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TEMA I (2ª PARTE)

ALGUNOS ENFOQUES EXPLICATIVOS DEL


COMPORTAMIENTO POLÍTICO.

EL ENFOQUE ECONÓMICO RACIONAL. A. DOWNS.

Uno de los motivos que ha sido expuesto para explicar la


participación política es la conducta racional y calculadora de los
seres humanos. Ese argumento, típico de la economía, supone un
actor individual que piensa, ante todo, en sus intereses. Eso es lo
que se entiende por racionalidad económica. Se basa en el
individualismo metodológico. Al propio tiempo, los individuos
actúan también calculando lo que van a hacer los demás.
Siguiendo la estela de Schumpeter, este argumento explicativo,
llamado racional, ha sido desarrollado en el comportamiento
político y electoral por Anthony Downs, a mediados de los años
50, en su Teoría económica de la democracia (1957), para
explicar la decisión de votar o no votar, cuáles son los motivos
para hacer una cosa u otra y decidir a quién votar.

Las aproximaciones económicas al estudio de la política dan


lugar a la teoría de la elección racional, según la cual el
comportamiento viene determinado por la valoración que hace el
individuo de los costes y beneficios de participar. Siendo
incompleto y habiendo sido por ello muy criticado desde su
inicial formulación, dicho argumento es claro y perfectamente
comprensible, aunque sin duda simplificador. Según el mismo,
una persona actúa racionalmente cuando minimiza los costes
necesarios para alcanzar cualquier fin deseado. O bien, trata de
maximizar los beneficios que puedan obtener mediante de un
determinado esfuerzo. Por eso, a veces, dicho cálculo ha sido
llamado maxi-min. (Máximo beneficio, mínimo esfuerzo). Según
ello, aplicado al comportamiento electoral, una persona calcula
intuitivamente hasta que punto le beneficia o perjudica que un
partido gane las elecciones y al propio tiempo calcula el coste que
tiene para el acudir a votar. Si la diferencia entre beneficio y coste
es positiva, vota en consecuencia.

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Por lo demás, tampoco está claro qué beneficios personales
materiales obtiene un elector al votar, porque, salvo para los
profesionales de la política, los beneficios derivados de la victoria
de un partido o un candidato, cuando existen, son siempre
colectivos, es decir, afectarán a todos los ciudadanos, o una parte
de ellos, con independencia de que hayan o no votado al
vencedor.
Pero otros muchos motivos del comportamiento y de la
participación política, asimismo influyentes y a menudo incluso
determinantes, están relacionados con otras cuestiones. Por
ejemplo, con aspectos de la personalidad individual, que no tiene
que ver con el tipo de racionalidad enunciado. En particular, están
relacionados con la llamada satisfacción de necesidades
psicológicas. Es decir, una persona puede acudir a votar porque o
bien cree o siente que debe de hacerlo (deber cívico) o porque
simplemente le agrada, o bien por ambas cosas.

Con frecuencia, un individuo se encuentra mejor consigo


mismo al cumplir con lo que cree que es su deber moral. En ello
radica eso que llamamos autoestima, el hecho de estar satisfecho
con la propia conducta. Tales cuestiones no son tan claras y
comprensibles como la motivación racional aludida. Según esta
última, nos parece muy aceptable que alguien quiera defender sus
intereses, personales o de grupo o clase social, mediante la
participación política.
Parece, por tanto, que racionalidad es sinónimo de auto-
interés, es decir, de egoísmo, a veces incluso llamado “egoísmo
racional”. El altruismo, no acabamos de entenderlo del todo. Nos
parece algo excepcional e incluso irracional, al igual que el
despilfarro. Hay quien tiende a creer, incluso, que toda conducta
altruista es también el resultado de algún cálculo, el que sea. Los
estudios realizados por algunos antropólogos en sociedades
primitivas del Pacífico Norte (Canadá y USA) tratan de mostrar el
sentido que el regalo o el derroche tiene en ellas (potlatch),
Potlatch es el nombre de una ceremonia practicada por los
pueblos indios de la costa del Pacífico en el noroeste de
Norteamérica, tanto en los Estados Unidos como en Canadá. La

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ceremonia era una fiesta ofrecida por un hombre o familia rica y
en donde festejaba su propia riqueza dando un gran banquete y
distribuyendo regalos a los invitados, a veces hasta el punto de la
bancarrota propia o tribal. En algunos pueblos, la preparación de
un potlatch y la acumulación de comida y presentes duraba años.
A veces desde el cálculo llamado racional (cambio de regalos por
prestigio), a veces desde otros enfoques (regulación de
excedentes). ¿Hay altruismo puro?

