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Marta Gerez Ambertín
COMPILADO AA

CULPA, RESPONSABILIDAD Y CASTIGO


EN EL DISCURSO JURÍDICO
Y PSICOANALÍTICO
Volumen 111

Lm LetraVnta
1 Gerez Ambertín, Marta (compiladora)
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico
Volumen 111 - 1o ed. - Buenos Aires: Letra Viva, 2009.
181 p.; 20 x 14 cm.

ISBN: 978-950-649-233-5

1. Psicoánalisis. L Título
CDD 150.195

1 COLECCIÓN
VIOLENCIA
Y SOCIEDAD
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. ~ Imagen de tapa: .
F "Orestes perseguido por las furias" de William-Adolphe Bouguereau.
•F
p © LETRA VJVA, LmRERfA Y EDITORIAL
·Q Av. Coronel Díaz 1837, (1425) Buenos Aires, Argentina
www.letraviva.elsigma.com
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1 letraviva@elsigma.com
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• Dt Primera edición: Mayo de 2009
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Impreso en Argentina - Printed in Argentina
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• Pn Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723
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de Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier
método, inclúidos la reprografia, la fotocopia y el tratamiento digital,
• Dir sin la previa y expresa autorización por escrito de los titulares del
Na¡ copyright.
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Tuc
ESTE TEXTO HA SIDO EVALUADO Y ACONSEJADA SU
PUBLICACIÓN POR LOS ESPECIALISTAS
INDICADOS A CONTINUACIÓN:

Dr. Gustavo Geirola


• Ph. D. Arizona State University, Arizona (USA).
• Chaír of the Department of Modern Languages and Literatures. Whit-
tier College- Los Ángeles (USA).
• Member of Modern Language Association of America.
• Member of Pacific Ancient and Modern Languages Association.

Dra. Lilia Maía de Morais Sales


• Máster en Derecho. Universidad Federal de Ceará (Brasil).
• Dra. en Derecho. Universidad Federal de Pernambuco (Brasil).
• Coordinadora del Programa de Posgraduación (Maestría y Doctorado)
de la Universidad de Fortaleza (Brasil).
• Evaluadora en la Funda¡;áo Cearense de Apoio ao Desenvolvimento Cientí-
fico e Tecnológico -Funcap- (Brasil).

Dr. Antonio Marquet Montiel


• Dr. en Literatura Iberoamericana. Univ. Nac. Autónoma de México.
• DEA en Literatura Francesa y Comparada. Univ. de París Jussieu
• DEA en Estudios Ibéricos. Univ. de París IV.
• Prof. Invitado en Tulane University y en Austin College. USA
• Prof. Titular. Dpto. de Humanidades. Univ. Aut. Metropolitana (Méxi-
co).

Dra. Ana María Rudge


• Dra. en Psicología Clínica.
• Coordinadora del Programa de Posgraduación en Psicología Clínica.
Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (Brasil). .
• Miembro de la Comisión de Perfeccionamiento del Personal de Nivel
Superior -CAPES- (Brasil) para la evaluación de Programas de Posgra-
duación.
Dr. Daniel Koren
• Dr. en Psicoanálisis.
• Miembro de la Société de Psychanalyse Freudienne (París).

Dr. jean-Luc Gaspard


• Dr. en Psychologie.
• Maítre de Conférences en Psychopathologie.
• Directeur Adjoint laboratoire de Pschopathologie et Clinique Psycha~
nalytique U.FR Sciences Humaines. Université Rennes 11.

Dra. Nathalie Puex


• Dra. en Antropología Social. Université París 11 Sorbonne Nouvelle.
• Investigadora de FlACSO~Argentina.
ÍNDICE

PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9
Marta Gerez Ambertín

l. EL OLVIDO DEL CRIMEN COMO


CRIMEN DEL OLVIDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Néstor Braunstein

2. CULPA Y "CASTIGO" EN SOCIEDADES VIOLENTAS . . . . . . . 39


Osear Emilio Sarrulle (h)

3. VICISITUDES DEL ACTO CRIMINAL:


ACTJNG-OUT Y PASAJE AL ACTO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Marta Gerez Ambertín

4. REPRESENTACIONES DE "PELIGROSIDAD"
EN MAGISTRADOS DEL FUERO PENAL. . . . . . . . . . . . . . . . 77
Laura Adriana Capacete

S. CULPA Y ACTO EN LA CONSTITUCIÓN


Y DESTITUCIÓN DEL SUJETO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Henrique Fígueiredo Carneiro

6. LA FICCIÓN DEL PODER . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103


Gabriela Alejandra Abad

7. LA PENA Y EL DERECHO AL CASTIGO . . . . . . . . . . . . . 115


Jorge Degano
8. SILENCIAMIENTO DE LA LEY Y ACfOS MUDOS . . . . . . . . 123
Marta Susana Medina

9. LA VIOLENCIA COMO EFECTO DE DESUBJETIVACIÓN


EN LOS DUELOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
María Elena Elmiger

10. SUBJETIVIDADYSEGREGACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . 143


Alfredo .Orlando Carol

1l. INCESTO PATERNO-FILIAL:


FUNCIÓN CLÍNICA DEL DERECHO . . . . . . . . . . . . . . . . 155
Laura Adriana Capacete

12. CRIMEN DEL ABUSO- CRIMEN DEL INCESTO . . . . . . . . 167


Marta Gerez Ambertfn
PRÓLOGO

Marta Gerez Ambertín

"Ni el crimen ni el criminal (... ) se pueden concebir


fuera de su referencia sociológica" (Lacan. 1950: 118).

Este libro recoge algunos resultados de tres investigaciones bajo mi di-


rección: a) "Representaciones sociales de Jos agentes judiciales" desarro-
llada en el Nodo Universidad Nacional de Tucumán (Fac. de Derecho) del
Programa de Áreas de Vacancia 065 de la Agencia Nacional de Promoción
Científica y Tecnológica y por eso se configura como uno de los libros de
la Colección "Violencia y Sociedad"; b) "El sujeto ante la ley: «peligrosidad»
y sufrimiento psíquico" que se continúa en e) "Práctica e interpretación
en el dispositivo judicial. Abordaje psicoanalítico", en el marco del Con-
sejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Tucumán.
Con esta nueva publicación damos continuidad a la serie Culpa, res-
ponsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico cuyos volúme-
nes !-publicado en 1999- y JI-publicado en 2005- agotaron rápidamen-
te la 1ra. y 2da. edición, lo que nos demostró el interés de los lectores en
el tema. Proseguimos el itinerario con la Editorial Letra Viva.
En esos textos dimos cuenta de nuestras indagaciones sobre el acto
delictivo: motivos, contexto y sociedad en la que ese acto se realiza, ima-
ginario social de sus espectadores y sufrimiento de las víctimas a partir del
análisis discursivo de expedientes judiciales y abordando las respuestas de
la subjetividad al crimen: culpa, castigo y/o responsabilidad.
En este nuevo volumen nos interesa responder sobre los enigmáticos
móviles que precipitan al acto criminal; qué se juega del sujeto de tal acto;
las maneras y concepciones desde las que se lo' juzga; sanciones que se le
asignan y efectos subjetivos -en victimarios y víctimas- de las mismas.
Si, como afirma Lacan, "con la ley y el crimen comenzaba el hombre",
también hoy con la ley y el crimen se sigue conviviendo. La una tienta a

9
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/1

aquello que prohíbe y ambos están arraigados en los humanos. Pero eso
no los hace seres peligrosos, sí impredecibles. Y es, quizás, lo que más in-
quieta del crimen: es impredecible, de ahí que se fabriquen tantas clasifi-
caciones, modelos y variadas predicciones para calmar las conciencias de
criminólogos y expertos psi ... aunque esas "jaulas" categoriales las más
de las veces fracasen. Ni en este, ni en ningún aspecto se logra arribar a
una ingeniería calculable de los actos humanos, menos aun de los delicti-
vos, a despecho de tantas "linvestigaciones?" que difunden los medios en
los que se habría descubierto el "gen" del amor, de la infidelidad, del de-
seo de lo ajeno, del fraude o del crimen. Sin la "referencia sociológica" a
la que alude Lacan -y muchos con él- toda "clasificación" biocomporta-
mental de los delincuentes es tan insustancial -o esperpéntica- como la
de Franc;ois J. Gallo Lombroso.
Pero la "referencia sociológica" tampoco habría de limitarse a la sim-
ple comprobación de la denominada "criminalización de la pobreza" para
la cual la respuesta de los poderes a la injusticia social es "más policía, más
cárceles, más vigilancia". El delito, las transgresiones (leves o graves), el
desprecio de las normas, la extendida anomia en las que se debaten so-
ciedades como la nuestra no pueden ser encaradas con fórmulas o con-
signas similares a las de plataformas electorales. Es preciso ahondar en los
contextos sociales en los que se produce el delito, en las maneras en que
esos contextos son cómplices, o no, de la violencia criminal, en cómo in-
cide esto en la subjetividad de los que se precipitan al crimen y, también,
en el sistema de referencias de quienes los juzgan.
No deja de interrogarnos por qué aún se sostiene tenazmente el cri-
terio de "peligrosidad". lAI servicio de qué ideología se mantiene una ca-
tegoría rechazada por la Corte lnteramericana de Derechos Humanos
y por nuestra Corte Suprema? lTal vez porque ella apacigua a muchos?
Pues, si la peligrosidad psíquica y social fueran predecibles, el crimen tam-
bién lo sería. Yana ilusión.

Este libro se desarrolla en un movimiento dialéctico donde un trabajo:


o es complemento de otro, o bien discute con él -pues aborda el mismo
tema desde una perspectiva distinta para llegar a una conclusión similar o
diferente, lo cual, indudablemente, enriquece la cuestión-.
Cada autor traza sus pentagramas y variaciones sobre los enigmas del

10
Prólogo 1 MAATA G:REZ A~a:RTiN

crimen y sus respuestas, pero los textos no configuran una melodía ar-
mónica, se plantean -por suerte- disonancias que estimulan la disputa-
tia en torno a tema tan complejo. Sin embargo, los autores conciertan en
un punto arquimediano: el sujeto del acto criminal y su contexto social.
Preocupación que no ha sido ni es privativa de los psicoanalistas, basten
como ejemplos, en nuestro país, los trabajos del jurista español Jiménez
de Asúa, gran lector de Freud y los más recientes de Enrique Marí y de
Enrique Kozicki, o en Francia de Pierre Legendre -amigo de Lacan y su
interlocutor en estos temas- en los que se insiste en la imprescindible vin-
culación de psicoanálisis y derecho.

Brevemente destacaré la cuestión nodular que sostenemos en el libro.


Mientras en el Vol. ll era la importancia de aplicar la ley en este tratamos
las formas variadas de la aplicación de la ley al crimen y las consecuencias
de esa aplicación en subjetividad y sociedad. Por esto atendemos aquí la
cuestión del poder, la violeticia y la segregación. lCómo pensar la sanción
penal operando por fuera del sistema de dominación en las sociedades
neo-capitalistas? Cada sociedad tiene sus respuestas al crimen.

El texto de Néstor Braunstein aborda E/ olvido del crimen como crimen


del olvido. Olvidar el crimen supone un crimen mayúsculo: el crimen del
olvido. Nuestra sociedad argentina no está exceptuada de esa calamidad.
Veintiseis años después del final de la más sangrienta dictadura aún no han
sido juzgados y condenados todos los responsables de una matanza que
se acompañó del slogan "El silencio (olvido) es salud".
Braunstein, lúcido estudioso del tema -al que ha destinado tres de sus
libros más recientes- profundiza en este texto sobre la memoria y el olvi-
do del crimen y las consecuencias subjetivas y sociales de ambos.

En Culpa y "castigo" en las sociedades" violentas Osear Sarrulle resalta


nuevamente el valor que tiene para el derecho penal reconocer y escu-
char al sujeto del inconsciente freudiano. Dicho esto por un ex-juez, des-
tacado profesor de Derecho Penal, avezado abogado y muy importante
autor de libros sobre derecho penal es sumamente auspicioso. Pero hay
una perla más en su texto. Una lectura atenta del mismo lleva a pregun-
tarnos sobre la eficacia de la pena en sociedades violentas como la nues-

11
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen lli

tra. Dice: "en sociedades violentas( ... ) la pena no es un instrumento pre-


cursor de la responsabilidad del autor a la vez que un mecanismo esta-
bilizador de la norma, sino un puro instrumento de dominación. (En es-
tas sociedades) la pena (constituye) un magnifico instrumento para do-
blegar al vencido". lNo es eso la pena que se pide para los menores de-
lincuentes? lNo son acaso esos menores exponentes de los "vencidos",
de los expulsados del mercado laboral (y social)? Sarrulle, que explorara
en un texto anterior la Dogmática de la culpabilidad trabaja aquí los des-
tinos de la pena según la sociedad que la aplique. Su trabajo, a la luz de
las renovadas discusiones sobre el delito en Argentina, es de una impac-
tante actualidad.

En Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto me propu-


se dar cuenta de dos movimientos límites de la subjetividad: el acting-out
y el pasaje al acto. Movimientos que no se ajustan ni a las clasificaciones
psiquiátricas, psicológicas o psicoanalíticas; ni indican que quien los realice
sea necesariamente un enfermo o enajenado mental. Esos movimientos
pueden desembocar a veces en el suicidio o el crimen. lPor qué alguien
sin trastornos psíquicos previos llega a hacer esos movimientos?
El trabajo conjunto con juristas y abogados por más de 15 años ha ge-
nerado un debate serio sobre estos actos que, efectivamente, son "mo-
vimientos límites de la subjetividad". Movimientos que cualquier ser hu-
mano puede llevar a cabo. Movimientos que comienzan a mencionarse
en los informes psiquiátricos y psicológicos, en los juicios orales y hasta
los mass-media se ocupan de ellos. Era preciso abordarlos, pero de ma-
nera tal que resultara accesible a los colegas del campo jurídico. Tenien-
do a la vista esas categorías realizo el análisis del crimen del Cabo Lor-
tie haciendo un recorte a la contribución de P. Legendre para destacar,
en ese crimen, los movimientos del aaing-out y del pasaje al acto, las sa-
lidas del sujeto de dichos movimientos y su posible recuperación, subra-
yando la función clínica del derecho. Función sobre la cual insisten varios
autores de este libro.

El texto Representaciones sociales de "peligrosidad" en los magistrados


del Fuero Penal de Laura Capacete indaga las representaciones sociales de
"peligrosidad" de los magistrados del Fuero Penal. Esas representaciones

12
Prólogo 1 MARTA GEREZ Á'1BERTÍN

se manifiestan en la manera de resolver y dictar sentencias. La autora in-


terroga las significaciones que conllevan las representaciones de sujetos
peligrosos y los modos que intervienen tales representaciones en las re-
soluciones de los jueces. A efectos de dar respuestas esclarecedoras in-
daga, por un lado, la categoría de "peligrosidad" en la teorías del derecho
penal, y luego analiza y expone los resultados surgidos de entrevistas (ce-
rradas y semidirigidas) administradas a magistrados del Fuero Penal de las
Provincias de Buenos Aires y Tucumán (Argentina).
Los trabajos de Capacete, Medina y uno de los míos, invitan a un re-
planteo de esta difícil cuestión a la que se pliegan muchos psicólogos, so-
ciólogos, asistentes sociales e incluso psicoanalistas que todavía avalan la
categoría de psicopatía, singular manera de reposicionar el mentado cri-
terio de "peligrosidad psíquica".

El texto Culpa y acto en la constitución y destitución del sujeto de Hen-


rique Figueiredo Carneiro anuda varias proposiciones en las que correla-
ciona alteridad con autoridad para diferenciar a ésta del autoritarismo ha-
ciendo hincapié -al trazar esas diferencias- en el saber vinculado a la culpa
y la ley. Demuestra que, el sujeto, se encuentra perdido ante la ausencia
de mitos y saberes que pudieran permitirle dimensionar sus actos y cul-
pas; de allí el riesgo permanente de la destitución del sujeto y de su lazo
con la ley simbólica. El imaginario, cada vez más inflacionado de: cada uno
puede hacer lo que quiera, supone una embestida al sostenimiento de la so-
ciedad y la aplicación de las leyes; por eso interesa cómo acotar esa infla-
ción. Cabe agregar que Figueiredo desarrolla -en un plano antropológico
y psicoanalítico- las ideas que Sarrulle expone desde el Derecho.

La ficción del poder -de Gabriel a Abad- teje sus variaciones en torno a
los escenarios que precisa construir el ser humano para ser tal. Ficciones
que le permiten desplegar discursos y enmascaramientos para sostenerse
en la escena del mundo. Artificios imprescindibles para velar el vacío del
abismo, de la nada y de la muerte. Artificio que, sin embargo, nunca logra
velar del todo el abismo ... y por eso la violencia irrumpe cuando no se en-
cuentran formas de representación a través de lo simbólico. Allí la escena
del mundo y del sujeto se rompen, como en el caso del crimen.
Desde la teoría de las ficciones de J. Bentham y de Lacan arriba a la

13
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

ficción del poder dando relevancia a las diferentes violencias que genera el
neo-capitalismo por la ruptura de los escenarios simbólicos y las creen-
cias. En este sentido, el texto de Abad insiste -desde otro ángulo- en las
variaciones desplegadas por Gerez Ambertín y Figueiredo: sin el sosteni-
miento de las escenas simbólicas el sujeto corre severos riesgos, tan se-
veros como el pasaje al acto criminal.

A ese tema también contribuye Si/enciamiento de la ley y actos mudos


de Marta Susana Medina cuando destaca que, empobrecida la función sim-
bólica de la ley,' brotan en nuestras sociedades actos mudos y violentos
que estallan contra cuerpos cada vez más deshumanizados. Actos deses-
perados con los que se intenta escapar de la angustia. Se centra en tra-
bajar los pasaje al acto y acting-out que pueden desembocar en el crimen
en sus más diversas manifestaciones.

En La Pena y el derecho al castigo Jorge Degano enfatiza la relación en-


tre la pena y el derecho al castigo. Considera que el castigo no puede es-
tar por fuera de la significación que el sujeto le otorga ya que, de ocurrir
esto, su valor sólo queda tributado al poder y a su control antes que a la
operación de resignificación y subjetivación del acto. Es esto lo que abre
la perspectiva hacia una posible función reparadora de la pena. La pena y
el sujeto en ese punto tienen una convivencia problemática y disarmóni-
ca que no se soluciona simplemente con una política criminal que insista
en las propuestas de incremento de los aparatos de sanción penal. Es es-
cuchando esa disarmonía, y al sujeto del acto, como podrán hacerse in-
tervenciones reparadoras de la subjetividad.

En La violencia como efecto de la desubjetivación en /os duelos María Ele-


na Elmiger vincula la violencia y el efecto de desubjetivación que produ-
cen los duelos no tramitados, esto es, los duelos que el sujeto o los pue-
blos no pueden inscribir en su pentagrama simbólico-imaginario. Historiar
y apropiarse de esos duelos implica significar y contabilizar las faltas para
restituir el tejido simbólico que ha sido desgarrado por la violencia.
Elmiger hace una nueva vuelta de tuerca al texto de N. Braunstein so-
bre El olvido del crimen como crimen del olvido. La "negación de los duelos"
produce un efecto de desubjetivación, incita a la violencia del acting-out o

14
Prólogo 1 MARTA GEREZ kBERTÍN

el pasaje al acto: niños que torturan a otros niños; adolescentes o jóvenes


que se matan entre ellos en una balacera desarrollada casi como un juego,
eso que se conoce como crímenes inmotivados y que, empero, tiene su es-
tofa en la negación de la muerte, el rechazo del duelo y sus rituales.
Elmiger demuestra las consecuencias funestas de la "negación de los
duelos" en la subjetividad y la sociedad, pero también, cómo algunos apos-
taron a la dignidad del duelo -sin caer en la venganza asesina- merced a una
pertinaz apuesta a la memoria. La larga cadena de males -como en la saga
griega- acabará cuando se recupere la memoria y la 'justicia se imponga.

En Subjetividad y segregación Alfredo Caro! prosigue, desde otro án-


gulo, con esta cuestión y traza una relación entre los aspectos subjetivos
y los políticos al considerar la sobredeterminación de los discursos en la
constitución subjetiva para lo cual hace hincapié no sólo en la transmisión
de la ley que regula los lazos sociales y las subjetividades, sino también la
transmisión genealógica de la historia. La transmisión de la ley es un acto
jurídico, social y político. La desaplicación de la ley maquinada desde el
Estado hace de todo sujeto un ciudadano en riesgo de ser excluido me-
diante procesos de segregación. La segregación -de especial cercanía a
la insistente búsqueda de "peligrosos", "anormales", "borderlaines"- es
parte de un dispositivo que trabaja para librar a la estructura social de la
responsabilidad por los males de nuestras sociedades.

En Incesto paterno filial: función clínica del derecho Laura Capacete de-
muestra la importancia de coordinar las intervenciones clínicas con las ju-
rídicas en los casos de incesto paterno-filial y los procedimientos efecti-
vos en las que tal coordinación puede llevarse a cabo. Para ejemplificarlo
presenta dos interesantes casos clínicos: en uno se logra esa articulación
lo que genera efectos reparadores y pacificantes en la víctima; en otro,
por el contrario, al desarticularse la intervención clínica de la jurídica una
joven queda expuesta a transitar destinos sacrificiales -como el odio y
venganza- de nefastas consecuencias para su vida.

En esa línea, pero desde otra arista del tema, trato en Crimen del abu-
so ... crimen del incesto el delito de abuso sexual intrafamiliar: uno de los
más encubiertos en nuestra sociedad. Crimen en el que tropezamos con

15
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

un tenaz silenciamiento y complicidad -consciente o inconsciente- con


el abusador, sobre todo del entorno familiar y social, pero también, mu-
chas veces desde el lado de la víctima. Sólo el quebrantamiento del silen-
cio puede abrir las puertas a la imprescindible intervención psi-jurídica.
Pero, para lograrlo, es preciso escuchar cuidadosamente a los niños abu-
sados que se permiten, cada uno a su manera, enviar señales de las de-
gradaciones a las que son sometidos por sus seres más "queridos". Una
de las más catastróficas formas de segregación es no dar crédito a las pa-
labras de los niños, poner en duda sus dichos. El campo jurídico precisa
estar preparado 'para escucharlos y para intervenir coordinadamente al
campo "psi" allí donde es necesario. Con Capacete coincidimos en que,
en los casos de abuso sexual intrafamiliar, es imprescindible la intervención
clínica y jurídica conjuntamente. La una sin la otra no logra resultados re-
paradores del ultraje en la subjetividad de un niño. Sólo una intervención
coordinada puede pretender reparar la subjetividad dañada.

Hacia el momento de concluir es preciso destacar los enigmas que dis-


curren por todos los capítulos de este libro: sus autores coinciden en que
es preciso dar preeminencia al sujeto del acto delictivo y en que es la in-
tervención jurídica la instancia necesaria para el mantenimiento de la ley
y del lazo social. Pero, no desconocemos que si la sanción penal puede
dejar como saldo la función clínica del derecho -esto es, el efecto restau-
rador de subjetividad y tejido social-, también puede ser un instrumento
de dominación para doblegar al "diferente" ubicado, en tal caso, bajo la
categoría de "peligroso". De allí que resulten de tanto interés las repre-
sentaciones sociales de quienes integran los dispositivos del ius punien-
di. El discurso jurídico contiene todo un sistema de saber y, como afir-
ma Foucault, "detrás de todo saber o conocimiento lo que está en juego
es una lucha de poder. El poder político no está ausente del saber, por el
contrario, está tramado con éste" ( 1986:59).

Ref. Bibliográficas

Lacan, Jacques ( 1950) Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en crimi-
nología. En Escritos l. Bs.As.: Siglo XXI, 13° ed. 1985.
Foucault, Michel ( 1986) La verdad y las formas jurídicas. México: Gedisa, 2• ed.

16
EL OLVIDO DEL CRIMEN COMO
CRIMEN DEL OLVIDO

Néstor A Braunstein

'Who is that can te// me who 1 am?' King Lear, acto 1,


ese. 4, l. 250.

Son curiosos el origen y el destino de la palabra "crimen".Antes de lle-


gar al latín (crimen, criminis), ella residía en Grecia, donde el verbo 'Kpt~tE',
en un principio, significaba "separar; cribar, escoger (el buen grano)" y lue-
go, metafór,icamente, se transformó en "discernir; distinguir, interpretar;
juzgar", es decir que pasó de ser el nombre de una acción del agricultor
a significar una operación mental. De ese verbo krimé derivó el sustanti-
vo 'Kpt~E' que designa a aquello que es sometido a juicio. Llevada por las
brisas de esa extraña metonimia, y ya en el latín del derecho romano, el
crimen pasó a ser la transgresión que era objeto del proceso judicial, de
la causa penal. Emergía así la significación de "crimen" como "acusación"
relativa a una infracción o fechoría que es juzgada por tribunales. Gradual-
mente se fueron perdiendo los sentidos originales relacionados con "cer-
nir" y "discernir" y quedó sólo, como extraño derivado, el de imputación,
confundida, según dijimos, con la transgresión, con el acto delictivo mis-
mo. El crimen, que era un juicio interpretativo acerca de la acción, pasó
a ser lo é¡ue motivaba el juicio, el acto en tanto que contravención puni-
ble de acuerdo a los códigos. El sentido original, de todos modos, persis-
te hasta hoy en vocablos como "discriminar" que es "discernir", mien-
tras que "recriminar" e "incriminar" significan "acusar".
En nuestras lenguas contemporáneas se ha esfumado el sentido primi-
genio de crimen -nos hemos "olvidado" de él- y sólo subsiste el segun-
do, el de un acto cometido contra la ley o la omisión del cumplimiento

17
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/1

de algo que la ley prescribe como obligatorio. Hoy por hoy es una "fal-
ta" que hace a su autor pasible de un juicio penal, un criminal si es consi-
derado culpable. En español y en francés el sentido se restringe más aun,
pues sólo se califica de crimen al delito grave contra la moral o la ley y,
en el sentido más difundido, es sinónimo de asesinato. Lo criminal califica
también, de modo hiperbólico, a ciertos actos inexcusables aunque legí-
timos, como en las expresiones "es criminal gastar así el dinero" o "es un
crimen apoyar a un gobernante (tan) corrupto". En las lenguas roman-
ces es el vocablo delito ('delictum', de donde: "delincuente", delinquent)
el que estrictamente corresponde al acto ilícito que castigan los códigos y
reglamentos. Falta por decir que el crimen tiene como correlato a la cul-
pa, sea ella aplicada por una autoridad exterior, sea ella vivida por el suje-
to como sentimiento de culpabilidad -o las dos a la vez.

Bien sabemos que Freud experimentaba una extraña perplejidad al


constatar, en la clínica, que había "sentimientos inconscientes de culpa" y
que ellos, casi siempre, correspondían a acciones punibles que el sujeto
no había cometido aunque, eso sí, hubiera deseado ejecutar. (Casi) nadie
mata al padre en lo real, pero el sentimiento edípico de culpa por el pa-
rricidio imaginario o simbólico es, según parece, universal. De ese crimen,
el crimen de desear, no hay memoria y, por eso mismo, paradójicamen-
te, tampoco puede haber olvido. El deseo del crimen se convierte en el
crimen imprescriptible del deseo. Llamaba la atención de Freud que las
personas más virtuosas eran precisamente aquellas que sufrían las acu-
saciones más severas por parte del superyó mientras que los auténticos
criminales eran relativamente inmunes a los sentimientos candentes de
culpabilidad. En el nivel inconsciente, sin embargo, todo crimen es casti-
gado y múltiples figuras dan cuenta de esa realidad clínica: la compulsión
de confesar, el fracaso como consecuencia del éxito, el corazón delator
de Poe, las manos de Lady Macbeth, el suicidio de Svidrigáilov en Crimen
y castigo o el de Stavroguin en Los poseídos, los suicidios después del adul-
terio de Anna Karenina o Emma Bovary.

No hay crimen sin criminal, esto es, alguien que pueda ser acusado y
procesado por sus acciones. El criminal es una persona en el sentido jurí-
dico del término, es decir que el concepto puede aplicarse tanto a un su-

18
El olvido del crimen como crimen del olvido J NéSTOR A BAAUNSTEIN

jeto como a instituciones; es por ello válido hablar de "crímenes de Esta-


do" o "crímenes de la Iglesia". Criminal es aquel que puede ser incrimi-
nado, a quien se considera 'responsable' y que debe rendir cuentas por
su delito pues, en principio, pudo no haberlo cometido. De alguna mane-
ra, la noción de "crimen" supone la imputabilidad del autor por una elec-
ción no forzada. El crimen, al margen de sus variables determinaciones y
de la siempre discutible participación del inconsciente, es una decisión de
alguien que debe hacerse responsable por el acto y por sus consecuen-
cias. La criminalidad es correlativa de la subjetividad.

En la perspectiva de una ciencia de la vida humana resulta anate-


ma la reducción del crimen o la del criminal a una fundamentación "ani-
mal", "atávica" o "instintiva": "Se reivindica-en cuanto al fenómeno mis-
mo del crimen- la autonomía de una experiencia irreductiblemente sub-
jetiva" (ll. La "ferocidad" no es una característica de las fieras. La cruel-
dad, en el decir de Lacan, implica la humanidad, pues es a un semejante
a quien ella apunta, aun cuando la acción recaiga en un ser de otra espe-
cie. Sin el lenguaje, empeñado en extender sus categorías antropomórfi-
cas, el gato no sería cruel con el ratón (maula el uno, mísero el otro, se-
gún dice el tango).

Una vez señalada la dimensión subjetiva, cabe poner énfasis en la di-


mensión temporal del crimen: fue cometido en un tiempo anterior, es
juzgado en el presente y de ello deriva una pena que habrá de cumplirse
en el futuro, sancionando así la continua responsabilidad del sujeto por
su acto. Se presupone que la persona autora del crimen pasado es la mis-
ma que cumplirá en el futuro con la sentencia que la castiga. La noción
de identidad personal, fundada en la persistencia del cuerpo y del nom-
bre a lo largo del tiempo y a pesar de. cualquiera de los cambios que ad-
vienen con el correr de los años, es el fundamento de la noción de res-
ponsabilidad penal. El peor error que podría cometer el juez es castigar
a alguien por el delito que otro cometió. Debe, antes que nada, probar-
se la identidad de los dos, el criminal y el reo, para que la pena sea efecti-
va. La presencia física o la "autoría intelectual" del criminal, ratificada por
una demostración inequívoca de la participación del cuerpo y de la única
persona que está autorizada para llevar esos documentos de identidad,

19
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

es la condición de la imputabilidad. Ese que él fue en el pasado es el mis-


mo (ídem, idéntico) a quien se juzgará.

El transgresor de la ley no puede pretextar que "olvidó" su acción de-


lictiva o que la realizó "inconscientemente", aun cuando pudiese alegar
que, en ese momento, "no era dueño de sus actos" y aun cuando el juez
pudiese tomar en cuenta el argumento como circunstancia atenuante. El
juez, por su parte, debe recurrir a una demostración histórica, a una es-
critura de la "memoria" que se tiene tanto del crimen como de su autor.
El crimen no e~ tal sin una narración pormenorizada del mismo. El deli-
to, en principio, debe siempre ser juzgado, sea después de una denuncia,
sea "de oficio" (sí es que la denuncia falta), sea a partir de una autoíncri-
minación por parte del responsable. No hay crimen sin una memoria co-
herente, preferentemente documentada por escrito y debidamente ar-
chivada de los acontecimientos sometidos a juicio.

Con relación al delito cabe la prescripción, al cabo de un cierto perío-


do que la ley misma fija, pero no cabe el olvido. "Olvidar" equivale a una
anulación retroactiva de la transgresión, es una suerte de desmentida del
hecho, y, por lo tanto, constituye una omisión por parte del sistema de
justicia. Nadie tiene derecho a olvidar el crimen: ni el autor ni el encar-
gado de aplicar la ley. El olvido del crimen es, desde ya y en este primer
sentido, un crimen de olvido, El crimen podrá, eventualmente, ser per-
donado, y el criminal quedar absuelto, pero, en tanto que delito, no pue-
de ser olvidado. Más aun, será tenido en cuenta y recordado como con-
dición agravante en caso de reincidencia.

La memoria del crimen debe ser imborrable. La historia de los delitos


es, sin duda, más fácil de reconstruir que la historia de las buenas acciones.
Los archivos de los primeros son más completos y confiables.
Eventualmente, el poder público puede conceder una amnistía, es de-
cir, puede disponer la suspensión de las sanciones penales. La ley puede sus-
penderse a sí misma y ello equivale a un perdón del crimen, pero se tendrá
presente que la amnistía no es la amnesia, no es la borradura del recuerdo
del crimen. Por más que la etimología ligue !os dos términos, amnistiar no
es "amnesiar". El indulto se aplica a los culpables, no a los inocentes. Es co-

20
El olvido del crimen como crimen del olvido l NÉSTOR A BRAUNSTEIN

mún que los supuestos "beneficiarios" se opongan a las "amnistías" otorga-


das desde las cumbres del poder; ellos entienden que esa supuesta indulgen-
cia es una ratificación de las sentencias condenatorias previas. El inocente no
pide la amnistía sino la reparación de la injusticia cometida con él.

El delincuente no está obligado a recordar el crimen, aunque la autori-


dad aspire siempre a conseguir de él la confesión que era, antaño, "la rei-
na" de las pruebas. La "memoria" de la participación del sujeto puede ob-
jetivarse desde hace mucho con huellas dactilares y, hoy en día, median-
te grabaciones, pruebas de ADN, etc. La confesión es la narración, auto-
biográfica, podríamos decir, de los detalles del acto crhninal. El aparato
de la "justicia" reúne los datos objetivos que comprueban la falta, se los
recuerda al criminal durante la instrucción del proceso y continúa recor-
dándole esa falta mediante la condena impuesta. El reo puede aceptar su
delito y asumir la penitencia como justa o puede, cosa muy común, negar
los hechos, justificarlos y absolverse a sí mismo a despecho de la senten-
cia. Los psicoanalistas sabemos que la denegación es la más socorrida de
las formas de la confesión. Ya Lacan observaba, en su comunicación sobre
las funciones del psicoanálisis en criminología ( 1950, cit.), influido sin duda
por Sartre, que la forma más característica de la expresión de un sujeto
en la sociedad occidental es la protesta de inocencia y que, para conocer
el alcance verdadero de las intenciones del sujeto hay un obstáculo pri-
mero, enorme, difícil de salvar, que es el de la "sinceridad". El yo, acusa-
do por instancias exteriores a él, tiende espontáneamente a olvidar, a jus-
tificar, a desmentir el crimen y, siempre que es posible, a descargar la res-
ponsabilidad en las espaldas del Otro. La organización del aparato judicial
y la visible tendencia de la sociedad contemporánea a la reglamentación
de la vida hace cada vez más conveniente adoptar la posición de la vícti-
ma. Esta orientación creciente de las mujeres y de los hombres hacia Jos
tribunales de justicia, hace que cada úno sea un culpable potencial frente
a la demanda que en cualquier momento puede venir del Otro. Cada uno
tiene hoy que vivir probando su inocencia; es el tema del libro de Pascal
Bruckner: La tentación de la inocencia <2>. Si todos somos virtuales acusa-
dos, conviene siempre hallar otro que sea más culpable que uno. ¿y si los
jueces se juzgasen a sí mismos, porque en esto todos somos émulos de
Hamlet, cuál de ellos se salvaría de ser azotado (3l?

21
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

Para las bellas almas es conveniente recordar y dejar constancia de las


ofensas recibidas porque apoyan las alegaciones de la propia inocencia y
alivian cualquier culpabilidad. La desmemoria y el olvido del sujeto con
respecto a sus propias acciones, el recuerdo implacable de las faltas del
otro, sirven bien como antídotos de la culpa. Diríamos, con Sartre, que
el olvido y la denegación del crimen como expresión de la libertad, la li~
bertad para infringir la ley, manifiestan la mala fe (mauvaise foi), esa mala
fe que se caracteriza tanto por la "sinceridad" como por el rechazo a re~
conocer ante sí mismo lo que uno en realidad es (4l. La "mala fe" sartrea~
na es heredera del "alma bella" de Hegel. "Yo no sé, yo no supe, lqué
quieren de mí? ¿y no toman en cuenta lo que el Otro me hizo? ¿No es él
quien debiera estar ante los tribunales?" En una sociedad de fiscales (pro~
secutors), la maldición del Alzheimer podría erigirse como figura de la sal~
vación. Todo acusado tiende espontáneamente a la autoabsolución: niega
el crimen, no recuerda lo que no le conviene, niega el derecho del otro a
juzgarlo, encuentra argumentos atenuantes, proyecta su culpa sobre al~
gún otro, en suma, es "sincero".
'i\sí, pues, la estructura esencial de la sinceridad no difiere de la mala
fe puesto que el hombre sincero se constituye a sí mismo como lo que
él es con el {In de no serlo. Se explica así la verdad, reconocida por todos,
de que se puede caer en la mala fe siendo sincero" (Sartre, cit., destaca~
dos de Sartre mismo).

El olvido del crimen, naturalmente el del Otro, pues, como estamos


viendo, no hay crimen para su autor, es un crimen de olvido. Para no in~
currir en ese crimen la justicia tiene que recordar castigando. El deber
de guardar la memoria no puede imponerse al criminal. Recordar es una
prerrogativa de la víctima, eventualmente de sus socios y de sus deseen~
dientes que pueden optar por la incriminación o por el perdón y el olvi-
do. El registro del crimen en un expediente es un imperativo para la jus~
ticia que, se supone, tiene que actuar como intermediario imparcial en-
tre el delincuente y la parte agraviada.

Hay víctimas que no podrían olvidar aun cuando se lo propusiesen: por


una parte, los muertos, puesto que no tienen memoria que perder, por
otra, los que sufrieron las sevicias de un torturador y a quienes la com-

22
El olvido del crimen como crimen del olvido / NésroR A BRAUNST8N

pulsión de repetición devuelve,una y otra vez a las playas de una mortifi-


cación que no acaba de entrar en el pasado y, finalmente, los que han es-
cuchado el relato de la pasión de sus ancestros, dando a la palabra pasión
su sentido escatológico. En cuanto a los crímenes comunitarios, cuyo pa-
radigma es la Shoah, el deber de recordar recae sobre la comunidad que
se encarga de dar forma narrativa al pasado, de archivarlo en libros, en
museos, en monumentos, de documentar la iniquidad de los victimarios.
No faltan quienes profesan y preconizan las virtudes terapéuticas del ol-
vido y las oponen a la virulencia deletérea del rencor. lCómo dosificar la
memoria y el olvido del pasado criminal del Otro, de su goce malsano del
que fuimos el objeto?

"El pasado tiene necesidad de que se lo ayude, que se lo recuerde a


los olvidadizos, a los frívolos y a los indiferentes, que nuestras celebracio-
nes lo protejan incesantemente de la nada o, por lo menos, que retrasen
el no-ser al que está consagrado; el pasado necesita que uno se reúna de
modo expreso para conmemorarlo, pues el pasado requiere de nuestra
memoria... No, la lucha no es pareja entre la marea irresistible del olvido
que, a la larga, todo lo inunda, y las protestas desesperadas pero intermi-
tentes de la memoria. Al recomendar el olvido, los que profesan el per-
dón nos recomiendan algo que no necesita ser aconsejado: los olvidadi-
zos por sí mismos se encargarán de eso" <5l.

Vladimir Jankélévitch se pregunta también por las condiciones para el


perdón (no el olvido) del crimen y dice que él es posible cuando el verdu-
go formula una auténtica declaración de contrición y propone modos de
reparación de la falta. Sin embargo, en relación con el crimen augusto de
la Shoah, constata que nadie ha pedido verdaderamente perdón, que todo
lo que se escucha son negaciones, e':<plicaciones, alegatos acerca del de-
ber de obedecer o del desconocimiento de lo que sucedía <6l. Y, más aun,
se oyen estruendosos silencios. No se ha visto a verdugos que hayan pen-
sado en la posibilidad del arrepentimiento como vía hacia la indulgencia.
En ~1 clásico decir de Nietzsche {7), en la lucha entre el Orgullo y la Me-
moria, siempre es la Memoria la que cede. El perdón del genocidio y, en
general, de los crímenes contra la humanidad, es imposible. La memoria
es acusadora implacable y la exigencia del castigo es imprescriptible. El

23
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

argumento es éste: hay que castigar para conservar la memoria del holo-
causto. No importan los años transcurridos, ni la edad ni la enfermedad
de los comandantes de los campos, del ya finado general Pinochet o de
sus congéneres argentinos. No enjuiciar sus crímenes y dejarlos retirarse
perdiéndose en el pacífico silencio de sus hogares es cometer un crimen,
un crimen de olvido. Hacer justicia es el modo, el único, para remediar la
injusticia, por más que el acto de justicia, por severa que ella fuese, es in-
conmensurable con la magnitud del crimen. El acto de justicia emanado
de un juicio público es una conmemoración, una restauración en la me-
moria colectiva de lo que sucedió en una noche de la historia.

El otro argumento de Jankélévitch es aún más categórico: hay crímenes


que no se pueden perdonar porque sólo las víctimas podrían disculpar y las
víctimas han sido reducidas al silencio por el crimen mismo. Su desaparición
hace que el perdón sea imposible. No cabe el indulto por interpósita perso-
na: nadie tiene el derecho a perdonar en nombre de la víctima. No hay per- ·
dón posible por la falta de alguien éticamente autorizado para concederlo.
Por eso es terminante: "Olvidar este crimen gigantesco contra la humani-
dad sería un nuevo crimen contra el género humano" (cit., p. 25).

¿y por qué no perdonar y olvidar? Un chiste, que se atribuye a la pro-


verbial madre judía, dice que ella es capaz de perdonar y de olvidar, pero
que no es capaz de olvidar que perdonó. El perdón, para ser auténtico,
debería acompañarse con el olvido. En otro sarcasmo del mismo tenor la
víctima del maltrato dice: "He perdonado a todos los que me han ofen-
dido ... aquí está la lista, pueden leerla". Y, finalmente, fuera de chiste y
ya en la esfera filosófica, escuchamos nuevamente la voz de Nietzsche (Bl
hablando ahora de las "Virtudes peligrosas": "Es alguien que nada olvida
pero que todo lo perdona -por lo tanto, será odiado doblemente porque
doblemente avergüenza- con su memoria y con su magnanimidad". Ten-
gamos en cuenta la advertencia: es el odio y no el cariño la cosecha reco-
gida por quien comete el crimen de perdonar. El perdón, cuando se con-
serva el recuerdo, es caridad y, bien sabemos, tanto quien brinda como
quien recibe la caridad queda expuesto a los contragolpes agresivos que
ella engendra. Pocas cosas son más peligrosas que una indulgencia judicial
no solicitada o inmerecida. La deuda y la culpa, especialmente si no son

24
El olvido del crimen como crimen del olvido 1 NÉSTO!\ A. BRAUNSTEIN

reconocidas, dan pie a la hostilidad. Alguien decía de alguien: "No com-


prendo por qué me odia... si ni siquiera lo he ayudado".

El crimen no puede ser olvidado. El Otro, cuyo discurso es el incons-


ciente, no olvida. Y nosotros somos, en este punto, el Otro del criminal;
tampoco nosotros estamos habilitados para olvidar aunque, quizás, a ve-
ces, sí a perdonar. El olvid~?, a diferencia de la memoria, no puede ser bus-
cado; el olvido sobreviene: no es un "error" de la conciencia ni una pifia
de la memoria, aunque habitualmente se tienda a considerarlo así. El an-
ciano Kant, con sus facultades ya debilitadas, creyó hab~r sido maltrata-
do por su antiguo criado, Lampe. El recuerdo de su sirviente lo asediaba
y comenzó a escribir pequeños billetes en donde se leía: "Debo olvidar
a Lampe". Nada podía mantener mejor encendida la luz de esa lámpara
en su memoria que la consigna de olvidar <9l. Todos sabemos lo grotesco
que resulta el que, al escuchar el relato de nuestra decepción o nuestra
pérdida, nos dice: "Oivídalo".

En las cosmogonías occidentales, tanto de la religión monoteísta como


del psicoanálisis, en el principio fue el Crimen: pecado original o parri-
cidio del jefe de la horda. La vida exiliada del paraíso, la erección del tó-
tem, la religión, el estado y las instituciones en general son las consecuen-
cias que conmemoran el crimen fundador. Sabemos que para el judaís-
mo, tal como lo expresa Yerushalmi, nada es más condenable que el ol-
vido. Vale como una condena a muerte: "En toda la biblia hebrea se hace
oír el terror al olvido; ... es el pecado cardinal del que derivarán todos los
demás". El hebraísta refrenda su dictamen con citas del Deuteronomio
(VIII, 11 y 19): "Guárdate bien de olvidarte de Yahvé, tu Dios, dejando
de observar sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos ... Si, olvidán-
dote de Yahvé, llegaras a ir tras otros dioses y les sirvieras y te proster-
naras ante ellos, yo doy testimonio hoy contra vosotros de que con toda
certeza pereceréis" (Jo).

Es impensable el olvido por parte de un pueblo o de una congrega-


ción cuando la amenaza de muerte por el crimen de olvidar ha sido per-
cutida sin pausas ni tregua a lo largo de las generaciones. Así, en los tres
monoteísmos.

25
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

La memoria requiere de archivos y de soportes escritos y orales del


pasado mítico o histórico, "mitistórico", pues nunca es posible determi-
nar las fronteras entre esas dos dimensiones de la narración. Sobra recor-
dar aquí el prominente lugar político que se otorga al guardián del archi-
vo, el arconte, que, apropiándose de la tradición y de la memoria colec-
tiva, decide lo que se preservará y lo que caerá en el olvido, lo que será
oficial y lo que resultará afectado por la censura, la selección de los datos
y la deformación de los relatos para poder infiltrarlos con los silicones del
sentido y la coherencia.
Decidir sobre lo memorable es una de las formas más claras y efecti-
vas del ejercicio del poder.
Sobrados son los casos en los cuales el criminal resulta serlo de modo
retroactivo. No es infrecuente que las contingentes "necesidades" de la
historia presente hagan recaer su peso sobre figuras del pasado. Hernán
Cortés fue venerado durante los siglos en que la historia de México se es-
cribía desde la perspectiva española: él era el fundador de la nación. Con
la independencia y, más aun, con la revolución mexicana y la adopción de
una ideología falsamente indigenista, pasó a ser un asesino de manos en-
sangrentadas y, después de Auschwitz, se vio convertido en "genocida".
Ya en nuestros tiempos, con el advenimiento de las políticas liberales y la
globalización financiera, vuelve a ser un adelantado de la civilización, así
como su compañera india, la Malinche, pasa de traidora a fundadora de
una nueva raza y predecesora del México actual. El crimen depende del
juez y de sus inclinaciones momentáneas.

Casos tan diferentes entre sí como los de Wagner y Nietzsche cono-


cieron el común destino de una condena retroactiva a partir del uso que
hicieron de sus figuras los jerarcas del Tercer Reich. Wagner era un anti-
semita y un personaje absolutamente deleznable <11 l, pero su música, sin
la cual la de Schonberg no hubiera sido posible, puede ser calificada de
excelsa (no es necesario estar de acuerdo con esta opinión estética, pero
no se puede discutir que la música de hoy no sería lo que es sin sus apor-
taciones al arte de la composición). De todos modos, esa música, a la que
ningún judío hubiera descalificado por las posiciones racistas de su autor
antes de 1933, es objeto de una prohibición oficial en el Estado de Israel.
La filosofía y la persona de Nietzsche no son imputables políticamente,

26
El olvido del crimen como crimen del olvido / N moR A. BRAur-.:STEIN

aunque se pueda disentir y hasta violentamente con un filósofo que se en-


frentó a martillazos con todas las tradiciones del pensamiento occiden-
tal ' 12l. De todos modos, tergiversaciones y malas interpretaciones me-
diante, el régimen nazi aprovechó, sacando de contexto, ciertas palabras
presentes en sus textos e hizo de él un precursor de su abyecta justifica-
ción de la violencia y de la arrogancia destructiva. Los nombres de Cor-
tés, Wagner y Nietzsche sirven para ilustrar este destino, nada infrecuen-
te, de los criminales apres-coup, acusados por su futuro. Se entiende la ló-
gica de quienes los incriminan: la memoria anula las distancias temporales
e instala una sincronía; es como si Wagner y Nietzsche. hubiesen estado
presentes y hubiesen apoyado las atrocidades de quienes hablaron en su
nombre. Sus obras son juzgadas a partir de los canallas que las tomaron
como referencia: su memoria y sus obras resultaron contaminadas por el
imprevisible fluir de la historia. Para algunos son criminales en el presen-
te: lse los seguirá considerando así en el futuro?

Hemos hablado del horror al olvido en la tradición judía. En continui-


dad con él, cabe subrayar que también la gracia cristiana del pecad? ori-
ginal de la humanidad exige la memoria permanente y el reconocimiento
de la deuda contraída con el Redentor. Recordemos que el mensaje de
fa redención es confiado a una obra de la memoria; así se consigna en el
acta de fundación del cristianismo institucional: "Tomó el pan, lo partió y
dijo: «Esto es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en memoria
mía». Y asimismo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: «Este es el
cáliz de la nueva alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, haced esto
en memoria mía»" (l 3l. La misa, ritual fundamental en todas las formas del
cristianismo, es puesta en acto de la memoria, obediencia al mandamiento
de no olvidar el crimen cometido sobre Aquel que vino a redimir a la hu-
manidad de su crimen colectivo e in9eleble, el de los primeros padres. El
mayor de los pecados, para un cristiano, consiste en permitir que la me-
moria desfallezca al punto de olvidar el sacrificio de Cristo.
El cristianismo revela, con claridad deslumbrante, razones adicionales
para considerar la criminalidad del olvido. Ilustraremos el punto con una
referencia musical. La primera obra sinfónica de Olivier Messiaen, estre-
nada cuando el compositor tenía 22 años, se llama Les offrandes oub/iées.
El breve poema que inspira esta música, escrito por el propio Messiaen,

27
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoonalítico. Volumen 111

comienza por evocar la sangre de Cristo que se derrama desde la cruz,


dando prueba, con sus brazos extendidos y con su tristeza mortal, de su
infinito amor por nosotros. Su sangre es una ofrenda sacrificial que cul-
pablemente olvidamos al proseguir nuestra carrera desenfrenada bus-
cando la saciedad de nuestros apetitos terrenales y cayendo en el peca-
do como en un sepulcro. De esa muerte, que nosotros mismos nos in-
fligimos con nuestra concupiscencia, somos rescatados por el pan de la
vida y del amor que de Él recibimos y que, nuevamente, olvidamos. El ol-
vido es -para Messiaen como para la cristiandad toda- un crimen porque
el don debe ser correspondido. El regalo es una obligación para quien lo
recibe (Mauss) pues no puede caer en la ingratitud. Somos culpables de
haber olvidado el sacrificio que se ha hecho por nosotros para absolver-
nos del crimen de nuestros padres, ese crimen que no hemos perpetra-
do y cuya absolución nunca hemos pedido en un juicio en el que pudiéra-
mos alegar nuestra inocencia. La condena cae sin la interposición de abo-
gádos defensores y sin apelación posible. Somos, de todos modos, ingra-
tos, y nos hacemos los desentendidos ante nuestro deber de reparar y de
retribuir el regalo recibido. La memoria ("haced esto en memoria mía")
nos hace deudores y culpables (schuldig). La deuda hacia el redentor es
una obligación que nunca redime. La renuncia al pecado, al goce pulsio-
nal, es el pago que deberíamos entregar para corresponder a la ofren-
da recibida. Si no abonamos con una dura cuota de renuncias encontra-
mos otro goce, el goce de la culpa, que no es sino la otra cara del goce
de la transgresión.

