amenazado. De
todas formas, muchos soldados romanos lograron llegar a las almenas,
donde el combate se generalizó aunque, dada la dificultad de los atacantes,
no fue posible mantener durante mucho tiempo la posición. Así, tras unas
horas de combate, Escipión ordenó tocar retirada y renunció a su primer in-
tento de asalto.

Los cartagineses no dieron crédito a lo que vieron a continuación; Escipión


ordenó de nuevo un asalto masivo por el itsmo con tropas de refresco, que a
tal efecto tenía reservadas. Los cartagineses, agotados, y sin casi armas
arrojadizas (pues habían usado muchas en el combate precedente), se apres-
taron a la defensa, aunque desmoralizados por las tremendas bajas que ha-
bían sufrido hasta el momento. El asalto se hizo en el momento que la ma-
rea dejaba libre el acceso a la ciudad a través del pantano, justo lo que Es-
cipión estaba esperando para hacer avanzar a los 500 hombres que espe-
raban la orden. La línea de asalto se alargó también hacia la zona de la
muralla que entra en la laguna, que ahora podía atravesarse a pie. La flota
atacó las murallas en el sector del puerto. Por la zona donde se encontraba
Escipión, la infantería, cubierta por los escudos a modo de tortuga, atacaron
la puerta principal, asestando golpes de hacha y azada. Al mismo tiempo,
las tropas emboscadas en el pantano logran llegar a la muralla (había pocos
defensores en esas zona) y desplegar las escalas; sin hacer uso de la espada,
II Guerra Púnica. Pág. 62/86

logran subir y desplegarse por todos los lados, sembrando la confusión. Un


grupo de ellos llega hasta la puerta principal, ocupándola, rompiendo sus
cerrojos y abriéndola de par en par para que al punto entren a borbotones
los soldados que se encontraban fuera.

Mientras tanto, los ataques a la muralla por el lado del istmo habían dado
sus frutos y los soldados subían por ella; los legionarios de la flota también
lograban el éxito al conseguir tomar un tramo de la muralla, haciéndose
finalmente con su control.

Una vez dentro, se ocupó rápidamente la colina de Hefaistos, desalojando


de ella a sus defensores, y tras haber reunido suficientes hombres dentro de
las murallas, Escipión dio orden de atacar, saquear y masacrar a población
de la ciudad. Con 1.000 hombres, se dirigió la ciudadela; Magón, que si-
muló un amago de defensa, no tardó en darse cobardemente por vencido y
entregó la guarnición a cambio de garantías sobre su persona. Tomada la
fortaleza, se dio orden de terminar con el saqueo, y como el día estaba ya
avanzado, dividió sus fuerzas para que hiciesen noche: parte de ellas, en el
campamento, otras en la ciudad, y él, en la ciudadela junto con los 1.000
hombres a sus ordenes; una unidad de arqueros fue acuartelada en la colina
de Hefaistos, vigilando el principal acceso a la ciudad.

La conquista, al margen de los beneficios políticos y estratégicos, pro-


porcionó al ejército romano innumerables ventajas materiales, tales como
(aquí las fuentes varían) 120 catapultas grandes, 280 pequeñas, escorpiones
grandes y pequeños, armas arrojadizas y un sin número de proyectiles,
18.300 libras de plata y gran cantidad de vajilla del mismo metal, unas 250
de oro, la flota cartaginesa compuesta de 16 navíos de guerra y 73 de carga
(barcos que transportaban diferentes mercancías: trigo, armas, bronce, es-
parto, lienzo y demás material para la construcción naval, que se exportaba
a Cartago; el total de trigo se elevaba a 400.000 modios; el de cebada a
270.000)... En definitiva, un botín que vino a suplir las muchas carencias
que el ejército romano de Hispania sufría desde hacia ya muchos años por
la dificultad de la Republica de mantener bien abastecidos tantos en tantos
frentes de guerra. Así mismo, todo el área de influencia, que comprendía
los importantísimos yacimientos mineros cercanos14, también quedaron en
manos romanas.

14
Los importantes yacimientos mineros que los cartagineses encontraron en Hispania les per-
mitieron a los bárcidas afrontar cómodamente los ingentes gastos que generaban sus operaciones
militares en la península, así como preparar cuidadosamente la guerra que se avecinaba. Sin duda,
el producto de las diferentes minas en explotación en el territorio peninsular proporcionaron in-
gentes ingresos, pero no hay que olvidar que los diferentes generales cartagineses que se encontra-
ban en Hispania no dejaron nunca de recibir o pedir fondos a la poderosa metrópoli africana.
Movilizar de un día para otro los numerosísimos ejércitos que los púnicos solían desplegar en los
campos de batalla, les costaban incalculables cantidades de dinero, más cuando las continuas
derrotas a manos de los romanos les empujaban a levantar en armas a ejércitos mercenarios uno
detrás de otro.

De las minas situadas en el área de Carthago Nova disponemos de una descripción tardía hecha por
Estrabón. En ella nos comenta que su extensión es de 400 estadios y que trabajan unos 40.000
obreros en la mitad del siglo II a.C. Hay que señalar que todas las minas en territorio ibero que los
romanos explotaron fueron descubiertas y trabajadas antes por los cartagineses.

Otra de las industrias en las que sobresalía el emporio púnico era la de la pesca, con una incipiente
y rica industria del salazón.
II Guerra Púnica. Pág. 64/86

Campaña del año 209 A.C.

El invierno del 210/209 a.C. fue aprovechado por Escipión para


atender las diferentes embajadas que acudían a él, especialmente
la de los régulos que deseaban a su bando por unas u otras razo-
nes.

Con la llegada del buen tiempo, los régulos ilergetes Indíbil y


Mandonio abandonaron el campamento de Asdrúbal Barca (con el
que militaban por entonces) y se retiraron siguiendo las cumbres
de las montañas cercanas para así protegerse de una eventual
represalia de su antiguo aliado. El bárcida se planteó por fin en-
frentarse al romano pues sus fuerzas menguaban día a día debido
a las numerosas deserciones de los aliados y auxiliares hispanos,
más o menos directamente proporcional a las nuevas aportaciones
que recibía su oponente.

Escipión deseaba enfrentarse por separado a los jefes púnicos


antes de que uniesen sus fuerzas; solo esperaba que su ayudante
Lelio, hombre de confianza, regresase de Roma para dar comien-
zo a la campaña. Así pues, en cuanto estuvo preparado, el ejército
romano se puso en marcha (su número había aumentado conside-
rablemente gracias a una importante aportación de aliados hispa-
nos y a que se había decidido varar la flota, destinando a las tri-
pulaciones al el ejército de tierra.

Tras cruzar el Ebro, transitaron por tierras aliadas, siendo agasa-


jados y acompañados por las diferentes tribus amigas por las que
pasaban. En un lugar indeterminado, las tropas de Indíbil y de
Mandonio salieron al encuentro de Escipión, y tras ser aceptados,
pasaron a engrosar sus fuerzas, guiando después a los romanos
hasta el campamento de Asdrúbal Barca.

Los cartagineses, divididos en tres ejércitos, se repartían por todo


el territorio bajo su influencia. El gran número de tropas les im-
pedía acampar conjuntamente durante mucho tiempo, por lo que
la única solución estratégica que podían adoptar era reunirse en el
momento en que el enemigo diese la cara para luchar, lo que de-
jaba a los romanos la iniciativa. Escipión se dirigió rápidamente
en Baécula al encuentro de Asdrúbal Barca con la esperanza de
derrotarlo antes de que acudiesen al lugar los otros generales pú-
nicos.

La batalla de Baécula terminó con una aplastante derrota cartagi-


nesa, aunque como siempre, el incombustible Asdrúbal Barca,
que siempre disponía de un plan ante la adversidad, se retiró con
las tropas y recursos suficientes para proseguir las operaciones
más adelante; se dirigió al norte recogiendo por el camino cuantas
tropas podía.

En este punto, Escipión tuvo enfrente un serio dilema: de los car-


tagineses podía esperarse dos cosas: que se volviesen a reunir los
tres generales enemigos y convergiesen contra él o que Asdrúbal
Barca decidiese intentar de nuevo la marcha hacia Italia con las
tropas y recursos que disponía. En consecuencia, Escipión tenía
dos alternativas: o marchar al norte con todo el ejército en pre-
visión del movimiento de Asdrúbal y abandonar a sus aliados del
sur y centro de Hispania en un momento en que confiaban en él y
su prestigio estaba muy alto, o bien enviar un destacamento al
norte para verificar el posible paso del general cartaginés por los
II Guerra Púnica. Pág. 66/86

Pirineos mientras él se mantenía en el centro/sur de España y con-


tinuaba con su política de acercamiento a los pueblos hispanos, de
los que sabia, dependía la victoria final sobre los cartagineses, y
eso fue lo que hizo).

La decisión de arriesgarse a que Asdrúbal pudiese salir de Hispa-


nia fue muy criticada en Roma; al fin y al cabo, era su principal
cometido en la península, y posiblemente, de haber vencido el
bárcida en la batalla de Metauro y haberse reunido con su herma-
no Aníbal, la historia habría juzgado con severidad la decisión
que Escipión tomó en el consejo de guerra que siguió a la victoria
en Baécula, en donde, por otra parte, se perfilaron las directrices a
seguir durante el resto de la campaña de ese año.

Tras retirarse de Baécula, se replegó de nuevo hacia la costa para


evitar el contraataque de los generales púnicos. Éstos acudieron,
aunque tarde, junto a Asdrúbal Barca; se celebró un consejo de
guerra, en el que se analizó detalladamente la situación. Asdrúbal
Giscón, que mantenía sus cuarteles de invierno en la zona de Tar-
tesos, indicaba que allí la lealtad a los cartagineses era sólida,
pues los romanos les quedaban tan lejos que ni habían oído hablar
de ellos. Magón Barca, haciendo causa común con su hermano,
constató que los ejércitos cartagineses sufrirían constantes men-
guas debido a las deserciones si no se alejaban de la zona de in-
fluencia romana, que alcanzaba ya buena parte de la Bética. La
única solución que veían a este proceso era retirarse a lugares ale-
jados, como las costas del sur y suroeste, o bien empujar a las tro-
pas hacia el norte de Hispania y de allí a la Galia, donde mas
cohesionadas, podrían ser llevadas a Italia en ayuda de Aníbal,
donde se decidiría la guerra.

Se tomaron las siguientes resoluciones: que Asdrúbal Barca se di-


rigiese hacia los Pirineos con la esperanza de llevar a la Galia,
donde reclutaría tropas auxiliares galas antes de pasar a Italia; que
Magón Barca entregase su ejército a Asdrúbal Giscón, y poste-
riormente, junto con la flota (posiblemente ya sabían que la flota
romana no estaba operativa ese año), se dirigiese a las islas Balea-
res, donde reclutarían gentes del lugar, buenos combatientes y
leales; Asdrúbal Giscón, al mando ahora del ejército cartaginés en
Hispania, no tomaría la ofensiva contra el romano, sino que se re-
tiraría al sur, alejándose lo más posible de Escipión, e intentaría
reclutar mercenarios en Lusitania, tropas, al parecer, menos vo-
lubles que las de las tribus iberas con las que hasta ahora conta-
ban; para no dejar del todo la iniciativa a los romanos, encargó a
Massinisa, el númida, que al frente de los 3.000 mejores jinetes,
acosase y saquease las tierras de los aliados de Roma o bien que
auxiliara a los propios.

A tenor de las decisiones tomadas en uno y otro bando, sobre el


papel, fueron los cartagineses quienes elaboraron una más fina y
coherente estrategia, que se llevó con éxito este año. Escipión co-
metió el error de dejar salir indemne a Asdrúbal de Hispania, y de
no molestar a la flota púnica de Magón, que cumplió con su co-
metido en las Baleares.

Las operaciones bélicas en Hispania terminaron aquí, con los ro-


manos consolidando sus posiciones en la península y esperando
noticias sobre la marcha de Asdrúbal a Italia, y los cartagineses
preparando activamente la siguiente campaña. Recibió Escipión
(durante el invierno o la primavera del 208) la orden del senado
de enviar a Cerdeña 50 de sus 80 barcos de gue-rra, orden que se
cumplió de inmediato.

Los Pirineos, barrera natural que separa Hispania de la Galia. Escipión


destacó solo unas topas para verificar si Asdrúbal finalmente salía de la
Pe-nínsula, de lo que realmente dudaba.
II Guerra Púnica. Pág. 68/86

Campaña del año 208 A.C.

Siguiendo la cronología dada por Tito Livio, en año 208 a.C. no


aparece ninguna noticia referente a la guerra en Hispania. Esci-
pión tuvo que remitir la flota a Cerdeña como se le había ordena-
do, y según algunos autores, envió tropas a Italia en previsión del
avance de Asdrúbal Barca.

Así los hechos, es posible que Escipión no pudiera o quisiera rea-


lizar ninguna operación de envergadura durante el año en curso.

Campaña del año 207 A.C.

Al comenzar la primavera del año 207 a.C., encontramos de nue-


vo a los cartagineses en plena actividad. Una vez que han recibido
los refuerzos desde Carthago (al mando de Hannón), junto con el
ejército de Magón Barca, se dirigieron hacia territorio celtíbero
para reclutar allí el mayor número de mercenarios posible (consi-
guieron unos 9.000 guerreros).
Los romanos, que se enteraron de esto gracias a los desertores his-
panos, se pusieron inmediatamente en la tarea de aniquilar, o al
menos dispersar, estas fuerzas antes de que se dirigiesen a la Tur-
detania. El general romano envío por delante del grueso de sus
fuerzas a Marco Silano al frente de 10.000 infantes y 500 jinetes,
que llegó con tal rapidez, que se anticipó incluso a los mismos ru-
mores de su venida, cogiendo así desprevenidos a los generales
enemigos. Éstos se mantenían acampados en dos emplazamientos:
el cartaginés, fortificado y con vigilancia; el celtíbero en desorden
y sin disciplina, como corresponde a unas fuerzas irregulares que
además están en su propio territorio, donde no esperan la llegada
del enemigo.

Silano, en una rápida maniobra, giró la columna de su ejército


rumbo al campamento celtíbero, asegurándose de no ser visto des-
de las fortificaciones cartaginesas. A tres millas del lugar, se hizo
un alto y las tropas romanas se deshicieron de su impedimenta.
Rápidamente, formaron para el combate; el enemigo sólo se pe-
rcató de su presencia cuando estaba a mil pasos. Magón Barca,
enterado de lo que sucedía, cabalgó rápidamente hasta el campa-
mento celtíbero, donde tomó el mando de los mercenarios; formó
con los infantes pesados una línea, y a los ligeramente armados
los dejó en la reserva. Cuando salía por las puertas del campa-
mento, fueron atacados por los romanos, que lanzaron una nube
de proyectiles sobre los hispanos; éstos, tras recibir agachados y
protegidos las armas arrodizas, lanzaron a su vez sus proyecti-
les15. La formación romana avanzó lentamente mientras los celtí-
beros intentaban en vano desplegar su habitual táctica de comba-
te. Pero el tipo de terreno y las condiciones en que se encontraban
lo impidieron, por lo que fueron poco a poco empujados y macha-
cados por los legionarios, quienes finalmente arrollaron a los cel-
tíberos, y con ellos, a los pocos cartagineses que habían acudido a
la batalla desde su campamento. El propio general cartaginés
Hannón fue capturado cuando llegaba con más tropas después de
que ya había finalizado el combate.

15
El método de combate inicial de los celtíberos y los romanos era muy similar; descargaban una
lluvia de proyectiles sobre el enemigo antes de cargar con la espada, por ello chocaron y se en-
frentaron a la primera descarga romana, cubriéndose con los escudos y esperando el momento de
su respuesta. Quizás otro tipo de tropa irregular habría sido desbaratada tras un ataque similar en
el preciso momento en que marchan para desplegarse.
II Guerra Púnica. Pág. 70/86

Los celtíberos supervivientes se dispersaron, y Magón Barca, con


unos 2.000 hombres (caballería en su mayoría), consiguió escapar
al desastre, reuniéndose diez días después con Asdrúbal Giscón
en la zona turdetana, en algún lugar indeterminado al este de la re-
gión, donde Giscón operaba contra los pueblos vecinos que se ha-
bían pasado a los romanos.

Escipión, tras felicitar a Marco Silano por su victoria, consideró


que era ya la ocasión de acabar con los cartagineses, y se decidió
a avanzar al encuentro de Asdrúbal Giscón y para obligarle a
presentar batalla. Asdrubal retrocedió hasta la costa, y tras cons-
tatar que el romano se encontraba decidido a encontrarle y des-
truirle, tomó la resolución de dispersar sus tropas, enviándolas a
las diferentes guarniciones de las ciudades aliadas o sometidas pa-
ra, de esta forma, ganar tiempo. Después viajó a Cartago para ex-
poner ante el senado los últimos acontecimientos ocurridos en la
Península y convencerlos de la urgente necesidad de refuerzos.
Mientras tanto, Magón Barca y otros influyentes cartagineses se
refugieron en Gades (por aquel tiempo, una isla), paras estar a sal-
vo de cualquier precipitada tentativa de ataque romano desde el
continente.

Escipión, al estar ya la estación avanzada y ver que los cartagine-


ses habían desaparecido del mapa a causa de la nueva estrategia
de no confrontación adoptada por los púnicos, decidió retroceder
hacia los territorios bajo su control, no sin antes enviar a su her-
mano, Lucio Escipión, al frente de 10.000 soldados de infantería
y 1.000 jinetes a atacar la ciudad de Oningis (desconocida16), leal
a los cartagineses, que mantenía una guarnición púnica dentro de
sus murallas; desde esta ciudad, Asdrúbal Giscón había llevado a
cabo recientemente operaciones de castigo contra los hispanos
que había desertado.

Se asaltó la ciudad, que se defendió fieramente, hasta el punto que


Lucio se vio obligado a utilizar a todo el ejército en el asalto, a
oleadas, hasta que agotados los defensores, terminaron por ceder
las murallas y huir al interior de la ciudad. Luego, decidieron en-
tregarse; algunos salieron desarmados por una de las puertas, sos-
teniendo, eso sí, un escudo para protegerse de los proyectiles y
enseñando bien a las claras la diestra desarmada. No se sabe bien
lo que sucedió, el caso es que fueron recibidos como enemigos y

16
Se dan muchas ubicaciones; quizás pudiese ser la actual Jaén.
II Guerra Púnica. Pág. 72/86

atacados como tales, provocando gran matanza. Los legionarios


entraron por las puertas abiertas por las que salieron los hispanos
y accedieron a la ciudad, en el mismo momento en que otros se
habían hecho ya con las murallas. Los cartagineses y trescientos
hispanos fueron hechos prisioneros. De los hispano-cartagineses
se dice que cayeron unos dos mil; de los romanos, unos noventa.

Una vez de regreso en Cartago Nova, con el ejército ya reunido,


Escipión dio por concluida la campaña en vista de lo adelantado
del año y de la acertada estrategia adoptada por los cartagineses.
Envío las tropas a los campamentos de invierno y él se dirigió a
Tarraco. Lucio Escipión marchó a Roma, llevando con él a Han-
nón y los prisioneros más importantes.

Campaña del año 206 A.C.

Tras el regreso de Asdrúbal Giscón a la península (de nuevo con


dinero y refuerzos de Carthago), contando con la ayuda de Magón
Barca, procedió a una leva masiva detropas; esta vez se reunió el
mayor número que hasta entonces había poseído general alguno
en estos últimos años: entre 50.000 y 70.000 hombres concentra-
ron los púnicos en la ciudad de Ilipa, reforzados además con la
presencia de la estupenda caballería númida de Massinisa.

Escipión, enterado de estos preparativos, se encontraba dubitativo


pues era consciente que solo con los romanos no podría vencer, y
depender de sus aliados hispanos, le podría acarrear problemas.
Finalmente, se decidió a emprender la ofensiva, y en principio,
sumar a sus fuerzas a los auxiliares nativos que pudiese recabar de
sus aliados. El ejército romano emprendió la marcha desde sus
cuarteles de invierno. Escipión encargó a M. Silano que recogiese
las tropas que el régulo Culchas le había prometido: 3.000 hom-
bres de infantería y 500 de caballería, tropas que se unieron al
grueso de las fuerzas romanas ya en la frontera de la Turdetania.

Fue Ilipa la batalla más difícil a la que Escipión se enfrento en


Hispania. No faltó mucho para que su ejército quedase desbara-
tado y su obra arruinada. La derrota del ejército púnico significó
su el fin en Hispania, por más que el incombustible Magón Barca
albergase hasta el ultimo momento (durante la rebelión de Indíbil
y Mandonio y la sublevación de los legionarios en Sucro) la es-
peranza de restablecer la situación.

El lugar exacto de la batalla es discutido.


Aquí reflejo una de las posibilidades.

Tras la derrota, los cartagineses consiguieron replegarse con seis


mil hombres mal armados a una posición cercana a la costa. Allí
fueron cercados por los romanos; ante la difícil situación en que
se encontraban, no dejaron de tener entre sus filas deserciones de
auxiliares hispanos, por lo que, vista la situación totalmente de-
sesperada en que se encontraban, Asdrúbal Giscón opta por desa-
parecer, escapando una noche hasta la costa, donde la flota le re-
cogió y llevó a Gades.

Escipión, una vez informado de la huida del cartaginés, dejó a Si-


lano con un contingente de 11.000 hombres para proseguir el cer-
co de la posición enemiga (en la que todavía se encontraba Ma-
gón), y él se retiró a Tarraco con el resto del ejército, donde de-
seaba atender algunos asuntos referentes a los aliados. Asdrúbal,
una vez en Gades, envío de nuevo a la flota a recoger a Magón
II Guerra Púnica. Pág. 74/86

Barca, quien también abandonó a las cercadas tropas, que tras la


huida de sus dos jefes, desertaron en masa y se unieron a las lí-
neas romanas o regresaron a sus lugares de procedencia.

Cuando ya solo Gades resistía, tuvo lugar la entrevista de Massi-


nisa con los romanos. Poco después, abandonaría a sus aliados
cartagineses y escaparía a África.

La noticia del fin de la guerra en Hispania, dada por Escipión po-


co después de estos hechos, puso fin a la guerra que a lo largo de
trece años había enfrentado a los romanos con los cartagineses en
la Península Ibérica; lo que quedaban eran simples operaciones de
represalia y de limpieza, pues muchas tropas y generales púnicos
permanecían todavía en el área, aunque ninguno podía conside-
rarse realmente peligroso.

Sin embargo, las singulares características de Hispania, en la que


era fácil levantar un ejército si se disponía de la oportunidad y el
oro necesarios, hacía indispensable acabar de una vez con cual-
quier rescoldo de tan largo y grave conflicto.

Escipión piensa en África

Durante su estancia en Tarraco, Escipión, que empezaba a pensar


ya en la campaña de África, envío a su ayudante C. Lelio a Nu-
midia para solicitar de Sifax garantías para una entrevista per-
sonal. Dadas éstas por el poderoso régulo masesulio, Escipión sa-
lió por tierra hacia Cartago Nova, dejando a Lucio Marcio en Ta-
rraco, y en Carthago Nova, a M. Silano, para asegurar la estabi-
lidad en Hispania.

Se hizo a la mar con dos quinquirremes y puso rumbo al puerto


númida más cercano; pero dio la casualidad que en ese mismo lu-
gar estaba atracado Asdrúbal Giscón con siete navíos de guerra17.
Los cartagineses se percataron demasiado tarde de la llegada de

17
Según Polibio, Asdrúbal Giscón se encontraba allí comisionado por el senado de Cartago; según
Tito Livio, fue una casualidad, ya que Asdrúbal marchaba de Gades a Cartago y solo hacia un alto
en el puerto del rey númida, su yerno y aliado.
los dos barcos y no tuvieron tiempo de armar y embarcar a la tri-
pulación, por lo que los romanos atracaron en el mismo puerto.

Pese a la alianza que Sifax mantenía con los cartagineses, se selló


un principio de acuerdo entre Escipión y el númida, tras lo que el
general romano regresó a sus barcos, y de allí, tras cuatro días de
navegación, a Cartago Nova.

Una vez en Hispania, Escipión sometió algunas ciudades. Entre


ellas, Cástulo e Iliturgis; Cástulo porque cuando las cosas les fue-
ron bien a los romanos en tiempos de los dos escipiones, se alia-
ron con ellos, pero después desertaron tras su derrota; a Iliturgi
porque asesinaron a los romanos que se habían refugiado en la
ciudad tras las derrota y muerte de los escipiones. Así pues, apro-
vechando que la situación en el resto de Hispania permitía esta
operación de castigo, el ejército romano se dirigió primero contra
Cástulo, a la que se puso cerco con un tercio de las tropas, bajo el
mando de Lucio Marcio. El resto de las fuerzas, tras una marcha
de cinco jornadas y bajo el mando directo de Escipión, asedió la
ciudad de Iliturgis18.

El asedio de Iliturgis fue llevado con gran ferocidad tanto por los
romanos como por los asediados, que eran conscientes de que los
romanos deseaban vengarse. En la defensa toman parte hombres,
mujeres y niños. Los romanos atacan con escalas por dos puntos,
siendo rechazados una y otra vez, por lo que los decididos defen-
sores ganan confianza. Escipión, viendo que su victorioso e imba-
tido ejército está en trance de ser derrotado y se encuentra inde-
ciso ante las murallas de la ciudad, amenaza a las tropas con coger
él mismo las escalas y atacar la muralla en persona; se acercó a
las posiciones del enemigo al tiempo que el resto del ejército,
avergonzado ante su general, prorrumpió en un clamor y asaltó en
masa la muralla desde muchos sitios a la vez; tal fue su ímpetu,
que finalmente la tomaron, y tras ella, la propia ciudadela en me-

18
Es difícil saber con precisión si se trata de la Iliturgis que conocemos u otra ciudad mal
reconocida por Livio. Evidentemente, las cinco jornadas de camino entre Cástulo e Iliturgis pare-ce
a todas luces desmesurada, salvo que se transportasen diversos componentes pesados para el ase-
dio, léase catapultas y demás. Lo cierto es que los especialistas dan otras ciudades como alternativas
a esta Iliturgis; otros historiadores antiguos, como Apiano, dan, por ejemplo, la ciudad de Ilorci, en
la región de Murcia.
II Guerra Púnica. Pág. 76/86

dio de la confusión creada por la victoria gracias al ardid de los


desertores africanos que militaban en sus filas. Éstos, ágiles y
montaraces, armados a la ligera, escalaron por la agreste colina
sobre la que se asentaba la ciudadela de Iliturgis, cogiendo des-
prevenidos a sus defensores. El saco de la ciudad fue terrible.
Fueron pasados a cuchillo sus habitantes sin distinción de sexo ni
edad, la ciudad fue arrasada y ardió por los cuatro costados. Cuan-
do los romanos se marcharon, no quedaba ya nada de la otrohora
orgullosa ciudad hispana.

Desde Iliturgis, Escipión se dirigió a Cástulo, ciudad defendida


por un contingente púnico al mando de Himilcón, supervivientes
de la batalla de Ilipa pocos meses atrás. La ciudad se encontraba
sumida en el temor tras las noticias llegadas de la destrucción de
Iliturgis, así que como sabían que las causas que les enfrentaban a
los romanos no eran tan graves como para que no se pudiesen so-
lucionarse amistosamente, el sector más inclinado a la paz (enca-
bezado por el noble Cerdubelo) pactó en secreto la entrega de la
ciudad, y con ella, a la guarnición cartaginesa que se encontraba
dentro. Así fue; todos los cartagineses fueron hechos prisioneros
sin tener la opción de luchar. Tras el castigo de estas dos ciuda-
des, Escipión volvió a Cartago Nova.

L. Marcio, al mando ahora de las fuerzas romanas, avanzó por la


orilla izquierda del Betis hasta cerca de Ilipa, donde, tras cruzar el
río, sometió pacíficamente a dos importantes ciudades, que le
abrieron las puertas.

Después se dirigió a Ostipo, ciudad conocida no tanto por su


amistad con los cartagineses, sino por su odio a los romanos, con-
tra los que habían cometido numerosos despropósitos, atacando y
saqueando a todo latino que encontraban por sus propias tierras y
las adyacentes; incluso habían llegado a matar a un numeroso gr-
upo de soldados en una emboscada. Así pues, L. Marcio decidió
terminar con este estado de cosas; se puso sitio a la ciudad. Sus
habitantes, resueltos a vencer o morir, se prepararon para hacer
una salida contra el enemigo, que había asentado sus reales a poca
distancia de las murallas y que no esperaba un ataque de este tipo.
Los hispanos salieron sin orden ni concierto pero poseídos de una
furia tal, que cuando los romanos lanzaron a parte de la caballería
contra ellos, fue desbaratada; la infantería ligera que les seguía
vaciló también (a duras penas tuvo tiempo de formar la línea de
combate). Los legionarios vacilaron por un momento. Finalmente,
al morir los primeros asaltantes, el resto se refrenó un tanto, gene-
ralizándose un combate más regular. Poco después, en vista de
que nadie cedía, los romanos, aprovechando su superioridad nu-
mérica, alargaron sus líneas y desbordaron a sus contrarios, quie-
nes se encontraron al poco totalmente rodeados y combatiendo en
circulo hasta que el último de ellos murió por la espada.

En la ciudad, viendo el desfavorable resultado del combate, se


procedió a un suicidio masivo; los pocos soldados que habían
quedado dentro asesinaron, como así se había acordado, a la tota-
lidad de sus ciudadanos (hombres, mujeres y niños), arrojando
luego sus cuerpos a una enorme pira levantada a tal efecto; final-
mente, los propios guerreros entregaron sus cuerpos a la muerte,
arrojándose al fuego.

Cuando los romanos llegaron a las puertas de Ostipo, la matanza


ya se había consumado. Al principio, la sorpresa detuvo a los sol-
dados; luego la codicia les empujo hacia las llamas para recoger el
oro y la plata. La barahúnda de soldados, empujándose unos a
otros por la estrechez del lugar y el empuje de los que venían de-
trás, hizo que muchos se precipitasen a las llamas o que muriesen
asfixiados por el humo.

Así terminaba el último capitulo de la conquista de Turdetania, ya


que el resto de las ciudades libres de la región se entregaron rápi-
damente tras la caída de Ostipo. El ejército volvió a Cartago No-
va.

Intento romano de tomar Gades a traición

Unos ciudadanos de Gades se presentaron en Cartago Nova para


negociar la entrega de su cuidad a traición. Escipión, deseando
terminar de una vez con los cartagineses, después comprobar la
veracidad de lo que se le ofrecía, encomendó la operación a sus
II Guerra Púnica. Pág. 78/86

lugartenientes L. Marcio (que dirigiría el ejército por tierra) y M.


Silano (al mando de la flota). Por aquellos días, se encontraba en
Gades Magón Barca organizando los intereses púnicos en el área.
Había reclutado, con la ayuda del prefecto de la ciudad, Hannón,
un nuevo contingente de mercenarios, tanto de Hispania como de
África. Disponía también de una flota numerosa.

L. Marcio emprendió la marcha con infantería ligera y sin bagajes


para aumentar así la rapidez de movimiento. Dirigiéndose a lo lar-
go del valle del Guadalquivir, llegó hasta su desembocadura,
donde, casualmente, encontró al general cartaginés Hannón19, que
se encontraba reclutando mercenarios por orden de Magón Barca;
disponía entonces de 700 jinetes y 6.000 infantes (de los que unos
4.000 eran hispanos; el resto, africanos).

Marcio atacó y los rodeó en una colina. En ese momento negoció


con los mercenario para que le entregasen a su general, Hannón;
los mercenarios aceptaron. Luego les pidió los prisioneros que te-
nían retenidos; también se los dieron. Por ultimo, les pidió dinero
y que bajasen de la colina al llano, donde se formalizaría el acuer-
do final.

19
El relato de la batalla, Tito Livio no menciona este hecho, por lo que aprovechamos aquí para
extraer de los escritos de Apiano esta buena información complementaria. Sobre Iberia, 34.
Una vez que los mercenarios bajaron de la colina, L. Marcio les
expuso la última de sus condiciones: entregarían sus armas y po-
drían entonces retirarse a sus ciudades de origen. La indignación
se apoderó de los celtíberos, que gritaron que no entregarían sus
armas; entraron en combate, donde, después de haber opuesto una
feroz resistencia, cayó la mitad del los mercenarios; los demás pu-
dieron unirse a Magón Barca, que llegó oportunamente a la costa
al frente de una flota de 60 navíos.

Entre tanto, Lelio, al mando de una pequeña flotilla de siete tri-


rremes (seguramente capturados por los romanos cuando conquis-
taron Cartago Nova) y una quinquirreme, llegó hasta el puerto de
Carteia (en el Estrecho de Gibraltar), donde estaban los ciuda-
danos púnicos confabulados para, con la anuencia de los principa-
les20 de Gades, preparar la entrada de los romanos en la ciudad.

No se sabe cómo, pero la conjura fue descubierta por Magón Bar-


ca; sus responsables fueron detenidos, encadenados y deportados
a Cartago en una quiquirreme con ocho tirremes de escolta. En
cuanto esta flotilla púnica fue divisada desde Carteia, la flota de
Lelio salió rápidamente para capturarla; eso sí, dejando pasar pri-
mero a la quinquirreme que marchaba en cabeza, ya que, debido a
las fuerte corriente, era virtualmente imposible que diese media
vuelta para enfrentarse a los atacantes.

El choque fue caótico, pues las trirremes de ambos contendientes


maniobraban con mucha dificultad. Sin embargo, las embestidas
fueron numerosas y el combate se generalizó, luchando brava-
mente ambos bandos. La quinquirreme romana de Lelio, al ser un
barco pesado y con más remeros, pudo moverse tácticamente con
más comodidad y embestir a las trirremes enemigas, hundiendo
dos de ellas e inmovilizando una tercera; y hubiese arrollado a las
demás si Aderbal, dándose por vencido, no hubiese puesto proa a
la costa africana, desentendiéndose del combate. Lelio volvió a
Carteia, donde los marineros púnicos le informaron que la conjura
había sido descubierta y que sus responsables iban detenidos Car-

20
Hay que señalar la presencia en la ciudad de gran número de soldadesca y las penalidades que
esto causaba a la población civil, incluido el hambre, que por falta de suministros se padecía en la
ciudad púnica.
II Guerra Púnica. Pág. 80/86

tago en la quinquirreme. Así las cosas, Escipión le ordenó retirar-


se, orden que también recibió L. Marcio.

El motín de Sucro

En este estado de cosas, Escipión enfermó. Hasta tal punto pare-


cía grave su enfermedad que se rumoreo que había muerto. En-
tretanto, L. Marcio asumió el mando del ejército.

Y cuando todo parecía que estaba controlado en Hispania, ocurrió


lo que quizás ninguno habría imaginado. Al propagarse la noticia
de la enfermedad de Escipión, y después el rumor de su muerte, la
guarnición romana que se mantenía acuartelada en Sucro, que vi-
gilaba el norte peninsular sometido a los romanos, se rebeló con-
tra sus mandos y entró en abierta sedición.

Esta muestra de indisciplina acabó por convencer a los ilergetes


Indíbil y Mandonio de que verdaderamente Escipión habría muer-
to. Contactaron con los amotinados, se aliaron con ellos y no tar-
daron en convencer a su gente y a los lacetanos, además de un
buen número de los siempre belicosos celtíberos, para que se
uniesen a ellos. Atacaron el territorio de los suesetanos y los sede-
tanos, ambos aliados a los romanos.

Mientras las cosas andaban así de revueltas en la zona del Ebro,


algunos legionarios se amotinaron por las muchas privaciones a
los que se les tenía sometidos hacia tiempo; se preguntaban, por
ejemplo, por qué seguían en armas una vez que la provincia había
sido ya pacificada21 y pedían volver a Italia. También se reclama-
ban las pagas atrasadas. Todo en un ambiente, como cuento, de
abierto desafío a los mandos. Abandonaban sus puestos y se de-
dicaran, entre otras actividades, al pillaje en el territorio aliado
circundante al campamento. Como no esperaban que los mandos
se uniesen a la causa, decidieron expulsarlos de los acuartela-
mientos y nombrar jefes a algunos cabecillas de amotinamiento;
los soldados Cayo Albio Caleno y Cayo Atrio Humbro se hicieron
con el poder, manteniendo las insignias de los tribunos de las le-
giones.

Magón Barca envió agentes con dinero para sobornar a los cabe-
cillas de la rebelión mientras animaba a los cartagineses a invertir
el rumbo de los acontecimientos.

Otras guarniciones romanas de la zona del Ebro se unieron a los


amotinados. Sin embargo, los régulos ilergetes, tras un primer
momento en el que parecía que su intervención podría agravar el
conflicto, decidieron esperar el curso de los acontecimientos.

Cuando los sublevados pensaban saquear las ciudades próximas y


pedir contribuciones a las tribus aliadas como parte de los benefi-
cios de esta nueva situación creada, llegó la noticia de que Esci-
pión, en contra de los insistentes rumores, no había muerto; siete

21
Al comenzar la campaña de Hispana en el 218 a.C., el senado no se planteó en lo más mínimo
cualquier posibilidad de anexión u ocupación permanente en la península. Se encontraban allí por
razones circunstanciale, por batir a los cartagineses y liberar Sagunto. Tras diez años de guerra,
se había conquistado sistemáticamente toda la costa mediterránea y gran parte de los territorios del
interior. En el 206 a.C. el objetivo se había llevado a cabo, y sobre el papel, había llegado la hora de
regresar. Evidentemente, nada de eso se haría, pero en ese momento no se había tomado todavía
ninguna resolución seria acerca de qué hacer con el rico e importante territorio ocupado. Aníbal,
durante la campaña italiana, dejó bien claro que, tras derrotar a los romanos, los cartagineses se
retirarían de la península; los romanos, por suerte para ellos, nunca dijeron nada similar al co-
menzar su campaña en Hispania.
II Guerra Púnica. Pág. 82/86

tribunos enviados por el propio general, se entrevistaron con los


rebeldes y con los aliados, logrando convencer a amotinados, que,
al final, solo exigieron la paga atrasada y alguna recompensa por
los largos años de dura guerra.

Escipión, una vez informado de las reivindicaciones, envió aquí y


allá recaudadores para conseguir de los aliados la cantidad de di-
nero necesaria para cumplir con lo exigido por la tropa. Mientras
tanto, se solicitó que los amotinados se dirigiesen a Cartago Nova
de la manera que pudiesen, por grupos o en bloque, en donde se
daría una salida a sus reivindicaciones. Mientras, preparó un ejér-
cito con el declarado objetivo de atacar a los régulos ilergetes su-
blevados.

Ordenó así mismo que los siete tribunos que habían estado en Su-
cro con los rebeldes regresaran junto a ellos y que cada uno, de
manera diplomática, se hiciese con cinco de los considerados ca-
becillas, para, mediante algún subterfugio, alejarlos de la tropa
con cualquier excusa.

La tropa, que había decidido acudir junta a Cartago Nova como


medida de autoprotección, se sintió aliviada al saber que el ejér-
cito que se estaba organizando en la ciudad marcharía al día si-
guiente a combatir a los Lacetanos. Así, pensaban, la ciudad y el
propio general se encontrarían indefensos ante su presencia.

Cuando entraron por las puertas a la caída de la tarde, se cruzaron


con el ejército que se preparaba para marchar a la guerra. Fue en
este momento cuando los cabecillas fueron encadenados por los
tribunos. Al mismo tiempo, el ejército que salía de campaña, se
detuvo en las puertas de la ciudad, las cerrarron para que nadie
saliese y desplegaron guardias en todas entradas.

Cuando Escipión los convocó en asamblea, los amotinados se


mostraban arrogantes y poco comedidos, mostrando bien a las
claras su atrevimiento y esperando así amedrentar al joven gene-
ral. El ejército acudió armado y se desplegó alrededor de los amo-
tinados. Éstos, unos 10.000, inmediatamente se sumieron en la
consternación y se asustaron, más cuando el semblante del gene-
ral se mostraba tenso y lleno de ira. Escipión no dijo palabra. Se
sentó en la tribuna y mandó traer a los cabecillas para que empe-
zara la asamblea. Entonces se dirigió a la tropa para echarles en
cara tanto la rebelión como el haber hecho causa común con los
enemigos de Roma, léase Indíbil y Mandonio. Finalmente, anun-
ció que la ofensa quedaría lavada con el castigo inmediato de los
culpables. Los soldados que rodeaban a los amotinados cerraron
filas y comenzaron a golpear sus escudos con las espadas. La sol-
dadesca, aterrada, oyó pronunciar los nombres de los condenados,
y seguidamente vieron cómo los azotaban mientras los llevaban al
suplicio para decapitarlos uno a uno. Los pocos rebeldes que res-
pondieron a los gritos de socorro de los convictos murieron a
manos de los soldados leales. En total, fueron decapitados 35
cabecillas. Escipión retiró los cadáveres y purificó el lugar antes
de hacer jurar a la tropa fidelidad a las enseñas. Después, les pago
la soldada que les debía y se dio por zanjado el asunto de la rebe-
lión.

Escipión derrota a los ilergetes

Una vez solucionado el problema en su ejército, Escipión se


dispuso a castigar a los ilergetes que habían traicionado la alianza
y que habían osado atacar a los otros pueblos aliados de Roma.

Indíbil y Mandonio, tras las noticias del fin del motín, habían re-
gresado a sus territorios y se mantenían inactivos a la espera de
que el general romano perdonase sus faltas. Esperanza tenían,
pues había perdonado a sus propios soldados. Pero cuando se en-
teraron de la atroz muerte de los responsables de la revuelta, ar-
maron a sus gentes, no esperando de Escipión ninguna medida de
gracia.

El ejército ilergete y sus aliados marcharon al territorio sedetano


(o puede que edetano), donde mantenían un campamento atrin-
cherado levantado en la última de sus incursiones, meses atrás.
Las fuerzas hispanas sumarían unos 20.000 infantes y 2.500 ji-
netes. Combatieron en un valle angosto, valle que si bien no per-
mitía a los hispanos desplegarse correctamente, según su forma de
II Guerra Púnica. Pág. 84/86

pelear, a los romanos les venía ni que pintado, ya que su avance


en orden cerrado sin duda arrojaría a los guerreros enemigos del
campo de batalla. Y ya que la caballería tampoco podría manio-
brar, Escipión dispuso la suya, al mando de Lelio, para que, dan-
do un rodeo por las montañas que conforman el valle, atacase la
retaguardia enemiga. Los hispanos fueron derrotados por el sólido
avance de la infantería romana y la súbita aparición de la caballe-
ría por la retaguardia. Todo el centro del dispositivo ilergete fue
rodeado y exterminado, mientas las alas escapaban por las monta-
ñas, y entre ellos, los dos protagonistas, Indíbil y Mandonio. Pue-
de que solo se salvase un tercio del ejército ilergete.

Escipión perdonó más tarde la falta cometida, y los régulos his-


panos se avinieron de nuevo a la alianza tras el pago de una com-
pensación económica para hacer frente a los gastos de su ejército.

El ejército romano se desplazó a la Turdetania con la esperanza de


concluir de una vez con la presencia púnica en la península. Los
cartagineses estaban arrinconados en Gades, inactivos, porque
Magón Barca había perdido ya la esperanza de que la situación
diese un brusco giro a su favor tras el fin del motín y la derrota de
los ilergetes.

Por aquellos días, llegaron noticias de Cartago; llegaba gran canti-


dad de dinero y la orden de dirigirse a Italia. Perdida ya Hispania,
la única opción ofensiva clara era reforzar a Aníbal, reclutando
au-xiliares en Liguria y la Galia Cisalpina, de manera que, o bien
los romanos fuesen por fin derrotados o que no pudieran llevar, al
menos de momento, la guerra a África.

Magón Barca reunió todo el dinero que pudo encontrar de los fon-
dos públicos gaditanos y expolió todo el oro y plata de templos y
casas particulares. Después zarpó con la secreta intención de to-
mar Cartago Nova por sorpresa, como último zarpazo de los bár-
cidas en Hispania. La flota costeó el sur de la península pero se
entretuvo imprudentemente en saquear territorios cercanos a su
objetivo, por lo que la guarnición de Cartago Nova se encontraba
ya advertida de la presencia de tropas púnicas en sus aguas. Fon-
deada la flota púnica frente a la ciudad, Magón lanzó su ataque
por la noche, por el mismo lugar que los romanos tomaron la
muralla por el lado marítimo. Para el ataque, el cartaginés desem-
barcó una mezcolanza de tropas y marinería con poca capacidad
combativa.

Los romanos abrieron las puertas por ese sector y salieron de


pronto contra los sorprendidos atacantes. Si las naves no se hu-
biesen acercado a la costa, todos los cartagineses habrían sido ex-
terminados.

En las naves, también se vivieron escenas de pánico, al temer que


los romanos, en su persecución, llegasen a subir a bordo. Por ello,
en más de una ocasión, se cortaron amarras antes de tiempo, re-
tirando las escalerillas de tal manera, que gran número de solda-
dos murió ahogado o quedó a su suerte frente a los legionarios.

Al día siguiente, cuando amaneció, todavía fueron capturados 800


soldados de Magón, que estaban escondidos entre la muralla y la
orilla. Se recogieron más de 2.000 armaduras enemigas, muestra
de la debacle de los asaltantes.

Magón, derrotado, se dirigió a Gades. Como no le permitieron


amarrar, fondeó frente a una ciudad cercana, y envió a Gades
unos parlamentarios para pedir explicaciones y convocar al sufete
(principal magistrado de la ciudad) y a su segundo; una vez en su
presencia, los azotó y crucificó. Se dirigió después a Baleares, lle-
gando sin contratiempos a Ebussus, colonia púnica, donde fueron
bien recibidos y se les suministro soldados, armas y vituallas.

Después puso proa a Mallorca con la intención de invernar allí,


pues estaba finalizando el otoño. Sin embargo, fueron atacados
con violencia por los habitantes de la isla, por lo que tuvieron que
abandonar sus costas, dirigiéndose entonces a Ibiza (antiguamen-
te, Ibiza no se incluía dentro de las Baleares), donde por fin toma-
ron tierra, se fortificaron y, seguidamente, atacaron el territorio de
los nativos, a los que derrotaron.

Se reclutaron a 2.000 auxiliares, que enviaron a Cartago. Magón


se quedó en Ibiza para pasar el in-vierno.
II Guerra Púnica. Pág. 86/86

La mayor de las islas Baleares estaba relativamente poblada.


Además, habitaban los temibles nativos que usaban como arma
principal la honda. El mismo Magón Barca tuvo la oportunidad
de probar la efectividad de estas armas pues, al acercarse a la
costa, la flota cartaginesa fue recibida con una andanada masiva
de proyectiles que hicieron que el bárcida diese media vuelta,
alejándose de allí antes de arriesgarse a acercarse más y ponerse
a tiro de tan certeros honderos.

Tras la marcha de Magón, Gades se alió con los romanos. Esci-


pión, concluida la pacificación de Hispania, y todavía en Turdeta-
nia, estableció a los heridos e impedidos del ejército en un nuevo
emplazamiento, una nueva ciudad a orillas del Betis a la que lla-
mo Itálica.

A continuación, se digirió rápidamente a Tarraco, donde, tras re-


cibir a sus sucesores, los propretores Lucio Léntulo y Lucio Man-
lio Acidino, y dejar una guarnición acorde con la nueva situación
de región pacificada, embarcó en una escuadra de 12 navíos (toda
ella repleta de tesoros, prisioneros ilustres y toda clase de botín)
para dirigirse a Italia.

Fin de la campaña del 206 a.C. y de la presencia púnica en la


península ibérica.
LA GUERRA EN ITALIA

Campaña del 218 a.C.

No se sabe con precisión el paso montañoso que utilizó Aníbal


para atravesar los Álpes, pero lo cierto es que la primera tierra que
pisó fue la de la tribu cisalpina de los taurinos. Esta tribu se en-
contraba por entonces en guerra contra los insubros.

Aníbal se abstuvo de intervenir en el conflicto, principalmente


porque sus tropas comenzaban a reponerse del duro paso de los
Álpes; necesitaban algunas jornadas de descanso antes de ponerse
de nuevo en marcha. Pero no aguantó demasiado la inactividad,
pues habiéndosele negado la amistad y por el rechazo que causaba
su presencia entre los taurinos, optó por hacerles la guerra, y asal-
tóo y tomó su capital, Taurinum, tras lo cual se rindieron.

Las cifras que se dan acerca de los efectivos cartagineses varían


de unos autores a otros; se acepta unos 20.000 infantes y cerca de
10.000 jinetes, más un puñado de elefantes. Este ejército estaba
compuesto por una variada mezcla de soldados iberos, celtíberos,
lusitanos, cartagineses, africanos, númidas y mercenarios galos.

Batalla del Ticino

La presencia de Aníbal habría impulsado a los galos del otro lado


del Po a la guerra abierta contra los romanos si el cónsul P. Cor-
nelio Escipión no hubiera llegado a la región rápidamente, pues
deseaba trabar combate con el cartaginés antes de que sus fuerzas
se recobrasen del duro paso por los Álpes.

Escipión disponía de un ejército consular, en gran parte formado


por reclutas que recientemente, bajo el pretor L. Manlio, habían
sufrido algún descalabro frente a los galos.

Llegó Escipión a Piacencia y rápidamente cruzó el Po mediante


un puente de pontones. Situó su campamento junto al río Ticinus.
II Guerra Púnica. Pág. 2/78

Aníbal, que llegó casi al mismo tiempo, situó su campamento jun-


to a Victumula, al otro lado del Ticinus. Escipión tendió un puen-
te, y tras construir un fuerte para protegerse en caso de retirada,
avanzó hasta plantar sus reales a cinco kilómetros de su enemigo.

El cartaginés, mientras los romanos estaban ocupados en la cons-


trucción del fuerte, mandó a Maharbal (jefe de la caballería) con
500 númidas a devastar las tierras de los galos aliados de los ro-
manos, y de ser posible, a empujarlos a la rebelión contra Roma;
una vez que Escipión terminó las obras, Aníbal ordenó regresar a
la caballería.

El primer encuentro se dio casi por casualidad. Los dos jefes en-
viaron tropas ligeras de exploración para espiarse mutuamente. Al
divisarse, se desplegaron para el combate. Escipión colocó sus ar-
queros en primera línea, seguidos por los jinetes galos aliados; en
la reserva dejó a los romanos y a los aliados de más valía.
Aníbal desplegó en el centro de su dispositivo a la caballería de lí-
nea, y en las alas, a los númidas; en cuanto éstos avanzaron, los
arqueros de Escipión emprendieron la fuga, y de esta forma, solo
quedó en el campo la caballería de ambos contendientes. El com-
bate fue duro e igualado hasta que los númidas de los flancos,
después de dispersar a los arqueros, dando un rodeo, aparecieron
por la espalda del enemigo. El miedo se apoderó de la formación
romana, sobre todo cuando el cónsul fue herido (lo salvó su hijo,
el joven Escipión, quien más tarde sería conocido como El Afri-
cano).

La formación romana se apiñó alrededor del cónsul, y protegién-


dolo, se retiraron en orden hasta el campamento.

Esta fue la batalla de Ticino (en realidad una escaramuza). En


ella, Escipión se dio cuanta de la superioridad de la caballería car-
taginesa y su terrible eficacia táctica. Decidió abandonar la zona,
tan favorable para el combate ecuestre, y regresar a Piacencia.
Por la noche, levantó el campamento y rápidamente se dirigió al
Po, cruzándolo de nuevo por el puente de balsas que ya antes ha-
bía usado.

Aníbal salió en su persecución y llegó a tiempo de impedir que


los 600 soldados romanos encargados de desmontar el puente de
pontones prosiguiesen su labor. Gran parte de estos legionarios
fueron capturados, pero el puente no pudo salvarse, pues ya ha-
bían sido cortadas las cuerdas que lo sujetaban en las orillas y fue
arrastrado por la corriente.

A partir de aquí hay dos versiones acerca del paso del río Po: una
dice que fue cruzado a viva fuerza; otra, la versión más creíble,
que Aníbal construyó un puente de balsas. Sea lo que sea, las
primeras tropas que cruzaron el río fueron la caballería ligera nú-
mida y la infantería ligera hispana, con las que Magón se dirige a
Piacencia a espiar el dispositivo enemigo. Aníbal, mientras se rea-
liza el transporte de los bagajes y de las tropas pesadas, recibe a
los embajadores de las diferentes tribus galas que acuden a su pre-
sencia. Una vez al otro lado del Po, Aníbal marchó hasta Pia-
cencia y acampó a seis millas de la ciudad. Después, desplegando
II Guerra Púnica. Pág. 4/78

el ejército, ofreció batalla a los romanos, quienes, por el momen-


to, no aceptaron. Por la noche, parte de los auxiliares galos al ser-
vicio de los romanos provocaron un motín; tras asesinar a los cen-
tinelas de las puertas, se pasaron al ejército de Aníbal (unos 2.000
infantes y 200 jinetes). El cartaginés recibió con cortesía a los de-
sertores, y tras recompensarlos, los envió a sus respectivas tribus
para animarlas a luchar contra Roma.

Escipión, aún convaleciente de la herida, temió por la seguridad


de su ejército si los demás galos aliados se sumaban a la traición,
así que decidió abandonar el lugar. A las cinco de la madrugada
pasó el río Trebia, acampando en unas colinas poco favorables pa-
ra la caballería La retirada pudo hacerse en calma, pues aunque
los númidas les seguían los pasos, solo pudieron acosar a algunos
rezagados que no habían cruzado el río.

El gran punto débil de la legión, tanto en las guerras púnicas


como posteriormente, fue la falta de caballería propia de calidad.
Tras la guerra púnica, los romanos acudirían a los aliados númi-
das en casi todas las campañas. En definitiva, renunciaron a la
creación de una caballería propiamente romana para dejar este
aspecto táctico en manos de sus aliados; no obstante, con exce-
lentes resultados.

Lo cierto es que durante casi toda laa II Guerra Púnica, Roma


siempre fue inferior en este aspecto. Solo durante el último tramo
de la guerra, en la campaña de África, el apoyo de la caballería
númida de Massinisa inclinó la balanza del lado romano.
La batalla del Trebia

Una vez instalado en sus nuevas posiciones, Escipión decidió no


realizar ninguna acción bélica (excepto fortificar sus posiciones)
hasta la llegada de los refuerzos de su colega, el cónsul T. Sem-
pronio Longo, que a la sazón se encontraba con sus tropas cerca
de allí.

Aníbal, acampado cerca de Escipión, atacó con parte de sus fue-


rzas la ciudad de Clastidium, donde los romanos habían alma-
cenado gran cantidad de trigo. Cuando se preparaba para el asalto,
el comandante, un tal Dacio, les entregó la ciudad a cambio de
400 monedas de oro; éste fue el granero del ejército de Aníbal
mientras permaneció en la zona del río Trebia.

Reunidos los dos ejércitos consulares romanos, ambos jefes dis-


cutieron las medidas a tomar. Escipión, todavía convaleciente,
prefería posponer por un tiempo el enfrentamiento; el segundo,
más fresco y con energías, quería combatir de inmediato.

Mientras debatían acerca del desarrollo de las operaciones, Aníbal


atacó a los galos de la zona, que de momento se mantenían neu-
trales. Los galos solicitaron protección a los romanos; tampoco en
esto los cónsules se pusieron de acuerdo: Escipión se negaba a en-
viarles ayuda; Sempronio, lo contrario. Así pues, Sempronio en-
vió su caballería junto con 1.000 infantes al otro lado del Trebia
para acabar con las incursiones enemigas. Cayeron de improviso
sobre unos 3.000 cartagineses, causándoles muchas bajas; el resto
se refugió en el campamento, desde donde finalmente expulsaron
a los romanos de la zona.

La escaramuza se había saldado con una victoria romana y esto


animó aún más al cónsul T. Sempronio para presentar batalla1.

1
Siguiendo a Polibio, siempre tan atento con los escipiones, parece ser que Aníbal llevó al impul-
sivo, o al menos, más decidido Sempronio al combate, a sabiendas de que Escipión no deseaba
enfrentarse al cartaginés en terrenos particularmente favorables a su superior caballería. Otra
versión, la de Livio, da a entender que Sempronio, más fresco y menos escarmentado con el car-
taginés, tenía decidido combatir (por otra parte, Escipión hizo lo mismo cuando no conocía a su
contrincante). Livio dice que efectivamente el cartaginés sabía que su contrincante quería luchar y
preparó la celada de Trebia... Lo cierto es que el momento elegido por Sempronio no eran ni con
mucho el más adecuado para el choque.
II Guerra Púnica. Pág. 6/78

Aníbal, informado al instante de las maniobras romanas (gracias a


los espías galos), preparó el escenario de la batalla (ver La batalla
de Trebia, en construcción).

.....