Por último, dado que obtener y procesar toda la información


necesaria para formular un cálculo racional resulta difícil y
costoso para la mayoría de los votantes, es preciso admitir que
gran parte de ellos se dejan guiar por “atajos informativos”, es
decir, por las ideologías y por las anteriores experiencias.
Una parte de los electores se siente más o menos identificada con
algún partido, con independencia del programa concreto
presentado por éste en una campaña determinada. Un programa
que a menudo desconocen.

Esa identificación, no obstante, es hoy menos intensa que en


el pasado, como ocurre con tantas otras lealtades, porque hoy casi
todo es más efímero y sujeto a rápidos cambios. Tampoco puede
admitirse que tal identificación sea el factor decisivo, el factor
único, para explicar las preferencias de los electores. Pero si, en
cambio, es útil tener en cuenta lo realizado anteriormente tanto o
más que lo prometido en las nuevas elecciones. Por eso suele
decirse que las elecciones las pierden los gobiernos, y no que las
gana la oposición. Según ello, un elector premia o castiga con su
voto a un gobierno saliente, lo cual es desde luego racional, pero
algo se aleja de lo que indica el enfoque que estamos tratando. Es
decir, vota a la oposición solamente cuando está insatisfecho o
decepcionado con lo que el gobierno ha hecho en la legislatura
que finaliza con la nueva elección. Aunque no espere ningún
beneficio de ese nuevo partido que gobernará a partir de ella.

El “voto de castigo”, como su propio nombre indica, tiene


un componente psicológico, pues piensa más en el deseo personal

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de castigar a un partido, que en las ventajas que el resultado de su
acción pudiera reportarle.

Según lo indicado por este enfoque, en unas elecciones poco


reñidas, de las cuales cabe anticipar el resultado, la abstención
debía generalizarse. Pero como no ocurre así, o bien la mayoría
de los votantes no efectúa un cálculo racional, o bien votan no por
dicho cálculo, sino por otros factores de otra índole.

Downs intenta enfrentarse al problema de esa falta de


racionalidad en el comportamiento electoral, señalando que, en
realidad, el coste “ir a votar” es bajo. Menciona, incluso, que
“algunos ciudadanos lo hacen por razón de entretenimiento”. La
participación política no sería, según ello, una inversión, ni
siquiera una molestia, sino puro consumo, esto es, una
satisfacción o un placer en sí mismo. Al menos, es un pequeño
gasto que está por debajo de cualquier cálculo de coste-beneficio.

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LA LÓGICA DE LA ACCIÓN COLECTIVA, MANCUR
OLSON

No obstante, en La lógica de la acción colectiva, Mancur


Olson explicaba que, dada la insignificante influencia de un voto
en el resultado final de la elección compuesto por millones de
votos, la actitud verdaderamente racional de un individuo sería no
votar. Para Olson, al igual que antes para Downs, ir a votar
implica un esfuerzo que no resulta compensado. El coste proviene
del esfuerzo de adquirir información, procesarla, decidir una
opción y desplazarse para acudir a las urnas. Pero, según Olson, el
cálculo racional individual, sobre todo en elecciones poco
disputadas, podría ser el siguiente: “vote o no vote yo, el
resultado no ha de variar”. Si un partido fuera a ganar o perder
independientemente de que ese individuo votara, pues entonces él
actuaría racionalmente no votando. Es decir, si el resultado no
depende de mi voto, ¿para qué hacer el esfuerzo de votar? Con lo
cual podemos suponer que la participación será mayor cuanto más
indeterminado previamente sea el resultado, es decir, cuanto más
reñidas sean las elecciones. A veces, en efecto, ocurre así como
podemos apreciarlo observando los resultados electorales
españoles. Pero tampoco podemos afirmar que ocurra siempre.
Porque, además de lo indicado, el elector puede también
pensar del siguiente modo: si gana el partido cuyas políticas
pueden beneficiarme, yo obtendré dicho beneficio le haya o no
votado. Además de lo indicado, cabe añadir lo siguiente. Por más
que el programa de un partido pudiera beneficiarle, un elector
racional no debería votarle si ese partido tiene muy pocas
probabilidades de resultar elegido. Es decir, nos encontramos ante
lo que suele llamarse “voto útil”, que visto así sería un voto
racional. Tampoco sería racional votar a un partido del cual se
sospecha que no cumplirá sus promesas en caso de resultar
elegido.