La memoria, se dice y reitera, debe ser conservada por muchas ra-


zones. Primero, para evitar la repetición, como si la historia pudiese re-
petirse dos veces de la misma manera o con los mismos protagonistas,
como si los descendientes de los judíos europeos que fueron encerrados
en guetos y campos de concentración no pudiesen encerrar en guetos y
campos de concentración a los palestinos, como si la memoria no fuese
usada, como en este caso, a modo de argumento en favor de esa repeti-
ción que se pretendería evitar, como si la memoria no fuese, en sí, repe-
tición, como si la memoria no sirviese para eternizar el goce sacrificial de
las víctimas, como si la identificación imaginaria con el cordero no perpe-
tuase el gesto asesino del carnicero. Este argumento del goce en el mo-

28
El olvido del crimen como crimen del olvido 1 NÉSTOR A BRAUNSTEIN

mento del sacrificio y de la fascinación por la entrega a dioses oscuros es


peligroso: podría funcionar como una velada absolución del verdugo y una
condena de sus víctimas ("se lo buscaron"), podría resultar en una dupli-
cación del crimen del que ellas fueron objeto. No sólo implicaría la con-
dena de los inocentes; acarrearía también la negación de su sufrimiento
infinito, de la mayor injusticia que registra la historia de la humanidad, de
la más abominable de las empresas concebidas jamás por el poder polí-
tico. Pero el peligro de la confusión no debe confundir sobre el peligro
que conlleva la ignorancia de la duplicidad del goce, de la complementa-
riedad entre el goce del sujeto y el goce del Otro. La ignorancia de que,
digan lo que digan, uno no puede ser responsable del goce del Otro pero
siempre es responsable de su propio goce.
Las aspiraciones -aun las más legítimamente fundadas- a ocupar el fu-
gar reclamado de la víctima que puede exigir la reparación por el daño in-
fligido, deben, a su vez, ser consideradas más allá de toda tentación de ma-
niqueísmo. El reconocimiento del goce sacrificial de las víctimas no puede
funcionar, insistimos e insistiremos siempre, como exculpación del Otro
sanguinario ni como preconización del indulto, mucho menos, de la amnis-
tía, menos aun, de la amnesia. Queda, no obstante, una cuestión canden-
te: la del uso político de fa memoria, uso que debe ser tomado en cuen-
ta sin zanjarlo por adelantado con una apresurada y simple apología de la
memoria en general. lQué memoria y para qué? ... esa es la cuestión. El
olvido no es ni medicina ni veneno; en sí, no es crimen ni virtud. No cabe
recomendar ni la magnanimidad ni el resentimiento sin tomar en consi-
deración para qué habrán de servir. Habremos de tener en cuenta, funda-
mentalmente, que el esfuerzo de la memoria puede servir también al olvi-
do. El trauma del holocausto, como veremos, puede y debe ser abordado
en una perspectiva que trascienda las limitaciones de una psicología de la
conciencia y de los recuerdos eslabon_ados en una narración "completa"
y coherente, en una serie ordenada de representaciones maniqueas que
sirven al trabajo de la represión y, por lo tanto, del olvido.
LA qué conduce la exigencia de recordar? ¿Es cierto y seguro que los
rituales funerarios permiten conservar la memoria de los caídos? ¿No son
las "ofrendas" florales al pie de imágenes de yeso o de bronce maneras de
institucionalizar y de hacer perpetuo el olvido pensando que con la reno-
vación calendarizada y mecánica del homenaje se paga una "deuda"? ¿No

29
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

es ésta la verdadera "repetición" con la que amenaza el aforismo de San-


tayana a aquellos que no pueden "recordar" su historia? lNo es el recuer-
do burocrático la mejor manera de garantizar el olvido?

Escandalosa es la vocinglera industria del holocausto y su transforma-


ción en espectáculo público a través de los blockbusters sistemáticamen-
te ganadores de Oseares por el estilo de "La elección de Sofía", "La lis-
ta de Schindler" o "La vida es bella". "La estilización del holocausto ad-
quiere ya dimensiones insoportables" (1 4l, dice uno de los sobrevivien-
tes, y agrega: ·
"Se desarrolló un conformismo del holocausto, un sentimentalismo
del holocausto, un canon del holocausto, un sistema de tabúes del holo-
causto y el correspondiente mundo lingüístico ceremonial; se desarrolla-
ron los productos del holocausto para los consumidores del holocausto.
Se desarrolló la negación de Auschwitz y también surgió la figura del em-
bustero del holocausto ...
La necesidad de sobrevivir nos acostumbra a falsificar durante todo el
tiempo posible la realidad asesina en que tenemos que imponernos, mien-
tras que la necesidad de recordar nos seduce a introducir de contraban-
do en nuestro recuerdo una suerte de satisfacción, el bálsamo de la au-
tocompasión y la autoglorificación de la víctima ... No obstante, las déca-
das nos han enseñado que el único camino practicable hacia la liberación
pasa por la memoria" (cit., pp. 88-90).

lHay un espectáculo más deplorable en nuestro tiempo que la entre-


ga kitsch, en una ceremonia de Hollywood, de una estatuilla kitsch al rea-
lizador de una película kitsch sobre el Holocausto? iLamentable espectá-
culo perpetrado en nombre del sagrado deber de la memoria debida a
quienes murieron en Jos campos!
Por desgracia, no todo es kitsch. La vida política de las naciones con-
temporáneas nos ofrece ejemplos en abundancia para reflexionar sobre
las relaciones entre el crimen y el olvido. Por su dramatismo y por la am-
plia documentación de los casos recordaremos lo sucedido en Argentina
con la desaparición de bebés después del asesinato de los padres. En el
marco de la "guerra sucia" que tuvo lugar en ese país entre Jos años 1975
y 1983, "desaparecieron", es decir, fueron asesinados alrededor de 30.000

30
El olvido del crimen como crimen del olvido 1 NESTOR A BRAUNSTEIN

adultos cuyos cuerpos fueron arrojados al mar o sepultados en fosas co-


lectivas. La mayoría de las víctimas eran jóvenes y muchos de ellos eran
parejas coh hijos. Distintas situaciones se presentaron: mujeres embara-
zadas que parían a sus hijos en campos de concentración, niños que eran
arrancados a sus padres y entregados a familias, muchas veces la de los
asesinos mismos, para que se hicieran cargo de ellos, bebés que presen-
ciaban el asesinato de sus padres y luego eran secuestrados por las ban-
das armadas sin que nadie supiese de su destino, niños que acompañaban
a sus madres en los campos hasta que ellas eran "trasladadas", eufemis-
mo utilizado para sustituir al otro, el de la "desaparición". Los padres de
estos niños eran "borrados" de la memoria de los hijos que recibían nue-
vas identidades, nuevos nombres, nuevas familias. Este robo de infantes
fue un delito frecuente y son muchos los casos documentados, algunos de
los cuales se registran en la excelente película documental Botín de gue1. J
de David Blaustein ( 1999), filmada en el surco trazado por Nuit et broui-
1/ard de Alain Resnais y por Shoah de Claude Lanzmann.

El régimen militar argentino consiguió borrar de la vida y de la memo-


ria histórica a buena parte de una generación, la de los padres, y practi-
car una falsa inscripción de la generación siguiente, adulterando la iden-
tidad genealógica y cambiando Jos nombres que las criaturas habían reci-
bido al nacer. En muchos de los casos de los niños tomados como "botín
de guerra" se buscaba y se conseguía la anulación de los recuerdos que
los pequeños secuestrados tenían de sus primeros meses junto a sus fa-
milias de origen. Era como si se apretara la tecla de/ete en los niños y en
el lugar de la memoria desvanecida se inscribía otro texto, el de la nueva
identidad, si nos atenemos a la manoseada y cotidiana metáfora compu-
tacional. Pero esa manipulación de la memoria tenía un defecto de fábri-
ca. El recuerdo de los padres muertos subsistía, si no en el inconsciente
infantil, como memoria inscripta en er entorno social y, particularmente,
como memoria de la generación anterior, la de los abuelos que, sin cadá-
veres que velar, pedía la reaparición de sus hijos y de sus nietos. Así na-
cieron los mawimientos de las Madres y de las Abuelas de Plaza de Mayo
que se reunieron en la plaza más importante de Buenos Aires, frente a la
Casa de Gobierno, para pedir, enarbolando nombres y fotografías, la re-
aparición de los ausentes. Con el retorno de la Argentina a la democra-

31
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

cia ( 1983) varios de estos casos de robo de personas pudieron llegar a la


justicia, se consiguió esclarecer la verdadera identidad de un buen núme-
ro de niños y se condenó a los responsables de la represión y del crimen
organizado por el Estado. Muchas de esas criaturas, ya adolescentes, hoy
adultas, fueron devueltas a las familias primitivas y pudieron reencontrar-
se con abuelos, hermanos y redes familiares insospechadas.

Para los abuelos, abuelas en su mayoría, había una posibilidad de res-


catar de la muerte y del olvido a sus hijos asesinados, de hacer que ellos
no quedasen en el anonimato de fosas desconocidas. Para lograrlo era
necesario recuperar a los hijos de los hijos y apelar en ellos a la memo-
ria de sus orígenes. Los niños a su vez, se encontraban con sus propios
documentos de identidad: fotografías, cartas, actas de nacimiento, fami-
liares y, en caso de duda, pruebas de ADN que establecían una historia
"más verdadera" en lugar de la historia oficial. Con las fotos en la mano,
con el testimonio de los abuelos acerca de sus primeros pasos, se pudo
ver que, en realidad, esos primeros meses de la vida en Jos que se había
producido el advenimiento al lenguaje, no habían sido borrados sino que
estaban allí y que cierta forma de memoria "inconsciente" conservaba el
recuerdo de esos tiempos. La identidad se funda, psicológicamente, en la
memoria (Locke) y a partir de ésta se constituye la subjetividad. Por cier-
to que la historia que se reconstituye a partir del encuentro con las fami-
lias "verdaderas" y la restauración de los árboles genealógicos quebrados
por el vendaval de la historia no lleva a una "historia verdadera" ... porque
no la hay. A los niños recuperados por sus abuelos les quedaban distintos
caminos para organizar la narración de sus propias vidas: tfueron sus pa-
dres unos héroes que dieron su vida por ideales maravillosos, fueron las
víctimas de un Otro sanguinario, eran personajes que el discurso oficial
de aquellos tiempos llamaba "subversivos", "extremistas", "terroristas"
que entraron de buena gana en movimientos que preconizaban la violen-
cia, se dejaron arrastrar por consignas equivocadas, eran unos irrespon-
sables que exponían a sus hijos a peligros y a sufrimientos infinitos? ¿Eran
las personas que los adoptaron y que les enseñaron a llamarlos "papá" y
"mamá" gente dispuesta a amarlos o eran vulgares ladrones de carne hu-
mana, la carne de ellos? Cada uno tiene la posibilidad de armar su propia
narración, de encontrar sus propios culpables y sus propios héroes, cada

32
El olvido del crimen como crimen del olvido 1 NmoR A BRAUNSTEIN

uno tiene la responsabilidad de colocarse frente a la abnegación y la trai-


ción (a veces indistinguibles) del Otro (Borges: Tema del traidor y del hé-
roe, tratado cinematográficamente por B. Bertolucci en La strategia de
/'aragno ). ¿Quién podía decirles quiénes ellos eran?

LDebían las abuelas olvidar el amor que prodigaron a sus hijos "des-
aparecidos" y el que recibieron de ellos? lPodían hacerlo? lOividarían el
crimen del que esos hijos fueron objeto, asesinato agravado por el crimen
de borrar sus nombres de la superficie de la tierra e impedir los ritos fu-
nerarios que pacifican el dolor de la separación y dan su lugar al sano olvi-
do? ¿olvidarían a los nietos que podían perpetuar la memoria y la sangre
de los hijos? lPerdonarían a los que se apoderaron de su simiente como
"botín de guerra"? LActuarían como nuevas Antígenas empeñadas en sal-
var el recuerdo de los condenados por Creonte al olvido? ¿Estarían dis-
puestas al perdón y extremarían el perdón hasta el punto del olvido? lCuál
1 sería el peso de la culpa de ser sobrevivientes de la masacre si continua-
sen, impasibles, con el curso normal de sus vidas? Muchas encontraron en
la misión de averiguar el pasado y de rescatar a los nietos un modo justi-
ciero y fecundo para tramitar su trabajo de duelo.

Hemos de tomar en cuenta que para cada padre el hijo representa


una continuación, una metonimia de su propio ser. La cadena significante
(S 1 --:> $2) y la cadena genealógica que engarza las generaciones tienen una
clara correspondencia. Más aun, la cadena (que no nudo) borromea, la
ensambladura, esencial para cada sujeto, de lo real, lo simbólico y lo ima-
ginario, depende de esa metonimia en donde resulta fundamental el acto
de la nominación, es decir, el acto de la instauración del nombre-del-Pa-
dre, no sólo como patronímico sino, fundamentalmente, como acto que
consagra la inscripción del recién nacido en el orden simbólico y políti-
co de la cultura. Las tres cadenas, signlficante, genealógica y borromea,
constituyen solidariamente la base de la identidad y ese encadenamiento
es el que resultaba descalabrado (déjoué) en el momento del robo de la
carne, del nombre y de las referencias imaginarias y fantasmáticas de los
infans. Una memoria, unas referencias edípicas, una entrada al lenguaje
por medio del deseo de los padres, naufragaban debido a la atroz inter-
vención del Otro, disfrazada como razón histórica. Eran otros rostros,

33
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

otros nombres, otros discursos, los que venían a tomar su lugar. Se super-
ponían los rostros, nombres y discursos de las nuevas familias, edificados
sobre el cimiento de una supresión de las primeras coordenadas de lo-
calización del ser. El olvido como aniquilación del recuerdo podría tener
lugar en el plano de la conciencia. Se podía y se pudo mantener por dé-
cadas la mentira sobre el origen de esos niños, que imponía la ignorancia
de su condición de "hijos de desaparecidos", de "padres muertos sin se-
pultura", condición conocida por los padres adoptivos y, por razones de
política familiar (y nacional), ocultada a los hijos. Pero, según pudo verse
una vez más; el inconsciente no olvida.

La férula del secreto acerca del nacimiento y de sus circunstancias,


guardado de manera compulsiva, inconfesable, determina una fractu-
ra de la identidad que se erige sobre el pedestal del engaño. Todo suje-
to, independientemente de sus condiciones originarias, está disociado,
escindido. Nadie puede representarse lo esencial de su propia constitu-
ción que es el lugar que se ocupa en el deseo del Otro. (" lQué [se] quie-
re [de mQ") Estos casos de niños secuestrados, verdaderos experimen-
tos "espontáneos" con la identidad, que más parecen el resultado de una
fabulación literaria que de acontecimientos históricos, confirman las pre-
sunciones derivadas de una teoría psicoanalítica del sujeto. lCómo pue-
de el sujeto establecer una identidad? lQué podrían decir los padres, los
"verdaderos", sobre sus deseos con relación a los hijos si es que esos de-
seos eran inconscientes para ellos mismos? ¿y los nuevos "padres", los
que conocían la tragedia originaria y se "aprovechaban" o se "beneficia-
ban" de ella recibiendo estos niños, qué podrían decir ellos sobre su de-
seo si ese deseo está ensombrecido por los actos criminales del homici-
dio, del secuestro, de la mentira, de la tachadura de nombres y referen-
cias genealógicas?

El olvido del crimen (leyes argentinas de "Punto Final" y "Obediencia


Debida") que condujeron al indulto por anticipado de los asesinos era un
crimen oficial, llna legitimación del olvido. Puesto que los niños robados
seguían siendo víctimas -tanto los recuperados por los abuelos como los
que seguían en manos de los parricidas- no había posibilidad de indulto.
Las abuelas consiguieron que la ley considerase imprescriptible el delito

34
B olvido del crimen como crimen del olvido 1 NÉSTOR A BRAUNSTEIN

de secuestro de niños y, de esa manera, algunos de los verdugos que ha-


bían sido condenados y habían recuperado la libertad amparándose en las
leyes de indulgenci~ volvieron tras las rejas.

El crimen no tiene plazo de prescripción y eso no sólo para el verdu-


go sino también para su víctima, aquella a la que le corresponde el de-
1 ber de recordar. No falta el caso eri que la vida misma se hace imposi-
l
ble a los deudos por el agobio de la deuda impagable hacia quien desapa-
t rece sin dejar rastros. La sombra del objeto perdido recae en el yd y la

l identificación con su inconcebible destino arrastra al sobreviviente hacia


los mares de la melancolía y el suicidio <15 >. El empeño en recuperar a los
niños, que parecía ir "contra la realidad" y negarla, esa "realidad" vesti-
da con las oscuras gala.S de la prepotencia del poder, de la indefensión de
quienes protestaban contra la injusticia, podía parecer locura. No en bal-
de estas mujeres recibían el mote de "las locas de Plaza de Mayo". En
la perspectiva del principio del placer y de los ideales de adaptación era
más "sano" "perdonar y olvidar". Pero, en verdad, hay algo que no hay
y es el olvido. El activismo de las abuelas y de las madres era un remedio
contra Jos embates feroces del superyó que sumergen en la culpa inno-
minada y en la melancolía a quienes pretenden "dar vuelta la hoja" y des-
entenderse del pasado.

Recuperar a los nietos significa para las abuelas, incluso para la mayo-
ría de ellas que no lo consiguieron y siguen buscándolos con la esperanza ~~
de hallarlos, que la vida no ha llegado, para ellas, a un punto de embalse y
embalsamamiento; el flujo vital continúa, no se puede sofocar su reclamo.
Si aceptasen la pérdida, la "desaparición" de los descendientes, sin mos-
trar reacción alguna, estarían desapareciendo ellas mismas. Sabemos que
1
una de las reacciones más naturales ante la pérdida de los seres queridos,
aun en las situaciones más "naturales", consiste en reprochara! muerto el
hecho de haberse ido y dejarnos sobrevivir en un mundo donde ellos fal-
tan. El "¿por qué te fuiste?" es el más común de los sentimientos del do-
liente. Cuando falta el cadáver, cuando no se pueden realizar los ritos fu-
nerarios, cuando el "desaparecido" lo es por haber asumido los riesgos
de enfrentar a una dictadura represiva y despiadada, cuando la búsqueda
en las prisiones y en los cementerios da resultados consistentemente ne-

35
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

gativos, el duelo por esa parte del propio ser que ha quedado en el otro,
el ausente, resulta bloqueado, coagulado. El hijo perdido está "entre dos
muertes", "encriptado", manifiestamente ausente, potencial y constante-
mente presente. Las madres no pueden tomar esa distancia de la pérdida
que permitiría el"duelo normal", el duelo que lleva a aceptar la ausencia
progresiva del objeto amado y la identificación con el hijo perdido. No se
puede cumplir la función cicatrizante del "olvido normal" que hace posi-
ble la continuación de la vida. La misión de encontrar al nieto, aceptando
que el hijo "d~saparecido" es irrecuperable, con su cuerpo posiblemente
en el fondo del mar o en una fosa colectiva, esa misión, decíamos, alenta-
da por el ejemplo de otras abuelas en la misma situación y por el hallaz-
go exitoso de algunas criaturas, confiere un objetivo al deseo y ofrece un
puerto para anclar en él los recuerdos.

El duelo toma entonces una coloración particular porque está anima-


do por la posibilidad de un reencuentro con la derivación metonímica de
la hija o el hijo perdidos que se encarna en los nietos, "restos vivientes"
del naufragio. Para estos jóvenes "recuperados" aparecen nuevos proble-
mas: lCómo sostenerse en la vida aceptando el trauma de los orígenes?
lEn qué ámbito quedan, para ellos, las imágenes de esos padres, eterna-
mente jóvenes, eternamente silenciados, imposibles de enfrentar en una
relación edípica, empujados a un lugar de objetos idealizados e inalcan-
zables por dos discursos enfrentados, uno que hace de ellos héroes que
dieron la vida por ideales altruistas y otro que los desprecia como delin-
cuentes violentos y extraviados por ideologías que fueron derrocadas por
la historia subsiguiente? lCuál es el lugar que estos niños ocuparon en el
deseo de los padres "verdaderos" y cuál en el deseo de los padres adop-
tivos? lCuál es el relato autobiográfico con el que podrían contestar a la
pregunta del Otro: "¿y tú, quién eres?"? Una de las jóvenes entrevistadas
en la película de Blaustein recuerda su fantasma infantil: "Mis padres es-
taban en un avión que volaba sobre un aeropuerto y no podía aterrizar;
siempre volaban por encima de nosotros; nunca llegaban a tocar tierra".

La espera indefinida, la espera interminable de un encuentro con espec-


tros en suspenso: así es la vida de los padres y de los hijos de los "desapa-
recidos". El crimen de la desaparición es propiamente incalificable a dife-

36
El olvido del crimen como crimen del olvido 1 NÉSTOR A. BRAUNSTEIN

renda del asesinato, que tiene límites precisos aun cuando su autor pudie-
ra ser dudoso. Del asesinato hay memoria y, por lo tanto, eventualmente,
olvido o prescripción. Amnistía. De la desaparición no puede haber reden-
ción porque "el avión jamás aterriza". Es un crimen sin memoria, rodeado
de la consigna de borrar sus rastros y los documentos que lo atestigüen,
con testigos que no podrían hablar sin ser, a su vez, incriminados.

Hemos recordado una verdad, trivial quizás, los hijos son una metoni-
mia de los padres y de sus deseos: ellos son "carne de su (mi) carne", so-
portes de la transmisión genética, preservadores del nombre de los ances-
tros, lugares donde se reconocen imaginariamente los rasgos y las resem-
blanzas, correas de transmisión de los deseos irrealizados de los progeni-
tores que se desplazan, a sabiendas o no, sobre His Majesty, the Baby. La
conciencia, se dice desde Locke ( 1690), es memoria y, con Freud, pode-
mos agregar: memoria, sí, pero memoria inconsciente. El pasado, lo que
ya no es, se conserva y se transmite. No es necesario retrotraernos a La-
marck y a las problemáticas huellas filogenéticas de los grandes aconte-
cimientos de la historia de la humanidad, gratas al pensamiento de Fre.ud
y hoy descartadas. Basta con recordar la irrefutable memoria inscripta
en los ácidos nucleicos, el peso entrañable y aplastante de las tradiciones
y los prejuicios de nuestros mayores (la "memoria colectiva"), las cica-
trices vitalicias de las primeras experiencias que nos ponen en contacto
con lo innominable, con el espantoso desamparo ("memoria freudiana"
de la Hilflosigkeit originaria), con lo inefable del Otro y de su deseo, con
la inexorable inconsistencia de ese Otro prehistórico ("memoria lacania-
na", diríamos, del traumatismo de la entrada en el lenguaje). Al igual que
podríamos decir que una nube no tiene memoria sino que ella es memo-
ria de la evaporación del agua y de los vientos que le dieron forma, tam-
poco nosotros tenemos memoria sino gue somos la memoria (y el olvi-
do) encarnada de nuestro pasado evolutivo y ontogenético. No lo sabe-
mos ni lo supimos; sin embargo, no podríamos, no sabríamos, olvidarlo.
(On ne saurait pas /'oublier). Recordar y olvidar, memolvidar, es un traba-
jo de "discriminación", de discernimiento, de cribado, según la etimol~­
gía que revisamos al iniciar este capítulo que aquí termina. Guiados por
el pan del futuro, seleccionamos, del infinito pasado, las semillas que lla-
mamos "recuerdos".

37
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/J

Notas
(1). j. Lacan De las funciones del psicoanálisis en criminología [1950], Écrits, París: Seuil.
1966, p. 146.
(2). P. Bruckner. La temptation de l'innocence. París: Grasset. 1995.
(3). [Hamlet, 160 1], 11, 2, l. 561 .
(4). J. P. Sartre, El ser y la nada [ 1943] 1, 2, 2.
(5). V. Jankélévitch, Límprescriptible. Pardonner? Dans 1' honneur et la dignité [ 1971 ]. Pa-
rís: Seuil. 1986, p.60.
(6). Ni los criminales juzgados en Nüremberg, ni Eichmann, ni los escritores: Céline, Drieu,
Heidegger, Junger, Jung, ni siquiera el mismo, en apariencia inimputable por su trayectoria
ulterior, Paul de' Man; nadie ha pedido perdón; vamos, ni siquiera Gunther Grass.
(7). F. Nietzsche. Más allá del bien y del mal [ 1888], aforismo 68.
(8). F. Nietzsche. Aurora [ 1881 ], aforismo 393.
(9). H. Weinrich, Lete, cit., pp. 98-1 1 l. Cf. Los últimos días de lmmanuel Kant de Tho-
mas de Quincey.
( 10). J. H. Yerushalmi, Zajor. La historia judía y la memoria judía. Barcelona: Anthropos. 2002, p. 2.
( 11 ). Cf. S. André Le sens de I'Holocauste. Bruselas: Que, 2004, pp. 183-202. "Wagner fue
. el primero, en la historia del antisemitismo, que defendió, contra las soluciones de la eman-
cipación y de la asimilación, que la única salida posible a la cuestión judía era pura y simple-
mente su aniquilación" bajo la forma de una auto aniquilación. Para Serge André, Wagner
es el profeta de un régimen del cual Hitler sería el mesías.
( 12). Esta "absolución" de un personaje a quien no se puede juzgar es debatible, a punto
tal que el propio J. Derrida, su admirador, en cierto modo su continuador, se pregunta si
no habría que dar cuenta de la posibilidad de qúe el texto de Nietzsche diese lugar a esa
impugnación dado que el único régimen político que esgrimió efectivamente su nombre
como bandera visible y oficial haya sido el nazismo. Encuentra el filósofo de la desconstruc-
ción que este hecho es significativo y que debe ser interrogado por todas sus consecuen-
cias. J. Derrida Otobiographies. En The Ear ofthe Other, ed. en inglés a cargo de Ch. Mac
Donald. Nebraska: Bison Book. 1988, pp. 30-31.
(13). San Pablo, Cor.l, 24-25. Cf. también, Lucas, V, 22:19.
( 14). l. Kertesz. Un instante de silencio en el paredón. El holocausto como cultura. Barce-
lona: Herder. 2002, p. 88.
( 15). La referencia esencial, que condensa a muchas otras, se encuentra en G. Agamben Lo que
queda deAuschwitz. El archivo y el testigo. Horno sacer 111. Valencia: Pre-textos. 2002, pp. 91-130.

38
11

CULPA Y "CASTIGO" EN LAS


SOCIEDADES VIOLENTAS

Osear Emilio Sarrulle (h)

"Ni siquiera por unanimidad puede un pueblo decidir (o


consentir que se decida) que un hombre muera o sea pri-
vado sin culpa de su libertad. La garantía de estos dere-
chos vitales es la condición indispensable de la conviven-
cia pacífica". Luigi Ferrajoli.

En el mismo momento en que se propuso la cuestión de la culpa y el


castigo en las sociedades violentas, advertimos que dicha cuestión, pues-
ta en esos términos, volcaría un precipitado turbio sobre nuestra concep-
ción acerca de la pena y, más precisamente, sobre los argumentos que
utilizáramos para justificarla.
Es que la pena estatal supone necesariamente el ejercicio de violen-
cia programada de todos los miembros de la comunidad jurídica contra
el infractor, como expresara Luigi Ferrajoli en su inolvidable Derecho y
razón<'>.
Es que la propia diosa Diké tiene en su mano derecha la espada que
advierte acerca de la fuerza coactiva de sus decisiones. En este sentido es
claro Carlos S. Nino (2) cuando afirma que hay dos elementos que pare-
cen ser característicos de la forma en que el derecho consigue persuadir
a los hombres de que adopten comportamientos no conflictivos y coope-
rativos para generar un sistema de expectativas que faciliten esos com-
portamientos: la autoridad y la coacción, lo que implica necesariamenté,
y en otros términos, ejercicio de poder.
Para adentrarnos en el tema sin provocar ruido generalizado en la en-
traña de nuestro punto de vista, resulta necesario renunciar a toda des-

39
Culpa. responsabilidad y castigo en el discursa jurfdico y psicoanalítico. Volumen 111

cripcíón laudatoria de la pena que tienda a justificarla recurriendo a ma-


nipulaciones semánticas. Un campo de concentración no es un centro de
rehabilitación, es un campo de concentración; en igual sentido, la pena
supone siempre la privación de bienes altamente queridos por el infrac-
tor. Siendo su significado inequívocamente penoso, sin embargo, su rol
instrumental que apunta al aseguramiento de cierto orden social, mar-
cando límites a las exteriorizaciones más negativas de la subjetividad, no
ha podido hasta el momento ser cumplido eficazmente por medio de al-
gún otro instrumento normativo. Se trata de generar un ámbito de ex-
pectativas de comportamiento previsibles mediante el ejercicio de la au-
toridad y la coacción, a falta de otro instrumento capaz de conseguirlo a
un coste existencial menor.
A esta altura resulta menester advertir que el núcleo duro de la pre-
ocupación del jurista no estriba en el efecto terapéutico que la pena pue-
da causar impactando en la subjetividad del autor, sino en el aseguramien-
to de la libertad arraigada a los principios de legalidad y de reserva con-
sagrados en los artículos 18° ("Ningún habitante de la Nación puede ser
penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso... ")
y 19° ("Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofen-
dan el orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo
reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún
habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni pri-
vado de lo que ella no prohíbe") de la Constitución Nacional y en el per-
feccionamiento de ciertos instrumentos de talante normativo precurso-
res de la responsabilidad.
Lo expresado no supone menospreciar el sentido que la reacción jurí-
dico penal tienen para la subjetividad del infractor, cuestión que lleva nece-
sariamente al texto que Althousser tuvo que escribir para sacarse de en-
cima la pesada lápida que supuso la declaración de su inimputabilidad en
la causa que se le siguiera por el asesinato de su esposa. Es que la ausen-
cia de reacción jurídico-penal implica dejar al autor a merced del juicio sin
partes y sin tiempos preclusivos que sustancia en su propia conciencia; y
a la sociedad librada a las consecuencias que vienen anejas a la puesta en
duda de la vigencia de la norma jurídica por el infractor.
Lo expresado nos lleva necesariamente a preguntarnos qué debería-
mos hacer para vivir en libertad conviviendo a la vez con el delito y sus

40
Culpa y "castigo" en las sociedades violentas 1 OSCAA E:-1!llO SA.~Ruu.e (H)

consecuencias, tanto en lo que refiere a la subjetividad de los infractores,


cuanto a la comunicación del cuestionamiento a la norma que la conduc-
. ta criminal supone.
No tenemos la osadía ni la creatividad para sostener que el Estado
no deba monopolizar con éxito el uso de la fuerza en un territorio de-
terminado; es más, sin ese poder cohesionante que acompaña a la po-
blación y al territorio, no habría Estado, tampoco, en consecuencia, su-
jetos instituidos.
Lo señalado no nos autoriza a ignorar que en ese ejercicio de poder se
hallan implicados hombres concretos y que, como sostiene Foucault, no
hay poder sin dominador, pero tampoco hay poder sin dominado, y que
lo único que no puede hacer el primero es eliminar al segundo, porque
eliminaría así su propio poder que estriba en una situación de preponde-
rancia en el interior de la relación establecida. A ello agreguemos que es
frecuente que atrás campeen las formas discursivas de las ideologías que,
de ordinario, desconociendo la mutabilidad de lo social pretenden lo ab-
soluto (individuo, clase, estado, etc.), y en ese espacio una cuestión ver-
dadera o falsa resulta funcional para concretar situaciones de dominación.
En estos supuestos poco importa la descripción no objetiva del objeto del
conocimiento (la realidad), lo que importa es el ejercicio concreto de po-
der ligado a determinados intereses que se logra valiéndose de raciocinios
en torno a una historia que justifica, en apariencia, ese ejercicio.
Resulta entonces pertinente preguntarse cómo habría de ejercitarse
y para qué ese poder que la pena supone, para que ella, que hunde pre-
cisamente allí sus raíces ónticas, no se convierta en un aparato de domi-
nación cargado de violencia. ·
En nuestras contribuciones anteriores en los volúmenes 1y ll de Culpa,
Responsabilidad y Castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico, que orien-
tara Marta Gerez Ambertín y en nues~ro último libro Dogmática de la cul-
pabilidad <3> hemos venido sosteniendo en esencia que, bien entendida, la
culpabilidad y pena consecuente (expresada en un acto cognoscitivo y ri-
tual que da cuenta del ejercicio del poder del estado) operaría como pre-
cursora de la responsabilidad, es por eso acaso, que Franz von Liszt sos-
tenía que por el perfeccionamiento de la teoría de la culpabilidad se mide
el progreso del Derecho Penal, claro está, la más alta expresión del pro-
greso de esa ciencia sería que, siempre, cada infractor asuma su res pon~

41
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

sabilidad, lo que resulta harto dudoso es que en una sociedad violenta,


esa categoría pueda realmente expresarse.
Para que tal cosa acaezca, debía entre otras cosas precisarse, como se
hiciera en aquellas obras, el verdadero sentido de la conducta humana a la
que ya no caracterizábamos como un hacer voluntario final en el sentido
de Welzel, sino que veíamos en esa categoría algo más que lo que el fina-
lismo tradicionalmente había advertido, aquel hacer voluntario final que
dirige el acto a la consecución del fin propuesto, que parece referir sólo
a una pequeña parte de un vasto y desconocido territorio que los hom-
bres somos siendo, sin mengua de nuestra responsabilidad.
En esa línea advertíamos que las facultades humanas no están reduci-
das a los planos intelectivos y volitivos, sino más bien que esos datos se
hayan condicionados por otra serie de factores, también relevantes al mo-
mento del obrar del autor.
La experiencia cotidiana muestra la ocurrencia de actos realizados
cuyo exacto origen y razón desconocemos y conclusiones intelectuales
cuya elaboración ignoramos, de modo que los actos concientes resultan
faltos de sentido y coherencia si mantenemos la idea de que la totalidad
de nuestros actos psíquicos ha de sernos dada por nuestra conciencia; en
cambio, quedarán ordenadas dentro de un conjunto coherente si interpo-
lamos entre ellos los actos inconscientes, provocando entonces una indu-
dable ganancia de sentido, sin mengua de la responsabilidad del autor.
Entonces, si aceptáramos la existencia de un siquismo inconsciente,
podremos estructurar un procedimiento eficaz por el cual es posible in-
fluir adecuadamente sobre los procesos conscientes. Sosteníamos enton-
ces que, resultaba una pretensión insostenible exigir que todo lo que suce-
de en el plano psíquico pueda ser conocido por la conciencia. En realidad,
son múltiples y variados los factores determinantes de una acción concre-
ta, conscientes unos inconscientes otros; sin embargo, ese dato traído al
derecho desde otro lugar del conocimiento científico, no excluye la idea
de la responsabilidad, idea que se ve fuertemente perturbada cuando la
serie culpa, castigo y responsabilidad, se ve alterada por otros factores
que concurren a modificar la ecuación, en lo que ahora nos ocupa, que el
marco en que la serie opere sea un marco violento que supone, en esen-
cia, frecuentes y marcados ejercicios de fuerza exorbitada de la ley.
Es por eso que en aquellas ocasiones advertíamos que, en el proce-

42
Culpa y "castigo" en las sociedades violentas J OsCAR EMiLIO SARRULLE (H)

so de formación de la conducta, aparecían factores determinantes con-


dentes e inconcientes, pero además, estaba presente, también, el senti-
do introyectado de la norma, a lo que agregábamos el conocimiento al-
canzado por el hombre acerca de la existencia de factores internos y ex-
ternos que influyen en su comportamiento. Si a lo consignado agregába-
mos la forma de percibirse como ser líbre que tiene el hombre no podía-
mos sino concluir en su responsabilidad.
En el sentido que expresáramos entonces la conducta se hallaba pre-
cedida de una situación de tensión entre la compulsión causal de los sen-
tidos por un lado y por el otro, el sentido introyectado de la norma, que
manda a hacer las cosas de cierto modo en salvaguarda del lazo social.
En el juego de esas tensiones, o triunfa la compulsión causal de los sen-
tidos o el sentido de la norma, en cualquiera de las situaciones el sujeto
no puede sino ser (en algún sentido) responsable. No abundaremos acá
en los modos diversos de la reacción jurídico penal según sea la capaci-
dad de culpabilidad del autor <4\ pero siempre frente a la infracción jurí-
dico penal existirá un modo de respuesta estatal para salvar al autor del
juicio sin tiempos de su propia conciencia o de la venganza que ocupe el
lugar vacante dejado por la ley. Es que, en todo supuesto, el delito deno-
ta una cuestión pública siendo en ese ámbito donde el conflicto debe ne-
cesariamente resolverse si se pretenden frutos.
Lo expresado nos permite sostener que el derecho no puede prescin-
dir de información procedente de una disciplina empírica como el psicoa-
nálisis a los fines de caracterizar la conducta y la culpa, pues si lo hiciera
carecerían algunos de sus conceptos fundamentales de arraigo antropo-
lógico suficiente. En consecuencia, se crearían categorías jurídicas vacías
de sentido, con poca probabilidad de operar en la realidad del modo que-
rido: limitar al autor haciéndolo responsable, restaurando el lazo social o
en otros términos, confirmando la vigc;ncia del orden normativo puesta
en duda por el acto criminal.
A nuestro modo de ver, atendiendo a esos datos empíricos que in-
forman acerca del funcionamiento psíquico del hombre, especialmente
el reconocimiento de la existencia del inconsciente, se podría concluir en
una idea acerca de la culpabilidad y pena consecuente, previo veredicto
dictado en un acto cognoscitivo y ritual en la que el sujeto se vea promo-
vido a lá búsqueda de la causa del acto criminal, operando de tal modo

43
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen /11

como un instrumento precursor de la responsabilidad capaz de empujar


al autor a hacerse cargo de la ruptura ocasionada al tejido social que sos-
tiene y lo sostiene. En esa línea, cuando el autor vincule la idea conscien-
te que la pena implica con la huella mnémica que la relaciona al acto cri-
minal, habrá de hacerse cargo de él fructificando en una acto de respon-
sabilidad, responsabilidad ésta que fluirá, decíamos, de esa búsqueda del
evanescente sujeto del inconsciente. Pero claro está que, para que és-
tas operaciones funcionen del modo consignado fructificando en un acto
de responsabilidad, resulta indispensable una verdadera tercerización
del conflicto, que el veredicto de culpabilidad sea dado en un marco al-
tamente ritualizado por otro imparcial que se exprese en términos cog-
noscitivos más que potestativos, que sea capaz de recrear (amarrado a la
ley) ese hecho históricO que es el delito, asignándole determinadas con-
secuencias para el autor.
Ahora bien, qué variaciones de sentido se operarían en la serie cul-
pa-responsabilidad-y pena (castigo)- operando en sociedades violentas a
las que deberíamos caracterizar como aquellas que muestran frecuen-
tes y marcados ejercicios de fuerza exorbitada del marco de la legalidad,
ejercicios estos que pueden provenir tanto del Estado como de los par-
ticulares.
Tenemos por cierto, reiteramos, que el Estado no puede abandonar
el monopolio del ejercicio legal de la fuerza sino a riesgo de perder una
de las cualidades de su esencia. Ahora bien, en el supuesto que lo hiciera,
tanto por acción cuanto por omisión, la situación devendría o en tiranía o
en que los ejercicios de violencia cruzados entre grupos, frente a un po-
der estatal ausente, importarían la pérdida de estándares de comporta-
miento que llevarían a un inevitable conflicto entre norma y realidad con
los costes sociales que estas situaciones traen anejas.
En ese ámbito de conflictividad creciente la "culpa" y especialmente
el castigo devendrían, a propósito de operaciones de selectividad perver-
sa de infractores débiles, en instrumento de dominación en perjuicio de
los perdedores que siempre son cambiantes. Vencedores sobre vencidos.
Dando de esta forma cuenta de los rasgos más claramente deslegitiman-
tes del Sistema Jurídico Penal. Esa mutación de sentido, es evidente, im-
pediría ensayar los argumentos de legitimación de la pena en sociedades
democráticas, tal como lo hiciéremos en nuestras obras anteriores.

44
Culpa y "castigo" en las sociedades violentas 1 OsCAR EMJUO SAARuLLE (H)

En otros términos, en marcos sociales así caracterizados, resulta du-


doso que la pretensión punitiva del Estado sirva para limitar exterioriza-
ciones muy negativas de la subjetividad y a restaurar el lazo social estabi-
lizando la norma. En esa realidad el castigo devendría inequívocamente
en un eficaz instrumento de dominación operado a través de raciocinios
aparentes que importan, en realidad, actos potestativos emanados de la
voluntad del vencedor circunstancial claramente funcionales a un ejerci-
cio retroalimentado de su propio poder. De esa forma, los valores mu-
tados en disvalores ofrecerán, más temprano que tarde, en un escenario
donde los vencedores de hoy serán lo vencidos de mañana, el penoso es-
pectáculo que mostrara un siglo particularmente violento, el XX, verbi-
gracia, el nazifascismo, el estalinismo, el holocausto, etc.
Es que el derecho nace por esa necesidad que tenemos de convivir
superando dificultades que están relacionadas con ciertas circunstancias
básicas de la vida humana. Esas circunstancias, que han sido vividamente
señalada por autores como Hobbes y últimamente por H. L. Hart, expre-
sa Ni no, incluyen la escasez de recursos -que hace que no puedan satisfa-
cerse las necesidades y los deseos de todos, la vulnerabilidad de los .seres
1
humanos ante las agresiones de otros, la relativa similitud física e intelec-
tual de los hombres que hace que ninguno pueda, por separado, domi-
nar al resto-, la relativa falta de simpatía de los hombres hacia las necesi-
dades e intereses de los que están fuera de su círculo de allegados, la limi-
tada racionalidad de los individuos en la persecutión de sus propios inte-
reses, el insuficiente conocimiento de los hechos, llevan a los hombres a
entrár en conflicto con otros y a buscar la cooperación de otros. Las mis- 1li
mas circunstancias que generan conflictos entre los individuos son las que
los mueven a colaborar mutuamente para eliminar o reducir los factores
l1

lj
que determinan el enfrentamiento y limitar algunas de sus consecuencias
más desastrosas. Allí el derecho cumple la función de evitar o resolver al-
gunos conflictos y de proveer de ciertos medios para hacer posible la co-
operación, valiéndose para ello de la autoridad y la coacción
Precisamente, ese necesario ejercicio de autoridad y coacción, en de-
finitiva de poder, constituye ese precipitado de líquidos turbios a los que
1
no daremos nitidez cambiando recipientes sino otorgándoles un marco
que otorgue un sentido funcional a la convivencia en libertad. Mutando l
¡¡
el marco, operando el mecanismo en sociedades violentas, cambiaría el

45
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

sentido de la pena. Ya no sería un instrumento precursor de la respon-


sabilidad del autor a la vez que un mecanismo estabilizador de la norma,
sino un puro instrumento de dominación. En ellos, esos modos exorbi-
tantes de coacción mostrarán, sin tapujos, ejercicio de puras potestades
en vez de conocimiento de las infracciones jurídicos penales y sus con-
secuencias; entonces, la pena constituirá un magnifico instrumento para
doblegar al vencido.
Recordemos que la pena no llegó al derecho moderno como un desa-
rrollo más evolucionado de la serie: agresión - venganza - agresión, sino
por el contrario supuso el abandono de esa serie por su ineptitud como
instrumento superador del primer conflicto apareciendo como una ter-
cerización tendiente a que sea otro ajeno a él el que pronuncie de modo
cognoscitivo un veredicto acerca de la culpabilidad del autor y sus conse-
cuencias en un ámbito altamente ritualizado.
En sentido contrario, en sociedades violentas tales como las que he-
mos definido, aquella serie no aparece superada, constituyéndose todos
los factores en partes del conflicto; en tales casos, aquel rasgo coactivo
que el derecho necesariamente tiene, pasará a ser un instrumento apto
para domesticar diferencias.
Y si a la situación planteada se llegara por vía de la omisión del Esta-
do en relación al cumplimiento de los roles que le son propios, la ausen-
cia de respuesta estatal al problema del delito, llevaría pronto a que ese
espacio vacío de respuestas jurídico penales, sea llenado por la venganza
retroalimentando la serie: agresión - venganza - agresión.
En definitiva, como es un dato cierto que existen entre los hombres
distintas concepciones del mundo y de ellos mismos y de que también
existe la necesidad de un cierto orden capaz de soportar la convivencia,
resulta necesario regular coactivamente las conductas disfuncionales. Es
por eso, precisamente, que el proceso jurídico constituye sujetos a los
que sujeta mediante mecanismos capaces de asegurar por la culpa el lazo
social y, consecuentemente, ese mismo sujeto espera, frente la infracción
de otro, un acto ritual de autoridad capaz de restaurar ese lazo. Sin em-
bargo, ese ejercicio de autoridad y coacción, para lograr el propósito ase-
gurador de la convivencia en libertad, habrá de ser cumplido de un modo
ritual altamente normatizado en el que la fuerza, expresada siempre por
el Estado, represente una tasa marginal en la relación de poder.

46
Culpa y "castigo" en las sociedades violentas 1 OsCA~ EMIUO SARRULLE (H)

De otro lado, operando en sociedades violentas, mostrará domina-


ción y venganza. En esencia, una culpabilidad y pena operantes en socie-
dades democráticas sostenidas por el consenso y la tolerancia, alejará al
sujeto infractor tanto del implacable juicio sin tiempos procesales de su
conciencia, cuanto de la venganza y la dominación que anida en la entra-
ña misma del poder.
Es por ello que el poder deba, paradojalmente, ser ejercido en cla-
ve cognoscitiva amarrado sin concesiones al principio de legalidad, re-
presentando el necesario ejercicio de fuerza una tasa marginal en la re-
lación de poder.
En fin, apostamos a la apertura y la oportunidad tratanc!~ t:le cons-
truir "un mundo posible" en el que convivan poder y libertad. Para noso-
tros es preferible construir sueños que reformular recetas incapaces de
superar el conflicto.

NOTAS
( 1). Ferrajoli, Luigi. Derecho y Razón. Teoría del Garantismo Penal. Madrid: Trotta. 1995.
(2). Ni no, Carlos S. Introducción al Análisis del Derecho. Bs. As.:Astrea. 1993.
(3). Sarrulle, Osear E. J. Dogmática de la Culpabilidad. Bs.As.: Universidad. 200 l.
(4). Puede consultarse también nuestro texto La Crisis de Legitimidad del Sistema jurídico Pe-
nal. Bs.As.: Universidad. 1998.

47
.~·
111

VICISITUDES DEL ACTO CRIMINAL:


ACTING-OUT Y PASAJE AL ACTO

Marta Gerez Ambertín

"Si un homicidio ha sido escénicamente reinscrip-


to en la palabra sin explotación paródica, la justi-
cia tiene alguna oportunidad de ser algo más que una
máquina de administrar el miedo socio/ y subjetivo"
(Legendre. 1994:80).

l. El acto criminal y la opacidad del sujeto

El acto criminal, sus motivos y circunstancias plantean un sinnúmero


de preguntas a la sociedad toda: lpor qué un sujeto puede precipitarse a
ese cono de sombras?; ¿qué mueve a ese acto?; les pensable un prototi-
po o perfil del criminal?; les posible hablar de causas internas y ocasiones
externas?; icualquiera puede hacer un crimen, o se trata del accionar de
"enfermos", de "psicópatas"?
Preguntas que insisten. Para abordarlas es importante otorgar un lu-
gar preponderante .a la "posición del sujeto del acto" renunciando -tan-
to psicoanalistas como especialistas del campo jurídico- a sostener cual-
quier posición que los ubique, ya como "ingenieros de la conducta", ya
como meros "administradores de justicia". En realidad, ambos son inter-
pretes de la subjetividad porque no sólo interrogan e interpretan -cada
uno de diferente manera- a los sujetos del acto y a su entorno social sino
que mantienen una responsabilidad -con la sociedád y con ese sujeto-
que no puede ser eludida.
lCuál es el lugar de psicoanalistas, juristas, psicólogos, ,abogados, psi-

49
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

quiatras si olvidamos -tras esa pretendida "tecnologización de la indivi-


dualidad"- que no se puede juzgar a un hombre sin interrogar su vida in-
terior ya que el acto, el acto delictivo o cualquier acto está íntimamen-
te vinculado a la discursividad del ser humano, esa que sostiene el deba-
te interno y externo con la alteridad del Otro social?
La posibilidad de pensar en un "prototipo criminal" o en el "perfil"
del delincuente facilitaría, sin dudas, el camino para enfrentar lo intrinca-
do del crimen. Pero el ser humano y la sociedad donde habita son exce-
sivamente comf)lejos para suponer un encasillamiento tan simple, prima
en ellos la laberíntica diversidad.

