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Decisiones mortales

El sonido chirriante de unos engranajes saco a Anna de su tormentoso sueño. No


recordaba donde estaba, que había pasado ni que hacia ahí, solo recordaba un
destello de luz, una risa lunática y un dolor tremendo en la cabeza, causada por el
impacto de algo muy pesado.

Aun conmocionada intento ponerse en pie pero no pudo, intento llevarse las
manos a la cara sin conseguirlo, pues estaba atada a donde sea que estuviese
acostada, no podía moverse, apenas girar el cuello.

No estaba amordazada, cosa que era un milagro ni tampoco tenía los ojos
vendados, mas sin embargo, de nada le servían pues el sonido de los engranes
era muy fuerte y un olor a podrido proveniente de quien sabe dónde le producía
nauseas. Pero no estaba sola.

¿Cómo lo sabía? No estaba segura; solo tenía la sensación de que alguien la


observaba desde las sombras, no sabía quién, no sabía porque, pero no le
gustaba.

Sabía que gritar no serviría de nada, lo que necesitaba era liberarse, así que
comenzó a moverse, a agitarse y sacudirse pero no lograba aflojar sus ataduras,
entendía que no debía dejarse llevar por el miedo, pero se sentía muy asustada y
ese sentimiento creció cada vez más mientras se agitaba y se sacudía intentando
liberarse de aquello que la sujetaba.

Pero pronto dejo de moverse pues lo que sea que la mantenía aprisionada, con el
movimiento le había cortado la muñeca, por lo que el dolor la recorrió de pies a
cabeza y sintió en el brazo la sangre que le manaba y le empapaba la piel.

El dolor en si no era insoportable pero el miedo y la sensación de ser observada,


provocaban que su cuerpo temblara y que gruesas lagrimas brotaran de sus ojos.

Desesperada lanzo un grito de angustia y dolor que reverbero en las paredes del
lugar donde se encontraba; su grito duro varios minutos y cuando termino la hizo
sentirse un poco mejor, pero casi al instante una risa macabra salida de ninguna
parte le helo la sonrisa que se había formado en su rostro y un escalofrió recorrió
toda su espalda haciendo que su cuerpo entero se estremeciera de miedo.

Aun riéndose, de entre las sombras, casi materializándose en ellas, un hombre de


edad salió y se puso dentro de su campo visual.

El hombre debía tener entre cincuenta y sesenta años, era alto, de piel blanca y
arrugada por la edad, ojos claros de color azul muy intenso y mirada penetrante,
cabello entre cano, y aun a pesar de todo parecía muy fuerte; por su indumentaria
parecía un viejo carnicero, aunque ella presentía que lo que rebanaría no sería a
una vaca o a un cerdo.

En un brazo llevaba una especie de tela en la cual llevaba envuelto algo de gran
tamaño, así mismo, cuando paso a lado de una de las columnas que ella tenía a la
vista acciono un mecanismo, y al instante, del techo, bajo una enorme hacha que
comenzó a balancearse en una parodia de péndulo de la muerte.

-¿Qué te parece querida, ahora si comenzaras a gritar, llorar y suplicar?, odio


cuando no lo hacen, eso solo lo hace menos divertido y al final terminan partidas a
la mitad, algo no muy agradable ya que tengo que limpiar más.

Anna no le despego la vista de encima en ningún momento, lo veía a los ojos y le


sostenía la mirada, pero también dejo de retorcerse, casi se quedó quieta por
completo, solo moviendo los ojos para vigilar tanto al viejo como al péndulo, y el
movimiento de su pecho al respirar.

Cuando el anciano llego a su lado saco de debajo una silla de madera y una
mesita de metal, donde coloco la tela, la desenvolvió y de ella salieron varios
instrumentos filosos: un cuchillo largo de carnicero, un hacha pequeña, varios
cuchillos curvos, un bisturí, pinzas, e inclusive una especie de cuchara con la cual,
pensó ella, podría sacarle los ojos; así mismo saco un viejo instrumento de tortura,
una especie de cuña que se introducía en las partes sensibles de las mujeres.

Como ella no despegaba la vista de esas herramientas, el viejo sonriendo le


pregunto: ¿Qué te parecen mis juguetitos? Interesantes ¿no?, no te preocupes
querida, de una manera u otra morirás, lo único que tienes que hacer es
suplicármelo y yo, que soy un hombre muy bondadoso lo hare; y te juro que será
rápido y casi indoloro, me asegurare de que hagas la transición lo menos
dolorosamente posible.