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TEORÍAS DERIVADAS DEL INDIVIDUALISMO
METODOLÓGICO “EL DILEMA DEL PRISIONERO”, “LA
TRAGEDIA DE LOS COMUNES”, O EL “FREE RIDER”

Una serie de paradojas propias del individualismo


metodológico como “el dilema del prisionero”, “la tragedia de los
comunes”, o el “free rider”, tratan de mostrar como el
comportamiento racional individual, que busca maximizar las
utilidades, puede conducir a un perjuicio mutuo o común. La
“teoría de juegos” ha sido aplicada a la ciencia política para
explicar las ventajas y desventajas de la cooperación. Tampoco
resulta concluyente. Sin duda, la introducción de beneficios
selectivos y no sólo colectivos puede contribuir a la cooperación.

Participar en política puede proporcionar satisfacciones


inmateriales, no cuantificables, al igual que ocurre con otros
esfuerzos y costes que de otro modo no podrían ser
comprendidos. En el ejercicio deportivo, por ejemplo, o en la
satisfacción del trabajo bien hecho (que no es retribuido mejor
que el hecho rutinariamente), algunos individuos obtienen un
placer que no alcanzan a comprender otras personas. La
neurobiología dice que unas glándulas producen endorfinas
creadoras de euforia. Esa es la gratificación. Con lo cual podemos
admitir que la participación, al igual que otras actividades
humanas, no siempre es un medio para obtener un beneficio
material, sino un fin satisfactorio en sí mismo, es decir, una
experiencia placentera. No es por tanto instrumental, sino
finalista, es decir, tiene un valor en sí misma.

La supuesta racionalidad del comportamiento político, como


parte del comportamiento humano, no siempre se corresponde
con los resultados obtenidos en las investigaciones y como hemos
visto en las últimas elecciones en EEUU y en otras
participaciones electorales, el comportamiento político es
variable, cambia y no obedece a teorías inamovibles dependerá

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siempre de los diferentes contextos. No obstante, algo ayuda a
comprender las motivaciones de los electores.

1. EL DILEMA DEL PRISIONERO 


Teoría de juegos de Nash.


La teoría de juegos es una rama de la economía que estudia las


decisiones en las que para que un individuo tenga éxito tiene que
tener en cuenta las decisiones tomadas por el resto de los agentes
que intervienen en la situación. 
En teoría de juegos no tenemos
que preguntarnos qué vamos a hacer, tenemos que preguntarnos
qué vamos a hacer teniendo en cuenta lo que pensamos que harán
los demás, ellos actuarán pensando según crean que van a ser
nuestras actuaciones. 
Además, la teoría de los juegos se aplica
en situaciones de interdependencia y de conflicto. Y también
destacar que la teoría de juegos trata de juegos de suma variable
porque el resultado total depende de la estrategia de los jugadores.

Y el juego de suma variable más conocido es el dilema del
prisionero. 


El dilema del prisionero 
El dilema del prisionero es un


problema fundamental de la teoría de juegos que muestra que dos
personas pueden no cooperar incluso si ello va en contra del
interés de ambas. Fue desarrollado originariamente por Merrill M.
Flood y Melvin Dresher mientras trabajaban en RAND en 1950.
Albert W. Tucker formalizó el juego con la frase sobre las
recompensas penitenciarias y le dio el nombre del "dilema del
prisionero”. 
Este dilema que desarrolló Tucker sería el
siguiente: 
Dos delincuentes son detenidos y encerrados en
celdas de aislamiento de forma que no pueden comunicarse entre

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ellos. El alguacil sospecha que han participado en el robo del
banco, delito cuya pena es diez años de cárcel, pero no tiene
pruebas. Sólo tiene pruebas y puede culparles de un delito menor,
tenencia ilícita de armas, cuyo castigo es de dos años de cárcel.
Promete a cada uno de ellos que reducirá su condena a la mitad si
proporciona las pruebas para culpar al otro del robo del banco.
La conclusión que explica este ejercicio, es que el
pensamiento lógico por separado de cada prisionero hace que al
final cada uno tome por separado la decisión que es mejor para él
individualmente y no la que sería la mejor decisión para el bien
común.
Si nos ponemos en la piel de uno de los dos prisioneros, sabemos
que nuestra mejor decisión será la de delatar al otro en cualquier
caso, pues así siempre minimizaremos nuestra condena,
independientemente de lo que el otro haga. Y dado que el otro
prisionero es igual de inteligente y razonará de la misma manera,
lo que al final ocurrirá es que ambos acabarán pasando 5 años
entre rejas (-5, -5), mientras que si hubieran cooperado hubieran
sido condenados sólo 2 (-2, -2).
La situación alcanzada finalmente es un "equilibrio de Nash":
situación en la que cada jugador individual no gana nada
modificando su estrategia mientras que los otros mantengan las
suyas. En este caso concreto, ambas partes no pueden cambiar su
decisión individual sin empeorar (si uno de los presos decidiera
no delatar al otro, su situación sería aún peor, pues le caerían más
años de condena, mientras que el otro preso siga teniendo
incentivos a delatar). De esta forma, cada jugador ejecuta el mejor
movimiento que pueda dados los movimientos de los demás
jugadores.