La complejidad del crimen se debe, sobre todo, a la complejidad del


sujeto del crimen, sujeto que no es ni claro ni transparente. Razón por la
·cual se hace difícil trazar una divisoria que sitúe de un lado a los crimina-
les (considerados peligrosos o anormales), y de otro a los sujetos puros,
transparentes y normales. Sigmund Freud desalentó esta imposible división
en el espacio de las almas humanas. El sujeto del inconsciente -todo su-
jeto- no es fácilmente clasificable sino difícilmente predecible, no es amo
de sí mismo sino vasallo y producto de una estructura que lo sobrede-
termina: la sociedad, el lenguaje y la palabra. Pero ese vasallaje en modo
alguno implica determinismo absoluto o predestinación ineluctable. No
es amo de sí, pero sí responsable de interrogar su discursividad y sus ac-
tos. Cuenta con los recursos para hacerlo, puede deliberar consigo mis-
mo (debate interno) y con los otros. De esa deliberación es responsable.
El deseo inconsciente precisa de esa deliberación. El lazo social también.
Afirmamos esto sin desconocer que algunos individuos pueden tener di-
ficultada la posibilidad de deliberación, como en casos de autismo, esqui-
zofrenias y demencias, por ejemplo.
El sujeto freudiano revela una grieta debida al inconsciente lo cual per-
turba la ilusión de transparencia: no sabe los pensamientos que lo deter-
minan, pero es responsable de indagarlos. Los "hechos de lenguaje" se
lo permiten: el sueño, el lapsus, el síntoma, el chiste. Llaves para su des-
ciframiento. La torpeza en los actos demuestra que no siempre se hace
lo que se quiere, nuestro psiquismo no se maneja a voluntad. De ahí que
Legendre vincule el Derecho con el inconsciente (llamado por Freud "la
otra escena") ~1 afirmar: "La escena no jurídica del derecho se impone

50
Vicisitudes del aao criminal: aaing-out y pasaje al aao 1 MA'HA G::REz AMBERTÍN

como necesaria a la eficiencia subjetiva de las maniobras judiciales" (Le-


gendre. 1994: 119). Sin el reconocimiento del inconsciente la operación
judicial puede perder dimensión humana.
Es por esto que la sanción penal no habrí:- ~e ser entendida como una
mera aplicación administrativa, como uno de los últimos remaches de un
dispositivo que funciona casi automáticamente, casi "sin sujeto", o, más
bien, con la exclusión del sujeto. Con la aplicación de la pena ha de pre-
tenderse que el autor del acto dé alguna significación al mismo, que sub-
jetivice su falta y recupere (no pierda) el lugar en el tejido social al que
su acto ha lesionado, pero también que pueda recuperar eso de su pro-
pia subjetividad que quedó dañado por el acto delictivo pues, con ce) de-
lito, no sólo queda dañado el tejido social, sino el sujeto que lo come-
tió. "Responder de su acto quiere decir, para el asesino, separarse de su
acto de muerte y -decía también Dostoievski, quien conocía la cruel-
dad de su tiempo-'que vuelva a unirse a los hombres, así sea en el pre-
sidio" (legendre. 1996:41 ).

En tanto la capacidad de culpabilidad (imputabilidad) es para el dere-


cho penal "la capacidad humana para soportar la imputación jurídico-pe-
nal" (Sarrulle. 200 1:9 1) ello supone "que el sujeto de la acción haya po-
seído ciertos atributos que le hayan permitido, al momento del hecho, ac-
ceder al sentido de la norma jurídica por él infringida" (Íb.). De ahí la pre-
ocupación por la posición psíquica el sujeto del acto, preocupación que
no ha sido ni es privativa de los psicoanalistas.
La concepción -que sostenemos- que se ocupa de la posible y nece-
saria implicación del sujeto en su acto delictivo se opone tajantemente
a aquella que busca el "perfil" del delincuente cuyos orígenes son -indi-
simulablemente-las doctrinas del "delito natural" o del "hombre delin-
cuente". Estas teorías creen comprobar_que las condiciones que llevan al
sujeto a la delincuencia son principalmente factores psíquico-orgánicos-
químicos, verdaderas anomalías que hacen del tipo delincuente un tipo
patológico. Centran su atención en los móviles del hecho pero habiendo
declarado patológicos a esos móviles: concluyen que un delito no puede
sino ser cometido por un "enfermo". Así, el estudio de la culpa, la res-
ponsabilidad y aún de la sanción penal no es sino una "medicalización" de
la "anomalía", una tecnologización de lo "patológico".

51
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen JI/

Enfocar el interés principal en el sujeto del acto no es investigar móvi-


les patológicos y ello rio sólo porque nuestro Código Penal declare inim-
putable (no capaz de ser culpable) a quien no haya podido dirigir sus ac-
ciones ni comprender la criminalidad del acto, sino porque los actos hu-
manos obedecen a una constelación heterogénea de motivaciones, algu-
nas de las cuales son conscientes,. otras inconscientes y otras pertenecen
al campo de las impulsiones del superyó. El descubrimiento del incons-
ciente nos ha advertido que la culpabilidad subjetiva no nos es accesible
por la cientifización objetivista sino por una interrogación sobre el sa-
ber a media luz (vía el discurso y la asociación libre) del que está poseído
todo sujeto y que determina en cada uno el modo mediante el cual asu-
me su relación con la falta: el homicidio fantaseado (deseado) o el homi-
cidio consumado.
El sujeto de la culpa, de la falta, dispone de sus actos en virtud de su
poder de deliberación consigo mismo y con el otro, porque pudo y pue-
de deliberar con el Otro de la ley desde la misma legalidad del lenguaje.
Ninguna liturgia del derecho penal puede de dejar de lado esa apuesta a
la significación subjetiva de la pena.
Esto genera cierta alerta entre los especialistas del campo jurídico y-
del campo "psi", porque si no es tan fácil trazar una divisoria entre las
mentes sanas y las enfermas, entre los trastornados y los cuerdos, enton-
ces todos somos potencialmente peligrosos. Freud afirmaba que todos so-
mos "pálidos delincuentes" -el sujeto alberga fantasías delictivas que no
lleva a cabo- en tanto nuestra conciencia moral nos reprocha no sólo por
los actos cometidos, sino también por las fantasías de cometerlos. iCuán-
to no daríamos por poder predecir el preciso momento en que el sujeto
atravesará la línea de las prohibiciones fundamentales y pasará de "páli-
do" a rojo delincuente! iCuánto no daríamos por estar seguros que cada
uno de nosotros no atravesará jamás esa línea, que siempre quedaremos
del lado de "los pálidos"!
Pero nada puede asegurarnos quiénes sí y quiénes no cruzarán la
frontera. Se han trazado múltiples clasificaciones psiquiátricas, psicoló-
gicas y sociológicas que intentan atrapar en una red a "los peligrosos".
Todas han fracasado. De allí que la Corte lnteramericana de Derechos
Humanos expresara: "La valoración de la peligrosidad del agente impli-
ca la apreciación del juzgador acerca de las probabilidades de que el im-

52
Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto 1 MARTA GER::Z.Á'1a::RTÍN

putado cometa hechos delictuosos en el futuro, es decir, agrega a la im-


putación por los hechos realizados, la previsión de hechos futuros que
probablemente ocurrirán. Con esta base se despliega la función penal
del Estado. En fin de cuentas, se sancionaría al individuo -con pena de
muerte inclusive- no con apoyo en lo que ha hecho, sino en lo que es".
(CIDH, Serie C Na 126 caso Fermín Ramírez contra Guatemala, senten-
cia del 20/06/2005. La cursiva es mía). Siguiendo lo cual ha dicho nues-
tra Corte Suprema: "la peligrosidad, tomada en serie' como pronóstico
de conducta, siempre es injusta o irracional en el caso concreto, preci-
samente por su naturaleza de probabilidad.:." (CS. LA LEY 2006-E, 65
- DJ 25/10/2006, 547). Sin embargo, y como lo muestra una investiga-
ción recientemente realizada por nuestro equipo (v. Cap. IV), la peligro-
sidad habita las representaciones sociales de muchos abogados, juristas,
psicólogos y psicoanalistas. ¿Revelaría esto un obstáculo en los integran-
tes del dispositivo judicial?
Las discusiones sobre la "peligrosidad" se han incrementado a partir
de los atentados terroristas en Nueva York, Londres, Madrid y última-
mente en Mumbay. Y los mass medía se encargan de renovarlas cada vez
que con grandes titulares se informan violaciones, secuestros u homici-
dios en ocasión de robo. El jurista alemán G. Jakobs -citado en la senten-
cia de la Corte mencionada- afirma que, actualmente, para el poder pe-
nal del Estado, no todos los ciudadanos son personas, sino que están "las
personas y los enemigos". Estos últimos, que pueden ser tanto terroris-
tas como violadores reincidentes, en realidad no son considerados por el
derecho (incluso en los Estados democráticos) delincuentes, sino casi ani-
males peligrosos, pues, el supuesto derecho penal ideal, para el cual to-
dos somos iguales, contradice las medidas que los Estados adoptan con Jos
sujetos altamente peligrosos (adviértase la dicotomía entre "derecho pe-
nal ideal" y medidas efectivamente adoptadas por Jos Estados. Un buen
ejemplo de esto fue la Ley Patriótica adoptada por EE. UU. luego de los
atentados del l 1/09/200 l).
Dice el jurista Jakobs: "la culpabilidad está relacionada con la libertad,
pero no con la libertad de la voluntad, con el libre albedrío, sino con la li-
bertad de autoadministrarse, esto es, de administrar la cabeza y el ámbi-
to de organización propios" (2003:55).
Es la concepción que recoge nuestro Código en el Art. 34 inc. 1°. Pero

53
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/1

la cuestión no es simple, lqué es libertad de autoadministrarse en relación


a alteraciones morbosas de las facultades? El Código parece aclarar el pun-
to aludiendo en el párrafo siguiente a enajenación y enfermo.
La R.A.E. define morboso como: a) enfermo b) que provoca reaccio-
nes mentales moralmente insanas o que es resultado de ellas e) que ma-
nifiesta inclinación al morbo.
Y a morbo como: a) enfermedad b) interés malsano por personas o
cosas e) atracción hacia acontecimientos desagradables.
Adviértase la introducción de un criterio "moral" en las definiciones:
reacciones mentales moralmente insanas; interés malsano por personas
o cosas.
Definiciones que caben perfectamente a un violador de menores el
que, por tanto, sería inimputable.
El problema de las "clasificaciones" de "enfermos mentales" o "tras-
tornos de conducta" es que suelen naufragar. La premisa positivista de cla-
sificar según las señales visibles ordinariamente deriva a la denuncia mo-
ral. Tras la afanosa búsqueda de formas mórbidas de la conducta no suele
hallarse más que las deformaciones de la vida moral.
En tal sentido baste leer el alucinante capítulo de "Parafilias" del cé-
lebre DSM IV. El capítulo es casi risible porque, pese al ansía de clasificar,
afirma cosas como esta: " ... el gran mercado comercial de la pornogra-
fía y todo lo relacionado con ella sugiere que la prevalencia de este tras-
torno en la población puede ser elevada ... " (por tanto, icuidado! estima-
do lector: Ud. podría ser un "parafílico"). Pero las insensateces no acaban
aquí. Dice el Manual: "Los individuos que pádecen este trastorno pueden
escoger una profesión, tener como hobby u ofrecerse como voluntarios
para trabajar en oficios que les permiten estar en contacto con el estímu-
lo deseado (p. ej., vender zapatos o lencería de mujer [fetichismo], tra-
bajar con niños [pedofilia] o conducir una ambulancia [sadismo sexual]."
¿Es que puede parangonarse el disfrutar vendiendo o coleccionando za-
patos, conduciendo una ambulancia con la pedofilia?
Una simple lectura de esta "clasificación" -que ubica bajo un común
denominador a la travestí y al sádico sexual- demuestra lo que dijimos
más arriba: tras las "clasificaciones" de la.S formas mórbidas de la conduc-
ta no hay otra cosa que una concepción determinada de lo que debe ser
-según la "clasificación" utilizada-la vida moral. El tema ha sido documen-

54
Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto 1 MARTA GEREZ A":BERTÍI\:

tado abundantemente por Michel Foucault en sus Historia de la locura en


la época clásica y El nacimiento de la clínica a los cuales remito.
He mencionado todo esto a' simple efecto de poner en evidencia las
dificultades a las que nos enfrentamos cuando de establecer las alteraóo-
nes morbosas de las facultades se trata.

Advertido de todas estas dificultades -y sin estigmatizar a nadie- el


1 psicoanálisis da cuenta de dos movimientos de !a subjetividad que pueden
desembocar, a veces, en el crimen. Esos movimientos son el acting-out y
el pasaje al acto: "movimientos límites de la subjetividad": No encajan en
ninguna de las clasificaciones que conocemos, ni indican que alguien que
los cometa sea necesariamente un enfermo o enajenado mental.
El trabajo conjunto que llevo a cabo hace más de quince años con ju-
ristas, abogados, antropólogos, sociólogos y psicoanalistas, ha permitido
un debate serio sobre estos dos movimientos que, como dicen los juris-
tas, no encajan ni con las clasificaciones psiquiátricas ni con las psicológi-
cas. ¿se podría pensar acaso que son estados límites de la subjetividad? No;
diría más bien que son "movimientos límites de la subjetividad".

2. Movimientos límites de la subjetividad: acting-out y pasaje al acto

Sobre estos "movimientos límites de la subjetividad" me ocuparé aquí


a pedido, sobre todo, de mis colegas del campo jurídico. De allí que inten-
taré evitar agobiarlos con conceptos psicoanalíticos por los que no tran-
sitan frecuentemente.

Estos dos movimientos se producen dentro del dispositivo analítico,


pero también se producen afuera del mismo cuando la presencia del Otro
social o simbólico se desvanece o corre peligro de desvanecerse. Consi-
dera Lacan que acting-out y pasaje al acto son dos movimientos colindan-
tes a la angustia, ambos amenazados por ella.
Sobre un análisis más detallado de esos movimientos en la clínica psi-
coanalítica y de las respuestas del psicoanalista a las mismas pueden con-
sultarse mis libros: Las Voces del superyó (Cap. XXI) y Entre deudas y cul-
pas: sacrificios (Cap. X).
En principio estos dos movimientos límites se producen cuando un su-

55
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/1

jeto es asediado por la angustia, punto extremo de la subjetividad donde


se pierden las coordenadas simbólicas y el recurso de la palabra que per-
miten sostener la escena del mundo.
lEsto puede acontecer a cualquiera? Sí. No es preciso estar loco para
producir (y padecer) esos movimientos, aun cuando Lacan llame al acting-
out "un golpe de locura" y al pasaje al acto la "pérdida" del sujeto, mo-
mento de "disolución de la subjetividad", esto es: desubjetivación.
Todo sujeto está expuesto al encuentro con la angustia, a quedar "pe-
trificado" por ella o a extraviarse allí donde siente que el mundo pierde
el rumbo. Un ejemplo son las situaciones de "catástrofe" (climáticas, eco-
nómicas, políticas, sociales o psicológicas): las cosas dejan de ser "como
eran" y el sujeto no sabe a qué atenerse. Lacan lo dice irónicamente: "no
se sabe a qué santo encomendarse" ( 1973:26). La angustia se produce
allí donde no hay en qué sostener la escena del mundo, cuando "el alma
deja de saber lo que supo por largo tiempo" (Séneca. Las troyanas) ... su-
pone un encuentro traumático con lo real.
Una niña está jugando con su abuelito; de pronto éste avanza, exhibe
sus genitales y le arranca su ropa interior. Ese hombre, hasta entonces uno
de los más confiables del mundo, se ha transformado para ella en un mons-
truo desconocido, la niña siente que el mundo se hunde bajo sus pies ...
las referencias simbólicas desaparecen, es invadida por la angustia.
Primo Levi baja junto a los demás del tren que lo ha traído aAuschwitz,
recibe los primeros golpes. Años después escribirá: "la cosa fue tan ines-
perada e insensata que no sentimos ningún dolor, ni en el cuerpo ni en el
alma. Sólo un estupor profundo ... " y luego "una desesperación sin fondo".
Al estupor, a la paralización física y psíquica que produce el encuentro con
lo real, sobreviene luego esa desesperación sin fondo: la angustia.

Una pregunta habitual es si en acting-out y pasaje al acto hay el peligro


de una pérdida de la subjetividad, de una desubjetivación, y si es posible
retornar de esos momentos. Sí. La subjetividad sufre una estocada trau-
mática, queda frágil (en el acting) o deshecha (en el pasaje al acto) pero,
a veces, es posible recuperarse si el sujeto recibe "contención", el ofreci-
miento de los marcos simbólicos que perdió o estuvo a punto de perder
en esos movimientos (lo veremos en el caso del Cabo Lortie).
Hay en estos dos movimientos múltiples facetas a indagar que pueden

56
Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto 1 MAATA GEREZ A'1BERTíN

1
: abrir innumeros c:aminos a transitar en pos de la recuperación del sujeto
deJ acto vinculado a las variedades de la sanción penal y sus efectos, así
como para la intervención del psicoanalista.

2.a. El movimiento límite del sujeto llamado acting-out

Se trata de un llamado al Otro simbólico que se produce cuando ame-


naza la angus~ia y flaquea la palabra: allí el sujeto monta una escena y ac-
túa -en esa escena-lo que no puede decir. Es el caso de los niños abusa-
dos que "juegan" -o dibujan-lo que no pueden decir. Por eso es un pedi-
do de socorro al Otro simbólico. Se trata de una puesta en escena al mis-
mo tiempo que un llamado al Otro; en suma, una escena sobre la escena
del mundo, allí donde esta escena del mundo parece desvanecerse. Una
escena que intenta enmarcar o velar la angustia para recuperar lo que se
perdió: la circulación por la palabra. Pero es una escena montada no a la
manera del director de teatro -pensada y pausada-, sino en un estado
de motricidad potenciado, en un estado de alteración motriz que impi-
de al sujeto advertir lo que está montando. Él precisa de la intervención
simbólica del Otro para dimensionar ese montaje del que se espera que
"diga" lo que él no puede decir.
El concepto de acting-out fue forjado por Jacob Moreno en 1932 y re-
formulado por Lacan en 1952. El término no ha sido traducido al francés
ni al español, puede ser entendido como "actuar" -aunque esa traduc-
ción es limitada-, en todo caso sería "actuar fuera". Lacan afirma que, li-
teralmente, se trataría de un "actuar fuera de sí mismo". El Webster dice
del "acting-out": "representar una historia o el equivalente sobre una es-
cena, poniéndola en acto, opuesto al hecho de leerla". Hamlet no puede
"decir" que su tío asesinó a su hermano y padre de Hamlet en complici-
dad con su cuñada y madre de Hamlety, por tanto, hace que unos come-
diantes actúen una obra -escrita por él- donde ocurren estos hechos.
El acting-out es una mostración dirigida al Otro. Se pide ayuda allí donde
la escena del mundo puede desmoronarse, por eso se acompaña de cier-
ta dosis de violencia y se actúa en tanto la capacidad discursiva ha queda-
do limitada. Una nena de 1O años que padece una violencia sexual ejerci-
da por un ser querido y confiable, puede, por ejemplo, hacer una enure-
sis (diurna y nocturna). Es un desesperado pedido de ayuda dicho de ma-

57
,,

Culpa, responsabilidad y castiga en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen l/1

nera extravagante a alguien que puede ayudarle a significar lo padecido.


Esa mostración menta una historia que no logra ponerse en palabras ... y
por eso se la actúa. Es una escenificación que se dirige al Otro social a fin
de obtener una respuesta exigida hasta por la fuerza.
Hay quienes confunden los movimientos producidos por el acting-out
con los del síntoma; pero, a diferencia del octing, el síntoma no arriesga
la pérdida de la posición del sujeto del discurso, por el contrario, sostie-
ne esa posición.
El síntoma en psicoanálisis no es -como para la medicina- un fenó-
meno revelador de una enfermedad, de un daño orgánico, sino un men-
saje en forma de metáfora que expresa un deseo inconsciente. El sínto-
ma cuenta con el recurso de la palabra y, por tanto, hay el juego sustitu-
tivo de la metáfora. De allí que el síntoma sea "un mensaje cifrado". Del
síntoma y sobre el síntoma el sujeto puede hablar; el acting-out, en cam-
bio, se produce porque el sujeto no puede hablar de "eso" que le pasa y
que lo angustia. Por ejemplo, alguien quiere decir un poema a una mujer
y hace una afonía sorpresiva que no tiene justificativo -no hay daño orgá-
nico alguno-. Esa afonía es un mensaje para el sujeto mismo, quien pue-
de interrogar y descifrar qué hay en ese poema y en esa mujer que por un
momento dejan a sus palabras sin potencia. A veces un síntoma así pue-
de derivar en una boda o en un talentoso escritor de poemas. Este no es
el caso de la niña abusada que no habla pero se orina en la cama, en la
mesa familiar o en el aula.
El acting-out intenta el montaje teatral de una historia que no puede
expresarse en palabras, es indecible y por eso es puesta en escena y ac-
tuada para Otro. Pero, al igual que Sartre quería para el suyo, se trata no
de un teatro de caracteres o personajes, sino de un teatro de situaciones
en el que se espera que el Otro las revele ya que el sujeto no puede des-
cifrarlas. Son producidas por lo más pulsional del inconsciente dado que,
en el acting-out, las formaciones del inconsciente quedan eclipsadas (no
puede recurrir al síntoma o al sueño, es decir, a la metáfora). Es un espec-
táculo (show: una mostración) para tornar significable el mundo a través
del espectador del show. Se trata de una escena otra dirigida a un Otro
que desfallece, un envío de señales para que ese Otro salga de su sorde-
ra, ceguera o enmudecimiento. Como el sujeto no puede hablar muestra,
exhibe algo de él, y lo exhibe hasta el límite de la provocación.

58
Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto 1 MA.~TA GEREZ A'1SERliN

El acting-out tiene ribetes violentos y provocativos, es una forma de


expresión con un montaje escénico (como la pérdida de control de es-
fínteres en una nena de 1Oaños), pero no es más que un medio para ha-
cer gestos al sordo, al ciego o al mudo al que se dirige. Es el signo de que,
por un lado no se escucha al sujeto, y por otro que se lo presiona dema-
siado. Cuánto puede soportar alguien sin ser escuchado y cuánto de pre-
sión puede soportar dependerá de cada sujeto y de su historia.
El acting-out no apela (no puede) a la palabra (al orden del significante
como sí lo hace el síntoma) sino al orden del signo; el sujeto hace señales
y así llama a alguien, pero no a cualquiera sino a aquel erigido como capaz
de dar respuestas a esas señales. En el caso de la niña de 1O años, la enu-
resis sólo se manifiesta en la casa y en la escuela, no con sus compañeritos
- de juego. Sin duda espera la intervención de los padres o de la maestra.
En el acting el sujeto actúa lo que no puede decir de otra manera. Esto,
a su vez, le provoca mucha irritación por descubrirse incomprendido. De
allí el viraje de la pasividad del no poder ni saber decir hacia la actividad y
violencia de la mostración extravagante.
Que se actúe y se muestre lo que no puede expresarse con palabras
nos hace pensar en los recursos lúdicos del niño que pone en escená la
situación que precisa dominar para huir de la angustia: tales los monta-
jes de escenas de los niños ante la oscuridad o previos a un viaje. Se tra-
ta de escenas con cierta agitación motriz seguidas del montaje lúdico, las
que precisan de la palabra de alguien que enmarque esa escena. Son co-
nocidos los recursos del niño que se disfraza de lo que más teme: el dia-
blo, la bruja, el lobo ... estas escenas pueden tornarse repetitivas porque
precisan de la palabra del adulto que diga algo sobre "eso" que lo asusta
y es inmanejable para él.
Ahora bien, ¿por qué recurrir a un montaje de escena?, ¿por qué ese
llamado desesperado al Otro social, ese llamado a la advertencia y escu-
cha de un testigo? Acaso porque ese Otro desfalleció en algún momento
y en lugar de brindar escucha sólo ofreció una posición de dominio, una
posición de prepotencia que conduce al sujeto hacia el horror de hallar-
se en las fronteras de la angustia y el pánico.
Las palabras y recursos simbólicos se agotan y el sujeto queda dan-
do vueltas en vacío, apareciendo la motricidad como fuga, como evasión
coactiva.

59
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

El acting-out y el pasaje al acto alimentan con la angustia la motricidad


de esa fuga desmesurada. ¿oe dónde obtiene tanta fuerza sino de la an-
gustia que, al invadir al sujeto, lo transforma prácticamente en una "bola
de fuego", o en "una bola de violencia"?
Por eso el acting-out, por su alejamiento del campo de la palabra y su
proximidad a la angustia, impone cierta agitación motriz. Una motricidad
que, por lo general repite compulsivamente la escena de eso de lo que
no puede hablarse. Cuando el acting-out no obtiene respuestas puede vi-
rar hacia el pasaje al acto, ser el preludio de un pasaje al acto como en el
caso del crimen del cabo Lortie que desarrollamos más abajo.

2.b. El movimiento límite del sujeto en el pasaje al acto

Se produce cuando el sujeto se pierde, queda desenmarcado y en puro


desborde. Confrontado al agujero en lo real queda separado del registro
simbólico y cae de la escena del mundo. Un ejemplo de esto son los su-
jetos que luego de ser despedidos de su trabajo retornan con un arma y
arremeten a balazos contra todo el que encuentran habiendo sido, hasta
el día anterior al despido, personas "como todos". La pérdida o destruc-
ción de lo que era "su mundo", la falta de horizontes o posibilidades, la
ausencia de espacios donde canalizar la angustia que eso les ocasiona de-
viene un pasaje al acto de homicidios o daños sin sentido alguno.
Se puede dar aquí un símil. Supongamos que la escena simbólica del
mundo sea el marco de una ventana, eso enmarca lo simbólico e imagina-
rio de la escena del mundo (de la escena fantasmática), cuando el sujeto
se queda sin marco (por ejemplo despedido del trabajo), es como sisa-
liera eyectado por esa ventana y cayera al vacío sin ningún marco de refe-
rencia. Es lo que pasa muchas veces en los crímenes, suicidios, violencias
desmesuradas en las que alguien pierde su condición subjetiva (humana)
y se transforma en una cosa, en una bomba, en un arma, en una bala, en
un despojo temible para sí y los otros.
Mientras que en el acting hay un pedido desesperado al Otro, en el
pasaje al acto no se pide nada, no hay recursos siquiera para pedir. El su-
jeto sale eyectado de la escena del mundo y cae como una cosa ... defe-
nestrado de la escena. Es lo que llamamos desubjetivación. Por eso el ac-
ting-out puede ser menos amenazador para el sujeto, en tanto pide ayu-

60
Vidsitudes del acto criminal: acting~out y pasaje al acto 1 MARTA GEREZ AMBER7iN

da. El pasaje al acto, en cambio, al no pedir nada, precipita en la pérdida


de la subjetividad, lo que es altamente riesgoso. """
El pasaje al acto está vinculado con las impulsiones. La noción fue to-
mada de la psiquiatría para referir a la violencia o rudeza de comporta-
mientos que pueden dañar la propia vida o la de Jos demás.
Lacan lo redefine en 1962 como el "salto al vacío" que produce una
desubjetivación. El sujeto se pierde y queda transformado en una cosa,
en un objeto, en un desecho y por eso desconoce lo que hace. Circu-
la no sólo ajeno al discurso y la palabra, sino también fuera de sí mismo
y de toda ley.
El término pasaje al acto fue tomado del inglés enactment. Lacan acor-
daba (en 1948) en que la noción de delincuencia requiere las nociones de
justicia y de pasaje al acto (Lacan. 1985:20).
El pasaje al acto supone la ruptura de la escena del mundo. Ya no hay
el Otro. simbólico y porque no hay escena no hay espectador ni testigo:
por eso el pasaje al acto ni llama ni da a ver nada.
Ante la pérdida de los marcos simbólicos e imaginarios y por la an-
gustia que esto suscita, el sujeto es arrastrado como un objeto, queda sin
causa y sin cauce: puro desborde, desecho del mundo. Legendre com-
para la precipitación del cabo Lortie en su pasaje al acto con la caída de
una piedra "como una piedra que cae y que nada puede ya detener"
( 1994:84). Es acertadísima la metáfora: el hombre se transformó en una
piedra en caída libre.
Ante el golpe de lo traumático se produce un efecto de revelación de
la inexistencia del Otro simbólico. El sujeto se siente tragado o chupado
por un agujero sin fondo. En este caso lo que el sujeto pierde de sí es todo
ya que, desubjetivizado, como una cosa, se desploma al vacío de lo real
-fuera de Jos marcos del mundo o de la escena del mundo-.
Siempre hay una pregunta y un debate entre los psicoanalistas en cuan-
to al pasaje al acto: lhay retorno desdé él? Por Jo general sí, en caso que lo-
gre salir vivo y se le pueda brindar un universo y un ritual simbólicos donde
sostenerse y rearmar su escena del mundo, su discurso y subjetividad.
El pasaje al acto implica agitación motriz potenciada. Al igual que el
acting-out toma de la angustia no sólo la fuerza de la acción motora, sino
también la certeza. Vale aquí recordar que la angustia es el único afecto
que no engaña y porque no engaña no paraliza, todo Jo contrario, dispa-

61
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

ra hacia la acción. Sólo así puede entenderse que una persona debilucha
pueda tener en el movimiento del pasaje al acto una fuerza motriz des-
mesurada y logre, por ejemplo, arrancar con sus manos los ojos de al-
guien, como en el crimen de las Hermanas Papin, un estremecedor pa-
saje al acto criminal.
Lacan -en el Seminario de la Angustia- da un ejemplo claro del pa-
saje al acto que se da allí donde un niño (que ya tiene control de esfínte-
res) suelta intempestivamente su contenido intestinal -sabemos del va-
lor simbólico de intercambio que tiene las heces-. Un niño o un adulto.
Hay una expresión muy común para quien sufre una diarrea intempesti-
va: se convirtió en "pura mierda". Y es que, efectivamente, hay casos en
los cuales un golpe de angustia puede provocar diarrea (cagazo), el su-
jeto se pierde identificándose a esa mierda en la que se desubjetiviza. Se
pierde, queda sin marco simbólico, es arrastrado por lo real, se convier-
te en esa cosa tan devaluada: "mierda", "pura mierda".
Sí. .. el lector puede esbozar una sonrisa, pero, más allá de la medica-
ción necesaria que actúe a nivel del cuerpo, es preciso hablarle a "eso"
para que recupere su dimensión humana, hablarle y ofrecerle marcos ri-
tuales que le reposicionen en su lugar de sujeto hablante en el mundo sim-
bólico. Que pueda hablar en lugar de cagar(se).
Es interesante el recurso de los gastroenterólogos que indican al pa-
ciente tomar x medida precisa de agua, a x horarios (determinados con
precisión), bajo ciertas condiciones. Es decir, le ofrecen al sujeto una prác-
tica ritual. Junto al medicamento prescriben una liturgia simbólica para que
recupere la cuenta sobre sí, esa cuenta que se pierde en una diarrea gra-
ve. Equivalente a esta intervención es la orden que le da el Sargento Ma-
yor Jalbert a Lortie luego que éste, convertido en un objeto identificado
a su metralleta, dispara su balacera contra el Tribunal de Québec. El Sar-
gento Mayor ordena a Lortie ponerse el birrete y le hace un saludo mi-
litar. Le devuelve, así, un ritual que es el signo evidente de su pertenen-
cia a "un mundo" -el militar-, pues son los ritos los que imprimen un or-
den en el mundo de la contingencia. Los hombres se (auto)reconocen en
los rituales que practican. Conmovedor el momento en el que Lortie, de
"esa cosa que escupe balas" vuelve a convertirse en un hombre, un suje-
to que habla y entiende la lengua y los rituales del ejército.

62
Vicisitudes del aao criminal: aaing-out y pasaje al acto 1 MARTA GEREZ Av.aER7iN

3.- El pasaje al acto criminal del cabo Lortie ..no puedo decir que
no soy yo, soy yo"

En sus Lecciones VIII Pierre Legendre -jurista, medievalista, antro-


pólogo y psicoanalista, esposo de la psicoanalista Alexandra Papageor-
giu ex paciente de Lacan- trata sobre "El crimen del cabo Lortie". Cri-
men que acaparó la atención de muchos países occidentales y que, en el
año de la publicación del libro de Legendre -1989-, aún no estaba judi-
cialment~ concluso. Legendre dictó parte de esas lecciones en la É.cole
Practique des Hautes Études y en el curso dirigido a juristas de la Univer-
sidad de París l.
Para la publicación del texto se atiene a los debates públicos, las me-
morias de la defensa escritas por el abogado jacques Larochelle (Memo-
rias de la apelación: 25-0 1-1988) y toma especial cuidado en resguardar
los datos privados de la familia de Denis Lortie. Cabe destacar además
que, parte de la escena del crimen está filmada y registrada en la película
La fábrica del hombre occidental dirigida por Gérard Caillat sobre textos
de Legendre y con el registro de su voz. El asesor para la pericia judicial
y el estado mental de Lortie fue el eminente psicoanalista Lucien lsJael.
Se ha publicado recientemente en español el texto La fábrica del hombre
occidental que incluye un capítulo sobre El hombre homicida en el cual Le-
gendre trata el crimen de Lortie (Bs.As.: Amorrortu. 2008).

El crimen

El martes 8 de mayo de 1984 Denis Lortie -cabo del ejército cana-


diense de 25 años- irrumpe en la Asamblea General de Québec. Quie-
re matar al gobierno. Corre por los pasillos y dispara su arma automática
contra cualquiera que se cruza en su camino. Llegaba en horario a la Cá-
mara donde se reunirían los Diputado? ... pero la sala estaba vacía. Ese día
la Asamblea no sesionaba. Ocupa el sillón del Presidente de la Cámara y
hace ráfagas de disparos con su arma. Negocia su rendición con la inter-
mediación de un Sargento Mayor. Se contabilizaron tres muertos y ocho
heridos en su avanzada. Cuando Lortie se sobrepuso de su pasaje al acto,
declaró: "El gobierno de Québec tenía el rostro de mi padre" (Legendre.
1994:27). Sobre ese rostro disparó.

63
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

Legendre otorga credibilidad a esta declaración y por eso sus Lecciones


VIII estudian este caso como un pasaje al acto homicida y un parricidio.
Hoy Denis Lortie tendría 50 años. No sabemos nada de su vida ac-
tual. Su pasaje al acto fue testimoniado por Legendre quien hizo un no-
table estudio sobre las relaciones del sujeto del inconsciente con la ley y
la culpabilidad.
El Dr. Néstor Braunstein -asesor principal de nuestro equipo cuyo
trabajo inicia este libro- recomendó a la editorial Siglo XXI de México la
traducción de dos de los Seminarios de Legendre, entre ellos el N° VIII:
El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre el padre.

En enero de 1985 el abogado defensor -Larochelle- apela la prime-


ra sentencia en la que Lortie había sido declarado culpable de homicidio
en primer grado. Lo interesante, novedoso -y terriblemente difícil para
la defensa técnica- no es el fundamentar la apelación en el recurso al Art.
16 del Código Criminal Canadiense que -como ellnc. 1° del Art. 34 del
Código Penal argentino- señala: "Nadie debe ser declarado culpable de
una infracción relativa a un acto o a una omisión de su parte, mientras es-
tuviera enajenado"; sino hacerlo y agregar que su defendido se declara
"culpable" de su acto. Larochelle combina lo que el Código separa tajan-
temente: locura de culpabilidad. Aclaremos: no se trata de argumentar
que Lortie es un loco sino que sufrió una "emoción violenta" al momen-
to de los hechos -algo que cualquier código moderno acepta-. Se trata
de que Lortie se declara culpable de ese acto loco.
lPor qué el abogado defensor aconseja a Lortie declararse culpable
de un acto loco? Para que en la liturgia del juicio Denis recupere la subje-
tividad perdida en su pasaje al acto y para que pueda hablar y testimoniar
sobre su acto (hay material filmado y grabado del mismo). Para que pue-
da tramitar ese pasaje al acto de "matar la efigie del padre" y subjetivizar
su culpa. Matar la efigie del padre puede ser sancionado como un parri-
cidio. Legendre se encargará de demostrarlo en su libro. Sólo un aboga-
do (Larochelle) que entienda sobre la relación de ley y subjetividad hu-
mana y un psicoanalista que acredita las palabras de un criminal (Israel)
pudieron llevar adelante la defensa con la perspicacia que lo hicieron. Era
preciso apelar la primera sentencia que lo declaraba culpable de homici-
dio en primer grado (esto es, cadena perpetua) sin haber escuchado sus

64
Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto 1 MARTA GeREz A'1aERTÍN

declaraciones; era preciso pasar a un segundo proceso donde el acusa-


do pudiera dar cuenta de su "pasaje al acto criminal", de su acto loco en
condiciones delirantes sin que eso implicara que se trataba de un enaje-
l1
nado o de un psicótico. Se pretendía obtener dos beneficios: uno obvio
¡
ll
-la reducción de la sentencia-; otro que ponía en cuestión al código pe-
nal mismo al intentar conciliar "responsabilidad", "imputabilidad" con lo- i
cura. "La dificultad para los jueces como para la defensa, es, pues, gran- '
de, pero técnicamente no insuperable: la de arreglar una situación judi-
cial que permita concebir una sentencia que module la condena, favorez-
ca las condiciones de la tarea terapéutica y pueda así mantener abierto el
horizonte del acusado" (Legendre. 1994: 164). lPor qué, para qué? Si se
conseguía -y había elementos para ello- la inimputabiliCÍad por enajena-
ción pasajera, ¿para qué más? Tal vez porque el defensor sabía que una
absolución por locura sellaría para siempre el destino "loco" de Lortie e
implicaría su muerte subjetiva.
La defensa no se propuso "librar" a Lortie de la sanción penal entre-
gándolo a las Erinnias de la locura. En cambio, se sirvió de todos los ele-
mentos probatorios de la acusación para hacer regresar a Denis de su pa-
saje al acto haciéndose responsable de su crimen.
El "caso Lortie" bien puede ser visto como una desmentida a quie-
nes postulan que el Derecho debe negarse a entrar en las motivaciones
. puramente subjetivas y conformarse con admitir títulos generalizables y
causas supuestamente comunes a todos, fuera de la subjetividad (cf. Tho-
mas. 1999:87).
De los argumentos y conjeturas de Legendre hemos de servirnos or-
ganizando los datos en un orden diferente al del libro lo cual, si bien faci-
lita el seguimiento de los hechos, no reemplaza su lectura.
Al reordenamiento cronológico agregamos la dimensión de acting-out
que damos a los movimientos de Lortie previos a su pasaje al acto.

El crimen se comete en las condiciones teatrales de un atentado con-


tra el gobierno de un Estado y, en términos romanos, es un crimen de
lesa majestad. Pero, teniendo en cuenta las declaraciones de Lortie, su
abogado defensor y Legendre lo consideran un parricidio. Un "parricidio
transpuesto" (Legendre. 1994: 1 18). El abogado defensor de Lortie tiene
claro que los jueces no atenderán la cuestión del parricidio: él no mató a

65
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

su padre concreto ni a un pariente, causó tres muertes y ocho heridos en


su pasaje al acto en la Asamblea de Québec. Sin embargo, su abogado no
deja de tener en cuenta la cuestión del "parricidio transpuesto" en lo que
hace al trabajo psíquico de Denis para su recuperación subjetiva.
El acto loco (pasaje al acto) intenta resolver una carencia: ejerciendo
violencia contra otros y contra sí Lortie "arregla" sus cuentas genealógi-
cas: la reconstrucción del padre. Afirma: "yo no soy capaz de encontrar
en el interior de mí las partes que me faltan( ... ) yo me sentía capaz de
destruir esta autoridad, mi fuerza no tenía límite".
El abogado defensor otorga credibilidad a esta declaración y la defen-
sa se construye para ayudarle a encontrar esas partes que le faltan. Re-
conocer el crimen parricida permite interrogar de dónde saca Lortie la
"fuerza que no tenía límite": destruir la brutalidad del padre. Por eso es
un crimen parricida y no un atentado contra el Estado.
El acto fue filmado en parte por la TV y en parte por el circuito cerra-
do de televisión de la Cámara de Diputados. Un pasaje al acto cuya filma-
ción permite al actor del acto reencontrarse y desencontrarse con esa ima-
gen del criminal y de la víctima de su mismo acto. Durante las audiencias
Lortie pudo ver su acto y también escuchar los casetes que enviara pre-
anunciando su crimen, lo que le posibilitaron -gracias al apoyo de su abo-
gado- recuperar sus palabras y salir del transitorio estado delirante.

En este lugar conviene citar a Lacan cuando afirma "Confirmo el ac-


ting-out como equivalente a un fenómeno alucinatorio de tipo delirante
que se produce cuando uno simboliza prematuramente ... " ( 1955-56: 117).
¿Qué quiere decir simbolizar prematuramente sino abordar en el mun-
do exterior algo que debería hacerse previamente en el registro simbó-
lico? Lortie arremete contra la Asamblea porque tiene ésta "el rostro de
su padre", arregla las cuentas con la Asamblea y no con su padre interior.
Y gracias a todos las condiciones pacificantes que postcedieron al pasaje
al acto retoma la palabra, apela a sus recursos simbólicos y acusa al gran
ausente en ese juicio, aquel que fue matado en efigie: su brutal e inces-
tuoso padre. La afirmación de Lacan permite sostener que un sujeto pue-
de sufrir un fenómeno alucinatorio de tipo delirante sin ser un psicótico,
un enajenado mental.
Su acto no le muestra algo, le permite que "algo se muestre" -a él y a

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Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto 1 MA~TA GEREZA"'SERTÍN

los otros-, pero sólo podrá capturarlo, registrarlo, si cuenta con Otro que
le posibilite recomponer las piezas que se desprendieron en ese acto.
Así, toda la liturgia del proceso judicial es un "rito de paso" a través
del cual vuelve a sí mismo.
A efectos de facilitar la lectura del caso organizaré dos secuencias: las
del acting y el pasaje al acto del crimen por un lado, y luego la historia de
vida de Denis Lortie tomados del material que aporta Legendre en sus
Lecciones VIII, en el film y en el texto La" Fábrica del Hombre Occidental.

La secuencia del crimen: del acting-out al pasaje al acto

Lortie pertenecía al ejercito desde los 17 años. Sus compañeros y je-


fes lo consideraban un buen muchacho.
La aparición delirante de la cara del padre comienza en un incidente
con un Sargento (Chernier) a quien pide permiso para tomar tres días de
vacaciones; precisaba hablar con su esposa Lise y algunos de sus herma-
nos. Pero Chernier no escucha sus razones y le otorga sólo un día. De-
masiado impedido, trató de romper esta imposición recurriendo a las vías
jerárquicas ... pero fracasó. Entonces fue invadido por un sentimiento de
inestabilidad y omnipotencia ("superpotencia"). Ese instante lo precipi-
ta hacia los acting-out que anteceden al pasaje al acto criminal. Acting-out
que toman por momentos dimensiones delirantes y alucinatorias. Lo que
no implica que Lortie fuera un psicótico.
Cuando Chernier le niega el permiso que solicita ve en él al padre ( 1a
visión) y concibe matarlo, pero rehúsa hacerlo pensando en la esposa y los
hijos del Sargento. Decide alejarse de Ottawa a fin de protegerlos.
Dado que el Ejercito suple en él la carencia del padre simbólico, el re-
chazo del Sargento le reedita el esquema de padre arbitrario y tirano.
En el juicio relata el encuentro con C~ernier. Dice: "vi como una cara,
el semblante de mi padre me vino a la mente".

Viernes 4 de mayo
Nace la idea de la matanza cuando escucha al Primer Ministro de Ca-
nadá (René Lévesque) dar un discurso a la Nación francófona en inglés
(Canadá es un país partido por la hegemonía de la lengua inglesa, que es
la lengua de la Capitai-Ottawa-, en cambio la lengua francesa prima en

67
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

Québec). Y allf decide que a ese, y a lo que él representa, tiene que ma-
tar. Dice "Quiero destruir algo que quiere destruir la lengua, yo quie-
ro poner la lengua del lado en que va a estar la lengua francesa" (Legen-
dre. 1994:92).
Sábado 5 de mayo
Hace un inventario en el arsenal de la base del ejercito y carga en su
bolsa armas, máscara antigás y una caja de primeros auxilios. A pesar de
la agitación motriz que acompaña a este acting-out cumple con el ritual
militar. Aún lleva las cuentas de lo que hace. Espera hacerse detener allí
mismo, o erí el puesto de control. Pero no lo registran. Este acting-out es
un pedido de auxilio que no prospera. El Otro simbólico no se hace pre-
sente donde debería: en el arsenal o en el puesto de control. Nadie con-
trola nada, el Otro desfallece. No otorga permiso ni regula. Otro tan ar-
bitrario como su padre.
Domingo 6 de mayo
Ya con las armas, toma el camino a Québec y se le ocurre que podría
vivir en los bosques cazando con la metralleta. Un autoestopista le pide
que lo lleve, cosa que hace y con él se distrae y olvida su propósito de
quedarse a vivir en el bosque. iQué necesidad de hablar con alguien te-
nía Denis Lortie!
Una vez en Québec se instala en un motel. Por la tarde recorre la Ciu-
dadela que rodea la Asamblea para buscar el lugar donde hacerse matar.
Lunes 7 de mayo
Lortie graba los tres casetes con mensajes dirigidos a su esposa (Lise),
al capellán militar (padre Arsenault) y para André Arthur animador de un
programa radiofónico. Acaso sus últimos recursos desesperados por ape-
lar a la palabra y pedir auxilio. Ninguno de estos casetes llegó a tiempo a
destino por circunstancias fortuitas.
En el casete que envía al animador de radio Lortie se dirige al Univer-
so, a lo absoluto, pero explica lo que disparó la idea de la matanza: el dis-
curso del Primer Ministro. Al mismo tiempo que declara que quiere ha-
cer una escena de diversión en la Ciudadela aunque le atormenta saber
que para destruir al mundo ha de matar o herir algunas personas. Pre-
tende hacer el mal para hacer el bien (matar al Padre perverso para res-
taurar al Padre legislante).
En el casete que dirige a la esposa comunica su anhelo de muerte: ma-

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Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto J MARTA GE~EZ A..-.aERTiN

tary hacerse matar van a la par "antes de que me maten quiero haber ma-
tado un poco". La búsqueda de su muerte o la de los otros es constante.
A la vez le confiesa su amor desgarrado, amor de acting-out: "mi corazón
es para ti, pero mi cabeza está lejos" (Legendre. 1994:93). Su acto debe
ser consumado: "no se porqué, pero es preciso que lo haga". La agitación
motriz y su certeza en el acto se alimentan con la angustia -que lo moto-
riza-, pero aun así hace en el casete un llamado al Otro, un llamado des-
esperado. Por esto le damos dimensión de acting-out.
Del casete al capellán militar nada se sabe.
Martes 8 de mayo
Se viste con sus mejores galas militares, se coloca su insignia de Cabo
y su birrete. Sólo conserva su carnet de militar: como un auténtico com-
batiente. Envía los casetes (y sus pertenencias a su esposa, tiene certe-
za de su muerte) y se dirige en auto a la Ciudadela. Carga varias armas y
la máscara antigás reglamentaria. Hasta aquí cumple el ritual militar y lle-
va las cuentas de sus actos, aún no se pierde. Llama la atención un detalle
de él que registra la cámara: siendo un hombre de 25 años usa una pró-
tesis dental completa en el maxilar superior.
Escucha la radio esperando la señal (esperaba se difundiera por radio
su queja por la política de la confederación canadiense) y ante un silencio
del conductor (supone el inicio de la transmisión de su mensaje) se lan-
za desbocado al asalto, como en un operativo militar. La espera de la se-
ñal es doble: espera la señal de la presencia del Otro, espera también una
respuesta del Otro. Ante el silencio se dispara el pasaje al acto. A partir
de ese momento ya no espera nada. Sólo un imperativo prima en él: ma-
tar y hacerse matar. Se lanza -dice Legendre- "como una piedra que cae
y que nada puede ya detener" ( 1994:84).
Corre hacia la Ciudadela, dispara una ráfaga contra sus centinelas a
los que no alcanza y se dirige hacia la Asamblea Nacional. Al entrar cor-
ta un teléfono que comunicaba con la guardia de seguridad. Enfrenta a
la recepcionista, duda unos segundo y al grito de "adelante", abre fuego
contra ella a quien hiere en el pecho sin matarla; luego corre por los pa-
sillos y dispara a cualquiera que ~e cruza a su paso (mata a tres personas).
Llega al Salón Azul de la Cámara donde se reúnen los diputados. Pero la
Asamblea está vacía.
Se sienta en el lugar del Presidente (llamado el orador), cuelga su bi-

69
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 11/

rrete, arranca su prótesis dental y la arroja lejos de sí -se despoja de sus


prótesis-. Dispara ráfagas al frente (sobre un reloj) y sobre los asientos
vacíos de los diputados. Allí aparece (desarmado y sin uniforme militar)
por un costado y trasponiendo una puerta muy próxima a Lortie, Jalbert,
un ex Sargento Mayor y Jefe de Seguridad de la Asamblea que, hablándo-
le, comienza a aplacarlo. Jalbert se presenta como un ex militar para esta-
blecer un clima' de confianza. Llama la atención la tranquilidad con la que
le habla a quien aún dispara su arma. La presencia de agentes de seguri-
dad perturba el intercambio entre los dos hombres. Lortie los invita a tirar
contra él, pero nadie dispara. Jalbert sigue hablándole. Finalmente Lortie
le pregunta "lqué estoy haciendo? ¿qué le parece a usted que es militar?"
Extraña la pregunta de alguien que acaba de realizar un acto tan Joco.
Luego de 20 minutos de conversación Jalbert (que se mantuvo duran-
te todo el diálogo con el portafolio colgado de su mano izquierda, como
quien hace una tarea conocida) lo convence de seguir el diálogo en su ofi-
cina (Lortie continuaba armado). Simulando una negociación le dice que
no ha matado a nadie, que sólo ha herido, Lortie le contesta que "ha he-
rido al mundo", pero agrega algo importante, que quien ha hecho eso "no
es su corazón, es su cabeza".
A la postre Lortie acepta rendirse ante las autoridades militares con
los rituales del ejercito. Es sorprendente lo que puede verse en la repro-
ducción de la filmación en La fábrica del hombre occidental: Jalbert conven-
ce a Lortie (con los términos habituales del ejercito) que baje el arma. Al
salir le recuerda que debe colocarse su birrete: Lortie obedece, vuelve a
cumplir los rituales y en el video se nota la pacificación que va ganando su
semblante. Colocarse el birrete y seguir a un superior forman parte del
ritual del ejercito -reconocimiento de las lugares diferenciados-. Vuelve
a colocarse sus emblemas y comienza a r~cuperar la subjetividad perdida
en el pasaje al acto. El intercambio de palabras y señales simbólicas con
el ex Sargento Mayor lo han calmado.
T.:~ vez, ese ex militar que no huye, que no lo ataca, que le habla
-lcómo no le habló su padre?- y que le permite hablar, fuera para Lor-
tie la faz amable y garante del padre que buscó siempre y que encontró
en el momento en que decide acabar (en efigie) con la faz perversa, con
el abusador incestuoso.
Pero Denis Lortie había cometido un crimen, tres muertos y ocho

70
' Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto 1 MA~TA GERó'Z A":aERT:N

heridos fueron el resultado de su incursión loca. Finalmente es deteni-


do por la policía.