Ella no le contesto, era inútil y lo sabía, pero por dentro maldecía al creador y a su
mala fortuna, ya que desde unos meses para acá, todo había ido de mal en peor;
y esta situación en particular le parecía el remate de un muy mal chiste, como si la
vida, aun no cansada de reírse de sus desgracias, decidiera que esta sería la
broma más divertida de todas: su muerte a manos de un lunático sádico que lo
único que pedía para matarla rápido era que le suplicara.

En ese instante un dolor lacerante le recorrió su brazo izquierdo y casi de manera


instintiva intento alejarlo y abrazarlo en su regazo olvidando por completo que
estaba atada y lastimándose aún más la muñeca.
Al girar para ver la causa de su dolor vio al viejo loco que le había cortado un trozo
de piel de su brazo con uno de sus cuchillos.

Este le mostraba la tirita de piel con una sonrisa maniaca y divertida, lo que hizo
que ella se enojara aún más, pero en lugar de gritar e insultarlo comenzó a
pensar, “sería mejor hacerlo hablar, tal vez así se distrae y me dé tiempo para
pensar una manera de soltarme.

El Viejo ya se disponía a cortar otra tira de su carne cuando ella le grito de manera
casi autoritaria: ¡¡espere!! Por favor no lo haga.

-¿Por qué? Pregunto el viejo, -¿acaso con un pequeño corte ya te rendiste?,


comúnmente la mayoría comienza a suplicar cuando le he quitado casi toda la piel
de los brazos y me dirijo ya hacia su estómago y pecho. Muy pocas han resistido
eso y suplican cuando ya estoy en sus piernas y con solo unas cuantas he tenido
que usar la cuña.

-No es eso, contesto Anna, -solo quería preguntarle cuanto tardara en bajar
completamente el péndulo que tengo sobre mí.

-¡Ahh! eso, no te preocupes por eso primor, para cuando baje completamente ya
estarás muerta o eso espero, pero si eso te ayuda a concentrarte en lo nuestro,
tardara en bajar tres horas, así que ese es el tiempo límite de nuestra cita; como
vez, es tiempo más que suficiente para terminar nuestros asuntos tranquilamente,
ahora, ¿en que estaba?, ¡ahh! si, iba a cortar otro pedazo de tu piel.

-No por favor, le suplico Anna, -déjeme preguntarle algo, al fin y al cabo es una
cita ¿no? Se supone que puedo preguntar lo que sea.

El viejo se rasco la cabeza pensativo, como si no comprendiera del todo lo que


Anna había dicho, pero aun así se lo permitió.

-Podría decirme, comenzó Anna, -¿Quién es usted? ¿Dónde estamos? ¿Por qué
me trajo aquí? Y ¿Por qué me está haciendo esto?

Ella soltó todas esas preguntas tan rápido y tan enérgicamente que el anciano
silbo, y riendo de manera estridente le contesto: -tranquila florecita, esas son
muchas preguntas y francamente me tardaría mucho en contestarlas, además eso
me restaría tiempo para divertirme contigo y no pienso hacerlo.

Ella poniendo su mejor cara de mártir le objeto:- pero no te gustaría conocerme, tal
vez también te guste hacerme preguntas a mí y así te divertirás conmigo.

-No lo creo preciosa, le respondió el hombre, soy pésimo hablando con las
mujeres y siempre me aburro cuando lo hago, además mi mayor pasión es
desollar y preparar pieles así que eso hare en lugar de malgastar mí tiempo
hablando contigo.

Y acto seguido, de un movimiento le rebano otra tira de piel de su brazo, muy a su


pesar, Anna dio un respingo y pego un leve gritito.

-Por favor, le volvió a suplicar Anna, -por lo menos solo dime tu nombre, ¿podrías?
Mira, si quieres deja te digo mi nombre primero, yo me llamo Anna Elizabeth
McDowell, trabajaba como asistente general en una fábrica de motores de
embarcaciones hasta que me despidieron, estuve comprometida hasta que
descubrí que él me era infiel, no tengo padres ni hermanos, y vivía hasta este
momento sola en un departamento con mi perro, saliendo todos los días a llevar
solicitudes buscando empleo.