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2. LA TRAGEDIA DE LOS COMUNES por Garret Hardin en
1968

“…lo que es común para la mayoría es de hecho objeto del menor cuidado.

Todo mundo piensa principalmente en sí mismo, raras veces en el interés común”.

Aristóteles

La Tragedia de los comunes es un dilema escrito por Garret


Hardin en 1968 para la revista Science que representó un hito para
el estudio y la búsqueda de soluciones de la degradación y
destrucción de la naturaleza en nuestro planeta. Hardin se centra
en dar respuesta al dilema del uso óptimo de los bienes públicos
(en este caso de los recursos naturales) bajo condiciones como la
indefinición de derechos de propiedad, la gratuidad y libre
explotación de los bienes.

La Tragedia de los comunes parte de la premisa de que si los


individuos buscan maximizar su beneficio de forma individual
usarán constantemente ciertos bienes o recursos naturales
(pastizales, ríos, bosques, etc.) hasta que estos se agoten. Este
comportamiento no considera el bienestar colectivo y menos la
conservación del ambiente en el largo plazo.

Existen tres principales propuestas de análisis surgidas a partir del


planteamiento original de Hardin:

1) La ortodoxia económica supone que todos los individuos son


agentes económicos y se encuentran en constante competencia y,
como tal, responderán de forma automática a la dinámica del
mercado, que es en última instancia el ente regulador de sus
actividades y comportamiento. Dicho de otra forma, la actuación

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ineficiente e insustentable de su desenvolvimiento en términos
productivos puede propiciar su salida del mercado y más aún su
desaparición. Por ello es que mientras hagan un uso eficiente de
sus bienes esto les permitirá subsistir.

2) Contrario a la visión de privatizar los bienes públicos es que el


Estado tendría que ser el encargado de regular la explotación y
recuperación de los recursos naturales y sancionar a quien haga
uso irracional de estos. Esto implica la creación de instituciones y
normas precisas que no necesariamente estarían reguladas por el
mercado.

3) Una corriente heterodoxa representada por Elinor Ostrom


premio nobel de Economía en el año 2009, quien a través de su
obra “El gobierno de los bienes comunes: la evolución de las
instituciones de acción colectiva” (1990) evidencia que dentro de
ciertos grupos sociales es posible que exista la cooperación y
responsabilidad colectiva sobre la explotación de los recursos
naturales. Grupos que han desarrollado mecanismos e
instituciones que no responden a la lógica privatizadora y del
Estado. Desde 1960 Ostrom dedicó su quehacer académico a
analizar y presentar casos de estudio de productores rurales e
indígenas en diversas latitudes del mundo con estrategias
apegadas a su contexto histórico y que han resultado exitosas
tanto para su reproducción social y económica como para
salvaguardar el ambiente. También señala que pueden
presentarse fallos y fracasos en estas organizaciones sin embargo,
suelen presentarse cuando hay una injerencia externa a ellas.

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LA TRAGEDIA DE LOS COMUNES: LÍMITES DE SU
APLICACIÓN

En materia estrictamente ambiental, se han creado


estrategias para conformar mercados ambientales y propiciar que,
adjudicatarios o comuneros entren a la lógica del emprendimiento
y que la sociedad en su conjunto asuma una responsabilidad
racional del uso de los bienes comunes ambientales (por ejemplo
el uso del agua en área urbanas). A partir de entonces se han
registrado resultados asimétricos ya que por un lado existe una
mayor restricción a la degradación del ambiente en ciertas
regiones del planeta, mientras que en lo general la devastación
ambiental da signos de no desacelerarse.

¿En qué radica la ineficacia de las metodologías y los


instrumentos que se ha construido para efecto de lograr niveles
óptimos de conservación ambiental? Algunas razones:

1. Los individuos en lo rural y lo urbano tienen un


comportamiento heterogéneo y por ende no actúan
motivados por el mismo tipo de objetivos, en este caso el de
la rentabilidad. Los actores rurales son agentes
económicos sui generis que difícilmente aceptan ceñirse a la
lógica empresarial. Sus usos y costumbres suelen
anteponerse a la dinámica del mercado ya que no generan
excedentes supeditados a esa lógica sino a sus esquemas de
reproducción social y colectiva.

2. Por sus características físicas no todos los servicios


ambientales pueden ser susceptibles de incorporarse a un
mercado ambiental. Esto se debe a que no pueden
cuantificarse para determinar su stock ni su posible precio.