Tras el descalabro romano, parte de los supervivientes llegaron a


Piacencia, y parte escapó hasta el campamento; de allí, gracias al
mal tiempo, cruzaron el río Trebia y llegaron a Piacencia. Esci-
pión reorganizó sus fuerzas y las condujo a Cremona para no ago-
tar los recursos de la ya exhausta ciudad de Piacencia con tan gran
cantidad de hombres (T. Sempronio se había refugiado en la
ciudad con el resto de sus tropas)

Dueño Aníbal de todo el campo, mandó que numerosas partidas


de númidas acosasen las líneas de abastecimiento enemigas. Don-
de no llegaba la caballería, llegaba la infantería celtíbera y lusita-
na, más preparada para moverse por colinas y territorios escabro-
sos. Aníbal sembró así de inseguridad toda la provincia romana
de este lado del río Po, tanto, que los romanos solo se podían
aprovisionar por los ríos, mediante barcazas, no atreviéndose a
poner pie en tierra.
Infantería ligera hispana (cántabro) armado con varias jabalinas
de hierro (solferrum), con una espada recta y un cuchillo curvo
adherido a la propia vaina de la espada. Lleva un pequeño escu-
do curvo (caetra), y cubriendo la cabeza, un casco que posible-
mente fuera de cuero. Dibujo de Angus Mc. Bride, Osprey milli-
tary.

Aníbal se acercó a Piacencia y atacó un mercado fortificado cerca


de la ciudad. T. Sempronio salió de Piacencia en formación cua-
drada (protegiéndose por todos los frentes) y así avanzó hacia los
cartagineses. Se entabló un combate ecuestre del que salieron mal
parados los púnicos (el propio Aníbal tuvo que retirarse herido).

Después de unos días de descanso (Aníbal no se encontraba del


todo recuperado) se dispuso a atacar Victimula2. La población,
enardecida por las noticias de la derrota del cartaginés pocos días
atrás ante la valerosa guarnición de Piacencia, se armó de valor y
salió en busca del enemigo. Fue un combate sobre la marcha, en
la que la columna romana, con más de 30.000 hombres, chocó de-
sorganizada contra los pocos miles de veteranos que llevaba Aní-
2
Victimula había sido un mercado romano durante la anterior guerra contra los galos, por eso
estaba fortificado. Tras la guerra, refugiados de distintas tribus y también romanos, crearon cerca
un poblado.. Aumentada su población con motivo de la reciente guerra, sus habitantes se sintieron
con fuerzas y moral para enfrentarse al general cartaginés, con los resultados ya conocidos.
II Guerra Púnica. Pág. 8/78

bal. Los romanos fueron deshechos y puestos en fuga sin muchos


problemas; se les persiguió hasta la ciudad, y poco después, ésta
se entregó. Victimula fue arrasada, y en ella, los soldados de Aní-
bal cometieron todo tipo de desatinos contra sus habitantes.

Campaña del 218/217 A.C.

Aníbal hizo un amago de cruzar los Apeninos (intento negado por


algunos analistas, aunque no sé qué tiene de increíble conociendo
las maneras del cartaginés). Subió las montañas, y a los pocos
días, tuvo que reconocer su fracaso: el frío y la nieve lo impidie-
ron y, además, perdió muchos hombres y siete elefantes.

Volvió de nuevo a las llanuras de Piacencia, estableció su campa-


mento cerca de los romanos y al mando de 12.000 infantes y
5.000 jinetes, ofreció batalla, que fue aceptada. El combate fue
igualado y sin muchas bajas; los cartagineses se retiraron a su
campamento y T. Sempronio hizo lo mismo. Pero Aníbal, de im-
proviso cargó de nuevo contra las tropas romanas; el combate,
sin embargo, volvió a ser parejo, y finalmente ambos se retiraron
con no más de 1.000 bajas por ejército.

T. Sempronio decidió poner tierra por medio y traslado sus cuar-


teles de invierno a Mantua, posiblemente, para mejorar sus líneas
de comúnicación3.

Terminaba el invierno y Aníbal se encontraba impaciente por


abandonar las tierras de los inconstantes galos (acampaba ahora
en Liguria), incluso se dice que temía sus acechanzas y solía de
vez en cuando cambiar de aspecto físico para pasar desapercibido.
En cuanto fue posible, el ejército se puso en marcha de nuevo ha-
cia los Apeninos.

En el bando romano, el cambio de cónsules llevó también a un


cambio de estrategia. En la Galia Cisalpina, quedaría un ejército
3
La inseguridad creada en la región por las rebelión de los galos y las correrías de los merodea-
dores cartagineses dificultaron sobre manera el suministro de los ejércitos establecidos en la línea
del Po. Tal es así que debían recibir abastecimientos vía fluvial; el Po servía de comunicación
segura con la región del Picenum.
protegiendo la región, al mando cónsul Cneo Servilio (Escipión
marcharía a Hispania), mientras que el cónsul C. Flaminio acam-
paría en Etruria en previsión del avance cartaginés.

En cuanto Aníbal recibió la noticia de que C. Flaminio acampaba


en Arezzo (Arretium), decidió cruzar de una vez las montañas e ir
en su búsqueda, esperando, además de combatir con los cónsules
por separado, conseguir soliviantar a los etruscos4 (como había
hecho ya con los galos). No se entiende muy bien por qué Aníbal
decidió atravesar las montañas en lugar de elegir una ruta más
sencilla; quizás deseaba sorprender a los romanos atacando por
Ager Gallícus. Aníbal necesitaba “obligatoriamente” combatir a
los cónsules por separado5. Aunque conocía una ruta más cómo-
da, Aníbal prefirió acortar por medio de las marismas que el río
Arno, debido a las crecidas, había formado. De esta forma, la
sorpresa sería mayor (Aníbal siempre atacaba por donde menos se
esperaba).

El ejército cartaginés se puso en marcha; la larga columna se


adentró en los insanos territorios, y durante casi una semana cru-
zaron esas tierras en las que las tropas sufrieron muchas pena-
lidades, habiendo días que no se podía pisar terreno seco. El mis-
mo Aníbal enfermó, y a causa de ello, perdió uno de sus ojos.
Convaleciente, fue transportado sobre el último elefante que le
quedaba.

Cuando por fin se consiguió salir de las marismas y acampar en


lugar seco, Aníbal envió rápidamente exploradores para informar-
se de la situación de las fuerzas romanas, abastecimientos, comu-
nicaciones, etc. Aníbal, que estudiaba detenidamente siempre a
sus oponentes, recabó información acerca de la personalidad de C.
Flaminio, personaje, se dice (al menos los historiadores antiguos

4
Algunos etruscos se habían levantado en armas en alianza con los galos durante la ultima guerra.
Sin embargo la situación no estaba todavía madura; tendrían que pasar algunos años para que este
pueblo estuviese de nuevo al borde de la rebelión. Solo una decidida intervención del cónsul y el
ejército consular de turno conseguiría mantener la calma en esta estratégica y rica zona.
5
Los romanos ya habían puesto en práctica un plan como éste contra los galos en su última y
invasión. El plan salió bordado, y los galos, exterminados. Con este precedente, los romanos confia-
ban en la victoria, y Flaminio y Servilio asumían el papel que cada uno de ellos debía seguir para la
feliz consecución de las operaciones.
II Guerra Púnica. Pág. 10/78

que lo critican abiertamente) que era arrogante y presuntuoso;


características supo explotar el cartaginés.

Las fuerzas romanas en Etruria, en el momento de la llegada de


Aníbal, se dividían en dos grandes unidades: la primera, acam-
pada frente a la ciudad de Arezzo (Arretium), al mando de G. Fla-
minio, con 4 legiones y 2 ejércitos aliados (unos 30.000 solda-
dos); el segundo contingente se encontraba al mando de G. Cente-
nio6 (unos 8.000 hombres reclutados improvisadamente). En
cuanto se supo la llegada a Etruria del cartaginés, se situaron en
los puntos vitales de las montañas de Umbría, lugar por donde po-
dría pasar Aníbal si decidía ir a Roma.

6
En cuanto a este personaje, en principio hay dos versiones. La primera lo pone como oficial del
ejército del cónsul Gneo Servilio; en realidad, al mando de la caballería del cónsul, quien lo envía
con 5.000 jinetes en busca de C. Flaminio para reforzarle antes de que ambos ejércitos lleguen a
encontrarse. La otra versión es la que aquí expongo, la de Apiano, que es la más detallada. Las dos
pueden ser perfectamente válidas, aunque se suele aceptar la de Livio, que parece que sigue a Po-
libio.
Aníbal se propuso atraer a G. Flaminio7 a un terreno favorable pa-
ra sus planes, pues era difícil batir al romano si avanzaba contra él
en Arezzo (Arretium). Dedicó sus esfuerzos a saquear la rica cam-
piña etrusca, dejando a un lado al romano, por delante del cual,
llegó incluso a "desfilar" con sus fuerzas tras acercarse hasta el
mismo Arretium. Finalmente, Aníbal dejó atrás al romano y sa-
queó con especial crueldad el territorio entre Cortona y el lago
Trasimeno. Flaminio quizás no pudo evitar seguir los pasos del
cartaginés, puesto que se le alejaba demasiado y el plan de esperar
a su colega no tenía sentido si el enemigo marchaba decididamen-
te hacia el sur o directamente a Roma.

Valle sobre el que se asienta la ciudad de Cortona, lugar de-


vastado por Aníbal. Al fondo, el Lago Trasimeno. Hasta allí mar-
chó el cartaginés para emboscar al ejército romano que se diri-
gió a través de este valle hasta el lago para ser destrozado.

7
En honor a la verdad, C. Flaminio no se dejó atraer por Aníbal. La critica ha sido feroz, volcando
en él la responsabilidad total del desastre por cuanto no esperó a su colega y emprendió por sí solo
la campaña contra Aníbal. C. Flaminio era un experimentado soldado; no reaccionó ante la devas-
tación provocada por el cartaginés y solo se movió cuando éste se alejaba demasiado al hacia el sur,
lo cual es quizás una interpretación mas aséptica y acertada de lo sucedido.
II Guerra Púnica. Pág. 12/78

Lago Trasimeno

Una vez que decidió seguir de cerca la progresión de Aníbal (para


los historiadores críticos, como Tito Livio, debería haber esperado
la llegada de su colega, como le aconsejaba su estado mayor), se
puso en marcha para combar. Aníbal ya había elegido el lugar del
encuentro. Se estableció entre la ciudad de Crotona y el lago Tra-
simeno, y mientras tanto, saqueaba a placer esas tierras, esperan-
do atraer así a los romanos. (La batalla del lago Trasimeno, en
construcción)

.....

Tras la batalla, Aníbal siguió moviendo ficha. Mientras el ejército


del segundo cónsul abandonaba la Cisalpina8 para dirigirse rápi-
damente a Roma (Aníbal, establecido en Spoletium le cerraba el
paso), el cartaginés prosiguió su marcha hacia adelante. Se encon-
tró con las fuerzas de G. Centeno, que dominaban la ruta de Ples-
tine. Tras comprobar que no había otro camino, optó por atravesar
los pasos montañosos defendidos por el romano.

A tal efecto, mandó a Maharbal de noche con las tropas ligeras


hispanas a dar un rodeo a través de las montañas para atacar a los
romanos desde las alturas que dominaban sus posiciones,
mientras él lo haría de frente con el grueso del ejército. Los ro-
manos fueron derrotados de nuevo; aunque podrían hacer frente a
los cartagineses que subían contra ellos, se desarbolaron en cuan-

8
Éste es un punto confuso. Según Livio, el cónsul Servilio Gemino se encontraba haciendo algún
tipo de campaña punitiva contra los boyos cuando Aníbal cruzó los Apeninos; tuvo el tiempo
mínimo para retirarse sin gloria de la Cisalpina (solo la destrucción de algún fuerte galo y poco
más) y emprender la marcha por Umbría rumbo a Etruria. En ese momento, se entera de la
derrota de su colega. y se dirije directamente a Roma.
to Maharbal apareció a sus espaldas, provocando el pánico y la
huida de las tropas romanas (murieron unos 3.000 y se capturaron
800).

Tras recibirse en Roma la noticia de la derrota del ejército de C.


Flaminio, la ciudad quedó sumida en un estado de profunda cons-
ternación. El senado, reunido por los pretores, estudió durante
días las defensas con que contaba la República, y en eso estaban
cuando llegó la noticia de que Aníbal había aniquilado también
las fuerzas de C. Centenio, lo cual, además de las derrota y las
muertes en sí, significaba que el camino a Roma quedaba expe-
dito para el cartaginés.

Se acordó nombrar allí mismo a un dictador; Q. Fabio Verrucosus


fue el elegido, e inmediatamente emprendió una frenética activi-
dad para preparar la región y la ciudad9 contra el previsible ataque
del ejército cartaginés.

Mientras tanto, Aníbal, cruzando Umbría, llegó a Spoletium


(colonia latina), donde fracasó, sufriendo considerables perdidas.
Quizás esto le hiciese ver la dificultad de asaltar una ciudad como
Roma, con diferencia la más grande de Italia.

La Vía Flaminia, cerca de Forum Sempronii

9
Se reforzaron las murallas, se armaron hasta los ancianos, se requisaron todas las armas que se
encontraron (por ejemplo, las que existían en los templos como ofrendas de antiguas victorias). Se
destruyeron los puentes sobre los que previsiblemente Aníbal tendría que pasar, y en resumen,
todo lo que humanamente se puede hacer en una situación de extrema necesidad como aquélla.
II Guerra Púnica. Pág. 14/78

En lugar de dirigirse a la capital enemiga, cambió de rumbo10 y


entró en la región del Piceno, ofreciendo a sus veteranos una rica
y tranquila campiña para saquear y recobrarse de los últimos com-
bates, victoriosos pero ciertamente conseguidos a base de muchos
esfuerzos y sacrificios.

Por primera vez, llegaba al mar; inmediatamente envió mensaje-


ros a Carthago con noticias de lo sucedido, de sus victorias y de
su necesidad de refuerzos y dinero.

La noticia del cambio de rumbo de Aníbal serenó un poco la si-


tuación en Roma, permitiendo a Fabio tomar las riendas de la
situación de momento, y a fin de levantar la moral de sus conciu-
dadanos, tomar más en serio todo lo referente a las obligaciones
religiosas que les imponían sus costumbres. Tras cumplirse meti-
culosamente toda una serie de preceptos religiosos, se continuó
con los preparativos militares. Se promulgó un edicto por el cual
todo habitante de territorio romano o aliado debería destruir o lle-
varse todo lo que pudiese ser de interés para el enemigo si
amenazaba con acercarse a sus tierras; así mismo, el dictador or-
denó que todos los que abandonasen las tierras expuestas al ene-
migo se refugiasen en ciudades y lugares fortificados.

Una vez que fueron alistadas dos nuevas legiones, partieron para
encontrarse con el ejército de G. Servilio, quien, saliendo de Ari-
minum, se dirigía hacia Roma. Se encontraron en las cercanías de
Otriculum; Servilio entregó sus fuerzas a Q. Fabio11 y se retiró a
Roma, donde se le encomendaría el mando de la flota de guerra
que debía partir inmediatamente para combatir a los cartagineses
que merodeaban por el Tirreno.

Aníbal, mientras tanto, habiéndose ya recuperado el ejército de


tantas fatigas y esfuerzos, levantó su campamento y prosiguió su

10
La gran cantidad de caballería a disposición de Aníbal le obligaba a moverse continuamente. Los
caballos necesitan terreno para pastar, y se permanecen durante un tiempo en un lugar determi-
nado, agotan los pastos.
11
Desde ese momento, la estrategia romana ya no volverá a caer en la tentación de luchar contra
Aníbal con dos ejércitos por separado. Solo después de Cannas, donde se demostró que era im-
posible vencer en su terreno al cartaginés, los ejércitos consulares actuaban por separado pero a la
defensiva, sin osar ponerse delante de Aníbal con las suficientes garantías.
marcha hacia el sur. Las comarcas de los praetutii (en el Piceno)
fueron devastadas, y luego, más al sur, las tierras de los vestinii,
los marrucios, paelignos y marsos.

Restos arqueológicas de la ciudad de Iuvanum, entre Pinna y


Corfinum, territorio devastado por el ejército cartaginés en su
marcha hacia el Samnio.
II Guerra Púnica. Pág. 16/78

Después, pasó a la región de Apulia, donde alborotó alrededor de


la ciudad de Arpi. Fue en Arpi donde le alcanzó el nuevo ejército
romano del dictador, y allí mismo, Q. Fabio empezó a poner en
práctica la nueva estrategia de desgaste. Aníbal puso a prueba a
Q. Fabio desplegando el ejército en formación de combate; el dic-
tador se mantuvo fuerte en sus reales. A partir de entonces, Aníbal
se dedicará a poner a prueba la constancia de su enemigo, mo-
viéndose repetidamente de lugar y devastando las tierras de los
aliados de los romanos; pero Q. Fabio, que solo avanzaba a través
de montañas y bosques impracticables para la caballería, nunca le
presentaba batalla. Poco tardaría Aníbal en darse cuenta del carác-
ter del militar romano. Q. Fabio continuaba su persecución al ene-
migo, combatiendo solo cuando todas las circunstancias le eran
favorables; acosaba sistemáticamente a los forrajeadores con la
intención de cortarles los suministros, y al mismo tiempo, devol-
ver la confianza a sus tropas, tan duramente castigada después de
los últimos desastres.

Sin embargo, la estrategia de desgaste que acertadamente seguía


el cónsul romano, encontraba pocos partidarios entre sus propias
filas. Sin ir más lejos, su segundo en el mando, el jefe de la caba-
llería, Q. Minucio, era el más ácido de sus detractores, quejándose
bien en publico, bien en privado de la forma de combatir que se
había adoptado por orden del dictador.

El ejército cartaginés proseguía su incesante marcha por serle im-


posible detenerse durante mucho tiempo en un lugar, más siendo,
como estaban siendo, acosados por las poderosas fuerzas del dic-
tador romano.

Aníbal, tras saquear el territorio de los hirpinos, entró en la región


del Samnium, saqueando las tierras que rodean la colonia de Be-
neventum, y bordeando las montañas, llegó hasta Telesia, que se
tomó a la fuerza. La ofensa que todo esto suponía a la soberbia
romana era difícilmente aceptable para la mayor parte de los
oficiales del dictador, que veía cómo arreciaban las criticas contra
él, críticas que pronto llegarían hasta Roma, donde se formarían
dos partidos, uno a favor y otro en contra acerca de la estrategia
adoptada por el ejército.
En un ejército como el de Aníbal, compuesto por más de 10.000
jinetes, miles de acémilas y de cabezas de ganado, se necesitaba
gran cantidad de pastos para alimentar a tantos animales. Por
tanto, se era necesario moviese continuamente, más cuando no
tenía intención de conquistar ningún territorio (no hasta después
de Cannas). Fabio Máximo, a sabiendas de que ésta era la mayor
debilidad del ejército púnico, se dedicó a destruir sistemática-
mente todas las tierras de cultivo y pastos de los territorios por
donde se preveía que pasarían las fuerzas enemigas.

Campaña del 217 A.C.

Durante su avance por el Samnio, Aníbal, debido a una confusión


(según Tito Livio, a un engaño), siguió la ruta desde Telesia (que
fue tomada) a Allifae, traspasando luego los desfiladeros de los
montes Callícula hasta Cales y los campos de Falerno. El car-
taginés se dio cuenta que se encontraba en una apurada situación
estratégica pues aunque la llanura erta fértil y rica, estaba encajo-
nada entre montañas y ríos, y su ejército podría quedar fácilmente
atrapado. Fabio

Máximo, continuando con su estrategia de perseguir a los cartagi-


neses sin presentarles batalla, al menos en el llano, se movía a lo
II Guerra Púnica. Pág. 18/78

largo de los montes Massicus. Aníbal acampó a orillas del Voltur-


nus y saqueaba a placer los campos Stellatis (consiguiendo más
que un considerable botín), hasta las mismas termas de Sinuessa,
mientras era observado por las legiones de Fabio desde las colinas
cercanas.

Allifae, población que tuvo que atravesar Aníbal con su


ejército mientras los romanos se mantenían en las montañas.

La estrategia de Fabio, si bien demostraba ser la adecuada contra


un ejército como el Aníbal, no era ni mucho menos compartida
por los oficiales del dictador romano. Uno de ellos, el magister
equitum12 Mancinio, se exasperaba porque no se impedían las co-
rrerías del enemigo, situado solo a unos pocos kilómetros.

Ésta y otras recriminaciones no se hicieron en privado sino que


eran de domino público. Fabio debía controlar tanto al enemigo
como a sus propios hombres, pues no era descabellado esperar al-
gún conato de sedición.

12
El magister equitum (maestro de caballería) era elegido por el dictador y ejercía las funciones de un
moderno jefe del estado mayor. y por ende, segundo jefe del ejército.
Así transcurrió el verano: Aníbal intentando provocar a Fabio pa-
ra que bajase de las montañas, y Fabio, a duras penas, mante-
niendo el pulso, atrincherado en las colinas y vigilando atenta-
mente los movimientos del cartaginés.

El Falernus Ager era una de las más fértiles campiñas de Ita-lia.


La llanura se encontraba situada entre los montes Massicus y
Callícula, con el río Volturnus como límite hacia el sur, que la
separaba del Ager Campanus. Las tierras eran ricas en frutales y
viñas, alimentos más bien para el deleite de la mesa que para ali-
mentar a un numeroso ejército como el de Aníbal. Si bien era una
zona propicia para el saqueo, no lo era para mantener abaste-
cida a tan numerosa hueste durante mucho tiempo. El cartaginés
no podía seguir atrapado en esta llanura.

Terminaba ya el verano y los acontecimientos se precipitaron.


Aníbal preparaba una retirada de la zona. Informado Fabio por los
exploradores de que el cartaginés podría dirigirse a los desfi-
laderos de los montes Callícula, dispuso allí un fuerte contin-
gente, reforzando al mismo tiempo la guarnición de Casílinum,
estratégica ciudad desde donde se controlaba el paso del Voltur-
II Guerra Púnica. Pág. 20/78

nus y las defensas romanas establecidas a lo largo de la vía Appia;


todo para prevenir que los cartagineses se dirigieran por la ruta de
Sinuessa a través de la calzada hacia la misma Roma. Después,
volvió junto a sus tropas, atrincherándose de nuevo en los montes
Massicus.

Aníbal quedó atrapado en la llanura. Intentó por ultima vez tentar


al romano a una batalla general; desplegó su ejército frente a las
trincheras romanas y Fabio también desplegó sus legiones. La ca-
ballería cartaginesa atacaba por oleadas y se retiraba, tentando a
los romanos a que saliesen de sus reales. Sólo fue un conato de
batalla pues Fabio retuvo a sus legiones en orden de batalla sin
dar la mínima oportunidad al enemigo (que esperaba que saliesen
al llano a combatir). Todo terminó con unos centenares de bajas
por cada lado y con la convicción de Aníbal de que el general ro-
mano no cambiaría de estrategia.

Descartando solucionar el envite por las armas, el cartaginés


resolvió la situación mediante uno de sus famosos ardides. Una
tarde, al anochecer, levantó el campamento sigilosamente y se di-
rigió hacia los montes Callícula (había preparado unos 2.000 toros
con los cuernos untados de material inflamable); ya de noche, se
llegó a los desfiladeros, dio la orden de prender los cuernos del
ganado y espantarlos ladera arriba en dirección a los romanos que
guarnecían los pasos.

La visión debió estremecer a los defensores pues, en lugar del


ejército púnico, se encontraron con densas columnas de antorchas
que se dirigían hacia ellos. El pánico, al estar rodeados por se-
mejante multitud de “enemigos”, unido a la confusión típica de la
noche, hizo que los defensores se retirasen de sus posiciones y su-
biesen a las cumbres, buscando la mejor defensa natural. Durante
la retirada, se encontraron con varios animales que vagaban enlo-
quecidos como consecuencia de las llamas de las astas; pese a ad-
vertir el engaño, el pánico fue mayor al pensar que sobre ellos
vendrían ahora los enemigos emboscados.

Al mando de un contingente de 400 jinetes, L. Hostilio Mancino


se dejó atraer por los númidas a una celada; saliendo de pronto
contra los romanos, un fuerte contingente de caballería al mando
del general cartaginés Cartalón (que a la sazón comandaba por
aquellos días la caballería púnica), los romanos no pudieron más
que darse a la fuga. La mayoría murieron o fueron cazados,
incluido su oficial, L. Hostilio; el resto se regugió en Cales, y des-
de allí, se unió al grueso del ejército que estaba atrincherado en
los montes Massicus.

Caballería númida. Dibujo de August Mc. Bride.

Uno de los principales cuerpos mercenarios/aliados de los carta-


gineses (más adelante, de los romanos) fue el pueblo africano de
los númidas, concretamente, su cuerpo de jinetes, considerado la
mejor caballería ligera durante los siglos III y II a.C. Su táctica
en batalla consistía en acosar las líneas adversarias con repe-
tidos ataques a base de lanzamiento de jabalinas, procurando no
llegar a las manos cuando podían ser superados por sus contra-
rios. Por lo demás, eran utilizados como merodeadores, siempre
a la caza de tropas dispersas o desprevenidas. A la eficacia de
estas tropas auxiliares (y a la no menos excelente infantería his-
pana) debe Aníbal la mayor parte de sus victorias contra un ene-
migo, el romano, que en principio menospreció la importancia de
II Guerra Púnica. Pág. 22/78

mantener un buen numero de auxiliares de caballería como co-


bertura de sus letales legiones de infantería. Escipión el Africano
hizo de la alianza con uno de los reinos númidas el objetivo
principal de su diplomacia, y de hecho, sin el concurso del prín-
cipe Massinisa en la campaña africana quizá la guerra hubiera
acabado en el desastre más absoluto.

Los númidas militaron con los cartagineses en todos los frentes:


desde Hispania hasta Sicilia e Italia, y por supuesto, África; más
adelante, el rey Masínissa se alió con los romanos.

Aníbal hizo cruzar a sus tropas por los desfiladeros, y a la mañana


siguiente, ya acampaban junto a Allife, en el Samnio. Fabio, que
había observado desde sus posiciones los movimientos nocturnos
del enemigo (la treta del ganado), prefirió no moverse de sus posi-
ciones, temiéndose una emboscada del cartaginés. A la mañana si-
guiente, se digirió a los desfiladeros, trabando batalla contra las
tropas ligeras que daban cobertura a la retaguardia cartaginesa; el
combate fue duro pero se resolvió a favor de los cartagineses
Aníbal dejó a tras una unidad hispana experta en lucha de
montaña, que convirtió el avance romano en un contiguo y san-
grante hostigamiento hasta que Fabio llegó a Allife y acampó de
nuevo en las montañas, frente a la ciudad, a pocos kilómetros del
campamento púnico.

Campaña del 216-215 A.C.

(La batalla de Cannas, en construcción)

.....

Tras la batalla de Cannas, se le abrieron a Aníbal las puertas del


sur de Italia. Realizó una rápida marcha13 hacia el Bruttium, don-
de recibió la alianza de muchas ciudades y sometió otras. Dejó a
su sobrino Hannón en Brittium, y el movió sus reales a Samnio,

13
Tito Livio 23.11.7, Apiano, libro: La Guerra de Aníbal, 29.
donde los hirpinos se unieron a él, y el notable Estacio Trebio le
entregó la ciudad de Compsa. Dejó a Magón para que sometiera
la región y él se dirigió a la costa con el firme propósito de apo-
derarse de un puerto desde donde poder establecer sólidas líneas
de comunicación con Cartago. Llegaron hasta las murallas de Ná-
poles y saquearon a placer la zona (incluso sorprendieron a un es-
cuadrón de caballería enemiga, haciéndola caer en una embos-
cada). Renunciando al asalto de Neápolis por estar bien amura-
llada, Aníbal se dirigió a Capua, donde se formalizó un tratado de
alianza14 que incluía a otras ciudades menores. (Es posible que
Magón Barca fuera en-iado a Cartago en este momento para dar
noticia de los recientes éxitos y pedir refuerzos; al menos así se
refleja en Púnicas).

Aníbal entra en Capua

Aníbal, después de tomar posesión de Capua, sondeó las posibili-


dades de conseguir Neápolis mediante traición; al fracasar, dirigió
sus miras hacia Nola, donde existía un enfrentamiento entre el

14
El tratado entre Aníbal y la ciudad de Capua: ningún general o mandatario cartaginés tendría
jurisdicción alguna sobre ciudadanos campanos, y ningún campano, sin su consentimiento,
cumpliría obligaciones civiles o militares. Capua mantendría sus propias leyes y sus propios
gobernantes. Los cartagineses entregarían trescientos prisioneros a los campanos (los que ellos
eligiesen) para canjeados por los jinetes campanos que servían al ejercito romano en Sicilia Tito
Livio 23-7.3,4.
II Guerra Púnica. Pág. 24/78

pueblo y los aristócratas (apoyados éstos por las autoridades ro-


manas). Pero Aníbal no llegó a tiempo para hacerse con la situac-
ión, pues el pretor M. Claudio Marcelo, situado en Casilino e in-
formado por el senado de Nola de la difícil situación en que se en-
contraban, salió de sus reales y, por las montañas, para evitar
acercase a Capua y no exponerse en la llanura, llegó a Nola poco
antes de que el cartaginés hiciese acto de presencia en el territo-
rio.

Cuando Aníbal se dio cuenta que los romanos tenían controlada la


ciudad, volvió a dirigir sus pasos hacia Neápolis con la vaga espe-
ranza de conquistar ese tan deseado puerto Tirreno; pero cuando
le dijeron que la ciudad estaba guarnecida ahora por un pretor ro-
mano (llamado por los napolitanos), se dirigió a Nuceria, donde
tras un prolongado asedio, la tomó por hambre; después la saqueó
y destruyó.

Las consecuencias de la batalla de Cannas fueron demoledoras


para el control romano en el sur de la península itálica. De los
samnitas, todos menos los pentros se aliaron con el cartaginés,
así como la mayor parte de los lucanos y brutitos, además de al-
gunos pueblos de Apulia. Más adelante se sumarían tarentinos,
turios y gran parte de las ciudades salentinas.
De nuevo ante Nola, se desplegó en orden de batalla, ofreciendo a
los romanos la oportunidad de medirse en batalla campal. Macelo
no cayó en la tentación y mantuvo a sus tropas dentro de las mu-
rallas. Aníbal decide asaltarla, y mientras ordena a unos que
vayan al campamento para preparar el tren de asedio y a otros que
se acerquen a las murallas para preparar la acometida, son sor-
prendidos por la repentina salida de las legiones, que atacan a la
carrera a las desordenadas filas cartaginesas. El ataque, ayudado
por la confusión reinante, desbarató y provocó la retirada del ejér-
cito enemigo.

Este combate, menor, pues no cayeron más de 2.500 cartagineses


y unos 500 romanos, si bien no tenía importancia estratégica, ele-
vó la moral de los romanos, que ya estaban acostumbrados a la
derrota y consideraban que Aníbal era poco menos que invencible
en campo abierto. La desproporción de fuerzas con que los roma-
nos acometieron a sus enemigos y el resultado obtenido por el
ataque llevan incluso a Tito Livio a tener esta escaramuza como la
mayor hazaña romana durante toda la guerra en Italia15.

Tras la derrota y fuga del enemigo, Marcelo contó de raíz el mo-


vimiento popular, y tras un juicio sumarísimo, se hizo decapitar a
setenta ciudadanos responsables, al parecer, de los tratos habidos
con el cartaginés. Una vez pacificada, partió de Nola, plantando
sus reales en las colinas bajo las que se asienta Suessula.

Aníbal, mientras tanto, dado que seguía disponiendo de la inicia-


tiva, asedió, tomó y destruyó Acerra, y cuando recibió la noticia
que el ejército del dictador romano se dirigía a Casílino16, decidió
15
Los dos mejores historiadores con los que contamos, Tito Livio y Polibio, recalcan el lamentable
estado en el que había quedado la moral de los soldados romanos. No se atrevían a enfrentarse a los
enemigos y menos si al mando se encontraba Aníbal. Por eso, episodios tan insignificantes se mag-
nifican para hacer que la tropa recobre su ardor guerrero tancastigado tras tres años de continuos
desastres en Italia.
16
Tras el desastre de Cannas, llegaron a esta pequeña ciudad campania 500 soldados prenestinos
que, por problemas burocráticos, habían sido reclutados tarde y no se habían podido sumar al ejér-
cito. La noticia de la derrota romana, los retuvo en la ciudad, donde se les unieron algunos romanos
y latinos. Allí estuvieron acuartelados durante los confusos meses que siguieron a la derrota; en la
ciudad no se sentían seguros, pues ya se veía venir el acuerdo de Capua con Aníbal. Cuando
tuvieron la suficiente seguridad de que se avecinaba la traición de los campanios, dieron muerte a
muchos ciudadanos y tomaron la parte que da hacia el Lacio (el río Volturno divide la ciudad en
dos partes). Poco tiempo después, se les sumó una unidad de 460 perusinos que la desorganización
de las defensas romanas había llevado hasta ese lugar.
II Guerra Púnica. Pág. 26/78

acudir allí y capturar la ciudad, pues no podía permitir que los ro-
manos se estableciesen tan cerca de Capua, donde quizás podrían
producirse conatos de rebelión.

Lo que parecía un combate menor, se convirtió en un endiablado


asedio contra la reducida fuerza romana, asedio que, pese emplear
todas las fuerzas y artefactos disponibles, no pudo resolver antes
de la llegada del invierno. Aníbal se retiró a Capua, dejando, sin
embargo, una fuerza simbólica para que prosiguiese con el cerco a
las valientes tropas romanas.

Así terminaron las operaciones bélicas del año 216 en el área de


Campania.

LOS SUPERVIVIENTES DE CANNAS

Después de la batalla, los restos del ejército romano escaparon en todas las
direcciones. Sin embargo, gran parte de las tropas supervivientes se reagru-
paron en los dos campamentos17 que ocupaban las legiones antes de la ba-
talla. En el pequeño se reunieron alrededor de 7.000; en el mayor, unos
10.000 (la mayoría pertenecientes a la guarnición dejada allí por los cón-
sules antes de la batalla); en la aldea de Cannas, unos 2.000; otros grupos
menores se dispersaron por la región.

El cónsul G. Terencio Varrón se dirigió a Venusia junto con 50 jinetes (en


los días siguientes llegarían a reunirse en la ciudad hasta 4.500 fugitivos
más). Al caer la noche, los soldados del campamento mayor llamaron a los
del campamento menor para que se reunieran con ellos, pues marcharían
unidos esa noche a Canusio.

Sin jefes y semiarmados, muchos hombres del campamento menor no esta-


ban dispuestos a salir de la fortificación y exponerse al ataque de los mero-
deadores que pululaban por el exterior. Finalmente, P. Sempronio Tudi-
tano, tribuno militar18 por aquel entonces, no solo se mostró partidario de

17
El campamento más pequeño, situado cerca del campo de batalla, había sido ocupado por los
nuevos reemplazos traídos por los cónsules desde Roma. En el mayor se encontraban las tropas
veteranas o, al menos, las que se encontraban ya en campaña antes del nombramiento de los nuevos
cónsules.
18
Cada legión disponía de 6 tribunos militares, nombrados anualmente. Cada uno mandaba 10 cen-
turias, y uno ellos, por turnos, la legión completa. A los tribunos de rango senatorial se les denomi-
naba Laticlavii; al resto, Angusticlavii.
marchar aquella noche, si no que, tras reunir a cuantos pudo (no más de
seiscientos), salió por las puertas y avanzó en formación cerrada, pudiendo
abrirse paso hasta el campamento mayor pese a que fueron hostigados por
los númidas durante el camino. Seguramente esa noche fue la peor que pa-
sarían en sus vidas... Una vez allí, como quiera que tampoco nadie se de-
cidía a salir para dirigirse a Canusio, volvió a tomar la resolución de mar-
char con cuantos voluntarios quisiesen, y tras unírsele una numerosa co-
lumna, consiguieron llegar sanos y salvos a la ciudad, donde una noble y ri-
ca ciudadana, Busa, se encargó de alimentarlos y vestirlos.

Al día siguiente de la batalla, Aníbal atacó el campamento menor, donde se


encontraban refugiados cerca de 6.500 hombres. Ante el primer amago del
cartaginés, los romanos se rindieron; con la moral destrozada, agotados por
la batalla, la noche en vela y muchos de ellos tullidos, no quisieron presen-
tar una defensa adecuada a las circunstancias, y pactaron19 su rendición.
Unos 4.200 legionarios refugiados en el campamento mayor, al disponer de
más tiempo, decidió escapar y dirigirse a Canusio; la mayor parte de ellos,
en formación, y los menos, diseminados por los campos. Poco después,
Aníbal ataca el campamento mayor, y los romanos allí refugiados se entre-
gaban bajo las mismas condiciones que sus compañeros del menor. Se cal-
cula que cerca de 8.000 ciudadanos romanos cayeron en su poder.

Así las cosas, varios tribunos militares se encontraban refugiados en Canu-


sio: Q. Fabio Máximo (hijo), que servía en la I legión; L. Publicio Bíbulo,
de la II Legión; y P. Cornelio Escipión y Ap. Claudio Pulcro, de la III Le-
gión. Reunidos, decidieron otorgar el mando supremo del ejército (en ese
momento descabezado) a Escipión y a Ap. Claudio. Un grupo de jóvenes
oficiales nobles20 expuso a los tribunos la posibilidad de dar la guerra por
perdida y escapar de Italia. Escipión, que temía una sedición, marchó de in-
mediato con una escolta al encuentro del líder de este movimiento, L. Ce-
cilio Metelo, y lo encontró reunido con un grupo de oficiales acólitos. Esci-
pión desenvainó la espada y amenazó con la muerte a quien no jurase de-
fender la República. La virulencia de su comportamiento atemorizó a los
presentes y todos se sometieron a sus designios.

De esta manera parece que se superó el momento más difícil para el ejér-
cito romano, cuando el estado de ánimo de Roma era crítico.

19
Entregarían sus armas y caballos así como sus personas, pero el cartaginés se comprometía a
poner precio a sus cabezas, trescientos denarios por cada ciudadano romano, doscientas por cada
aliado y cien por los esclavos. Una vez pagado el rescate, se les dejaría en libertad y se les daría una
vestimenta por persona. Aníbal no cumplió lo prometido y exigió 500 denarios por los jinetes, 300
por los infantes y 100 por los esclavos. Sin embargo, dejó libres a los aliados.
20
El grupo de oficiales que secundó la idea de abandonar Italia, entre los que se encontraban M.
Cecilio Metelo, sufriría más tarde las represalias de los censores (en el 209 a.C.). C. Metelo fue
expulsado del senado.
II Guerra Púnica. Pág. 28/78

Aníbal envió a Cartalón y a los principales representantes de los prisioneros


a Roma para tratar el pago del rescate y el de la paz. El senado, tras una
difícil deliberación, decidió no rescatarlos, siendo entonces vendidos pro-
bablemente a traficantes de esclavos (muchos de ellos se encontrarían años
más tarde en Grecia, siendo liberados por el cónsul Flaminio).

Los oficiales romanos de Canusio, enterados de que el cónsul G. Terencio


se encontraba en Venusia, enviaron un mensajero para decirle que estaban
a sus órdenes y para informarle y ser informados de las fuerzas disponibles.
El cónsul decidió unirse (con unos 5.000 hombres) a las tropas reunidas en
Canusio, y se quedaron en Apulia hasta al año siguiente, 217 a.C.

Parte de las tropas de Canusio, se unieron al pretor M. Marcelo, que las


utilizó con éxito en Campania.

Al terminar el año consular, y reorganizarse el ejército, el senado romano


decidió enviar a Sicilia a los veteranos de Cannas. Se les castigó por haber
abandonado el campo de batalla con el "destierro" y la requisa de la paga;
se les ordenó combatir fuera de Italia hasta que el cartaginés fuese expul-
sado de la península. De esta manera comenzó su larga aventura bélica que
les llevó a convertirse (en mi opinión) en las mejores unidades del ejército
romano.

Permanecieron en Sicilia durante la dura y difícil guerra que enfrentó a Ro-


ma contra Siracusa y Cartago, la cual enviaba continuamente ejércitos y
flotas a la isla.

Años después, considerando que ya habían cumplido con la "pena" que les
había impuesto el senado por la derrota de Cannas, decidieron enviar a Ro-
ma una delegación21 (los más valientes y condecorados de entre los solda-
dos). Se presentaron ante el cónsul Marcelo en el invierno del 213 a.C. (que
a la sazón comandaría las operaciones romanas en Sicilia), quien se avino a
encauzar sus peticiones al senado romano. Sin embargo, se hicieron oídos
sordos a la solicitud de los veteranos de Cannas, quienes continuaron com-
batiendo en la isla.

Llegamos al año 204 a.C. con los veteranos acuartelados en Sicilia (se
encontraban encuadrados en 2 legiones, reforzados por legionarios de otras
unidades también castigadas por "mal comportamiento"). Llegó a la isla P.

21
La delegación argumentaba, con razón, por qué a ellos se les castigaba con el exilio de Italia y al
propio cónsul, tribunos y otros oficiales, también presentes en Cannas y que huyeron de la batalla,
se les había reintegrado en la ciudad, e incluso muchos de ellos ejercían cargos de importancia en el
ejército y en el gobierno de la República. Los soldados de Cannas pensaban que, con su compor-
tamiento en la difícil guerra que se llevaba a cabo en Sicilia, habían pagado con creces la posible
responsabilidad que en la derrota de Cannas podrían haber incurrido.
Cornelio Escipión con la intención de llevar la guerra a África. Los inte-
reses del general y el de los veteranos coincidían; por un lado, los veteranos
pensaban que el general podía poner fin a su ignominioso destierro de Ita-
lia; a su vez, Escipión, veía en ellos los mejores hombres con los que podía
contar: aguerridos y veteranos después de 11 años de servicio en campaña,
los más expertos en todo tipo de luchas, ya sea campal, ya sean asedios.
Formó dos legiones, la V y la VI, y tras eliminar a los miembros in-ser-
vibles, completó su número con nuevos reclutas. De esta forma, los vetera-
nos de Cannas pasaron a África, donde tras una gloriosa campaña, com-
batieron y vencieron a Aníbal en Zama, vengando su derrota en Cannas y
ganándose finalmente la vuelta a casa en el año 202 a.C.

Como epílogo diremos que muchos soldados que combatieron al lado de


Escipión en África (sin duda, la mayoría veteranos de Cannas) se enrolaron
bajo las banderas de Q. Flaminio durante la II Guerra de Macedonia.

Operaciones en Bruttium y Lucania

Tras la batalla de Cannas, fueron muchos los pueblos que man-


daron embajadas al campamento de Aníbal para ofrecer su alian-
za; entre ellos, los bruttios, pueblo que daba nombre a la región
más al sur de la península itálica.

Los bruttios eran gentes más bien incivilizada, al menos en com-


paración con las colonias griegas que salpicaban las costas de la
región, con las que tenían conflictos seculares.

Aníbal recibiría con agrado la alianza de este pueblo pues era


aguerrido, aunque, por otra parte, esta amistad le perjudicaba a la
hora de acercarse a los griegos. Decidido el cartaginés a hacerse
con sus valiosos servicios, abandonó la región de Apulia y se diri-
gió hacia el Bruttium, donde recibiría la sumisión y alianza de la
mayoría de las ciudades.

Por los informes que le dieron los brutitos, Aníbal atacó la ciudad
de Petelia, fiel aliada de Roma, que pese a no tener muchos habi-
tantes, rechazó sin contemplaciones la rendición que proponbía el
cartaginés y su imbatido ejército. Se procedió a su asedio; se asal-
taron sus murallas pero en vano (la maquinaria que se acercaba,
torres y demás artefactos, eran incendiados por los defensores).
II Guerra Púnica. Pág. 30/78

Como era difícil reducir la ciudad, se decidió rendirla por hambre.


Tras rodearla con una empalizada, Aníbal puso a Hannón, su so-
brino, al mando de los auxiliares bruttios y alguna fuerza cartagi-
nesa, y él se retiró al norte, rumbo a Samnio.

El cerco de Petelia se alargó durante ocho meses. Cuando los pe-


telios consumieron todos los alimentos, le pidieron a los cartagi-
neses que le dejasen enviar una embajada22 Roma con el fin de
cerciorarse de que se encontraban abandonados a su suerte y no
podrían ser ayudados. El senado les respondió que no les podían
socorrer y que obrasen con libertad y según sus intereses. Pese a
encontrarse abandonados, no cejaron en su resistencia. Expulsa-
ron a los que no podían combatir para economizar alimentos; los
cartagineses los mataron. Se llegaron a devorar correas, raíces,
pieles, cortezas tiernas y hojas; muchos, en su desesperación, se
lanzaban sobre la empalizada enemiga y combatían hasta la muer-
te. Finalmente se derrumbaron y abrieron las puertas al ejército
enemigo; no obstante, quien todavía tenía fuerza, escapó a la ca-
rrera, aprovechando la confusión del momento (unos 800 hom-
bres. Tiempo después, los romanos los buscaron, y después de la
guerra, le devolvieron los bienes, homenajeando así la valentía y
lealtad de esta ciudad aliada).

22
Valerio Máximo VI,6,2.
Tras la caída de Petelia23 en manos de Himilcón24 (Hannón quizá
se encontraba ya en Lucania), los cartagineses prosiguieron la
conquista de las ciudades del área puesto que los romanos no po-
dían hacer nada por ellas. No tardó en caer Cosentia, y tras ella,
Crotone (para conquistarla, sólo intervinieron los bruttios pues los
defensores no podían ni cubrir el perímetro de tan amplia como
desierta ciudad; solo la ciudadela prestó resistencia).

Costa donde se levanta la ciudad de Crotone (Bruttium)

Después cayó Locrii, poderosa ciudad del sur de la región, que se


conquistó gracias a las discordias internas. De todo el área, solo
Rhegium permaneció aliada con Roma; en ella existía una po-
derosa guarnición romana por estar situada en un punto estraté-
gico muy importante; Roma no podían permitir su pérdida.

Las incursiones de Hannón por Lucania terminaron mal. Com-


batió contra T. Sempronio Longo, siendo derrotado cerca de Gru-
mentum (unas 2.000 bajas cartaginesas). El romano, aprovechan-
do su éxito, arrebató las plazas de Vercelio, Vescelio y Sicilino a
los hirpinii (todas ellas de desconocida ubicación), haciendo
5.000 prisioneros locales25.
23
Estamos ya en 215 a.C
24
Hannón se encontraría (los textos antiguos no lo reflejan de forma clara) en otro lugar del Brucio
o habría pasado a Lucania mientras Himilcón, oficial a cargo de Hammón, se mantendría al frente
de un asedio tan tedioso y molesto. Tito Livio, XXIII.30.1, Apiano, libro: La guerra de Aníbal, 29.
25
Todo había cambiado desde los tiempos en que los samnnitas eran los rivales de Roma en Italia.
Tras el último y agotador esfuerzo en favor de Pirro del Epiro, este pueblo dejó de ser un enemigo
II Guerra Púnica. Pág. 32/78

Por esas fechas, verano del 215 a.C., llegaron a Locrii importantes
refuerzos procedentes de Cartago: unos 10.000 infantes, caballería
y elefantes al mando de Bomílcar, además de dinero y víveres.
Aníbal ordena a Hannón que se una a él, pues necesitaba todos
sus efectivos para la campaña de ese año en Campania. A la llega-
da del otoño/invierno, Hannón regresó de nuevo con su ejército al
Bruttium, donde invernaron y esperaron el inicio del nuevo año.

Teatro y Templo de Locrii

Aníbal en Campania

Terminó el año 216 con Aníbal acuartelado en Capua y con parte


de su ejército asediando la pequeña ciudad de Casílino. Cuando lo
más duro del invierno había pasado, Aníbal decidió proseguir per-
sonalmente con el asedio. La guarnición daba la ciudad por per-
dida (Marcelo no podía ayudarles, tanto porque necesitaba mante-
ner guarniciones en Acerras y Nola, de cuyas poblaciones recela-
ba, como porque el río Volturnus bajaba crecido y era difícil en-
viar cualquier auxilio).

T. Sempronio Graco, con las legiones del dictador (que en ese


momento se encontraba en Roma) y que acampaba no lejos de
Casílino, en la misma orilla del río, se tampoco podía acudir en
ayuda de la valiente guarnición pues tenía ordenes estrictas de M.
Junio Pera (dictador) de no entablar combate sin su presencia.

de entidad. En estos años, salvo el orgullo, seguramente no quedaba nada del odio a su antiguo
enemigo. Salvo guarniciones locales, no se sabe nada de los auxiliares samnitas dentro del ejército
púnico, aunque sí, que una indeterminada cantidad combatieron junto a él, algunas tropas incluso
le acompañaron a África.
La ciudad de Casílinum disponía de un puente sobre río Voltur-
ñnus, que dividía la ciudad en dos partes. En el lado que da hacia
Roma se atrincheraron los romanos, y alrededor de ella, estable-
cieron el cerco, los cartagineses. Las ciudades con la bandera
morada eran aliadas de los púnicos; las restantes, bajo control
romano.

Nota: para todo lo referente a las ciudades que se pasaron a los


cartagineses, se sigue la versión de los historiadores antiguos.
Muchas de estas ciudades no se saben dónde están, otras senci-
llamente no son mencionadas. Quiero decir que los datos que doy
sobre los aliados cartagineses son los que se conocen pero es de
suponer que muchas más ciudades se pasaron al bárcida, solo
que no se pueden localizar.

El asedio se prolongaba indefinidamente por la tenaz y suicida re-


solución de los defensores, lo que obligó a Aníbal a pactar con la
guarnición romana: a cambio de un rescate por persona, los de-
fensores podrían salir de la ciudad y regresar junto a las legiones
del dictador. Los romanos, que se encontraban ya sin alimentos,
al borde de la inanición y conscientes de haber cumplido con su
deber, aceptaron las condiciones, y con las debidas garantías, se
entregaron a los enemigos. La ciudad se guarneció con setecientos
soldados del ejército púnico y entregada a los campanos. Aníbal
se retiró a su campamento en los montes Tifata, en Capua.
II Guerra Púnica. Pág. 34/78

Monte Tifata. Aníbal estableció aquí un campamento permanente,


donde instalaba su ejército cada vez que operaba en la zona. Co-
mo se puede ver, la ubicación era perfecta: las vista del Ager
Campanus es impresionante; la defensa de tal posición, facilí-
sima. Realmente no podía haber elegido un sitio mejor.
Así las cosas, llegaron al campamento embajadores de Filipo V
de Macedonia para firmar con Aníbal un tratado de alianza y
amistad.

Con la región en manos cartaginesas, los campanos aprovecharon


para realizar alguna acción por su cuenta. Marius Alfius (medix
tuticus), al frente de 14.000 hombres, intentó sorprender a la ciu-
dad de Cumae; para ello, les propusieron una conferencia pública
en terreno neutral. Los cumanos, que evidentemente recelaban,
decidieron aprovechar en beneficio propio el ardid campano y lla-
maron en su ayuda al cónsul T. Sempronio Graco, quien, a la sa-
zón, se encontraba pasando revista a las tropas en Sinuesa. Rá-
pidamente, el ejército romano bajó por la costa hasta Cumae, y de
allí, sigilosamente, al anochecer, llegó hasta el campamento cam-
pano, al que atacó en tromba por todas las puertas. Tras eliminar a
dos mil hombres y dispersar a la mayoría, se retiraron a Cumae
por si Aníbal estaba por los alrededores; suposición acertado,
pues cuando el cartaginés tuvo noticia de la derrota de sus aliados,
de inmediato se puso al frente de sus tropas, y a paso ligero, llegó
hasta el lugar, esperando encontrar a los romanos confiados por la
reciente victoria. Los encontró, sin embargo, tras las fuertes mu-
rallas de Cumae. A ruegos de sus aliados, preparó un asedio for-
mal, asedio al que renunció poco después, volviendo al campa-
mento de Tifata.

Mientras, Fabio Máximo había pasado el Volturnus y se aden-


trana en el Samnio, asolaba las tierras de los rebeldes y conquis-
tando varias ciudades campanas en una feliz campaña, donde hizo
gran cantidad de prisioneros cartagineses y campanos; después se
dirigió a Suésula, acampando en las montañas que se levantan
frente a la ciudad (cerca de Aníbal). Envió un fuerte contingente a
Nola al mando del propretor M. Marcelo, pues volvían a darse co-
natos de sedición en la ciudad.

Una vez que Marcelo se instaló en Nola, emprendió incursiones


de castigo contra los territorios rebeldes (hirpinos y caudinos),
causándoles tal destrozo, que decidieron acudir a Aníbal para so-
licitar su ayuda y para quejarse del abandono en que tenía a sus
aliados. El cartaginés se vio forzado a salir de sus fortificaciones
II Guerra Púnica. Pág. 36/78

y dirigirse nuevamente contra Nola, donde encontró los refuerzos


que Cartago le enviaba al mando de Hannón, que venía desde
Bruttium a su encuentro. Intentó rendir la ciudad mediante trai-
ción pero no tuvo éxito. Estableció un minucioso cerco, a la vez
que intentó asaltarla por todo el perímetro.

A los dos días, los romanos hicieron varios conatos de salida; al


tercero, sabiendo Marcelo que Aníbal había mandado parte de sus
tropas a forrajear, desplegó sus fuerzas fuera de las murallas para
ofrecer combate (con las puertas de la ciudad abiertas por si tenía
que huir de la poderosa caballería púnica). Aníbal aceptó el envite
y ambos ejércitos chocaron. El combate, que se alargó a lo largo
de varias horas, concluyó con una humillante derrota del carta-
ginesa, que tuvo que replegarse a su campamento.

Fue este día cuando Aníbal confesó públicamente el mal que ha-
bía hecho a su ejército el haber pasado el invierno en Capua, don-
de la antigua fiereza y resistencia de sus veteranos parecía haberse
disipado en contacto con los lujos y buena vida que encontraron
en la populosa ciudad campana.

La batalla ante Nola se perdió por la desidia y temor de una tropas


que, pese a superar en gran número a sus adversarios, no pudo ha-
cer valer su anterior arrojo en combate, que parecían haber perdi-
do. Perecieron más de cinco mil cartagineses y cuatro elefantes, y
fueron capturados seiscientos soldados, diecinueve enseñas mili-
tares y dos elefantes. Murieron algo menos de mil romanos (Tito
Livio 23.46,4. b.) Al día siguiente, 270 jinetes, númidas e his-
panos, se pasaron a Marcelo.

Aníbal, viendo que en Campania ya no tiene nada que hacer por la


presencia en la región de la mayor parte de las tropas romanas,
que le impide realizar acción alguna destacable, y a fin de no ser
una carga para sus aliados, envía de vuelta a Hannón al Bruttium
y él se dirige a Apulia, donde estableció los cuarteles de invierno
junto a la ciudad aliada de Arpii.

T. Sempronio Graco le siguió y estableció sus cuarteles en Luce-


ria.
Fabio Máximo26 acercó sus reales a Capua y saqueó a voluntad
los campos de los enemigos. Los campanos, construyeron un
fuerte no lejos de Capua, donde instalaron unos seis mil hombres
(la infantería de pésima calidad pero la caballería excelente), que
utilizaron para hostigar con éxito a los romanos. A la llegada del
invierno, Fabio Máximo establece los campamentos de invierno
en Suésula.

Así concluyen las operaciones del año 215 a.C. en Campania.

Campaña del 214-211 A.C.


Campania

Aníbal en Apulia

Aníbal pasó el invierno acuartelado en Arpi, al norte de Apulia


(durante todo el invierno, fueron continuas las escaramuzas entre
ambos contendientes; combates que servían para que los romanos
se habituaran a sus temidos rivales y ganasen confianza).

Poco antes de comenzar las operaciones, Aníbal recibió a unos le-


gados de Capua; le informaban que los romanos lanzarían una
gran ofensiva contra su territorio; y le pedían que fuera a Capua
cuanto antes. Aníbal, que deseaba no dar a los romanos la inicia-
tiva, partió hacia Campania, abandonando la región, a la que vol-
vería unos meses después. (Ver el siguiente apartado: Operacio-
nes en Campania)

Tras llegar a Campania sin oposición, el general cartaginés ocupó


de nuevo sus acuartelamientos´permanentes en el monte Tifata y
marchó sin dilación contra Pozzuoli, donde fracasó; ante Nola, lo
mismo. En esos momento, ya se habían concentrado en la zona
tres ejércitos romanos, por lo que, cansado de no lograr avances y
de la cada vez más agobiante presencia romana, decide aceptar lo

26
Con el tiempo, la pericia y rigor con que Fabio Máximo conducía a sus tropas se haría prover-
bial, y en adelante, las unidades con mayor grado de disciplina y profesionalidad se llamarían “Fa-
bianas” .
II Guerra Púnica. Pág. 38/78

que le ofrecen unos jóvenes tarentinos: si se acerca a la ciudad,


dicen, le abrirán las puertas, pues toda ella está en manos de los
jóvenes y del pueblo, enemigo de los romanos.