Anna no quería desahogarse con un desconocido y menos con aquel hombre que
tanto daño le hacía, pero estaba desesperada por llamar su atención y el haber
dicho todo aquello le había hecho sentirse más tranquila y en paz, ya que de tanto
que lo había estado guardando, los nervios habían empezado a afectarla en su
salud.

Sorprendentemente, eso había desconcertado al anciano muchísimo y ahora se


masajeaba las sienes, mientras la miraba fijamente, en un momento volteo a ver el
péndulo que estaba sobre Anna y después volvió a verla a ella.

-Está bien, le respondió, -lo haremos a tu manera, tal vez sea divertido como tú
dices, pero te pondré una condición, solo te responderé cinco preguntas, una vez
que conteste la ultima te desollare hasta que el péndulo baje a la altura de mi
cabeza, una vez ahí, te matare ¿estás de acuerdo?

A Anna no le gustaba ese trato, pero veía que el hombre no se retractaría de eso
así que armándose de valor accedió solo pidiendo que no la cortara ni de la cara
ni del torso ni tampoco de sus partes íntimas; el viejo acepto sus condiciones con
una sonrisa y animándola le pidió que le hiciera la primera pregunta.

Fueron una hora y media agónicas, pues el anciano sádico no se abochornó al


momento de relatar su historia de vida. Así mismo fue productivo en un sentido
macabro, pues ahora sabía que el anciano se llamaba Tom Redfield, había
trabajado desde niño con sus hermanos en una peletería y que la dueña le cortaba
la piel cuando se equivocaba, así mismo ahora sabía que estaban en una bodega
subterránea que se usaba para el contrabando pero que desde hace años estaba
abandonada, así mismo, Tom había armado el péndulo y que el número de sus
víctimas era de nueve.
Porqué mataba, no lo sabía, solo recordaba que su primera víctima había sido su
patrona y que le había parecido divertido verla gritar, suplicar y retorcerse de
dolor, al final la había ahorcado con sus propias manos.

Además esta obsesión era reciente y no era frecuente, pues solo lo hacía cuando
se encontraba muy ansioso y esto le ayudaba a distraerse y a relajarse.

Por último, la había escogido a ella, por la simple razón de que le había parecido
muy atractiva y al saber que estaba sola no lo pudo resistir.

Durante todo ese tiempo, Anna había estado aflojando sus ataduras y
rompiéndolas poco a poco, así que cuando el viejo hombre termino de hablar y se
preparó para comenzar a desollarla, ella, dando un fuerte tirón, rompió las cuerdas
y tomando uno de los cuchillos de él le brinco encima.

No fue una gran lucha ni nada parecido, pero ella estaba enojada y aunque él era
más experimentado, ya era viejo por lo que lo superó con creces.

Aun así se llevó varios cortes y una puñalada en una pierna, por lo que cojeaba,
un corte profundo en el costado derecho así como golpes y patadas.

Él también se llevó varias cortadas y ella estaba segura que le había clavado el
cuchillo en los brazos y un hombro varias veces.

Al final, él estaba tendido sobre la mesa, jadeando, con ella encima de él y con el
cuchillo sobre su cuello.

-Eres buena lo reconozco, la elogio Tom, -eres la primera que se libera y me ataca
y más aún, me vence con mis propias cosas, te felicito.

-Pues gracias le respondió ella, y una pequeña sonrisa se formó en sus labios. -
Sabes, continúo Tom, una alumna como tú me caería bien, pues he de
reconocerlo, ya estoy algo viejo para esto, y también me gustaría tener a alguien
con quien compartir este hobbie, ¿no te interesa?

-No gracias, respondió Anna, -yo no soy una lunática como tú, ni tampoco una
asesina.

-Pero aun así piensas matarme no es así le rebatió Tom; -pues claro que sí, le
reprocho Anna, -alguien como tu es una amenaza, además de que así evito que
vuelvas a ir por mí para vengarte.

-Buen punto respondió Tom, -pero deberías considerarlo, podría enseñarte todos
mis trucos, estoy seguro de que podrías usarlos para vengarte de todas aquellas
personas que últimamente te han hecho daño ¿sabes? No me digas que no te
gustaría por lo menos verlos sufrir por lo que te hicieron.