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Estamos hablando principalmente del clima, de la
biodiversidad, de la estabilidad del suelo, etcétera.

3. Algunas empresas suelen ejercer presión a los gobiernos


nacionales y locales para evadir reglamentaciones urbanas,
agrícolas y ambientales o bien, modificar a nivel
constitucional ciertos puntos para que se les permita la
explotación de recursos en sectores estratégicos (petróleo,
minas, bosques, ecosistemas de playa y manglar, etc.).
Además de que se les subvenciona o exenta con tasas
fiscales preferenciales.

4. Los individuos con alto poder adquisitivo tienen mayores


posibilidades de cubrir sanciones económicas sin que ello
necesariamente modifique su conducta irracional sobre los
recursos naturales.

5. La corrupción en varios países es un factor determinante


para que a pesar de que exista la definición de derechos y
normatividades prevalezca la degradación de espacios y
bienes comunes.

6. Es importante considerar la escala micro y macro, la


local, regional, nacional y supranacional ya que intervienen
distintos factores y determinantes geopolíticos que limitan la
aplicación de proyectos para salvaguardar el ambiente. El
propio planeta y todos sus componentes son un bien común
y no todos los países asumen que deben actuar por el bien
colectivo mundial al aplicar acciones concretas para
proteger la atmosfera o evitar la deforestación masiva donde
hay especies endémicas y por su aporte en la generación de
oxígeno.

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La Tragedia de los comunes ha inspirado el desarrollo de
diferentes tipos de políticas ambientales en el mundo, como el
pago por servicios ambientales, pero es necesario complementar
estas acciones con otras propuestas de carácter legal y normativo
no solo de corte económico. Es necesario tener claras las
condiciones estructurales del ámbito urbano y rural así como los
fallos institucionales para alcanzar resultados positivos en la
administración de los bienes comunes.

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3. LA TEORÍA DEL FREE RIDER

El Free Rider o teoría del polizón, o del consumidor


parásito.

Un fenómeno que está dentro de la teoría de acción y


elección racional es la expresión inglesa Free rider utilizada en
economía para referirse a los consumidores de bienes o servicios
públicos indivisibles, en los que al no poder aplicarse el principio
de exclusión no revelan sus preferencias por el bien para no tener
que pagar el precio o tasa correspondiente porque saben que si
otros lo obtienen ellos también lo obtendrán gratuitamente.
Partiendo de la base de que los individuos buscan conseguir lo
máximo de un bien que les proporcione beneficio e intenta reducir
en la medida de lo posible aquel bien, que por el contrario, le
provoque costes o riesgos podemos catalogar al individuo en la
política como un actor racional, egoísta y que busca la línea de
actuación o elección que mayor beneficio le vaya a proporcionar.
Se utiliza esta teoría como forma de explicar la existencia de
los impuestos, además de la sobreocupación de actuación del
Estado en los ámbitos públicos. Supongamos que en una calle
residencial, un propietario posee cuatro de las cinco casas del
terreno. A la hora de efectuar el pago correspondiente por bienes
públicos, tales como, los mantenimientos de aceras y/o carreteras,
o el alumbrado, realizan el mismo pago que el poseedor de una

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casa. Disfruta del mismo servicio que el otro individuo de forma
duplicada.

Otro de los ejemplos clásicos que identifica esta teoría es


que un individuo posee dos campos de cultivos, y otro individuo
posee un terreno entre ambos campos, dónde quiere realizar
apicultura. El agricultor, gracias a la polinización que harían las
abejas sobre las plantas, podría conseguir una mayor producción
sin haber pagado por ese bien externo. Es ahí donde entra el
problema del free rider, ya que se estaría apropiando de un bien
mayor sin haber pagado una correspondencia equitativa por él.

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OTRAS TEORIAS DE LA ACCIÓN COLECTIVA

TARROW, Sidney. El poder en movimiento. Movimientos


sociales, acción colectiva y política. Madrid: Alianza, 1997

Frente a las explicaciones centradas en la sociedad civil para dar


cuenta de las acciones gubernamentales y la actividad política en
general —rasgo compartido por los paradigmas estructural-
funcionalista, pluralista e incluso marxista en alguna de sus
versiones—, en el curso de las últimas décadas las ciencias
sociales han asistido a una avalancha de estudios aglutinados en
torno al proyecto de «recuperar el Estado» como actor autónomo
capaz de configurar e influir en los procesos sociales.

En el campo de estudio de los movimientos sociales, el


proyecto de recuperación del Estado como variable explicativa
del acontecer social ha cristalizado en el denominado «enfoque
del proceso político».