A diferencia de la violencia que produce en él el delirio preparatorio y


la acción del crimen, luego de su pasaje al acto Lortie -ya solo en el cuarto
del puesto de policía-tiene una visión del rostro del padre apaciguado: "se
le aparece la cara de un hombre anciano, que de una manera misteriosa
le da a entender que estaba ya perdonado por todas sus faltas. Esta visión
ocupa su mente en los primeros meses de detención. Entra en un discur-
so piadoso, donde compara a su madre con la Virgen María, ésta también
había dejado que su hijo hiciera su camino" (Legendre. 1994:94).

Secuencias de la vida de Denis Lortie

1959: nace Denis Lortie, tiene 8 hermanos. Ocupa entre ellos el lugar
del medio. Su padre era muy violento con su esposa e hijos, abusó sexual-
mente de sus hijas, con una de ellas tuvo un hijo. Era un ser "brutal".
1969: su padre es procesado y condenado a 3 años de prisión por vi9-
lencia e incesto al engendrar un niño con una hija. Tras su excarcelación
abandona a su familia. Nunca más lo ven. Lortie tenía entonces 1Oaños y
hasta los 17 fue criado por la madre. Luego ingresa al ejército que suple
en él la carencia del padre.
Al momento de ser arrestado el padre ( 1969) los hermanos mayores
de Denis concebían un complot: escondieron armas en la casa para ma-
tar al padre en caso que los volviera a golpear. En el juicio el abogado de-
fensor argumenta que 15 años más tarde Denis Lortie iba a representar
esta matanza del padre bajo un acto loco.
1975: una hermana del padre se suicida después de haber ahogado a
su hijo adoptivo de 4 años. A partir de ahí Lortie padre siempre estuvo
obsesionado por ideas suicidas que no concretó.
1976: Ingresa al ejercito ( 17 años), se casa luego con Lise y tiene 2 hi-
jos. El primer hijo (Luc) nace en 1980 y su hija Marie-Héleme en 1983. Es
decir, ingresa en la paternidad luego de 4 años en el ejercito. Esta institu-
ción suple en él la función parental.
Al nacer su hijo varón (Luc} lo angustia su lugar de padre, teme ejer-
cer contra el niño la misma violencia que su padre con él.

71
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

1983: Luc deja de hablar. Se considera culpable de ello. El ortofonista les


pregunta por rutina si Luc había sido golpeado. Denis se siente acusado.
1983: Nace la hija, siente inquietud y miedo de reproducir con ella lo
que hizo su padre: abusar de una hija y embarazada.

Toda esta historia marca a Denis como dificultado de asumir su pater-


nidad. Persistía en el lugar de hijo. Su genitor no había cumplido la función
de padre, no transmitió la ley de prohibición del incesto que hace posible
la cadena de.sustituciones y permutaciones. Ese padre no estaba marca-
do por el límite y, por eso,"( ... ) la entrada de Lortie hijo en la paternidad
(en términos de estructura: llegar al lugar del padre) toma proporciones
de apocalipsis" (Legendre. 1994:89).
La versión perversa del padre aparece como un fantasma amenazan-
te y superyoico. Temía por él, temía por su esposa y por sus hijos: "tener
hijos y verdaderamente que suceda la misma cosa que sucedió con mí...
en mi casa, con mi padre" (Legendre. 1994:90).

Un crimen contemporáneo: teatro tecnológico y proceso jurídico

El crimen de Lortie fue registrado por videocámaras, una parte del


mismo fue filmada. Todo se registra en un teatro tecnológico. Durante
el proceso judicial, y a través del video, Denis Lortie logra reencontrarse
con su imagen y su palabra, porque no se trata de un psicótico. Dice Le-
gendre: "El paso al acto homicida en condiciones delirantes, no presupo-
ne la estructura psicótica del autor. La atmósfera delirante no constituye
por sí misma una psicosis" ( 1994: 153).
Pero los expertos "psi" del sistema jurídico canadiense no lograron
dar respuestas amplias en sus diagnósticos. De una u otra manera-según
Legendre- se encerraron en los sistemas clasificatorios. Y es que, para no
caer en esas tentaciones esquemáticas, habría que considerar un apor-
te muy importante de Lacan: acting-out y pasaje al acto, en sí mismos, no
abren posibilidades de un diagnóstico diferencial. Es preciso trabajar, in-
cluso con el campo jurídico, para que el sujeto recupere la subjetividad
y la palabra perdidas para aventurar un diagnóstico diferencial (neurosis,
perversión o psicosis). Porque más importante que el diagnóstico, que la
etiqueta, que el rótulo, es saber qué sucedió en la vida interior de alguien

72
Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto 1 MARTA GEREZ A'1BERTÍN

para llegar hasta esos actos. Caso contrario, como efectivamente dice Le-
gendre, dejamos de ser psicoanalistas para ser ingenieros de la conduc-
ta, y se deja de ser jurista para ser mero aplicador de fórmulas. Pero sa-
ber qué sucedió no es al efecto de "dis-culpar", tampoco para arribar a
una "comprensión" que haría inteligible al crimen -es decir, la "construc-
ción" judicial del crimen de acuerdo a la psicología clásica: "el hecho sólo
existe como elemento de una racionalidad lineal" (Barthes. 1983:1 04)-.
El qué sucedió sirve si su mira es hacia delante. Porque lo que verdadera-
mente está en juego es el destino de un sujeto.

El vide.o fue una herramienta importante para registrar las circunstan-


cias del crimen. Ese teatro tecnológico pone en escena el drama del cri-
men: Lortie está en la pantalla cometiendo su acto, pero también está en
el público como espectador, contemplando ese acto. "De actor que no
sabe que está representando, Lortie se convierte en el que contempla
la imagen que mata, es decir el otro en él, el enajenado que él mira( ... )
la división subjetiva se hace objeto" (Legendre. 1994:99/ 100) y por eso,
cuando Denis se ve por primera vez en el video y se reconoce, se d~s­
morona. Nuevamente el peligro de la precipitación a otro pasaje al acto,
sólo que en esa oportunidad el Otro simbólico está presente, le ofrece
un continente y eso permite el sostenimiento del marco simbólico que
evita otra caída subjetiva.

En enero del 1985 se hace el primer proceso judicial sin que el incul-
pado testimoniara atendiendo a las pautas del derecho canadiense, lo que
desembocó en una primera condena. El abogado apela y se da un segun-
do proceso que se lleva a cabo desde enero de 1987.
Dado que el segundo proceso se da en otro tiempo de condición sub-
jetiva de Lortie, éste no sólo está en CO(ldiciones de testimoniar sino que
el proceso le permite subjetivar el crimen: descubrir a quién quiso ma-
tar, qué quiso matar con su crimen para poder dar, finalmente, cuenta de
su acto ~para sí mismo y para los otros- mediante el recurso de sus pa-
labras. Todo esto testimoniado ante la presencia de otros, que no son
otros cualquiera sino un Tribunal Jurídico que le devuelve un reconoci-
miento sobre sus faltas.
Cuando Lortie ve el video "sale de la audiencia en estado catastrófi-

73
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/1

co, da gritos" (Legendre. 1994: 102). Luego se calma. Se tranquiliza cuan-


do puede subjetivar y reapropiarse del acto y de sí mismo. Y al apropiar-
se de sí puede separarse de su acto criminal, no quedar pegado al mismo
lo cual lo precipitaría a la repetición de otros crímenes o el suicidio. Y esto
es posible porque el Tribunal Jurídico funcionó como tercero separador.
Así, puede -sin enloquecer- ser testigo de su crimen y hacerse responsa-
ble de él. Despegado del pasaje al acto y del acting-out se desprende del
delirio y se reconoce: "yo no puedo decir que no soy yo, soy yo". (Legen-
dre. 1994:61 ) .. Es él y no es él, pero el que ve la escena ya no es el venga-
dor, es un hijo que recuperó la dimensión simbólica del padre, de ese pa-
dre que le negó la legislación simbólica. Ya no precisa matar al padre per-
verso en efigie. Ahora cuenta con un sistema simbólico que lo hace partí-
cipe del sistema de legalidad y prohibición -gracias a la mediación del Sis-
tema Jurídico-- y le permite acceder al lugar de hijo legitimado por la ley. Al
mismo tiempo, eso le posibilita permutar ese lugar y constituirse en padre
de sus hijos sin hacerlos correr severos riesgos. Los lugares diferenciados
pueden sostenerse: logros de la función clínica del Derecho.
Legendre y el abogado defensor aciertan su diagnóstico cuando afir-
man que se trató de un parricidio. Lortie desplazó hacia el gobierno la per-
versión del padre. Es un acto loco, pero no está hecho por un psicótico,
por un enajenado. Cuando Denis lo subjetiva -cuando puede "apropiar-
se" de su acto,- deja de estar loco. Habla, recupera su historia y recono-
ce su acto desvariado y criminal: "no soy capaz de explicar cómo se hizo
todo eso, estaba perdido a un extremo en verdad peligroso ... no puedo
decir que no soy yo, soy yo" (Legendre. 1994: 105).
Dice Néstor Braunstein que el pasaje al acto " ... es la imposibilidad de
verse al mismo tiempo «desde adentro>> y «desde afuera>>(... ) cuando esto
sucede está fuera de sí" (2008:97). Cuando Lortie se recupera, cuando re-
torna a sí gracias a la intervención simbólica del Otro, puede hacer el do-
ble reconocimiento, tanto desde adentro como desde afuera. Puede ver-
se a sí mismo, mirarse en el espectáculo del mundo en esa imagen que le
devuelve el video. La mirada del Otro y la visión de él confluyen sobre ese
"no soy yo", pero "soy yo". Es el uno y el otro, ahora conectados.
De igual modo, lo que había reiterado varias veces "no es mi corazón,
es mi cabeza", se vinculan cuando sale del pasaje al acto. Cabeza y cora-
zón pueden conciliarse -hablarse-, los dos le pertenecen. Ahora escucha

74
Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto 1 MA.~TA G::REz AMBERTÍN

el discurso discordante de ambos. ¿No es acaso lo que cualquier sujeto


hace habitado por las contradicciones entre su corazón y su cabeza? Cla-
ro, no todos llegan al crimen.
Lortie, en loco vértigo, hace su pasaje al acto criminal. Pero se recupe-
ra gracias la liturgia del segundo proceso judicial -que le establece los lími-
tes que su padre no pudo brindarle- y a la estrategia de la defensa -que
incluye el asesoramiento psicoanalítico al abogado defensor-. Merced a
ambos restaura al padre simbólico, tramita su posición de hijo legitimado
por el sistema de prohibiciones. Podrá, así, permutar la posición de hijo
por la de padre. Merced a todo ello restaurará su subjetividad.
Es en virtud de ese Tribunal que acepta llamar a un hombre a ren-
. dir cuenta de sus actos -mientras pende sobre él la cierta posibilidad de
la sanción penal- donde Denis Lortie subjetiviza su falta, es decir, se (re)
apropia de sí mismo. Recupera su humanidad al precio de admitir su cri-
men y aceptar su responsabilidad. Sí, el costo de la operación podría ser
la pérdida de la libertad de unos años. El abogado defensor pide una "san-
ción modulada".
La estrategia de la defensa sin duda es compleja: "se trata se saber
cómo, sobre la base de una acusación de homicidio, y declarándose Lor-
tie culpable( ... ) pueda ser jurídicamente concebible llegar a una senten-
cia de condenación conciliable con el estado de demencia del homicida
en el momento de los hechos" (Legendre. 1994: 163). ¿Cómo conciliar un
pasaje al acto loco con responsabilidad?; lse puede conciliar tal oxímoron?
Sí, en tanto esa acusación permite al sujeto acusado restaurar su subjetivi-
dad y hacerse responsable de sus actos. Todo el texto de Legendre trata
esta difícil cuestión que merece ser considerada tanto por el campo jurí-
dico como por el campo psi.
Si bien la defensa pudo haber sustraído a Lortie de la pena recurrien-
do sólo al Art. 16, en el segundo proce~o optó por apostar a la función
clínica del Derecho y evitó conducir a Denis desde el campo del derecho
al campo médico, de la sanción penal a la reclusión manicomial. Apostó a
volver a reunir a Denis Lortie con las partes que le faltaban, a que pudie-
ra subjetivizar su falta y hacerse responsable de su acto homicida, a que
pudiera -tal como afirmamos en el epígrafe- re inscribirse en la palabra,
a que la.justicia tuviera la oportunidad de ser algo más que una máquina
de administrar el miedo social y subjetivo.

75
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicaanalítica. Valumen /11

Ref. Bibliográficas

Braunstein, Néstor (2008) La memoria, la inventora. México: Siglo XXI.


jakobs, Günther (2003) Culpabilidad en Derecho Penal. Dos cuestio!'es fundamenta
les. Univ. Extemado de Colombia. Ctro. de Investigación en Filoso
fía y Derecho. Impreso en Bs. As.
Lacan, jacques ( 1955-56) El Seminario. Libro 111. Las Psicosis. Barcelona. Paidós.
1984.
Lacan, jacques ( 1973) Radiofonía y Televisión. Barcelona: Anagrama, 2" ed. 1980.
Lacan, jacques ( 1985) Intervenciones y Textos l. Bs.-As.: Manantial.
Legendre, Pierre ( 1994) Lecciones V111. El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre el
padre. México: Siglo XXI.
Legendre, Pierre ( 1996) El hombre homicida. Bs.As.: Amorrortu. 2008.
$arrulle, Osear E. (2001) Dogmática de la Culpabilidad. Bs.As.: Universidad.
Thomas, Yan ( 1999) Los artificios de las instituciones. Estudios de derecho roma-
no. Bs.As.: EUDEBA.

76
IV

REPRESENTACIONES SOCIALES
DE "PELIGROSIDAD" EN LOS
MAGISTRADOS DEL FUERO PENAL

.11:!
Laura Adriana Capacete j¡,
1 ¡.·
,¡'
1!':

Nos interesa indagar las representaciones sociales de "peligrosidad"


que operan en los magistrados del Fuero Penal en tanto suponemos que
la presencia de dichas representaciones puede llevar a un modo de re- '"]'

solver y dictar sentencias que contradiga los principios del sistema penal
moderno. Dicho sistema está estructurado sobre el "principio del he-
cho" según el cual se juzgan las conductas tipificadas como delitos y no
a las personas.
Nos preguntamos lqué sentidos conllevan las representaciones de su-
jetos peligrosos?; lde qué modo intervienen en sus resoluciones y sen-
tencias?
Para avanzar en las respuestas en primer lugar rastreamos la idea de
"peligrosidad" en el interior de las principales teorías del derecho penal,
para luego analizar los resultados surgidos de las entrevistas (cerradas y
semidirigidas) administradas a magistrados del Fuero Penal y de Familia
de las provincias de Buenos Aires y Tucumán (Argentina).
Del análisis de las entrevistas inferimos que esta categoría está aún vi-
gente y es utilizada otorgándosele distintos significados.

El concepto de representación social


El concepto de representación social fue originalmente planteado por
Moscovici <1> quien lo definió como la elaboración de un objeto social por
una comunidad construido en un proceso social y materializado en un dis-
curso. Este autor ligó las representaciones sociales al conocimiento co-

77
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/1

tidiano -lego o sentido común-, al que contrapuso con el conocimien-


to científico. Más tarde, J. Pérez <2> cuestionó dicha contraposición argu-
mentando que ambos conocimientos están fuertemente articulados dado
que los desarrollos científicos se hallan anclados en el sistema de creen-
cias que impera en un determinado momento histórico.
Para nosotros la representación social es una categoría de pensamiento
formada tanto por el conocimiento lego como por el científico, que ope-
ra en una comunidad o un colectivo y forma parte del inconsciente cultu-
ral de la época. Las representaciones sociales tienden a que el orden sim-
bólico pierda su condición de tal y se naturalice, ocultando la raigambre
ideológica en la que se sustentan. Las representaciones arman un entra-
mado ideológico dentro del cual se hacen visibles determinados aspectos
para ocultar a otros. S. Zizek define la ideología "como la matriz genera-
tiva que regula la relación entre lo visible y lo no visible, entre lo imagi-
nable y lo no imaginable, así como los cambios producidos en esta rela-
ción" <3>. Esta dinámica está en íntima conexión con las relaciones de do-
minación que subyacen a un determinado contexto histórico.
Desde nuestra concepción las representaciones sociales, que derivan
en modalidades de pensar y actuar, pueden asociarse a lo formulado por P.
Bourdieu (sociólogo francés contemporáneo) <4>, cuando plantea que aun
las elecciones intelectuales más concientes llevan interiorizada la cultura
objetiva de la sociedad, la época y la clase social en cuyo interior se ges-
tan, y define este acontecer con la expresión inconsciente cultural el que
está formado por categorías de pensamiento que fundamentan nuestra
aprehensión del mundo y tratan de insinuarse como visión científica.
Las representaciones sociales no son unívocas y comparten, al decir
del autor, las tensiones que, como líneas de fuerza, operan en todo cam-
po intelectual. Bourdieu considera que las creaciones intelectuales de-
ben dar cuenta del campo ideológico correspondiente reconstruyendo
las lógicas tanto del campo intelectual como las del campo de poder, am-
bas articuladas entre sí.
En el tema que nos ocupa, o sea las representaciones sociales que
operan en los magistrados del fuero penal, cabe mencionar a M. Pava-
rini (S) quien señala la raigambre ideológica de cada escuela de Derecho
Penal la cual se manifiesta legitimando acciones que no cuestionan el or-
den social instituido.

78
Representaciones sociales de "peligrosidad" en los magistrados del fuero penal 1 l.AuRAAoRIANA <=A>ACETE

La noción de peligrosidad en Derecho Penal y en las teorías


sobre el delito

Hagamos ahora un breve recorrido por las principales corrientes del


Derecho Penal a fin de rastrear la noción de "peligrosidad" en el inte-
rior de las mismas.
Dicha noción no está presente en la Escuela Clásica <6J en tanto ésta
entiende el delito como concepto jurídico ligado a la violación del dere-
cho y del pacto social. No pone el énfasis ni en el sujeto criminal ni en los
factores etiológicos que lo llevan a delinquir. Es decir, considera al deli-
to como un comportamiento surgido del libre albedrío y la voluntad del
individuo, lo cual supone un sujeto responsable de sus actos. Por ende,
no contempla patología alguna en quienes delinquen. Para esta escuela,
el Derecho Penal y la pena no se proponen modificar al delincuente. Son,
en cambio, instrumentos que sirven para proteger a la sociedad del cri-
men al operar como disuasivos o como contramotivación.
Dentro de es,ta corriente se destaca C. Beccaria <ll cuyo pensamiento
fuertemente influido por la filosofía del Iluminismo Europeo se enmarca
en la concepción liberal del Estado. Para este autor la pena justifica el sa-
crificio de la libertad individual y es justa si el daño ocasionado hace ne-
cesaria la defensa social frente al mismo.
Por su parte F. Carrara <8l, exponente también de la Escuela Clásica,
considera que el delito no es un ente de hecho sino jurídico, cuya esencia
consiste en la violación de un derecho. La pena no implica retribución ni
busca la enmienda sino limitar el peligro social que sobrevendría a la im-
punidad del delito. En su concepción, típica de esta escuela, la conside-
ración objetiva del delito predomina sobre la consideración subjetiva del
reo. Dado lo anterior, observamos que la noción de sujetos peligrosos
no ha sido una temática desarrollada p~r la Escuela Clásica.
Esta noción ingresa al Derecho Penal a través de la criminología posi-
tivista, opuesta a la anterior. Esta concepción, que asume los valores do-
minantes de la sociedad como naturales, se interesa por los factores etio-
lógicos del delito y tipifica a los individuos "peligrosos" en base a ciertas
"señales" antropológicas de la criminalidad que primero establece. Dicha
tipificación la realiza a partir de la observación de individuos internados en
instituciones totales, como la cárcel o el manicomio. Pretende así consti-
tuirse como una nueva disciplina científica con un discurso autónomo.

l 79
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 11/

Al interior de la escuela que nos ocupa hay divergencias. Algunos po-


nen el énfasis en factores biológicos de naturaleza hereditaria, como C.
Lombroso quien considera al delito como un ente natural, un "fenómeno
necesario como el nacimiento y la muerte". Lombroso supone en los de-
lincuentes características atávicas propias de la:s "razas salvajes". Y plan-
tea que la pena sirve para asegurar el bienestar de la sociedad en tan-
to "en el hombre honrado que comete un homicidio, la pena es casi in-
útil, pues el delito es, por sí mismo, un castigo grave y puede asegurarse
que el culpable no lo repetirá". Mientras que si se trata de un delincuen-
te, "cualquier retraso o contemplación de la pena, es un peligro para las
gentes de bien" <9l.
Otros representantes de esta misma escuela incluyen, en cambio, fac-
tores etiológicos ligados a la personalidad y al medio social. Así, Enrico
Ferri plantea que "el objeto esencial consiste en estudiar la génesis natu-
ral del delito, ora respecto del delincuente, ora en el medio en que vive,
con el fin de apropiar a las diversas causas, diferentes remedios" <10l.
En resumen, la criminología positivista, munida de un paradigma epis-
temológico de tipo etiológico ligado a un afán clasificatorio, excluye del
análisis factores históricos y políticos.
Foucault (ll) señala que esta criminología no tuvo necesidad de darse
una justificación teórica ni una coherencia en tanto este discurso era útil
para sostener el funcionamiento del sistema penal del siglo XIX. Para este
autor, desde un discurso "sabio" se refrendaba así algo que funcionaba ya
desde el siglo XVIII: "imponer un castigo a alguien no es para castigarlo por
lo que ha hecho, sino para transformarlo en lo que es". Es decir, la puni-
ción pasa a ser significada como una tecnología para reformar al sujeto.
La criminología positivista realizaba una tipificación a través del méto-
do descriptivo, estadística llevada a cabo en la cárcel o en el manicomio
judicial. En tanto mayoritariamente ahí se encerraba a los individuos más
pobres, esto los llevó a considerar la peligrosidad como un atributo no
solo inherente a un sujeto, sino a determinados grupos sociales.
Esta escuela criminológica tuvo un fuerte desarrollo en nuestro medio.
José Ingenieros -su figura más relevante- propuso, para apreciar la "re-
formabilidad" o la "temibilidad" de los delincuentes, una clasificación psi-
copatológica en base a anomalías morales, intelectuales, volitivas o com-
binaciones. A diferencia de Lombroso consideraba que, en la etiología del

80
Representaciones sociales de "peligrosidad" en los magistrados del fuero penal!l.-'JJRA ADR:ANA CA?Acm

delito, intervienen factores de tipo psicológico y social. Desarrolló exten-


samente la cuestión de la peligrosidad que aplicó también a colectivos so-
ciales. Por ejemplo, mencionaba que en el siglo XVIII era común que los
alienados eludieran el manicomio hasta que "hubo varias redadas para su-
primir la vagancia de los dementes tranquilos" <12>. Refirió también en 1900
que, en dos años, "se recogió e internó en los manicomios a un centenar
de atorrantes". Un proceder que Ingenieros no cuestionaba.
En esta misma línea conceptual C. O. Bunge (ll) -otra figura destaca-
da del positivismo- también asignó la peligrosidad a colectivos sociales.
Según este autor el anarquismo "no resulta una pasajera manía de espíri-
tus perversos o atávicos a quienes puede fácilmente reprimirse en la cel-
da o el sanatorio. Antes bien, es un peligro social" que puede ser tanto
"inmediato", como "remoto". En el primer caso, es una "amenaza con-
tra la vida y la seguridad de las personas gobernantes de la clase rica y di-
rectora. El peligro remoto estribaría en el triunfo que pudiera alcanzar
su doctrina, desorganizando la sociedad y disminuyendo la felicidad de
los hombres".
En síntesis, la noción de peligrosidad ingresa fuertemente en el Dere-
cho Penal a través de la criminología positivista, quedando ligada a deter-
minados sujetos o grupos que, por causas biológicas, psicológicas o so-
ciales serían proclives a realizar actos criminales.
Esto tendrá efectos -algunos aún vigentes- en el texto de nuestra legis-
lación, en las prácticas penales y las carcelarias 0 4l, como en los desarrollos
del saber psiquiátrico ligado a la criminología donde se intenta construir
una nosología clasificatoria y prospectiva para la categoría peligrosidad.
Es así como, actualmente en nuestro medio, el texto de la legislación
convoca al saber médico para evaluar la peligrosidad de los sujetos y el
discurso psiquiátrico responde a dicho requerimiento. Cabe citar en este
sentido una publicación reciente de un medio especializado en la cual los
psiquiatras forenses -Dres. Stingo y Zazzi- os>, basándose en el Manual
de Psiquiatría CIE 1O atribuyen la peligrosidad, tanto a nivel diagnóstico
como pronóstico, a nueve trastornos allí tipificados.
El discurso de la psiquiatría forense tiene consecuencias fácticas, en
tanto guía las resoluciones de los magistrados cuando, por ejemplo, de-
ciden sobre internaciones psiquiátricas que, en al:r~s casos llegan a ser .
por tiempo indeterminado. Dicho aspecto ha m~do cuestionamien-

81
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

tos, entre otros, el de A. Márquez (l 6l quien relata un caso donde se apli-


ca la categoría de peligrosidad a una persona sobre quien se resuelve una
internación psiquiátrica por ser diagnosticada con "retardo mental mo-
derado".

Otras disciplinas han abordado la cuestión del delito durante el siglo


XX. Observamos en ellas distintos desarrollos -divergentes entre sí- en
los que la categoría de peligrosidad o bien deja de ser utilizada, o bien se
asume una posici'ón crítica frente a la misma. Excede al presente traba-
jo desarrollar dichas concepciones -que serán solamente citadas- pues,
como veremos más adelante, dichos marcos teóricos son tanto utilizados
como omitidos por los jueces entrevistados.
Entre las teorías superadoras de la criminología positivista podemos :1
citar, por un lado las que realizan un análisis macro-social, como la teoría
estructural funcionalista de Durkheim y Merton; por el otro, quienes po- 1
nen más énfasis en la dimensión microsocial. Entre estos últimos pueden
citarse a Sutherland (l7) y su "teoría de los contactos diferenciales" -crimi-
nalidad de cuello blanco-, a Cohen (lB) en la "teoría de las subculturas cri- '1
<'

minales", y a Becker <19) en la "teoría de la rotulación o etiquetamiento".


,;1
Cabe también mencionar, durante el siglo XX, los aportes de la teoría
psicoanalítica. El delito fue una cuestión abordada inicialmente por Freud
en 1916 <20l cuando trabaja sobre quienes delinquen por sentimiento de
culpabilidad y, más tarde, por autores que, o bien consideraron la temáti-
ca en general, como Theodor Reik (ll) en relación a la función de la pena,
o Franz Alexander y Hugo Staub <22>en cuanto a los móviles inconscientes
para cometer un crimen; o bien quienes analizaron casos particulares de
"crímenes inmotivados", como Lacan <23l y más tarde Allouch <24l.
Aunque en las teorizaciones predominantes del siglo XX, ya sean so-
ciológicas o psicoanalíticas, no encontramos el concepto "peligrosidad",
salvo para ser en algunas ocasiones criticado, veremos que el mismo está
vigente en las prácticas del Derecho Penal dependientes, en muchos ca-
sos, del discurso psiquiátrico. Estas prácticas hacen extensiva la idea de
la peligrosidad del inculpado a ciertos colectivos sociales que, según las
representaciones sociales dominantes relativas a la "inseguridad", serían
quienes alterarían el orden público.

Q')
Representaciones socio/es de "peligrosidad" en Jos magistrados del fuero penal 1 LAuRA A:JR!A.\IA CAPACETE

Comentarios sobre el material relevado

Veamos ahora qué inferencias podemos realizar de las entrevistas ad-


ministradas.
La totalidad de los magistrados manifiestan adherir al Derecho Penal
moderno estructurado sobre "el principio del hecho", es decir, conside-
ran que la Justicia Penal juzga actos tipificados como delitos y no personas.
Sin embargo, mayoritariamente expresan que existen sujetos peligrosos,
y ligan esta categoría en la misma medida a lo que un sujeto es -criterio
ontológico-, como a lo que un sujeto hace utilizando un criterio donde
ponen el énfasis en la modalidad delictiva.
En general manifiestan no adscribir a la criminología positivista, a sa-
ber: niegan tanto la existencia de delincuentes natos, como la tendencia
congénita al delito, y la existencia de instinto criminal. Tienden sí a rela-
cionar la comisión de delitos con factores sociales y educativos deficita-
rios. Ejemplo de esta relación es la asociación que establecen entre los
delitos contra la propiedad con los siguientes aspectos que enumeran en
orden decreciente: las adicciones, la pobreza, el desempleo, los vínculos
familiares rotos y el analfabetismo. También asocian los delitos contra las
personas a las adicciones, los vínculos familiares rotos, el desempleo y la
pobreza. Nótese que las adicciones son, en ambos casos, el factor que
más asocian a la problemática del delito.
Cabe señalar que, en los ejemplos que surgieron espontáneamente, los
entrevistados nunca mencionaron delitos económicos, ecológicos, tribu-
tarios, etc., es decir, aquellos que con más frecuencia corresponden a los
sectores sociales medios o altos. Sus enunciados son a veces descriptivos,
a veces de corte expl" tivo. En este último sentido recurren a cuestiones
microsociales para expli r el delito, especialmente asociándolo a proble-
máticas en la socializad' n primaria y secundaria. Se infiere de los ejem-
plos que plantean que la población sobre ia cual resuelven está compues-
ta mayoritariamente por personas en situación de exclusión social.
Por otra parte, varios jueces mencionan que, en los últimos años, ha
cambiado cualitativamente la modalidad delictiva en tanto ésta se ejerce
con mayor violencia y crueldad. En especial designan a los jóvenes como
quienes realizan acciones altamente impulsivas. Algunos refieren que an-
tes, quienes delinquían, tenían códigos propios de la cultura del delito, de
los que hoy carecen.

83
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

Decíamos previamente que las representaciones sociales de la peligro-


sidad, como toda representación social, no son unívocas sino que compar-
ten, al decir de Bourdieu, las tensiones que como líneas de fuerzas ope-
ran en el campo intelectual.
Veamos entonces las modalidades preponderantes:
l. Un primer grupo niega operar con la categoría de peligrosidad, en
tanto la considera propia de la criminología positivista de la cual se mues-
tran fuertemente críticos. Expresan que no se puede predecir la conduc-
ta delictiva ni atribuyen peligrosidad a los delincuentes pasionales o a los
psicópatas. Aunque con distintos matices, el grupo formula enunciados
propios de la criminología crítica, especiálmente cuando condena el sis-
tema carcelario.
La posición de los jueces de este grupo incluye elementos por un lado
del Derecho Penal liberal, por ejemplo expresan: "La comisión de un mal
está asociado al libre albedrío"; "Consideramos la responsabilidad de quien
delinque"; por otro lado de algunos marcos conceptuales desarrollados
en el siglo XX más arriba citados. Entre ellos la teoría de /os contactos di-
ferenciales de Sutherland. Así, un Juez menciona a "los ladrones de cuello
blanco" que quedan excluidos del sistema penal, otro cita la Teoría Aboli-
cionista que propone modos alternativos para la reparación del daño dado
que considera que la cárcel no resocializa.
En las entrevistas abiertas los enunciados acerca de la etiología del de-
lito contemplan las condiciones macrosociales. Por ejemplo, estos entre-
vistados asocian el delito con poblaciones que sufren exclusión estruc-
tural y que a su vez el sistema penal rotula como delincuentes potencia-
les. También consideran que el contexto macrosocial genera violencia y
un Juez ofrece como ejemplo la crisis del 200 1 <25) durante la cual aumen-
taron considerablemente los delitos, especialmente los homicidios de fa-
miliares, de vecinos en ocasión de robo, etc.
Asimismo en este grupo se observa una posición reflexiva en relación
a su tarea a la cual tienden a contextualizar. Uno de sus miembros dice:
"El delito es una construcción intelectual para un momento dado, es la
respuesta política de control social en determinado contexto histórico.
Las leyes que tipifican delitos son construcciones discursivas, incluso las
penas que plantean están en discusión".

84
Representaciones sociales de ''peligrosidad" eri Jos magistrados del fuero penal 1I.AuAAADRIANA 0PACE7E

2. En contraposición al anterior es posible advertir en el segundo gru-


po de jueces la presencia de ciertos criterios propios de la criminología
positivista. Esto en tanto hacen una definición ontológica de quien delin-
que y consideran a la peligrosidad un atributo del sujeto. Un miembro de
este grupo, por ejemplo, considera que existe el instinto criminal y la ten-
dencia congénita al delito. Otro supone que quien delinque tiene una ten-
dencia antisocial y desprecia los valores sociales.
Un aspecto propio de la escuela mencionada, que luego desarrolla- ¡:
remos, es atribuir la peligrosidad a determinados colectivos sociales y no
solo a determinadas personas. Es así que este grupo asocia el aumento
de la delincuencia al ingreso indiscriminado de inmigrantes provenientes
de países limítrofes. La formulación de Bunge, citada más arriba, sólo se
ha modificado en cuanto a cuál es el colectivo que se designa como peli-
groso, pasando de· un grupo político -los anarquistas- a un colectivo ét-
nico -inmigrantes de países limítrofes-. Esto último coincide con las teo-
rías de la "inseguridad" tal como han sido definidas en la actualidad por
las políticas neoliberales. Volveremos sobre este aspecto.

3. El tercer grupo -mayoritario- utiliza la categoría de peligrosidad,


pero tiende a ligarla a las características de las acciones emprendidas por
el sujeto durante el hecho delictivo. Se preguntan si durante el mismo se
puso en riesgo la vida de personas. Por ejemplo un juez plantea: "lamo-
dalidad delictiva da indicios de peligrosidad si se dañó grave e innecesa-
ria')1ente la vida de las personas". Otro dice "si se cometieron delitos con
~rme violencia, con más crueldad". Refieren que dicho aspecto influye
especialmente en la dosificación de la pena.
En este grupo también se atribuye peligrosidad -aunque en menor
medida- a sujetos diagnosticados como enfermos mentales. Un juez co-
menta: "Esta categoría también está aplicada a problemáticas psiquiátri-
cas que aparecen excepcionalmente, como los dementes".
Los factores etiológicos del delito para este grupo se centran, ya sea
en aspectos sociales -como la pobreza y el desempleo-, ya sea en los
que correspondan al ámbito familiar -como la falta de contención y edu-
cación-. Sus enunciados no están preponderantemente referenciados en
teorías criminológicas o sociológicas, sino más bien surgen de la observa-
ción del contexto de la población sobre la que resuelven.

85
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

Discurso psiquiátrico y designación de sujetos peligrosos

Observamos que, en su tarea, los magistrados mantienen un cierto


diálogo con el saber psiquiátrico en tanto lo consultan como lo estable-
ce el Código para determinar la imputabilidad o inimputabilidad del acu-
sado. Asimismo, muchos consideran que la pericia psiquiátrica puede ad-
vertir acerca de la peligrosidad de los sujetos sobre los que resuelven.
Les interesa el diagnóstico que se aplica a quien delinquió especialmente
a los fines clasificatorios.
Asimismo, un grupo -minoritario- consulta a este saber a fin de tomar
medidas pre-delictuales, es decir aplica medidas preventivas a sujetos po-
tencialmente peligrosos. Cúestión ésta propia de la criminología positivista
donde se utiliza esta categoría en sentido prospectivo, generalmente para
resolver sobre internación o tratamientos psiquiátricos. Para ejemplificar
este aspecto un entrevistado dice: "Los informes de los peritos psiquia-
tras pueden advertir la peligrosidad de un sujeto, si es peligroso para sí
mismo o para terceros. Ahí es difícil que se le conceda alguna alternativa,
se indica tratamiento psicológico o psiquiátrico. Se los puede derivar a la
Unidad de Olmos, donde quedan privados de libertad. Nunca me infor-
maron de esa dependencia que haya desaparecido la peligrosidad".
Este aspecto, donde el discurso psiquiátrico designa la peligrosidad de
determinados sujetos en un sentido prospectivo, ha derivado en interna-
ciones psiquiátricas en algunos casos por tiempo indeterminado. Como
ejemplo de la posible arbitrariedad que esto puede suponer cabe citar un
caso que llegó a la Corte de Justicia de los Estados Unidos (26) en 1966. Se
trataba de 957 personas, que permanecían recluidas en establecimien-
tos para enfermos criminales, más allá del plazo de su condena, por haber
sido diagnosticados con desequilibrios psicológicos que los hacían peligro-
sos para sí mismos o para los demás. La Corte falló a favor de estas per-
sonas, ya sea obligando a su liberación o a su traslado a Hospitales men-
tales civiles. Sólo el2o/o volvió a instituciones para enfermos mentales cri-
minales en los cuatro años subsiguientes. Caso desde el cual podemos in-
ferir los riesgos que supone la asignación de peligrosidad a determinados
sujetos así como el uso prospectivo de esta categoría.
Por otra parte, y continuando con el material de las entrevistas reali-
zadas, en ningún caso los conceptos utilizados por los Jueces para indagar
la salud mental de los imputados corresponden a desarrollos de la teo-

86
Representaciones sociales de "peligrosidad" en Jos magistrados de/ fuero penal! l.AuRAAoRIANA CAPACffi

ría psicoanalítica, ni a ninguna otra teoría que pudiera dar cuenta de as~
pectos ligados a la subjetividad. Es decir, los magistrados entrevistados no
han mantenido diálogo alguno con el psicoanálisis en tanto no utilizan he-
rramientas conceptuales de dicha teoría ni se interrogan sobre la causali~
dad psíquica de quien delinque. Es así que, en los relatos espontáneos de
los casos sobre los que resuelven, el interés se limita al diagnóstico clasi-
ficatorio desentendiéndose de la causalidad psíquica, por ejemplo, de !os
"crímenes inmotivados".
Tampoco observamos alusión alguna a la función clínica del dere-
cho, concepto desarrollado por Legendre <27l para quien la: aplicación de
la pena y la ritualidad de los procedimientos posibilitan al autor del acto
darle alguna si~nificación derivando esto en impedir la repetición com-
pulsiva d~mo.

Consideramos que sería enriquecedor avanzar en la articulación entre


el Derecho y el Psicoanálisis. En este sentido Gerez Ambertín <28> plantea
que si bien el procedimiento jurídico necesita objetivar todo acto prohi-
bido por la ley positiva para dar cuenta de su antijuricidad, no puede des-
deñar cómo se inscribe la letra de la legalidad en cada sujeto. Es decir,
mientras el derecho se propone objetivar "actos dañosos", el psicoaná-
lisis da cuenta de cómo se subjetiva lo prohibido y de cuáles son las cau-
sas, ligadas a la culpabilidad, al inconsciente y al superyó, que llevan a los
hombres a precipitarse en lo ilícito.

La cuestión de la "inseguridad": nueva designación de sujetos


peligrosos

A pesar de no haber estado incluida entre los intereses de esta inves-


tigación y no haberse formulado por ell9, ninguna pregunta al respecto,
la temática de la "inseguridad" surgió espontáneamente en las entrevistas.
Debemos mencionar, entonces, que los encuentros con los magistrados
tuvieron lugar en la misma época (2006) en que la sociedad se moviliza-
ba en torno a esta temática. Algunos jueces parecieron sentirse interpe-
lados por la demanda social sobre la cuestión, y la utilización que hicieron
-preponderantemente- de esta categoría fue afín al sentido restringido
que tiene para la opinión pública, es decir, mero aumento tanto cuantita-

87
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

tivo como cualitativo, del fenómeno delictivo. Esto en tanto no se obser-


varon en sus discursos enunciados ligados a las formulaciones académi-
cas actuales sobre "seguridad humana" <29l, "seguridad pública" <30l o "se-
guridad ciudadana" <31 l que, con divergencias, echan luz sobre este tema
contemplando la multidimensionalidad del fenómeno.
En relación a la "inseguridad" Wacquant <32l plantea que, una de las
consecuencias que han tenido las políticas neoliberales, es que un impor-
tante sector de la población quedó excluido. A su vez desde esas políti-
cas, a esta nueva realidad se responde criminalizando la pobreza en tan-
to se reemplazán políticas sociales por políticas carcelarias y de "toleran-
da cero". Podemos advertir, a través del trabajo de este autor, que en
las políticas de inseguridad reaparece el ideario positivista <33 ), en la defi-
nición ontológica del delincuente. Como ejemplo cabe citar a B. Bratton
34
< l quien dice "la causa del delito es el mal comportamiento de los indivi-

duos y no la consecuencia de condiciones sociales".


Las respuestas de los jueces a la interpelación social, instalada en la
opinión pública, son disímiles. El primer grupo mencionado más arriba se
muestra crítico del discurso que emerge como hegemónico. Por ejem-
plo, un juez plantea que se trata de "un problema del Poder Ejecutivo. Al-
gunos consideran que habría que poner un Policía en cada esquina, pero
tendríamos un estado gendarme, como el de 1976"; mientras otro toma
distancia diciendo que "es un tema que instalan los medios de comuni-
cación, otorgándole una relevancia que no coincide con las estadísticas".
Por el contrario, el segundo grupo afirma que, efectivamente existe un
aumento de la delincuencia que asocia, entre otros factores, al incremen-
to de inmigrantes de países limítrofes. Dichas formulaciones son afines al
discurso hegemónico instalado por los medios de comunicación.

En síntesis, si la criminología positivista de la época de José Ingenieros


introdujo las "medidas de seguridad" que aún figuran en la letra de nues-
tros Códigos para asignar a determinados sujetos la condición de peligro-
sos, en la actualidad el discurso de la "inseguridad" instalado en la opinión
pública, y no ajeno a las representaciones de algunos magistrados, es una
nueva forma de designar a sujetos o grupos de los que habría que defen-
derse por su "peligrosidad".

88
Representaciones sociales de "peligrosidad" en Jos magistrados del fuero penal 1lAuRAADRIAI'IA ÚPACffi

Para concluir

Todos los magistrados enuncian en lo manifiesto su adhesión al Dere-


cho Penal moderno estructurado sobre el "principio de hecho", es decir
juzgar actos tipificados como delitos y no personas. En este sentido, pre-
ponderantemente, la representación de la peligrosidad de los sujetos que-
da ligada a la modalidad del accionar durante la comisión del acto delicti-
vo. Sin embargo, también utilizan esta categoría en un sentido próximo a
la criminología positivista, especialmente al consultar al saber psiquiátrico
desde el cual se atribuye la peligrosidad como inherente aun diagnóstico
y se la utiliza con un criterio prospectivo. Es decir, la representación de
sujetos peligrosos aún continúa vigente, aunque con distintas intensidades.

Decíamos que las representaciones sociales están formadas tanto por


el conocimiento lego como científico, e interiorizan el inconsciente cultural
de una época y una clase. Dicho aspecto puede inferirse cuando significan la
"inseguridad" con el mismo criterio restringido que lo hace la opinión públi-
ca según ha sido instalado en las últimas décadas por el pensamiento neo li-
beral. Es decir, se interiorizan representaciones hegemónicas acríticamente.

Notas
( 1). Moscovici, S. El psicoanálisis, su imagen y su público. Bs. As.: Anesa Huemul. i 979.
(2). Pérez, J. Las representaciones sociales. En Psicología Social, cultura y educación. Barce-
lona: Pearson. 2004.
(3). Zizek, S. Ideología, un mapa de la cuestión. Bs.As.: FCE. 2003, p. 7.
(4). Bourdieu, P. Campo del poder, campo intelectual. Bs.As.: Quadrata. 2004.
(5). Pavarini, M. Control y dominación. Bs.As.: Siglo XXI. 2002.
(6). Sus principales exponentes son J. Bentham en Inglaterra, Anselm von Feuerbach en
Alemania, C. Beccaria en Italia.
(7). Beccaria, C. De los delitos y de las penas. Bs.As.: EJEA. 1976, p. 49.
(8). Carrara, F. Programa del corso di diritto crirhinale. Citado por Baratta en Criminología
critica del derecho penal. Bs.As.: s·,glo XXI. 2002.
(9). Lombroso, C. El delito, sus causas y remedios. Madrid: V. Suarez. 1902, p. 522.
1O). Ferri, E. Sociología criminal. Madrid: Centro Editorial Górgora. 1908, p. 2.
(11). Foucault M. Entrevista sobre la prisión, el libro y su método. En Microfísica del poder.
Madrid: La Piqueta. 1978, p. 96.
(12). Ingenieros, J. ( 1916) Criminología. Bs.As.: Elmer.l957, p. 182.
( 13). Bunge, C. O. Estudios jurídicos. Citado por Rosa Del Olmo en Criminología Argentina,
apuntes para su reconstrucción histórica. Bs. As.: Depalma. 1992.

89
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

/l
(14). Stippel, J. A. Las cárceles y la búsqueda de una política criminal en Chile. Sgo.
de Chile: LOM, 2006. Plantea que el sistema carcelario chileno evalúa la peligrosi-
dad aplicando el Manual de clasificación y segmentación Penitenciaria para deter-
minar el "compromiso delictual". Dentro de los indicadores se evalúa: Lengua-
je (defectos de pronunciación), Apariencia (cortes, tatuaje), Nivel de preparación, etc.
( 15). Stingo y Zazzi. Evaluación de la heteroagresividad. En Vertex. 61, junio 2005, p. 184.
(16). Márquez, A. Algunas problematizaciones en torno a las pericias penales: análisis de un
caso. En Lecturas en subjetividad y derecho. Rosario: Fac de Psicología UNR, 2006.
( 17). Sutherland, E. El delito de cuello blanco. Citado por Baratta (op. cit.)
(18). Cohen. Delinquent boys: the culture of the gang. Citado por Baratta (op. cit.)
( 19). Becker, H. The other side: perspectives of devaince. Citado por Cooper Mayr en De-
lincuencia y desviación juvenil. Sgo. de Chile: LOM. 2005.
(20). Freud, S. Los delincuentes por sentimiento de culpabilidad. OCC. Madrid: Bibliote-
ca Nueva. 1973.
(21). Reik, T. Psicoanálisis del crimen. Bs.As.: Paidós. 1965.
(22). Alexander, F. y Staub, H. El delincuente y sus jueces desde el punto de vista psicoaná-
litico. Madrid: Biblioteca Nueva. 1961.
(23). Lacan.j. De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. Bs.As.: Siglo XXI. 2003.
(24). Allouch, J. El doble crimen de las hermanas Papin. México: de la Letra. 1995.
(25). Crisis social que desemboca en la caída del Presidente De la Rua.
(26). Caso Baxstrom vs. Herold (Vol. 383.US.I 07) El apelante era el Estado de N. York que
consideraba que ciertos presos debían permanecer recluidos más allá de su condena legal.
La Suprema Corte de Justicia de EE.UU. sostuvo en su fallo que los detenidos no podían
permanecer recluidos sin las garantías correspondientes.
(27). Legendre, P. El inestimable objeto de la transmisión, México: Siglo XXI. 1996.
(28). Gerez Ambertín, M. La sanción penal: entre el "acto" y el "sujeto del acto. En Culpa,
responsabilidad y castigo ... Vol. 11. Bs.As.: Letra Viva. 2° ed. 2008.
(29). PNUD Desarrollo humano en Chile, Las paradojas de la modernización. Sgo. de Chi-
le: Trineo. 1998.
(30). Pegoraro, J. Las políticas de seguridad y la participación comunitaria en el marco de la
violencia social. En Violencia, sociedad y justicia en América Latina. Bs.As.: CLACSO. 200 l.
(31 ). CELS Políticas de Seguridad ciudadana y justicia penal. Bs.As.: Siglo XXI. 2004.
(32). Wacquant, L. Las cárceles de la miseria. Bs.As.: Manantial. 1999.
(33). Wacquant (op. cit.) califica como tratado de racismo académico la formulación de R.
Herrnstein, psicólogo de Harvard quien sostiene que las desigualdades raciales y de clase
en los Estados Unidos reflejan las diferencias individuales de "capacidad cognitiva".
(34). Citado porWacquant (op. cit., p. 11).

90
V
. ,
CULPA Y ACTO EN, LA CONSTITUCION
Y DESTITUCION DEL SUJETO

Henrique Figueiredo Carneiro

En la dimensión paradisíaca del Edén, mientras no se desarrolló la re-


ferencia subjetiva a la culpa -como consecuencia del acto transgresor-,
no hubo ninguna posibilidad de sustentación de la construcción del suje-
to en el plan de la alteridad/autoridad.
A.este movimiento de implicación subjetiva sigue la caída del hombre
yia construcción de un mito cuyo valor en psicoanálisis es la singularidad
del sujeto. En Génesis el hombre que cae en los confines de la tierra es
un hombre subjetivado, marcado por la diferencia y por la culpa, pero so-
bretodo, tomado por la responsabilidad de sus actos.
Como contrapunto, trabajamos en este texto la constatación ineludible .
de que la actualidad social invita a una reflexión sobre los movimientos de caí-
da y sostenimiento del sujeto ante el incuestionable desarreglo del lazo social
que sostiene la función del deseo, sobretodo a través del discurso del Otro.
Para la elaboración de este análisis destacamos la lógica que se esta-
blece en una cadena que se inscribe a través de la alteridad, la autoridad,
del acto transgresor, de la función del saber, de la función del nombre,
de la fuerza del Padre y del acto violento. Los presupuestos teóricos que
presentamos para sustentar este recorrido son:
a) que la alteridad se dimensiona en el espacio de la autoridad;
b) que autoridad se distingue de autoritarismo;
e) que el acto transgresor se desencadena en función del saber;
d) que el saber se estructura en función de un nombre;
e) que este nombre genera una marca simbólica;
f) que esta marca simbólica constituida denota la presencia y la impor-
tancia de la ley.