Aníbal abandonó pues Campania27 y se dirigió rápidamente a Ta-


rentum, saqueando lo que entrababa a su paso. Cuando llegó al te-
rritorio de Terentum, en previsión de la alianza, no cometió nin-
guna tropelía, marchando con las tropas unidas y sin desman-
darse.

Tres días antes de la llegada del cartaginés, el nuevo prefecto, M.


Livio, enviado allí por el propretor M. Valerio, jefe de la flota de
Brindisium, se había dedicado a reforzar todos los puestos de
guardia con tropas romanas y tarentinos aliados, con tal eficacia,
que los ciudadanos que esperaban la llegada de Aníbal para suble-
varse tuvieron que desistir. El primer intento de Aníbal de tomar
Tarentum se salda con un fracaso. Sin embargo, aprovecha para
merodear por el territorio.

27
Los romanos decidieron prudentemente no seguirles. Se podía bloquear Capua pero al mismo
tiempo perseguir a Aníbal era poco menos que imposible en esos momentos para el ejército roma-
no .
En el norte, los romanos le arrebatan, entre tanto algunas ciu-
dades, poniendo a otras en una difícil tesitura. Aníbal decide in-
vernar cerca de los romanos para mantenerlos controlados y de-
fender las ciudades aliadas28.

Como estaba ya finalizando la campaña, eligió Salapia para situar


sus cuarteles de invierno. Se sabe que antes se hizo con el trigo de
las tierras de Metapontum y Heraclea, saqueando con sus unida-
des irregulares la región de los salentinos y otras áreas de Apulia
controladas todavía por los romanos.

Operaciones en Campania

Los romanos decidieron redoblar sus esfuerzos militares, y mien-


tras se hacían los preparativos para un nuevo año, los campanos,
temerosos de la ofensiva se veía venir, hicieron llamaron a Aní-
.bal, que por aquel entonces se encontraba invernando en Apulia.

El cartaginés se puso rápidamente en movimiento y estableció sus


reales en el monte Tifata, por encima de Capua. Tras dejar en el
campamento sus mejores tropas (la caballería númida e hispana)
para que protegieran la ciudad aliada, se dirigió con el resto a
Puzzuoli con el fin de apoderarse de tan importante base de apro-
visionamientos del ejército romano. Aníbal fracasa ante Puzzuoli
(defendida por una legión) pero arrasa los campos napolitanos.

El cónsul Fabio Máximo concentró los ejércitos. Ordenó a T. Gra-


co dirigirse desde Luceria a Beneventum mientras él se ponía en
camino a marchas forzadas hacia Campania.

Volvían a producirse conatos de sedición contra Roma en Nola, y


de nuevo se enviaba a la ciudad a Marcelo (ya cónsul) que intro-
duce una legión antes de que Aníbal tuviera la oportunidad hacer-

28
Cuando Aníbal se decidió, en el 216 a.C., por asumir la defensa de sus nuevos aliados en el sur de
Italia, supuso que tenían suficientes recursos para afrontar solos, durante un tiempo, un aataque
romano (solo Brittium era capaz de afrontarlo). A partir de entonces, Aníbal se verá obligado a
condicionar su estrategia; puso guarniciones para apoyar la defensa a sus débiles aliados. El carta-
ginés no podía hacer otra cosa; era necesario demostrar que cuidaba de sus amigos, tal y como ha-
cían los romanos.
II Guerra Púnica. Pág. 40/78

se con la ciudad (después de sus dos fracasos anteriores, el carta-


ginés desconfiaba de la capacidad de los nolanos).

Los romanos comenzaban por fin la ofensiva contra Campania


atacando la simbólica ciudad de Casílino. Fabio Máximo la rodea
y la somete a un duro asedio, mientras que las legiones de T. Gra-
co llegan a Beneventum y descubren que también ha llegado allí
Hannón desde Bruttium (al mando de 18.000 infantes y 1.200 ji-
netes; los infantes en su mayor parte bruttios, y los jinetes, mau-
ritanos y númidas). Tras un intenso y duro combate, los romanos
rompieron la formación enemiga y la descalabraron, haciéndoles
más de 16.000 bajas.

Poco después de la batalla, Aníbal se planta ante Nola, donde


Marcelo concentra también su ejército consular. Protegida su reta-
guardia por las murallas, Marcelo de nuevo derrota al general car-
taginés (dos mil bajas por el bando púnico por unas cuatrocientas
del romano).

Al día siguiente, Aníbal permanece atrincherado; después, viendo


que a su alrededor se despliegan hasta siete legiones, decide reti-
rarse y probar suerte ante Tarentum. Algunos tarentinos le han he-
cho saber que si se acerca a la ciudad, bien podría caer en sus ma-
nos mediante traición. Así pues, al tercer día, aprovechando la os-
curidad de la noche, Aníbal levanta el campamento y se marcha
en dirección al sureste.

Las fuerzas romanas se concentran en la toma de Casílino, donde


una guarnición de 2.000 campanos y 700 soldados de Aníbal
mantienen más que a raya a los romanos29. Marcelo, con su ejér-
cito, llega también a Casílino y se une a las fuerzas de Fabio Má-
ximo, con las que también se habían unido las de T. Graco.

La desproporcionada acumulación de fuerzas no proporcionó nin-


guna ventaja adicional al ataque a Casílino, fracasando los sucesi-
vos asaltos a las murallas y sufriendo numerosas bajas.

29
Los campanos, dirigidos por el medix tuticus de aquel año, Gn. Magio Atelano, habían preparado
un poderoso ejército a base de ciudadanos y esclavos, con los que, se decía, atacarían el campa-
mento de Fabio mientras se encontraba ocupado frente a Casílino. Por esta razón, Fabio Máximo
decidió disuadir a los campanos del ataque, concentrando junto a él el resto de las fuerzas romanas
en campaña, unas seis legiones.
II Guerra Púnica. Pág. 42/78

Fabio quería abandonar el cerco pero su colega Marcelo se lo im-


pidió. Finalmente, la situación se resolvió porque los campanos,
ante tal multitud de tropas, solicitaron un acuerdo para que les
permitiese retirarse a Capua sanos y salvos. Cuando parecía que
las negociaciones llegaban a buen puerto y los ciudadanos se dis-
ponían a salir ya por una de las puertas, Marcelo lanzó sus hom-
bres para tomar la puerta abierta, y poco después se hicieron con
toda la ciudad. La matanza fue generalizada (se salvaron los pri-
meros campanos que cruzaron las puertas y pudieron llegar junto
a Fabio, unos cincuenta, que según lo acordado fueron escoltados
hasta Capua).

Fabio Máximo y Marcelo se repartieron los papeles. Mientras


Marcelo vigilaba Capua desde Nola (donde no pudo desarrollar
ninguna operación de envergadura por caer enfermo), Fabio Má-
ximo reconquistaba las tierras de los samnitas cercanas a Campa-
nia, donde Aníbal encontraba un eficaz apoyo. Termina así el año
214 a.C. Los romanos llevan por fin la iniciativa en Campania y
obligan a Aníbal a retirarse, o al menos, a renunciar a intervenir
en la zona.

Al año siguiente, 212 a.C., no ocurrió nada destacable en Cam-


pania. Los historiadores de la época solo señalan la deserción de
112 jinetes campanos (nobles) que se presentaron al pretor Gneo
Fulvio, quien tenía sus reales en las colinas que dominan Suésula.

En el 211 a.C., el senado, decidido a tomar Capua, dio órdenes es-


trictas de no levantar el cerco hasta que la ciudad cayese. Tam-
bién se decidió enviar a los supervivientes del ejército de Cneo
Fulvio, derrotados y humillados por los cartagineses en la batalla
de Herdonea30 (ver siguiente apartado), a Sicilia, donde servirían
junto a las exiliadas legiones de Cannas.

Aníbal, que se encontraba en el Bruttium, recibió un mensaje de


Capua; la ciudad se encontraba al límite de su resistencia. El

30
Para variar, se castigó a este magistrado responsable, como otras veces tantos otros, del último
descalabro romano a manos del astuto Aníbal. En este caso, se le responsabilizaba, no de la derrota
en sí, sino del hecho de que sus legiones hubiesen perdido por aquellos días cualquier asomo de dis-
ciplina y marcialidad. Además, su huida del campo de batalla fue en exceso poco decorosa. A re-
sultas de todos estos cargos fue condenado al exilio.
cartaginés debía acudir y levantar el cerco a cualquier precio. Aní-
bal se encontraba ante una seria disyuntiva; por un lado, se debía
acabar con la resistencia de la ciudadela de Tarento (ver siguiente
apartado), factor vital para la estrategia cartaginesa, pues se podría
disponer así de un puerto en las costas italianas por donde recibir
suministros y refuerzos de África; por otro, la llamada de auxilio
de Capua debía responderse porque, si se dejaba caer la ciudad en
manos romanas, el prestigio del bárcida caería muchos enteros en-
tre sus aliados, quienes se mantenían expectantes. Finalmente, se
inclinó por ayudar a los campanos.

Dejó gran parte de su impedimenta y a las tropas pesadas en el


Bruttium, y se dirigió a marchas forzadas con un ejército escogido
(más 33 elefantes) hacia el Samnio, y desde allí, se acercó hasta
Campania, apostando su ejército en una escondida hondonada del
monte Tifata... (Asedio y La batalla de Capua más abajo).

Tras el fracaso del intento de romper las líneas romanas que ro-
deaban Capua31, Aníbal cambió de estrategia; dirigiría su ejército

31
Es difícil calibrar las cifras de los ejércitos enfrentados en Campania. Intentando afinar, se
podría dar la cifra de 20.000 campanos y cartagineses encerrados en Capua; Aníbal tendría unos
35.000 (aunque es ciertamente difícil dar cifras cuando se refieren a este general); y los romanos,
unas 8 legiones y quizás 8 aliadas, en total, unos 70-80.000
hombres dispersos entre guarniciones y el propio cerco a la ciudad.
II Guerra Púnica. Pág. 44/78

directamente contra Roma y obligaría así a los cónsules a levantar


sus campamentos y dirigirse a la capital para su defensa, o al me-
nos, debilitaría su dispositivo de bloqueo. Comenzó así la famosa
marcha sobre Roma. (Aníbal ad portas más abajo).

Los objetivos estratégicos de la marcha a Roma no se consiguen.


En una sorprendente marcha a través del Samnio, Apulia, Lucania
y finalmente el Bruttium, llegó a las puertas de Rhegium para
intentar tomar esta importante ciudad griega. Pese a lo sorpresivo
de su llegada, pues era lo último que esperaba la guarnición de la
ciudad, no consiguió nada positivo mas allá de capturar un buen
número de prisioneros en los alrededores.

A Capua la da por perdida, pero quizás se pueda conseguir algo


con Tarento. Llamada por Aníbal, la flota cartaginesa (100 barcos
de guerra) acaba de llegar a la ciudad y se apresta a bloquear la
ciudadela32...

Por parte de Aníbal, termina aquí su presencia en Campania; solo


queda ahora esperar el resultado del asedio de Capua.

Entre las reformas que hicieron en el ejército romano durante es-


tos años figura, por ejemplo, la de la armadura para los hastati,
que adoptaron la misma cota de mallas que usaban los princeps,
abandonando la antigua y ligera armadura de placas. Los velites

32
La flota llegaba desde Siracusa. Las operaciones bélicas romanas contra la ciudad siciliana
permitieron a los cartagineses disponer de una cierta libertad de movimientos. La flota cartaginesa
llegó hasta Tarentum sin contratiempos; los romanos no pudieron perseguirla ni oponerse éste y ni
siguiente año a las actuaciones de esta escuadra. Quizás los púnicos podrían haber aprovechado
para enviar tropas a Aníbal, sin embargo, las operaciones que en gran escala se llevaban a cabo en
la isla absorbían la totalidad de los recursos humanos cartagineses por aquel entonces.
fueron finalmente aceptados y su presencia en las legiones se ge-
neralizó; antes, su número no era regular. Se les dotó con un es-
cudo ligero y se le proporcionó más armamento ofensivo. En el
año 211 a.C., estos cambios se generalizaron en todo el ejército
romano.

Los oficiales cartagineses bloqueados en Capua enviaron a Aníbal


una carta para echarle en cara el haberles abandonado en manos
de sus enemigos; ciertamente no debió ser fácil para el cartaginés
dejar tantos y tan buenos soldados a su suerte.

Cuando la situación en Capua se hizo ya irreversible, la ciudad


quedó abatida; nadie la gobernaba, ni el senado se reunía ni la no-
bleza se preocupaba por su presente y por su futuro
futuro. La totalidad de los asuntos estaban en manos de los dos
generales cartagineses, Bostar y Hannón, quienes solo pensaban
en sí mismos y en sus hombres.

Cuando los romanos descubrieron que entre las filas de los nume-
rosos desertores númidas se hallaban muchos espías, decidieron
reunirlos a todos (los desertores fueron unos setenta númidas, jun-
to con otros muchos de distinto origen). Todos ellos fueron azo-
tados, y después se les amputó las manos, mandándolos de esta
guisa de vuelta a Capua. El espectáculo que supuso para los ciu-
dadanos la venganza romana les convenció de que debían capitu-
lar; la curia se reunieron en pleno. El discurso de Vibio Virrio,
uno de los adalides de la alianza con los cartagineses, fue sencillo
y directo: la rendición era ya irreversible pero los romanos no
perdonarían las numerosas ofensas ocasionadas; su venganza sería
terrible; avisaba que él, por su parte, no sería capturado con vida y
que esa misma noche celebraría un suntuoso banquete, al término
del cual, a los comensales se les daría una copa de veneno; des-
pués, todos ellos serian pasto de las llamas. Para él era el mejor de
los finales. Demostrarían así a Aníbal qué valerosamente se ha-
bían comportado hasta el final los aliados a quien él había aban-
donado en manos de sus enemigos. A aquel banquete acudieron
27 senadores, quienes, con ayuda del vino, se entregaron en bra-
zos del veneno. Algunos tardaron en morir, pero al amanecer, nin-
II Guerra Púnica. Pág. 46/78

guno de ellos tuvo que contemplar la entrada del ejército romano.


Los restantes senadores, confiando todavía en la proverbial gene-
rosidad romana, decidieron abrir las puertas de la ciudad al ejér-
cito deRoma. Una legión seguida de dos escuadrones de caba-
llería al mando del legado C. Fulvio entró en Capua. Una vez en
el interior, hizo reunir todas las armas de la guarnición y prendió a
los soldados de Aníbal.

Vista de los restos arqueológicos del Anfiteatro de Capua. Al


fondo vemos parte de los Montes Tifata, donde Aníbal mantenía
su centro de operaciones cuando se encontraba en Campania.
Desde ellos pudo defenderse y defender Capua hasta que los ro-
manos consiguieron rodear la ciudad de fosos y empalizadas.
Tras el último intento de ruptura por parte de Aníbal, que atacó
desde estos montes, la ciudad se vio irremisiblemente perdida y
cayó en manos de Roma.

Al senado de Capua se le ordenó salir de la ciudad y dirigirse al


campamento principal donde estaban los cónsules. Una vez allí,
tras requisar todas las riquezas que les pertenecían, fueron enca-
denados, y los más destacados filocarta-gineses, unos 58, fueron
enviados a prisión. Entre los cónsules no existía acuerdo acerca de
qué resolución tomar con los senadores campanos; mientras Ful-
vio era partidario de castigarlos con dureza, Claudio era mas con-
temporizador. El asunto se remitió a Roma. Appio Claudio se
desentendió del asunto. Fulvio preparó un contingente de 2.000 ji-
netes seleccionados y les ordenó que estuvieran listos para salir
por la noche. A la caída de la tarde, se dirigió con ellos a una de
las prisionesn donde se encontraban los senadores campanos; una
vez allí, los condenados fueron azotados y decapitados por los lic-
tores. De allí, Fulvio se dirigió a Cales, donde se encontraba el
otro grupo de los senadores encadenados. Cuando estaban siendo
amarrados a un poste para proceder a azotarlos, llegó una misiva
de Roma para los cónsules; sin duda, pensaba Fulvio, con ordenes
de contemporizar con los campanos. El cónsul la guardo sin abrir-
la entre los pliegues de su túnmica, y tras la ejecución de todos los
senadores, la abrió (para entonces todo había concluido).

Menos contemplaciones se tuvo con los demás campanos que tras


la caída de Capua se rindieron a Atela y Calatia; unos setenta ma-
gistrados fueron ejecutados, unos trescientos nobles y principales
acabaron encadenados y otros tantos repartidos entre las colonias
latinas para su vigilancia (al poco tiempo, todos murieron). El res-
to de la población fue esclavizada. (Ver: La pérfida Capua más
abajo).

Termina así el año. Tras la caída de Capua, serán muchas las ciu-
dades del bando púnico en las que los filorromanos ganarán te-
rreno. La causa cartaginesa en Italia sufre un importante revés.

EL ASEDIO Y BATALLA DE CAPUA

Tras la rebelión de Capua (216 a.C.), los romanos pasaron dos difíciles
años combatiendo a la defensiva. Cuando las aguas se calmaron, retoma-
ron, al menos en Campania, la iniciativa. Las operaciones bélicas llevadas a
cabo a partir del año 214 a.C. van dirigidas, por un lado, a aislar la región
campana del resto del territorio en poder del cartaginés, y por otro, a tomar
posiciones alrededor de Capua con el fin de ir asfixiando a la ciudad re-
belde. La intermitente intervención de Aníbal en la zona solo consigue dis-
persar las fuerzas romanas de turno. Éstas, evitando siempre el enfrenta-
miento directo, esperaran la inevitable marcha del general cartaginés para
volver a tomar posiciones frente a la ciudad enemiga. En el año 213 a.C.,
II Guerra Púnica. Pág. 48/78

los romanos aumentan la presión; las legiones saquean los campos ante las
murallas de Capua; comienza así el último acto del drama.

Cuando el senado romano decidió cercar de la ciudad rebelde hasta sus úl-
timas consecuencias (212 a.C.), no se escatimaron medios para llevar a
cabo tan complicada y peligrosa operación. Se reforzó y se mantuvo como
principal base de operaciones y suministros la ciudad de Casilinum. En
Puzzuoli se estableció una fuerte guarnición para vigilar la costa, y en la
desembocadura del Volturnus, se construyó un fortín que se dotó también
con una numerosa guarnición. Tanto Casilinum como Puzzuoli recibieron
grandes reservas de trigo; serían bases de aprovisionamiento de los ejérci-
to s .

Se hizo venir también a C. Nerón desde Suéssula, de tal forma que fueron
tres los ejércitos, tres los puestos de mando que se instalaron alrededor de
la ciudad enemiga. Se decidió contruir una empalizada alrededor de Capua
para aislarla totalmente del exterior. Pese a frecuentes salidas de los cam-
panos para interrumpir los trabajos, la empalizada con sus fortines, torres
y un profundo foso, se consiguió terminar. Los capuanos solicitaron ayuda
urgente a Aníbal.

Aníbal no tenía demasiado interés en mantener Capua a toda costa. Aliar-


se con esta ciudad le había causado, en el fondo, más problemas que otra
cosa (cuando abandonó Italia, lamentaría los años perdidos combatiendo
en una guerra de posiciones en Campania). El aporte militar campano a
las filas cartaginesas fue mínimo. Sin embargo, debía mantener el prestigio
ante sus aliados y decidió atender la imperiosa llamada de auxilio de los
campanos.

Los romanos hicieron saber a la ciudad que se permitiría retirarse sin daño
o represalias a todo aquel que lo desease; el limite era el 15 de marzo. A
partir de ese día, todos los habitantes de Capua compartirían el mismo
destino. Ningún ciudadano aceptó el ofre-cimiento de los romanos.

Aníbal se encontraba todavía invernando en el Bruttium cuando llegó la so-


licitud de socorro; tenía pensado dirigirse a Tarentum, cuya ciudadela to-
davía se encontraba en manos romanas y lo de Capua era realmente un se-
rio contratiempo, pero debía levantar el cerco de la ciudad aliada. Los alia-
dos de Aníbal estaban muy atentos a los sucedía de Campania y en la capa-
cidad de los cartagineses para auxiliar a sus aliados.

Aníbal se desplazó con la infantería ligera, las tropas de elite y su mejor


caballería, dejando en el Bruttium a los infantes pesados con el resto de las
tropas e impedimenta. También llevó consigo 33 elefantes, prueba de que
periódicamente le llegaban refuerzos a pequeña escala desde África.

Mientras Aníbal preparaba su marcha a Campania, en Capua, donde el


hambre acuciaba a ricos y pobres, proseguían las operaciones. No se sabe
qué distancia mediaba entre la empalizada romana y las murallas de Capua;
pero el suficiente como para permitir maniobrar a la caballería campano/
cartaginesa. Ésta, aprovechando su mayor calidad (la infantería campana no
II Guerra Púnica. Pág. 50/78

era rival para las legiones), acosaba a las avanzadillas romanas causando
los daños físicos, pero sobre todo morales (verse acosados por un enemigo
atrapado y derrotado desmoralizaría a las tropas).

A instancias de un centurión, se dice que Quinto Navio, los romanos


pusieron en practica la siguiente estratagema: sacando de las legiones a los
jóvenes mas ágiles, veloces y robustos, se les dotó de un armamento ligero
similar al de los vélite pero con siete venablos, y se les entrenó para cabal-
gar en la grupa del caballo, detrás del jinete; llegado el momento, descabal-
garían con toda rapidez para participar en el combate ecuestre en apoyo de
su caballería. Cuando los jóvenes dominaban la nueva técnica, la caballería
romana se salió de las fortificaciones y avanzó hacia la caballería campana
en campo abierto. Cuando se encontraban a tiro de lanza, descabalgó la in-
fantería ligera, y fueron lanzando una tras otra descargas de jabalinas, cau-
sando no menos mortandad que desconcierto. Después cargaba la caballería
romana hasta las mismas puertas de la ciudad. A partir de entonces, la
caballería campana no causó más contratiempos a las fuerzas romanas.

El éxito de esta maniobra supuso la necesidad de contar regularmente con


el concurso de numerosas fuerzas de velites. Dice Livio que quedaron defi-
nitivamente incorporados en el despliegue legionario.

Posiblemente siguiendo la ruta de Lucania/Samnio, Aníbal entró Beneven-


tum, desde donde se dirigió Campania. Llegó con su ejército hasta el Tifata
y ocultó sus fuerzas en este monte. Tras informarse de la disposición de las
fuerzas enemigas, trasladó su ejército a Calatia, donde destruyeron un
fuerte romano. Desde allí viraron hacia Capua y avanzaron contra las po-
siciones romanas; antes había ordenando a campanos y cartagineses (Bostar
y Hannón se encontraban al frente de la guarnición de apoyo) que saliesen
desde todas las puertas contra al enemigo en el momento que él atacara.
Un férreo cerco, con doble empalizada y foso, se estableció alrededor de
Capua, incomunicando la ciudad. Sólo con la ayuda de los fieles númidas
se podía intentar llevar mensajes hasta el campamento de Aníbal. Los nú-
midas, fingiéndose desertores (hasta doscientos númidas se encontraban en
las filas romanas como desertores), entraban en el campamento romano
para, una vez ganada su confianza, escapar hasta el campamento carta-
ginés.

El mando romano distribuyó sus tropas para cubrir todos los sec-tores de la
línea de defensa romana. Por un lado, Appio Claudio, con 3 legiones (y un
indeterminado apoyo aliado), haría frente a los campanos, mientras que el
resto de las tropas, 3 legiones y aliados, se despegaría fuera de la empali-
zada exterior y ofrecería batalla. La caballería se desplegó en los flancos,
cubriendo las líneas de comunicación del ejército, pero lo suficientemente
cerca de la formación para acudir a la batalla si era necesario.

El comienzo de las operaciones fue seguido por una inmensa multitud de


ciudadanos de Capua, quienes, desde las almenas, hacían sonar cacharrería
de bronce, provocando un espectacular ruido que envolvía a sus soldados
en su marcha contra las líneas fortificadas romanas.

El choque de las tropas de Aníbal contra los romanos desplegados a de-


fensiva, fue seguramente atroz. El empuje de los cartagineses fue tal, que
pronto la legión VI comenzó a ceder terreno a la infantería cartaginesa que
empujaba irresistiblemente apoyada por los elefantes. Una unidad de cerca
de 500 hispanos y 3 elefantes rompió las líneas romanas y llegó hasta la
empalizada. Fulvio advirtió que el miedo comenzaba a prender entre sus
filas. La perspectiva de que el campamento fuese ocupado por los cartagi-
neses, y por tanto, su retirada cortada, aterrorizaba a los soldados. Recurrió
II Guerra Púnica. Pág. 52/78

entonces Fulvio a los más duros de sus combatientes: los centuriones primi-
pilus33, entre ellos, Quinto Navio. Les dijo que hiciesen todo lo posible por
cercenar la embestida de aquel contingente cartaginés que amenazaba con
hundir la moral del ejército. Rápidamente se puso al frente de un nutrido
contingente de tropas (los hispanos eran realmente pocos; si los romanos
contraatacaban serían sin duda derrotados. Lo que pasa es que eran tropas
especialmente duras y la moral romana estaba seriamente tocada).

33
Son los centuriones veteranos de más rango de la clase de los triarii. El del primer manipulo,
primipilus, participaba en el consejo del estado mayor. Posiblemente los primipilus se encontraban
junto al cónsul al comienzo de la batalla. De esta forma, pudo echar mano de ellos en el momento
adecuado.
La situación era delicada. Combatiendo en formación cerrada, el avance de
los hispanos parecía irresistible; existía la opción de dejarles llegar a la em-
palizada para que rompieran la formación, y así serían fácilmente dete-
nidos. Parece que se impuso la necesidad de frenarlos allí donde se encon-
traban, por ello, Quinto Navio se lanzó contra los flancos de la formación
enemiga con las tropas que pudo reunir, y como era habitual en casos de-
sesperados, con el estandarte en mano, amenazó a las tropas con dejarlo
caer en manos del enemigo si los soldados no le seguían. Por los dos flan-
cos de la formación hispana, nuevas y motivadas tropas romanas ata-aron
su línea de avance.

Los hispanos, sin embargo, consiguieron llegar hasta la empalizada, de-fen-


dida en ese momento por dos tribunos34, Lucio Porcio Licinio y Tito Popi-
lio, que echaron mano de los princeps que solían dejarse de guardia en el
campamento. Un terrible combate se produjo en ese instante; los tres ele-
fantes quedaron muertos allí mismo, pero gracias a sus cuerpos y a los de
otros muchos combatientes cartagineses que poco a poco fueron cubriendo
el foso, los atacantes pudieron asaltar la empalizada y rebasar las defensas
romanas. Se entabló un sangriento combate dentro del campamento.

Mientras tanto, la principal ofensiva desde Capua se dirigió a las posiciones


romanas situadas cerca de la vía Appia. Apio Claudio organizó la defensa
en primera línea junto a las legiones; los enemigos no tardaron en ser re-
chazados los enemigos, y los romanos avanzaron hacia Capua persiguiendo
a las tropas campanas en desbandada. Lo que siguió fue una matanza hasta
las mismas puertas, donde se apilaban los capuanos en desorden para poder
entrar. Sólo la férrea defensa desde las torres y almenas, armadas de múlti-
ples escorpiones y ballesteros, disuadió a los romanos de entrar dentro;
además, el general resultó herido, por lo que los bríos se sosegaron y cada
bando regresó a su posición inicial.

Sobre el duro combate entre los hispanos y los romanos por la posesión del
campamento existen varias versiones. Todas ellas nos dan a entender lo es-
pectacular de la refriega. Unos dicen que los elefantes llegaron hasta las
tiendas y provocaron una terrible confusión en el campamento, donde miles
de acémilas correrían espantadas de aquí a allá tras haber roto sus ataduras,
y donde, se cuenta, Aníbal había infiltrado varios agentes latinos que en
ordenaban a las tropas huir y retirarse del campamento por orden de los
cónsules (fueron descubierto y ejecutados).

Los hispanos, debido a su cada vez más escaso número, finalmente fueron
obligados a retroceder. Aníbal vio que la cuña de sus valerosos hispanos no
conseguía el objetivo propuesto, y en vista de los daños que recibían de los

34
Cada ejército consular disponía de seis tribunos.
II Guerra Púnica. Pág. 54/78

romanos, ordenó una retirada general, manteniendo cuidadosamente las


formaciones y desplegando en las alas a la caballería para amenazar a las
legiones que decidieran avanzar.

Fulvio, pese al ardor de sus hombres, se dio por satisfecho con haber de-
tenido la irrupción cartaginesa, y regresó al campamento.

Las bajas varían según los autores. Unos dan la cifra de 8.000 cartagineses
y 3.000 campanos muertos; tros no dan cifras; otros, incluso, señalan que
no hubo tal refriega, solo una gran confusión cuando los cartagineses apa-
recieron de improviso contra las líneas romanas. La versión que aquí relato
es la de Livio, y como seguimos a este autor, aquí queda.

No intentaría Aníbal nada más contra los romanos que cercaban Capua. Re-
conoció su impotencia en rebasar la férrea resistencia que oponían sus
enemigos. Marchó contra Roma con la esperanza de que algunas legiones
abandonaran el cerco para defender la capital; luego podría dar rápida-
mente la vuelta y atacar las legiones restantes. El plan falló porque los ro-
manos apenas debilitaron su dispositivo de asedio. Aníbal se marchó de la
zona para no regresar jamás. Poco después, Capua se rindió.

LA PÉRFIDA CAPUA

Sin duda, uno de los hechos que más conmocionó a los senadores romanos
fue la traición de Capua, no solo por el hecho de pasarse al cartaginés, sino
por hacerlo de la manera en que se hizo.

La ciudad campana estaba íntimamente ligada a la historia inmediata de


Roma. Desde hacía ciento veinte años eran y Capua disponía de unas pre-
rrogativas dentro de la alianza romana que solo unas pocas ciudades podían
ostentar. La ciudad era muy rica y poblada; se calcula que podía poner en
armas unos 30.000 infantes y 4.000 jinetes llegada la ocasión.

Las tropas campanas servían en gran número en el ejercito romano, desta-


cando su excelente caballería. De hecho, trescientos de sus mejores jinetes,
miembros de las mejores familias campanas, militaban en el año 216 a.C.
en Sicilia. Encontramos también soldados campanos en Cannas, que siendo
hechos prisioneros por los cartagineses, son libertados sin rescate como
medida de gracia de Aníbal para con los aliados romanos.

Ya en tiempos de Trasimeno, el político más influyente de la ciudad, Pa-


cuvio Calavio, del partido popular, planeaba asesinar a la facción del sena-
do pro-romana y aliarse a Aníbal en el caso de que éste se acercase a Cam-
pania. Cambió finalmente de opinión pero lo cierto es que poco después se
hizo con la dirección del senado con el apoyo de los populares.

En este dibujo podemos apreciar los perímetros de muralla de las ciudades


de Roma y Capua (a la misma escala). El tamaño real de la zona poblada
es difícil saberlo, queda aquí expuesto el área que ocupaban las dos ciuda-
des propiamente dichas.

Cuando Aníbal derrotó a los romanos en la batalla de Cannas, la mayor


parte de la clase dirigente y el pueblo de Capua comenzó a inclinarse hacia
el cartaginés y a favor de la ruptura con Roma. A tal efecto, a fin de evaluar
la situación de las fuerzas romanas tras la debacle, se envió una embajada
al cónsul Terencio Varrón, que por entonces se encontraba en Venusia in-
tentando reorganizar los restos del ejercito, para informarse y espiar. La
impresión que les causó la situación del ejercito romano les convenció para
enemistarse abiertamente contra Roma. Vibio Virrio proclamó que había
llegado el momento de sacudirse de encima la tutela romana y que Capua
recuperase los territorios perdidos e incluso aspirase a la supremacía en Ita-
lia con el apoyo de Aníbal, una vez que éste, derrotados ya los romanos, se
retirase de la península. Según Tito Livio, en algunos anales encontró que
en ese momento enviaron a Roma una embajada a fin de exponer al senado
las condiciones para que Capua no abandonase la alianza. Una de ellas era
que, a partir de ese momento, uno de los dos cónsules debería ser campano.
Ni que decir tiene la respuesta ante tan altivas y ofensivas pretensiones;
fueron expulsados a cajas destempladas de la ciudad.

Después se envió una embajada (los mismos que se entrevistaron con


Terencio Varrón) a Aníbal; se firmó una alianza oficial con Cartago en es-
II Guerra Púnica. Pág. 56/78

tos términos: ningún general o mandatario cartaginés tendría jurisdicción


alguna sobre ciudadanos campanos, y ningún campano, sin su consenti-
miento, cumpliría obligaciones civiles o militares; Capua mantendría sus
propias leyes y sus propios gobernantes; los cartagineses entregarían tres-
cientos prisioneros a los campanos (los que eligiesen) para canjearlos por
los jinetes campanos que sirvieron en el ejército romano en Sicilia.
Seguidamente se precedió a la matanza de todos los militares romanos y
aliados presentes en la ciudad, quienes fueron encerrados en las termas y
asfixiados. Medix tuticus.

Entrada triunfal de Aníbal en Capua

En la ciudad quedaban, no obstante, partidarios importantes de la alianza


con Roma, gente influyente y respetada en la propia Capua, como Decio
Magio, que por su resistencia fue incluso detenido por los cartagineses y
enviado a Cartago como rehén (aunque finalmente pudo escapar).

Como en todas las ciudades, pervivió siempre una facción partidaria de los
romanos, incluso el joven hijo de Pacuvio Calavio, que era un activo miem-
bro del partido pro-rromano liderado por Decio Magio, intentó asesinar a
Aníbal mientas éste se encontraba en un convite en casa de su padre.

A lo largo de la guerra, muchos campanos abandonarían la ciudad para pa-


sarse a los romanos; así por ejemplo, unos 112 jinetes abandonaron la
ciudad para incorporarse al campamento de Gneo Fluvio en Suésula.
Monedas púnicas en Campania. La diosa Tanit; y en su reverso, un caballo

A lo largo de la guerra, los campanos figuraron en las filas de los ejércitos


de Aníbal; después de caer Capua muchos corrieron a su lado para re-
fugiarse.

Roma consideró la traición de Capua como algo muy personal. Incluso


cuando Aníbal marchó contra Roma con la idea de provocar el levanta-
miento del asedio que los romanos sostenían en la ciudad campana, no lo
consiguió, pues estaban aferrados a la idea de hacer pagar la traición de los
campanos al precio que fuera.

Cuando la ciudad fue tomada, el senado de Capua fue llevado al camp-


amento principal, donde se encontraban los dos cónsules; una vez allí, tras
requisar todas las riquezas que les pertenecían, fueron todos encadenados, y
a los más destacados filocartagineses, unos 58, se les envió la prisión. Entre
los cónsules, no existía acuerdo acerca de qué resolución tomar con los se-
nadores campanos; mientras Fulvio era partidario de castigarlos con du-
reza, Claudio era más contemporizador. El asunto se remitió a Roma. Co-
mo consecuencia, Appio Claudio dejó zanjado el asunto; nunca habría ima-
ginado que su colega, Fulvio, con 2.000 jinetes seleccionados saliera al
atardecer para cumplir una misión... pero se dirigió con ellos a una de las
prisiones donde se encontraban los senadores; una vez allí, los condenados
fueron azotados y decapitados por los lictores. De allí, Fulvio se dirigió a
Cales, donde se encontraba otro grupo de los senadores encadenados.
Cuando ya estaban siendo amarrados a un poste para proceder a azotarlos,
llegó una misiva de Roma dirigida a los cónsules. Pensaría Fulvio que se
trataba de la decisión del senado respecto a las medidas a tomar contra los
campanos, y que sería clementes.. El cónsul la guardó sin abrirla en los
pliegues de su túnica. Tras la ejecución de todos los senadores encerrados
en Cales, Fulvio abrió por fin la carta con las disposiciones del senado. Pa-
ra entonces todo había ya concluido.

Tampoco salieron bien parados los campanos que tras la caída de Capua se
rindieron en Calatia y a Atela: unos setenta magistrados fueron ejecutados
y unos trescientos nobles y principales acabaron encadenados o repartidos
II Guerra Púnica. Pág. 58/78

por las colonias latinas para su vigilancia. El resto de la población fue es-
clavizada.

En marzo del 210 a.C., en Roma aparecieron súbitamente varios incendios,


sin duda intencionados, en varias tiendas del foro. Las llamas se propaga-
ron por edificios privados, por las canteras y por el mercado del pescado;
también por el atrio de la Regia (residencia del Pontífice Máximo). El tem-
plo de Vesta35 fue salvado gracias a la intervención de 13 esclavos que
arriesgaron sus vidas (fueron luego manumitidos por cuenta del estado).
Durante toda la noche y el día siguiente, el fuego siguió causando estragos.
Cuando finalmente fue controlado y extinguido, el cónsul abrió una inves-
tigación en la que, como era usual, se prometió la libertad a los esclavos
que pudiesen aportar alguna pista. Un esclavo llamado Manus acusó ante
los magistrados a su amo, un joven de la familia de los Calavios, que con
cinco amigos, también campanos nobles, hijos de personajes que habían
sido ajusticiados por los romanos, habían provocado los incendios, y que si
no se les detenía pronto, provocarían nuevos desastres. Detenidos los acu-
sados, tanto ellos como sus esclavos fueron interrogados en el foro. Al
principio resistieron bien las acusaciones, luego se hicieron patentes las l-
agunas en sus defensas y finalmente confesaron. Fueron condenados,
incluido los esclavos cómplices, a la pena de muerte, y posteriormente, eje-
cutados. Al esclavo Manus le fue otorgada la libertad y se le recompensó
con 20.000 ases de bronce.

Después de estos hechos, el cónsul Levino llegó a Capua. Fue abordado por
una muchedumbre de campanos suplicantes; le rogaban que les dejase
enviar una embajada a Roma en su defensa, pues parecía que los romanos
estaban decididos a exterminarlos a todos. Quinto Flaco, el magistrado ro-
mano responsable de la zona les había condenado a permanecer dentro de
las murallas de Capua, pues objetaba que en cuanto ponían el pie fuera, o
se dirigían al campamento de Aníbal o a Roma causar males. Finalmente
Q. Flaco permitió que una embajada marchase a Roma con el cónsul pero a
condición que regresase a los cinco días de que el senado hubiese decidido.
Cuentan que la defensa de su causa fue patética, pues ¿qué podían decir
después de lo ocurrido? El senado fue duro, el pueblo no menos, la
sentencia fue durísima. Tito Livio no se quiere alargar en la sucesión de pe-
nas contra personas y clanes; unos perdieron sus bienes, otros, además, fue-
ron esclavizados con sus mujeres e hijos; solo se salvarían las hijas que por
matrimonio pertenecieran ahora a otra comunidad. Otros fueron a prisión
en espera de otra condena peor. El estado romano confiscó e inventarió

35
En el templo de Vesta se guardaban las reliquias más respetadas y queridas por los romanos. Por
ejemplo, el fuego perpetuo, una llama que ardía constantemente y que era alimentaoa por las vesta-
les (más de una pagaría con su vida por haber dejado apagar la llama). También se guardaba allí
una imagen de Palas Atenea, llamada Palladium; se supone que había sido entregada por la diosa a
los míticos fundadores de Troya, y que Eneas había podido salvarla de la destrucción.
todos los bienes de los campanos. Una vez hecho esto, se precedió a
entregar a los ciudadanos pro-romanos todo el ganado menos los caballos,
los esclavos que no fuesen adultos y los bienes que no fuesen inmuebles.

Más se decretó la libertad de todos los campanos de Atela, Capua, Calatia y


Sabatia con excepción de: todos los habitantes con ciudadanía romana o
con estatuto latino, así como todo campano que estuvierse en la ciudad
cuando fue tomada, y todos los familiares de soldados que militaban aún en
las filas del ejército enemigo (serían desterrados a la parte norte del Tíber;
se les prohibiría además, tanto a ellos como a sus descendientes, poseer o
adquirir campos, excepto en una zona concreta -las comarcas de Sutrium,
Nepete y Veyes-, y siempre que la superficie no superase las 50 yugadas).
Los campanos que no hubiesen permanecido en Capua ni otras ciudades
traidoras durante la guerra serían trasladados al territorio que baña el río Li-
ris, cerca de Roma. Todos los que se habían pasado a los cartagineses antes
que Capua lo hiciese fueron deportados a los territorios al norte del Vol-
turno, prohibiéndoles que se asentasen a menos de 15 millas de la costa.

Se ordenó poner a la venta todos los bienes de los senadores que fueron
condenados a muerte en las distintas ciudades campanas, y los que hubie-
sen sido condenados a esclavitud, llevarlos a Roma para venderlos.

Todavía quedaba, no obstante, vida en Capua. Prueba de ello es que Q. Fla-


co, que gestionaba el cumplimiento de la condena impuesta a los cam-
panos, un día ordenó transladar sus tropas lejos del bullicio de las calles, a
barracones improvisados de madera y paja junto a las puertas y murallas,
pues temía que el ambiente de la ciudad relajase a sus soldados tal y como
le había sucedido a Aníbal años atrás.

Esta circunstancia animó a una serie de jóvenes patriotas a emprender una


loca acción de represalia contra los ocupantes. Los conspiradores habían
planeado prender fuego a las frágiles edificaciones que servían de acuarte-
lamiento a los legionarios; sin embargo, fueron traicionados por algunos de
sus esclavos, que denunciaron la conjura. Inmediatamente se ordenó blin-
dar la ciudad, las puertas fueron cerradas y los soldados peinaron las calles
y casas en busca de los rebeldes: en total, 170 campanos, encabezados por
los hermanos Blosios, jóvenes pertenecientes a una de las familias de más
rancio abolengo entre los ciudadanos. Todos fueron interrogados sin mira-
mientos, y una vez que confesaron, ejecutados.

Tras la guerra, la mejor parte del territorio campano fue anexionado por
Roma, y el resto del territorio, colonizado. (Años antes ya se habían entre-
gado tierras a refugiados de otras zonas de Italia, por ejemplo, la ciudad de
Atela, cuyos habitantes habían sido deportados)...
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ANÍBAL AD PORTAS

Tras la imposibilidad de romper el estrecho cerco que los romanos dispo-


nían sobre Capua y comprobar que los cónsules no tenían la menor inten-
ción de presentar batalla, el general cartaginés decide realizar, a la manera
de Agatocles o Epaminondas, una finta; marcha hacia Roma para obligar a
las legiones que sitian Capua a levantar el asedio y acudir en defensa de su
capital, o al menos, para dividir el ejército romano.

Estos planes, comunicados a los sitiados por un valiente númida que se in-
filtró entre las líneas romanas y llegó hasta la ciudad, fueron apoyados por
los compungidos campanos, que seguían confiando en la genialidad del lí-
der púnico.

Aníbal ordenó hacerse con el mayor número de embarcaciones posibles en


el río Volturnus; después construyó un fuerte para protegerlas (los romanos
no comprendían el objetivo de esta obsesiva manera de reunir barcos;
supondrían que para hacer un puente, pero los púnicos no realizaban
ninguna construcción). Cuando ya disponía de suficientes embarcaciones
para transportar todo su ejército36, consiguió provisiones para diez días, y
cruzó el río en una sola noche. Antes del amanecer, ya se encontraba al otro
lado, y sin fuerzas romanas apreciables entre él y Roma. Destruyó las em-
barcaciones para que no pudiesen servir a sus enemigos, y siguió hacia
adelante..

Atravesó la llanura que conduce a Cales, la rebasó y entró en las tierras de


los sidicineos, donde se detuvo un día entero para someterlas a un siste-
mático saqueo. Tomando la vía Latina, cruzó las comarcas de Suessa, Ali-
fe y Casino, devastando a su paso todos los territorios circundantes. En Ca-
sino se detuvo dos días para destruir y saquear toda la región. Dejando a un
lado las ciudades de Interamna y Aquinum, llegó hasta el Liris, donde se
detuvo, pues los fregelanos habían destruido el puente; cuando cruzó el río,
se ensañó el cartaginés con la comarca en venganza por la destrucción del
puente.

A través de los campos de Frusino, Ferentinum y Anagnum, llegó al terri-


torio de Labicum. Desde el monte Algino se dirigió a Tusculo, y bordeán-
dola, llegó hasta Gabii, y de allí, a Purpina. Ocho millas le separaban de
Roma.

36
Es difícil cuantificar el ejército de Aníbal. Antes de acudir a Campania, para realizar la marcha
lo más rápidamente posible, dejó toda su impedimenta y armas pesadas en el Bruttio, por lo que se
deduce que sus efectivos estarían sensiblemente reducidos con respecto a lo que era habitual. Es de
suponer que la marcha a Roma la haría con estas tropas "ligeras". Tras el fracaso estratégico de la
campaña en Campania, vuelve al Brutito, donde, además de recoger el resto de sus fuerzas, ataca
por sorpresa Rhegium sin resultados.
Allifae. La Vía Latina atraviesa esta comarca.

En continuo movimiento, debido a su gran necesidad de forraje, el ejército


cartaginés aprovechó siempre que pudo la ventaja que les brindaban las
calzadas romanas. En este caso, la vía Latina permitió al ejército de
Aníbal avanzar por el Lacio, sometiendo a una sistemática devastación to-
dos los campos por donde atravesaba; consiguió así un importante botín,
al desvalijar tierras por las que hacía ya más de setenta y cinco años que
no entraban los enemigos de Roma.

A la derecha, el río Liris.


II Guerra Púnica. Pág. 62/78

De acuerdo con el senado37, los cónsules escogieron un contingente de tro-


pas (unos 15.000 infantes y 1.000 jinetes) para enviarlos a Roma a través
de la vía Appia. . Q. Fulvio Flaco asumió el mando de las operaciones:
consumió varios días en cruzar en el río Volturnus, pues no disponían de
las suficientes embarcaciones; siguió a lo largo de la vía Appia, ordenando
a las ciudades por donde iba a pasar que preparasen bastimentos para las
tropas, pues marchaban con lo indispensable para llegar lo más rá-
pidamente posible a Roma. Cuando atravesaban las ciudades aliadas, los
habitantes se reunían al borde de la calzada para animarlos y para entre-
garles todo aquello que necesitaban.

En Roma, al saber que Aníbal se encontraba ya en Fregellae, se repitieron


las escenas de pánico que se vivieron tras Cannas. Se refuerza el número de
tropas en las murallas, en la ciudadela y el Capitolio; se envían tropas al
monte Albano y al fuerte de Efula.

El avance cartaginés fue anunciado por las avanzadillas númidas, que cau-
saban autenticas escabechinas entre los ciudadanos y las tropas dispersas
que trataban, en su retirada, de refugiarse en Roma.

Mientras Aníbal instalaba el campamento, por la Capena entrada el ejército


del procónsul Flaco38, y atravesando la abarrotada ciudad (llena de refu-
giados) se dirigió por el barrio de las Carinas hasta las Esquilias; salió por
la puerta Esquilina, y desplegando sus legiones entre esta puerta y la puerta
Colina.

37
Las noticias que llegaban de que Aníbal se preparaba para marchar sobre Roma suscitaron un
agrio debate en el senado. P. Cornelio Asina opinaba que debería retirarse el ejército que asediaba
Capua y prepararse para defender la Roma con todas las fuerzas disponibles. Esta opinión era
diametralmente opuesta a la que recomendaba Fabio Máximo, que prefería defenderse solo con
tropas que se encontraban en la ciudad, y mantener el cerco de Capua, tanto por motivos de pres-
tigio como de estrategia. P. Valerio Flaco otorgó a los cónsules decidir según su criterio, pidiéndoles
que estudiasen la viabilidad de reforzar las defensas de Roma al tiempo que mantenían el sitio de
Capua.
38
Aquí difieren diametralmente las dos mejores fuentes. Livio cuenta lo que aquí se relata. Polibio
dice que Roma se salvó gracias, no a Flaco (que en realidad nunca llegó a Roma), si no a dos le-
giones que casualmente se encontraban en Roma para salir hacia Hispania.

Para Aníbal, que basaba sus esperanzas de tomar Roma en que no existiesen fuerzas de relevancia
para proteger una ciudad tan extensa y con una muralla tan dilatada (hacia ya casi dos siglos que
era la mayor metrópoli de Italia), la presencia de un número de tropas suficiente como para abor-
tar su intento era razón suficiente como para no intentarlo, menos, cuando sabía que no tardaría en
aparecer el ejercito de los cónsules. Aníbal sometió a todo el territorio a su alcance a una
devastación que todavía serecordaba en la época deCelio Antipater, cronista que vivió alrededor
del 120 a.C.

La crítica se inclina más por la versión de Polibio, que parece más sensata que la casi heroica gesta
de Fulvio Flaco llegando a Roma en el último momento. Sea lo que fuere, expongo aquí la de Livio
pues a él seguimos, y en el fondo, tampoco se puede demostrar fehacientemente quién de los dos tie-
ne razón.
Aníbal avanzó hasta el río Anio, a tres millas de la ciudad, donde estableció
el nuevo campamento. Al frente de dos mil jinetes, se acercó cuanto pudo a
las murallas, cerca de la puerta Colina. Q. Fulvio, indignado por el hecho
II Guerra Púnica. Pág. 64/78

de que el general enemigo pudiese llegar con tal calma hasta las mismas
murallas, despachó contra él a la caballería.

Mientras tanto, en la ciudad, se dio orden de movilizar a los desertores nú-


midas que se encontraban allí vigilados por los romanos, unos 2.200 jine-
tes. Su súbita aparición, armados y marchando por la cuesta Publicia hizo
pensar al aterrado populacho que los cartagineses habían irrumpido ya por
el Aventino; los pobres númidas sufrieron el ataque de la población, que les
lanzaba toda clase de objetos a su paso por las calles; esto unido a la gran
cantidad de gente y ganado que se refugió en la ciudad, formó tal caos que
que la "operación númida" quedó abortada.

El senado tuvo que recurrir a todo ex-cónsul, ex-censor o ex-dictador (tan


necesitados estaban de líderes) para investidos de mando militar. Después
fueron repartidos por la ciudad para sosegar los ánimos y controlar en la
medida de lo posible el caos existente. Durante todo el día y toda la noche
se sucedieron los incidentes pero finalmente se sofocaron sin que llegaran a
más.

Al día siguiente, el ejército cartaginés se acercó en orden de batalla; Q. Fla-


co aceptó el envite (lógicamente, su retaguardia estaba protegida por las
murallas). Según nos cuenta Livio, en ese momento cayó sobre el campo de
batalla un fuerte aguacero que frustró el enfrentamiento. Al día siguiente, lo
mismo, por lo que Aníbal decidió que la suerte no estaba de su lado en esta
campaña39 y decidió renunciar definitivamente al ataque; y más cuando le
informaron que Roma se habían despachado tropas para Hispania, despre-
ciando el peligro presente, y que en el foro se habían vendido los terrenos
donde él acampaba a buen precio... Aníbal saqueó los alrededores y
después instaló el campamento a seis millas de Roma, junto al río Tutia.
Atravesó el bosque sagrado de Feronia, donde existía un templo famoso
por sus riquezas, que por supuesto fue saqueado, y esde aquí, se dirigió a
Ereto, Rieti y Cutilia, después a Amiternum, Marsos, Alba, Marrucinos, la
ciudad de Sulmo, el territorio de los pelignos, y por fin, Samnio.

Aníbal fracasó en sus objetivos estratégicos. Los romanos no levantaron el


cerco de Capua, y él, resignado, literalmente les dio la espalda; los
generales púnicos de guarnición en la ciudad sitiada se lo reprocharían. La
ciudad se rinde poco después a Roma; decenas de senadores son ejecu-

39
Como en casi todos los puntos de esta controvertida campaña de Aníbal, la razón por la que re-
nunció a presentar batalla difiere según los autores. Para Polibio, fue la misma presencia de las
tropas romanas las que le disuadieron, pues al llegar a Roma, pensaba que la ciudad se encontraría
indefensa ante él, o al menos sin legiones operativas. Para Apiano, la razón fue que, pese a encon-
trar a Roma a sus pies, pues el ejercito de Flaco no era rival para él, no quiso tomar la ciudad, pues
temía que acabada la guerra, en Cartago le quitarían el mando militar. En definitiva. La critica da
por buena la teoría de Polibio, más sensata que la de Livio con sus tor-mentas divinas, así pues,
siguiendo a este escritor griego...
tados, otros se suicidan, y la población es deportada; es el fin de la flore-
ciente ciudad campana.

Los historiadores antiguos admiraban al general cartaginés, que al frente de


tan heterogéneo ejercito (quizá nunca hubo ni habría otro igual), con
hombres pertenecientes a naciones tan dispares como númidas, libios, afri-
canos, cartagineses, iberos, celtíberos, ligures, galos, samnitas, brucios,
griegos, etruscos, campanos y otros, los condujo de tal manera que no se
conocen sediciones de envergadura en sus filas; solo algunas deserciones
menores y poco más. Hasta el último momento permanecieron junto a su
admirado y querido general. Solo cuando abandonó Italia, tuvo el barcida
problemas, problemas causados por su propia actitud, pues no quiso dejar a
sus aguerridos combatientes en manos del enemigo, por lo que obligó a mi-
les de ellos a acompañarle a la fuerza a África.

Dibujo perteneciente a la caja de soldados,


Aliados de Aníbal, de HAT Industries.

Campaña del 214-207 A.C.


Bruttium Y Lucania

Al llegar la primavera del 214 a.C. Aníbal ordenó de nuevo a


Hannón que abandonase Bruttium y que colaborarse en las opera-
ciones que se llevaban a cabo en Campania. A tal efecto, Hannón
se dirigió por la ruta acostumbrada, es decir, a través de Lucania
hasta el Samnio (allí acampó junto al río Calore y procedió al sa-
queó sistemático de la colonia romana), desembocando en Bene-
ventum, y de allí, a Capua (la ruta de la costa, más corta y lógica,
se hacia inviable por encontrarse bien defendida).
II Guerra Púnica. Pág. 66/78

Casualmente, el ejército de T. Sempronio (2 legiones y auxiliares)


llegó por esos días a Beneventum, y no tardó mucho en presentar
batalla. Fue una lucha muy encarnizada, pero finalmente, se saldó
con la derrota aplastante del ejército cartaginés, que perdió unos
15.000 hombres por unos 2.000. Hannón reagrupó a los pocos
huidos que pudo encontrar y se replegó a territorio lucano. T.
Sempronio, confiado, envió unos fuertes destacamentos aliados a
saquear las tierras de los lucanos rebeldes. Hannón, emboscado,
acabó con ellos, causando a los romanos miles de bajas y devol-
viéndole así la derrota de Beneventum. Hannón se retiró rápida-
mente al Bruttium para ponerse fuera del alcance de T. Sempro-
nio.

Durante el año 213, no pasó nada relevante en el Bruttium. En la


primavera del 212, Aníbal reclamó de nuevo el ejército Hannón.
Debido al acoso romano, los capuanos necesitaban urgentemente
suministros por haber perdido las cosechas. Hannón consiguió lle-
gar hasta Beneventum, eludiendo a los romanos, que se encon-
traban el Samnio. Allí recorrió las tierras de los aliados y recogió
gran cantidad de trigo (Aníbal mantenía algunas ciudades de ese
área como graneros, llevando allí suministros siempre que podía
para cuando los necesitase). Hannón avisó a los ciudadanos de
Capua para que enviasen gente suficiente para cargar lo necesario.
Poco después, una masa heterogénea de miles de civiles llegaba al
campamento cartaginés para transportar los alimentos. Los roma-
nos, que seguían al punto todo lo que ocurría, sabían que el
campamento sería vulnerable ahora que en él se encontraban tal
cantidad de gente no combatiente; decidieron atacarlo. En el
primer asalto no pudieron atravesar la empalizada que lo protegía;
el segundo se hizo ya irresistible. Perecieron 6.000 enemigos y se
capturaron 7.000 soldados, además de todos los civiles campanos
que habían venido por trigo.

Hannón, que aquel día se encontraba fuera del campamento con la


caballería (seguía recogiendo trigo de las ciudades aliadas), re-
gresó o, más bien, huyó de nuevo al Bruttium.