La intuición fundamental de dicho enfoque es que la


configuración organizativa y las pautas de actividad del Estado
afectan a la formación, organización y éxito eventual de las
organizaciones de un movimiento social y, por extensión, a los
movimientos sociales en su heterogéneo conjunto. En el curso de
los últimos años, son cada vez más los estudiosos que se
aproximan a la acción colectiva desde este punto de partida. Fruto
de ello es que ahora disponemos de un amplio abanico de
pormenorizados estudios acerca de movimientos como el urbano,
el ecologista, el de los derechos civiles, de la minoría
afroamericana, el pacifista y antimilitarista, el feminista o el
antinuclear.

Uno de los autores que más se ha destacado en investigar el


contexto político en el que se desenvuelven los movimientos
sociales ha sido el politólogo norteamericano Sidney Tarrow. En
la obra El poder en movimiento, Tarrow culmina una dilatada
trayectoria profesional dedicada al estudio de los movimientos
sociales y la acción colectiva caracterizada por fijar su atención,

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no en factores culturales e identitarios (el énfasis preferido por los
estudiosos europeos, como Touraine y Melucci), ni tampoco en la
disponibilidad y gestión de recursos para la acción (subrayado
característico del enfoque organizativo de la teoría de la
movilización de recursos, representada por Zald y McCarthy),
sino en factores de naturaleza política en cuanto principales
factores precipintantes de la acción colectiva.

Cuatro son, por consiguiente, las propiedades de los movimientos


sociales:

1. Un desafío colectivo,
2. Objetivos comunes,
3. Solidaridad mutua
4. e Interacción sostenida con oponentes. En dicha interacción
sostenida entre pares de actores (movi- mientos, por un lado,
y destinatarios —políticos— de las demandas, por otro lado)
tiene un papel clave lo que desde el enfoque del proceso
político se denomina la «estructura de oportunidad política».

LA ESTRUCTURA DE OPORTUNIDAD POLÍTICA (EOP)

La EOP hace referencia a «las dimensiones congruentes —


aunque no necesariamente formales o permanentes— del entorno
político que ofrecen incentivos para que la gente participe en
acciones colectivas al afectar a sus expectativas de éxito o
fracaso» (p. 155). Es decir, que frente a otras aproximaciones para
el estudio de los movimientos socia- les que intentan responder al
«cómo» (caso del enfoque organizativo de la teoría de la
movilización de recursos) o al «porqué» de la acción colectiva
(caso del enfoque de los «nuevos» movimientos sociales), el
enfoque del proceso político, sirviéndose del concepto de EOP,
aborda la cuestión del «cuándo».

Así, afirma Tarrow operacionalizando el concepto de EOP,


cuando las posibilidades de participación en la vida política se
incrementan (sobre todo con ocasión de la celebración de
elecciones), cuando se producen cambios en las coaliciones de
gobierno, cuando hay disponibles aliados en la estructura

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institucional del Estado (en especial partidos políticos) dispuestos
a servir de vehículo de las reivindicaciones de la sociedad civil o
cuando emergen conflictos entre las élites políticas, entonces se
puede afirmar que los movimientos disfrutan de una coyuntura
favorable para emprender la acción colectiva en pos de sus
reivindicaciones. Cualquier agregación de estos factores no sólo
favorece sino que también multiplica las posibilidades de que un
movimiento social recurra a la acción colectiva para ver
incorporadas sus demandas en el proceso político.

En cualquier caso debemos añadir el poder de la comunicación


digital que facilita la participación política y ciudadana por medio
de la instantaneidad del mensaje y la comunicación en RED.
(Castells, Comunicación y poder, Jeremy Rifkin, La civilización
empática, Inglehardt La encuesta mundial de valores. (VWS)

La acción colectiva ha sido siempre un campo lleno de


interrogantes, sobre todo porque se construye mediante
agregación de decisiones individuales aisladas, con lo cual se
pierde la interacción entre dichos individuos. Pero tanto la
realidad social y política, como incluso la económica, no son
netamente individuales sino sociales, es decir, no hay conductas
aisladas. Con lo cual pasar de lo individual a lo colectivo
mediante una sencilla suma no parece una metodología adecuada.
Lo que ocurre es que no hay otra que pueda cuantificarse. ¿Cómo
podemos medir la interacción?

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EL ENFOQUE CONDUCTISTA

El conductismo revoluciona la ciencia política a mediados


de siglo XX con el intento de responder a una pregunta
aparentemente sencilla: ¿Por qué la gente se comporta como lo
hace?

EL COMPORTAMIENTO POLÍTICO ESTÁ


CONSTITUIDO POR LAS ACCIONES E INTERACCIONES
DE INDIVIDUOS Y GRUPOS IMPLICADOS EN EL
PROCESO DE GOBIERNO.