91
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

Para avanzar en estos presupuestos teóricos elegimos hacer, primera-


mente, un análisis de la caída del hombre contextualizado en el mito del
Génesis, libro del Antiguo Testamento. Desde este recorrido podemos
decir que todo empieza con lo que no se sabe. Es por eso que se estable-
ce la relación transgresión-ley.
Tras este análisis trabajaremos conceptos importantes de la presen-
~e la autoridad, del acto autoritario, de la transgresión, del mandato y
su d~erenciación de los imperativos responsables del sostenimiento de la
subjetividad, el sostenimiento del lazo social y su destitución, además de
la desesperaciór1 del sujeto cuando se confronta a la ausencia de identifi-
cación, con un rostro agujereado, sin poder de causa e impotente para la
tarea de articular culpa y reconocimiento de la ley.

l. En búsqueda de saber

El Creador (ll, mientras no instituyó un desencadenante para facilitar


la caída del hombre en la tierra desde el Paraíso, no se hizo comprender.
En principio, todo pertenecía a la pareja primogénita. A Eva y Adán todo
les estaba permitido. No había una ley que les regulara el esfuerzo, el tra-
bajo, ni mucho menos el juego o el ocio -si lo pensamos como la primera
respuesta subjetiva cuando el hombre se enfrenta al trabajo-. Esta condi-
ción inventada se dio luego del acto creacionista del Señor. Por tanto, es
una deducción imaginable míticamente y, en una aseveración apriorísti-
ca, algo como un estado de primitiva armonía auroral, una especie de fu-
sión hombre y medio. No hay aún la presencia de lo que podemos llamar
efectos de la ley desencadenados sobre los actos humanos.

Lo que firma y confirma lo humano aparece a través de una prohibi-


ción, cuando se rompe con la armonía mítica que siempre será evoca-
da por el hombre como el intento de recuperar una condición sin la pre-
sencia de tensión, a través de un influjo paradisíaco. Dicho de otra for-
ma, esta condición gozosa es plena y real, por lo tanto, inimaginable de
ser vivida por alguien que se precipita en la condición de hominización
por el hecho de estar imposibilitado de volver a ese estado por una vía
que no sea la muerte.
Por eso insistimos en que, en el centro de toda esta operación sub-

92
Culpa y acto en la constitución y destitución del sujeto 1 HcNRJQUE FIGU9REDO CAA\IEIRO

jetiva, lo que entra en evidencia es la referencia al saber; por Jos siguien-


tes motivos.
Primeramente, lo que se pone en jaque en el sistema paradisíaco es
la armonía declarada en detrimento de un estado de tensión. Si la pareja
primigénica no hacía el menor esfuerzo para satisfacer sus necesidades,
podemos deducir que tampoco le hacia falta esforzarse para obtener un
determinado objeto. No había ningún saber deseado o construido, todo
estaba dado a priori. Por lo tanto, no existía distinción entre hombre y
objeto, hecho que caracteriza un estado de inmanencia.
En Génesis, cuando el Creador se percata de que se había constitui-
do en un Amo incapaz de enseñar la cara de la ley, hace el anuncio de un
límite con la intención de causar un efecto subjetivo mediante un impe-
rativo. El enunciado de la supremacía o de la procreación que hiciera di-
ferencia con las demás especies no se cumplía del todo por el mero he-
cho de que no existía un soporte que pudiera indicar el desarrollo de la
hominización. Así, el Creador vuelve, reorganiza la referencia, y cambia
radicalmente la historia del Paraíso transformando un mandato en un im-
perativo. Así, abre la posibilidad de dinamizar su posición y romper con
la referencia lineal que se establecía en el Edén hasta entonces. ~
Lo que se destaca en este momento de la creación es la multiplicación
de las especies. Sin embargo, el hombre, distinto de las demás especies,
no necesita de un Dictador para que esta condición sea cumplida ya que
se trata de un registro del orden de las necesidades y, como tal, cualquie-
ra de las especies puede cumplirlo por fas vías instintivas, por fa naturaleza
perecedera biológica del cuerpo y a través de sus impulsos fisiológicos.
Sin embargo, a fa pareja que le ha sido atribuida una cierta hegemonía
sobre las demás especies, le era atribuido un poder sin la debida puntua-
ción formal de cómo debería ser construida esta posición. lCómo cum-
plir con el "creced y multiplicaos" si sobre ellos se aplicaba un mandato
· del Creador imposible de ser cumplidó? lCómo desarrollar poder sin la
presencia del saber? Son estas dos cuestiones que Génesis rescata para
una discusión de fa construcción de la culpa en los orígenes del hombre,
listo para caer en la dimensión de la tierra, y que se presenta actualmen-
te como un punto de gran valía para la reflexión sobre la condición del
sujeto en tiempos de lazos sociales devastados.
Así, la lógica conclusiva de este trabajo despeja una pregunta sobre

93
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen JJJ

quién sustenta el lugar de un impe:rativo que rompa con la distensión que


se instala con el desconocimiento de la alteridad, la negación de la exis-
tencia del próximo, en fin, de la condición que engendra la continuidad
de la vida.

11. Saber, Mandato e Imperativo

A pesar de parecerse mucho en cuanto a su significado o a la acción a la


que se atribuye un hecho, el mandato y el imperativo divergen fundamental-
mente en la posición subjetiva que cada uno ocupa en el recorrido de la ley.
Un mandato asume características de ser incuestionable puesto que
no fue creado para la posibilidad de ser puesto en duda. El imperativo,
en cambio, si lo consideramos por sus efectos subjetivos, implica, sobre
todo, a los dos polos de la cadena simbólica: a quien se dirige y a quien lo
(in)cumple. Por tanto, cabe la duda, la transgresión, el cumplimiento y el
incumplimiento ante la figura del legislador.
En este sentido cada creador, legislador, padre, en fin, los represen-
tantes imbuidos de representar un nombre, puede ocupar tanto el lugar
de Dictador como el lugar de Amo capaz de distribuir atención y límite.
L~ambia es el acento con que se reviste los efectos del acto. La di-
ferencia sutil, a la vez que determinante, es el quantum de saber contie-
ne cada acto y qué separa radicalmenté el lugar de un Dictador del lugar
de un Amo capaz de transformar los imperativos en una referencia a ser
perseguida por quien lo (in)cumple.
La experiencia del Creador en el Edén despeja de forma perfecta esta
construcción. El acto de dictar la norma de la multiplicación es un mandato
sin ninguna posibilidad de apertura al saber para la pareja inicial. Esta lógi-
ca implica decir que un Amo no trabaja con la premisa de que todo puede
ser dado apriorísticamente al hombre, por varias cuestiones.
La primera es que, en este acto, no queda implicada para el hombre
la posibilidad de la duda. Parte de una certeza y circula sobre el otro con
la misma certeza en cuanto a su cumplimiento.
La segunda es que la duda sostiene la culpa, lo que es de singular im-
portancia para la comprensión de los actos responsables cuando se eva-
lúa la esfera de la responsabilidad subjetiva.
En el Edén, lo que se clarifica con el desplazamiento de un mandato a

94
Culpa y acto en la constitución y destitudón de/ sujeto 1 HENRIQUE F1GUE!REDO CAANEIRO

un imperativo, es que el Creador inaugura la referencia al saber cuando


introduce la interdicción imaginaria para el acceso de la pareja al árbol del
saber, del bien y del mal, árbol que Génesis nombra como el árbol de la vida.
A partir de este punto el acceso al árbol prohibido implica un acceder
al saber instituido por el Creador. Es por esta vía que se formula la tenta-
ción y la trasgresión. Comer del fruto prohibido implica quedar más próxi-
mo al saber del Padre que a su mandato. Es el precio que se paga en fun-
ción de una deuda que nunca existió pero que se hace presente cuando
el acto se funda en el deseo de saber.
El Creador indica, con la referencia al árbol del bien y del mal,la posibilidad
de una elección que, tras la ejecución del acto, implica una atribución de culpa.

111. Autoritarismo y Autoridad

El autoritarismo y la autoridad (2) juegan también papeles importantes


con el mandato y el imperativo.
Si trabajamos con la concepción de que un mandato no deja duda en
cuanto a su aplicación y cumplimiento, cabe decir que la referencia para
quien legisla por mandato incide sobre la lógica del autoritarismo. Es de-
cir, algo muy similar a una imaginaria horda primitiva en la que subsiste un
Padre tiránico (JJ que usurpa el poder de todos no por el saber sino por
la fuerza. Con el Arquitecto del Paraíso la lógica de eliminación del Padre
vino mediante el saber que estaba representado. Este dato destaca la re-
ferencia al quantum de saber queda presente en el acto del legislador.
Así, en el desplazamiento hacia el polo del autoritarismo también se
usurpa de la autoridad la capacidad de discernimiento por la vía del saber.
Lo que queda es tan solo el acto. Hay, en este sentido, un desplazamien-
to que emplea y gasta un saber y que instala un pasaje al acto (sobre este
tema v. Cap. 111 de este libro). Es cuando los discursos pierden sentido y
cuando la palabra oculta al sujeto la posibilidad de representarse su posi-
ción ... es la más pura barbarie.
Sin embargo, el autoritarismo desgasta la autoridad dejando expues-
ta la marca de alguien que no puede legislar sino simplemente mostrar la
cara dura de la ley sin ningún tipo de cuestionamiento. Es lo que nos inte-
resa profundizar en los movimientos de caída y de sostenimiento del su-
jeto ante el incuestionable desarreglo del lazo social.

95
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen JI/

La autoridad relama la presencia constante de una referencia al au-


tor y, por tanto, no puede ser confundida con una dictadura que se pre-
senta únicamente a través del lado duro de la ley. La autoridad es imper-
sonal mientras la dictadura registra una referencia excesiva al personalis-
mo. En este sentido, la relación que se establece con el autor en referen-
cia a la autoridad, implica un reconocimiento sobre lo que se legisla. Hay
un lazo que se forma mediante lo que se instituye y lo que se puede o no
cumplir por la vía del saber que sustenta el lazo.
En este sentido hay espacio para la duda, para cuestionar y cuestionar-
se, y, sobretodo, para transgredir lo que existe con la condición de que
la culpa se instaure de una forma directa sobre el acto que se instala en
los lazos con la autoridad.

IV. Enlace de la Autoridad en el sostenimiento del lazo

En el dispositivo del lazo social es donde se sostiene el sujeto en relación


al cumplimiento de la ley. Es este el contexto en el que se apoya el sujeto
de la representación. Sus actos se sostienen en lo que puede nombrarse
como deseo. A la vez, es en este espacio en que articula la referencia al
cumplimiento de la ley que se hace representar por una autoridad. Acá
puede destacarse que la ley se alimenta por el dispositivo de poder que
tiende a incluir o excluir al sujeto de la dimensión subjetiva de la culpa. Y el
p~empre será recordado por el sujeto en referencia a una potencia.
Para ello, los actos registrados como ilegales en el contexto del lazo
carecen de la presencia o referencia de una autoridad para que el sujeto
reconozca el camino de la culpabilidad. Es decir, para que se desate so-
bre el sujeto la fuerza del imperativo es indispensable que se demuestre
este movimiento de ocupación del lugar de la autoridad, se haga recono-
cer y que, principalmente, pueda aplicar los imperativos de la ley con au-
toría definida. Cuando eso no ocurre subsiste el registro de un desarre-
glo que se instaura en el cuerpo y el sujeto pasa silenciosamente a clamar
por la reinstalación de la ley.
En la clínica psicoanalítica estos fenómenos llegan de formas muy mar-
cadas. Este imperio de la necesidad pasa a ser incorporado a la dimensión
subjetiva como una especie de satisfacción narcisista. Lacan, en el capítulo
Tyche y Authomathon del Seminario 1 1 ( 1964), resalta que el retorno del

96
Culpa y acto en la constitución y destitución del sujeto 1 HENRIQUE FIGUE!'IEDO CAANEiRO

sujeto hacia una posición de necesidad indica el consumo al servicio del


apetito. Una de las consecuencias a subrayar es que esta relación forma-
da entre autoritarismo y estados dictatoriales llega en forma de una ley
seca y genera una especie de tiranía que se dirige al sujeto bajo los efec-
tos de un mandato sobre sus necesidades.
Si no hay enlace entre la autoridad y la dimensión subjetiva del lazo so-
cial no hay cómo hacer cumplir la ley. Es decir, el desarreglo que se cons-
tata en el aflojamiento del lazo indica que el sujeto está a la deriva de una
referencia que permita el reconocimiento de la culpa. La autoridad esta
destituida de su función imperativa. Como consuelo y como forma de sa-
lida queda apenas la toma de posición mediante los actos de la tiranía.
Con la instalación de esta operación queda solamente el dispositi-
vo del autoritarismo para intentar sustentar las relaciones de lazo. Es
el peligro que corre el sujeto de ser incorporado por ideologías discur-
sivas que emergen en nombre de una autoridad caprichosa y donde el
sujeto se deja capturar por la desesperación de la ausencia de límites.
Esta situación indica que, cuando el legislador intenta controlar los dis-
positivos sociales mediante la fuerza, sin preservar un espacio de reco-
nocimiento por el sujeto, Jo que exhibe es un simulacro de rostro sín
autoría, y pierde su lugar de legislador para ocupar el Jugar de un tira-
no. Este es el recorrido para la construcción de una posición autorita-
ria. Con eso se promueve la ascensión de un sujeto vaciado de creen-
cia en Jos dispositivos discursivos que Jo atraviesan. La consecuencia ma-
yor es que sin creencia quedan destruidos todos Jos dispositivos de. sus-
tentación mítica en Jos que el sujeto apoya el sentido de su existencia.

V. El rostro del Autoritarismo y el rostro del prójimo

Las consecuencias funestas para la vida en una sociedad en que los mi-
tos se descomponen es que con su caída se muestra también la pérdida
de límites entre Jos habitantes de un lazo que se desanuda y la referencia
a la autoridad. Es el aflojamiento del lazo que, si antes se sustentaba en
función de un rostro que no guardaba una personificación, ahora, debido
al desgaste de Jos imperativos, instala un mandato cerrado.
El Amo gana aires de un traficante de actos y el sujeto es tomado como
un hilo de la cadena de objetos, listo para servir a un designio sin repre-

97
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen JI/

sentación. Se vuelve, por una vía regresiva, a una posición subjetiva de


una tiranía cuyo tirano se muestra fuera-de-ley.
Si volvemos a la mítica referencia paradisíaca no vamos a encontrar pre-
cedentes estructurales similares a este desarreglo simbólico en la historia
del Génesis. El Creador, al percatarse de la aplicación de un acto dictato-
rial improductivo, promovió una salida para la hominización de la pareja
primogénita a través de un imperativo del tipo "podéis disfrutar de todo
eso menos de un determinado elemento que genera excepción".lnstaló,
así, la duda y la posibilidad de infinitas salidas subjetivas, además de inau-
gurar.la primera referencia hacia el deseo de saber. Entre las salidas sub-
jetivas aparece la transgresión. Selló, con la referencia simbólica, lo que
podemos entender como la función de un imperativo: cuando el Creador
se pone fuera de la regla sin que esté en contra de la regla. Es aquel que
puede sustentar la transgresión ofreciendo la otra cara de la ley, la que
castiga a los incautos. Es ley desde afuera y produce efectos hacia aden-
tro de la subjetividad de cada sujeto <4l.
Creada la excepción por esta vía, la resultante fue una clara referencia
a que la ley continuaba pese al movimiento transgresor. Es decir, la trans-
gresión es una evidencia de que la ley que se instituye puede ser aplicada,
tiene vigor y goza de un reconocimiento por quien la transgrede, siem-
pre que quien la sostenga ostente semblante de legislador.
Para legislar es también importante que se puedan enseñar los varios
ángulos de los trazos que componen la lectura de la función del acto de
legislar, es decir, los varios nombres que este semblante puede asumir. Es
lo que podemos deducir de las varias caras de un legislador.
Sin embargo, toda vez que esta operación de anudamiento sufre so-
lución de continuidad, lo que deja de inscribirse es el fundamento de la
estructura que mantiene encendida la llama subjetiva. Esta inscripción no
es borrada del todo porque insisté en algún punto de la cadena simbólica
un objeto en que la angustia del sujeto se torna presente.
Por lo tanto, en el desarreglo q~rma en el lazo social (S) la con-
secuencia mayor es que, alejado de la cara de un legislador, toma inves-
tidura la presencia de un Tirano distribuidor de actos, chucherías, obje-
tos vaciados de valor simbólico y relleno de devaluación subjetiva. Algo
perfectamente similar a una caja de bombones envenenados cuyos efec-
tos entorpecen al cuerpo en la forma de su representación y exhibe ato-

98
Culpa y acto en }a constitución y destitución del sujeto l HENRIQUE FIGUEIREDO CARNEIRO

dos los cuerpos cargados de trazos dibujados por un clamor por el re-
torno de un Amo que pueda, en determinado instante, restituir la capa-
cidad subjetiva del sufriente.
Sin estas amarras quedan apenas cuerpos cargados de objetos distri-
buidos por un pseudo discurso estructurador cuya autoría no se identifica,
pues pertenece a toda clase de variantes del discurso capitalista (6l. Todo
eso resulta en la lógica del consumo y otras lógicas que emanan de prác-
ticas discursivas existenciales con una referencia actualizada sobre los ac-
tos sustentados por biopolíticas. Estas representan, a la vez, las microfísi-
cas de poderes que, al fin y al cabo, indican que el sujeto queda resumi-
do a la inconsistencia de un conjunto de prójimos cuya relación dispara
una repetición de actos violentos dirigidos muchas veces hacia un Amo
sin rostro, pero perfectamente identificable en las imágenes similares de
este conjunto (7). Esa es la vuelta a una posición muy próxima a la situa-
ción de inmanencia existente antes de la caída del hombre.
La deducción a que se llega es, por tanto, la de que asistimos a una ló-
gica de reproducción asexuada de subjetividades, seguida de la borradu- ',-'
ra de diferencias y de la fusión sujeto y objeto, muy similar a los confines
del Paraíso. En esta lógica prevalece el empobrecimiento de la subjetivi-
dad y, consecuentemente, la manifestación de la violencia.

A guisa de conclusión

Si en el Mito del Génesis, el hombre que cae en los confines de la tie-


rra es un hombre subjetivado, marcado por la diferencia y por la culpa,
pero, sobretodo tomado por la responsabilidad de sus actos, ¿qué pasa
actualmente con el hombre que no deja atraparse por esta lógica sino por
la ciega referencia de un mandato que se disfraza de imperativo ante el
sujeto y que ordena una forma universal qe vivir?
La primera consecuencia es que de la conjunción formada por el sa-
ber, el mandato y el imperativo se deduce un sujeto. Un sujeto capaz de
corregir sus errores, sentir vergüenza, miedo, en fin, un sujeto que, en
definitiva, no suplanta la angustia de existir ... por el hecho de que la an-
gustia lo afecta.
En función de esta deducción es que el sujeto demanda constante-
mente la presencia de un discurso que actualice su condición deseante de

99
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

transgredir. Sin embargo, y eso es lo más importante, es este un acto que


podemos llamar de una transgresión asistida por la presencia de un Amo
que desencadena la caída del sujeto, para que pueda otra vez mantener-
se en la condición de detentador de un saber que no se tiene. En contra-
partida, la caída del hombre a la que hoy asistimos es puro desamparo y
sin posibilidad de recurrir a un Amo capaz de ampararle.
Eso implica la construcción de un discurso que reconozca que los lu-
gares de la verdad y de la producción no se agotan en la línea del consu-
mo. Que, sob~etodo, tras el consumo de objetos de felicidad, la manifes-
tación del acto prohibido pueda causar en el sujeto la posibilidad de arre-
pentirse y asumir la responsabilidad del acto.
La segunda es que la condición para que estos lugares sean restau-
rados y que puedan otra vez sostener al sujeto en el lazo social, es im-
prescindible que la autoridad pueda también sustentar su autoría. En este
caso, significa decir que la condición para que ocurra la caída subjetiva no
puede confundirse con una tiranía que se trasmuta en discurso. En estos
casos, el sujeto no reconoce en el Amo la figura de una autoridad, sino
una insistencia excesiva del personalismo que se muestra bajo una cade-
na de producción.
Como decimos, hay un lazo que se forma mediante lo que se institu-
ye y lo que puede o no cumplirse por la vía del saber que sustenta dicho
lazo. Cuando se presenta en escena una autoridad sin fuerza simbólica lo
que impone es la fuerza bruta. La consecuencia es que se aparta del suje-
to el deseo de saber que desencadenó el acto y que funciona como una
especie de autorización muy similar a lo que existía en el Edén, es decir
la ley natural del menor esfuerzo. Es cuando todo lo que está expuesto
puede ser disfrutado por el sujeto, sin culpa o posibilidad de que se arre-
pienta. Es preciso que el Amo se posicione otra vez en un lugar de au-
toridad constituida, como aquella referencia que autoriza, pero prohíbe
mediante el estatuto del saber. ,:~
La situación que vivimos es que todo puede se hecho, faltando, por
tanto, la referencia a una excepción del tipo menos n elemento, que pueda
llevar al sujeto a encantarse otra vez por una autoridad mítica que guarda
un saber y que, en su nombre, valga la transgresión por un acto que mar-
ca la diferencia. Con ello adviene la responsabilidad inherente al acto.
Es en este registro que trabajamos el enlace entre la autoridad y la

100
Culpa y acto en la constitución y destitudón del sujeto 1 HENRIQUE FJGUEJREDO CA.'l.NEiRO

dimensión subjetiva del lazo social que actúa sobre el sujeto para hacer
cumplir la ley. Hace falta retomar, en la figura simbólica de la autoridad
· que se constituye en la actualidad, la suposición de saber que permita el
reconocimiento de la culpa, para que el sujeto transgreda en nombre de
un saber y no con la desesperación que clama por un amparo.
Para recuperar el rostro del prójimo, tan machacado por las incumben-
cias de un Amo tiránico que mimetiza verdad en productos de plusvalía, es
importante retomar la dimensión de alteridad que garantice, mínimamente,
la caída del hombre en un espacio subjetivo alejado del paraíso del consumo.

Para actualizar el mito del Génesis en nombre de una autoridad pau-


tada en el saber es necesario propiciar en el sujeto el reconocimiento de
mitos reguladores de la subjetividad. Entre ellos destacamos el mito de la
invención de la escritura y la invención del amor para recordar lo que La-
can nos dice en el Seminario 19: "Lo que distingue al discurso del capitalis-
mo es esto: la 'Verwefung', el rechazo, el rechazo fuera de todos los cam-
pos de lo Simbólico, con lo que ya dije que tiene como consecuencia. ¿El
rechazo de qué? De la castración. Todo orden, todo discurso que se en~
tronca en el capitalismo, deja de lado lo que llamaremos simplemente las
cosas del amor, amigos míos, Nen eso, eh? iNo es poca cosa!"
De hecho, no es poca cosa. El amo capitalista confunde e intenta pa-
sar la verdad en forma de producción. La consecuencia es que el amor
no cuenta pues el sujeto no identifica a los encantos del Amo, sino su im-
perativo que se torna un mandato de consumo sin límites.
Significa decir que, otra vez, podamos retomar la vía de la represen-
tación que sustenta el sujeto a partir de la autoridad constituida en la po-
sición de saber y no en la posición de la tiranía como punto de referen-
cia entre el acto y la culpa.
En definitiva, implica decir que la recon~titución del sujeto por la vía del
amor pueda ser evocada en cada imperativo y no por un simple mandato
de satisfacción que carga la economía de goce y destruye el deseo de saber.

Notas
( 1). Para una discusión sobre el tema de la constitución de la alteridad entre Adán y Eva, la
estructuración de una posición culposa y el camino para la responsabilidad del sujeto por
sus actos, recom~ndamos la lectura del texto ... E no come~o era a fome: tres movimentos

101
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen /JI

da dietética na cria~áo do homem que puede leerse en http://Www.etatsgeneraux-psycha-


nalyse.net/archives/texte228.html donde se presenta una referencia al sufrimiento psíqui-
co en las dimensiones del cuerpo, del verbo y del amor.
(2). Esta es una discusión de gran importancia para el tema de la ley y del legislador que no
tiene fuerza de sustentación para la aplicación de la ley. G. Agamben en Estado de excep-
ción (Bs.As.: A. Hidalgo. 2004) presenta el tema de la autoridad y del autoritarismo distin-
guiendo entre la autoría y la personalización como dos polos inconfundibles de la posición
de quien sustenta y de cómo aplica la ley como contrapunto a la posición de quien distri-
buye órdenes en una concepción dictatorial. Sobre la especificidad de la distribución de la
ley, es también destacable la obra de Ralf Dahrendorf A lei e a ordem (Brasília: Instituto Tran-
credo Neves. 1987). La discusión gana fuerza a partir del concepto de anomia que ocu-
pa también los estudios de Agamben. Esta discusión es puesta en el campo del psicoanáli-
sis por M. Gerez Ambertín en "Culpa y castigo en sociedades violentas" (en En Jos márge-
nes de la ley. Violencias e Inseguridad en e/ Cono Sur -A. Isla, Comp.-. Bs.As.: Paidós, 2007).
El texto presenta un interesante análisis sobre las sociedades violentas utilizando los con-
ceptos de anomia y superyó.
(3). El padre tiránico ocupa una posición mítica destacable en psicoanálisis. El punto de par-
tida es el texto de Freud Tótem y Tabú en el que se describe claramente la presentación
del padre de la excepción, necesaria para la entrada en escena del sujeto que debe asu-
mir la culpa por sus actos.
(4). Esta desarticulación es trabajada por Agamben cuando comenta en la entrevista con-
cedida a Flavia Costa para el libro Estado de excepción el desarrollo de su idea sobre la de-
subjetivación. Según dice, el núcleo del estado de excepción se da a través de la ambigüe-
dad entre la anomia y el derecho que se destaca al estudiarse esta relación.
(5). Esta discusión es tratada en la obra de S. Zizek Violencia en Acto (Bs.As.: Paidós, 2004)
doride el pasaje entre la representación y el acto en función de los lazos sociales gana es-
pacio discursivo entre el psicoanálisis y la sociedad.
(6). Para el tema de lazos y discursos recomendamos los Sem. XVII y XIX de J. Lacan, Los
cuatro discursos instituidos (Sem. XVII) y la variación del discurso capitalista, recortada en
el Sem. XIX. Hay allí un interesante espacio para pensar la lógica del Amo en la contempo-
raneidad, sobretodo en lo que se refiere el tema de la autoridad desautorizada y los efec-
tos sobre la anomia instalada resultante del Amo del discurso capitalista.
(7}. Las imágenes similares de este conjunto sugiere la presencia de algo muy familiar, a la
vez que extremamente incómodo. De hecho, la imagen del doble es insoportable y desen-
cadenante de escenas violentas contra el prójimo. Para desarrollar este raciocinio el texto
de Freud LD ominoso ( 1919) presenta contribuciones sobre la lógica de la violencia contra
el pnljl= q"e P"ede """"e eo 1• <!me""~dd doble.

102
VI

LA FICCIÓN DEL PODER

Gabriela Alejandra Abad

1. La puesta en escena del hombre

"El hombre occidental llega al mundo con una puesta en escena cientí-
fica y racional. Nace en un teatro quirúrgico, pero en Occidente como
en todas partes se trata siempre de salir de la matriz y de separar-
se del abismo indecible, así indefinidamente las generaciones aprenden
que la palabra tiene por fondo lo indecible y para ser habitable el mun-
do debe ser puesto en escena por la palabra. Occidente hace brillar lo in-
decible como todas las civilizaciones, a través de la música y la danza,
de los ritos religiosos y políticos, de /os emblemas y de la arquitectura".

Con este texto comienza la película dirigida por G. Callita con texto
de Pierre Legendre La fábrica del hombre occidental. Metáfora sobre ese
lugar en e! que el hombre se constituye amarrado a! universo simbólico
del lenguaje como efecto de tramas discursivas y, al mismo tiempo, como
productor de discursos. Asimismo, es sujeto de ficción y hacedor de ficcio-
nes con las que se representa, haciéndose y deshaciéndose en sus redes.
Mundo de representación, escena que, tal como en el teatro, se monta
sobre un espacio real, despliega su ficción y cubre con su magia hasta el
más ignoto de los lugares, en un intento imposible por borrar todo rastro
del espacio real, para que nada empañe la tramoya que allí se monta, para
que nada la ponga en duda o diluya el sueño que se ofrece. Así, el mun-
do humano escribe un libreto, marca los movimientos, delimita acciones
y vestuarios y monta escenografías; ese libreto se escribe en el cuerpo y
miles de espejos van moldeándo!o a imagen y semejanza de los congéne-
res. De aquí que teatro y actor sean el paradigma de la ficción del sujeto.
Lacan se refiere a esto cuando plantea que el sujeto se constituye en
la escena del Otro, en esa escena que monta el gran Otro de !a cultura,

103
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

único lugar donde lo humano anida, donde la subjetividad se despliega y


crece entrelazada en las redes de este mundo simbólico e imaginario que
se le ofrece. "No hay otra realidad, otro sujeto ni otro obíeto que los que
resultan del juego de las miradas y de los discursos que los ponen en es-
cena" (Enaudeau. 1999:21 ).
Tanto artificio para velar el vacío de lo indecible, de aquello que no
logra ser representado, de lo que no tiene palabras. Así como las tumbas
se erigen alrededor del agujero que deja la muerte, la cultura se yergue
en torno al agujero de lo irrepresentable.
La violencia se relaciona directamente con aquello que no logra en-
contrar formas de representación a través de lo simbólico e irrumpe ras-
gando la escena del mundo, una salida de escena que amenaza con ani-
quilar toda constrúcción social.
Freud afirma que la cultura nace en torno a un crimen: e/ parricidio.
Asesinato del animal protopadre para que su lugar sea ocupado por un
símbolo: el tótem. Nuevamente nos encontramos con la muerte, con el
vacío que deja, y en él la humanidad crea una representación como primer
signo de cultura, 1~ representación que delimita el abismo de la nada.
Mitos que dan cuenta del pasaje de naturaleza a cult1,1ra; ficciones con
las que se llena el vacío de lo inexplicable "La verdad tiene estructura de
ficción" afirma Lacan a lo largo de su obra.
Génesis 2.25: "Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer y no se aver-
gonzaban". Génesis 3. 7: "Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y co-
nocieron que estaban desnudos". En ese abrir de ojos que produce la visión
de lo que no fue visto antes, algo ha cambiado ya que los ojos no bastan para
ver; ahora se representa la desnudez. La primera prohibición causa en la hu-
manidad los efectos de alienación a la representación y extrañamiento del ser.
La prohibición de incesto y parricidio demarcan la zona de riesgo, aquel
lugar al q~e el hombre insiste en retornar, pero ese regreso abriga el peli-
gro de derribar todo el andamiaje cultural. Es la tentación del hombre lo
que hace imprescindible que la cultura construya el vallado de ficción que
resguarde lo prohibido entramando a los sujetos en sus cadenas discursivas.
El derecho se erige en la ciencia que resguarda la prohibición ya que
conjuga los principios que la justifican y edifica las razones que demarcan
lo prohibido. Se configura como uno de los dispositivos fundamentales
mediante los cuales el poder se legitima, mas no es el único, porque los

104
La ficción del poder ! GABRJE!.A AlEJAN:>AA A2J.D

sistemas normativos no están sostenidos sólo en leyes escritas, sino que


hay una estructura discursiva y extradiscursiva que trama el lazo social y
sostiene las prohibiciones. Estas forman parte de lo que constituye lo más
íntimo de la subjetividad y delimitan desde allí la prohibición; acompañan ,~ ¡ ¡

los sistemas legales y demarcan los caminos trazados. Son prácticas de


manipuleo del psiquismo a las que se llama imaginario social y garantizan
las condiciones para que se reproduzcan los discursos del orden.

2. Las ficciones de J. Bentham y la teoría del significante en Lacan

Lacan toma en muchos momentos de sus seminarios la teoría de las


ficciones de Jeremy Bentham. De ella resalta la articulación posible con la
teoría del significante que a él le interesa.
Bentham presume que los comportamientos de los hombres son de-
terminados por el interés que los mueve. Pero, cuando nos detenemos
en un aspecto particular que él toma -el tema de los motivos-, encontra-
mos una estrecha solidaridad entre el interés y los motivos que los des-
piertan. Al recorrer la variedad de motivos posibles -social, disocia! y de
interés propio- encontramos los nexos que van ligando en esta teoría lo
político, lo social y lo psicológico.
Para trabajar el modo en que Lacan articula esta teoría con el psicoa-
nálisis partimos del sujeto fundado por la marca de la prohibición origina-
ria: incesto y parricidio. La prohibición establecerá el pasaje del estado na-
tural al de cultura y dejará como saldo un sujeto siempre dividido contra
sí mismo, atravesado por la ley y por el deseo que carga con el peso de la
insatisfacción y de la falta. El precio que hay que pagar por vivir en la cul-
tura determina una relación imposible con la satisfacción, una especie de
condena a una carencia originaria por la desaparición de la relación con la
cosa que tendrá siempre que recurrir al artificio de las palabras. El sujeto
no establecerá con el mundo una relación de inmediatez sino que estará
siempre preso de la escena del mundo, de la escena del Otro.
En el seminario de La Ética, Lacan afirma: "Veremos que es alrededor
de una crítica filosófica, propiamente hablando lingüística, que se desarro-
lla el esfuerzo de J. Bentham y que es imposible medir en el curso de esta
revolución, el acento puesto sobre el término real, opuesto en el caso de
él a un término en inglés, ficticious. Ficticious no quiere decir ilusorio, no

105
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen /JI

quiere decir en sí mismo engañador; está lejos de traducirse como no ha


dejado de hacerlo aquel que ha sido el principio y el resorte de su éxito
en el continente, Etienne Dumont, que ha vulgarizado de alguna manera
la teoría benthamita. Ficticious significa ficticio, pero en el sentido en que
ya antes he articulado este término; que toda verdad tiene estructura de
ficción" (Lacan. 1959-1960:22).
Lacan destaca que el rescate de la teoría de las ficciones se produce
asociándola con sus teorías del lenguaje. Ficciones no como fantasías, fá-
bulas o ensoñaciones, sino como aparatos de lenguaje. Estos también po-
drían ser tomados como el único modo de expresión de los deseos mon-
tados en palabras; al decir de Bentham, como montajes de motivos que
fundamentan los intereses.
En síntesis, el único modo de saber que el hombre dispone es a través de
ficciones dado que no puede salirse de ellas y, en todo caso, cuando se des-
poja de ellas, corre el serio peligro de quedar fuera de la escena del mundo.

3. Ficción y Verdad: su uso por el Poder

Los aspectos coercitivos del poder son los sobresalientes, aunque


bajo esa cara visible se oculta el rostro más efectivo, el amoroso. Esta
dialéctica guarda la siguiente lógica: el poder, para sostenerse, necesita
de un ingrediente ineludible, la fuerza. Esta se impone mediante una téc-
nica represiva o mediante un ejercicio de imposición ideológico y logra
consenso. Esto último posibilita que el ejercicio de vigilancia se introyec-
te en el sujeto y, así, aminora las formas de violencia explícitas para lo-
grar la obediencia.
Pierre Legendre revela las instituciones como estructuras que logran
ejercer el poder a través de la movilización de creencias. Estas tocan los
nudos del deseo en el sujeto. La clave del éxito no está en lo coercitivo
sino, fundamentalmente, en la obediencia mediante la instalación de idea-
les a los que los hombres se identifican. "El trabajo de los juristas consiste
en inventar las palabras tranquilizadoras e indicar el objeto de amor en el
que la política ubica el prestigio" (Marí. 1996:5 1). Si el derecho es el dis-
curso que da forma a la ley para dominar al género humano, los juristas
son quienes traman el enlace teórico para inducir a los sujetos hacia un
pacto de amor con el poder.

106
La ficción de/ poder 1 GABRIELA AlEjANDRA AíwJ

Las ficciones que el poder monta se estructuran en dos sentidos. Por


una parte se ligan con el mito fundacional y dan razón lógica a la sujeción;
por otro, generan las prácticas litúrgicas con las que se asegura la repeti-
ción de conductas esperadas.
En la película La fábrica del hombre occidental, Legendre va mostrando el
modo en que esto se construye. Para ilustrarlo toma a la Iglesia, representa-
da por el Papa. "La Santa Sede conserva una tapicería que servía de respal-
do al trono pontificia!, esa tapicería es un cuadro vivo, acoge el cuerpo del
Papa, imagen viviente de la humanidad". A imagen y semejanza del Pontífice
el hombre es domeñado en el amoroso espejo que se le brinda:. La arquitec-
tura se pone al servicio del poder y dirige las miradas hacia el punto exacto
donde los fieles deben mirar para que la sugestión sea efectiva. El vacío se
transforma en espacio propicio para que las liturgias se pongan en escena.
El poder nunca "está" simplemente, sino que requiere de técnicas de
exhibición, de maquillajes, de máscaras, de luces y vestuarios, y genera
la gran paradoja: gracias a la ficción el poder se hace creíble. Dice Pascal:
"Nuestros magistrados conocen bien este misterio. Sus túnicas rojas, los
armiños con los que se envuelven como gatos peludos, los palacios don-
de juzgan, las flores de lis, todo ese aparato augusto era muy necesario,
y si los médicos no tuvieran sotanas y babuchas, los doctores no lleva-
ran bonetes cuadrados y hábitos muy amplios, jamás habrían engañado
al mundo, que no puede resistirse a ese escaparate tan auténtico. Sobre
todo, nunca el mundo se habría engañado a sí mismo, no se habría crea-
do como sujeto de pasión, no habría excitado "su deseo", su cólera, por
el objeto al que él le dio forma, como los niños que se asustan del rostro
. que ellos mismos pintarrajean" (cit. por Enaudeau, p. 20).
La ficción trama el mito fundador de las instituciones y liga a los su-
jetos en genealogías que los instituyen y que los afilian como hijos en su
seno. Una serie de liturgias, relatos y blasones debe ser repetida para re-
afirmar su lugar. Los conscientes y Jos inconscientes, dóciles a los monta-
jes que el poder compone para dominarlos, se alinean.

4. Discursos del orden e imaginario social

Para que la obediencia sea posible es necesario que la representación


del poder se legitime. Esto se logra diseñando mecanismos que permi-

107
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

ten justificar las desigualdades que el poder produce, haciendo de las di-
ferencias una necesidad para el bienestar general.
Según E. Marí estos mecanismos o dispositivos pueden ser analizados
en dos tópicos. Fundamentalmente, por un lado, los discursos del orden:
estos son específicamente los que se ocupan de justificar el orden reinan-
te como necesario. Se integran en un mito fundacional al que podemos
consignar como el soporte mitológico de este orden. Por otra parte, se
identifican las prácticas extradiscursivas: blasones, heráldicas, rituales, cos-
tumbres o hábitos, géstica, codificaciones corporales, hábitos de higiene,
salud, ritmos aiÍmenticios, moda, formas de diversión, usos de los place-
res, etcétera, que penetran en lo más íntimo de la subjetividad. Dejan al
descubierto que la precisa marcación de relaciones entre los miembros,
la distribución de los espacios y hasta las frases ya demarcadas como fór-
mulas, no son otra cosa que la puesta en escena de lo prohibido. Ritos que
dan cuerpo, junto a palabras e imágenes, a un sistema abstracto de pro-
hibiciones y, de esta manera, señalizan el accionar de los sujetos para ga-
rantizar conductas de acuerdo con los sistemas normativos. Estas prácti-
cas son las que conforman el imaginario social.

Resumiendo, los discursos del orden y el imaginario social logran que la


fuerza con la que se somete a los sujetos en sociedad se transforme en poder.

l. Los discursos del orden. Integrados por argumentos racionales como


los de la filosofía, las ciencias políticas, el derecho, etcétera, que dan los
sustentos teóricos en los que el poder de turno se sostiene. Es racional
en doble sentido, según E. Marí: razón como tipo formal de estructuras
lógicas que comunican la fuerza, y razón en cuanto a través de ella se pro-
ducen las operaciones ideológicas del poder.
Estos discursos se movilizan y ponen en funcionamiento mediante
creencias discursivas y extradiscursivas que integran el imaginario social.

2. Imaginario social. Dice Marí: "La función del imaginario social es


operar en el fondo común y universal de los símbolos, seleccionando los
más eficaces y apropiados a las circunstancias de cada sociedad, para ha-
cer marchar el poder. Para que las instituciones del poder, el orden ju-
rídico, las costumbres, la religión, se inscriban en la subjetividad de los

108
La ficción de/ poder ·1 GAi!fiJELA Al.E]A.'l:::JM kNJ

hombres, para hacer que los conscientes y los inconscientes de los hom-
bres se pongan en fila" (Marí.J996:64). Es un espacio en el que los ritua-
les, tanto religiosos como profanos, montan su escena.
La función del imaginario será "fundir y cincelar la llave de los cuerpos
para el acceso de la ley" (Marí.l996:66). De ese modo se crean las con-
diciones necesarias para que el poder se introduzca en la subjetividad y
opere desde las fibras más íntimas. Esto se posibilita porque el imagina-
rio anida en las creencias de los sujetos y se alimenta de epopeyas épicas,
de mantos sagrados, de leyendas, de espadas y de blasones para consus-
tanciar a todos con los pactos fundacionales del poder. El imaginario ofre-
ce a los sujetos un lugar en la escena del mundo a cambio de la identifi-
cación con los ideales propuestos. Al integrarlos en los mitos fundaciona-
les se fortalece el lazo social porque sitúa a todos los miembros de la co-
munidad como parte responsable de sostener el pacto y desde ese mo-
mento quedan ligados a la ley.
La creencia en los mitos fundacionales es la condición de posibilidad
para que el sujeto se incluya en él, para que sostenga desde allí su genea-
logía y su deuda como miembro de un determinado clan. Esa filiaciónJe
crea derechos y deberes para con la fratría. Creer que el Otro es capaz
de protegerlo supone el compromiso de soportar el pacto y la deuda que
este lazo genera.

S. La creencia

Las teorías del poder del más puro absolutismo ponen de relieve que
el poder, para sostener su lugar, debe dar a cambio protección. Este as-
pecto está destacado por E. Marí cuando cita las palabras de Hobbes en
Leviathán "La obligación de los súbditos para con el soberano se sobre-
entiende que dura tanto como el poder mediante el cual este es capaz de
protegerlos. Pues los hombres no puede.n enajenar el derecho que tienen
por naturaleza a protegerse cuando ningún otro puede hacerlo ... El fin de
la obediencia es la protección" (Marí. 1996:61. La cursiva es mía).

Para seguir avanzando trabajaremos la relación que se establece entre


la protección que el poder brinda y la creencia de los sujetos en ese poder.
La creencia es una ficción que tapa la falta del Otro. De esta manera

109
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

se puede soportar la inconsistencia de la ley; con ella se sostiene la posi-


bilidad de que el Otro brinde la protección necesaria.
La creencia, como es una ficción, oscila entre sostener la existencia del
Otro como garante y el encuentro con su inconsistencia. Encuentro que
lanza al sujeto a la construcción de más ficciones para tapar dicha falta. Pone
de manifiesto la escisión propia del sujeto, en tanto Jo remite a su castración.
En su artículo sobre el fetichismo ( 1927) Freud aborda el tema de la
creencia. Describe la reacción del niño cuando toma contacto con la ana-
tomía femenina y descubre la ausencia de pene en la realidad, lo cual lo
lleva a un repudio del desmentido que la realidad le causa; dicho repudio
le sirve para poder conservar la creencia en el falo materno. "No es ver-
dad que conserve intacta su creencia en la existencia del falo materno. No
hay duda de que la conserva, pero también la ha abandonado. Ha aconte-
cido algo que sólo es posible según la ley del proceso primario. Mantiene
a ese respecto una actitud dividida" ( 192 7: 148). La creencia está someti-
da a las leyes de la represión y del deseo inconsciente.
Para Mannoni la creencia "Se presenta en forma típica, casi estereoti-
pada, cuando el paciente, algunas veces con dificultad, otras con satisfac-
ción, emplea la formula: Ya sé que ... pero aun así. .. podríamos agregar
borrando con el codo lo que escribió con la mano" ( 1990: 109). Se des-
plaza desde la cuestión del falo materno a cualquier otro tipo de creen-
cia que incluya la completitud del Otro.
A diferencia del neurótico, que recubre el vacío de la falta con la creen-
cia, el perverso sitúa en su Jugar un fetiche. "El fetichista ha repudiado la
experiencia que le prueba que las mujeres no tienen falo, pero no con-
serva la creencia de que lo tienen; conserva un fetiche, porque ellas no
tienen falo. No sólo no se ha borrado la experiencia sino que se ha vuel-
to imborrable para siempre, ha dejado un estigma indeleble que marca
para siempre al fetichista" (Mannoni. 1990: 109).
Así como el neurótico sostiene su creencia para velar la falta, el per-
verso la cubre con el fetiche. Es interesante el término con el que Man-
noni lo nombra: estigma indeleble, porque hace referencia a la dureza del
fetiche, a ese punto de fijeza que imposibilita las sustituciones propias de
las formaciones de inconsciente tales como sueños, fantasías, síntomas,
chistes, etc.

110
La ficción del poder 1 GABRJELA AL:JA.'lDRA A3AD

Ya sé que ... pero aun así... --? Neurosis (Formación del inconsciente)
Ya sé que ... FETICHE --? Perversión (Fijeza del objeto)

En el caso de las perversiones no se produce la dialéctica paradoja! de


la creencia neurótica porque el fetiche actúa como reaseguro y, de esta
forma, el perverso tapa el agujero de la castración transformándose en
el mayor de los creyentes, pero sin soportar la falta, porque esa es tarea
del fetiche. Es un creyente sin creencia. Su creencia no requiere de una
ficción para sostenerse y, por tanto, la duda no se hace presente porque
la duda es fundamentalmente neurótica.

Volviendo a nuestro tema, vemos que la creencia es uno de los so-


portes fundamentales entre los dispositivos de poder para que estos pue-
dan sostenerse sin que la violencia emerja en forma de estallido. Porque
la creencia está vinculada a la deuda que el sujeto contrajo con el Otro y
que lo remite al lugar que tiene en el deseo del Otro "La Creencia que
se vincula con el pertinaz intento del sujeto de otorgar existencia al Otro
allí donde pone en duda tal existencia, justamente allí donde, paradójica-
mente, descree" (Gerez Ambertín. 2006).

