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POLÍTICAS MACROECONÓMICAS

EN ECONOMÍAS ABIERTAS

Parte I

Mario Damill1

CEDES
Buenos Aires, agosto de 2004, revisado en octubre de 2008.

1
Agradezco la colaboración y los comentarios de Laura Goldberg, Martín Rapetti, Eleonora Tubio,
Martín Fiszbein, Federico Pastrana, Emiliano Libman y Mara Pedrazzoli, así como los recibidos de
muchos estudiantes de los cursos de Macroeconomía I de la UBA.
INDICE

Capítulo 1. Introducción........................................................................................................................................ 2
Capítulo 2. Una economía abierta pero financieramente aislada: desde los acuerdos de Bretton Woods hasta
mediados de los años setenta................................................................................................................................. 8
Determinación del producto: el equilibrio interno o de "ingreso-gasto"...................................................... 8
El tipo de cambio ................................................................................................................................... 10
El tipo de cambio y las cuentas nacionales ............................................................................................ 15
La determinación del nivel del producto................................................................................................ 18
Determinación del equilibrio interno ..................................................................................................... 26
La solución analítica .............................................................................................................................. 29
La política fiscal..................................................................................................................................... 31
El equilibrio externo .................................................................................................................................. 31
Conflicto entre equilibrio interno y externo y política económica............................................................. 34
El ajuste del balance de pagos ................................................................................................................... 36
Tipo de cambio, regímenes cambiarios, devaluación ................................................................................ 37
Algunas digresiones ............................................................................................................................... 41
El régimen de tipo de cambio fijo e intervención cambiaria.................................................................. 46
Otros regímenes cambiarios................................................................................................................... 50
Los efectos de una devaluación ............................................................................................................. 51
El efecto de la devaluación sobre la demanda agregada ........................................................................ 53
Los programas de ajuste tradicional del Fondo Monetario Internacional .................................................. 57
La dinámica de marchas y contramarchas (o "stop-go")........................................................................ 58
Los estructuralistas y el ajuste del balance de pagos en el largo plazo ...................................................... 66
2

POLÍTICAS MACROECONÓMICAS
EN ECONOMÍAS ABIERTAS

Capítulo 1. Introducción.

¿Por qué hablamos, para comenzar, de políticas macroeconómicas en economías


abiertas? La calificación suena innecesaria ya que, en sentido estricto, ninguna
economía de la que tengamos noticia es cerrada: bienes, capitales y personas cruzan
las fronteras nacionales y, fuera de algunos períodos excepcionales, han tendido a
hacerlo con intensidad creciente, en especial durante los últimos siglos. La única
excepción es el planeta en su conjunto, al que sí podemos considerar como un sistema
económico cerrado. Esto significa que quienes participan en él no realizan
transacciones de importancia con residentes en el exterior, por ahora!
Sin embargo, las políticas económicas están aún muy condicionadas por las
fronteras políticas, puesto que si bien se aplican sobre sistemas relativamente abiertos,
se definen en gran medida en instituciones de carácter nacional.
Durante mucho tiempo, prácticamente desde la gran depresión de los años treinta,
cuando se origina la macroeconomía como campo específico dentro de la disciplina,
hasta los años sesenta, buena parte de la discusión relativa a las políticas
macroeconómicas se hacía razonando acerca del comportamiento de un sistema
cerrado. Esto se debía en parte a que tanto el comercio mundial cuanto los flujos
internacionales de capitales colapsaron con aquel ya lejano episodio traumático, y su
restablecimiento fue relativamente lento. En economías de gran tamaño, en especial en
los Estados Unidos (que se convertiría en el centro de mayor influencia en la
generación de ideas y políticas en macroeconomía, y el origen de casi todos los
manuales de gran difusión sobre estos temas), las transacciones internacionales (sobre
todo los movimientos de capitales) pasaron a tener un papel menor en la determinación
del crecimiento, el empleo y la inflación, y eso no podía sino reflejarse también en los
textos de macroeconomía.
Desde fines de los años cincuenta ese panorama cambió, y con la intensificación de
los intercambios (y de los movimientos de capitales en particular) entre distintas
economías, se hizo imprescindible repensar el diseño y los efectos de las políticas
macroeconómicas, puesto que éstos no son generalmente iguales en una economía
abierta que en una relativamente cerrada. Por otra parte, los grados de apertura de
3