En los estudios políticos, el enfoque conductista debe su


nombre al análisis de la conducta iniciada por la psicología desde
los años 20 (Watson) y reafirmada años después por B. F.
Skinner, un psicólogo experimental muy popular en los EEUU
hacia mediados del siglo XX, entre otras cosas por sus
experimentos con palomas. Su tesis de que la existencia de
regularidades en la relación estímulo-respuesta en el
comportamiento animal, esto, es, la existencia de los reflejos
condicionados del legado de Paulov y sus experimentos con
ratones, podía ser ampliada a los seres humanos. Mediante esos
reflejos condicionados cabe formular predicciones sobre la
conducta. Y si la conducta humana es predecible, lo que importa
es averiguar las causas de la misma, esto es, averiguar los
estímulos que provocan una respuesta. Para ello se parte de una
discutible hipótesis consistente en admitir que existe una relación
constante estímulo-respuesta. Si fuera así, lo cual a menudo no es
cierto, incluso la conducta podía ser condicionada, al igual que
hacía Paulov en sus experimentos. Algo de ello puede haber, pero
no conviene ser dogmáticos o simplificadores.

En la ciencia política, el conductismo, esto es, el estudio de


la conducta política, comenzó a ser un enfoque destacado después
de la segunda guerra mundial y llegó a ser la corriente
metodológica mayoritaria en los EEUU, hasta tal punto que
todavía hoy es frecuente citar la “revolución conductista” que
había tenido lugar en la disciplina en dicha época. Aspiraba a que

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los estudios políticos fueran más exigentes y científicos. Menos
institucionales y más reales. Menos valorativos y más
descriptivos. Menos normativos (que traten de lo que “debe ser”)
y más positivos (que traten de lo que “es”).

Aquellos profesores, insatisfechos con su trabajo académico,


que por su carácter abstracto o descriptivo apenas obtenía
consideración social y laboral fuera de la Universidad, desde la
Universidad de Chicago, sobre todo, una serie de estudiosos como
Charles Merriam, V. O. Key, o Harold Lasswell, entre otros
muchos analistas, desarrollaron está corriente conductista,
contando para ello con numerosos fondos para la realización de
encuestas, la investigación empírica, la metodología a emplear y
el tratamiento estadístico de los numerosos datos obtenidos. La
aparición de los primeros ordenadores facilitó ese trabajo
estadístico. Las técnicas de encuesta fueron depuradas y la
aportación de nuevos datos y relaciones entre ellos parecía
mostrar un nuevo camino.

Para Sartori, el conductismo significó la transición entre la


fase precientífica y otra científica en los estudios políticos.
Durante más de 20 años, esta corriente tuvo influencia
predominante en algunos países, sobre todo en USA y su área de
influencia. Varios profesores adscritos a esta corriente presidieron
la APSA, imprimiendo dicho sesgo a la influyente Revista que
publica dicha asociación, por entonces la más prestigiosa de esta
área de conocimiento. Sin ser conductista, llegó a ser muy difícil
publicar en ella.

Los conductistas militantes eran arrogantes y desdeñosos


con quienes no seguían este enfoque. Aunque el conductismo
pronto recibió agudas críticas desde otros enfoques, éstas fueron
desdeñadas por anticuadas y antimodernas. Años después, porque
tenían fundamento, comenzaron a calar y desde los años setenta,
bastante afectada por las críticas de conservadurismo, banalidad e
insuficiencia científica, el conductismo es una corriente más, en
España todavía muy influyente, no sólo en los estudios
electorales. ¿En qué consistió dicha “revolución”? ¿Cuáles son

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los postulados del conductismo? ¿Cuál es su aplicación al estudio
del comportamiento político? ¿Cuáles fueron sus logros?

La llamada “revolución conductista”, si bien no fue un


movimiento homogéneo, afectó a los estudios y análisis
tradicionales de ciencia política en numerosos aspectos. Ante
todo, en proporcionales y al tiempo exigirles, unas características,
tomadas del positivismo de Comte, que permitieran hablar de
verdadera ciencia. Sin duda era una aspiración muy optimista, por
no decir bastante pretenciosa e incluso algo soberbia.

El fundamento de este enfoque estaba construido con los


siguientes postulados, una especie de 8 mandamientos
conductistas:

-Búsqueda de regularidades
-Verificación de resultados
-Cuantificación
-Técnicas de investigación
-Distinción entre hechos y valores
-Investigación sistemática
-Preocupación por la ciencia pura
-Atención a otras ciencias sociales

Hasta finales de los años sesenta, según indica Almond, la


insistencia en tres postulados (tomados de las ciencias exactas)
estaba muy generalizada. El primero era que el objetivo de la
ciencia consiste en descubrir regularidades y con ellas formular
leyes que expliquen los procesos sociales y políticos. El segundo
era que la explicación científica ha de contemplar los
acontecimientos particulares dentro de “leyes generales”. El
tercero sostiene como indispensable la búsqueda de la causalidad
en el comportamiento político. La obsesión por delimitar
variables independientes y dependientes, causas y efectos,
condujo a no pocos abusos.