6. La creencia hoy

Una de las marcas de nuestra época es la falta de credibilidad o de


creencia en el Otro representado por las instituciones de gobierno, jus-
ticia, educación, salud, e incluso instituciones de tipo religioso o deporti-
vo. Se registra un descrédito en todo el sistema simbólico, en su capaci-
dad para hacer circular la ley y, por lo tanto, para limitar el goce. Se re-
corta con definidos ribetes la inconsistencia de la ley y queda al desnudo
su costado más obsceno.
Freud puso de manifiesto el tema de que la ley es fallida, de que no lo-
gra garantizarlo todo, de que tiene su envés desregulante. Pero. en el si-
glo XXI, lo que resalta no es su capacidad para fallar sino su inconsisten-
cia. Leve desliz que marca una profunda diferencia porque hoy se exhibe
hasta el hartazgo la cara más oscura de la ley.
No hay velos, no hay ficciones; los cuerpos lacerados y hambrientos
penetran en todas las casas como un real imposible de ser significado. Lo
sorprendente no es lo que se da a ver sino la indiferencia con la que se lo

111
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

mira y la obscenidad con la que se lo exhibe. Frente al horror de las in-


justicias mundiales, de la degradación ambiental, de las invasiones injus-
tificadas, de masacres consentidas, miles de miradas impávidas fisgonean
el espectáculo en sus pantallas.
Como señala Legendre en la película citada: "Descubriendo las estra-
tegias de la construcción humana, la civilización y Occidente se han creído
libre del teatro y de sus reglas, de las butacas asignadas y del drama que
se representa, contempla con ojos de ciego Edipo Rey, La Flauta Mágica,
la escena del Rock, y los muros tapizados de graffitis. Los niños se con-
funden con los adultos, el incesto con el amor, el asesinato con la separa-
ción por la palabra. Sófocles, Mozart, y todos los demás, volved a decir-
nos la tragedia y la infamia de nuestros olvidos".
La contemporaneidad, que cree saberlo todo porque su mirada cala
hasta los huesos, no comprende que la verdad tiene estructura de ficción
y que sólo desde allí nos es aprehensible. La mirada fisgona e impúdica ter-
mina cercenando la posibilidad de analizar lo que se exhibe y coloca al su-
jeto en un lugar de puro espectador, impotente frente al horror de lo que
ve. Se produce una contemplación con ojos de ciego, una falta de creen-
cia en las ficciones que permiten -como sueños, mito, fantasías u obras
de art~ cubrir el horror con palabras y así poder saber de él.
En la descarnada realidad en la que se vive, la indiferencia y la resig-
nación es lo que interroga y lleva a trazar la relación existente entre la
creencia (como una forma de ficción) y el poder para deslizarse, desde
allí, a su vínculo con la violencia. Porque estas ficciones, que los sujetos
en sociedad producen, les permiten apalabrar y representar el malestar
que las prohibiciones les causan. La agresividad que la sujeción a las nor-
mas acarrea y la mortificación que produce el hecho de ser sujeto insti-
tuido, tienen la posibilidad de descargarse en tramas discursivas, ponien-
do vallas a los actos compulsivos de violencia y desenfreno, y posibilitan-
do que el malestar tome cuerpo mediante la palabra. Sólo desde ellas el
poder puede ser puesto en cuestión.
La pregunta que asalta es: si en estos tiempos posmodernos se per-
dieron las creencias neuróticas, esas que permiten velar la falta por el ca-
mino de la ficción, lqué se ubicó en su lugar?
En este punto tiene una enorme participación algo que, disfrazado de
objetividad, es la ficción por excelencia: el discurso de la tecnociencia. Am-

112
La ficción del poder 1 GABRiEI.A ALE;ANDRA ADKJ

parado en una serie de comprobaciones se ofrece como la verdad sobre el


sujeto ignorando el papel ideológico que desempeña en el horizonte con-
temporáneo. Así, cree saberlo todo, pero desconoce el lugar de creencia
que ocupa. No percibe que tras una serie de juicios científicos engendra
una idea que se instala en el lugar de los mitos fundacionales. Con una vo-
racidad suprema engulle todo los mitos y creencias que lo precedieron.
Su hija dilecta, la neurociencia, construye una idea de sujeto como
aglomeración de genes, sustancias químicas, procesos fisiológicos, etc.
Este sujeto es materializado, es objetalizado, es títere de una alquimia y
no es partícipe en la mezcla.
El cientificismo, al producir una descalificación de los discursos en los
que el sujeto antes se representaba, compulsa a manifestar los malesta-
res en actos violentos.
Lo terrible de este nuevo discurso es que, al desacreditar las creencias
anteriores, se ofrece como el único poseedor de alguna verdad objetiva
sobre el sujeto, velando el papel ideológico y de creencia que ocupa.
De este modo, la tecnociencia va haciendo dóciles a los sujetos. Mol-
deándolos a su medida y poniéndolos al servicio del capitalismo salvaje
transforma lo que antes era un ciudadano en un consumidor fácil de ser
comprado o vendido como mercancía.
Vaciado de contenido, el hombre se desresponsabiliza de sus dere-
chos y obligaciones, de aquello que sostenía el lazo social y, perdien-
do el lugar de ciudadano, pierde la posibilidad de apelación a un siste-
ma legal quedando al arbitrio de los sacrificios que los sistemas de po-
der imponen.
Pero estos nuevos sacrificios posmodernos no se ponen en palabras
como tales, no se sabe a cuál altar ni a qué dios se ofrecen. Mudos, y sin
responsables, se llaman leyes económicas, leyes de mercado, accidentes,
nadie tiene la culpa, por tanto nadie es responsable. Los monstruos de la
globalización, de los monopolios económicos, de las transnacionalizacio-
nes, de la corrupción en la política, parecen una maquinaria fuera de con-
trol, sin sujetos que la conduzcan, a la que todos livianos de responsabi-
lidad miran impotentes.
Cada uno quiere encontrar el borde, el límite a la angustia, un lugar
en ese lazo social que ya no contiene y el camino más fácil termina sien-
do generar actos de violencia contra sí, tales como suicidios o acciden-

113
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

tes, o contra los demás. Esta forma ciega de buscar límites compulsa y
engendra la violencia. ·

Conclusión

Desvinculado de mitos fundacionales y de discursos del orden, el ca-


pitalismo, genuino amo del poder actual, ofrece objetos como pócima de
amor, felicidad y seguridad; de ese modo condena al hombre actual y tor-
na frágil su subjetividad.
Se produce "una dialéctica de incluidos y excluidos de acuerdo con la
posibilidad de acceder o no a determinados objetos. Los primeros, identi-
ficados con sus objetos, transitan como robots y creen que es posible sub-
sanar con ellos la falta constitucional del sujeto. Tapar el hueco subjetivo
con mercancías es olvidar que esa inconsistencia humana sólo se soporta
con actos de ficción y creación. El cuerpo pierde metáfora y se convierte
en un objeto que se compra o se vende, se cercena y se manipula.
Por otro lado, los excluidos,. auténticos desechos del sistema, se ali-
mentan de odio y responden con violencia y delito a la peor de las vio-
lencias que es la exclusión.
El amo poseedor del poder absoluto rompió amarras de la ley que rige
las relaciones entre los hombres, ya que se apoderó de la ciencia y la tec-
nología. Desde allí justifica el modelo como necesario. El imaginario queda
de este modo desvinculado de sus fundamentos e impulsa a repetir con-
ductas que sólo se justifican desde las perversas leyes del mercado en las
que no es necesario creer ya que, simplemente, basta con poseer.
La sociedad se volvió perversa, repleta de fetiches y violenta, en tan-
to descree de lo que es propio del hombre cual es su capacidad de uso
de la palabra y de crear ficciones.

Ref. Bibliográficas

Enaudeau, C. ( 1999) La paradoja de la representación. Bs.As.: Paidós.


Freud, S. (1927) Fetichismo. O. C. XXI. Bs.As.: Amorrortu. 1986.
Gerez Ambertín, M. (2006) Creencia, don·y sacrificio. En RevistaActua/idad Psicológica N° 343.
Lacan, J. ( 1959-1960) El Seminario, libro VIl. La ética del Psicoanálisis. Bs.As.:
Paidós. 1991.
Mannoni, O. ( 1990) La otra escena. Bs.As.: Amorrortu.
Marí, E. ( 1996) Derecho y Psicoanálisis. Bs.As.: Edicial.

114
VIl

LA PENA Y EL DERECHO AL CASTIGO

Jorge Degano

La cuestión de la Transgresión y la Sanción, formas equivalentes de la


dupla antropológica Crimen y Castigo cuya versión positivizada jurídica-
mente resulta Delito y Pena, constituye el escenario subjetivo sobre el que
se monta todo el andamiaje jurídico penal siendo un articulador que, trata-
do desde el inicio del pensamiento filosófico así como de la literatura clási-
ca, su actualidad resuena en los ámbitos políticos, académicos, clínicos y ju-
rídicos, constituyendo un eje conceptual o capítulo de referencia primigenia
en las disciplinas de la subjetividad alrededor de la problemática del castigo.
Es propósito de una reflexión crítica desplegar ese espacio de modo
de permitir el acceso a las interrelaciones y nudos de sentido en los pla-
nos jurídico y subjetivo y su retorno en la realización institucional: por un
lado el sujeto de la pena y por otro la irrealización del castigo.
El sujeto y la ley confluyen en relación al castigo como cristal de luz
desde la que esa relación puede ser entendida tanto jurídica como subje-
tivamente, dimensiones en que la sanción adquiere consistencia de insti-
tución: del lado de la operación subjetiva instituyendo al sujeto, del lado
de la institución jurídica destituyéndolo.

l. Transgresión y Sanción

La relación del sujeto a la ley está mediada en su principio por la ecua-


ción que se establece entre el mandato, su desobediencia virtual y la san-
ción consecuente que el poder del principio paterno-legislador enarbola
e impone, resultando inscripta subjetivamente de la siguiente manera:

Ley/mandato - Deseo/transgresión - Castigo/sanción

Esta ecuación desiderativa permite reconocer que la cuestión del su-


jeto frente a fa opción del deseo/transgresión no es de libertad tal como

115
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

sostienen los principios del derecho liberal con su doctrina del libre albe-
drío, sino que está determinada y posibilitada por la ley del ordenamien-
to subjetivo que, poniendo las cosas en su lugar, presenta el escenario del
castigo/sanción como alternativa metonímicamente expresada en repro-
ches, penitencia, pena, etc., formas todas de inscripción social subroga-
das y en ecuación de equivalencia con la castración como amenaza por el
pecado, el vicio, la falta, el crimen, etc., realizados o deseados, ecuación
-alterada por las formas sociales- en la que el sujeto puede situarse o ser
producido por el cruce de esas referencias, dependiendo entonces de la
posición que sitúe su existencia la perspectiva con que enfrente su deseo.
La Ley y el Deseo, si bien en oposición complementaria, campean el
circuito de la subjetividad demarcando un territorio que los contiene y se
inaugura con su montaje -el sujeto- y que opone al incesto adjudicándo-
le la alteridad radical. En la ecuación desiderativa esta relación es de opo-
sición indisoluble con lo que sus efectos -el mandato y la trasgresión- re-
sultan complementarios constitutivos.
Es en ese lugar y sentido que la sanción, como operación consecuen-
te de la prohibición que el mandato contiene, adquiere una necesidad es-
tructural dentro del campo del sujeto, apareciendo el Castigo como su
posibilitador, es decir la forma o modo en que se inscribe por su inter-
. medio la falta deseada, siendo además que la sanción se realiza cuando no
funciona la amenaza que el castigo cristaliza, presentándose así otra lógi-
ca de la misma consecuencia.
De ello que los términos Deseo y Castigo adquieren categoría de ope-
radores en la producción subjetiva obrando allí de articuladores necesa-
rios, del mismo modo que sus efectos -transgresión y sanción- compo-
nen el espacio de la jurisdicción subjetiva, es decir adquieren estatuto sim-
bólico por su pertenencia a la operación subjetivante.
En la lectura de la ecuación desiderativa los primeros términos (Ley, Deseo,
Castigo) cumplen la grilla estructural, mientras que sus consecuentes (man-
dato, trasgresión, sanción) cumplen su actualización, es decir su irrealización.
Estas operaciones que destacamos constituyen lugares posibles tanto
en su naturaleza subjetiva -en la medida de su dimensión simbólica, no
siendo así en los otros registros- como en su naturaleza jurídica en tér-
minos de una juridicidad subjetiva en primer término.
Es que justamente el nacimiento común de Sujeto y Derecho, como res-

116
La pena y el derecho al castigo ¡jORGE DeGANo

to de primera y última emergencia en la operación de legislación del espa-


cio subjetivo por la prohibición y la palabra, contiene en su despliegue tan-
to el principio prohibitivo -de la dupla transgresión-sanción-, entrada del
Derecho Penal, como también y consecuentemente el otorgamiento de las
atribuciones y derechos (genealogía, legado, don, singularización), órdenes
que dan origen a la senda del Derecho Civil, dimensiones éstas que propo-
nen el reconocimiento de la dimensión jurídica de la vida y que destacamos
en relación a las obligaciones consecuentes que los derechos conllevan.
El sujeto, a partir de allí, está ob-ligado por las obligaciones conse-
cuentes de los derechos inaugurados, efectos de la prohibición atribu-
yente en su operación.

11. La cuestión retributiva y la "necesidad" de castigo

En lo que a estas reflexiones es inherente interesa destacar que el es-


pacio de la relación del sujeto respecto de los sistemas de sanciones -en-
tre los cuales el jurídico se puntúa por las consecuencias que intentamos
analizar- debe ser entendido, primero, en calidad de determinación es-
tructural y operando en función de una necesidad (de estructura) subje-
tiva que lo posibilita y, segundo, de dimensión universal de modo tal que
su reconocimiento puede ser hecho tanto en el orden de lo cotidiano, el
orden privado, expresado en los sistemas de castigos a los hijos que to-
das las organizaciones familiares, al menos en la forma de las culturas oc-
cidentales, contienen y que conforman lo que hemos llamado micro siste-
mas penales -así como en sus sucesivos equivalentes: la escuela, los clubes,
las religiones y cultos, los agrupamientos de pares, las asociaciones civiles,
etc.-, conformando un pasaje de continuidad con el orden público en el
que se expresan mediante los sistemas jurídico penales que los Estados
nacionales establecen para reprimir las i!1fracciones al orden legal.
Y es justamente desde esta perspectiva que se puede reconocer en-
tonces que la cuestión retributiva está en la base de la existencia subjeti-
va y es uno de los procesos que articula la culpa estructural -allí vincula-
da y proporcionada, es decir simbolizada- de modo tal de otorgar exis-
tencia subjetiva, por necesidad de estructura, a la sanción subordinándola
y subsumiéndola en el Castigo que, desde este perfil, reviste un valor de
referencia en toda consideración sobre la dimensión del sujeto.

117
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

La cuestión retributiva, que entendemos como una operación lógica,


de base subjetiva que interviene como andamiaje del castigo y que se la
puede referir en última instancia a los términos de la pérdida (de amor, de
libertad, de deseo del otro, etc.) que sobreviene como amenaza por lapo-
sible adjudicación de lugar al deseo incestuoso, constituye una pieza lógica
en el campo del sujeto, su condición permite la renuncia de las tendencias
incestuosas y constituye un núcleo que se satisface mediante la operación
del asentimiento subjetivo, posibilitándolo. La cuestión retributiva apare-
ce entonces co!l'o condición misma de la operación subjetiva.
Es en esa misma línea que la (necesidad de) sanción, siempre presen-
te como espacio y operación, abre la vía -dependiendo de los modos de
su tramitación- para la posible realización/irrealización del castigo, ope-
ración ésta que, reconocida y hasta solicitada -requerimiento de castigo/
deseo de castigo-, puede ser reflejada como realización en el orden so-
cial mediante los sistemas penales -o a su inversa como irrealización fue-
ra de ellos- tal como efectivamente ocurre en la mayoría de esos siste-
mas actuales -pero que, de cualquiera de los modos que se lo entienda,
constituye el puente simbólico que permite un principio de autoridad po-
sibilitador de la obediencia y el cumplimiento del mandato estatal por los
ciudadanos según la conocida tesis de Legendre más allá que esa necesi-
dad esté tramitada, como en la mayoría de las estructuras estatales, mas
del lado del goce que del sujeto-.
Señalamos que la satisfacción de la necesidad de castigo puede ser tra-
mitada en la operación subjetiva por vía simbólica con lo que se monta el
deseo de castigo o bien, ante su fracaso, mediante su realización por el
requerimiento, es decir por la vía de la efectivización institucional, penal.
Allí el sujeto reitera, requiere, por la no inscripción de la instancia sancio-
nante, el intento de su re-inscripción que va a resultar siempre fallida. Su
moción permanece en el orden del requerimiento, de la necesidad, re-
sultando su realización sólo una operación mortificante.

111. El derecho al castigo

El Castigo reconocido en términos de operación subjetiva resulta una


necesidad y por ello mismo y consecuentemente a esa perspectiva, y en
su límite, un derecho, reconociéndose, desde nuestra lectura, un verda-

118
La pena y el derecho al castigo 1jORGE DEGA.-.:o

dero derecho al castigo, no formulado positivamente al menos por los


sistemas jurídicos occidentales pero que conforma una verdadera atribu-
ción jurídica del sujeto, es decir un soporte de su existencia:, una posición
de demanda, un derecho no jurídico pero si legal, poniendo en cuestión
las posibles articulaciones de los derechos en su dimensión jurídica con la
Ley en su dimensión simbólica.
Debemos diferenciar lo que destacamos como necesidad de castigo
constituyente de la estructuración de la culpa y residuo de su tramitación,
de la necesidad de castigo que se refiere a la culpa muda, la culpa super-
yoica, el espacio del goce donde el castigo se realiza en contra del sujeto,
a su goce, en ésta dimensión el castigo obra hacia la sangre.
En la necesidad de castigo como forma/contenido de la subjetivación el
castigo posibilita mediante su irrealización. No obstante la diferencia casi an-
tagónica que hacemos, reconocemos una variación intrínseca a la culpa y su
residuo de tramitación: el superyó como una de las formas de ese residuo.
El derecho al castigo en tanto realizado resulta, en el campo del suje-
to, la operación que organiza cierta posición de acto/reclamo neurótico
transgresivo tal como se expresa en los sujetos que Freud ha categoriz~­
do según el tipo de carácter como los que delinquen por sentimiento de
culpabilidad a quienes ejemplifica inicialmente con los niños "malos" y a
los que, parafraseando a Zarathustra, denomina "pálidos" delincuentes.
En estos sujetos la búsqueda de un castigo que les alivie la culpa per-
mite entender que están habilitados desde un supuesto derecho de algo
que les es legítimo y necesario: el Castigo que en estos casos resulta he-
rramienta de alivio en tanto irrealizado inactivo, es decir pendiente de ar-
ticulación subjetiva en la medida en que se entiende que siempre juega
lo irrealizado subjetivo, aunque también de goce cuando es realizado, si-
tuándose la interrogación sobre cómo se consigue articularlo subjetiva-
mente como aspiración clínica.
La observación freudiana que referimos resulta interesante en tanto
que antecede en la formulación del superyó pero, aun estando a su ser-
vicio y al goce que esa instancia propone, coloca al sujeto en la condición
de valerse de una operación propia, el castigo, al servicio de aquel fin. El
castigo aquí sirve de puente al goce pero simultáneamente confirma al
sujeto en una posición, con lo que, como operación de relación del otro
-vía la culpa- presenta existencia subjetiva, más allá de su utilización al

119
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

servicio de la desubjetivación como hemos desarrollado respecto de la


operación institucional.
La legitimidad del castigo, como residuo tal vez mudo pero necesario,
de la amenaza de castración, teniendo registro inicialmente imaginario con
efecto real y posteriormente -no en todos los casos- simbólico, constituye
un punto de anclaje del sujeto en su articulación a la Ley. El producto de su
simbolización conforma en la genealogía el registro de las diferencias gene-
racionales y filiales, operando como confirmativo de la falta y la diferencia.
El castigo sostie~e allí una posición de enfrentamiento al goce y permite
la inscripción de los derechos, punto en que desde una reflexión interro-
gativa habría que hacerle lugar a la torsión que instaura el masoquismo.

IV. La realización penal

Finalmente, la cuestión penal, consecuente y nódulo de la problemáti-


ca del Castigo en el orden cultural, está articulada de un modo u otro con
la vida de los sujetos de acuerdo a las características que toma en cada co-
munidad y más allá de las lecturas que señalan -acertadamente a nuestro
criterio y a las que hemos acompañado- sobre la existencia y efecto de
la apropiación positiva que el Derecho produce en su eficacia sobre los
sujetos, señalándolos allí a través del significante "Condenados" y su co-
rrespondiente sanción condenante, cuestión ésta que destacamos como
de no menor importancia respecto de esas consecuencias de alienación
subjetiva que la instrumentación institucional produce, y de la sanción -y
el Castigo- en los mismos términos.
Es justamente este efecto universalizador que la captura jurídica pro-
duce sobre los sujetos lo que presenta otra arista y pone en crisis la po-
sible articulación sistemática entre el castigo como derecho en el campo
del sujeto y el sistema de sanciones penales jurídicamente establecido.
El Castigo, protagonista y heredero del proceso de subjetivación, se
satisface y realiza (irrealizándose) en la misma medida o proporción que
su montaje, es decir en la dimensión de conforma un espacio que requie-
re de la interpretación en su (i)realización, es decir que no escapa a la ca-
lidad de realización singularizada en su naturaleza subjetiva y de la nece-
sidad de una hermenéutica singular en el reconocimiento del sentido y
representación que en cada sujeto puede tomar en la medida que consti-

120
La pena y e/ derecho al castigo 1 JoRGE DEGA.'\0

tuye una instancia posible de serie asignada y que está ausente en los sis-
temas penales siendo que allí la hermenéutica interviniente es exclusiva-
mente de naturaleza jurídica.
Y es justamente por esa condición -que requiere de operaciones en las
que la significación esté determinada por la singularidad histórica de cada
sujeto lo que nunca articula con las operaciones en la dimensión jurídica-
que consecuentemente la operación penal, en las actuales condiciones, no
alcanza a determinar el castigo necesario y justo en el sujeto, la Pena justa,
resultando por ello inhabilitado en su pretendida función de sanción (sim-
bólica) al sujeto respecto de su acto con el saldo que toda operación penal
resulta una dimensión extraña, desproporcionada, impuesta sin el necesa-
rio asentimiento subjetivo y, por ello mismo, victimizante, es decir objetali-
zante, reconociéndose allí la función desubjetivante de la imposición penal.
El castigo jurídicamente realizado no recae sobre el sujeto, su yerro
es estructural siendo su destino, justamente, una aflicción mortificante no
tramitable simbólicamente. El castigo penal mente significado no permite
operación ninguna de trámite subjetivo, propone al sujeto una lógica de
la simulación, una lógica del aprovechamiento, una lógica perversa, de allí
nuestra afirmación que la Pena no satisface el Castigo.

V. La ficción resocializadora y la realización del castigo


El asentimiento subjetivo, posición complementaria al castigo y nece-
saria en la articulación sujeto/castigo/sanción, requiere para su montaje de
una instancia en la que el sujeto se evidencie en su falta y la habite subjeti-
vamente, pudiendo de ese modo -y no en todos los casos- articularse a
la operación de sanción que el castigo le propone posibilitándola, siendo
justamente por esa calidad que una operación que no permita estos pro-
cesos queda fuera de la significación y cae como operación eficaz.
Ese es el destino de la operación penal y lo que nos ha llevado a consi-
derar que los sistemas penales actuales -al menos en Occidente y conce-
bidos en los términos de los montajes institucionales que tomaran a partir
del siglo XVIII y que aún persisten- no satisfacen el derecho al castigo.
Esta "exterioridad" de los sistemas penales y sus efectos sobre los su-
jetos se inscribe en este marco de extrañamiento y consecuente aliena-
ción, razón por la cual las tesis respecto de la primigenia función de captu-

121
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

ra en línea al Poder y su ejercicio de "vigilancia y castigo" sobre los cuer-


pos que los sistemas penales en las sociedades disciplinarias presentan,
aparecen prevaleciendo por sobre las operaciones necesarias para su ar-
ticulación con !as instancia de sanción en e! campo de! sujeto, con !o que
toda argumentación sobre las posibilidades de resocialización, rehabilita-
ción, reeducación, etc.-reconocidas como las ideologías "re"- por vía de
la sanción penal en las actuales condiciones, resultan discursos justificati-
vos, ideológicamente retrógrados, epistemológicamente ficcionales y po-
líticamente reaccionarios.
No obstanté ello, su sostenimiento, si bien por extrañamiento, resul-
ta en un punto una necesidad representacional de lo imaginario colectivo
con efectos aún no totalmente reconocidos y, de modo paradójico en al-
gunos casos, residualmente posibilitador de reposicionamientos subjeti-
vos, situaciones éstas que atribuimos más a las características de algunos
sujetos en relación a la culpa que a los beneficios y efectividad sistemática
de los sistemas penales y de alguna función clínica del Derecho.

VI. IN FINE.

El Castigo en el campo del sujeto no puede estar por fuera de la signi-


ficación que éste le otorga, de no ocurrido ello su valor tributa al Poder y
su control antes que a la operación de resignificación y subjetivación del
acto que una posible función rehabilitatoria -penal en este caso- pudiera
producir. Pena y Sujeto en ese punto presentan una relación problemá-
tica -disimétrica- que no se soluciona solamente con política criminal en
los términos actuales en que se formulan las propuestas de mejoramien-
to de !os aparatos de sanción penal.
Pareciera que hace falta, que hace necesidad -sin que tengamos ninguna
esperanza al respecto sino más bien un cierto y escueto cinismo- otras vuel-
tas a la cuestión, otros tiempos y otras oportunidades de la historia de que
muestre a posteriori que la verdad no estaba donde se la creía encontrar.

NOTA: Agradecemos al Dr. Carlos Kuri las inteligentes observadones que hidera en su lectura de este trabajo.

122
VIII

SILENCIAMIENTO DE LA LEY
Y ACTOS MUDOS

Marta Susana Medina

"Si el amor aspira al desarrollo del ser del otro, el odio


aspira a Jo contrario: a su envilecimiento, su pérdida, su
desviación, su delirio, su negación total. su subversión"
(Lacan, 1953/54:403).

Introducción

Cuando la ley es silenciada todo el orden simbólico se degrada y re-


aparecen las tendencias más primarias y violentas del hombre -en una
compulsión sin palabras- con la consiguiente ausencia de responsabilidad
y el sin sentido del sujeto y de las instituciones.
Si, como señala Legendre, las instituciones son el montaje jurídico que
produce y sostiene al sujeto desde el nacimiento hasta la muerte, cuando
esas instituciones se limitan a prohibir -sin sostener siquiera esa prohibi-
ción con sanciones-, sin fundar subjetividades y sostenerlas en el lazo so-
cial, estamos frente a una violencia institucional que genera más violencia
subjetiva y un total desinterés por el mun.do.
Ese montaje jurídico de discursos fundadores que reflejaban las cos-
tumbres transmitidas por generaciones, se transforma en algo que voci-
fera y pervierte las normas en las que se sostienen la sociedad y el suje-
to: el implacable superyó.

El sujeto, sin referentes ni palabras, es arrojado a un mundo de an-


gustia. Borrada la medida que el Otro social debía interponer -entre él

123
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 11/

y los sujetos, y entre los sujetos entre sí- para instaurar legalidades, de-
seos y filiaciones, el humano se objetaliza, enmudece, y se muestra en
actos impulsados por una fuerza que lo precipita a un vacío sin palabras
ni lazo con sus semejantes y que, sin medida ni límites, se repite sin ce-
sar como una compulsión ajena al inconsciente, comandada por el rever-
so de la ley: el Superyó.

Empobrecida la función simbólica de las representaciones, aparecen


actos mudos pero violentos, por exceso o por carencia de demandas, en
los que se pone el cuerpo. Un sujeto sin palabras que demanda imperio-
samente no sabe qué o se abandona a la nada en un salto fuera de la es~
cena del mundo -a veces mediante el suicidio-.
Estas actuaciones desesperadas, que aparecen en lugar del síntoma,
son fenómenos con los que se intenta escapar de la angustia. En la clínica
se las designa como pasaje al acto y acting-out y algunos autores las agru-
pan como patologías del acto, ya que se muestran a través de comporta-
mientos impulsivos desenfrenados que pueden facilitar el crimen en sus
diversas formas y rompen con el lazo social.

La ley y el Sujeto

Para la teoría psicoanalítica y la antropología estructural la ley que fun-


da la cultura y la subjetividad es la que prohíbe el incesto -el psicoanálisis
agrega la prohibición del parricidio-. Las leyes fundadoras, si bien prohí-
ben, como toda ley, cumplen más bien la función de establecer un orden,
el orden de los intercambios, y en esto radica el comienzo de la cultura y
del sujeto del deseo. Al prohibir los objetos incestuosos se produce una
falta y es ésta la que mueve al sujeto a sustituir lo perdido a través de in-
tercambios simbólicos con sus semejantes fundando un lazo social basa-
do en responsabilidades mutuas.
Esos intercambios regulados y ese lazo social con los otros no sólo
apuntan a las necesidades del grupo, también lo hacen respecto a la es-
tructuración y sostenimiento de la subjetividad en tanto le brindan recur-
sos simbólicos para constituir la metáfora del sujeto: su capacidad de ha-
cer sustituciones simbólicas.
Mediante esos intercambios el sujeto ingresa al universo de las sustitu-

124
Si/enciamiento de la ley y actos mudos 1 MARTA SuSANA MEDINA

ciones de significantes. Así, la ley da lugar a la emergencia del pensamiento


simbólico estableciendo una mediación entre el sujeto y los objetos.
Esos recursos simbólicos acotan lo real de la angustia ya que lo enmas-
caran con nombres, palabras, ritos, mitos, representaciones, velos sim-
bólico-imaginarios compartidos pero, a la vez, singulares en tanto están
teñidos con el propio deseo del sujeto.

Los intercambios en el lazo social de un otro legislante

Lacan toma el concepto de goce de la filosofía del derecho de He-


gel. Goce en el derecho remite a la noción de usufructo, deldisfrute de
la cosa en tanto que es un objeto de apropiación, pues "sólo puede go-
zarse jurídicamente de aquello que se posee, y para poseerlo plenamen-
te es necesario que el otro renuncie a sus pretensiones sobre el objeto
( ... )aquí confluyen derecho y psicoanálisis porque se plantea la cuestión
de la primera propiedad que es el cuerpo y sus relaciones con el cuerpo
del otro. La teoría del derecho se establece como regulación de las res-
tricciones impuestas al goce de los cuerpos. Es, dicho de otra manera, el
contrato social" (Braunstein. 1990: 16).
Psicoanálisis y Derecho intentan evitar el abuso y el exceso, tanto
consigo mismo como con los demás. Sin embargo, el mercado neolibe-
ral, de hecho, abusa y se excede en la explotación de los cuerpos y en la
casi nula distribución de las ganancias aun en oposición a reglamentacio-
nes existentes como asegurar al trabajador"( ...) participación en las ga-
nancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en
la dirección" (Art.l4 bis de la Constitución Argentina).
Ciencia y tecnología producen una cantidad de objetos jamás vista;
sin embargo, el uso exclusivo de esos bienes por parte de unos pocos,
su goce, va en desmedro de aquellos que son segregados del mercado,
también, a veces, del derecho y hasta de sus nombres, que son rempla-
zados por estereotipos injuriosos: negro, vago, indio, etc. -que sintetizan
representaciones sociales presentes desde la colonia- acentuados ahora
por la sociedad de la imagen y el consumo.
En la actualidad, exponentes de diversas disciplinas hablan de lazos
flexibles o líquidos, fragmentados o disueltos. Los vínculos duraderos des-
piertan la sospecha de una dependencia o compromiso que paraliza, no

125
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

son rentables a futuro ni tampoco desde una lógica del costo-beneficio


porque el semejante, que debería ser próximo, es visto sólo como rival y
posible usurpador de ese precario lugar que cada uno ocupa.
Declina la función simbólica característica del sujeto humano y desean-
te con la previsible intensificación de las tendencias más violentas, ahora
no controladas sino propiciadas por la ausencia de ley.

Las impulsiones como actos mudos

Algunos autores califican nuestra cultura de "narcisista". El narcisis-


mo, para la teoría psicoanalítica, es un momento de completitud imagi-
naria que debe resignarse para entrar en el lazo social. Es el momento en
el que el infante, dependiente del Otro que lo mira amable y deseante-
mente, puede reconocerse en la imagen del espejo como siendo él mis-
mo, instante de formación del yo que lo representará ante los otros, y
momento estructurante para el sujeto en tanto le permitirá futuras iden-
tificaciones.
Pero si ese Otro no lo desea ni lo mira, en suma, no le hace un lugar,
el humano no puede asumir su imagen. Lo que, a su vez, tiene severas
consecuencias cuando no sólo falla el lugar del Otro primordial -el ma-
terno-, sino que también el padre ha fallado en la instauración de la ley
cuya función no es otra que la de martar los límites, la diferenciación, la
alteridad; ha fallado en tanto Otro, en su deseo de convertir al niño en
sujeto anudado a la ley simbólica.
En esas fallas se puede encontrar la pretensión pasional de fusionarse
con el objeto de la pasión para obtener el lugar que le fue negado. La pro-
mesa vana del Mercado es ofrecer un Otro completo, es colmar al con-
sumidor con los objetos que él produce. Pero así lo anula, lo objetaliza,
y del sujeto que debía ser ... sólo queda un cuerpo despedazado que no
se sostiene por sí mismo ni puede hacer lazo con los otros ya que nada
ni nadie lo representa ante ellos. Sólo la compulsión, la urgencia imperio-
sa le permiten mostrarse en actos violentos y, a veces, sumarse a otros
como él, sin formar comunidad más que en la autoagresión (drogas, al-
cohol, automutilaciones) pura pulsión de muerte dirigida contra sí mis-
mo o contra los otros. Porque esos movimientos o grupos, llamados tri-
bus urbanas, son de aparente reacción contra el sistema imperante y no

126
Silenciamiento de la ley y actos mudos 1 MARTA SuSANA MEc:JINA

logran otra cosa que seguir consumiendo o caer en el sacrificio, la muer-


te o la violencia. Mientras, otros, muchos, se dejan consumir en los sho-
ppings, lugares a los que se concurre como a un santuario y de los que se
sale como en éxtasis, con envoltorios que parecen otorgar la identidad
imposible en un sujeto dividido por su decir y su deseo singular incons-
ciente, y diferente al individuo de la masa.
Producción una vez más, no creación, de sujetos mudos que sólo pue-
den mostrarse en la inmediatez de esos actos sin palabras: imperiosos y
peligrosos; compulsivas patologías del acto: acting-out como demanda des-
esperada, imperiosa a un otro, y pasaje al acto como caída de la escena
del mundo. Que puede llegar al suicidio o el asesinato. Pero ·también su-
jetos desesperanzados, indiferentes a todo, en los que el desafecto con-
duce sólo a la desubjetivación.
Lacan, al formalizar el descubrimiento freudiano, demostró que los
sueños, los síntomas y todas las formaciones del inconsciente tienen es-
tructura de lenguaje, es decir que mediante la metáfora y la metonimia
la subjetividad puede recubrir la angustia. De ese modo puede hablar de
ella y elaborarla para que no sea traumática. La pobreza de recursos sim-
bólicos en el hombre de hoy ante la angustia que la imagen no logra velar,
ya sea en soledad o cuando se ahoga en la multitud con desbordes de an-
gustia ahora llamados "ataques de pánico", convierten al sujeto en algo,
en un objeto compulsado hacia otro semejante, sin Otro que le dé cobi-
jo, y a la espera de este Otro.
Al parecer, el hombre actual, y particularmente los jóvenes y adoles-
centes, están imposibilitados de realizar sueños, anhelos y fantasías, es así
como resultan presa de esos actos cuyas causas desconocen, porque cuan-
do declaran por un crimen cometido no tienen argumentos sino sólo pro-
posiciones dichas sin pudor, como: "la matamos porque era la más linda
del curso"; o entran disparando a mansalva a su aula para luego recono-
cer que carecían de motivos personales p"ara hacerlo. La terceridad pro-
pia de la eficacia simbólica está ausente, ha desaparecido.
Entonces, devastación de la subjetividad ante lo real sin velos, sin pa-
labras, privación del montaje normativo y del universo de mitos familia-
res y sociales que debían ayudarle en su tránsito por la vida. Sin otros em-
blemas de identificación que las marcas registradas en el mercado y tam-
bién, a veces, en el propio cuerpo, el sujeto queda relegado al sí mismo

127
Culpa, responsabilida~ y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

a merced del discurso global, impersonal, que ha convertido al sujeto en


un nadie que vaga, como extraviado, en el sin sentido de ningún pasado
y ningún futuro.

Culpa, Responsabilidad y Sanción

Esos actos mudos -las impulsiones-, esos estados de locura con pasa-
jes al acto, a veces criminales, pueden darse en cualquier estructura: neu-
rosis, psicosis o perversión.
La compulsión de repetición juega a espaldas del sujeto. Tiene que ver
con el goce sin medida ni palabras, con el silencio de la pulsión de muer-
te, acrecentado por los imperativos de la situación actual en desmedro
de las formaciones del inconsciente cuyas leyes permiten metaforizar lo
prohibido. Ante los estados confusionales, posteriores al crimen no pre-
meditado, deberíamos preguntarnos ¿por qué la emoción violenta sin di-
ques?, ¿por qué la pasión en un criminal que después del acto busca el cas-
tigo?, ¿son estas compulsiones llamados violentos a la instauración de la
ley?, ¿son pedidos de límites al desborde subjetivo cuando el odio, como
pasión, como exceso de goce, convierte al sujeto en objeto-instrumento
de esa fuerza primaria que insiste: la pulsión?
Tal vez son pedidos de legalidad, reclamos imperiosos del lugar nega-
do por ese Otro que goza, intentos de darse un nombre, de ser "alguien"
aun a costa de la vida, matando o matándose para poder "existir".
En este punto nos parece importante acotar que, cuando juristas y
psicoanalistas decimos instauración de la ley estamos hablando simultá-
neamente de responsabilidad, culpa y sanción simbólica, nunca de casti-
go. El castigo -entendido como sufrimiento corporal y/o psíquico-, per-
tenece al envés de la ley, a lo peor del padre o de las instituciones que lo
representan.
Ahora bien, kómo establecer una sanción sobre alguien que no se re-
conoce en el acto criminal y que, en el acting-out, justamente, demanda
que se instaure ese Otro legislante ausente, pero no lo sabe hasta des-
pués de realizado? ¿cómo puede haber aceptación de algo que se juega a
espaldas del sujeto? ¿Cómo hacerse responsable de algo que se juega en
el silencio pulsional compulsiva y violentamente?
Desde Lacan respondemos: subjetivando, intentando un efecto de sig-

128
Silenciamiento de la ley y actos mudos 1 MARTA SuSA'IA MEDINA

nificación, es decir, apalabrando el acto de esa subjetividad obnubilada en


su caída del lenguaje y de la ley para volver a sujetarla. Porque si el juris-
ta se ocupa de la objetivación del crimen, de la antijuridicidad de un acto,
el psicoanalista se ocupa de la subjetivación de la falta, es decir que, tan-
to uno como otro trabajan con el sujeto de derecho, sujetado a los có-
digos de un Otro de deseo y de lenguaje.
Cuando los psicoanalistas decimos "apalabrar" no nos referimos sola-
mente a poner en palabras actos mudos, también a sujetarlos a las leyes
del lenguaje, de la cultura y de los códigos, para que eso desubjetivado que
actúa devenga sujeto, reconocido y nombrado por sí mismo y por las ins-
tituciones que propician su reparación simbólica ofreciéndole los recursos
necesarios para transitar por la cultura, entre ellos la sanción penal como
recurso de y a una terceridad simbólica que lo produce, lo sostiene y lo
nombra como miembro integrante de un grupo social.
Por lo tanto, nos parece oportuno retomar la hipótesis mantenida en
todos nuestros trabajos de investigación que es la siguiente: La sanción pe-
nal es necesaria no solo porque así lo exige el sistema jurídico sino porque la
estructuración subjetiva es resultado de la ley.
No puede haber sujetos sin legalidad a menos que se reduzca al su-
jeto a una ofrenda sacrificial humana, arrojada al abismo. Cuando la ley
es silenciada, la responsabilidad desaparece, la sanción pierde su eficacia
simbólica para convertirse en castigo, o es vivida como tal, alimentando
sentimientos de venganza o la propia muerte.

Ref. Bibliográficas

Braunstein, N. ( 1990) Goce. México: Siglo XXI.


Lacan,J. ( 1953-54) El Seminario, Libro 1, Los escritos técnicos de Freud. Bar-
celona: Paidós. 1981 .

129
IX

LA VIOLENCIA COMO EFECTO DE LA


DESUBJETIVACIÓN EN LOS DUELOS

María Elena Elmiger

El papel es más paciente que Jos seres humanos.


Ana Frank.

l. Introducción

Los niños de una escuela en Tucumán juegan en el patio. Se desvane-~


cen. Uno de ellos debe ser hospitalizado, en coma. El episodio toma es-
tado público y se diseminan las opiniones desde los medios de comuni-
cación: el juego era absolutamente frecuente y se realizaba ante la mira-
da indiferente de maestros, preceptores y otros niños. Se llama "el toma-
te" y consiste en arrodillarse, contener la respiración durante varios se-
gundos, perder el conocimiento y despertar con golpes que sacuden sus
cuerpos de 8, 1O u 11 años. Difícil no encontrar en el juego un intento de
representación de la desgraciadamente famosa tortura: "el submarino".
Asfixia y desmayo. Golpes que despiertan.

Primavera de 2004. Carmen de Patagónes. Junior ingresa a la escue-


la Islas Malvinas con un arma de su padre, miembro de la Prefectura Na-
val. Dispara contra sus compañeros. Mata a tres y hiere a varios. Había
acuñado en su pupitre frases como: "para qué existimos" y "lo mejor que
le puede pasar al ser humano es matarse".

Cabildo y Pampa. Atardecer en Buenos Aires. Martín Ríos, de 28 años,


tomó un arma y disparó al azar a jóvenes que paseaban despreocupada-

131 ;.:1
:¡··.·

Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen /I/

mente. Martín, un muchacho de clase media-alta, tímido y retraído, extra-


ñamente hábil en el manejo de las armas, mató así al joven Marcenac <1l.

1999. Columbine (USA). 20 de abril. En el 1 1O aniversario del naci-


miento de Adolf Hitler, dos jóvenes tomaron sus armas y produjeron una
masacre en su escuela. El hecho fue ampliamente difundido y dio lugar a
dos películas sobre el mismo. Pero lo que es peor, fue sólo el primer epi-
sodio de una serie que parece aún no tener fin.

lQué invisible hilván une a todos estos relatos?


Lo actual y la violencia La mocedad de los actores: Un niño tortura a
otro/s niño/s. Un joven mata a otros/s joven/es
Más, otras puntadas atraviesan, aguijonean, los mismos: tortura, "obe-
diencia debida", coqueteo con la violencia y las armas, admiración por
Hitler. En todos ellos hay una proximidad, un acercamiento, un extraño
"hacer como si eso no hubiera pasado", referido a los peores horrores
que el siglo XX dejó como saldo de las guerras mundiales, los holocaus-
tos, los totalitarismos, los campos de concentración y exterminio. En fin,
todo aquello que M. Foucault trabajó en su concepto de biopolítica y que
G. Agamben denominó lanuda vida, siguiendo a W Benjamín.
LEs posible relacionar violencia y duelo?

Freud, Lacan, Arendt, Foucault, Benjamín, Agamben, Guyomard, Has-


soun, Legendre, entre otros ... se interrogan acerca de la producción de
subjetividades luego de los desastres (des-astres) (l) que causaran las gue-
rras mundiales y sus "efectos colaterales" en el tejido social. Todos diri-
gieron también sus miradas a los regímenes totalitarios -causa o efecto
de esas catástrofes-.
La crueldad ya había desbordado los carriles de la humanidad anterior-
mente: el sadismo de las cruzadas en nombre de la fe en la Edad Media;
el "descubrimiento" del oro y la mano de obra esclava en América en el
Renacimiento; la "conquista del desierto" terrible masacre de la casi to-
talidad de la población de los pueblos originarios en la Patagonia (Argen-
tina) más cerca de nuestra época, son muestras de la crueldad cuando el
hombre deja de estar sostenido -o repudia- el trípode:

132
La violencia como efecto de la desubjetivación en Jos duelos / MAO.:A ELENA El.'11GB

Lenguaje Derecho Política


Mitos Fundantes Prohibiciones Pertenencia a una Polis, Nación o País

Propongo, en el lugar del orden simbólico, el trípode:

Lenguaje - Derecho - Política.

Lenguaje en tanto lo simbólico que abarca -pero excede- al Dere-


cho y a la Política.
Derecho como el lugar -topos- de las leyes de la ciudad, y ·
Política como la acción del Derecho sobre los cuerpos -humanos, so-
ciales, etc.-.

PlanteaAgamben que, en la intersección de Derecho y Política (agre-


go: y lenguaje, en la transmisión de mitos, novelas constitutivas) se fun-
da la subjetividad humana. Pero que en el mismo acto se funda la excep-
ción anómica. Dice: "Yo pienso que tan interesantes como los procesos
de subjetivación son los procesos de desubjetivación" (J) y más adelante
"En verdad, el estado de excepción no es ni externo ni interno al orde-
namiento jurídico, y el problema de su definición concierne precisamente
a un úmbral, a una zona de indiferenciación, en el cual dentro y fuera no
se excluyen sino que se indeterminan. La suspensión de la norma no sig-
nifica su abolición, y la zona de anomia que ella instaura no está (o al me-
nos pretende no estar) totalmente escindida del orden jurídico. De aquí
el interés de aquellas teorías que, como la de Schmitt, complican la opo-
sición topográfica en una más compleja relación topológica, en donde está
en cuestión el límite mismo del ordenamiento jurídico" C4l.
O sea, cuando el hombre salta al vacío legal de la omnipotencia C5l, allí
en el borde donde la Política suspende al Derecho, rompe con los man-
damientos en Jos que se sostienen los pactos de alianza e intercambio y
sobre los que se teje la vida en tanto simbólica: "no matarás - no come-
terás incesto"
tCómo rearmar las subjetividades luego de tal devastación? tCómo se
trasmite el deseo de vivir en un mundo que, al fin y al cabo es un mundo
de lenguaje, de palabras, de deseos, de pactos, de construcciones simbó-
licas edificadas sobre lo prohibido?

133
Culpa, responsabilidad y castiga en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

Freud y Lacan proponen el "trabajo" del duelo como un trabajo sim-


bólico. Se podrá estar de acuerdo o no con la palabra "trabajo", pero en
ambos es impensable el duelo sin la restitución del tejido simbólico so-
bre el que se edifica la condición de sujeto -sujetado a leyes del lenguaje,
antropológicas y jurídicas-. Todas leyes de la sociedad.

11. Violencia y Desubjetivación

El siglo XX ~uve la particularidad de edificarse en torno a regímenes


totalitarios, guerras devastadoras e inconmensurables y crueles muertes
producidas por ellos. ¿cómo conservar la condición subjetiva en un mundo
donde la vida perdió el valor simbólico, el plus de valor humano? ¿cómo
hacer duelo por esas muertes si ello requiere de las leyes del lenguaje, de
las leyes jurídicas, de las leyes religiosas y/o sociales?

La hipótesis que sostendré a lo largo de este trabajo, es que muchas


de las violencias nuestras de cada día son herederas de la imposibilidad de
subjetivar duelos. Pues, para subjetivar -o sea, para significar-las pérdidas
es necesario que se restituya el tejido simbólico que ha sido desgarrado.
En momentos históricos anómicos, sean estos producidos por la per-
versión del poder (guerras o totalitarismos) o por catástrofes naturales,
el sujeto queda expuesto a la tentación de perder su condición humana,
su subjetividad, por lo tanto, puede imposibilitarse el duelo.

IJJ.la condición humana (o subjetividad)

Lo humano se diferencia de lo animal por estar moldeado, atravesado


por los discursos que lo anteceden y lo fundan (Lenguaje-Derecho-Políti-
ca) pero también por habitarlos, por construirlos, por modificarlos. Esto
porque esos discursos no sólo son palabras que emiten un mensaje o po-
sibilitan la supervivencia biológica sino que, ese decir trenza, enhebra el
deseo inconsciente, que es propiamente humano o subjetivo. Gestos, há-
bitos, miradas, estilos ... trasmiten de generación en generación y de se-
mejante a semejante "algo" desconocido y propiamente humano: un plus,
una diferencia, algo que falta y se desconoce y que hace de esa mirada,
de ese gesto, un gesto que "dice" algo: mirada de odio, de enamorado,
de indiferencia ... gesto de asco, de negación, etc. Una receta de cocina

134
La violencia como efecto de la desubjetivación en los duelos j MAi\ÍA Eu::-:A ELMIGER

o un oficio trasmitido de padre a hijo lleva en él mitos, historias, relatos;


incluye al hijo en una serie generacional y a la vez tiene la condición que
el hijo no va a repetir de manera igual ni la receta ni el oficio, sino que, al
apropiárselos, hará de ellos algo nuevo, creativo. Esto hace a la singulari-
dad de cada sujeto a la vez que lo incluye en una filiación, en una serie ge-
neracional. Es lo propio de la condición humana, de la subjetividad.
Muchas veces lo humano se resiste a perder su condición, su subje-
tividad, aun en momentos históricos absolutamente anómícos y, por lo
tanto, traumáticos. Los judíos en los campos de concentración, aún sa-
biendo que iban a morir, sostenían sus rituales religiosos y el lazo con sus
mitos fundantes. El Diario de Ana Frank es otro ejemplo. lPor qué escribir
día a día encerrada en un desván oscuro sino por necesidad de conservar
no la vida biológica (que de hecho se pierde) sino la vida subjetiva, la vida
simbólica, la vida esperanzada? Las. Madres de Plaza de Mayo comenza-
ron sus rondas no sólo para pedir por sus hijos desaparecidos sino que
inventaron, en ese acto, un ritual, un mundo de símbolos que les permi-
tió representarse más allá del vacío de ley, de la anomia, de la perversión
del poder en ese momento. Restituyeron, así, primero el lenguaje (no si-
lenciaron su dolor ni sus reclamos) y la política (¿debe explicarse que las
"rondas" fueron actos políticos?). Por último, el derecho en funcionamien-
to (los juicios que hoy se realizan hablan por sí mismos de ello).
Por lo tanto, es posible hacer un duelo cuando de alguna manera lo-
gra producirse cierta significación que puede alojarse no sólo en el sujeto
en d4elo, sino, desde él, atravesar el tejido social y producir nuevas signi-
ficaciones. Dirá Lacan: "para que algo se signifique es necesario que sea
traducible en el lugar del Otro" <6l.
La hipótesis planteada es que gran parte de las violencias que estallan
en los jóvenes (como en los casos enunciados) son el resultado de la im-
posibilidad de subjetivar duelos. De la impdsibilidad de significar, de dar
alguna significación al acontecimiento de la muerte (o de la muerte por
homicidio) sin perderse allí.
Ana Frank pudo "disfrazar" el horror y el terror en la escritura de
un diario que inmortalizó su nombre, que simbolizó lo casi imposible de
significar (sostuvo su lazo con los discursos fundantes vía la escritura);
en cambio, los niños del "juego-tomate", el joven de Patagones o Mar-
tín Ríos ... no pueden representarse ni representar algo sino en una ac-

135
Culpa, responsabilidad y castiga en el discurso jurídica y psicoanalítico. Volumen 111

ción desubjetivizada: desde la coacción a la repetición o desde el pasaje


al acto homicida matan en lo real algo que no pueden simbolizar. En esta-
do de desubjetivación, es decir; de objetalización, la vida del ser humano
pierde valor de representación, pierde valor simbólico. Pierde valor de
intercambio. La vida no vale nada. Da lo mismo matar que morir. A dife-
rencia de las Madres de Plaza de Mayo o de Ana Frank, en la desubjetiva-
ción no se sostiene un pacto con los discursos fundantes. Hay una ruptu-
ra en la transmisión de mitos, relatos, novelas. O la transmisión se hace
desde la banalización de la muerte (es frecuente escuchar, al }ustificar el
horror: "era necesario matar", "era una guerra", "en las guerras hay ex-
cesos", por ejemplo).
lCómo dar estatuto de juego a la pérdida de conocimiento de un
compañerito y gozar golpeándolo? ¿Qué se les trasmitió a Martín Ríos y
a Junior acerca de la muerte y las armas? lPor qué cada vez más jóvenes
y niños -clase media- usan armas de fuego en las escuelas, ante la mira-
da indiferente de padres y maestros? lQué se rompió, qué borde del de-
recho y de las palabras se instaló como fundante en el lugar del lengua-
je y del derecho?
Porque no es posible para la generación de los hijos encontrar un lu-
gar en el deseo de los padres sin el reconocimiento de los crímenes per-
petrados. lCómo dar lugar en el deseo de los hijos sin haberse reconoci-
do los crímenes de los padres? lCómo transmitir el lugar de sujeto social
si se repudia uno de los pies del trípode: el Derecho?