Una vez en el Bruttium, como consecuencia de la caída de Taren-


tum en manos de Aníbal, Hannón recibió un mensaje de ciertos
griegos de Turios: si acudía a la ciudad, probablemente podría ha-
cerse con ella. Al punto marchó con el ejército hasta Turios y pre-
sentó batalla al prefecto, que contaba con la guarnición romana y
la infantería griega aliada de Turios. Al principio, el combate es-
II Guerra Púnica. Pág. 68/78

taba igualado y todo parecía desarrollarse bien para el romano; en


cuanto la caballería cartaginesa apareció por sorpresa por los
flancos, los griegos se dieron a la fuga, abandonando a los roma-
nos, que aguantaron lo que pudieron, pero finalmente corrieron
hacia la ciudad, donde los traidores les cerraron las puertas,
dejando entrar solo al prefecto y a pocos más; al resto los dejaron
indefensos ante los cartagineses, que los aniquilaron. Al prefecto
se le facilitó la huida por mar, y poco después, le abrieron las
puertas a los cartagineses.

Es posible que eligieran a Hannón comandante encargado de la


defensa de las ciudades griegas del área; lo cierto es que Magón
pasa a ser ahora comandante jefe de los cartagineses en Bruttium,
donde se le presenta la oportunidad de preparar una celada contra
T. Sempronio Graco, uno de los mejores generales romanos. Fla-
vo, que era el cabecilla de los lucanos que permanecían fieles a
Roma40, decidió cambiar de bando, y para garantizarse un buen
recibimiento en las filas cartaginesas, tramó una celada contra T.
Graco. Flavo le comentó a Graco que cierto número de ciudades
enemigas de Lucania se pasarían a las filas romanas, y reclama-
ban su presencia para hacer más firme y segura la alianza. T. Gra-
co no dudó, pues viniendo de un leal amigo de Roma, ¿quién
podía temerse una traición de tal envergadura? Se dirigió al lugar
de la cita con una reducida escolta; en ese lugar Magón había pre-
parado una celada, ocultando a los númidas. La trampa inmedia-
tamente se hizo evidente; el lucano Flavo picó espuelas y se pasó
a la formación cartaginesa, confundiéndose entre sus filas. El ge-
neral romano, viendo ya la situación perdida, ordenó solo acabar
con la vida del traidor y hacerle al menos pagar su perfidia (a cos-
ta de muchas bajas, Flavo fue protegido con éxito por los cartagi-
neses y sobrevivió a la celada). La escaramuza terminó con la
muerte de T. Graco, cuyo cadáver Magón envío a Aníbal41.

40
Pese al más o menos masivo apoyo logístico de los lucanos a Aníbal, el apoyo militar que la región
podía ofrecer era ínfimo, en nada comparable al único aliado que realmente pudo volcarse en favor
del púnico y al que ayudó decisivamente durante estos largos años de guerra, Bruttium.
41
La forma en que murió T. Graco varía según los autores. Para algunos, la celada fue casual, fruto
solo de una de las muchas que continuamente hacían los númidas, expertos en este tipo de guerra.
Las versiones, como decía, varían. Unos afirman que fue en realidad lo mataron cuando se alejó un
poco del campamento para lavarse; acompañado tan solo de los lictores y tres esclavos, fueron ata-
cados por los númidas que se encontraban ocultos en un saucedal; dicen que se defendió, a falta de
Del año 211 a.C. se sabe que Aníbal se retiró hasta el Bruttium
para invernar, escapando del acoso de los ejércitos romanos. Allí,
tras reorganizarse, volvió a Apulia, donde aplastó un ejército ro-
mano.

Este mismo año, acabadas las hostilidades en Sicilia, el cónsul


Levino remitió a Rhegium un contingente de tropas (4.000 hom-
bres) que consideraba de más baja ralea, compuesto por delin-
cuentes convictos, endeudados, desterrados (gente que en Sicilia,
ahora en paz, serían más una molestia que una ayuda); instalados
en Rhegium e impelidos a realizar acciones de acoso y saqueo a
las que estaban inclinados, causarían gran daño a las tierras y
posesiones de los brittios y demás aliados púnicos.

En el año 210 a.C. no sucede nada de relevancia en la zona más


allá de las repetidas incursiones de saqueo por parte de la guarni-
ción de Rhegium.

En el año 209 a.C. se produce un salto cualitativo en las acciones


que los romanos llevan a cabo en Rhegium. Se pasa de las usuales
operaciones de rapiña y saqueo en territorio enemigo a acciones
más contundentes. A tal efecto, de las tropas romanas establecidas
en Rhegium se escogieron los 4.000 hombres que llegaron de Si-
cilia, más otros de igual ralea que se les unieron en el Brucio
(desertores y todo tipo de delincuentes). Marcharon hacia Cau-
lonia con la intención de tomarla. Durante el camino, realizaron
una sistemática devastación del territorio enemigo, con avidez y
sin ahorrarse ninguna tropelía, y llegados a la ciudad, la atacaron
con saña, aunque sin éxito42.

armas, a pedradas. Otra versión habla de que lo mataron mientras realizaba unos sacrificios ritua-
les a quinientos pasos del campamento.
42
La razón de esta arriesgada acometida romana hay que buscarla en Fabio Máximo. Decidido a
tomar la ciudad de Tarentum, se le ocurrió la idea de distraer al general cartaginés haciendo un
ataque diversivo en el Bruttium con tropas de "deshecho". El plan salió a la perfección, Aníbal, al
ser informado del ataque romano, salió rápidamente de Lucania para, en una rápida marcha, coger
desprevenidos y exterminar a los osados romanos. Entre tanto, Fabio Máximo se acercó a Taren-
tum y la sitió. Cuando Aníbal emprendió el camino de Tarento, la ciudad cayó a traición en manos
del cónsul. Tras la pérdida de Tarentum, el cartaginés declaró que consideraba ya imposible
continuar con éxito la guerra con las pocas tropas que le quedaban.
II Guerra Púnica. Pág. 70/78

Aníbal, que se encontraba en Apulia, fiel a si mismo, viendo que


no conseguía nada positivo enfrentándose a Marcelo, dejó a su
enemigo plantado y se dirigió al Bruttium, donde esperaba, no so-
lo levantar el cerco de Caulonia, sino acabar con ese atrevido con-
tingente romano. Su rápida llegada cogió por sorpresa a los roma-
nos, que se replegaron a una colina de fácil defensa; no les sirvió
de nada; acabaron por rendirse y entregarse a discreción.

Montañas del Bruttium que se extienden entre Locrii y Rhegium.


Actualmente es un área natural protegida, un parque natural.

En el año 208 a.C., el nuevo cónsul, Crispino, ordenó el traslado


de abundante maquinaria de asedio desde Sicilia a Rhegium para
sitiar la importante ciudad de Locrii. Sin embargo, tuvo que de-
sistir pues Aníbal merodeaba abiertamente por la zona; optó por
dirigirse a Apulia, donde se unió a su colega. Aníbal también
acudió allí. Los cónsules, aprovechando que podían mantener al
cartaginés ocupado en Apulia, ordenaron a Lucio Cincio, pretor
de Sicilia, que al mando de la flota, preparase el proyectado ata-
que contra Locrii; se enviaría también parte de la guarnición de
Tarentum para bloquear la ciudad por tierra (este contingente fue
aniquilado por Aníbal al poco de salir). Lucio Quincio llevó ade-
lante el asedio de la´ciudad griega con gran energía, tanta, que el
propio Magón se daba ya por perdido y avisó a Aníbal que si no
enviaba ayuda, Locrii caería en manos romanas. La muerte del
cónsul Marcelo en Apulia dio a Aníbal mayor libertad de movi-
mientos. Después de intentar un par de acciones ofensivas en la
zona, decidió acudir al Bruttium para librar a Locrii del asedio.
Cuando los centinelas de los puestos de vigía de la ciudad otearon
la caballería númida, animaron a la guarnición cartaginesa a reali-
zar una salida contra los sitiadores. Al principio, el combate fue
igualado, pero cuando aparecieron los númidas por la espalda de
las posiciones romanas, éstos se dieron rápidamente a la fuga, ha-
cia el mar, buscando refugio en las naves. De esta forma, Aníbal
levantó el asedio de Locrii. Es probable que se quedara a invernar
en la región del Bruttium.

Últimos años de la guerra en Italia (207-203 a.C.)

Por fin, en el 207 a.C., Asdrúbal dejaba Hispania y se preparaba


para entrar en Italia. Sin embargo, Aníbal, que esperaba que su
hermano tardaría al menos tanto como él en cruzar la Galia y los
Alpes, no estuvo demasiado atento a los acontecimientos; por pri-
mera vez se le escaparon de las manos, y también por primera
vez, los romanos llegaron a engañarle con funestos resultados pa-
ra la causa cartaginesa.
II Guerra Púnica. Pág. 72/78

Aníbal, que se encontraba invernando en el Bruttium43, comenzó


el año haciendo una incursión en territorio tarentino, donde no
salió bien parado y regresó de nuevo al Bruttium. Luego reunió
todas las tropas disponibles, tanto las propias como las distribui-
das en las guarniciones de la zona. Cuando estuvo preparado,
marchó a Lucania con el fin intentar recobrar las ciudades que
recientemente se habían pasado a los romanos. Estableció sus
campamentos en los alrededores de Grumento, donde también
acudió el ejército del cónsul Q. Claudio Flamen con unos 40.000
infantes y 2.500 jinetes. El cónsul estableció su campamento muy
cerca de Aníbal.

Aníbal, que prefería presentar batalla para salir del impasse que
imponía la táctica del general romano, veía cómo sus intentos no
eran secundados por Q. Claudio, que prefería mantenerse en sus
fortificaciones, contentándose con agobiar al cartaginés con esca-
ramuzas y con su terca presencia. Así transcurrieron los días hasta
que, por fin, el cónsul vio posibilidades de presentar batalla. Co-
piando a su enemigo, Q. Claudio destacó un fuerte contingente de
infantería detrás de una colina; por la mañana, muy temprano, for-
mó al resto de los legionarios. Las tropas cartaginesas salieron
precipitadas del campamento para formar en la llanura. Aprove-
chando el desorden, Q. Claudio manda cargar a la caballería. Aní-
bal, que no tiene tiempo ya de formar un sólido frente de batalla,
da la orden de cargar directamente contra el enemigo, y mientras
el veterano general cartaginés se las ve y se las desea para orga-
nizar a sus tropas sobre la marcha, aparecen inesperadamente por
la espalda los legionarios emboscados en la colina; el ejercito pú-
nico renuncia a combatir y se da abiertamente a la fuga. Según
Tito Livio, durante la retirada, los cartagineses sufrieron severas
pérdidas, más de 8.000 hombres por a penas 500 romanos y alia-
dos.

Al día siguiente, Q. Claudio volvió a ofrecer batalla pero Aníbal


no salió de sus reales. Pasaron los días y los romanos se acerca-
ban cada día más a las fortificaciones, retando a sus enemigos al
43
Siglos más tarde, el lugar donde habitualmente se establecía Aníbal en el Bruttium, la parte más
angosta de Calabria, donde el Tirreno y el Golfo de Tarento casi se tocan, fue conocido por los
romanos como el Campamento de Aníbal. En la época imperial, todavía se conocía con esta de-
nominación.
combate. Aníbal desistió, y al anochecer, salió con el ejército ha-
cia Apulia, dejando a los númidas en el campamento para simular
que se mantenía en el lugar. La presencia de los africanos en las
fortificaciones hasta el último momento hizo perder al cónsul bas-
tante tiempo, pero alcanzó en los cartagineses en Venusia, obli-
gándoles a salir de la zona tras una serie de afortunadas escara-
muzas. Aníbal se retiró a Metapontum a través de las montañas.

Ordenó a Hannón, que se encontraba en Bruttium, reclutar auxi-


liares entre las belicosas tribus aliadas, y después, que se reuniera
con él. Una vez reforzado, Aníbal se dirigió de nuevo a Venusia,
siempre seguido por los romanos.

Mientras los dos contendientes se mantenían atrincherados en


Apulia, el cónsul se enteró de la llegada de Asdrúbal a Italia; es-
cogió la flor y nata de sus fuerzas, unos 6.000 hombres, y tras
anunciar que se dirigía a realizar una campaña punitiva contra al-
guna ciudad lucana, emprendió una rápida marcha a través de Ita-
lia para impedir el paso de Asdrubal. Tras la derrota y muerte de
Asdrúbal, un prisionero entregó a Aníbal la cabeza de su hermano
y le informó de la aplastante derrota cartaginesa. Ya sin esperan-
zas, Aníbal se retiró al Bruttium; no solo él y su ejército, sino
también las guarniciones de las ciudades griegas y lucanas que to-
davía dominaba.

Termino así el año con Aníbal invernando en el Bruttium a la es-


pera de los refuerzos que le prometían desde Carthago.

En el año 206 a.C., los nuevos cónsules invadieron el Bruttium y


llegaron hasta Cosentia, saqueando a fondo todo el territorio. A su
regreso, los bruttios y cartagineses les hicieron una emboscada en
un denso bosque y poco faltó para que ocurriese algún desastre;
finalmente, el ejército salió al llano y llegó a Lucania, región que
terminó por someterse por entero a Roma.

Los cónsules no se atrevieron a enfrentarse a Aníbal; él tampoco


se movió (según algunos autores, la derrota de su hermano el año
anterior le afectó demasiado). La guerra se limitaba a simples
operaciones de saqueo y devastación, más propia de cuadrillas de
II Guerra Púnica. Pág. 74/78

ladrones que de soldados; un tipo de guerra muy apropiado al ca-


rácter de los bruttios y los númidas, pero que los romanos de zona
también practicaron.

Por aquel entonces, el hambre y la peste azotan al ejército carta-


ginés, y los refuerzos prometidos por Cartago, unos cien barcos
de transporte con todo tipo de suministros y soldados, fueron des-
viados de su ruta por los vientos, pues carecían de remeros; ter-
minaron en Cerdeña, donde algunos fueron capturados y otros
dispersados por los romanos. Aníbal tampoco podía esperar ayuda
de su hermano Magón, que se encontraba en Liguria.

En el año 205 a.C., con Escipión en Sicilia preparando el desem-


barco en África, se le presentó a los romanos la oportunidad de
conquistar Locrii a traición. Habían capturado unos obreros de la
ciudad en una de sus incursiones de saqueo, y los llevaron a Rhe-
gium; los obreros le ofrecieron al mando romano la posibilidad de
entrar en Locrii si a cambio eran liberados (trabajaban en la ciu-
dadela para los cartagineses, por lo que la oferta no era descabe-
llada). Escipión aceptó que se llevara el plan llevar adelante.

Se escogió un contingente de 3.000 hombres de la guarnición de


Rhegium; llegaron a medianoche a Locrii, cerca de las murallas
de la ciudadela; los traidores dejaron caer una serie de escalas por
las que subieron los legionarios. Gracias a la confusión creada, la
guarnición cartaginesa, que podría haberlos derrotado, se dejó lle-
var por el pánico y se concentró en la segunda de las dos ciuda-
delas que disponía la ciudad. Al amanecer, Amílcar envió emi-
sarios a Aníbal, mientras intentaba expulsar a los invasores. Se
combatió a diario por las calles. A los cartagineses les llegaron re-
fuerzos de la ciudades cercanas; no así a los romanos. El propio
Aníbal estaba ya en camino...

Escipión, que a la sazón se encontraba en Messina, informado de


la difícil situación en que se encontraba el propretor Q. Pleminio
(comandante del contingente romano), embarcó rápidamente y se
Locrii con la esperanza de llegar antes que Aníbal. Aníbal envió
un mensajero a Amílcar para ordenarle que atacase al día siguien-
te; acampó junto a las murallas y desplegó el ejército para el
ataque. Ese mismo día, a última hora de la tarde, llegó Escipión
con la flota y desembarcó un fuerte contingente de infantería.

Costa de Calabria a la altura de Locrii

Al día siguiente, Amílcar comenzó el ataque, y Aníbal se acercó a


las murallas con escalas y todo lo necesario para el asalto. Pero de
repente se abrieron las puertas y los romanos salieron. Aníbal, que
esperaba todo menos esto, detuvo el asalto; enterado de la presen-
cia del cónsul, se retiró de Locrii por la noche. Los cartagineses
de la ciudadela salieron rápidamente para unirse al ejército de
Aníbal.
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Con el tiempo, la lealtad de los bruttios y griegos aliados de los


púnicos se iba debilitando. Aníbal, consciente de que todo estaba
perdido, impuso numerosas cargas a las ciudades, incluso atacó a
aquellos que se oponían a las medidas dictaminadas.

En el año 204 a.C., el cónsul Publio Sempronio, que tenía a su


cargo la provincia del Buttium, combatió con Aníbal cerca de
Crotona44, en un confuso combate en el que no hubo tiempo de
desplegar los ejércitos correctamente. Los romanos fueron derro-
tados. Refugiados en su campamento, lo abandonaron por la no-
che y retrocedieron para unirse a los refuerzos que ordenó traer el
procónsul Publio Licinio. Con 4 legiones y auxiliares, avanzó ha-
cia contra el cartaginés, a quien derrotó y puso en fuga. Aníbal se
acuarteló en Crotona.

Los romanos aprovecharon la iniciativa para conseguir el control


de varias ciudades del Bruttium: Cosentia, por ejemplo, y otras
seis mas; algunas se entregaron sin ofrecer restistencia.

A medida que llegaban noticias de las victorias de Escipión en el


norte de África, Aníbal notaba cómo sus últimos aliados recela-
ban, incluso estallaron algunas sublevaciones (más de una guarni-
ción cartaginesa fue pasada a cuchillo). Aníbal se presentó en Pe-
telia y acusó a los mandatarios de connivencia con los romanos,
pues se sabía que habían mandado mensajeros al senado pidiendo
su alianza. Los notables de la ciudad fueron vigilados por guar-
dias númidas y los ciudadanos brutios desarmados; se les conce-
dió la libertad a los esclavos y se les armó. Lo mismo se hizo en
otras ciudades.

En Turios, se entregó el poder a una facción de unos tres mil ciu-


dadanos (y a unos quinientos del campo circundante) de entre los
más afectos a la causa cartaginesa. Las propiedades los sos-
pechosos de traición fueron entregadas como botín a la soldadesca
del ejército cartaginés; los propietarios fueron trasladados a Cro-
tona. Turios fue guarnecida con un fuerte destacamento.

44
Aníbal había convertido Crotona en su centro de operaciones durante esta última etapa en Italia.
En ella almacenó gran cantidad de suministros y todo lo necesario para llevar la guerra. También
alojaba a los rehenes o a los personajes de dudosa fidelidad.
Un día45 apareció en las costas del Bruttium una flota de trans-
porte cartaginesa al mando de Asdrúbal. El senado, consciente del
momento crítico que se vivía en África, ordena a Aníbal que
abandone Italia y regrese con su ejército a Cartago; también había
sido llamado su hermano Magón, que se encontraba en Liguria.
Desalentado y temeroso de un futuro incierto, Aníbal construyó
rápidamente embarcaciones para trasladar a África el mayor nú-
mero de tropas posibles. La región disponía de abundante madera,
por lo que no fue difícil completar en poco tiempo el número de
barcos que se requerían. Antes de partir, los cartagineses acapara-
ron todos los bienes y objetos de valor; el propio Aníbal ordenó al
almirante Asdrúbal que se dirigiera a las ciudades aliadas para
conseguir todo lo que pudiera, cosa que hacían las tropas con avi-
dez. Al enterarse de este comportamiento, muchas ciudades ataca-
ron a las guarniciones púnicas antes de que llegara Asdrúbal; hu-
bo sitios donde los ciudadanos se hicieron con el control, y otros
en que, con grandes matanzas, las guarniciones púnicas se impu-
sieron. En estos últimos momentos de la presencia cartaginesa en
Italia, las tropas cometieron todo tipo de brutalidades, como ase-
sinatos, violaciones y raptos de doncellas.

Aníbal intentó convencer a los bruttios, lucanos y otros itálicos


que militaban en sus filas que le siguiesen a África (necesitaba
buenos combatientes, y éstos lo eran). Algunos aceptaron. Reunió
a los que decidieron quedarse, y simulando querer recompensar su
larga fidelidad, los rodeó con sus tropas e invitó a los soldados a
que cogiesen a los esclavos que desearan; asesinó a los que sobra-
ron porque hombre de tal valía no podían servir al enemigo. Se
mataron 4.000 caballos y gran número de animales de tiro que no
podía llevarse a África.

Después esperó viento favorable para alejarse de una tierra donde,


según Plutarco, no debía haber empezado su gloriosa vida de con-
quistador, si no haberla terminado como broche de su espectacu-
lar carrera. Quedaron algunas guarniciones menores en el Brut-
tium, tropas de baja calidad que Aníbal decidió sacrificar para cu-

45
Esta parte final, la del abandono de Italia, está prácticamente en su totalidad sacada de la
historia romana de Apiano, de su libro La Guerra de Aníbal.
II Guerra Púnica. Pág. 78/78

brir su retirada. Los de Petelia y otras ciudades los atacaron con


diversa fortuna.

Al partir Aníbal de Italia, el senado romano perdonó a todos aque-


llos pueblos de la península que se habían aliado con los cartagi-
neses; a todos menos a los bruttios, quienes habían permanecido
fieles hasta el final. Los bruttios fueron desarmados y se les pro-
hibió servir en el ejército; considerados hombres no libres, se
utilizaron como sirvientes para acompañar a los cónsules o preto-
res en el desempeño de sus cargos en provincias.

Templo de Juno Licinia en la zona de Crotone. En este templo,


Aníbal dejó una inscripción en la que relataba su aventura italia-
na. Polibio vio la inscripción y da fe que existencia en su época
(150 a.C. aprox.). Abajo, costa cerca de Crotone
CERDEÑA Y SICILIA

Estas dos islas, estrechamente unidas a la historia inmediata de


Cartago, fueron duramente disputadas por los dos contendientes
durante la I Guerra Púnica. La pérdida de Cerdeña, arrebatada a
traición por los romanos en el 237 a.C., supuso el declive del par-
tido "contemporizador" de Hannón, y el ascenso de la facción más
belicosa, la de Amílcar Barca.
Cerdeña, 215 a.C.

La presencia púnica en la isla durante cientos de años creó una


serie de clientelas que perduraron incluso después que el control
pasase a los romanos. Fruto de estos contactos es el estallido de
una rebelión, en la que uno de los régulos, un tal Hampsicora, se
levanta en armas contra la guarnición romana, apoyándose tanto
en los cartagineses como en el odio que había fermentado en la
población local por la cruel política de exacciones que el pretor
romano estaba llevando a cabo (en esos momentos, Roma se
encuentra al limite de sus recursos; se ve obligada a recurrir a una
política de requisa en los territorios conquistados o sometidos que
le granjean la enemistad de las clases menos favorecidas).

Al final del invierno o en la primavera del 215 a.C., una embajada


procedente de Cerdeña llega a Cartago; los sardos pretenden re-
belarse contra Roma. Acompañados por el senador cartaginés
Hannón, son recibidos en el senado, donde se les ofrece toda clase
de promesas en apoyo de su causa.

Esa misma primavera, Cartago, que se encuentra inmersa en un


frenético proceso de rearme, consigue formar en África tres ejér-
citos con un total de unos 40.000 hombres: el primero, unos
14.000, se dirigirá a Hispania al mando de Magón Barca; el se-
gundo, con otros tantos soldados, marchará a Italia en apoyo de
Aníbal Barca; el tercero, con unos 12.000 soldados, junto con el
grueso de la flota púnica, será puesto al mando de un tal As-
drúbal, para que invada Cerdeña.

Mientras, en la isla estallaba la rebelión alentada por Hampsi-


coras. El pretor A. Cornelio había sido ya relevado de su cargo,
dejando a Q. Mucio, al frente de la provincia. El nuevo pretor,
nada más llegar, enfermó y se le apartó de toda responsabilidad
por incapacidad. A. Cornelio, a su llegada a Roma, informó al
senado de la baja del pretor y del creciente clima de rebelión en la
isla; opinaba que habría que reforzar la guarnición de Cerdeña, y
al mismo tiempo, enviar otro mando en tanto en cuanto el pretor
se recobrase. El senado apreció las consideraciones de A. Corne-
lio y accedió, pese a las dificultades que pasaban en Italia, a refor-
zar las defensas de la isla. Se alistó rápidamente una legión, au-
xiliada con 400 jinetes, al frente de la cual se puso a T. Manlio
Torcuato (quien había luchado en Cerdeña años atrás) con plenos
poderes en lo referente a la defensa de la provincia. Sin perder
tiempo, el contingente romano partió hacia Carales.

El destino quiso que la flota púnica, que también por aquellas fe-
chas partió hacia Cerdeña, se viese envuelta en medio de una
fuerte tormenta, que desbarató las naves y las desvío, ni más ni
menos, que hasta las islas Baleares, donde tuvieron que varar para
repararlas, perdiendo un tiempo precioso que sería aprovechado
por los romanos.

Ya en Carales, T. Manlio varó las naves, armó a los marinos e in-


corporó también la guarnición a las legiones para incrementar sus
efectivos (unos 23.000 hombres).A continuación se dirigió al
campamento de los sublevados. Éstos, huérfanos de mando puesto
que Hampsicoras se encontraba en el territorio de los pelitos para
animarles a la rebelión, se dispusieron para el combate. Hosto, hi-
jo de Hampsicoras, se puso al frente, pero su poca experiencia y
la precipitación con que entraron en batalla no les daba ninguna
probabilidad de éxito; pronto fueron deshechos y dispersados,
perdiendo 3.000 hombres en la refriega. El resto de las tropas que
pudo reunir el joven sardo se retiraron hacia un punto fortificado
llamado Corno, donde fueron sitiados por las fuerzas romanas.

Todo habría acabado allí de no ser porque, en este preciso ins-


tante, hace su aparición la flota de Asdrúbal, rehecha ya de los da-
ños sufridos por la tempestad. Los romanos se repliegan a Cara-
les, y los rebeldes, recobrando el ánimo, acuden al lado del carta-
ginés. Hampsicoras une sus tropas con las púnicas, y ambos ejér-
citos, dirigidos por Hampsicoras, marchan hacia el sur, hacia la
capital, Carales, no sin antes aprovechar para saquear los territo-
rios pertenecientes a los pueblos sardos que se mantienen fieles a
los romanos.

Habrían llegado hasta la ciudad si T. Manlio no les hubiese salido


oportunamente al encuentro, interceptándolos y obligándoles a
terminar con el saqueo de los territorios fieles a la causa romana.
En este punto de la costa se sitúa el lugar donde los
sardos tenían la fortificación conocida como Corno

Los ejércitos enemigos montaron sus campamentos a poca distan-


cia, y durante un tiempo, estuvieron observándose. Las pequeñas
escaramuzas se fueron incrementando poco a poco hasta transfor-
marse en la batalla decisiva que esperaban. Los sardos no aguan-
taron mucho tiempo (como era de esperar) el choque con los ro-
manos. Sin embargo, la presencia de las tropas cartaginesas equi-
libró el encuentro durante cerca de cuatro horas, hasta que, des-
hechos y huidos los sardos, los cartagineses se vieron obligados a
retroceder. T. Malio, aprovechando el vacío del flanco que ocupa-
ban los auxiliares sardos, rodeó a los cartagineses, cortándoles to-
da retirada.

La matanza no se hizo esperar: al final del día, 12.000 muertos


cu-brían el campo de batalla y cerca de 3.000 hombres eran he-
chos prisioneros. Hosto murió, Hampsicoras se suicidó poco des-
pués y el general cartaginés, Asdrúbal, junto con otros dos nobles,
Magón (bárcida pariente de Aníbal) y Hannón (que auspició la re-
vuelta en la isla) cayeron en manos romanas (lo cual fue suma-
mente celebrado).
Queriendo acabar definitivamente con el problema, el ejército ro-
mano marchó contra la fortaleza de Corno, donde se habían re-
fugiado los supervivientes de la derrota, tomándola a los pocos
días. Después, las diferentes ciudades que se habían rebelado se
rindieron, y se castigó a cada una de ellas con una multa en espe-
cias según sus posibilidades.

Cortada de raíz la rebelión, T. Manlio regresó a Roma con la


legión que había traído; se presentó ante el senado y comunicó las
nuevas de la victoria; entregó el botín a los cuestores, y los
prisioneros, al pretor Q. Fulvio.

La guerra en la isla había terminado. Nunca más desembarcarían


cartagineses en Cerdeña. Carales sería una importante base naval,
donde poco tiempo después se instalaría una potente flota de gue-
rra .

Sicilia - Siracusa

218-216 a.C.

Al comenzar la II Guerra Púnica, nada podía presagiar que solo


unos años más tarde la isla se vería envuelta en un encarnizado e
igualado combate entre los ejércitos cartagineses y romanos, quie-
nes al final, tras muchas vicisitudes, consiguieron hacerse con el
control definitivo.

En el año 218, al comenzar la contienda, rápidamente se envió a


la isla una flota de combate (160 quinquirremes) y todo un ejér-
cito consular (2 legiones más 16.000 infantes aliados, y 1.800 de
caballería) con intención de invadir el norte de África si en la Ci-
salpina el otro cónsul impedía la invasión de Italia por Aníbal.

En la isla, entretanto, los intereses romanos eran más que defen-


didos por su aliado, Hierón, tirano de Siracusa, quien en la medi-
da de sus posibilidades ayudaría lealmente hasta su muerte a los
romanos.
Carthago llevó a cabo un acoso constante a las posesiones roma-
nas, enviando a tal fin cierto número de embarcaciones, más pres-
tas a golpes y ataques relámpago que a un combate en toda regla,
enfrentamiento que siempre evitarán los navíos cartagineses.

Antes de la llegada del cónsul T. Sempronio, una flota de 20 na-


víos de guerra púnicos con 1.000 infantes llegó hasta las Islas Li-
paras con intención de saquearlas y dirigirse luego a Italia; al mis-
mo tiempo, otra flota de 35 barcos intentaría tomar por sorpresa
Lilibaeum. Sin embargo, una tormenta afectó a ambas escuadras y
dispersó los barcos que operaban en las Liparas. Tres embarca-
ciones fueron a parar al estrecho de Mesina, donde se encontraba
casualmente Hierón de Siracusa esperando la llegada del cónsul;
envió 12 navíos de guerra que capturaron a los dispertados carta-
gineses. Gracias a los prisioneros capturados se descubrieron los
planes del enemigo y se enviaron mensajeros por toda la isla para
avisar del posible ataque sorpresa de la flota cartaginesa.

La flota que se dirigía a Lilibaeum. dispersada también por la tor-


menta, perdió algunos días, dando tiempo a que las guarniciones
romanas de las ciudades costeras reunieran una escuadra en Lili-
baeum. La flota púnica, viendo que el efecto sorpresa se había
perdido, esperaron hasta el amanecer (llegaron de noche) y apres-
taron su escuadra para el combate. Los romanos salieron del puer-
to y pusieron rumbo a las naves enemigas. Los cartagineses pla-
nearon un combate estratégico, pues la cantidad y calidad de las
tropas embarcadas era inferior a las romanas. Pese a la destreza
marinera de los cartagineses, pronto se vieron atenazados por el
gran número de barcos enemigos; la mayoría logró huir, pe-ro
siete naves con un total de 1700 soldados fueron capturadas por
los romanos.

Poco después, el cónsul T. Sempronio, con la flota y el ejército,


llegaba a Mesina, siendo recibido por Hierón, que se encontraba
allí con su flota. Sabiendo que algunas ciudades de de influencia
púnica se habían sublebado, marcharon sin tardanza a Lilibaeum.

Hierón II de Siracusa, 306?-215 a.C.

Al llegar a Lilibaeum, Hierón regresó a su reino, y cónsul atacó


Malta, donde capturó a Amílcar Giscón con 2.000 soldados. Una
vez asegurada la defensa del sur de Sicilia, puso rumbo a las islas
Eolias, donde se creía que estaba el resto de la flota cartaginesa,
pero se equivocó; habían salido de las islas y se encontraba ata-
cando la costa de Calabria.
T. Sempronio recibió la noticia de que Aníbal había pasado los
Alpes y que tenía que volver con el ejército a Italia; distribuyó la
flota por las zonas más amenazadas y partió hacia Roma. Tras su
marcha, el pretor M. Emilio quedó a cargo de la isla (ya lo estuvo
antes de la llegada del cónsul). T. Sempronio le proporcionó 50
quinquirremes para reforzar la flota. En el año 217 a.C, le sucedió
el pretor T. Otacilio, que atacó con desigual éxito a la flota carta-
ginesa en su ruta hacia Cerdeña. El legado de T. Otacilio, P.
Cincio, se encargó de llevar a Ostia una flota de 120 unidades
que, parece ser, era la reserva naval romana.

Hierón de Siracusa preparó una flota de transporte para llevar a


Ostia gran cantidad de suministros, donación que hacía al estado
romano al conocer el terrible percance que había supuesto la de-
rrota de Trasimeno y el posterior y destructivo avance de Aníbal y
sus aliados por Italia. Los donativos no fueron aceptados como ta-
les por el senado; solo a cambio de su pago. Las tropas auxiliares
que Hierón envió participarían en Cannas. Hierón pidió que se or-
denase al pretor T. Otacilio acosar con la flota la costa africana
para entorpecer las comunicaciones entre Cartago y Aníbal. El
consejo fue aceptado; se enviaron 25 quinquirremes, que sumadas
a las del pretor, harían un total de 75.

Llegado el año 216 a.C., Cartago emprendió una operación a gran


escala contra Sicilia. Una flota de guerra atacó y devastó el terri-
torio de Hierón de Siracusa. Mientras tanto, otra poderosa escua-
dra cartaginesa (posiblemente más de 75 unidades) permanecía a
la expectativa cerca de Lilibaeum, obligando a la escuadra rom-
ana a permanecer en esas aguas e impidiendo que acudiera en
ayuda de su aliado. T. Otacilio solicitó refuerzos a Roma para
combatir en los dos frentes. Acuciados en Roma por el desastre de
Cannas, habían utilizado la mayor parte de la infantería de la flota
de reserva estacionada en Ostia. Sin embargo, se entregaron 120
navíos de guerra a P. Furio Filo, que expulsó de la isla a las flotas
púnicas y pasó luego a África para atacar la costa cartaginesa. No
se sabe con exactitud cómo fue la campaña africana, pero poco
después, la flota regresaba a Lilibaeum con P. Furio herido, y la
tropa y la tripulación, en general, descontenta por no recibir la
paga ni trigo desde hacia tiempo (las arcas romanas estaban bajo
mínimos). Hasta T. Otacilio pidió el relevo, quizá porque le co-
rrespondía y por los innumerables problemas que se le pre-senta-
ban.
El senado romano contestó que no disponía de dinero ni recursos,
así que tomasen las medidas1 oportunas para conseguirlos por sí
mismos; en cuanto al relevo, no llegó hasta el año siguiente, 215
a.C. A. Claudio Pulcro se presentó en la isla con nuevas tropas
(los supervivientes de Cannas, dos legiones, castigados con el exi-
lio por huir en la batalla; las legiones de la isla pasaron a Italia).

Poco después, T. Otacilio, tras una corta estancia en Roma, llegó


con plenos poderes para hacerse cargo de la flota romana y operar
en las costas cartaginesas. Durante el transcurso de esta expedi-
ción, le informaron de que una numerosa escuadra cartaginesa se
encontraba cerca de Cerdeña; se le ordenó interceptarla.
Rápidamente puso rumbo y se topó con la escuadra púnica, que
regresaba a África. T. Otacilio atacó, dispersó la mayor parte de la
flota enemiga y capturó siete navíos

Seguramente, siendo la flota romana estrechamente vigilada por


los cartagineses, se aprovechó la marcha de T. Otacilio para, des-
de Cartago, enviar gran cantidad de suministros a Aníbal. Una
flota cartaginesa arribó sin contratiempos a la zona de Locrii, don-
de desembarcaron recursos de todo tipo, además de unos 12.000
hombres. Esta acción cartaginesa debió caer muy mal en Roma:
que una flota de tales proporciones hubiese costeado sin ningún
contratiempo Sicilia tanto en la vida como en la vuelta, demos-
traba la incompetencia del encargado de la defensa de esas costas,
T. Otacilio Craso2.

Era Sicilia base de operaciones contra África así como retaguardia


privilegiada de la región del Bruttium. En más de una ocasión, se

1
El pro-pretor T. Otacilio Tuvo que recurrir a su único aliado y valedor, Hierón de Siracusa, quien
inmediatamente pagó las soldadas de los legionarios y proporcionó trigo para los siguientes seis
meses de campaña.
2
T. Otacilio Craso, casado con una sobrina del mismísimo Q. Fabio Máximo. Posiblemente su
parentesco le había facilitado su carrera política. Sin embargo, el hecho de que los cartagineses
hubiesen conseguido hacer llegar a Aníbal poderosos refuerzos y haber continuado asolando las
costas de Italia y Sicilia mientras él tuvo el gobierno de la flota, llevó a su propio suegro a decla-
rarse públicamente en contra de su candidatura al consulado en el año 214 a.C., candidatura que
fue finalmente rechazada.
lanzarían golpes de mano contra las ciudades aliadas a los carta-
gineses. También sirvió como punto de apoyo de la última gran
ciudad bajo control romano de ese territorio, Rhegium, ciudad
estratégica que servía de puente entre la isla de Sicilia y la pe-
nínsula, y que se defendía, por tanto, con firmeza.

Así estaban las cosas cuando los acontecimientos se precipitaron.


Hierón muere en Siracusa (el aliado más firme de Roma fuera de
Italia). A partir de este momento, las cosas cambian radicalmente:
un nuevo e insospechado frente de guerra se abre para los dos
contendientes.

215 / 214 a.C.

Tras la muerte de Hierón II, heredó la tiranía de Siracusa su hijo


Hierónimus, un joven de 15 años. Ni siquiera su padre depositó
muchas esperanzas en Hierónimus, incluso se dice que planeaba
proclamar la república para evitar la sucesión. Asignó a su hijo
quince tutores (entre ellos, dos yernos3), para compensar las pocas
aptitudes de gobierno que mostraba el muchacho, y sobre todo,
para que no abandonara la fructífera alianza con Roma. Muerto el
tirano, Adranodoro, principal tutor del nuevo rey, alejó de inme-
diato a los otros consejeros, alegando que el muchacho ya estaba
maduro para reinar por sí mismo.

Hierónimos empezó a gobernar de una manera en todo diferente a


la su padre: se rodeó de lujo y púrpura y no se privó de vicio ni
depravación a su alcance; se comportaba altiva y despectivamente
y apenas concedía audiencias ni recibía a los consejeros del esta-
do; trataba con crueldad a los que le rodeaban... No es que fuera
un tirano, sino más bien un insensato.

Hierónymus 230?-214 a.C.

Obviamente, el tema candente de la actualidad era la guerra entre


Cartago y Roma. Tanto entre los consejeros como entre los ciuda-
danos existían opiniones divergentes acerca del tema. Adranodoro
y Zoipo estaban a favor de aliarse con Cartago. Trasón, un íntimo
del joven rey, era partidario de mantener la alianza con Roma4.
Adranodoro encontró la manera de inclinar la balanza a su favor a

3
Adranodoro y Zoipo, casados con dos hijas del tirano. Pronto mostraron ansias de poder...
4
Otros personajes que aparecen mencionados por Polibio como afines a Roma son: Aristomaco de Corin-
to, Dannipes de Esparta y Autono el Tesalió.
consecuencia de un complot palaciego, donde se vio involucrado
Trasón, cuya cabeza no tardó en rodar. Muerto su más íntimo con-
sejero, no fue difícil convencer al rey para que enviara una emba-
jada a Aníbal, que respondió enviando a su vez a los hermanos
Hipócrates y Epícides, quienes, aunque cartagineses, eran nietos
de refugiados siracusanos (llegó también con ellos un joven noble
llamado Aníbal). Hipócrates y Epícides firmaron una alianza con
Hierónimus.

Al tiempo que los siracusanos se veían envueltos en querellas


intestinas, los romanos y los cartagineses tomaron posiciones.

La flota cartaginesa, al mando de Himilcón, esperaba aconteci-


mientos junto al promontorio de Pachynu.

Los romanos, reforzando sus fuerzas en Sicilia tanto en tierra co-


mo en mar, aguardaban en el estrecho de Messina el momento
adecuado para intervenir.
Enterado el pretor romano, envió rápidamente embajadores a Si-
racusa para solicitar al rey la renovación del tratado de alianza
que les unía desde hacia 50 años. Los embajadores no recibieron
si no burlas, y además le echaron en cara la reciente derrota de
Cannas; los embajadores advirtieron de las consecuencias que tra-
ería la ruptura. Hierónimus despachó embajadores a Carthago
para rubricar la alianza, y de paso, para repartirse Sicilia (en prin-
cipio aspiraba solo a la antigua línea, en el río Hímera, pero más
tarde, convencido por su camarilla -le recordaron las aspiraciones
de su abuelo, el mismísimo Pirro, rey del Epiro-, solicitó apoyo
para controlar toda la isla).

Comenzaron las hostilidades. El rey proporcionó a Hipócrates y


Epícides 2.000 hombres y los puso a la vanguardia del ejército; él
dirigía el grueso de las fuerzas, unos 15.000. Cuando estaban en
Leontinos, algunos partidarios de la alianza con Roma que mili-
taban en las filas del joven rey lo emboscaron y lo mataron. Las
tropas exigieron la cabeza de los regicidas, pero éstos, hábilmen-
te, los sobornaron y proclamaron un nuevo régimen, la república,
la libertad, el reparto de los bienes del tirano... Parte de los conju-
rados se quedaron en Leontinos para hacerse con el control del
ejército; Teódoto y Sosis, dos de los cabecillas, con la caballería,
se dirigieron a Siracusa para adelantarse a los rumores de la muer-
te del rey y sorprender a los colaboradores del tirano antes de que
preparasen algún tipo de defensa.

Demasiado tarde. En cuanto Adranodoro supo de la muerte del


soberano, controló los puntos fuertes; Teódoto ocupó el resto de
la ciudad. Adranodoro sabía que su posición no era segura, y pese
a los ruegos de Demarata (hija de Hierón), que le aconsejaba de-
fenderse hasta la muerte, optó por una postura ambigua; convocó
a los ciudadanos para discutir la situación; le dio el poder a la
asamblea y pidió perdón, lo que le valió la confianza del pueblo.

Hipócrates y Epícides fueron abandonados por sus tropas. Sin


perder tiempo, se dirigieron a Siracusa y se presentaron ante los
dirigentes de la naciente república para echarle en cara su com-
portamiento. Después empezaron a difundir rumores entre la tropa
y el pueblo, acusando a los líderes de connivencia con los roma-
nos y de preparar, con su apoyo, la restauración de la tiranía; de
tal forma prendieron estos rumores que los partidarios de la alian-
za con Cartago recuperaron el poder y la influencia sobre el pue-
blo. Los nuevos gobernantes (entre los que no figuraba ni Epí-
cides ni Hipócrates) hicieron una rápida y contundente purga de
los cabecillas sediciosos; Adranodoro y Temisto fueron ejecuta-
dos y sus cuerpos expuestos públicamente; más tarde asesinaron a
todos los miembros de la familia de Hierón para cercenar definiti-
vamente sus aspiraciones5.

Mientras, los embajadores del pretor de Sicilia trataban de con-


seguir de los nuevos gobernantes una ratificación del tratado de
alianza; a su vez, una poderosa flota cartaginesa hacia acto de pre-
sencia y se situaba a la expectativa en el promontorio de Pachino,
a pocos kilómetros al sur de la ciudad.

Epícides e Hipócrates acusaban públicamente al gobierno de que-


rer entregar la metrópoli a los romanos; casualmente llegó en esos
momentos ante la bocana del puerto la flota de guerra romana,
100 quinquirremes al mando del pretor de Sicilia A. Claudio, que
acudía ante la ciudad para apoyar a los partidarios de Roma. Se
convocó una asamblea para elegir entre las dos opciones: o carta-
gineses o romanos, ganando el debate los partidarios de la alianza
con Roma. Así las cosas, aprovechando que los ciudadanos de
Leontinos solicitaban una guarnición, se envió a Hipócrates como
jefe, y como tropa, a los desertores romanos que servían en las fi-
las siracusanas6 y que obviamente apoyaban las aspiraciones de
Epícides e Hipócrates. Salió pues Hipócrates al mando de 4.000
hombres (se le habían unido algunos mercenarios), y en cuanto
llegó a Leontinos, comenzó a saquear los territorios próximos a la
frontera, desafiando a Roma. Al poco tiempo se reunió Epicides
con su hermano. Los romanos exigieron a los gobernantes siracu-
sanos la expulsión de Sicilia de los dos conflictivos cartagineses.
El gobierno declaró que Leontinos estaban fuera de su control, e
5
Los familiares de Hierón muertos en la represión fueron: Demarata, hija de Hierón, esposa de
Adranodoro; Heraclia, nieta de Hierón, esposa de Zoipo. También cayeron bajo las espadas de los
asesinos dos niñas de corta edad, hijas de Heraclia, que fueron atrozmente muertas después de su
madre.
6
Durante estos años de guerra entre Carthago y Roma, muchos desertores romanos de la flota
habían llegado a Siracusa, el único refugio que disponían; obviamente no deseaban que la ciudad se
aviniese con los Roma pues ellos serian sin duda los primeros perjudicados.
informaron al cónsul Marcelo (debido a la importancia de los
acontecimientos, le había sido dado el mando de Sicilia) que po-
día actuar contra la ciudad con libertad, pues no lo considerarían
un acto de guerra contra Siracusa.

Vista desde Catania del Etna y la costa que se extiende hasta Si-
racusa, que aparece al fondo. Todas estas tierras pertenecían al
Reino de Siracusa.

El cónsul ordenó a todas las fuerzas bajo su mando (incluida la


tropa de la flota de Apio Claudio) que se dirigieran a Leontinos
sin tardanza. Fue tal la furia de las legiones, que en el primer asal-
to se tomaron las murallas. Los dos cartagineses pusieron tierra
por medio y se refugiaron en Herbeso, una pequeña ciudad cerca
de Siracusa. Marcelo, que los quería atrapar, levantó el campa-
mento y salió tras ellos con todas las legiones. Epícides e Hipó-
crates escaparon de nuevo pero se encontraron con una fuerza de
8.000 soldados siracusanos (en su mayor parte seguramente mer-
cenarios) que se encontraba entre Leontinos y Siracusa. Los dos
hermanos, demostrado su habilidad para manejar las masas, no
solo consiguieron eludir la batalla, sino que se hicieron con el
control de toda esa fuerza y la dirigieron contra la misma Siracu-
sa; entraron en tromba en la ciudad, y acto seguido ocurrió una
matanza indiscriminada de todos los gobernantes afines a Roma.

Una vez que Epícides e Hipócrates se hicieron con el poder, se


aliaron con los cartagineses y le declararon la guerra a los roma-
nos.
El asedio de Siracusa

En el año 213 a.C. la ciudad-estado de Siracusa se vio envuelta en


la II Guerra Púnica. Los agentes cartagineses enviados por Aníbal
a la inestable república creada tras la muerte del tirano Hierón II
consiguieron hacerse, no solo con el poder en la poderosa metró-
poli, si no involucrarla en la guerra. Roma, pese a que estaba ha-
ciendo un esfuerzo titánico por mantener tantos frentes de guerra
abiertos (Italia, Hispania, Cisalpina, Grecia, Cerdeña y ahora Sici-
lia, asumirá con resolución el desafió, consciente de las conse-
cuencias de la pérdida la estratégica isla Mediterránea.

La ciudad

El reino de Siracusa, poderoso durante la guerra del Peloponeso,


ganó su privilegiada posición política durante el reinado del tirano
Dionisio; bajo cuya hégira se convirtió en la primera potencia del
Mediterráneo.

La ciudad en sí ganó en tamaño, extendiéndose hacia la Acradina


y posteriormente hacia Tyche y Neapolis, que se convirtieron en
barrios de la capital. Con 350.000 habitantes, era considerada la
urbe más rica del mundo, más incluso que la opulenta Carthago o
la Alejandría de los Ptolomeo. Al comenzar la II Guerra Púnica,
el poder político del reino no era ya ni la sombra de lo que fue;
sin embargo, sus recursos todavía eran considerables, y la ubica-
ción de ciudad tenía un valor estratégico muy importante.

Durante la época del tirano Dionisio fue totalmente fortificada la


meseta de Epipolae, además de construirse numerosas obras de-
fensivas menores. Hierón II dedicó grandes recursos a reforzar el
perímetro (22 km de muralla), encargando al singular Arquímides
el diseño de nuevas construcciones.

Fortaleza de Eurialo. Diseñada7 por Arquímedes y situada sobre


la colina del mismo nombre, en el extremo de la meseta de Epipo-
lae, controlaba no solo parte de los accesos a la misma si no las
rutas que desde la ciudad se dirigían al interior de la isla. Teni-
da por inexpugnable, los romanos no osaron ni acercarse a ella.

Básicamente, la fortaleza de Eurialo era una posición defensiva


destinada a proteger los accesos a la altiplanicie de Epipolae
desde la llanura, mediante el uso masivo de las catapultas con las
7
Básicamente, la fortaleza de Eurialo era una posición defensiva destinada a proteger los accesos a
la altiplanicie de Epipolae desde la llanura mediante el uso masivo de las catapultas de las que
estaba provista. Desde el edificio central de gran elevación, cinco enormes catapultas aprove-
chaban la altura en la que estaban dispuestas para batir al enemigo a largo alcance, a mayor dis-
tancia que cualquier máquina que éste pudiera desplegar. Podían alcanzar unos 185 metros de dis-
tancia, donde Arquímedes había dispuesto un gran foso defensivo. La propia construcción del fuer-
te era en si magnifica, como se puede ver en esta reconstrucción.Acabó en manos romanas por un
acuerdo con el oficial que mandaba la guarnición, quien, aislado de la ciudad, aceptó entregar la
fortaleza a cambio de poder retirarse a Siracusa con sus tropas.
que estaba provista. Desde el edificio central, de gran elevación,
cinco enormes catapultas aprovechaban la altura para batir a
gran distancia, a mayor distancia que cualquier máquina que el
enemigo pudiera desplegar. Podían alcanzar unos 185 metros,
distancia a la Arquímedes había dispuesto un gran foso defen-
sivo. La propia construcción del fuerte era en sí magnifica, como
se puede ver en la reconstrucción. Acabó en manos romanas por
un acuerdo con el oficial que mandaba la guarnición, quien,
aislado de la ciudad, aceptó entregar la fortaleza a cambio de po-
der retirarse a Siracusa con sus tropas.

Vista de Siracusa desde la meseta de Epipolae. En primer plano,


el anfiteatro; al fondo la ciudad vieja; y detrás, la isla de Ortygia.
Las murallas del perímetro habían sido dotadas de originales as-
pilleras de casi medio metro, por las que, sin ser vistos, los defen-
sores acribillaban a los asaltantes con toda clase de proyectiles.
A Los tramos menos defendibles por no disponer de elevaciones
naturales de difícil acceso, Arquímedes los dotó con catapultas y
escorpiones adecuados a las necesidades defensivas del lugar en
concreto; la muralla no podía ser nunca conquistada a la fuerza.

El ataque

La flota y las legiones romanas se acercaron a Siracusa. El ejér-


cito se estableció en Olympieion, donde construyeron un campa-
mento fortificado; las naves fondearon frente a la ciudad para evi-
tar que flota cartaginesa hiciese acto de presencia.

El ataque terrestre comenzó en el pórtico Escitico, cerca del puer-


to de Trogilos donde la muralla tocaba el mar. Al mismo tiempo,
la flota, comandada por el propio cónsul, atacaba la Achradina.
Disponía Claudio Marcelo para el ataque de 60 quinquirremes,
abordo de las cuales se encontraban gran número de arqueros y
velites, que con sus proyectiles mantenían a los siracusanos fuera
de las almenas. Ocho quinquirremes, unidas de dos en dos y sin
remos, se acercaron a las murallas; sobre ellas se levantaban
cuatro sambucas.
Sambuca. Se trata de una escalera de cuatro pies de ancho, y de
alto tanto como la muralla que se pretendía asaltar. Disponía de
unas barandillas a cada lado para facilitar la ascensión, En la
parte superior se instalaba una plataforma cubierta donde se alo-
jaban unos cuatro arqueros. Durante el desplazamiento en los
barcos, la escalera se abatía (como era mucho más larga que la
nave, sobresalía por la proa); al llegar junto a la muralla se le-
vantaba mediante poleas y palancas, y se fijaban a la muralla con
garfios. Como estaban protegidas, los asaltantes subían por la
sambuca a salvo de las armas arrojadizas.
Durante el primer asalto, Arquímedes defendió la muralla insta-
lando catapultas de diferente alcance; cuando los romanos se en-
contraban lejos, los bombardeo con proyectiles, y cuando se acer-
caban y pensaban que estaban fuera de tiro, otro ingenio prose-
guía con el ataque. Marcelo desistió de acercarse a la muralla du-
rante el día; planificó el asalto por la noche, pero en cuanto llega-
ron a la muralla, entraron en acción los escorpiones, que apoyados
por los arqueros, hicieron muchas bajas al enemigo. Las sambu-
cas fueron destrozadas por unos extraños artefactos diseñados por
el sabio siracusano; cuando se acercaban al muro, los ingenios de
Arquímides aparecían por las almenas transportando grandes pie-
dras y bolas de plomo, que caían sobre las escaleras, destrozán-
dolas, incluso ponían en serios problemas a las mismas naves.

Los barcos eran sorprendidos aquí y allá mediante lanzamientos


de grandes pedruscos cuyas trayectorias eran inimaginables para
la época. ideó también Arquímedes una "mano de hierro" suspen-
dida de una cadena, que atenazaba al barco por la proa; mediante
un sistema de poleas, el barco era elevado del agua, y cuando se
encontraba suspendido en el aire, se soltaba. Los siracusanos se
mofaban de los enemigos, y Marcelo ya no sabía qué hacer ante
este combate singular entre máquinas y hombres8.

El asalto por tierra que llevó a cabo Appio Claudio no fue menos
desastroso que el naval. Reunidos los oficiales romanos, se deci-
dió no intentar más un asalto a viva fuerza, sino rendir la ciudad
por hambre (sin embargo, no dejarían de intentarlo durantes los
siguientes meses).

Marcelo se marchó con un tercio de los efectivos a combatir en el


interior de la isla; el resto del ejército se dedicó a cortar todo su-
ministro que pudiera llegar a la ciudad.

Tiempo después, un ejército cartaginés desembarcó en el sur de


Sicilia. Para reforzarlos, un contingente de 10.000 infantes y 500
jinetes siracusanos al mando de Hipócrates lograron salir de Si-
racusa y a poca distancia de la capital hicieron un alto para pasar

8
¿? -)
la noche. Cuando estaban instalando el campamento, Marcelo,
que regresaba de Agrigentum, los atacó; la mayor parte de los si-
racusanos fueron destrozados; la caballería, tras intentar defen-
derse, se refugio en Acras; Hipócrates, con algunas tropas, pudo
refugiarse en el campamento cartaginés de Himilcón.

El potente ejército cartaginés se acercó a Siracusa, pero se toparon


con las líneas defensivas de los romanos, que se negaban a com-
batir en campo abierto. Himilcón, informado de que una nueva le-
gión estaba a punto de desembarcar en Messina, levantó el
campamento y se dirigió al norte para interceptarla9. La flota car-
taginesa (55 unidades al mando de Bomílcar), ante la manifiesta
superioridad de la escuadra romana, que casi la doblaba en nú-
mero, rehusó el combate, pero entró, no obstante, en el puerto de
Siracusa.

Termina el año 213 a.C. Appio Claudio Pulquer marcha a Roma


para intentar conseguir el consulad. Marcelo fortifica los campa-
mento en Leontio y T. Crispino, y después marcha también a
Roma. Los cartagineses preparan en África una nueva y poderosa
flota para intervenir de nuevo en Siracusa.

9
En estos momentos, el senado romano tenía más interés en Sicilia que en las correrías de Aníbal
por Italia. Alarmados por la masiva irrupción cartaginesa en la isla, le enviaron a Marcelo una
legión de refuerzo (dispondría así de 5). La unidad llegó a Mesina, pero no avanzó la costa (el
camino más lógico) como esperaba el general cartaginés, sino por el interior.
Al comenzar la primavera se desató con toda virulencia la ofen-
siva del ejército de Himilcón por toda la isla. Marcelo se vio obli-
gado a aliviar un tanto el cerco de Siracusa para enviar parte de
sus fuerzas contra los cartagineses; de todas formas, no esperaba
tomar al asalto las murallas ni rendir la ciudad por hambre, pues
entraban con facilidad suministros por mar dada la dificultad de
cerrar tan amplio perímetro. Intentó, no obstante, negociar con los
filoromanos de Siracusa para tomarla por traición; cuando estaba
el plan estaba preparado, todo se vino a bajo por un chivato. La
represión alcanzo a unos 80 conjurados que fueron inmediatamen-
te ejecutados.