Después de los años setenta, admitidas algunas de las


críticas citadas, comienza a hablarse de post-conductismo. Así lo

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hizo Easton en su famosa alocución como presidente de la APSA
y luego en un artículo siempre citado. Ese post-conductismo,
según Easton, reúne las siguientes características: el contenido
prevalece sobre la técnica, no quieren caer en el conservadurismo
empirista del primer conductismo, ni perder contacto con la
realidad, admiten que pueden y deben investigar sobre valores,
creen que los intelectuales tienen una responsabilidad social y
política, y por último que la politización de la profesión es algo
tan inevitable como deseable.

El conductismo, ante todo, está definido por su metodología.


Se centra en los individuos y en su conducta, en lugar de hacerlo
en las instituciones o las normas. Eso constituyó un nuevo y
atractivo marco analítico en ciencia política. Considera que toda
hipótesis ha de ser construida mediante la observación sistemática
de la realidad y que ha de validarse a refutarse de nuevo a través
de otras observaciones posteriores. Pero como sabemos que no
todo es observable, pues resulta que lo no observable es como si
no existiera. ¿Acaso no existe la cara oculta de la luna, aunque no
podamos verla?
Por lo demás, para el conductismo los juicios de valor
carecen de consistencia científica. El conductismo afirma que se
preocupa, ante todo, de lo que la política “es” (según su enfoque),
y no de lo que “debiera ser”. Es decir, considera erróneos los
juicios críticos sobre hechos políticos, limitándose a la
descripción, supuestamente neutral de los mismos. Pero ya
sabemos que esa supuesta neutralidad científica suele ser
aceptación acrítica del modelo analizado.

El conductismo sostiene la necesidad de proceder al análisis


sistemático de los datos obtenidos y a la elaboración de leyes
mediante el descubrimiento de regularidades y correlaciones en
dicho análisis. El procedimiento de encuesta y sus preguntas cada
vez más depuradas, para la recogida de datos, y el tratamiento
estadístico de los mismos, cruzando las respuestas, forman parte
esencial de las técnicas habituales de los conductistas.

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No obstante, a un numeroso sector del público, y a los
medios de comunicación, en particular, continúa atrayéndole
mucho la posibilidad de publicar resultados de encuestas que
creen anticipar lo que ha de ocurrir. En realidad, los errores y
fracasos de dichas encuestas, han sido tantos o más que los
aciertos. Anticipar el futuro, “Ver para preveer”, era el lema del
positivismo.
Pero esta pretensión, no sólo en el comportamiento político,
no es nada fácil, salvo en aspectos muy obvios. Fenómenos tan
significativos como, por ejemplo, el golpe de los capitanes en
Portugal en 1974, la revolución en Irán, la caída de los regímenes
socialistas o los recientes levantamientos de 2011 Egipto, Túnez o
Libia, La primavera árabe, no fueron previstos por ningún
analista político, conductista o no, por ningún instituto de
investigación, pese a los numerosos estudios realizados. Todo ello
revela la insuficiencia de una disciplina que pretende ser
científica.

El conductismo adopta los postulados del positivismo


lógico. Considera que cualquier explicación debe basarse en una
comprobación empírica fundamentada en la observación de lo que
sucede.
Según el positivismo hay dos tipos de enunciados útiles: las
definiciones (que se asumen como ciertas) y las hipótesis (cuya
validez puede contrastarse a través de la observación). Los demás
enunciados como los juicios de valor, carecen de valor.

El conductismo se centra por lo tanto en el análisis del


comportamiento observable a partir de un marco metodológico
muy definido. Hoy se sabe algo más del comportamiento político
que en el pasado. Aunque parte de ese conocimiento es poco
relevante, pues a veces se limita a lo fácilmente observable, y sin
duda exige ser desmitificado, sobre todo en lo que respecta a su
pretendida objetividad, tampoco es para despreciar
completamente sus aportaciones. Es cierto que apenas permite
construir una teoría general. Lo que ocurre es que no se ha
inventado todavía un procedimiento mejor y más barato que una

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encuesta. Pero también parece que este sistema tiene sus días
contados con la llegada de la democracia Digital y los big data.
Nuestra Huella digital deja información y las empresas digitales
ya están clasificándola.

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