IV. Los duelos y lo simbólico fundante

Dice Lacan que, en el fondo de todo duelo, hay una "ofensa inexpiable"
<1l; Freud habla de "ambivalencia en los sentimientos" (B) hacia el muerto,

lo que desarrolla en los textos que refieren a la muerte de los seres que-
ridos. Se duela tanto lo amado como lo odiado. O mejor aun, lo amado-
odiado. El duelo es, entonces, una producción humana ante la muerte: la
de un ser querido que nos enfrenta a ella como el fin de la vida; casual,
inevitable, evitable ... o la muerte violenta y perversa producida por otro
y que el discurso jurídico llama -no siempre- homicidio.
Vale citar nuevamente a Lacan: "el duelo en Hamlet no nos permite
ocultar que, en el fondo de ese duelo, hay un crimen. Que, hasta un cier-

136
La violencia como efeao de la desubjetivación en Jos duelos./ MARiA Et.:NA ELMJGER

to punto, todos esos duelos se suceden en cascada, como los r.esultados,


las secuelas, las consecuencias del crimen de donde parte el drama" (9l.
Tanto Freud como Lacan proponen que se está en duelo por aquel
a quien faltamos, a quien, por haber amado-odiado (porque el amor es
ambivalente) deseamos algún mal. Falta, entonces, en su versión culpa-
ble. Pero falta también en su lugar de causa: "era su falta", "me hace fal-
ta" hablan de que el objeto amado está implicado en el fantasma del deu-
do. lCómo subjetivar entonces "eso" que tiene que ver con el fantasma,
con el mundo del sujeto que se desbarranca con la muerte de aquel que
hacía falta pero que también se odiaba?
Es decir, si la muerte en todas sus formas (por enfermedades, acciden-
tes, suicidios, homicidios ... ) produce una estocada en el fantasma y tam-
bién en la malla simbólica -Discursos Fundantes (Trípode: Lenguaje-De-
recho-Política)- en la que se sostiene el sujeto, por lo que el pasaje por
el hecho traumático es inevitable -pero excepcional-, lcómo se transita
subjetivamente el horror de la muerte cuando los Discursos Fundantes
pierden el valor de referencia, cuando nada garantizan, no ya por el en-
cuentro inevitable con la muerte de cada uno -en la excepción- sino por
la suspensión programada de las leyes, como planteara Agamben, cuan-
do la excepción se convierte en regla, cuando el horror es la regla, cuan-
do las leyes y los sistemas de garantías legales se suspenden? Pregunta que
es imprescindible sostener en un mundo donde lo común es la suspen-
sión de los Discursos Fundantes y de Referencia. lCuál es el futuro sub-
jetivo de los jóvenes?
¿cómo reponer la subjetividad luego de la muerte? lCómo subjetivar
un duelo? ¿cómo otorgar significación a la vida que queda y a la muerte?
Podríamos decir que significar la pérdida sería lo que permitiría al su-
jeto "permanecer viviendo como ser humano, es decir, con capacidad de
representación de sí mismo más allá de estas ausencias ... "( 10>.
De lo que se trataría en la subjetivación del duelo es de encontrar
una significación acerca de la pérdida que permita al deudo no perder-
se a sí mismo, no objetalizarse ya que, ante la muerte de otro humano,
lo que se pierde no es sólo al que acaba de morir, sino lo que el sujeto
era en presencia del extinto, es decir que lo que se perdió es "una parte
mía que tuvo que ver con el muerto", aquello que el sujeto invirtió en él
y que Lacan llamó objeto causa de deseo. S+a, en tanto remite al lazo del

137
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Valumen 111

sujeto con el Otro y su resto. Sea en relación a la falta (deseo) o al exce-


so (Goce). Por eso se duela tanto lo amado como lo odiado.

V. Lo Público, lo Privado, lo Íntimo


Para restituir el tejido simbólico y la condición subjetiva luego de la
catástrofe de la muerte, es decir, para subjetivar un duelo, es necesaria la
articulación de tres esferas: La pública; La privada; La íntima.

l. Definiremos qué entendemos por esfera pública: (El Otro Simbó-


lico en Lacan, Sistemas Significantes) Todo sistema lingüístico, ya sea reli-
gioso, jurídico, científico o del Estado que llama al muerto y a la muerte
como tal, lo que definimos siguiendo a Agamben, el trípode:

Lenguaje (Mitos, Religiones)


Derecho (Sistema Jurídico)
Política (Estado o Nación)

En este lugar Lacan ubica a los rituales. Estos forman parte de un sis-
tema de signos y símbolos -sistemas lingüísticos- representaciones que
hacen ingresar en algún estatuto posible de decir lo real de la muerte. Los
rituales, al separar a los vivos de los muertos, demarcan, escriben, y dan al
deudo alguna representación para la angustia. Algún marco y algún lugar.
Son lo que el Otro Social ofrece al deudo como un piso simbólico ante el
desámparo, ante el temblor, ante la catástrofe de la muerte.
Para Lacan los ritos son la intervención de todo el juego simbólico.
Cada muerte convoca a "la totalidad del significante, el trabajo se efectúa
a nivel del Logos -digo esto por no decir del grupo de la comunidad (es
evidente que es el grupo y la comunidad en tanto que culturalmente or-
ganizados qwienes son los soportes) el trabajo del duelo se presenta pri-
mero como una satisfacción dada en los elementos significantes para ha-
cer frente al agujero creado en la existencia, por la puesta en juego total
de todo el sistema significante alrededor del mínimo duelo" (7).
Es, entonces, /o público como sistema significante que la cultura he-
cha a andar para circunscribir el agujero, la oquedad, la vulnerabilidad en
que la muerte deja al deudo.

138
La violencia como efecto de la desubjetivación en los duelos 1 MARiA ELENA EL..--:;GER

Es la esfera pública como sistema lingüístico -el lenguaje-la que dife-


rencia lo vivo de lo muerto (he aquí la importancia que adquiere la cien-
cia en esta delimitación en los transplantes de órganos); el lugar del entie-
rro o exhumación; los lugares para velar al muerto ... el asesinato -aquí,
el Derecho-, el juicio de Nüremberg, luego de la 2da. Guerra Mundial,
permitió de alguna forma nombrar el horror. En Argentina, luego de 30
años de pujas por el poder, han comenzado a ritualizarse en juicios uno
de los mayores genocidios acaecidos durante el siglo XX. Todo esto anu-
da lo Jurídico, lo Político y el Lenguaje.

2. La esfera de /o privado. El tiempo del duelo, con su tránsito necesario


por la angustia. El tiempo que el/los deudo/s necesita/n para separar/se del
muerto. Para no caer con él. Para transitar la angustia aproximándose al
. objeto, bordeando la tentación de irse con él, pero en un necesario des-
pegarse de él (según lo que vamos viendo, el anudamiento de las esferas
de lo público, de lo privado y de lo íntimo permitiendo el movimiento de
separación del objeto pero simultáneamente de asujetamiento a él).
Planteamos también en los casos de homicidios la necesidad de duelar
al muerto. Es imprescindible la intervención de la justicia para nombrar'al
homicidio como tal, tanto para el homicida, para las víctimas, como para
el tejido social. El tiempo y la puesta en funcionamiento de los rituales ju-
rídicos permiten al deudo como al homicida confrontar con el vacío del
acto criminal y significar el mismo como homicidio y desde este acto "ve-
lar" la angustia que produjo la muerte. El ritual del juicio, como la puesta
en juego del discurso del Derecho restituye el tejido simbólico y er siste-
ma de creencias sobre el que se edifica la vida en tanto humana. Sólo así
el homicidio ingresa en algún estatuto simbólico posible de ser nombra-
do. Sólo así el muerto "muere" simbólicamente.
Si el discurso jurídico no se pone en funcionamiento como uno de los
discursos de referencia, esa muerte com·pulsa a otras muertes. Un homi-
cidio empuja a otro homicidio.

3. La esfera de lo íntimo: o cómo se inscribe esta falta, cómo se sig-


nifica, cómo atraviesa la subjetividad del deudo. Cómo el deudo "subje-
tiva", da significación a lo perdido y reconstruye su lazo con lo público.
Cómo puede reinventar alguna versión que sostiene su interlocución con

139
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen JJJ

el muerto, con los semejantes y con el Otro Social. En el caso de homici-


dios, cómo se inscribe la sanción del crimen en la subjetividad, cómo la es-
critura de la ley en el sujeto vuelve a lo público: a modo de actos de des-
agravio, resarcimiento, de re-enlace con los pactos fundantes o de actos
locos y/o perversos que repiten el hecho criminal ad infinitum.
De allí que la subjetivación anuda lo público, lo privado y lo íntimo.
Esto afecta tanto el ahora del sujeto y de su entorno, como el porvenir
del mismo y su descendencia.

VI. Para concluir

Si algo se ha instalado en el Siglo XX, luego de las guerras mundiales,


atómicas, químicas y luego "higiénicas", computarizadas ... es la banali-
zación de la muerte.
Lo público ha dejado de demarcar, las muertes son anónimas, medi-
calizadas, higiénicas y no hay responsables de las mismas (clara herencia
de los exterminios). Los rituales se han acortado, aplanado o no existen.
Los cementerios han perdido las singularidades (todos son iguales: ver-
des jardines con blancas cruces, como los cementerios de combatientes
o posguerras). La angustia debe ser evitada. En fin, nada parece debérse-
le al muerto ni tener que recuperar de él.
Esto trae como consecuencia la imposibilidad de reestablecer la sub-
jetividad del deudo (en el caso de muerte "natural") o del homicida (en
el caso del crimen) y su lazo con los semejantes y con el Otro Social. Si
no es posible reconocer algo del objeto que habita en ese espacio en-
tre el sujeto y el otro devenido muerto, ¿qué hacer con él?, kómo reali-
zar la separación?
Se puede aplacar el infierno con drogas legales o ilegales pero esto no
"mata" simbólicamente al muerto.
Fácil encontrar como destino del intento de separación el homicidio
o el suicidio. La violencia. La objetalización del deudo. El objeto "pelado"
compulsa a la melancolización, al pasaje al acto o al acting out.
No asombra, entonces, el juego del "tomate/submarino".
Luego de que el joven de Patagones mata a sus compañeros, una le-
yenda anuncia: "junior, terminaremos lo que comenzaste".

140
La violencia como efeao de la desubjetivación en los duelos 1 MARiA ELENA ELM:GER

Martín Ríos había atacado otras veces e iba a renovar el horror si no


era detenido.
Y los Columbines se repiten. De alguna manera hay que matar el ob-
jeto que hostiga desde los muertos.

Sin embargo, la apuesta a la subjetividad que hacemos desde el psicoa-


nálisis, nos permite pensar en quienes, ante la catástrofe y la perversión
del Otro Social, lugar de lo Público, lograron producir su reconstrucción
y posibilitar así sus duelos. Sin violencia coactiva y desubjetivada, armaron
un sistema de creencias que -paradójicamente- dependía .de ellos mis-
mos, pero que nos muestra que más allá de todo horror es posible una
apuesta a la dignidad del duelo. Y hablo aquí, como ejemplo, de las Madres
y Abuelas de Plaza de Mayo, que aun ante la ausencia total de lo público
y lo privado, lograron inventar sin desviar la mirada, lo público necesario
para dar un lugar e investir el objeto que les/nos había estallado y subjeti-
·vación mediante, re-crear un Sistema del Lenguaje, Jurídico y Político (o
sea, social) que posibilitó una apuesta humana o subjetiva en la Argentina.
El diario de Ana Frank fue el modo más digno que su padre, Otto Frank,
encontró para continuar en la escritura la vida de su hija muerta.

Notas
( 1). Martín Ríos había obtenido un permiso de portación de armas y, superado los exáme-
nes físicos y psíquicos necesarios para ello, fueron otorgados por el médico traumatólogo
de su familia (notemos la seriedad de !os exámenes requeridos: cualquier médico puede
certificar sobre la salud mental o física del solicitante). Al momento de su detención, una
semana después del crimen, el joven se encontraba acompañando a su madre a quien se
le había averiado el auto. Llevaba con él un arma y balas. Se sospecha que iba a repetir la
agresión. Ríos tiene un preciso adiestramiento en el manejo de armas.
(2). Des: prefijo despectivo- astre "estrella", del latín astrum "cuerpo celeste". Desgracia
grave por el influjo dañino de un cuerpo celeste."J;erremoto.
(3). Agamben, G. Estado de Excepción. Bs.As.: A. Hidalgo. 2005, p. 16.
(4). lb. p. 59.
(5). "para producir un hijo hay que producir una prohibición. La prohibición del incesto -o
de la omnipotencia-- apunta al orden del mundo como tal; esta prohibición está ligada a
la palabra ... es un fenómeno del lenguaje" (Legendre, P. El Crimen del Cabo Lortie. Méxi-
co: Siglo XXI. 1994, p. 30).
(6). Lacan, J. El Seminario, Libro VIII. La transferencia ( 1960-61 ). Clase del 05/04/1961.
(7). Lacan, J. El Seminario, Libro VI, El deseo y su interpretación ( 1958-59). Inédito. Cla·
se del 22/04/59.

141
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen JI/

(8). Freud, S. Tótem y Tabú (1914). Madrid: Biblioteca Nueva. 1972, p. 67.
(9). Lacan, J. El Seminario, Libro VI, El deseo y su interpretación ( 1958-59). Inédito. Cla-
se del 29/04/59.
( 10). Guyomard, P. Acerca de lo imaginario, lo simbólico y lo real. En Objetos caídos No l.
Univ. Diego Portales (Chile). 1996, p. 67.

142
X

SUBJETIVIDAD Y SEGREGACIÓN

Alfredo Orlando Carol

Introducción i.

El presente trabajo supone una continuidad de anteriores considera-


ciones acerca del entrecruzamiento de los discursos jurídicos y psicoanalí-
ticos, pero toma en cuenta la moderna reflexión sobre el discurso geopo-
lítico siguiendo, en parte, las puntualizaciones de Giorgio Agamben.
En la investigación de las complejas relaciones entre subjetividad y le-
galidad se hizo evidente que era necesario abordar algunos aspectos de
Jos discursos políticos y el papel que juega en ellos el Estado. ~
Especialmente cómo ~1 mismo determina esas relaciones y enmarca
y se infiltra en los lazos sociales.
Desde el Psicoanálisis se nos hacía posible establecer un puente en-
tre los aspectos subjetivos y los políticos al considerar la sobredetermi-
nación de Jos discursos en la constitución subjetiva. Y, fundamentalmen-
te, los efectos de la transmisión de los mismos. Haciendo hincapié en la
transmisión de la ley que regula a los lazos sociales y a la subjetividad, a
la transmisión genealógica y la transmisión de la palabra Jo que supone
que "tomar la palabra" es un acto que se presenta como efecto de di-
cha transmisión.
Es de remarcar que toda transmisión. (de fa ley, de la genealogía y de
la palabra, por ejemplo) deja siempre un saldo, un resto que resiste y, a
veces, atenta contra la transmisión legal y ordenadora.
A lo largo de este trabajo nos acercaremos a ambos aspectos, pero an-
tes se hace necesario discurrir acerca del sujeto del que hablamos.

143
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

Clínica del caso y Clínica del lazo (social)

Al acostumbrarnos a hablar desde el Psicoanálisis, fundamentalmen-


te, de la clínica del caso, a veces, olvidamos que esta clínica guarda una
estrecha relación con lo que podríamos nominar como clínica del lazo
(social).
Es preciso señalar que, con lo denominación clínica del lazo (social) se
hace referencia a lo que tradicionalmente se ha llamado, a partir de Freud,
el malestar en la cultura. Y, a partir de Lacan, a los lazos o vínculos sociales
establecidos por.el orden del lenguaje y, específicamente, por los discur-
sos que hacen posible la constitución de esos lazos (sociales).
Ambas clínicas están anudadas en nuestra práctica psicoanalítica y en
la reflexión que impone acerca de las relaciones entre legalidad y subje-
tividad.
La articulación y el anudamiento de ambos se sostienen en aquello que
desde el Psicoanálisis llamamos sujeto.
Se hace necesario precisar que hablar del sujeto supone considerar-
lo producido e Instituido por prácticas discursivas, es decir, por los lazos
sociales de los que, el sujeto, es uno de sus efectos.
El concepto de sujeto también permite poner en cuestión la noción
ideológica de "individuo" en tanto ente cerrado en sí mismo, no dividido.
Ya que lo que caracteriza al sujeto es presentarse, justamente, en su di-
visión, no pleno, alcanzado por la opacidad de esa misma división con la
que la subjetividad toda está tramada y entramada.
No sólo las tramas de la historia personal sino que dicho sujeto también
está alcanzado y constituido por los discursos jurídicos, políticos, etc. de
los que también es producto. Es, entonces, también un sujeto político.

El campo de la política y Jo político

Las actuales reflexiones de las ciencias políticas intentan establecer dos


campos diferenciales al analizar el problema político. Y, por lo tanto, a es-
tablecer dos modos diferentes de entender el campo político.
La política, como campo especffico del trabajo de la ciencia política
que la considera una práctica social, y la de lo político como espacio de
reflexión sobre los discursos que fundamentan, sostienen y producen a
esa práctica social.

144
Subjetividad y segregación 1 AlFREDO ORLA.'\DO CA.~oL

Grosso modo, podríamos decir que la diferencia entre la política y lo


político permite delimitar como distintas, aunque en estrecha relación, a
las reflexiones entre una ciencia política y una filosofía política.
Es posible considerar que, con el término política hacemos referencia
al ejercicio de acciones públicas: modos de organización partidaria, de re-
presentación y ejercicio de funciones en el interior de los sistemas admi-
nistrativos y legales establecidos por el Estado. Sistemas todos donde se
ejerce la política como campo de acciones públicas.
Entonces, la política atañe e incluye a las más variadas formas del ejer-
cicio y la distribución del poder. La política, desde esta perspectiva, es el
campo privilegiado de la acción de los sujetos en tanto ciudadanos de un
Estado.
Lo político, en cambio, refiere a los modos de discursividad presente
en todas las redes sociales de las acciones políticas. Toda praxis política se
sostiene en discursos más o menos explícitos aunque las acciones tengan
la potencia de enmascarar los discursos que las sostienen al presentarse,
la mayoría de las veces, como un puro hacer. Así, no hay ninguna prácti-
ca política que no este producida por discursos sobre las acciones políti-
cas que incluyen vías de acción, fines, modos de considerar a sus sujetos
y finalidades tanto como de concepciones sobre lo que es la vida ciuda-
dana y representaciones sobre qué son o cómo son los ciudadanos sobre
los que se vuelcan esas prácticas.
Es de remarcar, por lo dicho hasta aquí, que los discursos de lo políti-
co son formadores de subjetividades. Las subjetividades son constituidas
en la interioridad de los discursos de 'lo político que construyen también
mitologías, ritualidades y prácticas sociales que se actualizan en los lazos
entre los sujetos. Por lo que los mismos están enmarcados y condiciona-
dos por esa práctica social llamada política.
Los aspectos hasta aquí señalados (la cJínica del caso-lazo y la diferen-
cia y relación entre la política y lo político) presentan múltiples articula-
ciones a ser indagadas, y el Psicoanálisis púede ser una herramienta útil
para ello. No únicamente él, obviamente. Pero no sin él. Dado que al ser
la subjetividad y sus avatares su tema ésta no refiere a una "interioridad"
ajena a los discursos sino que el sujeto es producido por ellos y se ubica
en un lugar y habla desde el mismo. Es decir desde el lugar que tiene, o
no, en los discursos que lo han producido.

145
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen /JI

En este recorrido quisiera hacer hincapié en esa particular realidad


producida por los discürsos políticos llamada Estado.

El Estado

Todo acercamiento de reflexión o indagación sobre la vida política y


los ciudadanos se topa con esa realidad infinita denominada El Estado. Este
objeto ha suscitado, y lo sigue haciendo, reflexiones acerca de su defini-
ción, de sus fines, de sus modos, de sus diversos rostros y de los proble-
mas, teóricos y prácticos, que su existencia genera.
En este trabajo quisiera abordar sólo un aspecto del mismo: la mi-
sión del Estado.
El Estado tiene la misión principal de constituir a los sujetos, en tanto
ciudadanos, normativizando a los mismos y regulando el lazo con los otros
ciudadanos y, siguiendo a Freud y a Legendre, encaminarlos a la muerte.
Es decir que el Estado hace de la vida humana una institución. Una ins-
titución jurídica y normativa ya que en ello radicaría la misión del Estado:
instituir y constituir a los sujetos como ciudadanos.
El sujeto así constituido es tal al encarnarse desde los discursos que lo
instituyen y deviene "persona" término que debe entenderse en su acep-
ción normativa y no psicológica.
El sujeto es el resultado del ordenamiento jurídico y normativo del Esta-
do que lo hace surgir al constituirlo y lo reconoce como tal al instituirlo.
De allí que, el sujeto del que hablamos, es un sujeto político. Alcanza-
do por las determinaciones de los discursos de lo político y que, en tan-
to sujeto de las prácticas políticas, padece los efectos que las prácticas
políticas realizan.
A este sujeto constituido normativamente, el Estado lo instituye en
varios sentidos a destaqtr:
1) Al instituirlo como una ficción normativa lo establece como "perso-
na".
2) Al reconocerlo como ciudadano perteneciente al Estado.
3) Al reconocerlo como descendiente de otros ciudadanos lo anuda a ca-
denas filiatorias regladas. Siendo ascendientes y descendientes sujetos re-
gulados por la normatividad del Estado.
4) Al uniformar a sus sujetos nominándolos y numerándolos. Funcionan-

146
Subjetividad y segregación- J AlFREDO ORLANDO CAAOL

do los mismos como signos que le permitirá a cada sujeto representarse


ante el conjunto de los otros sujetos constituidos.

Es de remarcar que el sujeto en tanto ciudadano, determinado por


el poder normativo y jurídico del Estado, no solamente recibe los signos
constitutivos que dicen de su lugar sino también el reconocimiento de su
existencia. Es decir que, el Estado da fe de la existencia de sus sujetos,
pero a condición de hacerse amar por ellos. Dice Legendre "cómo se
propaga la sumisión, transformada en deseo de sumisión, cuando la gran
obra del Poder consiste en hacerse amar" ( 1979:5).
En consecuencia, existir como ciudadano supone someterse al con-
trol, a la obediencia y hasta a la coacción del poder del Estado.
Es justamente por esta relación entre fe y coacción por la que Hans
Kelsen -en Dios y Estado- da cuenta del paralelismo entre ambas catego-
rías llegando, a veces, hasta la identidad entre las mismas.
Kelsen rescata el papel jurídico-normativo del Estado en tanto "ente
ficticio" que constituye a sus sujetos no en entidades biopsicológicas sino
como "personas", en tanto sujetos del derecho y de derecho.
Luego de esta precisión afirma "de suerte que la ciencia jurídica crea
igualmente (que la religión) a su hombre a imagen y semejanza del Esta-
do, persona de derecho por excelencia" (Kelsen. 1989:264).
También el Estado ha constituido un espacio para ubicar a sus sujetos
así producidos: la ciudad. La misma funciona en la normatividad del Esta-
do como el escenario donde la vida humana se despliega, pero es al mis-
mo tiempo lugar de los intercambios y de la comunicación.
Si el Estado es el marco general donde constituye y reconoce a sus su-
jetos impulsándolos a la uniformidad por sus efectos de sobredetermina-
ción, no es menos cierto que, al interrogar a los sujetos, el Psicoanálisis
destaca la diferencia entre los mismos. Diferencia que pasa por los parti-
culares modos de amarramiento a los órdenes generacionales y a la posi-
ción de cada sujeto respecto a la filiación y a la sexualidad. Modos singu-
lares de enlazarse a los órdenes universales como son la paternidad, la fi-
liación y la sexualidad regida por la prohibición del incesto.
Ante la uniformidad que el Estado y sus funciones jurídico-normativas
impone, el Psicoanálisis descubre un sujeto opaco y en permanente con-
flicto consigo mismo, con la ley y los discursos que lo han constituido. Re-

147
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídica y psicoanalítico. Volumen 111

velándose en tanto diferencia por los modos singulares de cada sujeto de


anudarse a la transmisión de la palabra, de la genealogía y la sexualidad.
Pero singularidad no es encierro y exclusión de la participación en la
normatividad de las leyes que rigen el lazo social y de la determinación de
los discursos políticos, económicos, científicos, etc. de una época dada o
de un momento histórico, ya que todo sujeto está tramado y trabajado
por su participación en los discursos que señalan el horizonte y establecen
los límites en el que se despliega y repliega la subjetividad toda.
Sí es posible detectar una tensión entre el sujeto en tanto sujeto po-
lítico y el sujeto tal como lo teoriza y lo aborda el Psicoanálisis. Pero se
hace necesario remarcar que tensión no es ausencia de relación. El suje-
to, desde el Psicoanálisis, no es ajeno a las sobredeterminaciones de las
leyes que rigen los lazos sociales, a las modificaciones en curso en el pa-
norama de la vida ciudadana con la prevalencia de las posibilidades y lími-
tes establecidas por el Estado.
Si bien afirmábamos que el Estado ubica a los sujetos en ese escena-
rio que llamamos ciudad, hoy es necesario hablar del campo de concen-
tración: el Lager.

EILager

El término campo de concentración aparece a finales del siglo XIX y, a


partir de allí, a lo largo del siglo XX y de los inicios del siglo XXI la historia
es también la de la consolidación del campo de concentración.
Espacio aislado en el interior de las ciudades o fuera de ellas donde los
sujetos no participan de los derechos del ciudadano y, por lo tanto, que-
dan instituidos como sujetos del campo de concentración.
Los Lager (campos de concentración, internación y exterminio) nazis,
los Gulag soviéticos, los campos de concentración y muerte en América
toda, los países mismos devenidos campos de exclusión y exterminio etc.
con su presencia en nuestro tiempo delinean una forma nueva y atroz.
La consolidación del campo de concentración en el siglo XX debe po-
der permitirnos repensar tanto las misiones del Estado como el estatuto
de los sujetos. Al revelarnos su presencia constante el Lager diseña un pa-
norama más o menos visible -pero siempre allí- de la vida ciudadana.
Porque allí donde hay segregación, internación de ciudadanos, sus-

148
Subjetividad y segregación 1 AlFREDO Üf\I.ANDO CA~OL

pensión de los derechos civiles, reducción de la vida humana a condicio-


nes inhumanas, casi animales, hay Lager.
Allí donde junto con los derechos y las obligaciones la vida puede ser
quitada o inducida a la muerte por la miseria, la enfermedad o el exter-
minio, hay Lager. Y. por lo tanto, la muerte de los sujetos puede produ-
cirse sin que se considere un crimen.
La institución del sujeto por el Estado y la vida abonada por la preemi-
nencia del Lager están habitadas por esa zona de sombras enquistada en
la cotidianeidad de la vida ciudadana y alcanza a todo sujeto.
En este proceso de exclusión, internamiento y exterminio que el La-
ger hace presente en el Estado normativo es a lo que Agamben llama, si-
guiendo a W. Benjamín, "estado de excepción".
Para,caracterizarlo afirma Agamben: "El estado de excepción no es
un derecho especial (como el derecho a la guerra), sino que, en cuanto
suspensión del propio orden jurídico, define el umbral o el concepto lí-
mite" (2005:28).
Así, el estado de excepción se establece como un límite o un umbral
que hace posible definir sujetos que devienen sujetos del Lager. Y que v~
a terminar configurando la paradoja de un "estado de excepción regu-
lar" -es decir, no transitorio- que va a hacer posible agrupar en el Lager
a aquellos que se excluye, segrega y extermina.
Al decir de Agamben: "desde el momento en que "el estado de excep-
ción( ... ) ha devenido la regla ... no sólo se presenta cada vez más como
una técnica de gobierno y no como una medida excepcional, sino que in-
clusive deja también salir a la luz su naturaleza de paradigma constitutivo
del orden jurídico" (2005:32).
Así, dicho paradigma ya no es la ciudad y sus ciudadanos, en tanto es-
pacio creado por la institucionalidad normativa del Estado y donde se des-
pliega la vida de los sujetos, sino la presencia constante del Lager en su in-
terior mismo y delineando un paisaje nuevo desde su visibilidad o invisi-
bilidad en la vida cotidiana.
El Lager, con su relación de inclusión-exclusión del Estado, de la ciu-
dad y de los ciudadanos, no es algo fuera, excluido o apartado sino que
existe en su interior mismo y los define.
"El campo de concentración y no la ciudad es hoy el paradigma bio-
político de Occidente" (Agamben. 2006: 109).

149
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

Es en Proposición del9 de Octubre de 1967 sobre el Psicoanalista de


la Escuela donde Lacan, luego de referirse a las "facticidades" simbólicas
e imaginarias, afirma: "La tercera facticidad, real, demasiado real, suficien-
temente real como para que lo real sea más mojigato al promoverlo que
la lengua, es lo que se puede hablar gracias al término de: campo de con-
centración, sobre el cual parece que nuestros pensadores, al vagar del hu-
manismo al terror, no se concentraron lo suficiente.
Abreviemos diciendo que lo que vimos emerger, para nuestro ho-
rror, representa la reacción de precursores en relación a lo que se irá de-
sarrollando como consecuencia del reordenamiento de las agrupaciones
sociales por la ciencia y, principalmente, de la universalización que intro-
duce en ellas.
Nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la ex-
tensión cada vez más dura de los procesos de segregación." (Lacan.
1967:22).

De esta cita -y de acuerdo a lo desarrollado hasta aquí que evidencia


una coincidencia de los desarrollos de Agamben considerados y la preci-
sión de Lacan en cuanto al desenvolvimiento en la vida ciudadana del cam-
po de concentración- quisiera remarcar:
1) La denominación de facticidad (opuesta tanto a lo ficticio como a lo fác-
tico) supone no un hecho bruto sino la inscripción del Lager en las redes
sociales inducida por los discursos del Estado y los sujetos que produce.
Y, por lo tanto, remarca la inscripción del Lager en el interior mismo de
los discursos constituidos de la vida política y ciudadana.
2) Los campos de concentración que hemos conocido son una "reacción
de precursores" ya que estos continuarán desarrollándose. Lo que reve-
la, en un todo de acuerdo con las reflexiones de Agamben, el estatuto de
no contingente de los campos de concentración.
3) Es en la universalización y en el reordenamiento que impone su discur-
so en las agrupaciones sociales (y en las subjetividades, agregaríamos) lo
que irá desarrollando procesos cada vez más duros de segregación.

Si bien llama la atención el papel que Lacan le asigna a la cienc~ en el


desarrollo de los procesos de segregación, hoy se hace evidente que la
extensión universal de los discursos de la ciencia, que fundamentan los

ISO
Subjetividad y segregación 1 ALFREDO ÜRLA'iDO CARo:..
1
desarrollos tecnológicos y su alianza y la difusión en sentido planetario de
la economía de mercado, tienen el poder de arrasar con las construccio-
nes simbólicas alcanzando, obviamente, a las subjetividades e inducién-
dolas a su suspensión o a su desaparición.
Esta relación no contingente entre el Estado, los ciudadanos y el La-
ger abre los caminos para pensar las complejas relaciones entre lo políti-
co,y nuestra definición de los sujetos en tanto sujetos del discurso y de los
discursos que los conforman, pero siempre condicionados por los pro-
cesos sociales de segregación y exclusión. Es decir, por la presencia po-
lítica del Lager.
El límite que la presencia política del Lager y la extensión de la llama-
da "lógica del mercado" imponen en la definición del Estado -en cuanto
a sus fines y sus misiones- han tenido el poder de producir el pasaje del
ciudadano al consumidor.
Se trata menos de cantar loas a la antigua concepción del Estado -que
muchas veces tuvo el poder de enmascarar los procesos segregativos, de
exclusión y de exterminio- y poder reflexionar sobre el papel que le cabe
al Estado y a sus ciudadanos cuando se revelan dichos procesos habitan-
do todo lazo social.
Y también a los nuevos modos de la presencia social de la segrega-
ción bajo la atribución a Jos sujetos, que por lo tanto devienen objetos de
la imputación segregativa, de signos que, en su plenitud, intentan revelar
un modo del ser: sujeto peligroso, por ejemplo.

El eclipse de la referencia

Hoy no es posible acercarse a la subjetividad sin considerar el papel


que en ella desempeñan las estructuras que la hacen posible. Y es por eso
que nuestro derrotero transitó por apoyarnos en algunas consideraciones
sobre el papel del Estado y de la vida ciucfadana; lo que nos ha permitido
acercar discursos que sólo en apariencia parecen enfrentados para reve-
lar la pertinencia de su entrecruzamiento.
Desde una clínica del caso, y en estrecha articulación con la del lazo
(social), y las consideraciones que hemos recorrido con relación a la$ de-
terminaciones políticas de los sujetos revelan lo que denominamos eclip-
se de las referencias.

151
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

La lógica del mercado y la difusión de los desarrollos tecnocientíficos


tienen el poder de determinar modos actuales de las subjetividades mar-
cadas por los procesos de segregación.
Lo que ha revelado el alcance y las consecuencias que pueden demos-
trarse clínicamente con relación a los modos de vivir y, también, de consi-
derar a los sujetos. Y cómo cada sujeto se considera así mismo.
Tanto por la preeminencia de los procesos de segregación como por
la difusión -que es correlativa- del mercado, las subjetividades son alcan-
zadas con el efecto de arrasar las construcciones subjetivas eclipsando las
referencias simbólicas que hacen la vida posible.
El conjunto de tal sistema referencial no solamente atañe a las leyes
que producen y sostienen el lazo social, sino a los sujetos mismos que son
su efecto. También al papel de todo sistema (desde el Estado a los lazos
familiares) que presentan hoy una particular vulnerabilidad.
El eclipse de las referencias supone también el eclipse de los sujetos
mismos. Es por ello que, quizás, la subjetividad contemporánea navega
entre las turbulentas aguas de la segregación o las de su eclipse y posible
desaparición por esa uniformidad que impone el mercado.

Algunas conclusiones

Tal denominación de este apartado final pretende extraer algunas con-


clusiones de lo desarrollado precedentemente. No pretenden decirlo todo
(imposible) sino puntuar algunas consecuencias de lo desarrollado para
que sirvan como guías para continuar trabajando en ellas.
1) Si todo sujeto participa, en tanto incluido por el poder constituyente
del Estado, también está siempre en riesgo de ser excluido de él por los
procesos de segregación que habitan en su seno.
2) Si la realidad ineliminable del Estado es el Lager, toda posibilidad de la
subjetividad torna su permanencia en vulnerable.
3) Si el Lager está fuera de la institucionalidad política -hasta no reconocer
su presencia-, pero está instituido por los discursos de lo político, tanto
las subjetividades como los lazos (sociales) de los que participa están con-
dicionados por esa presencia-ausencia.
4) Si los procesos de segregación hoy se han visto reforzados por los de-
sarrollos de la ciencia -aun la que se difunde bajo el manto del consumo-

152
Subjetividad y segregación J AlFREJO 0RLA'J:lO ÚR.OL

los sujetos viven no solamente su preeminencia sino que los impulsan a


los límites de la desubjetivación.

En un texto de 1964 pregunta Lacan: "¿Puede el analista cobijarse en


esta antigua investidura (la del médico), cuando, laicizada, se dirige hacia
una socialización que no podrá evitar ni el eugenismo, ni la segregación
política de la anomalía? tTomará el psicoanálisis el relevo, no de una esca-
tología, sino de los derechos de un fin primero?" ( 1966:832-3).
El camino psicoanalítico no es el de una escatología en tanto disciplina
que tiene por meta dilucidar los fines últimos. Su meta sería, en palabras
de Lacan, la del relevo de "los derechos de un fin primero". Hoy, quizás,
sea necesario entender ese relevo como sostener (y actuar en conse-
cuencia) a la subjetividad en su singularidad y diferencia. De interrogar a
los sujetos considerando su opacidad lo que también significa laborar en
contra de la exclusión y la segregación.

Ref. Bibliográficas

Agamben, G. (2005) Estado de excepción. Bs.As.: A. Hidalgo.


Agamben, G. (2006) Horno sacer. Valencia: Pre-textos.
Kelsen, H. (1989) Dios y Estado. En El otro Ke/sen. México U.N.A.M.
Lacan, J. ( 1966) Escritos 2. Bs.As.: Siglo XXI. 13" ed. 1985.
Lacan, J. ( 1967) Proposición del 9/10/1967 sobre el Psicoanalista de la Escue-
la. Momentos cruciales de la experiencia analítica. Bs.As.: Manantial.
1987.
Legendre, P. ( 1979) El amor del censor. Barcelona: Anagrama.

153
XI

INCESTO
, ,PATERNO FILIAL:
FUNCION CLINICA DEL DERECHO

Laura Adriana Capacete

l. Introducción

En los casos de incesto paterno~filial se hace necesario articular las in-


tervenciones clínicas con las jurídicas en función de reparar la orfandad
que supone -para los niños o jóvenes- quedar fuera de un mundo legisla-
do. Presentaremos un caso donde dicha articulación genera efectos sub-
jetivantes, y otros que, inversamente, al encontrarse el sujeto desarticu-
lado del orden simbólico queda conminado a destinos sacrificiales, entre
ellos la venganza.

2. Cuando el otro jurídico responde


"La institución genealógica funciona sobre el fondo de
desamparo del sujeto" P. Legendre.

Legendre (J) plantea que~l incesto es un atentado contra el orden ge-


nealógi~o. orden que ubica a cada sujeto en una categoría legislada y que
funciona para canalizar las identificaciones inconscientes a través de laLey
de Prohibición del incesto. Agrega que no basta nacer eh el plano biológico
sino que, instituir la vida es hacer recomenzar el Edipo en cada generación,
en la cual se reedita tanto el deseo incestuoso como su prohibición]
Lo anterior supone que, cuando el incesto se consuma, el sujeto que-
da en una orfandad derivada de la ausencia de nominación en un mundo
legislado. Al ser colocado como objeto de goce de un padre no marcado

155
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

por la falta el incestuado queda destituido subjetivamente, lo que supo-


\ ne para niños y_ jóvenes un fuerte desamparo. La apuesta en el abordaje
1 tanto clínico como jurídico será, entonces, constituir a un Otro confiable
.¡·

que inscriba la ley simbóli~~_xb~ga lazo social. Recordemos que Freud, al


final de su obra, teoriza,.eftrauma; li~n9.~1o al desamparo, ~-ges.ieñ-"
~ ql!~_S_I:!E?_n..E:.Jé!j;~~t~!i-Stii:L~L~~-~-1(:1:E,~!:,~ del!~~!"· Ambos que-

"º( ~e~~~~~~~~~!~--~~~a~!~~~~~~:~¡;~ds~,~~a~~mad:al ~:-;:::_


coñtrar un Illgar pacificante:)Este llamado puec;l~·~dquirir varias modali-
g~g-~s -n~excl~y~nt~~:_-¿~~ distintos matices en la enunciació'\._~lg~-~'c;s
paradojalmente estruendosos o inaudibles al estilo de acting-out, como
fugas y conductas de riesgo;~otros expresarse en distintos síntomas -li-
gados a las formaciones del inconsciente- donde el secreto se enuncia a
media voz y,_¡or último, quienes logran verbalizar su victimización, es de-
cir, romper el secreto.
~~f4_~y~l~s~n ~1 ~!l.~~fY.DJ?ftl11er:.fl;c;~()=~D !J..D...Pioc~~g~-~~erá
cQ!IleleLo ~él.~-~ gu_~__ l.'! ~IAQQ@~i9n.c;I.~JQ.Jt~!dnlª!i<;2 r:_~gy~irá_l_:!.l!él..~Cc:'~:­
tr:~itación. El abordaje clínico intentará historizar lo vivido pa_r:<.t.~!:J!!i:l:r
y
algul:Ji!~L<?ll R9-~i.bÍ~ cf~J. Pc:lc;lre ci~-~J .n:liS,.!!l~~· ~L_~!_er"ceso de subje~:-·
vación se sostiene en una narrativa, a partir de la versión que el niño traé
-ya resignificada si pensamos en la conceptualización freudiana del trau-
ma de las series complementarias-, construiremos una nueva versión re-
parando la destitución subjetiva que el incesto causó. Pero la interven-
ción clínica no será suficiente, es necesaria también la respuesta del Otro
social en sentido amplio para resituar al niño en los rieles genealógicos,
para instaurar la función simbólica fallida en estos casos. Sostenemos que
la intervención del Otro jurídico, cuando del incesto se trata, tiene un lu-
gar privilegiadol

Veamos esta cuestión a través de un caso clínico.


Julia consulta a los ocho años en tanto~ a una operadora del
Hogar donde vive, haber sido abusada por su padre. Convive en esta ins-
titución con sus cuatro hermanos desde los siete años. Hasta esa fecha,
en la convivencia con sus padres, sufrió violencia física, severa negligen-
cia y abuso sexual por parte del padre. Este nunca volvió a verlos, ni hizo
tramitación alguna para que ello fuera posible. La madre los visita espo-

156
Incesto paterno filial: función clínica dt:!l. derecho 1 LAuRA A.:lRJANA CAi'ACETE

rádicamente y mantiene una relación hostil con los operadbres de la ins-


titución que, si bien hacen intentos revinculatorios co,n los hijos, no ob-
tienen ningún éxito. · //
Los operadores comentan que el estilo vincular de Julia con los adul-
tos es de desconfianza, con los pares suele pegarles o ser pegada. A ve-
ces, cuando se la reprende por algún hecho, se golpea la cabeza contra
la pared.

En la primera sesión me cuenta que extraña a la mamá, no al papá por-


que él le pegaba mucho. Luego relata que se le cayó un diente por lo que
vino el ratón Pérez, y a la noche soñó con él. Dice "me sacaba a bailar, yo
le decía que no, que no quería, que era un diente por un peso". Vemos
que desde el inicio sitúa la cuestión de los intercambios a los que encuadra,
acota, pone medida. Es decir, legisla oponiéndose a ofrecer su cuerpo.
Más adelante relata gradualmente la situación abusiva como "los se-
cretos de lo que pasó con mi papá". Explica que le da mucha vergüen-
za contar algunas cosas. Le digo que no está obligada a contarlas, que si
quiere y cuando quiera puede hacerlo; guardamos gestual mente los "se-
cretos" en una mesita con tapa, y cada tanto los va sacando. Están siem:
pre ligados a situaciones abusivas y violentas con el padre.

Decíamos que el niño hace un llamado al Otro para reparar su orfan-


dad, Julia enuncia su llamado en varios textos donde escribe cartas a dis-
tintos destinatarios. A veces le escribe a la madre pidiéndole que la visite,
a veces a Padres protectores a quienes les expresa sus vivencias, como a
Dios o al Gauchito Gil (explica que se dirige a éste porque entiende más
a los pobres). Cartas en donde pide, reclama y se enoja planteando in-
tercambios en los que contabiliza lo dado y lo recibido y que, a su vez,
muestran su necesidad de sostener la creencia en la existencia del Otro
que en Julia ha tambaleado.
Trae a sesión la temática de su desvalimiento -y la violencia que esto
le genera- en un sueño-pesadilla donde relata que Chuqui mataba a to-
dos cortándonos la cabeza con una guadaña -a sus padres, a los operado-
res, a mi-. A veces se salvaba ella que se podía esconder, pero quedaba
sola, "sola, sola en todo el planeta".
La inicial vivencia aterrorizante pasa luego a exteriorizarse en juegos

157
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/1

y dibujos. Los contenidos lúdicos expresan situaciones de terror sin sali-


da ni alivio. Mis intervenciones tienden a proponer otros desenlaces, pero
esto es inicialmente imposible.

En otra oportunidad trae un títere al que nadie quiere porque es malo,


y reproduce en juego un incendio -ocurrido en la realidad y donde estu-
vo en riesgo su vida- diciendo "la culpa la tuve yo, porque yo lo empecé".
Incendios que en ocasiones se ligaban a situaciones eróticas, como la de
indios que raptaban a una niña para quemarla en el fuego. En la sesión si-
guiente me pregunta si es verdad que por pensar que alguien se muere,
se muere de verdad. Le digo que no, que sus pensamientos no matan a
nadie y se va más aliviada. El anhelo parricida la deja en una posición cul-
pable que tramita haciéndose castigar o golpeándose a si misma.
Relata un sueño donde el padre vuelve para raptarla por la noche, es-
cucha ruidos y no puede dormir. Por esa época en una sesión juega a que
una niña es raptada por indios para quemarla, dice "la nena no era escla-
va, pero se hizo esclava porque el padre era esclavo, y él no la dejaba irse
porque la quería". Luego se pregunta "¿Q la quería para matarla?"['=.,a in-

----
en donde la nena esclava es quemada en el fuego por el padre;<~>otro en ---
terrogo sobre el final de esa historia y expresa que tiene dos finales:.,uno

donde puede salir y ser libre~e refiere así a dos posibilidades de tramitar
sus cuentas genealógicas: en el primer caso se ofrece al otro en un some-
timiento erotizado, entrega su vida en holocausto al padre ficcionalizando
esto como amor. En el segundo caso asume una posición de libertad sub-
jetiva, se rehúsa a ser objeto de goce de un padre no legislant~
L Antagónic;ps d~stinos que aludirían a dos de las concepciones freudia-
nas sobre el tc_a~~: la~ ligada a la coacción a la repetición donde
el sujeto repite como actual un trozo del pasado propiciándose un des-
tino sacrificial no ajeno a una culpabilidad que no se sabe a sí misma y lo
desapropia de sus actos. En la segunda:> hay posibilidad de elaboración, el
sujeto puede cuestionar el lugar otorgado desandando las versiones que
lo fijan en una posición sacrificial.
( Dado que el caso de Julia no estaba judicial izado, en esa etapa me pre-
guntaba cuándo sería oportuno realizar la denuncia jurídic<:)La respues-
ta la dio -sin saberlo- la hermana dos años mayor. Esta le dijo a los ope-
radores del Hogar que otra niña allí alojada tenía un "papel" que prohi-

158
Incesto paterno filial: función clínica del derecho 1 LAuAA ADRJA!".A CA?ACETE

bía al padre que la había violado concurrir a la institución, pero a ella y a


sus hermanas les faltaba ese "papel" que prohibía que su padre se acer-
case. Dicho planteo nos llevó a considerar que ese era el momento para
formular la denuncia jurídica. A partir de la misma un juzgado Civil prohí-
be el acercamiento del padre. Acto jurídico que la tranquilizó. Ya no sue-
ña con ser raptada.
Tiempo después asiste al Juzgado Penal-el Juzgado Civil había formu-
lado la denuncia de oficio- junto a sus dos hermanas mujeres que, para
esa época, también habían develado el abuso paterno.{La jueza las atien--
de personalmente y les dice qlJe-~c>n muy valientes por co r lo que les
pas<S Les plantea que ~~s~ v~?~ar medid para que
esto no vuelva a suceder y así en el~ ro puedan estar bien) La herma-
na mayor le contesta "nosotras ya estamos bien". Julia vuelve contenta a
la sesión y me dice con tono seguro: "yo ya tengo una jueza". Luego casi
en secreto me confiesa: "fui nerviosa, yo creí que me iba a decir que yo
la había empezado". Por esa época expresa "lte acordás cuando me gol-
peaba la cabeza, cuando era mala?"

[vemos aquí cómo el abordaje jurídico tiene efectos en la subjetividad


en tanto coadyuva a tramitar la cuestión de la culpabilidad y opera inscri-
biendo la Ley simbólica. Intervención ésta que aludiría a lo que Leg~ndr,e
conceptualiza como ~f'!nsi2'! clíi]~~~J
En otra sesión trae una muñeca -Cenicienta- que baila con distin-
tos pretendientes, se muestra exigente y a todos les pone una objeción.
Canta "me engañaste, me quisiste, me mentiste ... olvida mi cara, mi cuerpo
y pega la vuelta que para eso tienes experiencia". Luego acota "eso también
se lo podría cantar a mis papás"6'emos que va virando la posición subje-
tiva, hay otra tramitación de la feminidad, puede jugar a intercambios en
el cortejo amoroso. La pobrecita "cenicienta", pasa a ser deseante y de-
seada. Puede, acompañada también por las intervenciones jurídicas, ha-
cer reproches al Padre por su orfandaS)
( Pero el iQicial ofrecimiento sacrificial al padre luego se repite con la fi-
gura matern~ Cuando se precipita la denuncia penal~ llama in-
sistentemente por teléfono a las hijas mujeres y les dice que no cuenten
nada de lo ocurrido con el padre y que se fuguen de la institución. Julia
inicialmente guarda este secreto, luego relata que pensó en fugarse y no ·

159
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

decir nada más de los secretos del padre. Justifica esto diciendo que si ella
quiere a su mamá, tiene que hacer lo que esta le pida. Sin embargo, aco-
ta que su mamá no pudo cuidarla, si no no se hubieran quemado cuando
los dejó solos. Pasa a escribir cartas de despedida a su madre y guarda en
la mesita de secretos un texto que dice "me di cuenta que mi mamá no
puede cuidarnos". Paralelamente la Justicia ordena la desvinculación con
la madre e insta la realización de una evaluación psiquiátrica para la mis-
ma de la que surge como diagnóstico: "Trastorno paranoide de la perso-
nalidad" y concluye que la madre no está en condiciones de desempeñar
adecuadamenté la función materna.
Julia habla con sus hermanas en una reunión donde piden que nadie las
escuche. Luego de ese encuentro las tres niñas expresan a los operado-
res que se dieron cuenta que la madre no puede cuidarlas y quieren ser
adoptadas. Probablemente coadyuvó a esta decisión que por esa época
se hubiera producido una adopción exitosa de otros niños alojados en la
misma institución. Deciden entonces enviarle una carta al Juez -que ellas
escriben- donde formulan dicho pedido a partir de lo cual son citadas por
el Juzgado. Se inician los tramites para este fin y ellas plantean como con-

e
dición no separar a los cinco hermanos.
La abstracta noción de niño como sujeto de derecho, se concretaba
en los avatares de este caso en tanto Julia iba desplegando múltiples re-
cursos para ejercerlos y porque, asimismo, contaba con un buen acom-
pañamiento jurídico e instituciona~

(_5_r:!_resumen, consideramos que la respuesta del Otro social-en sus


distintas instancias- posibilitó la variación de posición subjetiva: de la or-
fandad inicial-y su versión de ser una niña mala-, hacía una posición sub-
jetiva que, vía el arreglo genealógico, le posibilitó la constitución de un
Otro confiabl:)

3. Cuando el otro no responde

Veamos ahora algunos posibles destinos cuando ~1 Otro ~oci~í¡lno res-


ponde, cuando, por ejemplo,. desde lojurfdico~se.actlia-~;)IJ"~j~g~_~().IJ:l­
pl~c!~Cl.d_,mi~Cl..!!.~J(leScena y guarda~doel secret? ..Es decir,~i la justicia
opera como una instancia meramente administrativa en un mundo des-

160
Incesto paterno filial: función clínica del derecho 1 l.AlJRA AoR!ANA CA?ACErE

cultura!izado -el incesto Q,O está interdicto- se reedita en los niños o jó-
venes el desamparo inicia!) Decíamos en un trabajo anterior <2l que, en los
casos de incesto.• cuando el sistema jurídico no inscribe Ley alguna, son
serias las consecuencias en la subjetividad de las víctimas. Lo ejemplifica-
\
¡mos a través de un caso en el cual durante catorce años de tramitación
en un Juzgado de Menores, el padre reitera la práctica abusiva con las hi-
jas adolescentes y nacen varios niños posiblemente gestados en la rela-
ción incestuosa sin que se resuelva desde lo jurídico ningún acto en fun-
ción de la protección de las hijas víctimas.fmpunidad que deriva en que
estas jóvenes queden conminadas a destinos ligados a la coacción a la re-
petición siendo ya adultai)
( Otra cara de la coacción -cuando el sujeto queda en orfandad de sos-
ten simbólico- puede ser la respuesta vengat¡·va.
Desarrollemos esta cuestión. _

4. La venganza como respuesta


(cuando el sistema jurídico no responde el sujeto puede intentar ha-
cer justicia por sí mismo, vengar la ofensa sin mediación alguni) Recor-
demos que, históricamente, la venganza fue una forma primitiva de jus-
ticia. Por ejemplo, en las civilizaciones antiguas la práctica de la vengan-
za era aceptada siendo incluso un deber tribal para fomentar el respe-
to de la familia o del clan. Más tarde, la Ley del Talión intentó acotar, le-
gislar la venganza dado que planteaba una proporción entre el daño su-
frido y la pena a aplicar. Dicha Ley puede rastrearse en'los Códigos y li-
bros religiosos de distintas culturas como la Biblia y el Corán. Luego, en
~la Edad Media, el término vindicatio, usualmente traducido por "vengan-
~ za", significaba "reparación del honor". En tanto en esa etapa histórica
el honor era considerado un valor importante, la venganza era una res-
puesta a una injuria o a un daño recibido·, así como la gratitud correspon-
día a un beneficio otorgado.
En síntesis, si bien tanto en la antigüedad como en la Edad Media la
venganza era una respuesta posible para hacer justicia, desde la moder-
nidad dicha respuesta no está contemplada en los códigos modernos. Es
así que el marco institucional de la justicia intenta romper el circuito de la
venganza delegando a un tercero la imposición de un castigo.