Consiguió Marcelo, gracias a un intercambio de prisioneros, acer-


car a sus observadores muy cerca de las murallas, en la zona del
puerto de Trogilos, junto a la torre Galeagra, punto equidistante
entre el campamento romano y las posiciones siracusanas. Pudie-
ron comprobar algunos tramos de muralla, y se dieron cuenta que
la altura no era tan grande como en principio habían calculado.
Escogió el cónsul un día especial para el asalto; informado por un
desertor que Siracusa celebraría durante tres días las fiestas dedi-
cadas a Diana, y que entre la guarnición correría con largueza el
vino, decidió atacar de madrugada, cuando el alcohol hubiese
hecho mella en los enemigos. Un contingente de 1.000 hombres
en fila y guardando silencio total se acercó a los pies del tramo de
muralla menos elevado. Poco a poco, todos los hombre pudieron
subir hasta las almenas. En ese momento, se acercó todo el ejér-
cito y comenzó a colocar escalas a lo largo de la muralla, mientras
la tropa que ya estaba dentro avanzaban sin resistencia hasta el
Hexápilo, donde por fin fueron descubiertos; se agruparon en una
puerta que intentaron derribar.

Los centinelas siracusanos, llevados por el pánico, abandonaron


sus posiciones, y se retiraron hasta Achradina. Epícides, que esta-
ba en esa zona, reacciono rápidamente, y al mando de sus tropas
se dirigió hasta la meseta de Epipolae para entrar en combate con
los romanos; sin embargo, temiendo una conspiración dentro de la
ciudad, retrocedió y entró en las murallas interiores. Marcelo
rebasó las murallas exteriores y estableció un campamento en la
meseta.

Intentó el cónsul entablar conversaciones de paz con los siracu-


sanos pero fue de inmediato rechazado. Se dirigió después con
sus tropas a la colina Eurialo, donde se levantaba la fortaleza del
mismo nombre, e intento hacerse con ella diplomáticamente pero
no consiguió nada; en vista de que la posición era inexpugnable,
optó por establecer su campamento entre los barrios de Ticha y
Neapolis, lejos de las zonas habitadas para evitar que las tropas se
desbandasen (más tarde, con cierto orden, permitió el saqueo de
las propiedades siracusanas de la zona)10.

Filodemo, oficial al mando de la fortaleza Eurialo, comprobándo


que no podría ser apoyado desde la ciudad, pactó la rendición y se
retiró con sus tropas a la Acrhadina.

El contraataque

Bomílcar, que permanecía en el puerto de Siracusa con una flota


de 90 navíos, observando que el bloqueo de la flota romana se
había levantado por causa de un temporal, largó velas hacia Car-
tago con 35 naves, dejándo en Siracusa 55. Cuando llegó a África,
convenció al senado de la necesidad de apoyar las operaciones en
Sicilia, por lo que le entregaron a él 45 barcos más, y a Siracusa,
100 navíos de guerra.

Los acontecimientos se precipitan. El ejército cartaginés, al man-


do de Himilcón, y el resto las fuerzas siracusanas de Hipócrates se
acercaron por el este a la ciudad, mientras la flota cartaginesa de
Bomílcar fondea en el puerto grande. Las comunicaciones entre el
II campamento romano y el campamento antiguo, donde se en-
contraba T. Quinctio Crispino, estaban seriamente amenazadas.
Epícides, cerciorándose de que Himilcón e Hipócrates atacarían
las posiciones romanas de T. Crispino, avanzó por la meseta de
Epipolae hasta el campamento de Marcelo. Todos los ataques fue-
ron rechazados; los romanos mantuvieron sus posiciones.

10
La muralla que separaban la Achradina de la meseta se encontraban en ese momento
guarnecidas principalmente por desertores romanos, quienes, al no tener esperanzas de salvación
en caso de caer en manos de sus compatriotas, impidieron que nadie se acercase a las murallas ni se
dirigiese a los romanos. Estos desertores, en un numero inusualmente alto (quizás antes de co-
menzar la guerra habría unos 4.000 en territorio siracusano) habían huido del ejercito y sobre todo
de la flota establecida en Sicilia años antes. Por aquella época, Siracusa era, más o menos, un estado
neutral.
La peste hizo acto de presencia en las tropas situadas alrededor
del puerto grande. Establecidas en terrenos pantanosos e insanos,
pronto apareciesen las fiebres; con el tiempo, el mal persiguió a
ambos ejércitos. La enfermedad hizo estragos hasta tal punto en-
tre los púnicos, que su propio general, Himilcón, cayo víctima de
este invisible enemigo (en las legiones romana también hubo bas-
tates bajas, aunque no tantas).

Los siracusanos de Hipócrates, que también murió de peste, se


dispersaron por las fortificaciones menores de la zona (a no más
de 15 km), donde se reorganizaron y recibieron soldados de otras
ciudades siracusanas y de ciudades aliadas. En Siracusa, el desá-
nimo reinaba en la población, pero al enterarse que los cartagine-
ses volvían con una flota nunca vista y que el ejército siracusano
se estaba reforzando en el exterior, un soplo de esperanza puso fin
al desaliento. La flota púnica se encontraba junto al pro-montorio
de Pachino. Epícides, observando que la flota no reali-zaba
ningún movimiento, embarcó en un navío rápido y se dirigió
hacia sus aliados; al comprobar que los cartagineses rehuían el
combate y se alejaban definitivamente de Siracusa, decidió aban-
donar también él la ciudad, y se refugió en Agrigentum, junto a
las tropas cartaginesas.

La retirada de la flota cartaginesa y sobre todo la fuga de Epí-


cides, jefe de la defensa, desmoralizó a casi toda la población (los
oficiales que Epídices había dejado al frente de la guarnición, lea-
les a la causa, estaban decididos a defender la capital a toda cos-
ta; fueron asesinados por los notables de la ciudad). Se combocó
una asamblea ciudadana, donde se nombró un nuevo gobierno y
se decidió entregar la ciudad.

El numeroso grupo de desertores romanos, aterrados ante la idea


de que serían entregados a sus compatriotas, convencieron a los
mercenarios para que se unieran a ellos, pues estaban más o
menos en la misma situación. Tras ponerse de acuerdo, merce-
narios y desertores tomaron las armas y arremetieron contra los
siracusanos, asesinaron a los miembros del gobierno recién creado
y se prepararon para defender la ciudad. Nombraron seis jefes:
tres para la Achradina y otros tres para Nasos. Cuando la situa-
ción se había calmado, los mercenarios se fueron dando cuenta
que su situación no era la de los desertores, que evidentemente
serían castigados, pero ellos no tenían por qué serlo.

Marcelo disponía entre sus filas de cierto número de hispanos


enviados por los escipiones; estos hispanos se encargaban de con-
vencer a sus compatriotas de que debían abandonar a los cartagi-
neses y se pasase a los romanos. Marcelo envió uno de ellos para
que se entrevistase con Merico, que era hispano y uno de los tres
oficiales que controlaban la Acrhadina; le contó lo que ocurría en
Hispania, donde los romanos estaban ganaban la guerra y casi
todas las tribus se había aliado con Roma; Marcelo le prometía
que sería jefe en sus filas o que sería repatriado con honores a la
península; la alternativa sería seguir sitiado y al final perecer.
Merico aceptó traicionar a sus compañeros. Días después, a
Merico le tocaría defender el tramo de muralla que se extiende en-
tre la Acrhadina y la isla de Nasos; se lo hizo saber a Marcelo. El
cónsul ordenó remolcar un barco de carga repleto de soldados
con una trirreme de guerra; de madrugada, los soldados desem-
barcaron en la zona de la muralla que daba al puerto grande, que
custodiaba Merico; entraron todos en la ciudad y aguardaron. Al
amanecer, Marcelo desencadeno un ataque masivo desde la me-
seta de Epipolae contra las murallas de la Acrhadina; allí se con-
centraron los defensores, incluso buena parte de la guarnición de
la isla de Nasos corrió para sumarse a la defensa. Unas naves
ligeras romanas desembarcaron tropas en la isla y se hicieron con
las posiciones siracusanas sin apenas oposición; solo resistieron
los desertores romanos, el resto huyó dando la isla por perdida.

Cuando en la ciudad se supo de la irrupción de los romanos, las


defensas siracusanas se derrumbaron, los desertores romanos,
principales adalides de la resistencia, huyeron, y las autoridades
siracusanas abrieron las puertas para que entraran Marcelo y sus
legionarios.

La ciudad de Siracusa, la más rica del Mediterráneo, fue sometida


a un sistemático saqueo en el que no se ahorró ninguna crueldad
(fue asesinado Arquímedes, una perdida que sintió profundamente
Marcelo). Terminaba así un largo un largo asedio de tres años.
LA GUERRA NAVAL

La guerra en el mar durante la II Guerra Púnica se diferenció radi-


calmente de la llevada a cabo en la I Guerra Púnica. Durante la
primera, los dos contendientes lucharon hasta el fin por el domi-
nio del mar sin darse ni unos ni otros por vencidos, siempre
buscando el choque decisivo entre las dos escuadras. Aunque lo
cierto es que, salvo contadas excepciones, en un escenario en
igualdad de condiciones, la flota romana siempre fue netamente
superior.

Durante la II Guerra Púnica, el mando cartaginés fue consciente


de que no se podía combatir al romano por mar, y de hecho, nun-
ca buscó el choque. Cartago asumió desde el principio de la con-
tienda su inferioridad, al principio cuantitativa y cualitativa, y al
final, cualitativa, pero lo cierto es que dio siempre el mar por per-
dido y solo se limitó a realizar ataques puntuales y exitosas opera-
ciones de suministro al ejército destacado en Italia, sin atreverse
nunca a enfrentarse a la flota romana de Sicilia.
Existían unas rutas básicas por donde se movían las escuadras
cartaginesas para sus ataques e incursiones de saqueo. La primera
salía de Cartago y se diría al, llegando a Cerdeña. que se costaba
para dirigirse a Córcega o a un punto cercano de la costa italiana.
La segunda ruta salía de Cartago hacia Sicilia, la bordeaba por la
costa norte y navegando entre las islas Egatas y Liparas se lanza-
ban sobre Sicilia o sobre Italia. La tercera ruta costeaba Sicilia por
el sur; se llegaba hasta el mar Jónico y de allí se dirigían al Brut-
tio y al Golfo de Tarento.

Pese a la vigilancia a que los romanos los sometían, los cartagine-


ses se las apañaban para, generalmente, atravesar sus líneas.
Incluso suscitó severas críticas del senado romano a la forma en
que se llevaba la dirección de las operaciones navales, unas ope-
raciones que pese a contar con infinidad de medios, se veían
siempre desbordada por la brillante forma en que los cartagineses
planeaban las incursiones. No se sabe de ninguna flota de sumi-
nistros y refuerzos que, enviada a Italia o Hispania, fuese inter-
ceptada. Sin embargo, los cartagineses consiguieron capturar una
gran flota de suministros destinada a los ejércitos de Hispania, en
aguas cercanas a Etruria, al poco de comenzar las hostilidades.

Pese a que nunca sostuvieron un combate naval de envergadura


(al menos del tipo de la I Guerra Púnica), los cartagineses, durante
la guerra de Sicilia, siempre enviaron a la isla lo que se propo-
nían, sin que los romanos pudiesen impedir de ninguna manera
esta libertad de acción, sobre todo por que los púnicos siempre re-
huían, por sistema, el combate naval. Excepciones sin duda hubo,
pero se saldaron con una retirada a tiempo de la escuadra carta-
ginesa o bien con bajas insignificantes; no tuvieron que lamentar
la pérdida de una flota de guerra como ocurrí en la guerra ante-
rior.

Sin embargo, la estretegia de no enfrentamiento fueron decisivas


para el resultado final de la guerra. Aníbal tuvo que operar en Ita-
lia sin apenas apoyo de Cartago, apoyo que hubiese seguramente
inclinado el resultado a su favor. La misma campaña de Escipión
en África hubiese acabado en desastre de no haber sido por el
apoyo y cobertura que la flota romana proporcionó continuamente
a su ejército. Uno de los factores más importantes en la victoria
final romana fue el insistente y férreo dominio que hicieron del
mar, con una flota que, a diferencia del ejército, se mantuvo siem-
pre a un buen nivel tanto cualitativo como cuantitativo; para el
senado era vital necesidad mantener cerradas las rutas marítimas a
los cartagineses.

La flota cartaginesa

No se sabe con seguridad el total de efectivos de la flota cartagi-


nesa al comenzar la guerra. La flota en Hispania contaba con 60
navíos, de los cuales, listos para entrar en combate, unos 40. En
África, los efectivos variaron a lo largo del conflicto; la mayor ci-
fra alcanzada fue de unos 130 barcos de guerra durante la campa-
ña de Sicilia.

No hubo una estrategia naval bien definida, más allá de operaci-


ones puntuales y del hecho de que los púnicos, casi por sistema,
no se enfrentaran a los romanos. No obstante, la operatividad de
la flota cartaginesa estuvo a muy buen nivel. Aprovechando siem-
pre la incapacidad de los romanos para guarnecer correctamente
todas las costas bajo su control, realizaron grandes hazañas, como
el envío de refuerzos terrestres al sur de Italia o el bloquear del
puerto de Tarentum, incluso interviene en Grecia en apoyo de Fi-
lipo V.
En Hispania, el senado romano le retiró a Escipión gran parte de
su escuadra, y el mismo varó la que le quedaba por falta de mari-
neros. A consecuencia de la debilidad de la flota romana en His-
pania, los cartagineses maniobraron y se reorganizaron siempre a
placer, manteniendo expeditas las líneas de comunicación entre
África e Hispania, e incluso, los últimos días, pudieron evacuar la
península, y Magón Barca cruzó el Mediterráneo desde Gades a
Genua sin la menor oposición, organizando allí una fuerte resis-
tencia a Roma, incluso amenazando peligrosamente Etruria.

Birreme de guerra de la flota cartaginesa

La flota cartaginesa, habiendo podido ser decisiva en la guerra,


renunció al protagonismo; un error, sin duda. Pero si la compara-
mos con la romana, mejor dotada y numéricamente mucho mayor,
dentro de sus posibilidades, actuó con eficacia.
Reconstrucción de un navío púnico hundido cerca de Lilybaeum.
Se trata de una birreme cartaginesa de I Guerra Púnica. Sin
duda, modelos idénticos a éste participaron también en la si-
guiente conflagración

Operaciones navales cartaginesas (217/202 a.C.)

217. Una flota cartaginesa de cerca de 100 unidades merodea por


la costa de Etruria (según Polibio, se había enviado para reforzar
las fuerzas de Aníbal). Captura un convoy de transportes que se
dirige a Hispania. Tras la victoria, retroceden perseguidos por la
flota romana que no logra darles alcance.

Cerca de 50 navíos operan en Sicilia. Algunos llegan a saquear las


costas calabresas; se retiran a la llegada de la escuadra romana.
Derrota y destrucción de la flota cartaginesa en la desembocadura
del Ebro. P. Escipión es llega a Hispania con un refuerzo de 20
navíos.

Una flota cartaginesa ataca la costa en Sinus Caietanus: el senado


romano lo observa con bastante preocupación.

216. Mientras una escuadra púnica ataca las costas del reino de
Siracusa, otra aguarda el momento de lanzarse sobre la provincia
romana de Sicilia. Después de causar grandes daños, la flota car-
taginesa debe retirarse de la costas siracusanas ante la llegada de
refuerzos romanos.

215. Se envía Hispania una escuadra al mando de Magón. Otra


transporta a Cerdeña un ejército para invadirla. Una tercera
transporta tropas al sur de Italia para reforzar el ejército de Aní-
bal.

Navíos cartagineses actúan en las costas de Italia con más o me-


nos éxito.

214. Los cartagineses maniobran con una flota de unos 80 navíos


cerca de las costas siracusanas, expectantes ante los disturbios po-
líticos que en esos momentos ocurren en Siracusa. La ciudad grie-
ga se pasa a los cartagineses. Se desembarca un fuerte ejército en
sus cercanía.

213. Sin datos.

212. Aníbal utiliza la flota de Tarento para bloquear la ciudadela,


en poder de los romanos.

Los púnicos reúnen hasta 150 navíos para apoyar a sus aliados si-
racusanos. El ejercito es derrotado y la flota se retira.

Para ayudar a los sitiados de Siracusa, se reúnen 130 navíos de


guerra y 700 de transporte. La flota romana, aunque inferior en
número, ataca a la cartaginesa. Ésta elude el combate y escapa:
los navíos se dirigen a Italia y los transportes a Cartago Aníbal
Aníbal utiliza la flota para bloquear que ayude a bloquear la ciu-
dadela de Tarento.

211. La flota cartaginesa abandona el bloqueo a la guarnición


romana de Tarentum y es enviada por Aníbal a Grecia para que dé
cobertura a Filipo V, que tiene la intención de conquistar Etolia.
La escuadra, de 120 navíos, fondea frente a la isla de Corcira.

Otra flota cartaginesa desembarca un nuevo ejército en Sicilia.

Carthago Nova se rinde ante Escipión; los púnicos pierden 70


transportes y 16 navíos de guerra.

210. Se construye una inmensa flota (en Roma piensan que será
utilizada para reconquistar Sicilia); 40 navíos al mando de Amíl-
car pasan a Cerdeña, isla que recorre de costa a costa saqueando
con éxito el territorio pese a la presencia de una flota romana que
protege la isla.

209. Magón, en las Baleares, recluta gran número de mercena-


rios.

208. Se ataca a flota romana que saquea el territorio cartaginés del


cabo Bon; la flota púnica, de 83 unidades, es derrotada por la ro-
mana, que dispone de 100 navíos. Los cartagineses pierden 18
barcos.

207. Se transporta un ejército de refuerzo a Hispania.

Combate naval en aguas del estrecho entre Sicilia y África; 70 na-


víos cartagineses por100 romanos; 16 barcos púnicos son captu-
rados y 6 hundidos.

La flota cartaginesa que opera entre Corcira y el Peloponeso re-


cibe un refuerzo de 20 barcos macedonios y aliados; ahora cuenta
con unas 140 unidades de varios tipos.

206. Encuentro naval en aguas del estrecho Sicilia-África: 9 bar-


cos cartagineses son derrotados por 8 romanos.
Intento de Magón Barca de tomar Cartago Nova por sorpresa pero
es el ejército de tierra es rechazado. Intenta regresar a Gades pero
las autoridades de la ciudad no se lo permiten. Se dirige a Ibiza y
posteriormente a las Baleares (Ibiza, por aquella época, no se
estaba incluida en las Baleares).

205. Magón cruza sin contratiempos el Mediterráneo, llegando a


Génova, ciudad que conquista por sorpresa. 10 barcos cartagine-
ses se quedan en el golfo de Génova para proporcionar cobertura;
el resto de la flotase envía a Cartago.

Los romanos capturan 80 navíos de transporte en Cerdeña; se


desconoce si perttenecen a los que Mogón mandó a Cartago o de
una flota que se envía a Aníbal desde África.

Mogón recibe en Génova 25 naves de guerra con refuerzos de


todo tipo que se enviaron desde África; la flota púnica en el norte
de Italia cuenta ahora con 35 unidades.

204. Tras el desembarco romano en África, los cartagineses se li-


mitan a preparar una flota para la campaña del 203.

El almirante Asdrúbal llega a Italia para entrevistarse con Aníbal;


el senado le pide que regrese a África (Magón, en Liguria, recibe
la misma orden). Aníbal construye con sus propios medios una
flota de transporte para embarcar el máximo posible de tropas
antes de dejar Italia.

La flota cartaginesa ataca a la romana torpemente fondeada frente


a Utica. Victoria cartaginesa: cerca de 60 transportes romanos son
capturados.

203. Magón intenta llegar desde Génova a Cartago por mar;


aunque pierde algunas naves, la flota consigue su objetivo. Según
parece, Magón mirió durante la travesía a causa de las heridas
sufridas en su ultimo combate en Italia. Aníbal llega a África.

Asdrúbal, al frente de una flota de 50 navíos de guerra, se hace


con los barcos de transporte abandonados por los romanos cuando
una de sus flotas de suministros es deshecha por una tormenta. La
flota de guerra cartaginesa fondea cerca de Utica.

Una flota cartaginesa llega a Hispania con 4.000 mercenarios cel-


tíberos.

202. Sin datos.

201. Cartago es derrotada, y tiene que entregar su flota a los ro-


manos. Escipión la vara en alta mar y la incendia; el triste espec-
táculo es presenciado desde la capital púnica. Se dice que alre-
dedor de 500 navíos de tipo fueron destruidos aquel día.

La flota romana

Los romanos estaban perfectamente preparados para la guerra na-


val al comienzo de las hostilidades. Confiados y prepotentes, pu-
sieron a flote la mayor parte de la escuadra que disponían1: 220
unidades (muchos de ellos, de la I Guerra Púnica).

Cuando Aníbal atacó Italia, ante el brusco giro que dieron los
acontecimientos, se trastocó toda la estrategia. Ahora la prioridad
naval no sería dar cobertura al ataque contra Cartago sino evitar
que Aníbal recibiese refuerzos en Italia; defender las costas de la
península e islas; y efectuar ataques y razzias en territorio enemi-
go.

Para ello, dividieron las fuerzas navales en dos grandes grupos: la


reserva (unos 120 navíos estacionados en Ostia, dispuestos para
salir en cuanto fuera necesario) y la flota de Sicilia (unos 75
navíos). Con el tiempo, debido a la estrategia púnica, estas dos
flotas se subdividieron para atender otros puntos amenazados; por
ejemplo, la ruta entre Italia y Grecia, ante un posible ataque ma-
cedonio; en Cerdeña también hubo que instalar una flota... Pero

1
Los barcos se sacaban a tierra, donde permanecían en dique seco hasta que se encesitasen. Podían
permanecer así hasta cuarenta o más años. Un barco de la Liga Aquea (durante ese guerra) tenía
más de cuarenta años, aunque no duró mucho, y casi se deshizo el solo. En el año 209, ante la
necesidad de nuevas e mbarcaciones y la falta de recursos, los romanos llegaron a echar mano de l o
más antiguo que conservaban; unos 30 barcos fueron reparado para poder ponerlos en condiciones.
todo el sistema colapsa al comenzar la guerra de Sicilia, cuando
es necesario bloquear por mar la ciudad de Siracusa. La imposibi-
lidad de abarcar tantos frentes al mismo tiempo permitió a los car-
tagineses por ejemplo, desembarcar dos grandes ejércitos en Sici-
lia.

Quinquirreme romana armada de corvus

Los efectivos navales romanos, aunque elevados, se vieron ense-


guida superados por la estrategia de acoso y ataques selectivos de
los barcos cartagineses, que rehuían siempre el combate después
de causar estragos en las costas enemigas. Durante el año 216 a.C,
prácticamente toda la flota romana (200 unidades más 50 siracu-
sanas) está concentrada en Sicilia. Lo cierto es que los romanos
nunca consiguieron responder adecuadamente mal tipo de guerra
que les presentaban los cartagineses. Los numerosos ataques a la
costa africana se saldaron en muchas ocasiones con derrotas, y
ninguna de estas acciones fue realmente destacable.

No obstante, la flota cartaginesa evitó enfrentarse abiertamente a


romana, por lo que el dominio del mar y la iniciativa correspon-
dían a Roma.

Al final de la guerra, el último papel llevado a cabo con éxito por


la flota romana fue mantener despejadas las líneas de comunica-
ción del ejército de Escipión entre Italia, Sicilia y África. Sin esta
participación, el ejército del joven general romano hubiese sido
sin duda derrotado.
Si Aníbal hubiese dispuesto de una flota que durante dos o tres
años hubiese dominado las aguas que separan Italia de África,
posiblemente el imperio romano no hubiese existido nunca.

Operaciones navales romanas (218/202 a.C.)

218. Movilización de la flota romana: 220 quinquirremes y 20 na-


víos menores. El cónsul T. Sempronio recibe 160 quinquirremes y
12 barcos menores. P. Cornelio Escipión consigue solo 60 quin-
quirremes para su campaña en Hispania, pues se piensa que no
tendrá mucha oposición en el mar. Se cuenta con el apoyo de la
flota siracusana, quizás unas 50 trirremes.

Siete navíos cartagineses son destruidos en aguas de Sicilia por la


flota del cónsul. Conquista de la isla de Pantelaria.

T. Sempronio reparte la flota de la siguiente manera: Sexto Pom-


ponio, con 25 navíos, defenderá las costas de Calabria de las in-
cursiones púnicos; el pretor de Sicilia, M. Emilio, recibe 50 quin-
quirremes de refuerzo; y finalmente, el resto de la flota daría
escolta y transportaría al ejercito consular hasta el Piceno a través
del mar Jónico y el Adriático (se supone que esta flota regresaría
después a Ostia, base principal de la flota romana).

217. Una flota cartaginesa de cerca de 100 unidades que merodea


por la costa de Etruria, captura un convoy de transportes que se
dirige a Hispania. Cneo Servilio Gemino sale con 120 quinquirre-
mes en persecución de la flota cartaginesa; la persecución, sin éxi-
to, se prolonga a través del Tirreno, Córcega y Cerdeña... final-
mente, la flota decide saquear algunos puntos del territorios afri-
cano (en la Gran Sirte son rechazados en tierra, causándoles nu-
merosas bajas); la flota entra en Lilibaeum y después regresa a
Ostia.

Derrota y destrucción de la flota cartaginesa en la desembocadura


del Ebro.
216. La flota romana se dirige a Sicilia debido a los ataques que
los cartagineses realizan continuamente en el reino de Siracusa y
en la provincia romana. Esta misma flota ataca enclaves en
África, incursiones sin mucho éxito y donde el jefe de la flota, el
pretor P. Furio Filo, es gravemente herido (es relevado tras regre-
sar a Sicilia).

215. La flota romana defiende el golfo de Tarento y la costa de


Brindisium con 25 navíos, y con 25 quinquirremes el litoral cer-
cano a Roma.

Al recibirse noticias de la alianza entre Filipo y Aníbal, se


refuerza la flota de Tarento con 30 quinquirremes, y se envía a
Grecia.

Una flota romana envía refuerzos Cerdeña. Tanto el ejército como


la tripulación combaten en tierra. Tras la victoria, la escuadra
vuelve a Ostia.

T. Otacilio Craso, pretor de la flota en Sicilia, recibe del senado


las tres premisas estratégicas que deberá seguir: defender las cos-
tas de Italia, atacar las costas cartaginesas de África haciendo el
mayor daño posible, e impedir que Aníbal recibiese refuerzos en
Italia. Merodea T. Otacilio, en las r las costas africanas, derrota y
dispersa a una flota cartaginesa que regresa de Cerdeña.

214. A principios de año, la flota romana dispone de 150 unidades


en total. Se botan 100 nuevos. Crítica escasez de marinos para la
flota. Se recurre a medidas excepcionales.

En Sicilia, los romanos mantienen una escuadra de 100 quinqui-


rremes cerca de Messina por tiene que intervenir en Siracusa.
Comienza la guerra Siracusa; bloqueo de la ciudad por la escua-
dra romana. 30 Quinquirremes llegan a Panormus, donde desem-
barca una legión de refuerzo.

Una flota macedonia compuesta por 120 birremes opera en Apo-


llonia (zona de Iliria-Epiro); la flota romana, de 55 quinquirremes,
que defiende el paso de Italia a Grecia es enviada a combatir
contra los macedonios. Filippo IV se retira, incendiando su flota
para evitar su captura.

213. Sin datos.

212. Una pequeña flota púnica consigue atravesar el bloqueo de


Tarento y entregar suministros a la guarnición.

Se abastece a través del mar al ejército de Campania. Para ello, se


establece una importante base de operaciones en una ciudad cos-
tera, Puzzuoli.

Una flota romana de 80 quinquirremes, que se encuentra en aguas


de Siracusa, hace huir a una superior flota cartaginesa.

T. Otacilio, al frente de 80 navíos, consigue capturar en aguas


cercanas a Utica un total de 130 naves repletas de trigo.

211. Escipión conquista Cartago Nova, consiguiendo 70 transpor-


tes y 16 navíos de guerra cartagineses. La flota romana en Hispa-
nia ahora con 80 barcos de guerra.

Una flota romano/aliada de 20 navíos de varias clases es derro-


tada por otra similar tarentina cerca de Tarentum.

210. Una escuadra romana de 50 navíos ataca territorio cartaginés


en África, saqueando con éxito las tierras de Utica (la campaña
duró unos 13 días desde que salió de Lilibaeum hasta que regresó
a puerto).

209. Se reduce la flota romana en Sicilia a 70 quinquirremes, pues


Fabio Máximo consigue 30 para su campaña en Tarento. Se or-
dena a Escipión que envíe 50 barcos a Cerdeña.

208. Llegan a Cerdeña los 50 navíos de combate enviados por Es-


cipión desde Hispania cumpliendo órdenes del senado.
Las 30 quinquirremes a disposición de Fabio Máximo, tras la caí-
da de Tarentum, regresan a Sicilia; la isla dispone ahora de 100
barcos de guerra.

Se reparan 30 viejos navíos, que con 20 aliados, se destinan a la


defensa de las costas del Lacio.

Se rumorea en Roma que los cartagineses aprestan 200 navíos pa-


ra atacar en todos los flancos.

Escipión cuenta ahora en Hispania con 30 navíos.

La flota de Sicilia (100 barcos) ataca la costa africana: se saquean


los alrededores de Clupea (cabo Bon); de regreso, se topan con
una escuadra cartaginesa de 83 barcos, a la que derrotan, captu-
rando 18 navíos.

207. La flota romana en el Egeo suma 25 quinquirremes propias y


35 navíos de Atalo de Pérgamo.

Ataques de la flota de Sicilia al territorio norteafricano; se sa-


quean los campos de Utica; son interceptados por los cartagine-
ses con 70 navíos de guerra; los romanos capturan 16 y hunden 6.

206. Se reduce la flota en Sicilia a 30 unidades. El grueso de la


escuadra se concentra en Ostia.

Llega Escipión a Roma con 12 quinquirremes; en Hispania que-


darán unos 28 navíos.

205. Escipión construye 20 quinquirremes y 10 cuadrirremes para


su próxima campaña a África; con estos nuevos navíos se dirige a
Sicilia.

Capturada una gran flota cartaginesa de transporte en aguas de


Cerdeña.

Incursiones de la flota romana a África; se saquea el territorio de


Hippo Rhegius.
Se envían 35 quinquirremes de refuerzo a Grecia. La flota romana
en Grecia alcanza seguramente 60 unidades.

204. Escipión sale hacia África con 40 trirremes y 400 navíos de


transporte.

203. En Sicilia quedan 40 quinquirremes (13 de nueva construc-


ción, y el resto, viejos navíos reparados); en Cerdeña, más o me-
nos la misma cantidad. En total, la República romana dispone de
160 navíos de guerra.

Aprovechando una tregua con los cartagineses, los romanos en-


vían a Escipión desde Cerdeña 100 navíos de carga escoltados por
20 quinquirremes; desde Sicilia, 200 de carga con 30 quinquirre-
mes. Esta flota sufre las consecuencias de una fuerte tormenta y
se pierden muchos barcos; los que quedan varados en las costa
africana son capturados por los cartagineses.

202. Escipión recibe 50 nuevos quinquirremes.

Sicilia queda defendida con solo 20 navíos.

Se envía otra flota de guerrea a Escipión (después de la batalla de


Zama) comandada por el cónsul Tiberio Claudio. En el trayecto
hacia Cerdeña, esta flota sufrió muchos daños a causa de una tor-
menta, teniendo que ser reparada en Carales; allí se perdió tanto
tiempo que el cónsul agotó el periodo de su magistratura. Tiberio
Claudio invernó en la isla, y en primavera, regresó con la flota a
Roma.

201. Escipión dispone de 40 navíos bajo su mando personal;


Gneo Octavio, que se encuentra también en África, dispone de
50, pero tiene que enviarlas a Roma, donde el nuevo cónsul se ha-
rá cargo de ellas.

En Cerdeña quedan solo 10 navíos.

En total, 100 barcos de guerra defienden los intereses de la Repú-


blica en el Mediterráneo.
EL CORVUS

Fue una de esas innovaciones romanas que revolucionaron la guerra


naval. En la I Guerra Púnica, viendo que la pericia naval cartaginesa
era muy superior a la suya, inventaron una plataforma móvil para
atrapar los barcos púnicos que embestían contra los suyos, y la vez,
para que sirviera de pasarela a las legiones, que debían cruzarla hasta
llegar a la cubierta de la nave enemiga.

El corbus se orientaba hacia el barco enemigo, y cuando estaban cerca,


se bajaba de golpe. Dotado de un fuerte punzón, traspasaba la cubier-
ta. La infantería la cruzaba la pasarela rápidamente. Como la infan-
tería romana era muy superior a la cartaginesa, la suerte estaba echa-
da.
LA GUERRA EN ÁFRICA

Campaña del año, 203 AC

El número de las tropas que Escipión llevó a África difiere según


los autores. Livio prefiere no mojarse, pero dice que los autores
que ha consultado dan cifras que oscilan entre los 12.000 y 35.
000 hombres. Es más lógico pensar en un número alto, quizás
35.000 soldados; se trataba de atacar el corazón de las posesiones
enemigas. Además Escipión embarcó un buen arsenal de armas de
sitio, no dejando nada a la improvisación...

Quinquirreme romana (armada de corvus), principal navío


de guerra de la flota romana durante la II Guerra Púnica.

La flota de guerra y transporte se concentró en Lilibaeum, y su


mando corrió a cargo del mejor colaborador y amigo de Escipión,
Cayo Lelio. El pretor M. Pomponio se encargó del embarque de
los suministros para el ejército (se dispusieron raciones y agua po-
table para los siguientes 45 días).

Tras concluir el embarque de tropas y abastecimientos, Escipión


reunió en tierra a todos los pilotos, capitanes y a dos soldados de
cada barco para darles instrucciones precisas de cómo se tendría
que llevar a cabo la travesía. Dispuso el general que tanto el como
su hermano (Lucio Escipión) se harían cargo del ala derecha de la
formación naval, con 20 barcos de guerra; en el centro, los barcos
de transporte, unos 400; el ala izquierda sería comandada por el
jefe de la flota, C. Lelio, y por Catón (que por aquel entonces era
cuestor). Los barcos de guerra llevarían una luz; los de carga, dos;
y el barco insignia, tres. La flota pondría rumbo a África, hacia el
Emporio, rica zona situada muy al sur del corazón de las posesio-
nes cartaginesas, pero cerca de la región de su amigo y aliado
Massinisa. (Esperaba Escipión conquistar el Emporión antes que
Cartago enviase refuerzos).

Al amanecer del día siguiente, el espectáculo debió ser soberbio;


decenas de miles de personas se disponían a despedir la escuadra
(las legiones que quedaban en la isla, la población de la ciudad y
alrededores y las legaciones que de toda Sicilia habían acudido a
despedir al prestigioso general romano). Escipión, desde el barco
insignia, arengó a la flota, y tras realizar los debidos sacrificios ri-
tuales, dio la orden de partida. La la flota se fue perdiendo en el
horizonte impulsada por un fuerte viento. La campaña que pon-
dría fin a la II Guerra Púnica había comenzado.

Tras planificar el desembarco en la zona de Emporio, Escipión


decide de buenas a primeras cambiar totalmente el diseño estra-
tégico de la campaña, poniendo rumbo al área más poblada del
territorio púnico, a pocos kilómetros de la capital enemiga y ro-
deado de poderosas ciudades hostiles. El único punto a favor es
la cercanía de la base de suministros, Lilybaeum (dos o tres días
de navegación). Posiblemente se equivocó. Pocos meses después
se encontraría estancado en el asedio a Utica, con poderosos
ejércitos enemigos maniobrando a su alrededor.
Primeras escaramuzas en África

La flota romana, ya en alta mar, se encontró con una densa niebla


que desoriento a los pilotos; poco faltó para que algunos barcos se
embistiesen. La niebla duró hasta la noche; al día siguiente, de
nuevo al atardecer, otra vez la niebla envolvió a la escuadra. Al
amanecer del tercer día de navegación, la niebla se disipo y un
fuerte viento empujó los barcos hacia la costa de África, divisán-
dose el cabo Bon. Escipión ordenó virar al norte y después al oes-
te hasta llegar al cabo Pulchrum (llamado por los romanos Pro-
montorium; Pulchrum quiere decir bello o afortunado); los augu-
rios parecían favorables y decidió desembarcar sus fuerzas en
aquel lugar.

El Área del Promontorium Pulchrum actualmente, una cómoda y


visitada playa de recreo. Aquí desembarco el ejército de Escipión

La población púnica, tras divisar la inmensa flota y después la


multitud de los desembarcados, emprendió la huida hacia la capi-
tal y hacia las restantes ciudades de la zona; una turbamulta de
soldados, hombres, mujeres y niños atestaron los caminos, junto
con largas columnas de ganado, que abandonaban las tierras que
pronto serían campo de batalla. En la capital, conmocionada por
la noticia, se dispusieron para la defensa; se reforzaron las guar-
dias y se envió un contingente de 500 jinetes a hostigar y espiar a
las fuerzas enemigas. En esos momentos, Catago no disponía en
África de ningún ejercito realmente competente; además, el único
general de prestigio, Asdrúbal Giscón2, ya había sido derrotado
antes por Escipión en Hispania; no obstante se recurrió a él y se le
pidió que asumiera el mando de las operaciones.

2
Posiblemente Asdrúbal, tras la derrota en Hispania, se encontraba autoe xiliado en la corte de Si-
fax, desde donde operaba al servicio de Cartago. Por otra parte, Asdrúbal era suegro del rey
númida, en quien su hija Sofonisba ejercía una poderosa influencia.
No existía un verdadero ejército cartaginés en África cuando los
romanos desembarcaron. Las guarniciones de soldados profesio-
nales se habían empleado en Sicilia y en otros frentes de guerra.
Más allá de un pequeño contingente de fuerzas profesionales, los
cartagineses tenían que movilizar a los ciudadanos y apoyar se
en Sifax; reclutaron gran cantidad de soldados en poco tiempo
pero poco podían hacer frente a las legiones. Tras la derrota de
este heterogéneo ejército, se llamaría a las últimas fuerzas profe-
sionales: los ejércitos de Aníbal y Magón Barca.

Mientras tanto, los romanos, una vez desembarcados, avanzaron


hacia Utica, primer objetivo3 de la campaña. Se enfrentaron a la
caballería cartaginesa, que les vigilaba, y la dispersaron (en estas
ac-ciones cayó Hannón, su comandante; existen dos Hannón en
esta historia, no confundirse). Como fruto de una expedición por
territorio enemigo se capturaron 8.000 civiles (ciudadanos y es-
clavos) que no habían tenido tiempo, o no habían querido, retirar-
se, y se tomó una rica ciudad; los prisioneros y el botín fueron
embarcados y llevados a Sicilia.

3
Es difícil tomar posición acerca de los objetivos o del futuro de la campaña que se le abría a
Escipión ante si. Empantanando en el asedio de Utica, la iniciativa, durante mucho tiempo, c o-
rrespondería a sus enemigos, que organizaban sus fuerzas a placer. Q uizás el romano no disponía
de fuerzas para impedir que los cartagineses maniobrasen a su antojo; sol o podía esperar un
ataque, y después golpear con fuerza a sus adversarios. Veremos cómo la guerra en si, carente de
objetivos estratégicos para él, fue una sucesión de batallas afortunadas tras las que aprovechó las
ventajas estratégicas que le proporcionaron. Aquí vemos la diferencia con la campaña de Aníbal en
Italia: invadió la península con pocas fuerzas pero de calidad, como el romano, pero tenía cla-
ramente perfilados sus objetivos estratégicos, a los que nunca renunció.
El suceso más importante en estos momentos es la aparición de
Massinisa, que se une a Escipión con sus fuerzas. Según los au-
tores, la cifra de las tropas oscila entre 200 y 2.000 jinetes. Mes-
sinisa será crucial en esta campaña.

Las fuerzas romanas avanzaron hasta los alrededores de la ciudad


de Utica seguidos de cerca por la flota romana, que por la costa,
seguía los pasos del ejército de tierra.

Escipión fracasa ante Utica

El ejército de Escipión llega ante Utica. Tiene la posibilidad de


realizar un ataque a la única fuerza cartaginesa que existe en el
área, unos 4.000 jinetes reunidos por Hannón para hostigar las lí-
neas romanas; erróneamente, el oficial púnico, en vez de perma-
necer en campo abierto, acuartela la caballería en la ciudad de Sa-
laeca. Escipión, que se da cuenta del error, decide aplastar este
contingente antes de atacar Utica. Envía por delante a Massinisa
para que se plante ente las puertas de Salaeca; el númida intentará
que el cartaginés le siga para llevarlo a una emboscada. Los car-
tagineses responden a la provocación desplegando desordenada-
mente la caballería; Massinisa combate hasta que Hannón logró
organizar sus filas; después se repliega hasta unas lomas donde
Escipión espera... Hannón y unos 1.000 jinetes son rodeados y
después masacrados; los demás se dispersan perseguidos por los
romanos y sus aliados: son capturados unos 2.000 (cartagineses
no más de 200; algunos pertenecientes a importantes familias de
Cartago).

Libre de la oposición enemiga, dejó una guarnición frente a la


ciudad y durante una semana procedió a devastar los campos de
los alrededores y a hacerse con un importante botín. De vuelta al
campamento, embarcó en la flota de Sicilia a todos los prisioneros
y el botín conseguido, y los envió a Lylibaeum (Sicilia).

Escipión volcó ahora todos sus recursos en la ciudad sitiada. Se


procede a un férreo cerco. Los marineros, mediante una torre de
asalto construida sobre dos quinquirremes y provista de catapul-
tas, lanza todo tipo de proyectiles sobre las murallas enemigas, a
la vez que atacan un sector de la muralla; el ejército de tierra,
emplazado en una luma que domina Utica, con catapultas y todo
tipo de material de asedio, ataca por otro sector. Los asaltos son
repetidamente rechazados, y destruyen la torre construida sobre
las quinquirremes.

Era realmente complicado tomar una ciudad al asalto si decidía


resistir. En la II Guerra púnica, ninguna gran ciudad fue tomada
por asalto; solo por traición o por sorpresa cayeron Capua, Car-
tago Nova, Siracusa y otras, ante las cuales cualquier ataque di-
recto habría fracasado.

Escipión posee todo tipo de armas de asedio y soldados volunta-


riosos; sin embargo, pese a que se intenta todo lo que está escrito
(golpeando las murallas con arietes, arrancando mediante largos
ganchos las protecciones de cuero que hacían más alta la muralla
y protegían a sus defensores...), fracasa ante la decidida defensa
presentada por los uticenses, que no cesaban de golpear a nlas
fuerzas de asalto romanas y de destruir las armas de asedio enemi-
gas. Este precioso tiempo que el general romano pierde ante la
ciudad cartaginesa es empleado por sus enemigos para organizar
sus fuerzas.

Asdrúbal Giscón, general en jefe (no existía en África general con


su experiencia, por lo que el senado cartaginés se vio obligados a
entregarle el mando), recluta rápidamente 30.000 infantes y 2.000
jinetes, que acampan junto a las murallas de Carthago; espera la
llegada del ejército de Sifax4, a quien había rogado que acudiese
en su ayuda. Sifax cuenta con unos 50.000 infantes y 10.000 jine-
tes. Cuando el ejército está completo, Asdrúbal levanta el campa-
mento, y cruzando el río Bagradas, se sitúa entre Cartago y Utica.
Los númidas y cartagineses levantan el campamento por separa-
do.

La llegada de las fuerzas enemigas obliga a Escipión a abandonar


un asedio que duraba ya 40 días. Se aproximaba el invierno. Los
romanos dejaron de lado todas las operaciones y se dedicaron a
construir las defensas del campamento. Se establecieron en len-
gua de tierra que se abría hacia el mar, no lejos de Utica. Una em-
palizada cerraba el acceso por tierra, y a la flota protegía el resto
del perímetro. Así concluye el año 204 a.C.

4
La actitud de Sifax en los albores del enfrentamiento final entre romanos y cartagineses
parecía un tanto ambigua. Aunque inclinado a los cartagineses, Escipiòn espera que al
menos se mantuviese neutral. Sifax, que merodeaba con un ejército cerca Carthago,
atacó de improviso una posición romana donde se almacenaban suministros y bagajes;
después, con un fuerte contingente de refuerzo procedente de Numidia, se unió a As-
drùbal Giscòn.
Campaña del año, 203 AC

Nota: En este punto, nos separaremos algo de la historia transmi-


tida por Polibio y Livio, y daremos entrada a la versión de Apia-
no, muy interesante en los acontecimientos que se sucedieron,
principalmente en el lado cartaginés.

A la llegada del invierno del 204 a.C. los dos ejércitos enemigos
se establecieron en campamentos, suspendiendo las hostilidades a
gran escala. Los romanos recibiendo de Sicilia e Italia grandes
cantidades de grano, que sumada a la conseguida en los territorios
enemigos circundantes, les permitieron sobrellevar el invierno sin
contratiempos. Todos los demás suministros solicitados por Esci-
pión, según parece, también se suministraron sin mayors dificul-
tad, como por ejemplo, cerca de 1.200 togas y 12.000 túnicas para
la tropa. A la llegada de la primavera (203 a.C.), de nuevo fueron
enviadas a África, al campamento de Escipión, gran cantidad de
abastecimientos desde Hispania, Cerdeña y sobre todo Sicilia; se
volcaban las autoridades en satisfacer todas las necesidades del
ejército expedicionario.

Los cartagineses, entre tanto, preparaban la flota y enviaban lega-


dos a Hispania y Liguria para reclutar mercenarios; buscaban, no
obstante, los mejores, los celtíberos (consiguieron cerca de 4.000
soldados de infantería pesada).

El reinicio de las hostilidades no no se hizo esperar. Escipión, que


mantenía el bloqueo de Utica, hostigaba a los ejércitos enemigos
acampados a pocos kilómetros de sus fortificaciones. En cuanto a
los cartagineses, sabemos por Polibio que pretendían bloquear al
ejército romano por tierra y mar hasta hacerle.

Escipión, gracias a una tregua en la que se entablaron negociacio-


nes, intentó llegar a un acuerdo primero con el poderoso rey Sifax
(aliado de los cartegineses) pero las condiciones exigidas por el
númida no eran aceptables. Sifax quería que los cartagineses se
quedaran en África, evacuando Italia, mientras que Roma manten-
dría sus actuales conquistas. Pese a que las conversaciones perdie-
ron interés, Escipión seguían manteniéndolas porque sus embaja-
dores le proporcionaban interesante información acerca de las
condiciones del campamento enemigo (construido a base de caba-
ñas anárquicamente distribuidas y con materiales altamente infla-
mables). Escipión envió, junto con los embajadores, centuriones
de primera clase, de probado valor y prudencia, que se camu-
flaron como esclavos; mientras los legados parlamentaban con el
rey númida y sus validos, ellos, dispersados por el campamento
enemigo, observaban la disposición de las guardias y de las puer-
tas, se informaban de la distribución de las tropas, dónde acam-
paban los púnicos y dónde los númidas, qué distancia habían en-
tre ambos campamentos, etc. Durante varios días se sucedieron
los contactos entre romanos y númidas, hasta que los romanos ro-
garon a Sifax que hablara con Asdrúbal para exponerle su postura
en caso de entablar negociaciones. Aprovechando que el rey y los
legados romanos salieron para entrevistarse con Asdrúbal, los es-
pías romanos recorrieron más detenidamente las posiciones númi-
das, de tal forma, que cuando regresaron los embajadores al cam-
pamento romano con la respuesta púnica, Escipión ya tenía toda
la información que necesitaba..

Asdrúbal Giscón había cambiado y anexado algunos artículos al


borrador del tratado (la impaciencia romana por firmarlo la había
interpretado como debilidad y se quería aprovechar de ello); Esci-
pión respondió que las exigencias del púnico eran desproporcio-
nadas, y sin más contemplaciones, dio por acabada la tregua.

Comienzo de las operaciones

Escipión ubicó de nuevo el ejército (2.000 hombres) en la colina


que domina Utica. El propósito de este movimiento era, por un
lado, no dar pistas sobre sus intenciones reales, simulando que
podía proseguir el asedio; y por otro, proteger su flanco, ya que,
cuando avanzase contra Asdrúbal y Sifax, el campamento queda-
ría mal guarnecido y a expensas de cualquier ataque que se hi-
ciese desde la ciudad. Los 2.000 hombres situados en la colina
amenazaban cualquier contingente púnico que pudiese salir de
Utica para dirigirse hacia el campamento romano.
Dividió sus tropas en tres columnas: la primera, la caballería, al
mando de Massinisa, fue enviada a la retaguardia del campamento
de Sifax para impedir su retirada; el segundo grupo, al frente del
cual se encontraba Lelio, atacaría directamente el campamento del
númida; el tercer grupo, el de Escipiòn, atacaría el campamento
púnico.
El avance nocturno hasta las posiciones del enemigo se hizo sin
contratiempos; cuando las tres divisiones se encontraban en sus
posiciones posiciones, comenzó el ataque. De repente, cientos de
soldados portando teas encendidas se lanzaron hacia las empaliza-
das del campamento númida. El fuego no tardó en prender con
fuerza, y en poco tiempo, el caos reinó en las tropas núminas (na-
die sospechaba todavía lo ocurrido; lo atribuían a algún accidente,
y por ello se limitaban a alejarse de las llamas). Muchos salieron
en tromba a campo abierto, otros murieron a consecuencia del
fuego o aplastados por sus compañeros; la mayoría cayó en ma-
nos de los romanos que esperaban fuera.

Los cartagineses, entre tanto, cuando vieron a lo lejos el resplan-


dor del incendio, pensaron también que se debía a un accidente
fortuito. Los que acudieron en ayuda de sus aliados y los que sa-
lieron del campamento a contemplar el trágico espectáculo caye-
ron en manos de las tropas de Escipión, que acechaban en la oscu-
ridad de la noche. Entre los cartagineses cundió el pánico, y los
soldados romanos aprovecharon para irrumpir en el campamento
púnico y prenderle fuego.
Fue un completo desastre. Asdrúbal, que dio todo por perdido an-
te la imposibilidad de organizar, en medio del caos, cualquier de-
fensa efectiva, escapó con parte de la caballería. Peor fue la suerte
de las tropas de Sifax; la caballería de Masinissa interceptó a la
mayor parte de los númidas que huían. Asdrúbal se refugió en una
localidad cercana, donde intentó reunir a los supervivientes y or-
ganizar la defensa.

Tras la humillante derrota, los aliados se dispersaron. Sifax reor-


ganizaría sus fuerzas no lejos de allí, y Asdrùbal resolvió dirigirse
rápidamente a Cartago5 no fuese a ser que, con las noticias de la
derrota, los partidarios de la paz empujasen al senado a adoptar
alguna resolución contraria al mantenimiento de las hostilidades.
Tras serenarse los ánimos, el senado cartaginés discutió tres solu-
ciones para salir de la crisis: entablar conversaciones de paz (de-
fendida por Hannón y los suyos); ordenar a Aníbal que regresara
de Italia con sus tropas; reorganizar el ejército en África y prose-
guir la guerra. Se eligió la tercera opción gracias al la influencia
de los bárcidas y el apoyo de Asdrúbal Giscón. Se reorganizarían
las tropas y se volvería al combate. Además se contaba con el re-
fuerzo de miles de mercenarios celtíberos, infantería pesada, lo
mejor Hispania. Mientras tanto, Sifax regresó a su reino para re-
clutar jóvenes (inexpertos), proporcionándoles armas y caballos.

5
En este punto la versión de Apiano difiere radicalmente en muchos aspectos de otr os autores.
Cuenta que Asdr ùbal Giscòn, temeroso de presentarse en Carthago tras tan humillante derrota,
procedió a reclutar tropas auxiliares por su c uenta, enrolando esclavos y mercenarios númidas has-
ta hacerse con una pequeña hueste; durante un tiempo, no se sal ve más sobre Asdr ùbal. Apiano
dedica muchísima más atención a Asdrùbal que Livio y Polibio.
Los romanos volvieron a cercar Utica6. El tiempo que perdió Es-
cipión fue aprovechado por Asdrúbal para reorganizar y reforzar a
base de levas las fuerzas cartaginesas. Saliendo de Cartago con su
nuevo ejército (como se verá más adelante, de ínfima calidad),
durante la marcha se reunió con los 4.000 mercenarios celtíberos7,
recién llegados de Hispania; se dirigían al encuentro de Sifax, que
acampaba en las Grandes Llanuras, lejos del radio de acción del
ejército romano.

Guerreros celtíberos

6
De nuevo, Escipión se encuentra en una difícil situación estratégica al no poder hacerse, pese a sus
repetidos intentos, con Útica, sin duda un objetivo de primera línea y que por si solo podría decidir
la campaña; no puede evitar que los ejércitos enemigos se mue van a sus anchas por el territorio
cartaginés aprovechando que todas las fuerzas romanas se encuentran detenidas frente a la metró-
poli púnica. Esto hace que los cartagineses recuperen un tanto sus fuerzas y moral y se apresten a
un nuevo y decisivo choque. Es posible que a Escipión no le importase que sus dos antagonistas se
reorganizasen para, de esta forma, batirles de nuevo antes de la llegada de Aníbal, pero lo cierto es
que, clavado ante Útica, entrega la iniciativa a sus oponentes, a quienes tendrá que ir a buscar en
un territorio del que, en caso de derrota, no existía salida alguna.
7
Los mercenarios reclutados el año precedente como reacción al desembarco romano en África
(que la vox populi había elevado a la cifra de 10.000) es muy posible que fueran desembarcados en
Thabraca (foto), desde donde marcharían hacia el sur. Q uizás por esta razón y porque podrían
unirse a Sifax antes de que Escipión pudiera impedirlo, fue por lo que Asdrúbal Giscón debió
alejarse tanto de Carthago con su ejército. Por otra parte, la mejor manera de alejar a Escipión de
la capital era colocarse tras él. Como veremos, acabó todo en un desastre propiciado por el incom-
petente Gascón y la facción belicista del senado.
Las grandes llanuras, un amplio y fértil valle donde 4 afluentes
desembocaban en el Medjerda. Ideal para la concentración gran-
des contingentes armados.
La batalla de las Grandes Llanuras

No fue éste un choque con mucha historia. Por un lado, los carta-
gineses alineaban un heterogéneo ejército compuesto en su mayor
parte por reclutas provenientes de una leva ciudadana; por otro,
Sifax, que había perdido lo mejor de sus fuerzas en el choque noc-
turno junto al Bagradas, solo confiaba en su caballería, también
provenientes de una precipitada leva en sus territorios. Las únicas
fuerzas realmente competentes eran los 4.000 celtíberos que for-
maban parte del ejército púnico; sobre ellos recaerá el peso de la
batalla.

El número de fuerzas enfrentadas es difícil de evaluar; probable-


mente los romanos no serían más de 20.000 (una guarnición debía
quedarse en la base de operaciones, Castra Cornelia-). Escipión
pensaba, acertadamente, que sus enemigos carecían de capacidad
de combate.

Tropas romanas, hastati y velites.

Una vez desplegadas las unidades romanas, los cartagineses colo-


caron a los celtíberos en el frente de batalla, mientras ellos y los
númidas se desplegaron en los flancos. Las fuerzas romanas, ali-
neadas como de costumbre, atacaron al mismo tiempo que Masi-
nissa con su caballería se enfrentaba con flanco defendido por los
púnicos, y la caballería romana con los númidas de Sifax. Los car-
tagineses y sus aliados africanos no aguantaron siquiera el cho-
que; de inmediato cundió el pánico entre sus líneas y el sálvese
quien pueda se apoderó de todos los combatientes. Mientras los
flancos se deshacían, los celtíberos, sabiendo que no tenían la me-
nor oportunidad de huir, sostuvieron un desigual combate contra
la mayor parte del ejército romano, deteniendo su avance y dando
así oportunidad de escapar con éxito a la mayor parte de las fuer-
zas cartaginesas y aliadas. Sin embargo, pese al heroico compor-
tamiento de los celtíberos, fueron rodeados y finalmente masacra-
dos casi todos exterminados.

Cuando la noticia de la severa derrota llegó a Cartago, Asdrúbal


fue acusado y condenado a muerte; sin embargo, huyó (probable-
mente a sus propiedades) con las tropas que se salvaron y comen-
zó a reclutar esclavos, desertores, condenados a muerte, delin-
cuentes... hasta componer un ejército de 2.000-3000 jinetes 500
infantes , que mantendrá a base de saquear las zonas circundantes.

El mando del ejército cartaginés recayó ahora en un tal Hannòn,


hijo de Bomílcar. Escipió se presentó en Cartago con las tropas en
orden de batalla. Los cartagineses, que no disponían sino de la
guarnición para enfrentarse al romano en campo abierto, renun-
ciaron al desafío; se limitaron a preparar un contraataque, pero de
carácter naval.
Tras las noticias de la derrota en las Grandes Llanuras, de nuevo
se vivió en el senado púnico una de esas tensas jornadas a las
que últimamente estaban ya acostumbrados. El senado, reunido
en carácter de emergencia, debatió sobre la estrategia que de-
bían adoptar: se haría uso de la flota de guerra que se había es-
tado preparando durante el invierno para atacar a la flota roma-
na que fondeada junto a Castra Cornelia; se llamaría a Aníbal (y
a Magòn), el único general que disponía de un ejército competen-
ñte y en el que se tenían puestas las mayores esperanzas.