Ella no quería escucharlo pero no negaba que las palabras del anciano le parecían
muy tentadoras, sobretodo porque había dos personas que destacaban de su lista
de las cuales no solo le gustaría verlas sufrir sino que incluso le gustaría verlas
morir y porque no, le encantaría matarlas con sus propias manos, pero no era lo
correcto y ella lo sabía.

Por desgracia, Tom se había dado cuenta que la había distraído y golpeándola
fuertemente en la cara se la quitó de encima, pero ella por puro reflejo le clavó el
cuchillo en el hombro por lo que no se podía levantar.

Como última maniobra desesperada y viendo que las cabezas de ambos estaban
sobre el filo del péndulo Tom puso su mano en una palanca que estaba sobre la
mesa y viendo a Anna fijamente con una sonrisa le dijo: -Hora de escoger primor,
vuélvete mi aprendiz y mi compañera y prometo no matarte o niégate y ambos
moriremos decapitados por el hacha gigante que hay sobre nuestras cabezas.

Anna sabía que ambos no se podían mover pues ella le había clavado el cuchillo
en el hombro y él le había puesto otro sobre su vientre, por lo que si intentaba
escapar el no dudaría en clavárselo.

-Decide querida, mi brazo se cansa y si suelto la palanca el hacha caerá antes de


que alguno de nosotros logre escapar; no te hagas la difícil amor, continuo
hablando el viejo, -amas vivir pues has luchado contra mí por ello, pero sé que te
encantaría matar a esas personas, yo te ofrezco ambas cosas solo tienes que
decir que sí.

-Pero no soy como tú maldito enfermo, le respondió ella con un grito, -no soy un
monstruo ni un asesino, y aunque me encantaría ver muertas a esas personas no
iré sobre ellas queriendo cazarlas como si de animales se tratara.

-¿Entonces morirás por ellos aunque no se lo merezcan? ¿Sacrificaras tu vida


sabiendo que tú no les importas? Porque eso harás si continúas con esa idea.

Ella lo sabía, pero se negaba a dar ese paso, por su mente pasaban imágenes de
sus desgracias recientes, de las veces que había llorado sola en su cuarto y de
como ellos se habían burlado de ella, de su dolor y su desdicha. En ese instante el
viejo soltó un alarido y soltando la palanca la miro fijamente atinando solo a decir: -
lo siento primor. En ese instante el hacha callo sobre sus cabezas.
Han pasado tres meses desde que Anna vivió aquel infierno, con ese anciano
loco; ahora nuevamente se encuentra en ese mismo lugar, pero oculta tras uno de
los pilares observando atentamente a las nuevas víctimas de ese sádico enfermo.

Desde su posición escucha perfectamente los sollozos de la chica y los gritos del
hombre que exige su liberación.

Él es hijo de un prominente empresario, ella una de las asesoras principales de


una empresa prestigiosa, él era su prometido, ella su mejor amiga, el, la violo una
noche en la que se excedió en la bebida como si fuera una prostituta barata,
desgarrando su ropa y desnudándola, forzándola y luego olvidándola en un sucio y
oscuro callejón, ella copiaba sus ideas y las presentaba como suyas robándole su
ascenso y convirtiéndose en su jefa para humillarla y después botarla con
mentiras de un trabajo en el que había trabajado muy duro por diez años, ambos
engañándola siendo amantes a sus espaldas.

En ese momento cuando el viejo sale de su escondite riendo de la forma tan


teatral que lo caracteriza, no es el quien baja el péndulo con el hacha gigante,
tampoco es el quien lleva los cuchillos y las cuñas.

En el momento en que él se acerca a las dos personas que ahora están tendidas
en la mesa, sale de su escondrijo y plantándose al otro lado de la mesa les clava
la mirada.

Los otros dos voltean a verla y cuando la reconocen ambos gritan al unísono:
¡¡Annie!! Pero ella no les dirige la mirada, pues el viejo la observa atentamente,
preguntándole con sus ojos que hará ahora.

Ella cuando al fin voltea a verlos a ellos, una sonrisa dulce y sádica se dibuja en
su cara y poniendo los instrumentos de tortura, los “juguetitos” de su maestro
sobre la mesa, le hace una sola pregunta: ¡¿comenzamos?!

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