161
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ disc:urso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

[Retomando la cuestión del incesto, es frecuente 'que, cuando el sis-


tema jurídico no opera como Tercero que plantea la interdicción -y san-
ciona-, aparezca en las víctimas la venganza como respuesta, ya sea ésta
como ideación o como actJ~I sujeto intenta una respuesta especular
-donde la pulsión compulsaiacia un oscuro goce- para revertir la hu-
millación sentida)i el acto incestuoso ha suspendido la función simbóli-
ca se responde sin ninguna mediatización en un intento -por cierto falli-
do- de reivindi~r una posición subjetiva que ficcionalice lo humano. Vol-
veremos a esto)
La respuesta vengativa presenta una lógica paradoja!. Cuando el sujeto
la enuncia siempre supone realizar un acto de justicia -que sienta sus raí-
ces en la Ley del Talión-, pero dicha justicia la realiza a través de un acto
no legal en tanto no está contemplado en los códigos modernos. Podría-
mos pensarlo como un estado de excepción planteado particularmente.
~amben (J) nos dice sobre el mismo que es' un núcleo problemático de
la relación entre la anemia y el derecho. Menciona las medidas excepcio-
nales quetse encuentran en la paradójica situación de ser medidas jurídi-
cas que no pueden ser comprendidas en el plano del derecho, y el esta-
do de excepción se presenta como la forma legal de aquello que no pue-
de tener forma legaiJ Asimismo plantea que&! estado de excepción apa-
rece siempre ligado al concepto de "necesidaa", el cual "más que volver
lícito lo ilícito la necesidad actúa como justificación de una trasgresión en
un caso singular y específico a través de una excepción:)
En relación a lo cual nos preguntamos ~cuál sería entonces la necesi-
dad que justificaría la venganza -como medida excepcional- en los casos
de incesto? Quizás la reivindicación de un lugar específicamente huma-
no, lugar de filiación que en el incesto ha estallado. Vía la venganza-como
justicia extrema y primitiva- se ataca a uno de los nombres del padre: el
que no legislal
Legendre (op. cit.)(plantea que el incesto -es probable que el abuso
~~
sexual de niños lo metaforice- es una tragedia eminentemente humana
en tanto su prohibición está al servicio de la humanización de los sujetos
quienes deben nacer por segunda vez en el orden mítico de la Ley. En el
¡~~llevado al acto cae el p_adr~ c~~?22R-º-~~g_~~alo~t_la fi~­
ción..:._Nos encontramos aquí ante una ver~ p~~~l padre.lrrumRe
lo traumático que se tramita vía la incorporación de lo peor del padr:J

162
Incesto paterno filial: función clínica .del derecho jl..Al;M A'JRJA.'IA CA?ACETE

(¿Que se ataca en el incesto]La condición específicamente huma~a, li-


gada a una ficción. Como desarrolla Braunstein <4l "el soporte de lo que lla-
mamos sujeto es el anudamiento (m~encadenamiento) de cuer-
po, palabra e imagen en una supuesta unidad"; tal unidad no existe sino
como ficción, pero es una ficción salvadora)
La práctica abusiva ataca la imag~su identidad e intimi-
dad-=:-Pero-no-sob esto~ 5Ii1.o tambi6n la ficción de un sujeto amar~
facultura por la Let de prohibición del in~-esto-.---· · -
La "necesidad" es r~~~jfTa-·nurñTIIaéión, _la ªfr~It~a que sup_one que-
dar_EQi-fu_er~A~.-ºr.d~-tUl!J)_~óTicO:Se responde ento~cesc-on "u~­
d-osoberano" en el cual se _h;ceh
ley. Posición desde la cÚal se intenta
restituir el narcisismo herid~ecesidad de imponer la Ley de cua~rvuier
modo cuando la ruptura del pacto y la alianza con el otro han falladE)Ne-
cesidad de castigar lo obsceno que compulsa por los mismos senderos.
Cuando el incesto se nombra, la respuesta es excepcional -venganza de
sangre- dado el horror que suscita un crimen al orden genealógico, a lo
específicamente humano.
Decíamos previamente que la venganza a veces aparece como ideación,
el sujeto fantasea con escenas donde especularmente devolvería el sufri-
miento recibido suponiendo con esos actos reparar el "honor" perdido.

Veamos un caso.
Una joven abusada por el abuelo en la infancia devela el hecho varios 'li
r
años después cuando su abuelo está a punto de morir.
En el material clínico insiste una ideación vengativa, reitera su necesi-
dad de haberle provocado padecimientos del orden de la tortura, lamenta
no haberlo asesinado. Manifiesta un odio sin atenuantes que durante años
silenció y que ahora no cesa de expresar. Esto en tanto presume que su
cuerpo quedó, por el abuso, irremediablemente dañado.
En otras ocasiones la ideación culmina en un pasaje al acto cuya con-
cretización supone el pago de la propia inmolación. Casos que recuer-
dan a la Emma Zunz borgeana quien sintió la urgencia de vengar a su pa-
dre y así castigar el ultraje padecido. Para ella, la muerte de su padre era
lo único que había sucedido y seguiría sucediendo sin fin{Eor eso ven-
ga esa muerte asesinando al culpable con una estrategia que supone un
pago sacrificial: ~rop!~humillación de perder... la virginidad prostituyén-
·-·-----------------------.- ---··
---~------. -------~ --~~----

163
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen /JI

dese. Posible destino sacrificial.de algunos sujetos cuando el Otro social


_E(iesampara. ~·----··------··----· ----·----------

Destinos):lende quedan co}:n~nd.~d.i>~Eor la versión.diabóiica del pa-


~revTa ~ñ-i~nperaEiv~__~up~_r:xoico ~ue_!?~c~~rii~~ir~aüiªr-~c~ºs~!l..\2~
q~~ gllecl_~ exduicÍa la mediatizaci6n_>::~p~@.~!:'C!: El sujeto se apropia de
" . _,",."-'''·--··-~-- ---~--- •. -·--··-·- ' ? " _______ -

la Referencia, dicta su propia Ley, enuncia sin vergüenza y sin culpa -se
han roto los diques de la represión- un bando soberano ajeno a toda le-
gislación. Actos que conllevan un sacrificio sin ritualidad -se han roto las
referenci~ólicas~y escenas ni rituales q~e-ió enmarquen]
Este modo particular de hacer justicia recuerda las prácticas de las Eri-
nias; diosas de la venganza que ejercían un castigo oscuro, sin reconocer
ninguna Ley más allá de ellas mismas. Ejecutaban los castigos sin piedad,
hostigaban al ejecutor hasta hacerlo enloquecer y no había rezo ni sacri-
ficio que las conmoviera. Estas diosas figuran en algunas iconografías con
lágrimas de sangre, imagen que condensa la imposibilidad de tramitar el
duelo vía la tristeza o la palabra.

Por lo expuesto es necesario q~e el sistema jurídico ac~. haga cir-


cular la pala~ y. vfala'~itu·~~dad.~_:;>cedimíeog>~.d~~[!!ll~~-al_ suje..
t~ si~ua~~- e~-~-n.:'~~~o legislado.

Para@:mpli~) este aspecto, vee3,m()s -~!_r.:_elat~ qu~ apar~~ e~-~na


C<l;~j~.r:t~i~ª;-·
Cecilia a los ocho años había sido abusada por el abuelo paterno, por
lo cual su madre formula la denuncia ante el sistema jurídico, pero no ob-
tiene respuesta alguna. Años después, el abuelo repite el abuso con su
hermana menor de 4 años, con la diferencia que en este caso la justicia sí
interviene y penaliza al abusador. Un oficial de Policía entrevista a Cecilia
-ahora de 15 años-. La joven enuncia que desde hace años está pensan-
do cómo matar al abuelo y describe los distintos modos -en detalle- en
que podría llevar a cabo el homicidio. Luego agrega "pero esto lo pensa-
ba antes, cuando ustedes no hacían nada, si ahora se ocupa la justicia, ya
no pienso en matarlo".
Vemos así que cesa la ideación homicida cuando el Otro jurídico no
la desampara.

164
Incesto paterno filial: función clínica del derecho 1 lAcRA ADRIANA CAPACETE

5. Para concluir

Los casos presentados nos permiten inferir que,~uando del incesto se


trata, es necesario articular las intervenciones clínicas con las jurídicas en
función de reparar la orfandad que supone quedar desamarrado del or-
den genealógic~ El sistema jurídico -como instancia de Ley- tiene aquí
un lugar privilegiado en tanto puede abonar el proceso de subjetivación
vehiculizando la Ley simbólica y respondiendo vía la sanción y la palabra.

Para finalizar, una cita de Legendre: "el único medio de acceso a los
desafíos inconscientes del incesto pertenece, en todas las sociedades, al
encuadre jurídico" (s).

Notas
( 1). Legendre, P. El inestimable objeto de la transmisión. Madrid: Siglo XXI. 1996.
(2). Capacete, L. Nogueira, S. La intervención jurídica en los casos de incesto. En Culpa,
responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Vol. /1. Bs. As.: Letra Viva.
2004.
(3). Agamben, G. Estado de excepción. Bs.As.: A Hidalgo. 2005, p. 24.
(4). Braunstein, N. La ficción del sujeto. En Culpa, responsabilidad y castigo ... Vol. 11. Op.
cit.
(S). Legendre, P. El inestimable objeto de la transmisión. Madrid: Siglo XXI. 1996, p. 65.

,1!

165
XII

CRIMEN DEL ABUSO


CRIMEN DEL INCESTO

Marta Gerez Ambertín

J. Introducción: Los escollos del tema


(El delito de abuso sexual intrafamiliar es uno de los más encubiertos
por la sociedad y la famil~ Tanto en el consultorio psicoanalítico como
en la intervención psi-jurídica se tropieza con un tenaz~ilenciamiento y
una persistent~omplicidad -consciente o inconsciente.,- con el abusa-
dor; sobre t~po de su entorno familiar y social, pero también, a veces,
de la víctimalAsí, quien fue sometido/a al abuso suele denegar o retro-
ceder -en un segundo tiempo- de su acusación y soporta sacrificialmen-
te la posición victimal haciéndose cargo,de la atroz vejación en "ese ins-
tante paradójico en el que el niño descubre que su padre es malo y quie-
re sin embargo seguir siendo su hijo. A esta c;ontradicción no le resta más
que una salida (y esta es la tragedia): que el hijo cargue con la falta del Pa-
dre .. j(Barthes. 1963:86).
(En algunos casos esa contradicción de denunciar al padre-perverso
pero querer, sin embargo, permanecer con él es lo que confunde a quie-
nes intervienen en los casos de abuso incestuoso llevándolos a pensar que
el menor miente o ha sido inducido a mentiU
r ¿por qué el hijo, pese a constatar que su padre lo daña, desea seguir
siendo su hijo y, más aún, anhela encubrirlo~Y es que pc.ecisa, p~u pre-
c~. c~r con el amparg~P-ª!;~~~ -que no es sólo económico-. Re-
costándose en ese amparo supone que ha de obtener las garantías sim-

l
bólicas para sostenerse en el mundo. Y por eso prefiere hacerse cargo
de las máculas del padre, pensar que él es el culpable con tarde no en-
frentarse a la orfandad más extrema: descubrir que quien debía velar por

167
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

él lo vulnera. Salvar al padre idealizado pareciera ser la consigna univer-


sal de todo hijo que se hace cargo de las brutalidades paternas en aras
de preservarlo grandioso y perfecto. Tras ese anhelo algunos se someten y
acaban concluyendo en que son ellos los que portan el "mal" ... y por eso
han propiciado tamaña crueldad.
A esta constatación diaria de la clínica psicoanalítica, que algunos agen-
tes judiciales conocen y pocos aceptan, frecuentemente se suma la siem-
pre latente tendencia social de "investigar a las víctimas" .[Hay interven-
ciones jurídicas alucinantes donde la niña abusada es presentada como una
seductora Lo/ita,' por tanto, cuasi "merecedora" de su vejación1
0 (Una ¿"justificación"? de la permanencia en el hogar del abusador sue-
le ser la -aparente- buena intención de "preserv'\'" la familia" aun cuando
el costo sea potenciar el menoscabo de la víctim~ Quienes así juzgan pa-
recen desconocer que el adulto que abusa a su descendencia en ese mis-
/"/ mo acto destruye la familia, institución donde unos custodian, orientan,
transmiten la ley -adultos- y otros son custudiados, orientados y envuel-
tos en esa ley -los niños-. Si causa risa pretender que un zorro cuide el
gallinero, es trágico y contra todo lógica humana o divina poner a meno-
res al cuidado de un abusador.
~· Otra fuente de ¿"justificación"? para dejar marchar a los abusadores
con una mera reconvención es el machacado argumento "psicológico"
donde se "desculpabiliza" al abusador apelando a una infancia desgracia-
da (en la que posiblemente también fue víctima de abuso). Falacia ato-
das luces ya que haber sufrido no justifica, ni en el sentido que el dere-
~ cho penal otorga al término ni para la psicología o el psicoanálisis, infli-
J gir sufrimiento.
fll Otra explicación a cierta predisposición judicial por creer más a los
abusadores incestuosos que a sus víctimas o testigos del abuso parece ser
la negativa a aceptar que padres, abuelos, tíos (es decir integrantes de la
sacrosanta institución familiar) o educadores o sacerdotes, sean "capa-
j ces" de tales atrocidades confundiendo institución o función con perso-
.f na. Como si el desempeñar una tarea, ejercer un cargo, ocupar el lugar
i que sociedad y ley (y para algunos también Dios) les ha otorgado los in-
\ vistiera de la sacralidad de la institución, cargo o función. El antiquísimo
adagio popular lo desmiente: el hábito no hace al monje. Podemos admi-
tir que la función paterna, materna, educativa, guía espiritual, etc. es sa-

168
Crimen del abuso - crimen del incesto 1 MARTA GEREZ A'1B.ERTÍN

grada; pero la persona no es la institución. Muy por el contrario, precisa-


mente porque esas instituciones son imprescindibles para la pervivencia
de la sociedad organizada en torno -y gracias- a las leyes instituyentes
!\l de lugares diferenciados, es preciso atender que quienes cumplen tales
.wl funciones hagan circular la ley y ellos mismos estén atravesados por ella·
·· \¡y por el sistema de prohibiciones. ·
Engendrar un hijo no es "ser padre"; estar frente a un aula no es "ser
l educador", presidir el oficio religioso no es ser "hombre o mujer de Dios",
¡, a eso se puede "llega a ser" cuando los actos -y no los meros gestos o
~~ insignias-lo sostienen.

2. Cuerpos abusados - Subjetividades dañadas

Tanto en la clínica como en las investigaciones que dirijo sostengo la


h~pótesis que establece que: [cuerpo y sexualidades están estructurados
como un lenguaje";}
l Cuerpos y sexualidades suponen la referencia a leyes que regulan el
cuerpo que, siendo humano responde, por tanto, a normas que rigen a
los seres humanos -leyes de la cultura y dellqzo social- y que, justamen-
) te, lo rigen más allá de su (supuesta) naturaleza: le dan una historia, una
ubicación sexual y una referencia genealógica. Es decir, lo humanizan y
subjetivizan.\
Hablam~ de subjetivación en el sentido de L~: un sujeto atravesa-
do por la ley que le otorga un lugar en el campo de la palabra, le dona his-
toria, genealogía y filiación. Asimismo, contrastamos subjetivación a desub-
jetivación considerando a ésta como el eclipsamiento del sujeto que queda
ajeno de sus actos, significantes e historia; esto es, deshumanizado.

-------
A su vez, las sexualidades están también (desde lo inconsciente, y por
eso su opacidad) reguladas por leyes dellen&ktªi~ y_ del lazo socia1 regula-
ción que otorga a cada sujeto un libreto posible del despliegue de su sexua-
lidad(gsa regulación establece que el sujeto y su partenaire (o pareja) es-
tán siempre en una relación de alteridad, en referencia a un lugar tercero,
es decir, al Otr~~o qlje supone una legisl.acl~n: ninguna relación es de')
a dos porque entre el sujeto y su partenaire hay un texto, hay el muro del .
lenguaje y las prohibiciones, pero también otro muro, el de lo real.
1' Especifico esto porque cuerpos y sexualidades no pueden reducir-

169
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

se a la dimensión de meros objetos al servicio de otro; se trata, en cam-


bio, de subjetividades que pretenden un encuentro sexual, de sujetos de-
7. seantes. Se trata de cuerpos sexuados (legislados) y de psiquis sexualiza-
das (también legisladas).
Ahora bien,~qué sucede cuando esos cuerpos sexualizados y subjeti-
vados son privados de ese necesario trazo de la ley como sucede con su
máxima ruptura: el incesto, el abuso sexual agravado por el vínculolQué
consecuencias tiene en la sexualidad de un niño o niñall{Qué queda roto
y sacrificado en quien ha sido sometido/a al incesto, al abuso sexualf)
Digo sometido/a, porque más allá de las falacias o fábulas que circu-
~ --
lan para desculpabilizar a los adultos que mencioné arriba, es claro -para
Psicoanálisis y Derecho- que es el adulto el encargado de in~c:!l~ir las le-
Y;!~-~prqhi~_9_é>!'_c!~JJI1~E!.~tQ:_En últlma in~ta~cia{de ins~ri-¡;;·la ley de
los Nombres-del-Padre que permite la circulación del sujeto por el cam-
po de la lengua, la ¡;alabra y el deseo)
Por otra parte,ifi uno de los aspectos sobresalientes de la !:.:y de 1?~_<:?­
hibic:ión del incesto es hacer circular a un sujeto en la cadena ge~eracio­
n~ (a~uelo~ eadre, ~ijo) y~de·~~~ill~~rc<l.n1.b..~~~e;n suma, hacerl~~
~c.~' puede decirse que :!.-~~!;!-~~~ rompe co_n_!~EJi.I2Wdad~
dr~ulc:c.!9~n, de~ un agujero, porque ese hijo ha sido desasido de la cade-
na generacion~ En cierto modo a!&2..de él se desubjetiviza, se deshuma-
niza, --
se CQSi{ica: queda sacrificado
...._... ......
"-• ~---··· ........ ----
al ~ciesu ~~~~-0:-de SU sexu~e
-·····-·--;-,:;;:.;·-·----~

su__p§ce.!:y de:~u_his~C)~~s-~do, de:~~~~-o obj~E~ de ~_o~de .IJ~UI­


_!g(objeto-propieCfá~d~~- a? ulE_?[¿ cómo hacer interveñir allí al Otro
de la ley para que le devuelva su lugar en la cadena generacional y la hu-
m;midad que le ha sido arrebatada por esa violencia traumáticaD
l En mi libro~ntre deudas y culpas: sacrif¡cios (2008)7establezco que el
1 sa~o es un intento de apaciguar deseo y goce del Otro para lo cual
¡ él sujeto es inmolado. Se inmola o inmola algo de sí muy valorado con el
:\¡ afán de dar alguna consistencia al Otro que desfalleció allí donde debía
sostener cierta regulación (recordemos el sacrificio de Edipo que ofre-
ce sus ojos para cubrir con ese "bien" las faltas de sus padres, finalmente
sacrifica su sexualidad y sacrifica a sus hijos; el suicidio de Antígena es un
resultado más de ese sacrificio).
El tema del sacrificio es interesante, pero por demás denso, no voy a
detenerme ahora en él, pero sí quisiera destacar que Lacan establece que
.__..

170
Crimen del abuso - crimen del incesto J MARTA GEREZ A'1BERTiN

el ejercicio de la sexualidad es un "sacrificio ahorrado" en tanto se hace


al Otro la demanda de fJna "pequeña muerte", pero de la que el sujeto,
pese al fuerte lazo libidinal con el compañero sexual de turno, se puede
desprender y puede lograr "re-hacer" su sistema de sustituciones y per-
mutaciones. En la circulación por los avatares de la sexualidad el sujeto
-por lo general- no queda objetalizado ni su historia queda entrampada,
encapsulada, a merced de otro. Hay siempre, o al menos deberla haber,
el recurso simbólico de la suplencia de la pareja. Nada es para siempre,
salvo, claro está, la muerte.
\ Lo que podemos detectar en el incesto o el abuso sexual agravado
poJ el vínculo, es que el sujeto queda privado de su historia, de su po-
sibilidad de operar en el sistema de sustituciones-permutaciones, de te-
ner movilidad en la cadena generacional y, por tanto, resulta objetaliza-
do, convertido en un obje!&_: una cosa en poder de algún adulto. Desub-
jetivizado: deshumanizadoj
{Un padre/madre, abuelo/abuela, tío, hermano, etc. que incestuó, viola,
rompe una legalidad subjetiva, familiar y social y, en este sentido, requie-
re la intervención del sistema jurídico -que objetive la falta-, y del campo
clínico que permita la subjetivación de la falta, permita tramitar e/ pasaje
de la culpa a la responsabilidad. Pero también permita dirimir el lugar del
culpable o el responsable de un delito, hacer el debido proceso al adulto
que fracturó la transmisión y aplicación de la ley]
l La función paterna o materna no es un hecho biológico (baste pensar
en el significado de "función"), es la posibilidad de renunciar a ser propie-
tarios del hijo y soportar que ese hijo es hijo de una legalidad que también
gobierna a los padres: todos somos resultado de una legalidad instituida;
en suma, resultado de la castración simbólica)
(El acto incestuoso viola la legalidad política y la familiar, y porque las
viola precisa ser atendido tanto desde el campo jurídico como desde el
campo clínico psicoanalítico para que, quien rompió las redes de la ley,
dé cuenta de esa ruptura -única manera de reconocer una terceridad, de
reconocer al Otro- y pueda responder por su faltal
Asimismo, el hijo/a "objeto" del abuso, y como fbsultado de la ruptu-
¡1
1 ra de la prohibición instituida, necesita el ejercicio de la liturgia jurídica a
n\ efectos de que la transmisión de la cadena generacional que quedó rota
IJ' pueda -partiendo de esa intervención- armar una prótesis, y también a

171
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

~ los fines de que aquel que fue abusado/a no asuma sacrificialmente la cui-
'J pa y la responsabilidad de quien cometió la falta.~orque si un hijo/a asu-
me sacrificialmente la culpa y la responsabilidad de quien cometió la fal-
ta, queda sometido a un "sin salida": él fue el objeto de goce de otro, se
hace cargo de la culpa del victimario -y ya sabemos que los victimarios
no piden perdón, esa es tarea de las víctimas-, pero también se hace car-
go del goce que propició. En síntesis, un baño de lodo lo envuelve como
sometido y sacrificado, pero también un cierto baño de gloria y goce: fue
el elegido, fue el favorito ... ipero a qué precio!]
Es obvio que no es posible hacer generalizaciones desde la clínica psi-
coanalítica -que prioriza las singularidades-; sin embargo podemos afir-
r- mar que,~n la mayoría de los casos que trabajamos en la clínica, ese pun-
1;:+-to que destaco es el más difícil: que un hijo/a abusado abandone su lu-
-· gar de víctima y pueda asumir responsablemente el "juicio al Otro". Mu-
cho más cuando se trata de niños/as y cuando el entorno familiar y jurídi-
co generalmente tiende a favorecer al abusado~emos escuchado tan-
tas veces la muletilla que casi ya no asombra: "hay que perdonar a un pa-
dre que comete abuso", "es preferible el perdón a la pérdida del padre".
( Pero, un padre que cometió incesto pierde su condición de tal, pues ¿no
es acaso la función de padre ser guardián de la ley del deseo? Allí del pa-
t dre, de la función simbólica de padre no queda nada. Cuando se comete
i"
un acto de abuso sexual la humanidad del padre huye para refugiarse en
lo único que queda de él: la bestialidad]
Lévi-Strauss ha mostrado acabadamente que la regla universal de pro-
~

hibición del incesto se halla en el umbral del paso de la naturaleza a la


cultura y, en última instancia, es la cultura misma. Los griegos llamaban
ataktos a la vida "bestial" que precede a la civilización organizada (de Ro-
milly. 2004: 117). En Las Suplicantes Eurípides hace decir a Teseo: "Doy
gracias al dios que, de una existencia confusa y salvaje conformó para no-
sotros esta vida". En esa existencia confusa y salvaje -ataktos- los dio-
ses introdujeron el orden, la justicia y la ley. Es a ataktos donde regresa el
abusador incestuoso -y hace regresar a su víctima-, a ese antes de la Ley,
al estadio previo a la cultura que se sostiene en reglas -de las que la úni-
ca universal es la de prohibición del incesto- y en los intercambios -en
los que el más preciado bien es el de las mujeres y que, por tanto, com-
plementa la regla universal-.

172
Crimen del abuso - crimen del incesto / MARTA G::REz A"13ERTÍN

3. El incesto: un crimen contra la subjetividad

t En la extensa bibliografía sobre el tema del incesto y del abuso sexual


hay un debate extenso que abrevio4t'lientras algunas corrientes conside-
ran que el abuso es una ruptura con la ley, y por lo tanto requiere la inter-
vención jurídica (a esta adherimos, y a su vez con la posibilidad de ofre-
cer desde allí la interven~ión psicoanalítica), otras teorías consideran que
el abuso es una patología a curar y que la irftervención jurídica impediría
la curación. Posición insostenible:
A) Desde lo jurídico: ya se considere al delito desde el punto de vista for-
mal o material.
A. l.) Desde lo jurídico formal porque la acción está tipificada, es decir, se
trata de un comportamiento punible.
A.2.) Desde lo jurídico material, es decir de las posibles disensiones sobre
si se trata o no de una acción merecedora de pena.
A.2.1.) Si se adopta la teoría de que se trata de una acción que viola debe-
res éticos-sociales: ¿No es acaso evidente de que viola esos deberes?
A.2.2.) Si se adopta la teoría del "sentimiento jurídico depravado" (dere-
cho penal de autor): ¿No es acaso evidente que en quien incestúa, abusa ~
sexualmente de menores hay un desprecio por leyes, costumbres, tradi-
ciones, preceptos religiosos, morales, éticos etc.?
A.2.3.) Si se adopta la teoría dé que se trata de un hecho socialmente da-
ñoso: nuestra argumentación intenta demostrar que, efectivamente, e/
abuso de menores es, entre otras cosas, un hecho socialmente dañoso.
(En síntesis: cualquiera sea la concepción de delito de la que se par-
ta para penar el abuso de menores, en ninguna de ellas caben dudas de
que debe ser penado)

B) También desde el principio o noción de justicia es insostenible la pos~


tura de no-intervención jurídica en casos dé incesto, ya que atiende al vic-
timario y revictimiza a la víctima

C) También es insostenible desde la clínica, ya que no es "justificando"


los goces perversos -sino responsabilizando al sujeto por ellos- de don-
de podría _;eventualmente- devenir la "curación".

Por último. No desconocemos que la impulsión a abusar de menores

173
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/1

es una "patología" que es inconducente encarar por medio de patíbulos o


encierros infinitos que han demostrado su absoluta ineficaciai(pero si hay
un delito donde la reinserción social del delincuente nunca debería pasar
por volverlo al medio familiar previo al proceso penal es este:~orque es
j.. esta una de las situaciones en las el fin de la pena debe atender, ·por sobre
" todo t_~~~~~g~e...~-~a~~-~1~-ª:5) --·----
\:Es a lo que nos referimos cuando sostenemos la función clínica del De-
recho: preservar y trabajar en pos de la restauración jurídica y subjetiva
de las víctimas, hacer regresar de ataktos a diké al menor que fue arroja-
do allí por la injuria de su abusador)

Ca?~resaltar que(en la mayoría de los casos de abusos la cuiQa nun-


ca es enunciada por el abusador, nunca es declarada -es pertinazmente
negada-, no se cuentan las faltas, pero sí suelen darse pasajes al acto o
acting-out (intentos o concretizaciones suicidas u homicidas). Estos pasa-
jes al acto o acting-out (v. mi trabajo anterior sobre estos dos movimien-
tos) de los abusadores se producen sobre todo cuando se rompe~­
~· Cuando él o la sometido/a se corre de su ~~~~~1. aban-
dona el pasivo lugar de víctima silenciosa y cór:D.E!_ice y puede entablar el
proceso contra el abusador. Lo que supone también dirimir culpas y res-
ponsabilidades1
( Hay una diferencia significativa entre aquel que no se somete y está
dispuesto a denunciar la injuria y aquel que resignadamente se mantiene
como víctim~ Quien recusa el lugar de víctima y lucha por romper el so-
~
metimiento al victimario precisa que el ritual jurídico lo acompañe, otor-
gue el respaldo de la ley por su calidad de ciudadano a quien denuncia un
crimen, e/ crimen del incesto)
( Si con niños/as sometidos al incesto no interviene el Otro -e/ tercero
in~titucional como llama Pierr«:J_eg~r:dre al lugar simbólico del juez-, si
no hay la adecuada intervención jurídica del poder político aquellos que-
dan ubicados como "nuda vida" -vida desnuda- es decir, rodando como
objetos. Dice Agamben~T viviente (ese cuerpo desnudo), cuando es
atravesado pc1 la ley simbólica, es subjetivado, pero también es ciudada-
nizado. El niño es poseedor de derechos que el Estado debe proteger. El
Art .. 19 de{@ Convención de Naciones Unidas sobre Derechos del Niñci)
o15Hgaa los Estados firmantes a: "adoptar todas las medidas legislativas ad-

174
Crimen del abuso- crimen del incesto 1 MARTA GER:ZA'18ERTÍN

ministrativas, sociales y educativas apropiadas para proteger al niño con-


tra toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o t¡ato ne-
gligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual .. .':)
Pero, he aquí que "todas las medidas administrativas, sociales, educa-
tivas apropiadas ... " se reducen en los hechos a alojar a los niños abusa-
dos en lugares donde sufrirán tanto o más abusos que antes. Como tal si-
tuación es conocida por Jos jueces y, además, muchos adhieren acrítica-
mente a esa concepción para la cual la familia debe ser preservada a cual-
quier precio (así sea éste el abuso sexual de los hijos), optan por volver al
niño a "su familia" o al abusador a "su casa". Pero.,_¿es posible o aconse-
jable la re-vinculación del/la abusado/a con su/s abusadores?¡fNo se está
re~victimizando a un niño cuando se Jo hace vivir tal situación? Y digo esto
sin desconocer que no es tarea de los jueces solucionar las injusticias de
nuestros Estados.

( Cabe aclarar que la palabra i~ está silenciada en la legislación pe-


nal argentina, el incesto no está tipificado como delito, y la acusación se
hace por violación o abuso deshonesto agravado por el vínculoj El incesto,
en Argentina, es definido como una actividad sexual entre aquellos impe-
didos -por parentesco u otra forma de vínculo que sustituya y supla al pa-
rentesco de acuerdo al Código Civil- de contraer matrimonio.
Si como ha dicho un Juez de Menores: '1\1 rehusarse a nombrar el in-
cesto, el legislador le deja al juez el cuidado de combinar el orden jurídico ,.
¡¡

con el orden moral y cultural" (Vrignaud. 1995: 1 1J) su tarea no es simple,


no se trata sólo de atenerse a un código escrito sino de "leerlo", "inter-
pretarlo" y "aplicarlo" desde su conéepción moral y cultural.
[ Esta ''ausencia" en la tipificación penal no es "sin-consecuencias", y
tiene muchas veces, la consecuencia de negar protección a los/las abu-
sado~ Verdadera protección y no el simulacro atro:?: donde, como dije,
[J se reemplazan situaciones familiares infernales por infernales institucio-
~ nes de "guarda", "protección" de menores o malogrados intentos de re-

¡ vinculación, o el siniestro "derecho de visita" por medio del cual se obliga


a un niño abusado a recibir la "visita" del padre acompañado de un cus-
tedio. Situación espeluznante: el solo hecho de que ese ritual se cumpla
ya es re-victimizante. Si alguien que agravió, vejó, maltrató puede "hacer
1la visita" ... entonces no hizo nada demasiado grave, y culpa y vergüenza

175
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen JJJ

nuevamente· caen sobre quien sufrió la violencia y el agravio sexual. Los


casos que presenta eri este mismo texto Laura Capacete son una prue-
ba clara de lo que digo.
Cada vez que abordo el tema recibo la misma pregunta: quienes abu-
san de sus hijos, ¿son capaces de reconocer su crimen? Lamentablemen-
te por lo general: no. Lo destaqué en los Volúmenes 1y 11 de Culpa, res-
ponsabilidad y castigo ... {Freud ya señalaba, y todos tras él, que son los
más virtuosos los más atormentados por culpas y remordimientos, y no
es este el cas~ del abusado~ De allí la importancia de la intervención psi-
jurídica(porque con ella la víctima constata, al menos, que quien hizo un
daño recibió una sanción) Esa intervención -donde, ante nada, debería
apartarse totalmente al victimario de su víctima- es la que restaura el or-
den social, hace regresar al menor de ataktos, de la existencia "confu-
sa y salvaje", del "antes de la ley" (de prohibición del incesto) en la que
fue sumido por su abusador ... y lo confirma en su calidad de ciudadano,
protegido por las leyes, resguardado y amparado por el aparato jurídico.
Como dice una nena abusada por su padre y descuidada por su madre
en el trabajo de L. Capacete de este texto: "Yo ya tengo una jueza". ¿Pró-
tesis? Sin duda. Pero de la acertada intervención de "esa jueza" y del ex-
celente equipo de operadores de la institución de custodia es la recupe-
ración de la niña la prueba.

4. Los niños y la nuda vida: la desubjetivación

[En la sociedad capitalista depredadora niños y niñas han ingresado a


ser parte del consumO] El gran arc.o va del~~t~~mo d~ los '?_ifi()~9_t1t=E.9n­
sumen de todo -el mercado se ocupa de ellos desde los pañales XX a los
viajes paradisíacos a Disney u otros mundos mágicos y plastificados- a los
~n~umid~:,abusados, \vendidos.;rostituidos'\niños-bom-
bas, pura.:_12u~qq__-vida desnuda-{_objetos de consumo de una sociedad
que da el ejemplO) Como afirmaba en una conferencia en Tucumán (oc-
tubre 2006) Silvia BleichmarÜos sitios de pedófilos que se venden desde
Internet ¿no son de "ejemplares" socios directos del capitalismo que ven-
den el abuso sobre un niño como venden un juguet~
Una de las más aberrantes muestras de que~n nuestra sociedad "todo
está a la venta" fue la extendida ola de realities shows que trataba el abu-

176
Crimen de/ abuso- crimen del incesto 1 MA'<TA GEREZ A":BERT'N

so sexual infantil en un seudo espacio de "denuncia". Los niños eran con-


vocados para contar "ante las cámaras" lo que les había sucedido. Obs-
cenidad que se puso "de moda" luego que un diputado salteño fuera sor-
prendido en un hotel alojamiento con una nena de 8 años hija de su em-
pleada doméstica. Cuando los medios advirtieron el "filón" se lanzaron
a presentar decenas de "iinvestigaciones!" sobre abusadores donde los
"actores" principales eran los niños que narraban sus infiernos. Todo ese
(ab)uso desvergonzado del sufrimiento de los menores se presentó bajo
el "bien intencionado" argumento (que, increíblemente muchos acepta-
ron) de que revelar esas salvajadas ayudaba a Jos/las abusados/as pues se
sensibilizaba a la opinión pública y, a través de ella, se presionaba a Jos jue-
ces. Este argumento olvida -entre las muchas que olvida o encubre- que
cuando los medios exponen la intimidad de los/las abusados/as, sea por
ignorancia o por crudo cálculo, vuelven a abusar de ellas y, al igual que el
violador feroz, se desentienden de su posterior suerte. Pero, claro, la ga-
nancia ya estaba hecha (los anunciantes pagaron los segundos de publi-
cidad en el programa) y allá el niño con su carga encima. Así, habría que
desconfiar de las supuestas "buenas intenciones'' con las que se presen-
ta el periodismo amarillista para el cual el niño abusado es apenas un prÓ-
ducto más del consumo -y uno de los más rentables-. No es en los ex-
ponentes del mercantilismo insaciable donde hay que depositar el arma
de la denuncia o la reivindicación.
t De todos modos, admitamos que un hecho como el abuso infantil
no sólo sacude por su fuerza individual sino por su revelación metoní-
mica: es una parte que está hablando de un todo. Y lcuál es ese todo al
que me refiero y sobre el que tanto insisto?: las representaciones socia-
les que sostienen los encargados de aplicar la ley, esos que -como dice el
Juez Vrignaud- tienen que combinar el orden jurídico con el orden mo-
ral y cultural. Por tanto, las ideas ~ue te~gan sobre el tema afectarán di-
rectamente las vidas involucrad~(como Jo muestra L. Capacete en el
capítulo de este libro que recoge las conclusiones de nuestra investiga-
ción sobre el tema).
Para ejemplificar lo que he dicho me detendré en los fundamentos de
una sentencia en la que se absuelve a un maestro acusado de abuso. Lo
destaco pues la figura del "maestro", como la del psicólogo, médico o sa-
cerdote, cumplen con la función de sustitutos paternos, esto es, tienen

177
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1//

la responsabilidad de transmitir la ley simbólica a los niños. A tales efec-


tos vale la pena recordar el artículo 119 del Código Penal: "la pena será
de ocho a veinte años de reclusión o prisión si: El hecho fuere cometido
por ascendiente, descendiente, afín en línea recta, hermano, tutor, cura-
dor, ministro de algún culto reconocido o no, encargado de la educación
~ o de la guarda"; es decir, el Código ha reconocido la función paterna y los
il sustitutos posibles en esa función.
La argumentación del Tribunal para la absolución tuvo dos basamen-
tos fundamentales: a) los hechos no habían sido probado~) las pericias
psicológicas fueron deficientes o directamente "indujeron" a los niños a la
den une!) No se trata de dos órdenes distintos. En los casos de abuso in-
numeras veces sólo es posible "probar los hechos" mediante pericias psi-
cológicas y_ así, invalida~d~-éstas Óbtiene lo se- otro:Eftemanoesme-
nor ya que~l~t;~ención d~ld;~;(hc;f)enal exige, como mínimo, la
comprobación de un injusto previo y los medios de prueba del injusto son
las fuentes de donde toman los jueces los motivos de convicción que la
ley declara bastantes para que, aplicados a los hechos que resultan de la
causa, emane naturalmente una sentencia. Es en estos "motivos de con-
vicción" de los jueces donde debe ampliarse extensamente el campo en
el caso de abuso de menores.
[Sobre los medios de prueba (pericias psicológicas) decía Su Señoría en
la sentencia aludida: "En casos como el que juzgamos, es evidente que la
toma de una posición intelectual dogmática y absoluta frente a los instru-
mentos de diagnóstico -por ejemplo una postura psicoanalítica extrema
que haga centrar todo en lo sexo lógico a la hora de interpretar gráficos-
o el apego a prejuicios discriminatorios o anti institucionales (feminismo
o chauvinismo a ultranza, antisemitismo, anticlericalismo, etc.) pueden
comprometer, desde lo subjetivo, la labor del intérprete']
[Con esta argumentación descalificaba a las pericias psicológicas de
parte (de los padres acusadores) como a los peritos judicialeSJAdviérta-
se que para el Sr. Juez el feminismo es no sólo "anti institucional", tam-
bién es parangonable al chauvinismo o al antisemitismo, y psicoanálisis es
"centrar todo en lo sexológico". Por:._~jes.t_as (des)calificaciones a los pe-
ritos no fueran suficientes, la sentencia ap~lª~a-:_p~r;justificarli-aosolu­
ci6ndel acusado- a una frase _de un texto d~-E~!c?logía en el cual su auto-
ra_91~-~ "<<hay víctimas con una personalidad histérica, en ía5 qúeTmagiñ-an

178
Crimen del abuso - crimen del incesto J MARTA GEREZ A"1a:~1iN

que han sido atacadas y hacen denuncias de delitos inexistentes» (adviér-


tase lo contradictorio y hasta absurdo de la cita pues, si se trata de "víc-
timas", mal puede decirse que "imaginan": no hay "víctimas imaginarias",
hay sujetos que "imaginan ser víctimas", que no es lo mismo).
Un grupo de niños con "personalidad histérica" denunciaba un "de-
lito inexistente".
Pero había más, la sentencia agregaba que: "los progenitores de las pre-
suntas víctimas menores de edad, no podían interrogar a los niños acer-
ca de los sucesos que sospechaban habían sufrido, sin riesgo de presio-
narlos indebidamente, de contaminar sus recuerdos, de forzarlos a de-
cir cosas que realmente no existieron conformando en su memoria un
hecho no vivido y, finalmente, hasta llegar a provocarles -sin mala inten-
ción- un trauma inevitable ... ".
[ Entre las muchas cosas "sorprendentes" (por decir lo menos) de la
sentencia aludida estaba la intervención de un ex Presidente del Colegio
de Psicólogos de la zona quien afirmó: "a veces los psicólogos se dejan
impregnar por los preconceptos que tienen de acuerdo a la escuela a la
que adhieren". Adviértase la estulticia: adherir a una escuela -el psicoaná-,
lisis lacaniano, la antropología estructural, el neoplatonismo o la Escuela
Clásica de Derecho- es "impregnarse de preconceptos"; adviértase, ade-
más, que es un psicólogo representante institucional de psicólogos quien
lo dice, ¿es de asombrarse, entonces, que los jueces intervinientes hablen
de "posición intelectual dogmática y absoluta frente a los instrumentos de
diagnóstico"? Si para el representante de los psicólogos éstos, por adhe-
rir a una escuela, se "impregnan de preconceptos", ¿por qué habríamos
de maravillarnos que un Juez entienda que si un "dogmático" del Rors-
charch -por ejemplo y en el caso de que existiera algo tan absurdo- apli-
ca la prueba puede inducir a un niño a creer que fue abusado?]
l Todo este desconocimiento -o descalificación- de saberes no obsta
para que los Tribunales soliciten "pericias" en un mero cumplimiento de
rituales ineficaces) Por ejemplo, en un Expediente Judicial el Juez solicita
que un Asistente Social recabe información sobre la opinión de los vecinos
de un imputado por abuso sexual a su hijo. Diez folios y varios días insu-
midos en la tarea del perito no ofrecen nada realmente útil. La experien··
cia indica que en la mayoría de estos delitos hasta los familiares más di-
rectos desconocen (o fingen desconocer) el hecho, ¿podrían hacerlo Jos

179
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111

vecinos?; ¿es que se suele violar á los hijos en público? Así, el informe alu-
dido señala que los vecinos: a) no lo conocen, b) lo conocen pero no tie-
nen opinión formada del imputado, e) las veces que trataron con él el tra-
to fue correcto. ¿Qué puede indicar esto? ¿Acaso la inocencia? lAcaso fa
culpabilidad? Ni la una ni la otra. El dinero público y el tiempo de los fun-
cionarios ha sido empleado en algo absolutamente inconducente.

De la ~-n-~~~~_se>lutoria del m~o que mencionamos Sl:l!]e que:


(los peritos no e~an confiables, las presuntas víctimas eran "histéricas,-)'
los padres, con su interrogatorio a los niños, los presionaron a decir co-
sas que nunca existieron provocándoles un "trauma')
( Si se ha apelado a todo esto para absolver a un maestro, imaginen a
cuanto más se apela para absolver a un padre, a una madre, un abuelo o un
tío. ¿Resultado? Hay un solo culpable ... y son las víctimas, o los padres de
las víctimas que les crearon un "trauma" (aunque sin "mala intención"))
Menciona~é, por último, o__!ro argumento al que se hecha mano co!"
frecuencia pª[a absolver a los abusadores incestuosos: la confabulación.
- -·---------·-A-·----·-· -----------------'--·
Confabulación que, generalmente, es de la esposa, de la esposa con sus
familiares, de la esposa con su amante, de la esposa con los vecinos, etc.
o de los abuelos u otros parientes del abusado para apartar al marido del
hogar (varios de los expedientes que hemos trabajado tienen este "ca-
pítulo")(Pero, aún cuando ello fuera así, aún cuando aplicáramos a esos
"confabuladores" aquello de fas "víctimas imaginarias de personalidad his-
térica que denuncian delitos inexistentes" ¿no estamos ante un caso con-
templado en fa Convención de Naciones Unidas sobre Derechos del Niño
que manda a: "adoptar todas las medidas( ... ) apropiadas para proteger
al niño contra toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o
trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual..."?
¿cuál es el más importante bien jurídico a proteger en casos como estos?
¿cuál el que saldrá más lesionado del entuerto? ¿cuál el eslabón más dé-
bil de esta cadena de males?)
La abogada defensora del maestro acusado de abuso de la sentencia
aludida decÍ~;:;;_b~ luego de la absofÜción de su defendido:~ Por fin queda
demostrado~~ con todas estas porquerías psicológicas no se puede de-
mostrar nada'~v. Diario Página 12 d:.!lQ/03/06 pág. 15}. Si todos aque-
llos en quienes la sociedad ha depositado la difícil tarea de "combinar el

180
Crimen del abuso - crimen del incesto J MARTA Ge~EZ A"13E~T'r-..

orden jurídico con el orden moral y cultural" opinan como esta profesio-
nal los abusadores pueden estar tranquilos.

[Por tanto, al largo, arduo y por momentos casi sangriento trabajo de


transformar las legislaciones en sentido progresista debe sumársele el
aun más arduo, largo y hasta sangriento de transformar las "mentalida-
des" de aquellos en quienes la sociedad ha depositado la tremenda res-
ponsabilidad de "interpretar la ley", de "combinar el orden jurídico con el
orden moral y cultural']
[Entiendo que es necesario un trabajo amplio y profundo de psicólo-
gos y psicoanalistas en la esfera judicial. Es esta, creo, la tarea más impor-
tante de los que trabajamos entrecruzando derecho y psicoanálisis ... por-
que al final de cuentas lo que verdaderamente importa, no es sólo enten-
der al mundo, sino transformarlO)

Ref. Bibliográficas

Barthes, Roland e ( 1963) Sobre Racine. México: Siglo XXI. 1992.


de Rommilly,J. (2004) La ley en la Grecia clásica. Bs.As.: Biblos.
Vrignaud, D. ( 1995) Las cuentas del incesto ordinario. En Del Incesto (AAW.) Bs.
As.: Nueva Visión.

181
...,. - - - .,...

ll

Continuamos, en este volumen, la indagación sobre los enigmáticos


móviles que precipitan al acto criminal; qué se juega del sujeto en ese
acto; cuál y cómo es el sistema de referencias de quienes lo juzgan;
qué sanciones le asignan y qué efectos subjetivos tienen en victimarios
y víctimas; que aporta -o puede aportar- la intervención "psi" en el
proceso penal; en qué contextos sociales se produce el delito, de qué
maneras esos contextos son cómplices, o no, de la violencia criminal y
cómo inciden en la subjetividad de los que se precipitan al crimen.
Por eso tratamos aquí las variadas formas de la aplicación de la ley y las
consecuencias de esa aplicación en subjetividad y sociedad a las que, la
cuestión del poder, la violencia y la segregación, no son ajenas. [Cómo
pensar, por ejemplo, la sanción penal operando por fuera del sistema
de dominación en las sociedades neo-capitalistas? LCómo extirparla de
allí? Tarea imposible en la que, sin embargo, muchos se empeñan.
No desconocemos que, si la sanción penal puede dejar como saldo la
función clínica del derecho -esto es, el efecto restaurador de subjetivi-
dad y tejido social-, también puede ser un instrumento de dominación
para doblegar al "diferente" ubicado, en tal caso, bajo la categoría de
"peligroso". De allí que resulten de tanto interés las representaciones
sociales de los que integran el dispositivo del ius puniendi. El discurso
jurídico contiene todo un sistema de saber y, como afirma Foucault,
"detrás de todo saber o conocimiento lo que está en juego es una lucha
de poder. El poder político no está ausente del saber, por el contrario,
está tramado con éste".

AUTORES
ABAD. GABRIELA 1 BRAUNSTEIN, NÉSTOR 1 CAPACETE. LAURA 1 CAROL. ALFREDO
DEGANO, JORGE 1 ELMIGER MA. ELENA 1 FIGUEIREDO CARNEIRO, HENRIQ!JE
GEREZ AMBERTÍN, MARTA 1 MEDINA M. SUSANA 1 SARRULLE, OSCAR E.

"'" "'ff"~233-5
9 789506 492335

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