Algunos preferían aprestar la ciudad para un largo sitio (se de-


cía que los romanos eran incapaces de tomar la capital, y que de
intentarlo, sería fácil golpearles durante el asedio). La facción de
Hannón logró sacar adelante la petición de iniciar conversacio-
nes de paz para tantear y, de ser posible, tratar de llegar a un
acuerdo satisfactorio para ambas partes.

Amílcar dio orden de preparar la flota de guerra, que inmediata-


mente partió contra los romanos; el almirante Asdrùbal salió del
puerto con otra escuadra pero en dirección al Bruttium, con la
misión de traer a Aníbal a África; otros fueron enviados a Ligu-
ria para ordenar a Magón Barca regresar con sus tropas. En la
misma Cartago, el general Hannón preparaba las defensas de la
ciudad en espera de los refuerzos de Italia.
Guerra en Numidia

Cuando Masinissa regresó al territorio massesulio (tribu de la que


era príncipe), Sifax reorganizó sus fuerzas en Numidia. Con el
apoyo de su esposa Sofonisbe y de los cartagineses, Sifax alistó
una nutrido ejército, pero carente de más mínima instrucción. Con
este ineficaz ejército, Sifax avanzó contra Masinissa y los rom-
anos, que se encontraban cerca Cirta (en aquel momento bajo con-
trol de los massesulios).

Los dos ejércitos acamparon uno junto a otro. La batalla dio co-
mienzo por una simple escaramuza ecuestre, un choque menor
donde cada bando iba agregando poco a poco más y más tropas
hasta convertirse en un combate en toda regla. Mientras la lucha
se limitó solo a la caballería, los más numerosos jinetes de Sifax
dominaban el encuentro, pero al final, la infantería legionaria hizo
acto de presencia a través de los huecos que dejaba la caballería
de Masinissa. Los legionarios, ofreciendo un frente sólido y conti-
nuo, dispersó a caballería enemiga.

Con el ejército ya desplegado, Sifax se vio abocado al desastre;


primero su caballería, sorprendida por la súbita aparición de la in-
fantería romana, perdió el compás, no pudiendo aguantar el cho-
que; y luego, al divisar a lo lejos las águilas romanas, señal ine-
quívoca de que el grueso del ejercito enemigo avanzaba contra
sus líneas, provocó en los africanos una desbandada total; su ejér-
cito se deshizo sin apenas haber llegado a las manos. Sifax, que
cabalgaba entre sus tropas intentando reorganizarlas, incluso po-
niéndose en primera línea para dar ejemplo, se dio de bruces con-
tra el suelo cuando su caballo cayó herido de muerte. Sifax fue
capturado y llevado ante Lelio y Masinissa.

Izquierda: dibujo de Peter Conolly, caballería pesada númida en


tiempos de Masinissa. Derecha: caballería ligera númida, la m-
ejor caballería del momento.

Tras la captura del rey8, se desplomó su reino, especialmente la


parte oriental. Cirta se entregó, y Masinissa pudo recuperar la to-
talidad del territorio que le pertenecía, además de conseguir pe-
queñas áreas de su rival.

La mayor parte del reino de Sifax permaneció bajo control de su


hijo, Vermina, que mantuvo la alianza con los cartagineses.

8
Según a Apiano, Sifax colaborara entonces con Escipión hasta el punto de informarle al
detalle sobre la situación política interna en el área númida, dándole datos acerca de los
personajes más influyentes del reino. Puso en guardia al general romano acerca de la po-
sibilidad de que Sofonisbe, fiel y leal hija de Cartago, pudiese seducir al númida Massinisa
(quizá sólo lo dijo porque lo odia). Sifax fue llevado a Roma, donde no tardó en fallecer en
la cárcel, mientras los senadores todavía discutían el destino que le reservaban.
.
Masinissa Micipsa, hijo de Masinissa

Reconstrucción del altar dedicado a Masinissa por su hijo.

Cirta, ciudad númida


Cirta era un enclave númida construido en una zona de endia-
blada orografía. Protegida por profundos barrancos y desfilade-
ros, el acceso a la ciudad se hacia a través de una estrecho paso.
Julio César advirtió de la inmejorable posición defensiva de Cir-
ta. Hoy es más sencillo llegar hasta la actual ciudad de Constan-
tina gracias al majestuoso puente construido sobre el vacío.

Últimas acciones antes de la llegada de Aníbal

Aprovechando que Escipión había instalado sus campamentos


junto a la ciudad de Tunis, el almirante cartaginés Amílcar co-
mandó un ataque naval contra la flota romana fondeada en Castra
Cornelia, que solo contaba con veinte embarcaciones de guerra
para proteger un sin fin de buques de transporte.

Como la salida y el despliegue de la flota de 100 navíos que los


cartagineses lanzaron sobre los romanos se hizo de manera preci-
pitada y sin el más mínimo secreto, Escipión se enteró a tiempo.
Envió de inmediato correos a Castra Cornelia para que prepararan
la defensa, y él se puso en camino con una rapidez directamente
proporcional a la lentitud con que Asdrúbal desarrollaba su ata-
que "sorpresa". Siguiendo las ordenes de Escipión, se ataron con
cabos los barcos de transporte que llenaban el fondeadero; de esta
forma se creaba un sólido dique de madera donde se ubicaron
tropas ligeras armadas con proyectiles; serían apoyadas desde las
fortificaciones y desde los barcos de guerra.

La flota cartaginesa llegó cuando el propio Escipión ya había asu-


mido el mando y las defensas estaba preparadas. El ataque púni-
co, que de haberse realizado con más rapidez y resolución habría
supuesto un éxito completo, fue casi desbaratado por la eficaz de-
fensa planteada por el romano, cuyas fuerzas, en ventaja por la
mayor altura de los mercantes, se enfrentaban con fortuna a las
más bajas y ágiles embarcaciones cartaginesas. Entre asalto y
asalto púnico, los barcos de guerra romanos atacaban a los carta-
gineses. Pero al final, la flota púnico consiguió romper uno de los
eslabones de defensa y llevarse una larga cadena de mercantes
unidos todavía por los cabos. Entre 60 y 100 mercantes fueron así
remolcados hasta Cartago, consiguiendo restablecer con esta vic-
toria, al menos un tanto, la moral púnica.

Llegaron refuerzos navales romanos para, en lo sucesivo, poder


evitar sorpresas como la precedente. Bloquearon el puerto de Car-
tago y el de Utica, y lanzaron frecuentes ataques contra los mer-
cantes púnicos. Escipión, continuó con el cerco de Utica,
sometiéndola a duros ataques y asaltos.

Asdrúbal Giscón, una vez reunidas las fuerzas antes mencionadas,


se reunió con el general cartaginés Hannón para realizar un ataque
nocturno contra el campamento romano9. El plan había sido dise-
ñado gracias a la colaboración de unos soldados hispanos que mi-
litaban en las filas del ejército romano. Poco antes de llevar ade-
lante el plan, los conjurados fueron delatados por un siervo ibero
que, denunciándolo ante su señor, provocó que todos fuesen dete-
nidos y ejecutados.

Fracasada la conjura, Hannòn realizó un amago de ataque contra


las tropas romanas que asediaban Utica, pero no obtuvo resulta-
dos.

El almirante Asdrùbal realizó un exitoso ataque a la flota romana,


capturando un navío de guerra y seis mercantes, que remolcó has-
ta Carthago.

Escipión, dado que el asedio contra Utica no daba los resultados


apetecidos y se prolongaba en exceso, resolvió cambiar de obje-
tivo; transladó sus fuerzas a la ciudad de Hippo Diarrythus,

9
Asdrúbal Giscón había contactado con un grupo de mercenarios hispanos que militaban
en las filas romanas y que se ofrecían (a cambio de una sustanciosa recompensa) para
prender fuego al campamento ro mano por la noche, a la vez las fuerzas cartaginesas de
Hannón y Asdrúbal caerían por sorpresa en las fortificaciones romanas presas, es de
suponer, del caos y el desconcierto ocasionado por los rápidos y múltiples incendios que
ocasionarían los conspiradores. La conjura siguió adelante pero la misma noche en que
todo se debía llevar a cabo, fue descubierta y abortada. Escipión ejecutó a las decenas de
conspiradores y echó sus cuerpos fuera de las empalizadas. Asdrúbal Giscón, advertido
del fracaso de la trama, rehusó seguir adelante y se marchó a su lugar sin avisar a las res-
tantes fuerzas cartaginesas, las de Hannòn, que llegaron al lugar indicado. Al no
comparecer Asdrúbal y descubrir los cuerpos insepultos de los conspiradores, decidiero n
también dar por finalizada la operación. Hannón acusó a Asdrúbal de traición, denigran-
do aún más su persona a los ojos del pueblo que, más adelante, acabaría con su vida.
buscando un puerto que le permitiese mantener abiertas las comu-
nicaciones con Sicilia. Pero de nuevo fracasó, perdiendo un tiem-
po precioso. Escipión, harto de la guerra de asedio, decidió pren-
der fuego a todas sus máquinas de guerra y dedicarse a saquear
los territorios del interior en busca de botín y suministros10.

Los ciudadanos cartagineses estaban ya cansados de tantos años


de guerra y, sobre todo, de los sacrificios exigidos por el estado
durante la pasada campaña en Hispania. Por ello, Escipión no en-
contró mucha oposición en la mayoría de las ciudades interiores
de la zona para pasar en ellas el invierno.

Durante un impasse estratégico impuesto por la decisión cartagi-


nesa de no combatir en tierra con los romanos, el senado púnico
acordó, por mediación de la facción dirigida por Asdrúbal Erifo y
Hannòn el Grande (opuestos a la continuación de la guerra), enta-
blar negociaciones de paz para llegar a algún acuerdo satisfactorio
que hiciese posible el fin definitivo del enfrentamiento bélico. A
tal efecto, se propuso a Escipión la suspensión temporal de las
hostilidades (los cartagineses pagarían el mantenimiento del ejér-
cito romano mientras durase la tregua).

Los embajadores púnicos enviados a Roma no fueron recibidos


dentro de las murallas, como enemigos que eran, pero sus
propuestas fueron atendidas y discutidas. Por un lado, se veía con
inquietud el futuro de las operaciones en África (se sabía de los
preparativos que tanto Magón como Aníbal realizaban en Italia

10
Es curioso comparar la actitud de los dos generales rivales, Aníbal y Escipión. Ambos
lucharon hasta la extenuación por conseguir bases navales en territorio del enemigo y nin-
guno lo consiguió. Aníbal, aunque pudo hacerse con Tarento, no consiguió desbloquear el
puerto cerrado por la fortaleza de la ciudad que se mantuvo firmemente en manos roma-
nas; también fracasó ante Rhegium, aunque la atacó repetidas veces por sorpresa. Esci-
pión dispuso, según dice, del mejor tren de asedio de toda la guerra, mnagníficamente
diseñado y construido por sus ingenieros en Sicilia e Hispania; pues bien, fracasa hasta
tres veces ante Útica, y de nuevo ante Hippo Rhegius; no intenta nada, visto lo visto,
contra Carthago; y finalmente, decide deshacerse de su pesado, lento e inservible tren de
asedio. Aníbal confiaba en la traición, la diplomacia o la sorpresa a la hora de atacar las
ciudades enemigas; generalmente le salía bien. Escipión empleó toda la fuerza de que era
capaz contra las principales bases enemigas; fracasó rotundamente en todas salvo contra
Cartago Nova, en que la sorpresa fue entonces la principal donde la sorpresa pudo más
que las armas.
.
para socorrer a su patria, así como el reclutamiento que se llevaba
a cabo en Cartago por medio de Hannón para poner de nuevo en
línea una fuerza de combate operativa). Por otro, tampoco se
quería dejar concluir una guerra sin llegar a un resultado decisivo
sobre los "pérfidos púnicos". Finalmente, se decidió permitir que
Escipión, a pie de campo, decidiese lo más conveniente para los
intereses de la República.

Cuando los enviados del senado comunicaron a Escipión que le


había sido delegada, por decisión del senado, la responsabilidad
de llegar o no a un acuerdo con los cartagineses, se iniciaron de
inmediato las conversaciones directas entre éstos y el general ro-
mano. Escipión se inclinaba por la paz, y las condiciones para la
misma no resultaban, a tenor de las circunstancias, del todo des-
favorables: que los cartagineses se comprometiesen a no reclutar
en lo sucesivo más mercenarios para sus ejércitos, que saliesen de
Italia Magón y Aníbal, que redujeran su flota de guerra a 30 na-
víos, que entregaran a todos los desertores, que pagaran 1.500 ta-
lentos de plata de indemnización, que reconocieran el reino de
Masinissa y sus conquistas en Numidia y que no combatieran fue-
ra de sus fronteras.

Esta serie de condiciones fueron aceptadas en el senado púnico


posiblemente sin mucha oposición. Incluso el propio Aníbal, de
haber estado allí, las habría refrendado. Con un senado dominado
por el partido terrateniente, se veía con satisfacción este compro-
miso que prácticamente no afectaba a sus propios intereses, y que
en realizad, tal como estaba la guerra, no resultaba muy gravoso.
El tratado fue, pues, aceptado, y se enviados embajadores a Roma
para que el senado ratificara el acuerdo.

Sin embargo, en Carthago, el partido belicista, posiblemente en


manos de demagogos, no quiso aceptar el tratado; y la plebe (pre-
sa fácil de los cabecillas populares de turno, entre los cuales segu-
ramente encontraríamos a los jefes de la flota y a al partido de As-
drúbal Giscón y otros exaltados) no asumía la derrota.

La paz de compromiso recientemente concertada con los romanos


y a punto de refrendarse se fue al traste estrepitosamente tras una
serie de despropósitos. Sin duda la llegada a Cartago de las tropas
del ejército de Magón ayudaron a encender un poco más los áni-
mos de los belicistas. Los agitadores encontraron una válvula de
escape cuando una gran flota de transportes romana, sacudida por
una tormenta, fue a dar en su mayor parte ante las mismas narices
de la capital púnica; los cartagineses, en masa, se lanzaron a la
captura de todos los mercantes varados en la costa o con proble-
mas para maniobrar, consiguiendo los abastecimiento y haciendo
prisioneros a los supervivientes. Sin duda, el mando de la flota,
partidario de la guerra, tuvo mucho que ver en esta descontrolada
e irresponsable acción (recordemos que existía una tregua). El se-
nado, que no pudo evitar este malicioso comportamiento de la
plebe y de la flota, intentó hacerles ver las consecuencias de sus
actos pero fue rechazado por el sentir popular, que pensaba que su
comportamiento era correcto11.

Escipión trató de serenar los ánimos enviando una embajada a


Cartago para exigir una satisfacción por los bienes saqueados en
plena tregua. Los embajadores, L. Servilio, L. Bebió y L. Fabio,
darían además la noticia de que la paz había sido ratificada en Ro-
ma y, por tanto, se debía proceder al fin de las hostilidades y a la
aplicación de los acuerdos. Tan pronto entraron en Cartago, los
enviados romanos fueron llevados al senado y luego a la asamblea
del pueblo. El tema central de las conversaciones públicas fue la
compensación y reposición de los bienes saqueados a los merca-
deres romanos. Ni que decir tiene que los legados romanos se
comportaron seguramente con la arrogancia habitual, cosa que sir-
vió, no poco, a caldear más los ánimos de los presentes. Además,
probablemente se sabía ya que Aníbal había conseguido desem-
barcar en África.

Toda esta serie de hechos empujaron a parte de las autoridades


hacia el bando belicista. Sin embargo, como gran parte del senado
se oponía firmemente a romper el tratado, decidieron provocar un

11
El pueblo parece que estaba bastante harto de tantos sacrificios. La ciudad se encuen-
tra semi-desabastecida. Así pues, la resolución del conflicto político que se acababa de
crear estaba en manos de una población exacerbada por sus propias desgracias (por su-
puesto, los demagogos las alimentaban para que engordasen un poco más).
.
cassus belli agrediendo a los embajadores. Los que estaban a fa-
vor de la paz, facilitaron el regreso de los legados romanos hasta
Castra Cornelia por mar, escoltándolos con varias trirremes.

Los partidarios de la guerra encargaron a Asdrúbal que intercep-


tase y echase a pique la nave donde viajaban los embajadores en
cuanto la escolta dispuesta por el senado se retirase. El ataque se
llevó a cabo según lo planeado pero el plan no salió del todo bien;
los legados pudieron salvar la vida y llegar a tierra.

Escipión, evidentemente, rompió las conversaciones y reanudó las


hostilidades de inmediato.

Aníbal desembarca en Leptis Magna

Una vez desembarcadas sus fuerzas, Aníbal estableció su base de


operaciones en la ciudad costera de Hadrumetum. Comenzó una
frenética actividad: por un lado, envió parte de sus fuerzas en bus-
ca de suministros, caballos y refuerzos; por otro lado, entabló una
alianza con la tribu númida de los areácidas, y entre los muchos
que acudían a su lado, separó unos 4.000 jinetes que, pertenecien-
do antes a Sifax, se habían pasado a Masinissa y ahora se presen-
taban ante Aníbal para pasarse de nuevo a los cartagineses; Aní-
bal sospechó de la fidelidad de estas tropas y resolvió eliminarlas
de un golpe: los asesinó a todos y se quedó con los caballos. Acu-
dió a su lado un jefe tribal númida, Mesótilo, con 1.000 jinetes, y
también Vermina (hijo de Sifax y heredero del reino, reducido
tras la guerra con Masinissa, pero todavía extenso y poderoso); la
alianza se selló, pero la ayuda del númida llegaría, desgracia-
damente para Aníbal, demasiado tarde. Procuró atraerse ciertas
ciudades y fortalezas que, aunque pertenecían al reino de Masi-
nissa, le interesaban por su situación estratégica; algunas pobla-
ciones se pasaron voluntariamente a los cartagineses, y otras, co-
mo Narce (desconocida), fueron conquistadas a la fuerza o me-
diante estratagemas.

En vista de que la guerra se encendía, Aníbal, en su afán de refor-


zar sus heterogéneas fuerzas, hizo que el senado sobreseyese la
condena de Asdrúbal Giscón y lo convenciese para que le entre-
gase las fuerzas que disponía; así se hizo, y Giscón regresó a Car-
tago, aunque prefirió mantenerse en su mansión, oculto a los ojos
de sus conciudadanos
.
Terminó el año con los cartagineses volcando sus esperanzas en
Aníbal y su ejército, y los romanos, con Escipión al frente, prepa-
rando la próxima y decisiva campaña del año 202 a.C.

En construcción (22-02-2010)
La mejor
Infantería de Hannibal
José Antonio Alcaide Yebra

6
Existe una falsa idea acerca
de la guerra en la antigüedad
y la infantería española en
particular. El duelo singular,
este hecho anecdótico, se
configura siempre como la
habitual forma de combate de
los íberos, cuando es, eso,
anecdótico.

La antigüedad
de un ejército

l Ejército Íbero, en sus diferentes

E pueblos, es una realidad palpable


siete siglos antes de Cristo. Las
diversas comunidades iberas en la
Península habían establecido estructu-
ras militares fijas prácticamente desde la
desaparición de Tartessos. Estas estruc-
turas servían, no solo para la defensa de
las diferentes nacionalidades presentes
tanto, como semillero de mercenarios
que se alquilaban a otros estados medi-
terráneos. Principalmente en Levante y
Andalucía, los reinos de Edeta y Turde-
tania, ponían a disposición, y de manera
regular, de las monarquías y republicas
griegas y de Oriente Medio unidades
militares al completo. Estas unidades
militares eran formadas, entrenadas y
armadas en sus lugares de origen y se
enviaban con contratos pre-establecidos
con los contratantes. La actuación de
ellas es conocida en Oriente durante
varios siglos, apareciendo mención de
estos hombres de forma constante, aun-
que colateral, en todas las importantes
contiendas en las que los griegos o los
púnicos fueron los protagonistas.
Por norma, las unidades iberas eran
contratadas como unidades auxiliares y
como tal realizaban preferentemente
misiones de carácter similar a la infan-
tería ligera que actúa como flanqueado-
res de las grandes formaciones de com-
bate, las falanges, o también como vigi-
lantes de puestos estratégicos, escoltas
o incluso guardias personales y de segu-
ridad de importantes lideres o lugares
religiosos. 7
La historia de un soldado mismo nunca era
inferior a los quince o
A lo largo de su vida el soldado íbero veinte años, con lo
pasaba por varias fases, la primera y tras cual el soldado se iba
abandonar su infancia, aunque ya en ella a encontrar fuera de su
se le empezaba a orientar y entrenar, se pueblo de origen era
le preparaba concienzudamente para su quizás la parte mas
futura profesión. La marcha con cargas larga de su vida, si acaso
pesadas, la supervivencia en
territorios hostiles y la utili-
zación de los equipos mili-
tares habituales en la época
y lugar se constituían en su
vida habitual.
Cuando el muchacho
cumplía su mayoría de
edad, o se encontraba
física y técnicamente prepa- soldados de Iberia traían
rado se el incluía en los selec- de sus viajes.
cionables para la próxima con-
trata con los buscadores de
mercenarios que de forma perió- Aprendiendo táctica
dica aparecían por su tierra. Mien-
tras, se le incluía en las habituales Es sabido que los cartagineses utili-
unidades militares existentes en la conseguía zaron desde el principio de sus incursio-
Patria para completar su formación volver vivo a casa. nes en Europa Occidental y el Norte de
con las también habituales confronta- Si esto sucedía nuestro África a estas Unidades Iberas, también
ciones existentes entre los pueblos íberos guerrero regresaría con su sol- que si bien inicialmente su trabajo era
y los de otra procedencia de la Península. dada y quizás con un abundante botín fundamentalmente de carácter auxiliar,
Llegado el momento el Rey de Edeta, conseguido en sus correrías por diversos la carencia de una infantería de categoría
Mastia o Turdetania cerraba un contrato lugares en los que la nación contratante media y propia de los púnicos llevo a
con el “ojeador “ de turno. En este con- utilizaría sus servicios. estos a entrenar a los íberos con esta pre-
trato lo normal era que una Unidad En las excavaciones realizadas en misa. Prácticamente desde el siglo
entera fuese objeto del mismo. Entre toda la costa mediterránea española es quinto al cuarto a. de C. la infantería
cien y quinientos hombres era lo habi- habitual el encontrar en los llamados principal en el campo de batalla de los
tual en este tipo de negocios y el tiempo campos de urnas y en otros cementerios cartagineses será la ibera. Actuando esta
que se marcaba para la duración del íberos, múltiples “recuerdos” que los infantería en formaciones de poco fondo

8
y mucho frente, como en época napole- Mientras, en primera fila, su longitud era
ónica se diría: en formaciones de línea. mas corta, similar a la altura de un hom-
La formación de línea de combate fue bre o quizás tan solo de 110 centímetros,
la elegida para estas fuerzas por diver- en la cuarta fila podía tener un metro o
sas causas que alejaban la posibilidad de dos más de longitud. En algunos casos
usarlas como las clásicas falanges mace- ha surgido la polémica con estas medi-
donias o griegas. La altura de los hom- das, sobre todo por aquellos que defien-
bres, su complexión física y sobre todo den la utilización exclusiva de las largas
su armamento. Las formaciones en línea lanzas por la caballería, extremo este
permitían el uso de un armamento más muy discutible, pues se sabe por el
ligero y también eran más flexibles que número de arreos y equipos de los jine-
las falanges, por lo que eran más útiles tes existentes que no puede ser así, pues
cuando existía la posibilidad de manio- adjudicaría la posesión de múltiples lan-
bras tácticas rápidas, sobre todo cuando zas a la exigua, aunque potente caballe-
el terreno no permitía grandes desplie- ría pesada ibera.
gues o incluso grandes movimientos de
las tropas en formación. daban la forma final, similar a una
La habitual formación era de tan solo puerta de características normales. Su Los cazadores a caballo,
de tres en fondo, hasta un máximo de función, esconderse tras ella y formar ¿infantes o jinetes?
seis o siete líneas, pues no se pretendía el una autentica valla, tras la que aguantar,
empuje de la profunda formación falán- igual que los hombres de Wellington el Un tercero en discordia aparece en el
gica. Por otra parte tampoco se disponía ataque contrario, y servir de escondite uso del soliferrum, los cazadores a caba-
de una gran cantidad de personal para desde el que lanzar el contra-ataque a un llo. Estas tropas típicamente iberas eran
realizar estas formaciones, por lo que el enemigo cansado por su acción. Com- similares a las de los siglos XVII y XVIII.
número era un dictador en cuanto a la plementario e insustituible al escudo Tácticamente se desplazaban como
formación de las mismas. estaba el soliferrum, la larga lanza metá- caballería, pero combatían como infan-
lica que con un exiguo diámetro pero con tería. Sus acciones eran: el reconoci-
una punta lanceolada y una contera con miento, la escolta y la preparación de la
Armas y armamento forma de bola complementaba la acción batalla con ataques puntuales y final-
táctica. Esta arma pensada para conver- mente, si esta tanto se ganaba como per-
El típico soldado de infantería media tir la formación en un autentico erizo de día, el elemento que explotaba el éxito
ibera disponía del escudo llamado “tipo espinas era también un arma arrojadiza, propio o frenaba la acción del enemigo
puerta”. Auténticamente éste era simi- con muy buenos resultados a corta dis- tras la culminación del combate.
lar a eso, una puerta, pues estaba consti- tancia. La lanza tipo soliferrum estaba El cazador, además, disponía de una
tuido por diversas laminas de madera fabricada en diversas longitudes, todas armamento similar al de la infantería
que entrecruzadas, encoladas, clavetea- ellas relacionada con la posición del sol- ligera, realmente era eso infantería
das y recubiertas por una piel pintada dado en la profundidad de las líneas. ligera, es decir un pequeño escudo, una

9
falcata y un cuchillo, un casco y sobre
todo varias jabalinas. Nueva discrepan-
cia pues en el tema de la longitud de los
soliferrum, pues en los enterramientos
los cazadores entrarían como jinetes, por
los equipos de montar, y harían alejar
aun mas las cifras de disponibilidad de
los largos soliferrum de la caballería, de
los realmente encontrados.

Tácticas ligeras

Los cazadores protegían los flancos


de nuestra infantería media y actuaban
como avispas que aguijoneaban a la
infantería enemiga con rápidos ataques,
en ellos lanzaban las jabalinas que por-
taban, rehuyendo normalmente el com-
bate continuado.
Los infantes montados, lo hacían a la
jineta, estaban en pronta disposición de
desmontar, pues al llevar ambas piernas
por el mismo lado del caballo solo tenían
que hacer que este doblase las manos
para encontrarse de pie en el suelo y con
su falcata y escudo pronto a ser utiliza-
dos. Esta técnica de monta, discutible
por los autodenominados “expertos” de
siempre, ha sido siempre descrita por los
autores clásicos y dista muy poco de la
manera de montar por parte de las muje-
res durante muchos años, sobre todo en
el medioevo, en toda Europa y luego en
la conquista de América.
Los íberos desmontados combatían
en combate singular contra sus enemi-
gos, lo típico en las reconstrucciones fíl-
micas de Hollywood, pero lo atípico de
un campo de batalla dominado por las
grandes formaciones.

avanzaba contra el enemigo, siempre lento. Dos murallas de escudos que cho-
Tácticas pesadas secundados por diversas unidades auxi- can, los soliferrum que tratan de pene-
liares. Hoy en día se prepara el combate trar la defensiva valla contraria de escu-
La infantería media actuaba siempre con la aviación o la artillería, antes eran dos, mientras los pilum, de momento
como una formación cerrada que avan- los honderos y la infantería ligera los que venablos, romanos llueven sobre los íbe-
zaba y se cubría, y cuya funcione era “trabajaban” las formaciones enemigas, ros de la formación y desde detrás de
doble para el empuje o el frenado del para a base de ataques rápidos y selecti- estos los honderos lanzan todo tipo de
contrario. Es típica su acción en la Pri- vos ir demoliendo las formaciones cerra- material sobre la infantería romana. Las
mera Guerra Púnica. Sicilia es el escena- das, para que al contacto con la infante- phalaricas, prototipo de los futuros
rio perfecto, múltiples batallas se des- ría pesada o media propia se rompiera pilum romanos son las armas arrojadi-
arrollan en planicies muy exiguas donde su cohesión. Mientras, y muy impor- zas más habituales y que más efectividad
una falange no tiene, ni cabida, ni posi- tante, era el mantener libres de ataques tienen. Estas armas constituidas por un
bilidad de movimiento, pero donde las sorpresivos y sobre todo muy letales a mango largo, con una punta redondeada
formaciones de entre trescientos y qui- los flancos de la infantería propia, pues y abierta que permite insertar una punta
nientos hombres si pueden formar y el enemigo también contaba con infan- lanceolada, sujeta por una cuerda de
moverse. La acción, una vez formadas tería y caballería ligeras. esparto embreada, eran encendidas
10 las unidades y, manteniendo la línea, se El contacto final era sumamente vio- momentos antes de lanzarse. La llama
quemaba la cuerda y cuando se dos.
producía el impacto sobre el Hannibal comprendería
blanco enemigo el hierro que- esto desde que con nueve años
daba clavado, mientras la empiezo su carrera militar con
madera del mango se despren- los soldados españoles. Su
día del conjunto. padre que hacía que le instru-
Los segundos pasan mien- yeran los mejores filósofos,
tras el empuje de uno y otro pensadores, matemáticos o lin-
bando se hace mas patente, güistas, le obligaba a vivir día a
hasta que alguien flaqueaba y la día con los soldados de su fiel
formación se rompía, por este infantería ibera. De esta viven-
agujero se colaba la punta de cia Hannibal sacaría la mejor
lanza enemiga que atacaría a la infantería del mundo antiguo,
inerme infantería que estaba que en Cannas sujetaría a un
parada en su posición de enemigo superior en número
empuje. Los infantes eran acu- tres veces, mientras por las alas
chillados por detrás y los lados y apoyados por la caballería
por el enemigo y si las fuerzas ganarían una batalla estéril.
que quedaban en reserva o la Una batalla en la que morirían
caballería no actuaban rápida- más de setenta mil hombres,
mente se produciría un colapso pero que no aportaría nada a
que acabaría con toda la línea, y una hipotética derrota romana.
con la huida de los que pelea- Tan solo la infantería ligera y
ban como si de las fichas de un media de las dos primeras
domino se tratara. La batalla legiones desaparecerá en la
entraría en su fase más des- batalla, el resto es soldadesca
tructiva, la persecución de los de reemplazo, excautivos que
que huyen y las muertes en han sido redimidos o libertos.
medio de la desesperación. El Muchos soldados romanos
baño de sangre era pues inevi- muertos, pero casi todos susti-
table. futuros soldados bebían en las fuentes tuibles, mientras Hannibal tuvo muy
que marcaban los veteranos que regre- pocas bajas, pero entre ellas esta la flor y
saban del frente cargados de experien- la crema de su infantería española. Vic-
Enseñanzas cia y la infantería ibera era poco a poco toria pirrica con muchos muertos entre
y aprendizaje una evolución de la falange griega pero los españoles y muy poca ventaja en el
con vocación de espacios limitados y computo final. Hasta Zama no habrá
Las diversas acciones en Grecia y acciones muy concretas. La infantería mas batallas para la “Reina” de las armas
Oriente Medio, así como la Primera Gue- ibera necesitaba poco espacio para en el combate, no habrá mas batallas en
rra Púnica van a conformar poco a poco maniobrar, pero necesitaba acción, Italia, pero si en Hispania, donde un
la táctica de las unidades medias y pesa- mucha acción y sobre todo combates general famoso, Scipio –el futuro afri-
das iberas. Trescientos años de ense- verdaderamente fuertes en los que des- cano–, levantara una leyenda sobre un
ñanzas, traídos por los supervivientes de arrollar una capacidad de acción propia montón de muertos innecesarios, pero
vuelta a casa son muy importantes. Los de unos mercenarios muy bien prepara- el Montgomery de la Segunda Guerra
Púnica siempre ganaba sus batallas por
su capacidad logística y su abrumadora
superioridad en hombres, nunca por su
genio militar.

Batallas en Levante
y Andalucía

Curiosamente si ustedes leen las


obras clásicas sobre las campañas de los
Escipiones, tío, padre e hijo en la Penín-
sula, observaran que los calificativos
finales de las mismas son siempre los
mismos: Brillante triunfo de las armas
romanas, tremenda derrota de los infe- 11
riores Ejércitos Púnicos, aplastante vic- la infantería media con las derrotas. En romano que conoce perfectamente la
toria de Scipio sobre el pérfido Hasdrú- Cesse la infantería trata de sujetar a la maniobra por haberla sufrido en carne
bal, vergonzosa huida de los inferiores infantería romana, mientras en teoría propia y que sabe que debe arrollar con
íberos, etc.…, aunque nunca leerán los sería la caballería de los Ilergetes quien sus fuerzas a la infantería media, que va
calificativos contrarios. ¿Es que nunca conduciría hacia la victoria la batalla, a sufrir el primer ataque importante,
se produjeron? Entonces, ¿Por qué duro esta habitual táctica, la de aguantar es para luego una vez destruida las alas que
la guerra casi veinte años? muy típica en los íberos, pero en esta apoyan el esfuerzo principal destruir a la
La verdad es que ustedes podrán leer ocasión es la mala condición de un Jefe media falange púnica, baza principal del
otros diferentes titulares: Celada de las inexperto y que le viene el cargo grande general púnico para obtener la victoria...
fuerzas púnicas, traición de los aliados quien con sus indefiniciones consegui- Es por tanto necesario las constantes
íberos o alevoso ataque de los malos, ría un mal entendimiento y dejar ven- variaciones sobre una misma teoría, la
malísimos cartagineses. Curiosamente la dida a la línea, que mas temprano que de la contención o del avance lento pero
historia de la Segunda Guerra Púnica tarde huirá del campo de batalla, quizás seguro en la carga, la que dará la victoria,
esta cuajada de trai-
doras acciones púni-
cas y brillantes accio-
nes romanas. Pero,
los romanos tardaron
casi veinte años en
terminar la Guerra.
La realidad es que
el disciplinado, fuerte
y sobre todo amigable
Ejército de Roma,
tuvo que emplearse a
fondo contra unas
tropas que de forma
habitual les hacían
frente, aunque sea
cierto que tras esos
veinte años, un titá-
nico esfuerzo logís-
tico, el empleo de un
Ejército expediciona-
rio que había que
reponer en hombres
de forma constante y
el saqueo y destruc-
ción de las poblacio-
nes iberas, Scipio cual Wellington consi-
guió la “Victoria” sobre los pérfidos si se hubiese mantenido una presión y en la que esta infantería será maestra a
cartagineses y sus aliados íberos. constante en las líneas con un fuerte pesar de los mediocres generales que
apoyo de los auxiliares lanzando proyec- Hannibal dejo a cargo de su Ejército en
tiles desde detrás y los lados a las for- España.
El papel de la infantería maciones romanas, el resultado hubiese
sido otro.
Si estudiamos en profundidad bata- Sin embargo, en Hibera la situación A modo de final
llas como Cesse o Hibera observaremos es diferente, La infantería cumple fiel-
que el papel de la infantería española es mente sus objetivos, avanza, contiene al Si estudiamos las diferentes fases de
siempre una de las bazas principales de contrario y quizás es el tratar de repetir las batallas en la Península, dos libros:
Hasdrúbal durante el combate. Lo cierto una táctica similar a Cannas la que El Tercer Frente y el Frente Decisivo,
es que siempre los ejemplos a seguir, arrastre a la derrota. Nunca, repito, nos pueden ayudar a ello, observaremos
Cesse o Hibera son desastres para las nunca se debe realizar una estrategia o que la infantería media española era per-
armas españolas, pero por desgracia, las táctica de conjunto de modo repetitivo, fectamente equiparable a las legiones
victorias han desaparecido del libro de pues aunque el enemigo sea romano, romanas, curiosamente con menos efec-
la historia, un buen trabajo del Goebbels aprenderá y nos podrá poner en un tivos era posible una mayor efectividad y
de la época. Pero, aunque solo dispon- aprieto. El intento de Hasdrúbal de flexibilidad que con las poco móviles y
gamos de propaganda en origen, pode- repetir la tantas veces táctica de Cannas, flexibles legiones, que aprenderán
12 mos estudiar la táctica e importancia de será contemplada por un general mucho de los íberos en esta guerra. ●
Armas y armadura
del infante medio íbero
D
isponía este de una El infante se cubría con un casco modelo casi único.
armadura que ponía sobre metálico, generalmente un simple Las espinilleras eran raras,
la habitual túnica corta de capacete de cuero, a veces sobre aunque podían usarse, quizás los
los íberos. cubierto por una fina lámina de más viejos del lugar. Normalmente
La armadura era de esparto bronce, aunque esta lámina solía eran simples láminas de bronce
entretejido y entrelazado, y su estar realizada en hierro y podía curvadas y sujetas con pequeñas
forma era similar a un doble decorarse de múltiples formas. Las correas
delantal actual. Sobre el esparto a influencias son múltiples, sobre El armamento era muy similar
veces se cosían, también con todo griegas, que dan por en todos los casos. El defensivo el
esparto, laminas de bronce o hierro resultados soportes para plumas, o escudo tipo “puerta”, el ofensivo el
de unos tres por cinco centímetros, dobles cubiertas del casco, soliferrum y la falcata. Raramente
en hileras superpuestas. Dando un carrilleras o cubrenucas. Se podría otras armas diferentes a estas eran
conjunto muy bueno desde el decir que no había dos cascos utilizadas. ●
punto de vista defensivo. iguales, aunque en origen fuese un
13
EL MAYOR ENEMIGO

DE ROMA

Desde que, siendo un niño, su padre le hizo jurar odio eterno


a Roma, Aníbal soñó con destruir a la gran rival de Cartago.
A punto estuvo de lograrlo con su arrolladora invasión de
Italia de 218 a.C., pero la suerte se volvió en su contra
POR JOSÉ ANTONIO MONGE MARIGORTA
FILÓLOGO

BAALHAMM6N (arriba), divinidad principal de la ciudad de


. Cartago, representado en la parte frontal de una coraza
sobredorada perteneciente a un oficial cartaginés.
Siglos 111-11 a.C. Museo del Bardo, Túnez.

ANiBAl (a la izquierda). El general cartaginés, considerado


uno de los mayores genios militares de la historia, desafió al
emergente poder de Roma durante más de una década.
Busto de mármol. 200 a.C. Museo del Prado, Madrid.
ELGRAN

GENERAL

247 a.C.
Nace Aníbal en Cartago,
hijo del general Amncar
Barca, en el seno del pode­
roso clan de los Bárcidas.

229 a.C.
Poco antes de morir,
Aml1car hace jurar ante un
altar a su hijo Aníbal odio
eterno a los romanos.

218-217 a.C.
Anlbal cruza los Alpes para
invadir Italia. Resulta ven­
cedor en las batallas de Te­
sina, Trebia y Trasimeno.

216 a.C.
En Cannas, el ejército ro­
mano comandado por los
cónsules Varrón y Paulo n el «firmamento» histórico de la Antigüe­
Un historiador

E
es aniquilado por Aníbal. dad Aníbal aparece como un cometa que
romano admitió
surge de una constelación mal conocida,
207 a.C. que Aníbal en el apartado Occidente, ocupa el centro
Asdrúbal es derrotado por sobrepasó a con un brillo fulgurante durante un breví­
los romanos en Metauro todos los sima tiempo, para iniciar después un progresivo oscu­
cuando llevaba refuerzos recimiento, con algunos destellos, hasta el final de su vi­
asu hermano Aníbal.
generales de su
da allá en el Oriente profundo. Justo la ruta contraria a
época por su la del sol. Ese momento de fulgor -los dos años que van
202 a.C. talento militar, del inicio de la marcha sobre Italia hasta el triunfo de
Derrota cartaginesa en Za­ aunque otros Cannas, esto es, de 218 a 216 a.C.)-le bastó para con­
ma, en el norte de África. vertirse en un protagonista indiscutible de su tiempo,
denunciaron su
Escipión el Africano ani­ colocado por la historiografia antigua y moderna a la al­
quila al ejército de Anlbal. «perfidia púnica» tura de Ciro, Alejandro y Escipión, su más directo rival.
Son muchos los testimonios sobre la genialidad mi­
193-186 a.C. litar de Aníbal, sobre todo la desplegada en los dos años
Aníbal pide asilo aAntío­ de marcha triunfal por Italia. Camelia Nepote, autor de
ca III en Siria. Más tarde se la única biografia antigua de nuestro personaje, la abre
refugia en la corte del rey con la siguiente aseveración: «Aníbal sobresalió por en­
Artaxias de Armenia. cima de los demás generales en talento militar, tanto
cuanto Roma aventajó en valor a todos los p;;eblos jun­
186-183 a.C. tos».Y más adelante, cuando se acerca el final de la
En la corte del presencia de Aníbal en Italia, reclamado por Cartago,
rey Prusias de concretará las razones de esa admiración: «Sería prolijo
Bitinia, se suici­ enumerar todas las batallas. Bastará con aludir a una
da con veneno sola cosa, de la que fácilmente puede deducirse cuán
para no caer en grande fue aquel hombre: mientras permaneció en Ita­
manos de Roma. lia no hubo quien se le resistiera en el campo de com­
bate y, tras la batalla de Cannas, nadie osó colocar su cam­
ESCIPIÓN EL AFRICANO. pamento frente a él en terreno llano. Despu~ fue de nue­
BUSTO DE MÁRMOL.
SIGLO 11 A.C. MUSEOS vo llamado para defender su patria sin haber sufrido has­
CAPITaLINOS.
ROMA. ta el momento derro~a alguna».
UNODIO
HEREDADO
EL RELATO MÁS COMPLETO del episodio del juramen­
to de odio eterno a Roma por Aníbal aparece en la biogra­
fía de Camelia Nepote. En el texto es el propio Anibal quien,
al final de su vida, se lo cuenta al rey Antíoco cuando és­
te decía desconfiar de su sentimiento antirromano:
«MI PADREAMíLCAR, cuando era yo un niño de no más de
nueve años, al salir de Cartago para dirigirse a España co­
mo general, inmoló víctimas a Júpiter Óptimo Máximo, y
mientras hacía estos sacrificios me preguntó si quería ir
con él a la guerra. Al decirle yo que iría con mucho gusto
y rogarle que no dudara en llevarme, él me contestó:
"Está bien, irás si me juras lo que te vaya pedir". Al mo­
mento me llevó junto al altar ante el que estaba haciendo
el sacrificio y, ordenando que se fueran los demás, me hi­
zo jurar con la mano sobre el altar que jamás firmaría una
paz con Roma». Aníbal termina asegurando que nunca ANíBAL jura odio eterno a Roma ante los dioses. Óleo por Jacopo
había faltado a ese juramento. Amigoni. Siglo XVIII. Real Sitio de la Granja de San IIdefonso.

Aunque quizás el mayor reconocimiento de la valía sejo de Cartago, con un entrenado ejército -en el que se
militar de Aníbal es el que Tito Livio pone en boca del mezclaban los componentes africanos e hispanos-, y so­
principal contrincante del cartaginés en Italia, el dicta­ bre todo, con un «motor» mental extraordinario, sin el
dor Quinto Fabio Máximo. Con motivo de las eleccio­ cual es imposible comprender su descomunal empre­
nes a cónsules en el año 2 15 a. C. (uno después de Can­ sa: un odio inextinguible hacia Roma y lo romano, que
nas), Máximo dirigió, según Livio, un dramático dis­ le inculcó su padre desde su infancia.
curso a la Asamblea animándola a esforzarse en escoger Es bien conocida la anécdota del famoso juramento
a los mejores: «Como en esta guerra y con este enemi­ ante el altar de Cartago. Todos los historiadores antiguos
go jamás general alguno cometió un error sin que ello que se ocupan del personaje recogen este rasgo, con
supusiera un grave desastre para nosotros, es convenien­ ligeras variantes en cuanto al «texto». Según Nepote, lo
te que emitáis el voto para la elección de cónsules tan que el padre le hizo jurar fue que «jamás firmaría una
alerta como cuando salís armados al campo de batalla, paz con Roma»; según Apiano, que «nunca dejaría de
que cada cual se diga a sí mismo: "Voto por un cónsul conspirar contra los romanos»; según Valerio Máxi­
que está a la altura de Aníbal como general"». mo, que «cuando se lo permitieran sus fuerzas, sería el
enemigo más implacable del pueblo romano»; según
OBSESiÓN POR LA VENGANZA Polibio, en fin, que «jamás sería amigo de los romanos».
Este mismo historiador hablaba de las excepcionales cua­ Este autor comenta: «Amílcar tan enemigos hizo de los
lidades deAníbal como militar desde sus años jóvenes, romanos a Asdrúbal (que era el marido de su hija) ya
en el magnífico «retrato del Aníbal adolescente» que nos su propio hijo Aníbal, que este odio resultó insuperable.
dejó al comienzo del libro XXI de su Historia de Roma; <<Era, Pero Asdrúbal murió prematuramente y nopudo hacer
con diferencia, el mejor soldado de caballería y de in­ notorias todas sus inclinaciones; Aníbal, en cambio, tu­
fantería al mismo tiempo...», escribía. A la sombra de su vo la ocasión de demostrar, a carta cabal, el odio que con­
padre, primero, a las órdenes deAsdrúbal después, el jo­ tra los romanos había heredado de su padre».
ven Aníbal poseyó la habilidad para asegurarse la fideli­ Aníbal fue fiel a su juramento hasta el final de sus
dad de sus hombres y para ganarse el apoyo de las po­ días. En cuanto fue proclamado general del ejército car­
blaciones indígenas, así como el perfecto dominio de taginés en Hispania, tras la muerte de su cuñado As­
los planteamientos tácticos que le harían famoso. drúbal, puso en marcha su plan, «como si le hubiese
Así pertrechado, cuando aún no había cumplido los sido asignada Italia por decreto como Provincia», en
treinta años, se lanzó a lo que sería la misión obsesiva de palabras de Tito Livio. De sobras es conqcida la estra­
su vida: vengar a su patria y obtener para ella la supre­ tegia que puso en marcha: la provocación de Sagunto,
macía en el oeste del Mediterráneo. Contaba para ello la celeridad de la partida hacia su objetivo, la perfecta
con el apoyo del sector político dominante en el Con­ realización de su marcha hasta los Alpes, su irrupción,

70 HISTORIA NATlONAL GEOGRAPHIC


anunciada pero increíble, en Italia, su habilidad para el progresivo aislamiento del ejército cartaginés en el sur
hacerse con el apoyo de las tribus celtas del norte de la de Italia, la derrota en Sicilia, el fracaso de la operación
península Itálica (la Galia Cisalpina) ... envolvente desde Macedonia, hasta el hachazo definiti­
Roma quedó como aturdida ante aquel azote que se va que supuso para la estrategia de Aníbal el descala­
le venía encima. El terror se apoderó de la ciudad. Tito bro de los refuerzos que traía su hermano Asdrúbal de
livio recoge fielmente este estado de ánimo: «Sentían Hispania en la batalla de Metauro (207 a.e.).
que nunca había combatido contra ellos enemigo más
implacable y belicoso, ni el Estado romano se había mos­ UN EXILIADO PELIGROSO
trado jamás tan decaído y tan débil [...]; los romanos En ese momento Roma volvió a respirar. No sólo había
iban a tener que hacer la guerra contra el mundo ente­ pasado la gran amenaza, sino que se volvieron las tor­
ro en Italia y ante los muros de Roma». Las arengas de nas. La victoria final sólo era cuestión de tiempo. El pá­
los generales romanos insistían en lo mismo, como la nico pasó de Roma a Cartago. La batalla de Zama (año
del cónsul Publio Camelia Escipión (padre) antes del 202 a.e.) constituyó tan sólo el «acta de defunción» de
primer choque a orillas delTesino: «No tenéis que ba­ las pretensiones imperialistas del sector más belicoso de
tiros por la posesión de Sicilia y Cerdeña como se ha­ los cartagineses, capitaneado por los Barca. Pero Roma
cía en otro tiempo, sino por Italia [...]. Piense cada uno no olvidaría la humillación y el miedo que la habían ate­
de vosotros que protege con sus armas no su propio nazado. Su espíritu vengativo se centraría en Aníbal, al
cuerpo, sino a su mujer y sus hijos pequeños [...]: co­ que hacían máximo responsable del trance vivido.
mo sea nuestra fuerza y nuestro valor, así va a ser en ade­ Tras su derrota en Zama, Aníbal empleó todo el peso
lante la suerte de la ciudad de Roma y de su Imperio». que aún tenía en la política de su ciudad para conven­
El temor se fue convirtiendo en terror a medida que cer al Consejo de que debía aceptar las condiciones im­
se sucedían las victorias militares cartaginesas: Tesina y puestas en un primer momento por Roma, a fin de evi­
Trebia en el año 218 a.e., Trasimeno en 2 17. Tras la ba­ tar males mayores. Despojado por exigencia de Roma
talla de Carmas al año siguiente, la situación de los ha­ de la jefatura del ejército, cinco años más tarde fue ele­
bitantes de Roma pasó a ser agónica. Habían visto cómo gido sufete de la ciudad, la máxima autoridad civil en
desaparecía el grueso de su ejército con los dos cónsu­ Cartago, cargo que ocupó durante dos años. Pero enton­
les al frente, amén de la flor y nata de la clase dirigen­ ces Roma exigió su cabeza y Aníbal debió exiliarse. Du­
te: «Jamás fue tan acusado el pánico y la confusión den­ rante doce años vagó por diversas cortes orientales: pri­
tro de las murallas de Roma sin haber sido tomada la mero en Siria, junto al rey Antíoco; luegp, tras una es­
ciudad», constataTito livio. Luego vendría la maniobra tancia en Creta, marchó a Armenia, al reino de Artaxias;
envolvente sobre Roma, detenida inexplicablemente en hasta que, por último, se dirigió a Bitinia, al noroeste de
Capua, los éxitos de Publio Escipión (hijo) en Hispania, Asia Menor, donde fue acogido por el rey Prusias.

72 HISTORIA NATIONAL GEOGRAPHIC


LOS ELEFANTES:

EL ARMA DE ANÍBAL

EL RECUERDO DE ANíBAL como general va unido recida, de menor tamaño que los del 4,..:1'..........,
al empleo de los elefantes. Alejandro Magno había surdeÁfrlcaOAS¡a.EsoexPII-C. ~",'" (r ~
adoptado esta práctica de los indios, y los Ptolome­ ca que pudieran atravesar fj!j
os la prolongaron. Roma ya se enfreritó a ellos du­ con relativa facilidad los AI­ .~ ':>'
rante las invasiones de Pirro de Épiro, en 280 a.C., pes, pero también Invalida la . '(j¡J1)
pero la aparición de 37 de estos animales con el ejér­ imagen de grandes animales
cito de Anlbal que llegó a Italia en 218 a.C. fue uno de con enormes torres de combate en el
los factores que explican su arrollador éxito inicial. dorso, como se recrea en el tapiz reproduci­ .
LOS HISTORIADORES han discutido si Anlbal empleó do bajo estas Irneas, que muestra una es­
elefantes asiáticos. domesticados ya por los indios. cena de la batalla de Zama (202 a.C.)
o africanos. mucho más difíciles de controlar. Se cree basada en una obra de Giulio Romano.
que, en realidad, los que usó procedían de la zona GUERRERO PúNICO sobre un elefante
del Atlas y pertenecían a una especie hoy desapa­ africano. Museo Arqueológico. Nápoles.

--
_k-:: ,
'~,.
-'~.o>J

Infantes romanos Elefan,] Castilletes Aníbal La derrota


Tras intentar asustara los EnZamaAníbal dispuso Los elefantes indios po­ Aunque el artista repre­ La caballería romana al
elefantes con trompetas, de 80 elefantes. conduci­ dían llevar un castillete o senta aAníbal sobre un mando de Lelio y los númi­
la infantería romana abre dos por guías de origen in­ howdah, con tropas en él. elefante, el general se en­ das de ~asinisa rodearon
un pasadizo y asaeta por dio, los mahouts. Fueron En su avance aplastaban a contraba en la tercera línea al último contingente de
los flancos a los paquider­ los encargados de lanzar los enemigos. pero podían de combate. junto alas Aníbal. quien tuvo que
mos, hasta hacerlos huir. el primer ataque. volverse contra los suyos. tropas veteranas de Italia. retirarse a Hadrametum.
ELFINDEL

FUGITIVO

EN LAS DIFERENTES ETAPAS de su exilio, Aníbal intentó


azuzar contra Roma a sus anfitriones, atormentado como
siempre por el tábano del odio a los romanos. Todas sus
intrigas fracasaron, incluido el intento de lanzar un ataque
contra Italia desde el norte de África. Pero sí lograron in­
quietar a las autoridades romanas, hasta decidirlas a aca­
bar con aquel peligro de una vez por todas.
COMO ESCRIBiÓ Cornelio Nepote, «los senadores roma­
nos, conscientes de que mientras viviera Anlbal jamás se
verían libres de alguna estratagema suya, enviaron lega­
dos a Bitinia para pedir al rey que no retuviera consigo a un
hombre, el más acérrimo enemigo de Roma, y que se lo
entregara». Ante la negativa de Prusias, tropas romanas
cercaron la casa de Aníbal pero éste se les adelantó y,
«no queriendo morir a manos de nadie, y teniendo presen­
te en todo momento el recuerdo de su antiguo valor, se to­ ANíBAL toma un veneno al verse acorralado por los romanos en

mó un veneno que solía llevar siempre consigo». Bitinia. Miniatura de un códice del siglo XV. Universidad de Gante.

Hasta allí llegó el largo brazo del Senado de Roma, pulo religioso». Crueldad, perfidia, impiedad. Conver­
que envió unos legados para capturar al cartaginés. Sin tida en tópico, esta estela descalificadora fue seguida por
embargo, antes de rendirse, el indómito general pre­ la mayoría de los historiadores romanos cuando hablan
firió suicidarse. Corría el año 183 a.e.; por uno de esos deAníbal, como si fuera un sambenito. Un ejemplo de
azares sorprendentes de la historia, el mismo año en ello lo ofrece Valerio Máximo, que en sus Dichos y hechos
que murió Escipión, el único hombre que le venció en memorables recoge algunos episodios «ilustrativos» de esas
el campo de batalla y con el que siempre había man­ virtudes y vicios, incurriendo en exageraciones y con­
tenido una ejemplar relación de mutuo respeto. tradicciones, para acabar con el mismo apaño retórico
que Livio: «Destinado como estaba a dejar a la posteri­
UNA LEYEI\JDA NEGRA dad un recuerdo insigne de su nombre, nos dejó en la
La inquina de Roma perseguiría a Aníbal más allá de su duda de si fue mayor su grandeza o su perversidad».
muerte. Es un hecho inveterado que el vencedor en la Entre tanto tópico, contradicción y retórica, la ver­
guerra remate su victoria con la crónica que impone so­ dadera personalidad de Aníbal Barca (¿qué pensaba,
bre ella, maquillando los hechos de manera que, «ante qué sentía, a quién amaba?) se nos escapa casi por com­
la historia», él quede lo mejor parado y su enemigo lo pleto. La historiografia moderna, excepto cuando ha­
más desprestigiado posible. Por burdo que parezca, siem­ bla de su genio militar, suele moverse en cierta ambi­
pre ha dado resultado. Con Aníbal se hizo a conciencia. güedad superficial y retórica: «un gran hombre en el
Como sus méritos militares eran insoslayables, la pro­ verdadero sentido de la palabra», es el juicio deTheo­
paganda romana, bien servida por sus historiadores, se dar Mommsen; «un gran personaje histórico, cua­
dedicó a cargar las tintas sobre las «maldades» del car­ lesquiera sean los aspectos donde se ponga, el acento»,
taginés. La excepción fue el biógrafo Camelia Nepote, escribe Karl Christ, su último biógrafo. Para ser un per­
en cuya semblanza de Aníbal en sus Vidas de hombres ilus­ dedor, una «estrella fugaz», no está mal. _
tres dominan la objetividad e incluso la simpatía por el
• PARA SABER MÁS
personaje (<<este hombre, el más valeroso de todos...»).
Para la historiografia posterior será decisiva la valora­ ENSAYO Vidas.
Aníbal. Karl Christ. Cornelio Nepote.
ción deTito Livio que cierra el «retrato» del jovenAní­ Herder, Barcelona, 2006. Trad. M. Segura.
bal antes referido pues será la pauta que seguirán sus su­ Gredas, Madrid, 1985
TEXTOS
cesores: «Las virtudes tan pronunciadas de este hombre Historia de Roma LA
se contrapesaban con defectos muy graves: una cruel­ desde su fundación Aníbal: la noveJa
(libros XXI-XXX) deCartago.
dad inhuniana, una perfidia peor que púnica, una falta Tito Livio. Trad. J A Villar Gilbert Haefs
absoluta de franqueza y de honestidad, ningún temor a Gredas. Madnd.1993. Planeta. Barcelona. 2006.
los dioses, ningún respeto por lo jurado, ningún escrú­

74 HISTORIA NATlONAL GEOGRAPHIC


EL COMIENZO

Masinissa nació en el seno de la familia que reinaba sobre los númidas maesilos, quizás
alrededor del año 230 a.C. Las primeras noticias que tenemos sobre el joven príncipe
nos sitúan en el año 213 a.C. En África se produce un acontecimiento que altera la
aparente paz en la que se vive. Sifax, rey de los poderosos númidas masessilos, se acaba
de alinear con los romanos y ha firmado una alianza con los escipiones, generales que
combaten en Hispania. La situación es extremadamente delicada para los cartagineses
que sufren una gran derrota ante el ejercito de Sifax y que deben retirar a uno de sus
ejércitos de Hispania para trasladarlo a Africa; necesitan del concurso de todos los alia-
dos númidas que puedan encontrar. Se dirigen a Gaia (3) (ya anciano), rey de los
Maesilos y padre de Masinissa, para solicitar sus tropas y sus jinetes. Gaia parece que se
deja tentar fácilmente ante la perspectiva de alinearse junto a la poderosa Cartago,
contra su, seguramente, odiado vecino. El joven Massinisa, entusiasmado por entrar en
guerra, reclama para sí el mando del ejército real. Con tan solo 17 años, Masinissa se
une al ejército púnico de Asdrúbal Giscón y juntos marchan contra Sifax, derrotándolo
en singular batalla. Golpean de tal manera al regulo númida que se ve obligado a huir
precipitadamente del campo de batalla, en el que se dice perdió 30.000 hombres (año
213/12 a.C.). Sifax abandonó sus tierras, internándose en el territorio de los mauries,
donde su nombre era respetado; allí enseguida se puso reclutar un ejército con el que,
según parece, pasar a Hispania para unirse a los escipiones. No contaba Sifax con el
joven e impetuoso príncipe de los Maesilos, quien al frente tan solo de su gente, siguió a
su enemigo hasta las tierras de los mauries, en el área del estrecho, en donde volvió a
derrotarle con contundencia y sin la ayuda cartaginesa. De Sifax nada más se sabe por el
momento; seguramente se escondió en las profundidades de Maurisia para regresar en
secreto junto a sus tribus en Numidia.

