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13 sep. 2017 02:58
Juan-José López Burniol, Josep Piqué, Josep Borrell y Francesc de Carreras. SERGIO
ENRÍQUEZ-NISTAL
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Tal y como están las cosas (tras la aprobación de la ley de ruptura), la única forma de
evitar el referéndum sería que las autoridades catalanas hicieran caso de la sentencia
del Tribunal Constitucional como en su día hizo Ibarretxe o como ocurrió en Italia
con el Gobierno del Véneto. Pero claro, esto en Cataluña es como pedirle peras al olmo;
ya han dicho claramente que son soberanos y que el TC no existe para ellos. De su parte
no cabe esperar más que llevarán a la práctica la decisión que han adoptado, y el
Gobierno tendrá que tomar las medidas que el señor Rajoy dice que tiene claras, aunque
nunca haya dicho en qué consisten, e impedirlo, porque si no lo hace, el Estado español
habría dejado de existir. Esperemos que tenga en la cartera algo más que la sentencia del
TC», dice Borrell. ¿Tragedia? «Los independentistas catalanes saben que, sea cual
fuere el resultado de la consulta, no va a tener reconocimiento ni va a servir para
nada. Forma parte de una dinámica cuyo objetivo es aumentar la tensión. Forcadell lo
ha dicho: hay que poner al Estado español contra las cuerdas hasta que use la fuerza.
Éste es su juego, buscar la reacción». ¿Votar no o abstenerse? «Los partidos
constitucionalistas han de invertir toda su energía llamando a la abstención, que nadie
caiga en la tentación de ir a votar no, porque cuanta más participación haya en un acto
ilegal, peor será. Además, nunca ese no superará al sí convocante».
Cuando se le pregunta por la falta de una oposición social organizada en contra del
secesionismo, como el resto de autores, niega la apreciación: «Siempre ha habido voces
discrepantes dentro de Cataluña. Desde el primer momento y desde el mismo ruedo,
pero no desde el tendido». ¿Bucle melancólico o pataleta fiscal? «Ni melancolía ni
pataleta. Se trata, sin duda, de un problema político crónico (el problema del reparto
del poder en España), que se ha agravado en los últimos años a consecuencia de un
tratamiento desatinado por ambas partes. No es posible afrontarlo sin la ley, pero
tampoco sólo con ella. Únicamente podrá resolverse con la ley como marco, la política
como tarea y la palabra como instrumento». Mientras estas coordenadas no se den:
«Nadie sabe cómo acabará esto».
No está de acuerdo con que el actual envite sea «un problema catalán» que tiene sus
raíces en el pujolismo y su procés de construcción nacional. «Para mí, el llamado
"problema catalán" es en realidad el "problema español"... Y existía desde mucho
antes de nacer Pujol. De hecho, se plantea cada vez que España recupera la libertad, así
al redactarse la Constitución de la Segunda República y, durante la Transición, al
redactarse la Constitución vigente».
Hay que confiar en el Gobierno democrático de España, que hará lo que tenga que
hacer, y tiene las ideas claras. El referéndum no se va a celebrar porque es ilegal y por
tanto no es necesario que los demócratas se planteen si abstenerse o votar no. Y eso vale
para todos. También para los que legítima y democráticamente son independentistas,
pero que entienden que "así no". La sociedad catalana sí está reaccionando, a pesar de la
"espiral del silencio", y merece reconocimiento por su coraje cívico, porque no es fácil,
ante la clara coerción que proviene del mundo separatista... Es muy importante saber
distinguir entre los secesionistas y el resto de ciudadanos de Cataluña que, hoy por hoy,
constituyen mayoría y necesitan la solidaridad del resto de España», afirma Piqué. «El
bucle es agotador y melancólico porque es lo que los independentistas quieren:
agotarnos y que nos rindamos. Y eso nada tiene que ver con otro debate razonable,
legítimo y federal sobre la asignación de los recursos que pagamos entre todos».
No aboga el autor por el reconocimiento de una nación de naciones, sino por «replantear
el sistema de financiación de las comunidades autónomas». En cuanto a la posibilidad
de ser a la vez nacionalista y plural, declara: «Ser nacionalista es afirmar lo propio en
contraposición a lo pretendidamente ajeno. Nada hay más antiprogresista que el
particularísimo y el pretendido y ridículo supremacismo». ¿Ha perdido fuerza y calidad
la cultura catalana en sus expresiones? «Sí, por razones obvias. Si uno se cierra en su
propia minimalidad, pierde toda capacidad de proyección exterior. El ejemplo más claro
es Barcelona. Si lo que se pretende es reducirla a ser meramente la capital de Cataluña,
pierde la mayor parte de su fuerza, que se desarrolla en relación con toda España,
Europa, el mundo».