Masinissa fue a Cartago, donde, sin duda, sería agasajado y recompensado por tan
imprevisible victoria. Fruto de esta guerra fue la amistad entre él y Asdrúbal Giscón,
quien incluso le prometió la mano de su hija Sofonisba (según parece muy bella) como
medio de estrechar lazos entre ambas familias y pueblos.

Caballería ligera númida, una de las mejores de la antigüedad.

MASINISSA EN HISPANIA

No le resultaría difícil a Giscón convencer a su joven amigo para que le acompañase a


Hispania (libre ahora de la guerra en África). En el año 212 a.C., en Hispania, operan
conjuntamente los ejércitos de Asdrúbal Barca, Magón Barca y Asdrúbal Giscón contra
los dos escipiones. Mientras los diferentes ejércitos realizan movimientos estratégicos,
la caballería de Masinissa no deja de hostigar a los romanos de P. Escipión; tanto es así
que, mediante sus continuos golpes de mano, les obligó a detener su marcha y a
atrincherarse, impidiéndoles siquiera salir del valladar del campamento atrincherado.
Una noche, P. Escipión se vio obligado a dejar sigilosamente el campamento con la
mayor parte de sus tropas y moverse para interceptar un ejército hispano que llegaba por
el norte; desafortunadamente para él, Masinissa lo descubrió y cuando los romanos se
acercaban a los hispanos y se disponían para el combate, los númidas les siguieron por
la espalda. Poco después, todo el ejército cartaginés del norte llegaba para combatir, sin
duda advertido por el príncipe númida. Esta batalla y la siguiente, donde murieron los
dos escipiones, empujó a los romanos de nuevo hasta la línea del Ebro.

Después de esta victoria, Masinissa debió permanecer un tiempo breve en Hispania,


pues al año siguiente, se encuentra de nuevo en Cartago (210 a.C.). Parece ser que los
cartagineses preparaban un nuevo ejército en África a las órdenes de Asdrúbal Barca
para trasladarlo a Italia. Masinissa reclutó 5.000 jinetes númidas para sus aliados. Una
vez llegados a Hispania, Roma, informada de las intenciones cartaginesas, respondió
enviando a Escipión con un ejercito al norte del Ebro. El joven general romano empren-
dió la ofensiva (arrebatando a los cartagineses la iniciativa) y tomó por sorpresa Cartago
Nova. Los cartagineses se vieron con serios problemas internos y debieron permanecer
en el sur de Hispania para mantener la fidelidad de sus aliados, renunciando a cualquier
tipo de iniciativa.

En estos día fue cuando, según parece Masinissa regresó a la península son la cabellería
y con varios familiares acompañantes; por ejemplo, el joven Masiva, su sobrino, que
siendo huérfano de padre, lo crío Gaia, el padre de Masinissa. Al joven Masiva le estaba
prohibido, por su juventud, entablar combate; sin embargo, sin que su tío lo supiese,
formó con una unidad númida en Baecula, con tan mala fortuna, que fue hecho
prisionero y llevado a presencia de Escipión; al enterarse de la identidad de su joven
prisionero, decidió dejarlo en libertad además de darle un caballo y otros regalos como
un primer intento de congraciarse con Masinissa, al que tenía en ese momento como el
mejor y más peligroso combatiente del bando contrario.

Tras Baecula, los cartagineses decidieron emprender una guerra defensiva en Hispania.
A Masinissa le entregaron los 3.000 mejores jinetes del ejército para que, por su cuenta,
hostigase el territorio afecto a los romanos. Poco tiempo antes de la batalla de Ilipa
(206 a.C.), en una afortunada acción, la caballería de Masinissa y Magón Barca atacaron
con decisión a los romanos cuando estos montaban su campamento en las cercanías del
lugar donde se libraría la famosa batalla. El encuentro puso en grave aprieto al general
romano, aunque éste, al final, consiguió rechazar con éxito a los atacantes. En los días
sucesivos, los romanos no se librarían de los constantes ataques de los jinetes de Masi-
nissa, al menos hasta el día de la gran batalla, que concluyó con la severa derrota carta-
ginesa.

Nada más se sabe de las correrías del príncipe númida hasta el día en que, refugiados los
cartagineses en la única ciudad, Gades, que le quedaba en Hispania, decidió entablar
negociaciones con los romanos por su cuenta. Se citó con Escipión en algún lugar del
sur de la Bética. Pidió permiso a Magón para pasar de Gades (que aquel entonces era
una isla) a tierra firme para hostigar a los aliados de los romanos; pero, en realidad lo
que pretendía era ir a la entrevista secreta con el romano. El encuentro fue decisivo para
Masinissa se pasarse al enemigo; desde hacia tiempo, el númida se sentía atraído por la
aureola de prestigioso del general romano, y al verse en persona, ambos se causaron una
gran impresión. Se selló la alianza entre Masinissa y Publio Cornelio Escipión que
tantos frutos daría en un futuro muy próximo. Masinissa, que en ese momento estaba en
Gades, tuvo que regresar a Ábrica para luchar por sus derechos al trono de los númidas
maesilos.

MASINISSA CONTRA SIFAX Y CARTAGO

La marcha de la guerra había dado un gran vuelco tras la conquista de Hispania por los
romanos. Ahora, tanto Sifax como Masinissa se alineaban con Roma (Sifax ya hacía
tiempo que había restablecido su poder en África y había firmado la paz con Cartago
(4). tras la batalla de Ilipa, se declaraba alineado de los romanos aunque no beligerante).
Los cartagineses, que veían en Sifax al principal objetivo de su diplomacia, se volcaron
en conseguir la amistad y la alianza de este personaje ahora que Masinissa (no lo
olvidemos, gran enemigo de Sifax) se había pasado a los romanos.

El príncipe Masinissa desembarcó en Africa por el lado del estrecho, entre los mauries,
se entrevistó allí con un poderoso régulo, Bagud, quien le proporcionó una escolta de
4.000 hombres para que pudiese llegar sin peligro hasta su reino. Avisó a sus parientes y
amigos de su próxima llegada para que le esperasen en las fronteras del reino y, cuando
llegó, 500 númidas se le unieron y la guardia mora tomaba el camino de vuelta.
Mientras avanzó por el interior del reino, se topó con el joven rey Lacumazes y su
escolta ( viajaban camino de la corte de Sifax); éstos retrocedieron a una ciudad cercana
(una tal Tapso, sin identificar), ciudad que fue tomada rápidamente al asalto por las
exiguas tropas del númida. No fue difícil para Masinissa hacerse con la población; los
que no se rindieron, fueron muertos, y los restantes miembros de la guarnición y de la
guardia del rey pasaron a sus filas. Sin embargo, durante el combate, la confusión
proporcionó a Lacumazes la oportunidad de escapar, llegando indemne ante Sifax.

Este éxito inicial de Masinissa corrió rápidamente por el pueblo maesilo. Acudieron
ante él una multitud de hombres dispuestos a servirle (en su mayor parte, veteranos del
ejercito de su padre, Gaia).

Mientras tanto, Mazetulo, que contaba con un buen ejército procedente de sus cabilas y
contingentes del ejército real, recibió apoyo directo de Sifax, con lo que sumó un total
de 15.000 infantes y 10.000 jinetes. No tardó mucho en llegar a las manos con Masi-
nissa, quien en absoluto contaba con tal cantidad de hombres. Sin embargo, las tropas
del príncipe númida se encontraban mucho más fogueadas por ser veteranas de comba-
tes contra romanos y cartagineses. Durante la batalla, prevaleció la calidad a la cantidad;
Mazetulo fue derrotado, aunque pudo retirarse con su tutelado Lacumazes a territorio
cartaginés, donde fue bien acogido.

Masinissa se enfrentaba ahora a Sifax y los cartagineses simultáneamente, por ello,


prefirió ceder un poco ante Mazetulo. A cambio de su regreso, le concedería el perdón y
mantendría todos sus privilegios y posesiones. Mazetulo, que prefería volver a sus
tierras a permanecer en el exilio, aceptó y se unió a Masinissa.

En aquellos días, Asdrúbal Giscón se encontraba en la corte de Sifax (éste se había


casado con Sofonisba, la hija de Asdrúbal), y le animó a combatir a Masinissa. Le decía
que príncipe tan impetuoso y competente no estaría mucho tiempo inactivo y que de
seguro intentaría expandir el reino a su costa. Éste y otros argumentos espolearon al
poderoso númida a mover un ejército contra su vecino. Aprovechando una antigua dis-
puta territorial, Sifax ocupó militarmente la porción de territorio que reclamaba,
esperando que Masinissa respondería a la ofensa. Así ocurrió. Sin embargo, Masinissa
se enfrentaba a un ejército numeroso y bien entrenado; sufrió una dura derrotado y,
expulsado de su reino, marchó, con los pocos jinetes que le siguieron, a en un lejano
monte estratégicamente bien situado. Estableció allí una especie de cabeza de puente
desde donde realizaba sangrientas incursiones sobre territorio cartaginés. Fueron tales
las molestias que causaba a los cartagineses, que éstos demandaron a Sifax que acabase
de una vez con el molesto príncipe. Sifax, considerando que la tarea no era digna de un
rey, escogió a uno de sus generales, Búcar, para que, con 2.000 jinetes y 4.000 infantes,
exterminase a los hombres de Masinissa. Búcar atacó cuando Masinissa estaba despre-
venido; la matanza fue grande y apenas pudo retirarse con 50 hombres por senderos
desconocidos por el enemigo. Búcar, con no más de 700 hombres, persiguió al fugitivo,
dándole alcance cerca de Clupea (desconocida). Masinissa, herido, pudo escapar de
nuevo con cuatro acompañantes. Cabalgaban por una llanura, perseguidos por más de
doscientos jinetes enemigos, hasta que llegaron a un caudaloso río que les cerraba el
paso. Masinissa y sus cuatro acompañantes se lanzaron al agua mientras que Búcar y los
suyos se pararon en la orilla. Dos de los compañeros de Masinissa se ahogaron, y los
demás, desaparecieron; Búcar los dio a todos por muertos, abandonó la persecución y se
presentó ante Sifax.

Masinissa tardó en recuperarse. Cuando pudo ponerse en pie y, con la ayuda de sus dos
acompañantes, montar a caballo, partió hacia el interior de “su reino”. Por el camino, se
le unieron unos cuarenta. Cuando se presentó ante su pueblo y vieron que no había
muerto, provocó tal conmoción, que en poco tiempo levantó un ejercito de 16.000
infantes y 4.000 jinetes, con los que atacó a los cartagineses y a los númidas; tal fue su
arrogancia, que Sifax se vio obligado a entrar personalmente en campaña, estableciendo
su ejército entre Cirta e Hippo Rhegius. Llegó la hora de la batalla decisiva. Masinissa
se presentó en el terreno escogido por Sifax, quien le tendió una trampa mortal;
enviando a su hijo a las montañas para que flanquease al enemigo, cuando la batalla
estaba en su apogeo, Vermina, el hijo de Sifax, surgió por la espalda de Masinissa y
exterminó la mayoría sus tropas. Masinissa a duras penas pudo romper el cerco con dos-
cientos jinetes; perseguido por Vermina, escapó finalmente de sus garras, conservando
solo 60 hombres. Se retiró lo mas lejos que pudo de su reino, en las tierras de la Sirtes
Minor, entre las colonias cartaginesas y el territorio de los garamantes. Paso allí una
larga temporada hasta que el general romano Lelio, amigo de Escipión y conocido
seguramente del propio Masinissa, desembarcó cerca de Hippo Rhegius para saquear las
tierras circundantes. Acompañado por unos jinetes, Masinissa se presentó a Lelio y le
pidió que informara a Escipión sobre la oportunidad que se le ofrecía para atacar de
inmediato África, puesto que los cartagineses no disponían del ejército profesional en su
propio territorio y Sifax estaba envuelto en guerras fronterizas. Se daba, según él, el
momento propicio para la intervención. Sea lo que fuere, Masinissa garantizó al romano
su adhesión, y si se producía la invasión, acudiría como aliado.
Masinissa

El ataque romano se retrasó un año. Escipión era terriblemente detallista y quería dis-
poner de todo lo necesario para llevar adelante su cometido. Cuando desembarcó no
lejos de Útica en el año 204 a.C. disponía de un excelente ejército, fuerzas a las que
presto se uniría el desterrado númida.

LA GUERRA DE ÁFRICA

El apoyo prestado por Masinissa a las fuerzas romanas fue decisivo. Por un lado, tenía
un detallado conocimiento del terreno; por otro, disponía de valiosas fuerzas auxiliares.
Además, era oponente del poderoso rey de los númidas masesilios.

Tras las primeras victorias en suelo africano, Escipión, ya con la iniciativa, prestó a
Masinissa las tropas romanas suficientes para que, junto con las propias, intentase
recuperar el control de su reino. Hubo una gran batalla entre los dos líderes númidas. En
principio, con ventaja para Sifax; Sin embargo, la aparición de los aliados romanos de
Masinissa inclinaron la balanza de su lado. Sifax fue hecho prisionero y su reino
derrumbó sin él. Masinissa recuperó Cirta y rápidamente se hizo con la totalidad de sus
antiguas posesiones. También caía en su poder su querida Sofonisba, con quien trató de
casarse pero Escipión no deseaba en absoluto que la hija de Asdrúbal Giscón estuviese
tan cerca de su aliado más importante.

Dibujo de Peter Conolly. Caballería pesada númida en tiempos de Masinissa.

Tras la desaparición de Sifax, Vermina, su hijo, controló las regiones más occidentales
del antiguo imperio de su padre. Al finaliazar la guerra, Versina fue reconocido por los
romanos como rey de esos territorios.

EL REINO DE MASINISSA

Tras la batalla de Zama y la derrota final de los cartagineses, Masinissa (que tenía ya 37
años) se convirtió en el principal amigo y aliado del pueblo romano. De éstos recibió la
soberanía tanto de las antiguas tierras del reino de los Masilos como de los territorios
que los romanos habían confiscado a Sifax. Del lado cartaginés, también Masinissa fue
autorizado a anexionarse una cierta extensión de territorio. Sin embargo, los limites o no
eran del todo precisos o bien permitían muchas interpretaciones, por lo que el rey
númida no dejó nunca de reclamar a los cartagineses más y más tierras en virtud de los
derechos que le confería el tratado con los romanos. Durante el siglo II a.C., Masinissa
litigó con los cartagineses en varias ocasiones. Durante los años 195 (1), 193, 182, 172,
162 y 153 a.C., fruto de estas reclamaciones, siempre atendidas en Roma, fue la
expansión territorial del númida a costa del sufrido estado cartaginés Todo acabó
cuando hartos ya de las agresiones de Masinissa (que contaba por aquel entonces con
más de 80 años), los cartagineses se lanzaron finalmente al combate. Masinissa se
enfrentó con éxito al ejército cartaginés. Este hecho sirvió como excusa al senado de
Roma para declarar una nueva guerra total contra Cartago (2), guerra que acabaría con
la existencia de este pueblo pero que Masinissa no llegaría a ver.

Batalla de Zama, 202 a.C

Al morir, dejaba cerca de diez hijos, una prolífica familia que pocos años después se
enfrentaría entre sí y llevaría con el tiempo a su pueblo a la perdición. El reino que
Masinissa legó a sus sucesores era uno de los más ricos del Mediterráneo. Lo que
antaño era un pueblo de nómadas, Masinissa lo había convertido en un pueblo de
agricultores; además, alentó y promovió el asentamiento de las tribus y fundó
numerosas ciudades por su territorio.
Lo que nunca pudieron hacer los cartagineses con la guerra, se hizo con la paz: el
comercio, el idioma y la cultura púnica se extendió por la región, y tanto es así, que hoy
por hoy la segunda necrópolis púnica más extensa que se conserva es la de Cirta, capital
númida.

Se piensa que Roma veía con desconfianza el inmenso poder que comenzaba a
acumular el rey. Los romanos no les cederán ni un ápice más de territorio tras la guerra
con Cartago.

Micipsa, hijo de Masinissa

Masinissa hizo de su alianza con Roma el eje de toda su política. Presta ayuda
constantemente a la república a la menor oportunidad; en todas las grandes guerras en
que Roma se involucra en aquellos tiempos, se encuentran auxiliares númidas (guerra
contra Perseo, contra Filipo o contra Antìoco, etc.) De hecho, en el 151, el propio
Escipión se encontraba en su corte (incluso estuvo presente en la batalla contra Asdrú-
bal el Samnita), para solicitar al rey númida elefantes de guerra para transladarlos a
Hispania. Recelos a parte, sin duda Masinissa fue lo suficientemente inteligente para
alinearse con decisión junto a Roma, a la que debía su posición.

Antes de morir (148 a.C.), Masinissa dividió el reino entre tres de sus hijos (Micipsa,
Manastebal y Gulussa), quienes ya antes compartieron con él el gobierno. Esto, como
era de esperar, provocó guerras entre ellos, guerras de las que se aprovecharía Roma
pocos años después para acabara con la independencia de la parte más rica y prospera
de este poderoso pueblo africano.
Altar dedicado a Masinissa por su hijo Micipsa. Reconstrucción.

(1) En este caso, se trataba de la anexión por el númida de un territorio que su padre
Gaia arrebató a los cartagineses pero que luego estos reconquistaron. Masinissa lo
reclamaba como propio.

(2) Es extraño el comportamiento romano durante este conflicto. Parece ser que hasta
que no se dieron cuenta de la difícil tarea de vencer a los cartagineses (después de serios
reveses,) no pidieron ayuda a Masinissa. ¿Por qué no se encontraba alineado desde el
principio junto a ellos?. Quizás los romanos recelaban ya de su poder y no querían
engrandecerlo mas todavía.

(3) Este rey ya había tenido algún más que serio conflicto con los cartagineses, a los que
había arrebatado algunos territorios. Los "pérfidos" púnicos seguramente hicieron tabla
rasa con tal de alinear a este régulo en contra del poderoso Sifax.

(4) La necesidad de los cartagineses de llegar a un acuerdo con el rey númida fue tal,
que incluso sabiendo que ambicionaba casarse con la hija de Asdrúbal Giscón,
Sofonisba, prometida a Masinissa, a espaldas del padre, el senado de Cartago le ofreció
y entregó a la muchacha como esposa. Joven, inteligente y sagaz, mantuvo a su marido,
Sifax, unido a Cartago por el resto de su vida, prestando así al estado púnico un
reconocido servicio.
FABIO MÁXIMO

De todas las personalidades romanas de esta época, son sin duda las mas conocidas, las
de Publio Cornelio Escipión y Q. Fabio Máximo Verrucosus, ambos curiosamente se
destacarian por dos visiones, o concepciones estrategicas del conflicto, totalmente
contrapuestas, el primero, joven, partidario de la ofensiva contra los cartagineses y
finalmente partidario de atacar la capital enemiga desembarcando en África. El
segundo, consecuencia de las experiencias adquiridas en la presente guerra, partidario
de una estrategia de dilación y desgaste del enemigo, fue el mas tenaz opositor de
Escipión y en sus últimos años de vida entorpeció lo que pudo los planes del "africano"
de llevar la guerra a África y aunque no pudo evitarlo como era su intención, si que es
cierto que la expedición partió mas por la propia iniciativa y esfuerzos del hábil general
romano que por el respaldo sincero de un gobierno de la república dominado en estos
momentos por los fabios. Pero esto fue, para Fabio Máximo, a decir de los historiadores
antiguos, un triste broche final a su gloriosa carrera política y militar, sin duda la mas
importante de todo este difícil siglo para Roma.

Para comprender los hechos que narraremos será mejor introducirnos antes un poco en
la época que tratamos, en donde encontramos a un joven y vigoroso estado romano
pletórico de fuerzas y moral. Pocos años antes de la llegada de Aníbal a Italia se había
derrotado y detenido definitivamente la amenaza que los belicosos galos podían suponer
para Roma en la decisiva batalla de Sentinum, después, en la guerra de Iliria se había
aplastado a las tribus que practicaban la piratería en el Adriático y Jónico y para
asegurarse de ello Roma se había instalado en las costas de Grecia ocupando una larga
franja costera frente a las costas de Italia. Roma por tanto, no solo se sentía segura y
victoriosa si no que ni siquiera pensaba que los pérfidos púnicos pudiesen oponerles, en
caso de guerra, mas que una estrategia defensiva, ni que decir tiene que no imaginaban
que tendrían que luchar en el propio suelo italiano y por la propia supervivencia de su
república

Cuando estalla la guerra con Carthago, los planes romanos no son, por supuesto,
combatir en Italia, por lo que se aprestan dos ejércitos, uno para llevar la guerra a África
y otro para enviar a Hispania y evitar que el propio Aníbal se atreva a venir a la
península, lo que viene después ya es harto conocido, Aníbal, que ya tiene todo previsto
y en la medida de lo posible se ha ganado la voluntad de los mas de los galos con
sobornos, emprende un difícil camino hacia Italia a través de la Galia, cuando los dos
escipiones llegan a Massilia deciden que ya es tarde para detenerle, se abandona
entonces los planes de atacar África (que no los de Hispania) y se aprestan las fuerzas
para aplastar al temerario general cartaginés si es que al final consigue llegar hasta la
Cisalpina. Cuando Aníbal desciende de los pasos alpinos hasta la llanura le esperan
unos desconcertados romanos que no están preparados para enfrentarse a tan
extraordinario general como es Aníbal Barca, seguramente el mejor tactico de la historia
antigua.

En Roma, debido a la poco adecuada organización de elección de los mandos militares


(mas contra un líder como Aníbal), se suceden uno tras otro los generales y cónsules
aupados al mando las mas de las veces gracias a su demagógico discurso frente a la
plebe, que responsable de la elección anual de los nuevos magistrados, se deja seducir
por la fácil palabrería de algunos senadores o nobles que prometen grandes victorias y la
definitiva derrota del temido y odiado cartaginés, así, veremos cíclicamente como se
nombra cónsules o generales a personajes tan poco sensatos como G. Flaminio, T.
Sempronio, M. Minucio Félix, G. Terencio Varrón, M. Centenio o Gn. Fulvio Flaco,
todos ellos muertos o descalabrados frente a Aníbal sumando mas de 100.000 los
soldados que bajo las ordenes de estos generales cayeron frente al ejercito del cartaginés

En el comienzo, o los albores del conflicto, fue nombrado Fabio Maximo, junto con
otros de sus colegas (senadores) embajadores encargados de dirigirse a Carthago para
pedir ante su senado explicaciones por los echos acontecidos en Hispania (Sagunto y los
rumores de que Anibal se podia poner en marcha contra Italia). En Carthago no
obtienen la satisfaccion a sus demandas por lo que emprenden un largo largo viaje,
recalan en Hispania en donde se entrevistan con algunos regulos locales ante los cuales
no logran nada (esta vivo el reciente recuerdo de la caida de Sagunto, que pese a ser su
aliado, fue abandonado por Roma), de alli entran en la Galia en donde se reunen
tambien con algunos de los mas poderosos regulos de la zona ante los cuales se pone en
evidencia lo dificil de su mision: LLegados a la presencia de un indeterminado rey celta,
se le exhorto a este a la alianza con Roma y el evitar por las armas que el ejercito
cartagines cruzase por su territorio, el celta les pregunto que si lo que le pedian es que
para evitar que la guerra, y con ella todos los terribles males que provoca, cayesen sobre
Italia, debian hacer que esta recayese sobre sus tierras, sus familias y posesiones. Los
romanos, y con ellos Fabio Maximo, no supieron que responder. La noticia de este
encuentro y de la pregunta en cuestion se propagaron rapidamente entre los galos del sur
de Francia, desde ese momento ya no se recibio a unos embajadores que,
evidentemente, no hablaban con cordura.

Fracasada la mision, la embajada llego a Massilia tras lo que, via maritima, regreso a
Roma.

LA DICTADURA

Al llegar a Roma la noticia de la grave derrota sufrida en el lago Trasímeno, la ciudad se


sumió en un mar de dudas, temor e incertidumbre ante una batalla en la que habían
perecido tan gran numero de ciudadanos. En el senado, mientras se debatía
urgentemente las medidas a tomar ante el desfavorable curso de los acontecimientos, se
recibió la noticia de una nueva derrota a manos del cartaginés, por lo que sin mas
dilación procedieron a recurrir al recurso que al que Roma siempre acudió en los
momentos de mayor gravedad, el nombramiento de un dictador. La pregunta que todos
se hacían era a quien recurrir, quien nombrar como máximo dirigente de la república en
tan graves circunstancias. La elección recayó en Q. Fabio Máximo, pero, quien era este
senador romano al que la historia había aupado a la suprema magistratura del estado
romano?.
Nacido en Roma alrededor del año 275 a.C., tuvo una infancia mas que discreta, siendo,
dicen, un niño bastante quieto y tranquilo, por cuya causa recibió el primero de sus
sobrenombres, Ovícula (oveja), siendo tal su mansedumbre que era rayana en la torpeza,
también lento en el estudio, llevo a pensar a muchos que quizás no era del todo
inteligente. Sin embargo, con el tiempo y ya ocupandose de sus primeras obligaciones
de adulto, se descubrió que todos estos, quizás defectos, en realidad escondían a un
joven no torpe o lento de entendederas, si no reflexivo, sereno, prudente y seguro de si
mismo. Hombre de su tiempo, creció ejercitandose para la guerra y para la oratoria, para
la guerra desarrollo un cuerpo fuerte y resistente, para la oratoria, un lenguaje quizás no
brillante y ampuloso pero si de un contenido claro, sereno y practico.

Antes de la invasión de Italia por Aníbal, ostento por dos veces el cargo de cónsul, la
primera vez (233 a.C.) dirigió la guerra contra los ligures, de quienes triunfo y a quienes
castigo por sus devastadoras incursiones en territorio romano. Repitió consulado en el
año 228 a.C., aunque no hay datos acerca de sus hechos durante estos años, lo cierto es
que al comenzar la II Guerra Púnica, era ya Fabio un prestigioso senador experto bien
en la milicia bien en la política, configurando así al personaje que protagonizara los
primeros y mas difíciles años de la mas dura guerra que tuvo que afrontar nunca Roma.

La grave derrota en Trasímeno, seguida de la perdida de 5.000 jinetes mas a manos del
cartaginés, impulsaron al senado a recuperar la vieja y casi olvidada magistratura de la
dictadura (5) , la elección recayó en un respetado senador llamado Quinto Fabio
Verrucosus (6).

Nombrado pues dictador por el senado (2) Q. Fabio Máximo fue encargado de preparar
y mejorar las defensas de una desprevenida Roma en lo que gasto el poco tiempo que le
quedaba hasta las nuevas elecciones en las que de nuevo fue nombrado dictador aunque
ya con el concurso del único cónsul electo que se encontraba en servicio, Gneo Servilio.
Ahora y ya con mas tiempo emprendió en primer lugar la dura tarea de restablecer la
moral del pueblo tan gravemente afectada tras la sucesión de derrotas a manos de
Aníbal, en esos momentos se tenia ya al cartaginés y sus tropas como invencibles,
asumiendo así el típico complejo de inferioridad (1) que temporalmente se sufre en
estos casos y tantas veces visto en la historia. Luego procedió a asumir sus
responsabilidades militares diseñando un plan estratégico destinado a eludir el combate
frontal con el cartaginés y llevar a cabo una política de tierra quemada con el fin de
evitar que su ejercito se pudiese abastecer, se ordeno, así mismo, que se abandonasen
todas las posiciones no suficientemente fortificadas y se concentrase la defensa en las
ciudades y fuertes bien preparados, abandonando como decía los campos por donde se
presentase el cartaginés pero no sin antes incendiar y destruir todo lo que pudiese ser de
utilidad para el enemigo. Esta estrategia, la única que se podía llevar a cabo en ese
momento (y que demostró su eficacia) no podía a medio plazo encontrar muchas
simpatías entre gran parte del senado, una guerra defensiva de ese tipo, al tiempo de ser
en cierto modo humillante, exponía el territorio romano y el aliado a devastaciones sin
limite que proporcionaba a los sectores mas demagógicos o nacionalistas de la ciudad
combustible suficiente para enervar los ánimos de la plebe, siempre decisiva en el
nombramiento de los magistrado anuales.
Q. Fabio Máximo tomo el mando del principal ejercito romano y procedió a seguir los
pasos del cartaginés, se encontraron ambos en Apulia, frente a frente, Aníbal desplegó
su ejercito para el combate y los romanos, cosa antes nunca vista, siguiendo las pautas
dadas por Fabio, renunciaron al combate manteniendose en sus campamentos
fortificados. En ese momento, el cartaginés, se dio cuenta de que las cosas habían
cambiado. A partir de ese momento, Aníbal hacia lo posible para provocar al combate al
romano, saqueando y destruyendo sin piedad a su paso todo el territorio que recorría, Q.
Fabio, sin embargo, se mantenía siempre a la expectativa y marchando por terrenos
elevados o de fácil defensa pero siempre pegado al cartaginés y en la medida de lo
posible y con todas las garantías posibles hostigando al enemigo mediante pequeños
ataques y combates haciendo así que sus desmoralizadas y temerosas tropas ganasen
confianza y moral. Como era de esperar, esta estrategia al poco tiempo encontró una
seria oposición, empezando por su propio jefe de la caballería, o lo que es lo mismo, el
segundo jefe del ejercito, quien continuamente censuraba y criticaba al dictador y no
solo en privado si no en publico (4).

Por aquellos días, Aníbal se encontró, sin darse cuenta, encerrado en una limitada franja
de territorio rodeada de ríos y montañas sobre las que rápidamente se fortifico el ejercito
romano. Aníbal, seriamente preocupado, llevo su estrategia de provocación al máximo,
los ánimos entre la oficialidad del dictador se exaltaron y hubo casi un brote de sedición
e incluso la tropa, enterada siempre de estas desavenencias, también se inclinaba
abiertamente por enfrentarse en batalla al cartaginés Así pues, Fabio debía combatir en
dos frentes, uno contra los enemigos y otro contra los amigos, es de imaginar lo difícil
de su situación cuando pese a su autoridad no se atrevió a detener o expulsar a ninguno
de sus oficiales, sin embargo se mantuvo firme y la disciplina de las legiones no se
resquebrajo pese a que ya en Roma estaban al tanto de lo que acontecía en las filas del
ejercito y los mas estaban ya también cansados de esta política de contención del
cartaginés que tantos daños llevaba a las tierras propias y aliadas. Al final, Aníbal pudo
escapar de la comprometida situación en que se encontraba y marchar de nuevo al
saqueo de las tierras de sus enemigos. Q. Fabio, como siempre tras el, pero sin dejarse
llevar al combate, por lo que Aníbal volvió a emplear uno de sus trucos para excitar los
ánimos que sabia ya exaltados de sus enemigos, durante el saqueo que llevaba a cabo en
las tierras del Samnio hizo que se respetasen de entre todas solo las haciendas que el
propio dictador poseía en esa región, como dando a entender que podía existir algún
tipo de confabulación entre el y Q. Fabio. El romano reacciono rápidamente a esta treta
entregando sus posesiones en la provincia al estado romano, pero no fue esto óbice para
que los comentarios y rumores se extendiesen por Roma y se sumasen a la ola de
descontento que provocaba la política de Q. Fabio.
Fabio Máximo, mantuvo siempre un ejemplar comportamiento para con la república,
primero, y a causa de la estratagema de Aníbal, no dudo en entregar sus tierras en el
Samnium al estado, y mas adelante, cuando tras llegar a un acuerdo de canje de los
prisioneros con Aníbal, que determinaba que al finalizar el intercambio de hombre por
hombre, el bando que se quedase con hombres por canjear, estos se cambiarían
entonces por dinero. Al terminar el canje de hombre por hombre, le quedaron todavía a
Aníbal 250 prisioneros romanos, por lo que como habían acordado, tendrían que
entregarse a cambio de dinero. El senado no acepto entregar dinero al cartaginés y
desautorizo a Fabio, quien por no faltar a su palabra dada, pago el dinero debido de su
propio pecunio, siendo su hijo quien se encargo en Roma de vender cuantos bienes o
propiedades fueran necesarias para saldar la deuda.

Se llego así al final del verano y con ello tenia Q. Fabio que cumplir con algunas
responsabilidades de su cargo en Roma, por lo que dejo el ejercito a cargo de su
segundo (y rival) M. Minucio (no sin antes rogarle encarecidamente que no entablara
combate con el cartaginés en su ausencia), y marcho a Roma.

Como temía Q. Fabio, M. Minucio comenzó a elaborar planes de carácter mas ofensivo,
de momento bajo de las colinas y asentó el campamento en la llanura y llego a un
combate campal con el cartaginés en el que gracias a un echo fortuito llevo la mejor
parte, por lo que engrandecido este echo por la distancia y los deseos y una no menos
exagerada misiva del propio jefe de la caballería, llego a Roma como noticia de una
gran victoria romana, llevando así al pueblo y al senado a la alegría mientras al mismo
tiempo sumía a Q. Fabio en la pesadumbre, considerando que a veces la buena suerte
tiene consecuencias mas temibles que la mala, estos comentarios, llegados a oídos de
todos, ofuscaron contra el a los mas de la plebe y el senado y el propio tribuno de la
plebe, Marco Metilio, le acuso de ineptitud en el cumplimiento de sus responsabilidades
militares y elevo una singular propuesta a la asamblea, ya que no se podía desposeer al
dictador de su poder, se elevaría al jefe de la caballería a su nivel, dandole así poderes
de dictador. Tal desatino fue defendido en la asamblea por G. Terencio Varrón (quien
mas tarde provocaría el desastre de Cannas) ganando fama por tan demagógica
propuesta, propuesta que fue por supuesto aceptada por la mayoría de la plebe. Es cosa
comentada entonces la oposición, ya puramente personal, que enfrentaba a Fabio contra
el sector populista del senado, quienes hacían lo posible para atacar y dañar el poder y
prestigio del dictador.
El pueblo de Roma se congregaba en un lugar llamado comitium, ya que en el se
reunían los comicios curiados, estaba situado en sus comienzos frente a la curia. Se
encontraba rodeado por una muralla que acondicionada como tribuna en su cara
interior, se encontraba decorada en su cara externa con rostrae (espolones de navíos
capturados). El orador, por ejemplo el tribuno de la plebe Marco Metilio, se instalaba
en la parte mas elevada de la muralla y dando la espalda al pueblo dirigía su discurso
hacia los presentes situados en las tribunas y hacia la curia, cuya puerta permanecía
abierta para que los senadores en su interior escuchasen lo que se decía en la
asamblea. El pueblo, situado en el foro, a la espalda del orador, escuchaba también el
discurso del magistrado de turno.

Se encontraba ya de camino hacia el ejercito cuando recibió el romano las nuevas del
senado acerca de el ascenso de M. Minucio a su nivel de mando, cosa que pese a
intranquilizar a Fabio no le hicieron de ninguna manera, variar de su estrategia militar.
Así las cosas, al llegar hasta las legiones se llego al acuerdo de, ni mas ni menos,
dividirse el ejercito entre los dos, cada uno levaría dos legiones mas los aliados y así y
de esta manera se vieron al mismo tiempo dos campamentos romanos en campaña a
pocos kilómetros el uno del otro. No le costo mucho a Aníbal enterarse de las nuevas en
el ejercito romano y rápidamente se puso en la tarea de provocar a M. Minucio al
combate lo que no le costo mucho, poco después el ejercito de M. Minucio ya se
encontraba al borde del exterminio cuando apareció en el horizonte el ejercito de Fabio
quien había acudido rápidamente al encuentro de su insensato colega cuando fue
informado de la comprometida situación en que le había colocado su temeridad. Ante la
llegada del dictador, el cartaginés se retiro prudentemente proclamando públicamente
que aquel día Fabio Máximo había salvado a un ejercito romano de la destrucción.
Aquella noche, y ya todas las legiones reunidas en el campamento del dictador, M.
Minucio hizo un acto publico de arrepentimiento de su comportamiento para con Q.
Fabio y exhorto a todos a obedecerle como merecía tan sensato general. En Roma, como
siempre en estos casos, al recibirse la noticia de lo sucedió volvió Fabio a tener la
consideración de la mayoría, tan proclive a volverse siempre al viento que mas sopla.

Así termino su segunda y ultima dictadura, fueron nombrados nuevos cónsules (a los
que mas tarde se prorrogaría el mando) y estos llevaron durante su mandato la política
que había perfilado Q. Fabio Máximo, acosando al ejercito de Aníbal sin dejarse ver en
la llanura y solo presentando combate en terrenos claramente favorables al uso de la
infantería, eludiendo así la temible caballería del cartaginés y acosando sin respiro a sus
forrajeadores hasta el punto que se dijo que Aníbal se encontraba meditando ya el
regresar a la Cisalpina.

Llego el tiempo de los nuevos comicios y con ellos volvieron a tomar fuerza los
sectores mas demagógicos (desde el punto de vista de los nobles, claro) con G. Terencio
Varrón (3)como líder de la facción, esta, apoyandose en la plebe (el propio Terencio
provenía de sus filas) impuso su influencia en la elección de los cónsules del año 216 a.
C., los nobles, viendo que era imposible detener el ascenso de Varrón maniobraron para
que al menos su colega en el consulado fuese uno de sus propias filas, L. Emilio Paulo,
un noble con una asunto de corrupción en su haber que odiaba a la plebe y que por tanto
seria el justo contrapeso al populista Terencio Varrón. Después llego Cannas y la
perdida de dos ejércitos consulares, las confusas noticias que llegaban a Roma desde las
posiciones romanas en Apulia, sumaban en el miedo y la confusión al pueblo y al
senado, en estas circunstancias Fabio Máximo se abrogo la responsabilidad de mantener
en pie la moral y el gobierno de la república y personalmente se dedico a recorrer la
ciudad animando a los mas y obligando a los ciudadanos a sobreponerse a la derrota,
también se hizo cargo de reunir al senado, y de colocar en las puertas de la ciudad
guardias que evitasen la huida de ciudadanos. En resumen, era tal la consternación
general que incluso cuando volvió el responsable de la catástrofe, Terencio Varrón, le
recibieron con afecto por haber regresado y no haber dado por perdida a la república,
necesitada ahora de todos sus hombres.

Encabezo Fabio Máximo la recuperación moral en Roma, realizo las expiaciones


religiosas correspondientes, se envió a Delfos a consultar el oráculo y, seguramente
fruto de la histeria de estos momentos, se acuso y castigo a dos vestales por haber,
supuestamente, violado el voto de castidad, la una fue enterrada viva (tal era la pena que
se les imponía) y la otra se sustrajo a este final dandose muerte por si misma.

Después de Cannas, nadie ya se opuso, al menos abiertamente, hasta el final, a la


estrategia de guerra emprendida por Fabio Máximo. Los nuevos cónsules llevan ya la
guerra a la manera de Fabio (7), quien nombrado también cónsul suffectus, en el 214
a.C., junto con Marcelo (8), se reparten la tarea de en lo posible acosar al cartaginés
pero sin enfrentarse abiertamente con el, al menos sin las garantías suficientes (aunque
un par de insensatos generales romanos si que osaron menospreciar a Aníbal y
provocaron la perdida de mas de 25.000 hombres). De esta manera y con la intención
final de estrechar el cerco sobre Campania, los generales romanos, coordinados en
principio por Fabio Máximo, concentran sus actividades en la región y sus alrededores,
llevando adelante un sistematico e irresistible avance sobre el territorio enemigo..
LLevo a cabo Fabio Máximo, una exitosa campaña militar en el Samnio.
Aprovechando la ausencia de Aníbal (quien se dirigía entonces a Tarento) comando el
romano una campaña de castigo contra lo que se consideraba la retaguardia
cartaginesa para sus operaciones en Campania, de esta manera, el ejercito de Fabio
conquisto y sometió una tras otra las ciudades mas importantes del territorio entre
Campania y Apulia, contribuyendo decisivamente a desarticular la influencia
cartaginesa en la región, paso previo al proyectado ataque contra Capua.

De esta forma, los romanos afrontan ya las hostilidades de una manera diferente a la que
hasta entonces habian llevado. Ya no se trata de chocar con el cartagines y derrotarlo,
este, como objetivo, se deja de lado, se dedicaran a partir de ahora a combatir a sus
aliados e indirectamente minar su capacidad de movimiento, capacidad esta soberbia
tanto por el uso que hace de su ejercito Anibal, como por el cuidado sistema de
abastecimientos sobre el terreno que ha creado el cartagines desde que tras Cannas
cambio de estrategia, escarmentado supongo por el eficaz acoso que de su ejercito hizo
el propio Fabio Maximo y sus sucesores, quienes le hicieron ver la necesidad de
disponer bases de abastecimientos mas alla de los suministros que normalmente y hasta
entonces sacaban de los campos por donde operaban sus fuerzas.

Durante unos años en los que veremos al anciano Fabio participar continuamente en la
direccion de las operaciones militares (9), ya sea como consul o como ayudante de su
propio hijo nombrado tambien consul en deferencia hacia su padre, se arrebata al
cartagines gran parte del territorio que habia conquistado o bien que se le habia unido,
cuando finalmente cae Capua, la influencia de Anibal se derrumba en Campania, Apulia
y gran parte de Lucania.
La siguiente hazaña de Fabio Maximo sera la reconquista de Tarentum, para ello
necesito de la ayuda de su colega Marcelo para que mantuviese el contacto con Anibal y
le presionase lo mas posible para que el pudiese concentrarse en la toma de Tarentum.
Tambien ordeno a la guarnicion de Rhegium, casi un ejercito, salir de la ciudad y atacar
el territorio de Caulonia. Estas tropas, para nada legiones en toda regla, eran una ralea
de todo tipo de soldadesca acumulada alli precisamente por su mal comportamiento y
empleada para combatir como bandidos contra los escurridizos bruttios. Fabio Maximo
hizo de estos el cebo para que Anibal, llegado el caso, tuviese que desplazarse lejos, al
Bruttium, mientras el continuaba ante Tarentum.

Marcelo cumplio bien su cometido, pegado al cartagines le acoso y combatio duramente


hasta que fue duramente repelido por este, quien le dejo fuera de combate por un largo
tiempo, Anibal, libre ahora del romano, en vez de acudir a Tarento, se dejo llevar por la
tentacion de aplastar a las fuerzas romanas que atacaban Caulonia, se dirigio pues
rapidamente al Bruttium en donde mientras el destrozaba totalmente a las tropas
enemigas el consul Fabio Maximo continuaba, y por fin con exito, con la tarea de tomar
la importante ciudad de Tarentum.

LA TOMA DE TARENTUM

Tras llegar al territorio de Tarento con sus fuerzas, probablemente un ejercito consular
en pleno, procedio primero a arrasar el territorio enemigo, el pueblo de los salentinos
parece que militaba del lado cartagines, Manduria fue asaltada y destruida, 3.000
hombres fueron aprisionados. Despues de limpiar su retaguardia y los flancos se dirigio
directamente contra la ciudad. Se escogio intentar el asalto por la zona de la peninsula
en donde se encontraba la ciudadela y la entrada a la rada de Tarentum. Para ello solo
podia contar con la flota, por ello embarco a sus tropas y maquinas en los navios y
preparados para dirigirse contra las murallas de esa parte del perimetro defensivo de la
ciudad. Fue quizas entonces, antes del asalto a las murallas, cuando el consul recibio la
noticia de que quizas pudiese expugnarse la ciudad gracias a la traicion. Un oficial
brucio se presto para traicionar a su causa y esto cambio los planes del consul. Una
noche, cuando todo estuvo preparado, Fabio Maximo, al frente de un contingente de
tropas, circunvalando la rada de Tarentum se aposto sigilosamente en el extremo
opuesto de la ciudad en el mismo momento en que el grueso de sus fuerzas atacaban,
segun se habia convenido, el puerto desde el mar y desde la misma ciudadela, atrayendo
asi la atencion de las feurzas defensoras hasta ese extremo de la ciudad. Entre tanto el
brucio, que guarnecia una porcion de las murallas tras las que se ocultaba el consul, dio
subida a ellas a los soldados romanos, hasta que, en numero suficiente, pudieron atacar
por detras a los soldados enemigos que guarnecian la puerta llamada Temenitida. Una
vez tomada y abierta esta, los romanos entraron ya en masa a la ciudad. Poco pudieron
hacer ya los valientes defensores ante el avance en formacion cerrada de los legionarios,
la ciudad cayo en manos del consul Fabio Maximo (10).
Una vez en Tarentum considero el romano avanzar sobre Metapontum, de donde habían
llegado unos enviados que le anunciaban la posibilidad de tomar la ciudad tan solo al
hacer acto de presencia, el cónsul no lo pensó y se preparo para la partida, lo que no
sabia es que todo era un ardid de Aníbal, que había montado una emboscada cerca de
Metapontum con intención de acabar con el.

El general cartaginés había machacado en el Bruttium a los romanos que asediaban


Caulonia, por aquellos días se entero del peligro que corría Terentum pero cuando se
dirigía ya hacia allí la ciudad fue tomada por Fabio Máximo, lo único que pudo hacer
entonces es acampar a unas cuatro millas de la ciudad impotente, de allí marcho a
Metapontum en donde tramo la emboscada en la que parecía caería el romano. Esta vez,
le salió mal al cartaginés, Fabio, religioso a la antigua usanza, hizo los sacrificios (11)
pertinentes antes de la marcha pero estos no le fueron favorables, por ello sospecho de
que algo se le ocultaba, días después volvieron los enviados de Metapontum para
preguntar por su tardanza, fueron entonces apresados y ante la amenaza de la tortura
confesaron lo que se tramaba. Así se salvo Fabio Máximo de acabar como otros tantos
generales romanos y pasar a engrosar la ya larga lista de cónsules caídos ante el general
púnico.

(Pagina en preparación)

(1) Es ese momento psicológico en que los ejércitos sufren de un complejo ante sus
adversarios que les lleva muchas veces a darse por vencidos antes de tiempo y que
provoca tantos quebraderos de cabeza para el bando que esta afectado por ello.
Generalmente se soluciona cuando se llega por fin a una gran victoria o incluso a una
pequeña pero que supone una demoledora aportación de moral para el ejercito
anteriormente derrotista. Así por ejemplo veremos casos como los de la batalla de
Bailén, que representa el fin de la invencivilidad de las armas napoleónicas, la batalla de
Moscú para los ejércitos del III Reich o la de Rocroi para acabar con el mito de los
tercios españoles de Flandes, al final se sigue combatiendo contra las mismas unidades
pero la moral ya a cambiado y esto supone la mayor parte de las veces que nada vuelva
a ser al menos igual igual que antes. Volver.

(2) La ley decía que debían ser los cónsules en activo quienes debían nombrar al
dictador, sin embargo, con G. Flaminio muerto y su colega combatiendo el la Cisalpina
no había tiempo para detenerse en formalismos, así que el senado adopto la decisión de
nombrar el mismo al dictador sentando así un peligroso precedente. Volver.

(3) G. Terencio Varrón, a decir de Tito Livio, era un personaje que empleaba a la
manera de los típicos demagogos y populistas, enfrentandose a la nobleza y criticando
con especial dureza a Fabio Máximo, al que hizo blanco de sus ataques incluso después
de terminar este su mandato como dictador. Esta maneras de manejarse le granjearon el
afecto de la plebe quienes poco después le auparon al cónsulado.Volver.

(4) Fabio nunca combatirá con Aníbal,siempre se mantendrá en posiciones fortificadas o


en las colinas, territorio poco propicio para la caballería enemiga, tan solo Marcelo se
enfrentara a el, pero siempre explorando bien el terreno para evitar las celadas y
emboscadas, táctica favorita de Aníbal, quien solía esconder siempre a contingentes de
tropas en lugares estratégicos para arremeter con ellos en el momento decisivo. Volver.

(5) Cuando el senado declara el Estado de Excepción, se encarga a uno de los cónsules
en activo que designe el magistrado ( tiene que ser un excónsul) que ocupara el puesto
de Dictador. Estos se eligen para un periodo de seis meses, dispone de plenos poderes,
tan solo el Tribuno de la Plebe mantiene sus prerrogativas intactas, todos los demás
magistrados se le subordinan. El Dictador elige ahora un Maestro de la Caballería, que a
la sazón, hará de su segundo en el ejercito. Volver.

(6) Q. Fabio, recibió a lo largo de su vida muchos apodos, el primero, Ovícula, del que
ya hemos hablado, el segundo Verrucosus, a causa de una verruga que le salió por
encima del labio, Máximo, por sus hechos, y finalmente Cunctator (Contemporizador)
por la estrategia que siguió contra Aníbal, aunque este apodo fue dado mas bien con
sorna por sus enemigos politicos. Volver.

(7) Con el tiempo, la fama de Fabio como general, o al menos como sobrio y
profesional hombre de armas, llevo a los romanos a llamar tropas fabianas a las que
mejor disciplina y profesionalidad demostraban. Lo que nos hace deducir que este
personaje consiguió hacer de las legiones bajo su mando un ejemplo a seguir. Durante
este consulado se reclutaran ni mas ni menos que 6 nuevas legiones y se botaran 100
navios de guerra. Volver.

(8) En las elecciones Fabio Maximo protagonizara un revuelo en el senado, se opone el


pretigioso senador a que, como era habitual ademas de legal, se elijan los nuevos
consules por votacion y segun los candidatos presentados, impone cuerdamente que en
esos momentos y contra un general de la talla del cartagines, no se puede exponer a la
republica a que personajes sin preparacion o competencia asuman el protagonismo de la
lucha contra tal enemigo. Impondra Fabio el que se elijan esta vez a generales de
competencia probada con los que proseguir con garantias la guerra. Son elegidos el
mismo y Marcelo, buena decision sin duda, de la que no se arrepentirian.Volver.

(9) Acompañado por fin por un cierto numero de generales competentes como el
famoso Marcelo, Sempronio Graco o Quinto Fulvio Flaco entre otros. Volver.

(10) Esta manera de tomar la ciudad, a traición, no sentó muy bien entre los romanos,
acostumbrados a otra forma de guerra y no a esta forma muy anibalica de expugnar
ciudades. Seria atacado por ello por sus enemigos en el senado.Volver.

(11) Probablemente de manos de un augur, se consultaban o bien el vuelo de las aves


(de esto viene el nombre: auspicios, de aves spicere, mirar las aves). O bien también del
apetito que presentan los pollos sagrados, que son eso, unos pollos que enjaulados se les
abre la puerta de la jaula ante la cual depositan grano, comida en definitiva, y se observa
su respuesta.Volver.
AMÍLCAR BARCA (290-229 A.C.)

General y estadista cartaginés nacido en el 290 a.C. y muerto en el 229 a.C. Fue el
primero del poderoso clan cartaginés de los Bárcidas que coparon la política de Cartago
durante la segunda mitad del siglo III a.C.

Padre de Aníbal Barca y Asdrúbal Barca, y suegro de Asdrúbal, en el 247 a.C. fue
nombrado comandante en jefe del ejército cartaginés que luchaba contra Roma en la
Primera Guerra Púnica. Se hizo cargo de las operaciones en Sicilia, desde donde dirigió
continuas acciones de saqueo contra las costas italianas y levantó fortificaciones en las
poblaciones del norte de la isla, pero ante el acoso continuo de los romanos y la falta de
apoyos de la metrópoli, fue derrotado en la batalla naval de Egatas en el 241 a.C., tras la
cual Cartago, arruinada e incapaz de sostener por más tiempo una guerra que ya era
excesivamente larga, cedió la isla de Sicilia a Roma. Amílcar tuvo que replegarse con
los restos de su ejército a África, donde fue apartado del mando por sus enemigos. Poco
después se le otorgó de nuevo la dirección del ejército, esta vez para aplacar la
sublevación de los mercenarios de Cartago que no habían recibido sus sueldos. Desde el
241 al 238 a.C. perduró la revuelta, en el transcurso de la misma Cartago perdió la isla
de Cerdeña y los pueblos iberos, aprovechando la debilidad cartaginesa, intentaron recu-
perar su independencia.

Finalizada la revuelta de los mercenarios, el senado cartaginés, siguiendo los planes de


Amílcar, le puso al mando de un ejército de invasión y le otorgó los medios necesarios
para desembarcar en la Península Ibérica. Amílcar buscaba con ello obtener los medios
necesarios para hacer frente a las inmensas indemnizaciones de guerra que Cartago tenía
que pagar a Roma tras su derrota en Sicilia, así como sustituir la riqueza cerealística
siciliana con las nuevas conquistas. Según algunos historiadores, el auténtico objetivo
de Amílcar era constituir en Iberia un reino para él y su descendencia independiente de
Cartago.

Sea como fuese, lo cierto es que Amílcar desembarcó en Cádiz, único territorio que
permanecía en poder de los cartagineses, acompañado por su hijo Aníbal y su yerno
Asdrúbal, comandando un poderoso ejército. Dominó con facilidad el valle del Gua-
dalquivir, sometió a los bastetanos y con gran dificultad venció a los turdetanos; marchó
desde allí por el levante conquistando a los contestanos y alcanzó las proximidades de
Sagunto que, debido a su condición de aliada de Roma, fue respetada por Amílcar,
manteniendo el pacto existente entre ambas potencias, por el cual se limitaban las zonas
de influencia de romanos y cartagineses. Fundó la ciudad de Akra Leuké (que algunos
identifican con Almería) convirtiéndola en la base de operaciones de su ejército.
Invernando en esta ciudad, se produjo la sublevación de los turdetanos y celtas de Cu-
neo, dirigidos por Istolacio, que pereció en el combate mientras sus tropas eran vencidas
por Amílcar. Prosiguió las conquistas dominando la totalidad de la Bética, Almería,
Murcia y Valencia; incluso llegó por la costa mediterránea hasta los Pirineos. En el
interior se encontró con la fuerte resistencia de los vetones a los que, pese a vencerlos,
concedió la libertad por su heroísmo en la lucha.
Se dirigió hacia la ciudad de Helice (quizás la actual Elche) donde Orissón, régulo de
los oretanos, se había hecho fuerte. Sitió la ciudad pero los pueblos de los alrededores
acudieron en ayuda de sus vecinos y rompieron el sitio cartaginés. El ejército de
Amílcar fue puesto en fuga y en ella perdió la vida su general, no se sabe si ahogado en
el Guadiana, o muerto en combate mientras se retiraba. Asdrúbal y Aníbal continuaron
con su obra en Hispania.
ASDRÚBAL BARCA (C.A. 245-207 A.C.)

Célebre general cartaginés, hijo de Amílcar Barca y hermano de Aníbal Barca. Desde
pequeño, Asdrúbal pasó gran parte de su tiempo con su padre, Amílcar Barca, y su
hermano Aníbal, en las campañas de Hispania. Nada más comenzar la Segunda Guerra
Púnica, en el año 218 a.C. entre Cartago y Roma, sustituyó a su hermano como jefe del
ejército cartaginés en la península Ibérica cuando éste atravesó los Pirineos para llegar a
la península Itálica por el norte y atacar el mismísimo corazón de Roma.

Aunque en un primer momento logró contener e incluso infligir severas derrotas a los
ejércitos de Cneo y Publio Escipión, en el año 215, el hijo de este último, Publio Cor-
nelio Escipión el Africano, le venció cerca de la localidad de Dertosa (actual Tortosa),
lo que provocó que los refuerzos que estaba esperando su hermano Aníbal en Italia tu-
viesen que emplearse en Hispania. Semejante revés militar, le obligó, en el año 212, a
dirigirse precipitadamente al norte de África, donde las posiciones cartaginesas estaban
en peligro, y enfrentarse a los númidas aliados de Roma.

Al año siguiente, regresó a Hispania para seguir combatiendo a Cneo y Publio Escipión
con éxito, a los que logró matar en ese mismo año. Sus exitosas campañas se dilataron
hasta el año 208, cuando no tuvo más remedio que volver a abandonar Hispania y
refugiarse en la Galia asediado por Publio Cornelio Escipión el Africano, hasta que no
tuvo más remedio que ir en auxilio de Aníbal, que se encontraba en el sur de Italia.

En el año 207, quiso seguir los pasos de su hermano y dirigió sus tropas a través de los
Alpes hasta Italia, con intención de unirse a él, objetivo que no pudo llevar a cabo al ser
interceptado a medio camino por las tropas comandadas por los cónsules Livio Salinator
y Claudio Nerón, quienes le derrotaron y mataron en la batalla de Metauro (río situado
en el centro de Italia). Su cabeza fue arrojada al campamento de Aníbal. Ciertamente, su
fracaso en el intento de enlazar con las tropas de su hermano y reforzar las posiciones
cartaginesas en el sur de la península Itálica fue decisivo para el resultado de la guerra,
favorable para Roma.

Batalla de Metauro (207 a.C.)

Enfrentamiento sucedido dentro de la llamada Segunda Guerra púnica, en el año 207


a.C., entre las tropas cartaginesas mandadas por Asdrúbal, hermano de Aníbal, y las
fuerzas romanas, dirigidas por los cónsules Claudio Nerón y Marco Livio Salinator. La
batalla sucedió en los alrededores del río Metauro, cerca de la ciudad actual de Siena, el
cual nace en los Apeninos orientales para acabar desembocando en el mar Adriático.

Cuando en el año 212 a.C., Publio Cornelio Escipión el Joven, hijo del general difunto
de mismo nombre, se puso al frente de las legiones romanas, la suerte de Roma en la
guerra cambió de manera radical y se inició un período positivo para ellos. Durante
aquel tiempo, el joven Escipión hizo brillantemente su aprendizaje militar en Hispania,
al igual que hiciera anteriormente Aníbal. Durante su estancia en la Península Ibérica,
Escipión basó todo su esfuerzo en impedir que de Hispania saliese refuerzo alguno en
ayuda de Aníbal, que se encontraba acampado en el sur de Italia. Con tal objetivo,
Escipión atacó la base principal del enemigo, Cartagena, de la que se apoderó con tanta
audacia y rapidez que la plaza cayó antes de que los ejércitos cartagineses tuvieran tiem-
po de reaccionar. Una vez que tuvo en su poder Cartagena, Escipión atacó frontalmente
a las tropas de Asdrúbal, al que encontró en Baecula (Bailén). La victoria correspondió
a Escipión, pero Asdrúbal pudo escapar hacia el norte con casi todas sus fuerzas, y se
dirigió hacia Italia para auxiliar al exhausto Aníbal, siguiendo el mismo trayecto que
recorrió anteriormente su propio hermano. Aníbal se encontraba en Italia en una posi-
ción muy delicada, pues, tras la pérdida de Tarento y Siracusa, estaba atrincherado en
los montes Abruzzos y en el sur de Apulia, esperando con ansiedad los refuerzos nece-
sarios de Asdrúbal. Sin duda alguna, Asdrúbal adoptó la decisión de abandonar la
península hispánica en manos romanas porque comprendió que tarde o temprano Hispa-
nia acabaría en manos de los romanos. El joven Escipión venía desarrollando una labor
magnífica en la Península Ibérica que hacía presagiar los temores de Asdrúbal. Es un
hecho no curioso, pero sí importante, que la propia carrera militar de Escipión el Joven
parece calcada de la del propio Aníbal, su gran enemigo.

Asdrúbal atravesó los Alpes con la misma celeridad que su hermano. Las tribus mon-
tañesas le dejaron pasar sin obstáculo alguno, ya que sabían que la expedición carta-
ginesa no iba dirigida contra ellas. En el otoño del año 208 a.C., Asdrúbal ya había
llegado a la Galia Cisalpina, al mando de un ejército de 60.000 hombres, entre los que
se hallaban muchos galos enrolados durante la travesía de los Pirineos y los Alpes.
Roma volvía a encontrarse con la misma situación de peligro inminente que sufrió diez
años antes. Pero ahora, si cabe, el peligro era mayor puesto que si ambos hermanos
lograban enlazar sus respectivos ejércitos, Roma estaría irremediablemente perdida. Por
todo ello, Roma logró formar un ejército improvisado con la intención de presentar
batalla a Asdrúbal. Éste pretendió, desde un primer momento, esquivar el choque, ya
que su objetivo era unirse con Aníbal y no desgastar el ejército. El choque fue
inevitable, ya que los romanos se interpusieron en el camino de avance hacia el sur de
los cartagineses. El esfuerzo de reclutamiento de Roma dio resultado, ya que se logró
enrolar un grueso de infantes que superaba dos veces a los cartagineses. Asdrúbal, vién-
dose acorralado, no tuvo más remedio que lanzarse a la desesperada e intentar romper
las líneas romanas. Las compactas formaciones romanas neutralizaron el ataque carta-
ginés, y la lucha se prolongó de forma cada vez más feroz y sangrienta. El ejército
cartaginés fue aniquilado totalmente, lo que puso de relieve la manifiesta superioridad
de las profesionales y efectivas legiones romanas. El propio Asdrúbal pereció en el
fragor de la batalla. Apenas lograda la victoria (la primera victoria importante de los
romanos contra las tropas cartaginesas), el cónsul Claudio Nerón se dirigió hacia la
Italia meridional para enfrentarse con Aníbal, el cual esperaba con auténtica zozobra no-
ticias de su hermano. A la llegada del cónsul Nerón, Aníbal comprendió enseguida la
realidad, con lo que puso fin a sus últimas esperanzas de asestar el golpe definitivo
contra Roma. El cónsul romano había mandado cortar la cabeza de Asdrúbal y,
acercándose a los puestos avanzados de Aníbal, la arrojó a las trincheras cartaginesas,
haciéndole saber a éste que ya no tenía nada que esperar de Hispania. Lo cierto es que,
con la ventaja romana en ese momento, Claudio Nerón no tuvo el suficiente valor para
enfrentarse directamente con Aníbal, no se sabe si por puro respeto o porque estaba
esperando refuerzos del norte peninsular.
El anuncio de la victoria del Metauro causó una alegría indescriptible en el atemorizado
pueblo de Roma, dos veces amenazado por el peligro cartaginés, y otras tantas salvado.
Lo cierto es que la batalla del Metauro determinó sobremanera el posterior curso de la
guerra, inclinando la balanza del lado romano. El ocaso de Aníbal comenzó a gestarse
ese día.

Bibliografía

GARRATY, J. A y Gay, P: El mundo antiguo. Barcelona, 1981.


GRIMBERG, C: Roma. Barcelona, 1981.
NICOLET, C: Roma y la conquista del Mediterráneo. Barcelona, 1982.
ROLDÁN, J. M: Introducción a la Historia Antigua. Madrid, 1975.
STARR, Ch. G: Historia del mundo antiguo. Madrid, 1974.
GRIMAL, P: El helenismo y el auge de Roma. Bilbao, 1972.
CONNOLLY, P: Aníbal y los enemigos de Roma. Madrid, 1981.
MAGÓN BARCA (GENERAL CARTAGINÉS
DEL S. III A.C.)
General cartaginés, muerto en alta mar, en el año 203, cuando regresaba a Cartago.
Pertenecía a la familia de los Barca, era hermano menor del general Aníbal Barca y, por
lo tanto, hijo del fundador de la dinastía Amílcar Barca.

En el año 218 a.C., Magón colaboró activamente junto a su hermano en la campaña mi-
litar desarrollada en Italia, donde contribuyó a la victoria cartaginesa en la importante
batalla de Ticino de ese mismo año. También participó al mando de un ala del ejército
en la famosa batalla de Cannas, del año 216, tras de lo cual Aníbal le envió a Cartago
con el anuncio de tan sorprendente victoria. En Cartago, en un primer momento, el
Senado le nombró jefe de las tropas que habían de acudir en auxilio de Aníbal, pero
debido a los acontecimientos de la propia guerra, se decidió que acudiera a Hispania
para reforzar las tropas de su hermano Asdrúbal y del general Himilcón. Aquí combatió
con éxito durante diez años, en los cuales consiguió tomar Iliturgi en el 214 y aniquilar
junto con Asdrúbal, hijo del general Giscón, el ejército de los generales romanos Publio
y Cneo Escipión en la batalla de Baecula, en el 208.

El primer revés serio de Magón tuvo lugar en la Celtiberia, donde en compañía de


Hannon, enviado a la península para sustituir a Asdrúbal, intentaba reclutar mercenarios
y levantar a los indígenas contra los romanos. Publio Cornelio Escipión decidió acabar
con la presencia cartaginesa en la península al enviar un poderoso ejército al mando del
propretor Silano, que venció sin dificultad a los cartagineses. Vencido nuevamente, y
humillado en el año 207 por Publio Escipión en la batalla de Ilipa, Magón se dirigió
hacia Gades, actual Cádiz, uno de los últimos baluartes púnicos en la península Ibérica,
cuyas puertas no le fueron abiertas, por lo que se vio obligado a desembarcar en una
localidad próxima de localización incierta llamada Cimbi.

Después de infligir un durísimo e inútil castigo contra la población de Gades, Magón


marchó apresuradamente hacia las islas Baleares. Sin embargo, como conocía las difi-
cultades del ejército romano en el sudeste peninsular, se aventuró a reconquistar antes
Cartago Nova, donde fue recibido con auténtica hostilidad por sus habitantes sin poder
lograr su objetivo. En Ibiza, donde fue mejor acogido, consiguió hacer acopio de víveres
pero no pudo desembarcar en Mallorca. El invierno del año 206 al 205 lo tuvo que pasar
en la isla de Menorca; su armada fondeó en un pequeño puerto de un islote cercano que
pasó a llamarse en su honor Portus Magonis (actual isla de Mahón). Una vez que pudo
reclutar con esfuerzo un número suficiente de mercenarios, Magón zarpó rumbo a la
región italiana de la Liguria y tomó la ciudad de Genua a finales del año 205. Roma
volvió a reaccionar contra él al enviar dos cuerpos de ejército al mando del general
Quinto Varius. No obstante, Magón, reforzado in extremis con contingentes galos, pudo
mantenerse en la lucha hasta el año 203, cuando, agotado y sin posibilidades de ganar,
abandonó la lucha para dirigirse a Cartago; murió al caer herido cerca de la costa de
Cerdeña.

CHG
Batalla de Cannas
http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Cannas

La batalla de Cannas (o Cannæ) fue un importante encuentro armado ocurrido en Italia


el 2 de agosto del año 216 a. C., entre el ejército púnico comandado por Aníbal Barca, y
las tropas romanas dirigidas por los cónsules Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio
Paulo, en el marco de la Segunda Guerra Púnica. La batalla tuvo lugar en la ciudad de
Cannas, en Apulia, al sudeste de Italia. En ella, el ejército cartaginés al mando de Aní-
bal derrotó al ejército romano bajo el mando de los cónsules Lucio Emilio Paulo y Cayo
Terencio Varrón, a pesar de la acusada inferioridad numérica de los cartagineses. Tras
la batalla de Cannas, Capua y varias otras ciudades estado italianas abandonaron el ban-
do de la República romana.

Aníbal Barca, 247 a. C. - 183 a. C.

A pesar de que la batalla no supuso finalmente la victoria cartaginesa en la Segunda


Guerra Púnica, se la recuerda como una de los más grandes eventos de táctica militar en
la historia, y la más grande derrota de la historia de Roma.

Tras recuperarse de las pérdidas de las anteriores batallas y, en concreto, de la batalla


del Trebia (218 a. C.) y la batalla del Lago Trasimeno (217 a. C.), los romanos decidie-
ron enfrentarse a Aníbal en Cannas con aproximadamente 87.000 soldados romanos y
aliados. Con su ala derecha desplegada cerca del río Aufidus (hoy llamado río Ofanto),
los romanos colocaron a su caballería en los flancos y agruparon su infantería pesada en
el centro, en una formación con mayor profundidad de lo normal.
Lugares de la península itálica en los que acontecieron
las batallas entre Roma y el ejército de Aníbal.
Para contrarrestar ese plan, Aníbal utilizó una táctica de tenaza. Colocó a la infantería
en la que confiaba menos en el centro, con los flancos compuestos de caballería cartagi-
nesa. Antes de enfrentarse a los romanos, sin embargo, sus líneas fueron adoptando una
forma de luna creciente, haciendo avanzar a sus tropas veteranas de los laterales.

En el momento álgido de la batalla, las tropas cartaginesas del centro de la formación se


retiraron ante el avance de los romanos y, al avanzar éstos, se encontraron sin darse
cuenta dentro de un largo arco de enemigos que les rodeaban. Atacados desde todos los
flancos y sin vía de escape, el ejército romano fue destruido. Se estima que entre 60.000
y 70.000 romanos murieron o fueron capturados en Cannas, incluyendo al cónsul Lucio
Emilio Paulo y ochenta senadores romanos.

Trasfondo estratégico

Poco después del comienzo de la Segunda Guerra Púnica, el general cartaginés había
logrado llegar a Italia cruzando los Alpes durante el invierno y había vencido rápida-
mente a los romanos en dos grandes victorias, en la batalla del Trebia y la Batalla del
Lago Trasimeno. Los romanos, tras sufrir esas pérdidas, nombraron a Quinto Fabio Má-
ximo como dictador romano para que hiciese frente a la amenaza cartaginesa. Fabio se
embarcó en una guerra de desgaste contra Aníbal, dedicándose a cortar sus líneas de su-
ministro y rechazando el enfrentamiento en una batalla campal. Esa estrategia, que sería
conocida en el futuro como las Tácticas Fabianas, resultó ser muy impopular entre los
ciudadanos romanos que, una vez que comenzaron a recuperarse de las victorias carta-
ginesas, comenzaron también a cuestionar las tácticas de su dictador, que en parte ha-
bían permitido reagruparse al ejército cartaginés1. La estrategia de Fabio era particu-
larmente frustrante para la mayoría del pueblo romano que deseaba un rápido final de la
guerra con Cartago. También se temía que si Aníbal continuaba arrasando Italia sin opo-
sición, los aliados itálicos comenzaran a dudar de la capacidad de Roma de protegerles
y se pasasen al bando del enemigo.

Ante esta situación política, el Senado Romano no renovó los poderes dictatoriales a la
finalización del mandato, y devolvió el mando del ejército a los cónsules Cneo Servilio
Gémino y Marco Atilio Régulo. En 216 a. C., las elecciones consulares finalizaron con
la elección de Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo, que tomaron el mando del
ejército que se había reclutado para enfrentarse con Aníbal. El ejército reunido superaba
en tamaño a cualquier ejército anterior en la historia romana hasta esa fecha, y sobre su
composición Polibio escribió lo siguiente:

“El Senado determinó llevar a ocho legiones al campo de batalla, algo que Roma no
había hecho antes, cada legión formada por cinco mil hombres más los aliados. (...) La
mayoría de sus guerras se deciden por un cónsul y dos legiones, con su cuota de aliados;
y raramente emplean las cuatro al mismo tiempo en un único servicio. Pero en esta oca-
sión, tan grande era la alarma y el terror de lo que podría suceder, que decidieron enviar
no cuatro sino ocho legiones al campo de batalla.”2

Estas ocho legiones, junto con una estimación de unos 2.400 soldados de caballería ro-
mana, formaban el núcleo de un inmenso ejército. Estando cada legión acompañada de
un número igual de soldados aliados, y con una caballería aliada de unos 4.000 hom-

1
Liddell Hart, Basil, Strategy, New York City, New York, Penguin Group, 1967
2
Internet Ancient History Sourcebook
bres; el ejército total que se enfrentó a Aníbal no debía estar muy por debajo de unos
90.000 hombres3.

Preludio

En la primavera de 216 a. C., Aníbal tomó la iniciativa y asedió y tomó un gran


depósito de suministros ubicado en la ciudad de Cannas, en las llanuras de Apulia. Con
ello se situó estratégicamente entre los romanos y una de sus principales fuentes de
suministro. Polibio comenta que la captura de Cannas «causó una gran conmoción en el
ejército romano; pues no sólo se trataba de la pérdida del lugar y de los almacenes, sino
del hecho de que con ello se perdía todo el distrito». Los cónsules, decididos a en-
frentarse a Aníbal, marcharon al sur en busca del cartaginés.

Tras dos días de marcha se encontraron con él en la ribera izquierda del río Aufidus, y
acamparon a seis millas (unos 10 kilómetros) de distancia. Supuestamente, un oficial
cartaginés llamado Gisgo hizo un comentario sobre el gran tamaño del ejército romano.
Aníbal le contestó «Otra cosa que se te ha pasado, Gisgo, es todavía más sorprendente:
que aunque haya tantos de ellos, no hay ninguno de entre todos ellos que se llame
Gisgo»4.

Normalmente cada uno de los dos cónsules dirigiría su parte del ejército, pero dado que
los dos ejércitos estaban unidos en uno solo, la ley romana les ordenaba la alternancia
diaria en el mando. Parece ser que Aníbal era conocedor este hecho, y que planeó su
estrategia de acuerdo con ello.

El cónsul Varrón, que estaba al mando el primer día, es presentado por las fuentes an-
tiguas como un hombre de naturaleza descuidada y que estaba determinado a vencer a
Aníbal. Mientras que los romanos se acercaban a Cannas, una pequeña porción de las
fuerzas de Aníbal emboscaron al ejército romano, y Varrón repelió con éxito el ataque
continuando el viaje a Cannas. Esta victoria, aunque esencialmente se trató más de una
escaramuza sin valor estratégico que de una verdadera victoria militar, disparó la con-
fianza del ejército romano y es posible que la del propio cónsul Varrón. Paulo, sin em-
bargo, era contrario a proceder al enfrentamiento tal y como se estaba planteando. Al
contrario que Varrón, éste cónsul era un hombre prudente y cauteloso, y consideraba
que era estúpido luchar en campo abierto contra Aníbal, a pesar de la superioridad un-
mérica de los romanos. Esto tenía sentido táctico, puesto que Aníbal seguía mante-
niendo su ventaja en el ámbito de las tropas de caballería, en dónde contaba con mayor
número de efectivos y de mayor calidad. Sin embargo, y a pesar de sus reticencias,
Paulo tampoco consideró acertado retirar al ejército tras ese éxito inicial, y decidió orde-
nar acampar a dos tercios de su ejército al este del río Aufidus, enviando al resto de sus
hombres a fortificar una posición en la ribera opuesta. El propósito del segundo campa-
mento era cubrir a las partidas de forrajeadores del campamento principal y poder hos-
tigar las del enemigo.

Los dos ejércitos permanecieron en sus localizaciones durante dos días. En el segundo
de estos dos días (1 de agosto), Aníbal, conocedor de que Varrón estaría al mando al día
siguiente, salió del campamento y ofreció batalla a los romanos. Paulo, sin embargo, re-
chazó la invitación. En ese momento Aníbal, conocedor de la importancia del agua del
río Aufidus para el ejército romano, envió su caballería al campamento de menor ta-
3
Cottrell, Leonard, Enemy of Rome, Evans Bros, 1965. ISBN 0-237-44320-1
4
Lazenby, J.F., Hannibal's War, London, 1978
maño para acosar a los soldados que salían a abastecerse de agua fuera de las fortifica-
ciones. Según Polibio, su caballería dio vueltas sin oposición al campamento romano,
creando el caos y cortando el suministro de agua5.

Estatua de Aníbal Barca, según representación de François Girardon en 1704, situado


en el Patio Puget del Louvre. Aníbal se representa contando los anillos romanos toma-
dos en la batalla de Cannas, el 216 a. C.

5
Caven, B., Punic Wars, London, George Werdenfeld and Nicholson Ltd., 1980
La batalla

Fuerzas

Las fuerzas combinadas de los dos cónsules sumaban un total 75.000 soldados de in-
fantería, 2.400 de caballería romana y 4.000 de caballería aliada, contando únicamente a
la porción de tropas que se utilizó en la batalla campal. Además, en los dos campamen-
tos fortificados había otros 2.600 hombres de infantería pesada y 7.400 de infantería li-
gera (un total de unos 10.000), por lo que la fuerza total que los romanos llevaron a la
guerra equivalía a unos 86.400 hombres. En el otro bando, el ejército cartaginés estaba
compuesto aproximadamente por 40.000 hombres de infantería pesada, 6.000 de in-
fantería ligera y 8.000 de caballería6.

Falcata íbera de hierro y plata. Siglo IV o III a. C. Procedente de Almedinilla (Cór-


doba, España). Museo Arqueológico Nacional de España (Madrid). La falcata era el
arma utilizada por la infantería hispana de Aníbal

El ejército cartaginés estaba compuesto por una amalgama de soldados procedentes de


distintas y numerosas regiones. Junto con un núcleo de 8.000 libios equipados con ar-
madura romana, luchaban también 8.000 íberos, 16.000 galos (de los cuales 8.000 per-
manecieron en el campamento el día de la batalla) y un número desconocido de infan-
tería gaélica. La caballería de Aníbal también tenía distintas procedencias: Había 4.000
númidas, 2.000 hispanos, 4.000 galos y 450 libios y fenicios. Finalmente, Aníbal con-
taba con unos 8.000 hostigadores compuestos por honderos baleares y lanceros de di-
versas nacionalidades. Todos estos grupos específicos aportaban sus distintas capaci-
dades al ejército cartaginés, siendo su factor unificador la unión personal que cada gru-
po tenía con el líder del ejército, Aníbal7.

Equipamiento

Las fuerzas de la república utilizaban el tradicional equipamiento militar romano de la


época de las Guerras Púnicas, incluyendo el pila y los hastae como armas, así como los
escudos, las armaduras y los cascos tradicionales.

En el bando opuesto, los cartagineses utilizaban una gran variedad de equipamientos


distintos. Los libios luchaban con las armaduras y el equipamiento tomados de los ro-
manos derrotados en anteriores enfrentamientos; los hispanos luchaban con espadas
diseñadas para cortar y ensartar, jabalinas y lanzas incendiarias y se defendían con gran-
des escudos de forma ovalada; y los galos llevaban espadas largas y pequeños pero re-
sistentes escudos ovalados.

6
Gowen, Hilary. Hannibal Barca and the Punic Wars. Consultado el march 25de 2006
7
Daly, Gregory, Cannae: The Experience of Battle in the Second Punic War, London, England,
Routledge, 2002, ISBN 0-415-26147-3
La caballería pesada cartaginesa llevaba dos jabalinas y una espada curva, así como una
fuerte armadura. La caballería númida, más ligera, no utilizaba armadura y sólo llevaba
un pequeño escudo, jabalinas y una espada.

Por último, los hostigadores que actuaban como infantería ligera estaban armados con
hondas o con lanzas y, de éstos, los honderos baleares (famosos por su puntería con esa
arma) llevaban hondas cortas, medias y largas, aunque no llevaban ningún equipamiento
de carácter defensivo. Los lanceros sí que llevaban escudos, jabalinas, y posiblemente
espada o, al menos, una lanza diseñada para ensartar a corta distancia.

Hondero balear
Despliegue táctico

El despliegue convencional de los ejércitos en aquella época consistía en situar a la


infantería en el centro de la formación, colocando a la caballería en las dos «alas» o
flancos laterales. Los romanos siguieron con este sistema de despliegue de forma muy
fiel, aunque añadieron una mayor profundidad a su formación mediante la colocación de
muchas cohortes, en lugar de optar por dar mayor espacio a su infantería. Posiblemente
los comandantes romanos esperaban que esta concentración de fuerzas permitiese rom-
per rápidamente el centro de la línea enemiga. Varrón sabía que la infantería romana
había logrado romper el centro de la formación cartaginesa en la batalla del Trebia, y su
intención era recrear esto a mayor escala.

Esquema clásico de despliegue de la legión manipular.

Despliegue inicial y ataque romano (en rojo)


Los princeps se colocaron inmediatamente detrás de los hastati, preparados para em-
pujar hacia adelante en cuanto comenzara el contacto con el enemigo, y asegurando con
ello que los romanos presentaran un frente sin huecos. Polibio escribió que «los ma-
nípulos estaban más cercanos los unos a los otros, los intervalos eran más cortos, y los
manípulos mostraban una mayor profundidad que frente».A pesar de superar amplia-
mente a los cartagineses en cuanto a número de tropas, este despliegue suponía en la
práctica que las líneas romanas tuvieran aproximadamente la misma longitud que la de
sus oponentes.

La imagen final que ofrecía el ejército romano mantenía por tanto el estilo clásico. En
líneas perpendiculares al río, los romanos presentaban dos bloques en líneas cerradas, el
de la infantería ligera delante y el de la pesada detrás. A su derecha, junto al río, la caba-
llería romana y en el flanco izquierdo la caballería compuesta por aliados de Roma.

Desde el punto de vista del cónsul Varrón, Aníbal parecía tener poco espacio para ma-
niobrar y ninguna posibilidad de retirada, debido a su elección de desplegarse con el río
Aufidus a su retaguardia. Varrón pensaba que cuando fuesen presionados por la su-
perioridad numérica del ejército romano, los cartagineses caerían hacia el río y, sin sitio
para maniobrar, cundiría el pánico. Por otro lado, Varrón había estudiado las últimas
victorias de Aníbal, en las que sus victorias se habían producido en gran parte gracias a
una serie de subterfugios del general cartaginés. Debido a esto, Varrón buscó una ba-
talla en campo abierto, en el que no hubiera posibilidad de que tropas ocultas prepa-
rasen una emboscada.

Aníbal también formó su tropa en dos líneas, pero no las hizo compactas. Las desplegó
con el centro apuntando ligeramente al centro romano, basándose en las cualidades par-
ticulares de lucha que cada unidad poseía, y teniendo en cuenta tanto sus fortalezas co-
mo sus debilidades para el diseño de su estrategia. Colocó a los íberos, galos y celtíbe-
ros en el centro, alternando la composición étnica de las tropas de la línea del frente. El
centro de Aníbal lo componían sus tropas íberas más disciplinadas, mientras que detrás
de éstos se situaban los galos, con menor grado de disciplina. La infantería púnica de
Aníbal se posicionó en las alas, justo en el extremo de su línea de infantería.

Se suele pensar erróneamente que las tropas africanas de Aníbal estaban armadas con
picas, teoría aportada por el historiador Peter Connolly. En realidad, las tropas libias
llevaban lanzas más cortas incluso que la de los triarii romanos. Su ventaja, por tanto,
no eran las picas, sino la experiencia de su infantería, muy veterana tras tantas batallas,
que permaneció cohesionada y atacó los flancos romanos.

Asdrúbal dirigía a la caballería íbera y celtíbera del ala izquierda del ejército cartaginés
(ubicada al sur, cerca del río Aufidus). Tenía a su mando a 6.500 hombres, mientras que
Janón estaba al frente de 3.500 hombres de caballería númida ubicados en el ala dere-
cha. La fuerza de Asdrúbal fue capaz de derrotar rápidamente a la caballería romana
ubicada al sur, atravesar la retaguardia de la infantería, y enfrentarse también a la
caballería aliada romana que estaba luchando con los númidas. Las fuerzas combinadas
de Asdrúbal y Janón dispersaron a la caballería romana, lo que les permitió acosar a la
infantería desde la retaguardia.

Aníbal colocó a su caballería, compuesta principalmente de caballería hispana y de ca-


ballería ligera númida, esperando que pudieran derrotar rápidamente a la caballería
romana de los flancos, y que girasen para atacar a la infantería desde la retaguardia,
mientras ésta intentaba atravesar el centro de la formación cartaginesa. Sus veteranas
tropas africanas atacarían entonces desde los flancos en el momento crucial, y rodearían
al ejército romano.

Tras rodearles, se produjeron una serie de factores que favorecieron la victoria cartagi-
nesa. En primer lugar, en lugar de enfrentarse a una dura línea de triarii veteranos que
normalmente se ubicaban en la retaguardia, la caballería se encontró con los hostiga-
dores velites, que estaban en plena retirada a través de las líneas tras haber hecho su la-
bor de hostigamiento. Esto permitió a los cartagineses acabar estratégicamente con los
líderes de las centurias a la vez que crear una gran confusión entre los hastati. Ésta
confusión fue también alimentada por el bombardeo con proyectiles que estaba reci-
biendo el ejército romano: éste bombardeo, si bien sólo producía heridas leves, hacía
que los laterales del ejército romano tratasen de refugiarse acercándose al centro de la
formación, lo cual provocó una situación en la que las tropas romanas estaban de-
masiado cercanas las unas a las otras como para poder utilizar con efectividad sus ar-
mas, incrementando el número de bajas.

Aníbal no se sentía impedido por su posición en contra del río Aufidus. Por el contrario,
supuso un factor principal de su estrategia: el río protegía sus flancos de ser superados
por el ejército más numeroso de los romanos, y la existencia de esa barrera natural
implicaba que la única vía de retirada de los romanos era su flanco izquierdo. Además,
las fuerzas cartaginesas habían maniobrado de forma que los romanos estuviesen mi-
rando al este, con lo que no sólo recibían en la cara el sol de la mañana, sino que los
vientos del sudeste arrojaban tierra y polvo sobre sus caras a medida que se
aproximaban al campo de batalla.Se puede decir, por tanto, que el despliegue de tropas
realizado por Aníbal, basado en su percepción y entendimiento de las capacidades de
sus tropas, resultó decisiva en la batalla.

Acontecimientos

A medida que los ejércitos avanzaban uno hacia el otro, Aníbal fue extendiendo de
forma gradual el centro de su línea. Tal y como describe Polibio:

“Tras desplegar a su ejército al completo en una línea recta, tomó a varias compañías de
celtas y de hispanos y avanzó con ellas, manteniendo al resto en contacto con estas
compañías pero quedándose atrás de forma gradual, para conseguir una formación en
forma de luna creciente. La línea de compañías de flanqueo iba estrechándose cada vez
más a medida que se prolongaba, siendo su objetivo utilizar a los africanos como fuerza
de reserva y comenzar la lucha con los celtas y los hispanos.”

Polibio describe un centro cartaginés muy débil, desplegado en curva con los romanos
en el centro y las tropas africanas en los flancos y en formación diagonal. Se cree que el
propósito de esta formación era romper el impulso frontal de la infantería romana, y re-
trasar su avance hasta que se produjesen otros acontecimientos que permitiesen a Aníbal
desplegar su infantería africana de la forma más efectiva posible. En cualquier caso, al-
gunos historiadores han tachado a este relato de fantasioso, y comentan que la curvatura
del ejército cartaginés se pudo deber o bien por la curvatura natural que se produce
cuando una línea de infantería avanza, o bien a la propia reacción del ejército cartaginés
al enfrentarse al choque con el pesado centro de infantería romana.

Cuando los ejércitos se encontraron, la caballería se lanzó en un fiero ataque sobre el


ejército romano. Polibio nos describe la escena comentando que «cuando los caballos
hispanos y celtas del ala izquierda colisionaron con la caballería romana, la lucha que se
produjo fue verdaderamente barbárica». La caballería cartaginesa rápidamente venció a
la inferior caballería romana del flanco derecho y les sobrepasaron. En ese momento,
una porción de la caballería se dividió del ala izquierda y dio un rodeo atravesando la
retaguardia romana hacia el flanco derecho, en dónde atacó a la caballería romana de
ese flanco desde la retaguardia. Éstos, siendo atacados desde los dos frentes, se disper-
saron rápidamente ante el ataque cartaginés.

Por otro lado, mientras que los cartagineses derrotaban a la caballería romana, los dos
ejércitos principales, compuestos por la infantería de ambos bandos, avanzaron el uno
contra el otro en el centro del campo de batalla. Para poder entender bien la batalla, es
necesario detenerse a examinar las duras condiciones a las que estaban sometidos los
soldados de infantería romanos, y que hacían que la batalla fuese especialmente difícil
para ellos: a medida que los romanos avanzaban, el viento del este soplaba hacia ellos,
arrojando polvo sobre sus caras y obstaculizando su visión. En este aspecto, es im-
portante tener en cuenta que los dos ejércitos levantaban mucho polvo al desplazarse, lo
que amplificaba el efecto del viento. Además del polvo, otro factor importante de la ba-
talla fue la falta de sueño de las tropas: debido a la distancia entre los campamentos y el
campo de batalla, es muy posible que ambos ejércitos se hubiesen visto obligados a dor-
mir muy poco tiempo. En particular, los romanos sufrían la falta de una buena hidra-
tación previa a la batalla, causada por el ataque de Aníbal a su campamento el día ante-
rior que les había impedido suministrarse del río. Por último, la masiva cantidad de tro-
pas suponía un tremendo estruendo de fondo, lo cual era psicológicamente muy duro
para los hombres de la formación.

Los cartagineses dispusieron una línea con unos 800 honderos baleares para intentar
frenar el avance de las tropas romanas, pero no tuvo éxito. Cuando ambos ejércitos
estaban uno en frente de otro se inició una auténtica lluvia de lanzas entre los
hostigadores. Tras ese inicio comenzó la batalla cuerpo a cuerpo.
Aníbal se colocó junto con sus hombres en el débil centro de la formación, y les hizo
desplazarse en una retirada controlada. Conociendo la superioridad de la infantería ro-
mana, Aníbal dio instrucciones para esta retirada, creando un semicírculo cada vez más
estrecho que iba rodeando a las fuerzas romanas. Los romanos empujaron en su ataque
y el centro de Aníbal cedió terreno, curvándose hacia atrás, ocupando el centro romano
el espacio desalojado por el centro cartaginés. Con ese movimiento, Aníbal convirtió la
fuerza de la infantería romana en una debilidad: a medida que las tropas avanzaban, el
grupo de tropas romanas comenzaban a perder cohesión debido a que los soldados co-
menzaban a empujar los unos contra los otros hasta que llegaron a situarse tan próximos
los unos a los otros que no tenían espacio ni para maniobrar con sus armas. Además, en
su intento de romper cuanto antes la línea de tropas gálicas e hispanas, los romanos ha-
bían ignorado (puede que también debido al polvo) a las tropas africanas que se habían
colocado sin oposición en los extremos de la formación cartaginesa. La caballería carta-
ginesa, por su parte, ya había conseguido eliminar a la caballería romana de los dos
flancos, y cargó contra el centro de la formación romana desde la retaguardia.

El ejército romano, con sus flancos eliminados, formó una cuña que iba introduciéndose
cada vez más dentro del semicírculo cartaginés, metiéndose de lleno en una ubicación
en la que la infantería africana controlaba ambos flancos. En este momento, Aníbal or-
denó atacar a su infantería africana, rodeando por completo a los romanos en lo que se
convertiría en el primer ejemplo bélico conocido de movimiento de tenaza.

Cuando la caballería cartaginesa atacó a los romanos por la retaguardia y las tropas
africanas asaltaron la formación desde las alas, el avance de la infantería romana quedó
detenido bruscamente. Los romanos estaban atrapados, y sin vía de escape. Polibio
comenta que, «a medida que las tropas del exterior eran masacradas, los supervivientes
se veían forzados a retirarse hacia el centro y agruparse más, hasta que finamente todos
murieron en el lugar en el que se encontraban».

Los legionarios estaban aterrorizados. No podían ni siquiera alzar los escudos para
defenderse, ni podían desenvainar sus espadas. En ese momento la falange ibera avanzó
hacia el cerco para atacar por los flancos a los romanos. Los iberos que habían retro-
cedido, gracias a sus cortas pero mortales espadas hicieron una masacre entre las filas
enemigas. Tras esta batalla, los romanos, impresionados por la eficacia de la espada
ibera, adoptarían una similar para sus tropas (el conocido como gladius hispaniensis).

Aníbal, viendo que su plan estaba resultando en una victoria casi total y necesitando to-
davía consolidar sus logros, y tomar únicamente a aquellos prisioneros que estuviesen
dispuestos a cambiar de bando en la guerra, ordenó a sus hombres que mutilasen
rápidamente a los enemigos supervivientes. Más adelante, cuando ya no había soldados
romanos con capacidad de resistencia al enemigo, procederían a masacrar a los romanos
sin obstrucción alguna.

Tito Livio describe lo siguiente:

“ Había tantos miles de romanos yaciendo (...) Algunos, con sus heridas, agravadas por
el frío de la mañana, se levantaban, y a medida que se levantaban cubiertos de sangre de
entre la masa de masacrados, eran sobrepasados por el enemigo. Otros fueron encon-
trados con sus cabezas enterradas en la tierra, en agujeros que habían excavado; habien-
do con ello, parece, creado sus propias tumbas, en las que se habían asfixiado ellos
mismos.”
Fueron masacrados casi seiscientos legionarios por minuto hasta que la oscuridad trajo
su fin al derramamiento de sangre. Sólo 14.000 hombres lograron escapar, la mayoría de
los cuales habían logrado abrir una vía de escape hacia la cercana ciudad de Canusium.
Al final del día, de las tropas iniciales romanas compuestas por 87.000 hombres, sólo
habían sobrevivido alrededor de uno de cada seis hombres.

Bajas

Aunque la cifra exacta de bajas probablemente nunca llegue a conocerse, Tito Livio y
Polibio nos ofrecen unas cifras según las cuales murieron entre 50.000 y 70.000 ro-
manos y entre 3.000 y 4.500 fueron hechos prisioneros. Entre los muertos se encontraba
el propio Lucio Emilio Paulo, así como los dos cónsules del año precedente, dos
cuestores, veintinueve de los cuarenta y ocho tribunos militares y unos ochenta sena-
dores (en una época en la que el Senado romano estaba compuesto tan sólo por unos
300 hombres, por lo que la cifra constituye entre un 25 y un 30% del total). Otros 8.000
hombres de los dos campamentos romanos y de los poblados vecinos se rindieron al día
siguiente (después de que la resistencia se cobrara todavía más víctimas, aproxima-
damente 2.000).

Finalmente, puede que más de 75.000 romanos de una fuerza original de 87.000 re-
sultasen muertos o capturados, totalizando más del 85% del ejército total. De los que
participaron en la batalla, puede que el 95% de los romanos y aliados muriesen o fueran
capturados.

Se perdieron más vidas romanas en Cannas que en cualquier otra batalla posterior,
exceptuando quizás la batalla de Arausio del año 105 a. C. Además, Cannas es la segun-
da batalla con mayor porcentaje de bajas de toda la historia de Roma, situándose sólo
por detrás de la batalla del bosque de Teutoburgo (año 9 d. C.).

Por su parte, los cartagineses sufrieron 16.700 bajas, la mayoría de ellas de celtíberos e
íberos. De éstas, 6.000 fueron mortales: 4.000 celtíberos, 1.500 íberos y africanos y el
resto de caballería.

La cifra total de bajas en la batalla, por tanto, excede de 80.000 hombres. En la época en
que se produjo, Cannas posiblemente fue la segunda batalla con más bajas de la historia
conocida, por detrás de la batalla de Platea (comparándola con las cifras que sobre la
batalla de Platea ofrece Heródoto y que son consideradas exageradas por muchos histo-
riadores modernos), si bien en Platea la mayoría de las bajas no se produjeron en el
transcurso de la propia batalla, sino que ocurrieron en la persecución del ejército persa
tras su derrota. Hasta las invasiones mongolas, 1.500 años después, la batalla de Cannas
estuvo entre las diez batallas más costosas en término de vidas humanas de la historia, e
incluso hoy en día todavía permanece dentro de las cincuenta batallas más letales de la
historia.

Eventos posteriores

“ Nunca antes, estando la ciudad todavía a salvo, se había producido tal grado de exci-
tación y pánico dentro de sus murallas. No intentaré describirlo, ni debilitaré la realidad
entrando en detalles. (...) Pues según los informes, dos ejércitos consulares y dos cón-
sules se habían perdido; no existía ya ningún campamento romano, ningún general, nin-
gún soldado; Apulia, Samnio, casi toda Italia estaba a los pies de Aníbal. Con seguridad
no hay otra nación que no hubiera sucumbido bajo el peso de tal calamidad”

Tito Livio comentando la reacción del Senado tras la derrota

Durante un cierto periodo de tiempo, los romanos se encontraron completamente


expuestos y desorganizados. Los mejores ejércitos de la península habían sido des-
truidos, los pocos supervivientes estaban absolutamente desmoralizados y el único cón-
sul con vida (Varrón), completamente desacreditado. Fue una completa catástrofe para
los romanos. La ciudad de Roma declaró un día entero de luto nacional, puesto que no
había un sólo habitante en Roma que no estuviese emparentado o conociese a alguna de
las personas que habían muerto en la batalla. Los romanos se encontraron en tal estado
de desesperación que llegaron a recurrir al sacrificio humano, hasta el punto de que
existen datos sobre enterramientos de personas vivas en el foro romano hasta en dos
ocasiones y del abandono de un bebé en el mar Adriático por haber nacido con un tama-
ño desproporcionado (lo cual supone posiblemente el último caso registrado de sacrifi-
cios humanos llevados a cabo por los romanos, salvando las ejecuciones públicas de
enemigos derrotados cuyas muertes se dedicaban al dios Marte).

Moneda acuñada con la efigie de Aníbal Barca.

Lucio Cecilio Metelo, un tribuno militar, se dice que llegó a tal estado de desesperación
en los días que siguieron a la batalla de Cannas que llegó a sugerir que todo estaba per-
dido para la causa romana, e hizo una llamada para que los otros tribunos navegasen con
él para ofrecer sus servicios como mercenarios a algún príncipe extranjero. Poste-
riormente fue obligado a hacer un juramento de lealtad a Roma hasta el fin de sus días.
En cuanto a los supervivientes del desastre de Cannas, fueron reconstituidos en dos le-
giones y asignados a Sicilia durante el resto de la guerra, como castigo por su humillan-
te deserción en el campo de batalla.

El prestigio de Roma, además de su poder militar, se vio seriamente dañado. La aris-


tocracia romana solía llevar un anillo de oro que atestiguaba su pertenencia a las clases
altas, y Aníbal, tras la batalla, hizo que sus hombres recogieran más de 200 anillos de
los cuerpos del campo de batalla, enviando su colección a Cartago como muestra de su
victoria. La colección fue puesta a los pies del Senado cartaginés, que juzgó que era de
«tres medidas y media».

Aníbal, tras apuntarse una nueva gran victoria (tras la batalla del Trebia y la batalla del
Lago Trasimeno), había derrotado en total a un equivalente a ocho ejércitos consulares.
En tan sólo tres temporadas de campaña, Roma había perdido a un quinto de la pobla-
ción total de ciudadanos mayores de diecisiete años (cerca del doce por ciento de su po-
blación activa). Además, el efecto desmoralizador de su victoria fue tal que la mayor
parte del sur de Italia se unió a la causa de Aníbal. Tras la batalla de Cannas, las
provincias helenísticas del sur de Italia, entre las que se encontraban Arpi, Salapia,
Herdonia, Uzentum y las ciudades de Capua y Tarento (dos de las mayores ciudades
estado de Italia) revocaron su alianza con Roma y juraron lealtad a Aníbal. Polibio co-
menta:

“Cuán seria fue la derrota de Cannas, que aquellos que la precedieron lo pudieron ver en
el comportamiento de los aliados de Roma; antes del señalado día, su lealtad perma-
neció imperturbable, y ahora comenzaba a flaquear por la simple razón de que perdieron
la esperanza en el poder de Roma.”

Durante ese mismo año, las ciudades griegas en Sicilia fueron incitadas a rebelarse con-
tra el control político de Roma, mientras que el rey macedonio Filipo V declaró su leal-
tad a Aníbal, iniciando con ello la Primera Guerra Macedónica contra Roma. Aníbal
también acordó una alianza con el rey Hierónimo de Siracusa, el único monarca inde-
pendiente que quedaba en Sicilia.

Tras la batalla, Maharbal, el comandante de la caballería númida, urgió a Aníbal para


aprovechar la oportunidad de marchar inmediatamente contra la ciudad de Roma. Se
dice que cuando Aníbal rechazó esa vía de actuación, Maharbal exclamó: «Verda-
deramente, los dioses no han querido dar todas las virtudes a la misma persona. Sabes
sin duda, Aníbal, cómo vencer, pero no saber cómo hacer uso de tu victoria». Sin em-
bargo, Aníbal tenía buenos motivos para juzgar de forma distinta la situación estratégica
tras la batalla: tal y como apunta el historiador Hans Delbrück, debido al gran número
de víctimas mortales y heridos entre sus filas, el ejército púnico no estaba en condi-
ciones de realizar un asalto frontal contra Roma. Una marcha contra la ciudad del Tíber
habría sido una demostración inútil que habría acabado con el efecto psicológico que la
batalla de Cannas había tenido entre los aliados romanos. Incluso si su ejército se en-
contrase en perfectas condiciones, un asedio de la ciudad de Roma habría obligado a
Aníbal a subyugar una considerable zona de Italia para asegurar sus suministros y cortar
los del enemigo. Además, a pesar de las tremendas pérdidas sufridas en Cannas y a la
deserción de parte de sus aliados, Roma todavía tenía abundantes recursos como para
enfrentarse a Aníbal si éste tomaba esa decisión, al igual que era capaz de mantener al
mismo tiempo fuerzas militares de una magnitud considerable en Iberia, Sicilia, Sardi-
nia y otras provincias a pesar de la presencia cartaginesa en Italia. La conducta de Aní-
bal tras las batallas del Lago Trasimeno y de Cannas, así como el hecho de que atacase
Roma por primera vez sólo cinco años después (en 211 a. C.) sugieren que su objetivo
estratégico no era la destrucción de su enemigo, sino acabar con la moral romana
mediante una serie de carnicerías en el campo de batalla, y forzarles a firmar un acuerdo
de paz mediante la neutralización de sus aliados.

Por lo tanto, inmediatamente después de Cannas, Aníbal envió una delegación liderada
por Carthalo para negociar un tratado de paz con el Senado. Sin embargo, y a pesar de
las múltiples catástrofes que Roma había sufrido, el Senado romano se negó a parla-
mentar. Por el contrario, redoblaron sus esfuerzos militares mediante la movilización de
toda la población masculina y el reclutamiento de nuevas legiones a partir de los ciuda-
danos sin propiedades e incluso esclavos. Tan duras fueron las medidas adoptadas que
se prohibió pronunciar la palabra «paz», y el luto se limitó a tan sólo treinta días, están-
do las lágrimas en público permitidas únicamente a las mujeres. Los romanos, tras
experimentar esta derrota catastrófica y perder otras batallas frente a Aníbal, habían
aprendido la lección: durante el resto de la guerra en Italia no volverían a enfrentarse a
Aníbal en batallas campales, sino que volverían a retomar las Tácticas Fabianas que
Quinto Fabio Máximo les había enseñado y que resultaron ser la única forma posible de
hacer que Aníbal abandonase Italia.

A la larga, Roma tendría su venganza. Una flota romana transportó al ejército hasta el
continente africano y, en la batalla de Zama, el general Publio Cornelio Escipión el
Africano lograría derrotar a Aníbal, marcando el final de la Segunda Guerra Púnica.

Importancia histórica

Efectos en la doctrina militar romana

La batalla de Cannas tuvo una gran importancia en la historia de la estructura del ejér-
cito romano y en la organización táctica del ejército republicano. Durante la batalla, los
romanos asumieron una formación clásica muy parecida a la de la falange griega, lo que
facilitó su derrota en la trampa diseñada por Aníbal. Dada su incapacidad de maniobrar
de forma independiente al grupo principal del ejército, los romanos no pudieron respon-
der a la maniobra envolvente de la caballería cartaginesa. Además, las estrictas normas
aplicadas por el Senado romano requerían que el alto mando del ejército alternase entre
los dos cónsules electos, los cual restringía la consistencia estratégica del ejército com-
binado. En los años que siguieron a Cannas, se fueron introduciendo una serie de refor-
mas para paliar estas deficiencias.

En primer lugar, los romanos articularon la falange, luego la dividieron en columnas, y


finalmente la separaron en un gran número pequeños grupos tácticos que eran capaces
tanto de cerrarse todos juntos en una unión compacta e impenetrable, como de cambiar
el esquema con una gran flexibilidad, separándose y girándose en una u otra dirección.
Por ejemplo, en la batalla de Ilipa o en la de Zama, los princeps formaron mucho más
atrás de la línea de los hastati, en un despliegue que les permitiría un mayor grado de
movilidad y maniobrabilidad. Todos estos cambios culminarían con la transición del
tradicional sistema manipular al nuevo sistema de cohortes implementado por Cayo Ma-
rio en las denominadas reformas de Mario.

En segundo lugar, la batalla de Cannas sirvió como lección de que era necesario recupe-
rar un mando unificado del ejército. Tras varios experimentos políticos, Publio Cornelio
Escipión el Africano fue nombrado comandante en jefe de los ejércitos romanos en
África, y se le aseguró el cargo por toda la duración de la guerra. Este nombramiento
pudo haber violado las leyes constitucionales de la República pero, tal y como apuntó
Hans Delbrück, «comenzó una transformación interna que incrementó su potencial mili-
tar enormemente» mientras que de alguna forma comenzaba el declive de las institucio-
nes políticas republicanas.

Además, la batalla dejó expuestos los límites del ejército basado en una milicia de ciu-
dadanos. Tras la debacle de Cannas, el ejército fue evolucionando gradualmente para
terminar convirtiéndose en una fuerza profesional: el núcleo del ejército de Escipión que
luchó en la batalla de Zama estaba compuesto por veteranos que se habían enfrentado a
los cartagineses en Hispania durante casi dieciséis años, durante los cuales se había ido
moldeando para crear una gran fuerza militar.
Importancia en la historia militar

La batalla de Cannas tiene gran importancia en la historia militar tanto por las tácticas
implementadas por Aníbal como por su importancia en la historia militar de la antigua
Roma. La batalla supuso la derrota más grave de la República de Roma hasta la batalla
de Arausio y, en sí misma, adquirió una significativa reputación dentro del campo de la
historia militar. Sobre el particular, el historiador Theodore Ayrault Dodge escribió lo
siguiente:

“Pocas batallas de la antigüedad están tan marcadas por la habilidad como la batalla de
Cannas. La posición era tal que daba toda la ventaja al bando de Aníbal. La forma en la
que la imperfecta infantería hispana y gala fue avanzada en una formación diagonal,
mantuvo su posición y luego se fue retirando paso a paso, hasta que llegó a la posición
inversa, es una simple obra maestra de las tácticas de batalla. El avance de la infantería
africana en el momento adecuado, y su giro a izquierda y derecha sobre los flancos de
los desordenados y hacinados legionarios está más allá de todo elogio. La batalla en sí
misma, desde el punto de vista del bando cartaginés, es una obra de arte, no habiendo
ningún ejemplo superior, y pocos iguales, en historia militar. ”

El historiador estadounidense Will Durant, por su parte, comentó que «fue un ejemplo
supremo de mando, nunca mejorado en la historia (...) y marcó las líneas de las tácticas
militares durante 2000 años».

El movimiento envolvente de Aníbal en la batalla de Cannas a menudo es visto como


uno de los más grandes movimientos de batalla de la historia, y es citado como el uso
con mayor éxito del movimiento de tenaza en la historia occidental que haya sido regis-
trado con detalle.

El «modelo de Cannas»

Además de ser una de las mayores derrotas infligidas a los ejércitos de Roma, la batalla
de Cannas representa el arquetipo de batalla de aniquilación, estrategia que raramente se
ha implementado con éxito en la historia moderna. Dwight D. Eisenhower, Comandante
Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada en la Segunda Guerra Mundial, escribió en
una ocasión que «Todo comandante busca la batalla de aniquilación; hasta dónde las
condiciones lo permiten, intenta duplicar en la guerra moderna el clásico ejemplo de
Cannas». La victoria total de Aníbal convirtió al nombre de Cannas en un sinónimo de
éxito militar, y se estudia al detalle en la actualidad en varias academias militares de to-
do el mundo.

La noción de que un ejército entero pudiera ser rodeado y aniquilado de un sólo golpe
atrajo la fascinación de los generales occidentales durante siglos, que intentaban emular
el paradigma táctico del movimiento envolvente para recrear su propio «Cannas». Por
ejemplo, Norman Schwarzkopf, comandante de las Fuerzas de la Coalición en la Guerra
del Golfo, estudió la batalla de Cannas y aplicó los principios utilizados por Aníbal en
su exitosa campaña de tierra contra las fuerzas iraquíes.

Cuando los miembros del Estado Mayor alemán, antes de la Primera Guerra Mundial,
examinaban a los aspirantes a pertenecer a esta élite y les ponían para resolver un
problema de táctica, cuando veían cómo lo resolvía el alumno, exclamaban invaria-
blemente defraudados: «¡Otra vez Cannas!».
El estudio que Hans Delbrück hizo de la batalla tuvo una profunda influencia en los teó-
ricos alemanes y, en particular, de Alfred Graf von Schlieffen, militar y mariscal ale-
mán, quien desarrolló el denominado Plan Schlieffen, que estaba inspirado en la manio-
bra militar de Aníbal. A través de sus escritos, Schlieffen escribió que el «modelo de
Cannas» seguiría siendo aplicable a la guerra de maniobras a lo largo del siglo XX:

“Una batalla de aniquilación puede llevarse a cabo hoy en día de acuerdo al mismo plan
desarrollado por Aníbal en tiempos ya olvidados. El frente enemigo no es el objetivo del
ataque principal. La masa principal de las tropas y de las reservas no deberían con-
centrarse contra el frente enemigo; lo esencial es que los flancos sean aplastados. Las
alas no deben buscar los puntos más avanzados del frente, sino que en su lugar deben
abarcar toda la profundidad y extensión de la formación enemiga. La aniquilación se
completa a través de un ataque contra la retaguardia enemiga (...) Conseguir una victoria
decisiva y aniquiladora requiere un ataque contra el frente y contra uno o los dos flancos
(...). ”

Alfred Graf von Schlieffen

Alfred Graf von Schlieffen desarrolló más adelante su propia doctrina de operaciones a
través de una serie de artículos que fueron más tarde traducidos y publicados bajo una
obra titulada Cannae.

OTRAS LECTURAS

CARLTON, James, The Military Quotation Book, New York City, New York, Thomas Dunne Books,
2002

DEXTER HOYOS, B., Hannibal: Rome's Greatest Enemy, Bristol Phoenix Press, 2005, ISBN 1-
904675-46-8 (hbk) ISBN 1-904675-47-6 (pbk)

DALY, Gregory, Cannae: The Experience of Battle in the Second Punic War, Routledge, London/New
York, 2002, ISBN 0-415-32743-1

DELBRÜCK, Hans, Warfare in Antiquity, 1920, ISBN 0-8032-9199-X

GRANT, Michael, Atlas de historia clásica: del 1700 a. C. al 565 d. C., ed. Akal, Tres Cantos, 2002,
ISBN 84-460-1182-4

LIVIO, Tito, La Guerra Contra Aníbal: Libros XXI–XXX de la Historia de Roma desde su Fundación,
ISBN 0-14-044145-X (pbk)

TALBERT, Richard J.A., ed., Atlas of Classical History, Routledge, London/New York, 1985, ISBN 0-
415-03463-9
Enlaces externos

"Battle At Cannae", Historia de Roma de Mommsen, libro III (en inglés)

"The Battle of Cannae" en www.unrv.com

"The Battle of Cannae" en www.roman-empire.net

"Rome and Carthage: Classic Battle Joined" — artículo de Greg Yocherer en Military History

Magazine

Cannae — artículo del General y Mariscal de Campo Alfred von Schlieffen

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