distintas economías son también disímiles, y el de una misma economía varía según
qué aspecto se examine: la circulación de bienes, de capitales o de trabajo, por
ejemplo. Estas diferencias tienen consecuencias relevantes y se modifican a lo largo del
tiempo.
La gran mayoría de los países participa actualmente en una densa y creciente red
mundial de intercambios, aunque algunas áreas geográficas se han mantenido
relativamente aisladas de los flujos internacionales de comercio y de capitales, como
sucede aún con algunas regiones del África, por ejemplo. La población del globo se
vincula así a través de múltiples canales económicos. Muchos problemas como los
asociados con el endeudamiento externo, el “riesgo país”, las relaciones con el Fondo
Monetario Internacional, la competitividad y las fluctuaciones en los movimientos de
capitales financieros entre naciones son materia de preocupación cotidiana de todos
nosotros y ocupan buena parte del espacio en los medios de prensa. Durante un viaje
en taxi el conductor nos habla con inquietud acerca de lo que sucede con el tipo de
cambio en un país vecino o, a veces, en otro muy lejano; o quizás del precio de la soja
en los mercados internacionales, o del precio de algún otro producto importante en
nuestra pauta de exportaciones. Sabemos que esos asuntos pueden ser relevantes
para nuestro bienestar y para el de toda la población. En ocasiones, muy relevantes.
Volvemos a nuestra pregunta inicial: ¿Por qué destacar entonces que se va a tratar
aquí de economías abiertas? Lo hacemos para tener bien presente, desde el inicio, un
aspecto muy importante de la interdependencia de las sociedades humanas: en el
mundo que fue tomando cuerpo en el último tercio del siglo XX, la eficacia y la viabilidad
de las políticas macroeconómicas nacionales dependen palpablemente del impacto que
ellas puedan tener sobre los intercambios que tienen lugar entre el espacio económico
interno y el externo. En otras palabras, los efectos internos de las políticas están
condicionados hoy en día, más que en el pasado, por sus propias consecuencias sobre
las relaciones entre la economía nacional que las lleva adelante y su contexto externo,
sus socios comerciales, el mundo en general.
Todos hemos oído o leído muchas veces referencias al hecho de que las economías
se han tornado, con el tiempo, más interdependientes. Así lo revelan las tendencias a la
expansión de los flujos comerciales, de los movimientos financieros y de las inversiones
directas a través de las fronteras nacionales. Estas transformaciones han sido y son
impulsadas por importantes cambios institucionales y tecnológicos. Entre los de
naturaleza institucional se incluyen, por ejemplo, los acuerdos internacionales de
comercio y los procesos de liberalización de las relaciones financieras (tanto internas
cuanto con el exterior) en un grupo creciente de países.
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Esta liberalización, que ha sido muy intensa desde comienzos de los años setenta,
entraña la supresión de regulaciones preexistentes (a las tasas de interés, por ejemplo)
y la eliminación de restricciones y controles a las transacciones comerciales y a los
movimientos de capital.
Los cambios tecnológicos comprenden extraordinarios avances en materia de
comunicaciones y transportes, que redujeron fuertemente los costos en esos ámbitos
de actividad y acortaron distancias. Entre otros muchos aspectos, cuentan también los
importantes progresos de la tecnología de procesamiento de la información.
Por estas razones, entre otras, en el mundo de hoy es imposible pensar en el diseño
y el impacto de las políticas económicas nacionales sin tomar cuidadosamente en
cuenta sus condicionantes externos y sus efectos sobre las relaciones económicas
internacionales de los países.
En notas anteriores nos hemos referido a aspectos del funcionamiento de una
economía cerrada. Ahora debemos ampliar el conjunto de aspectos a considerar en la
escena macroeconómica de la que pretendemos ocuparnos, incluyendo distintos
elementos que aparecen al tratar de las transacciones con el exterior.
La perspectiva que estamos planteando nos lleva, en resumen, a examinar el amplio
campo de las políticas macroeconómicas nacionales tomando especial cuidado de
entenderlas en sus múltiples interacciones con el resto del mundo. Ese es uno de los
ejes en torno a los que se estructurarán los desarrollos analíticos que plantearemos en
este capítulo y en los siguientes.
Un segundo eje será éste: nos preocuparemos por vincular la presentación de los
instrumentos y recursos analíticos con el examen de algunos problemas concretos y
relevantes de política económica del presente, y también de etapas históricas
precedentes. Lo hacemos así porque entendemos que el estudio de la historia
económica y de las instituciones es esencial para una mejor comprensión de las
circunstancias en las que nos desenvolvemos hoy. Sin embargo, como nuestro tema
aquí no es la historia sino la macroeconomía y las políticas macroeconómicas,
seguiremos este camino de conexión entre la historia y la teoría de un modo muy
“estilizado” y sólo hasta donde nos sea útil para ilustrar la pertinencia y relevancia de las
herramientas de análisis macroeconómico. El estudiante interesado en la historia (y
tratándose de estudiantes de economía, sería bueno que se tratara de todos ellos…)
encontrará seguramente útil, al abordar ese campo, contar con elementos analíticos
provenientes de la teoría económica, que, esperamos, ayudarán a comprender los
fenómenos. John Hicks, que entre otros numerosos aportes fue uno de los fundadores
5

de la macroeconomía, dice en la Introducción a su libro “Valor y capital”, en relación con


el vínculo entre el análisis económico, la historia y las instituciones:

“Es ésta una obra de economía teórica, considerada como el análisis lógico de
un sistema económico donde rige la iniciativa privada y en donde no se hace
referencia alguna a controles institucionales. Creo que esta limitación es muy
censurable, pues considero que el análisis lógico puro del capitalismo es una
labor por sí misma, mientras que el examen de las instituciones económicas se
realiza mejor por otros métodos, tales como los que emplean los historiadores de
la economía (aún cuando las instituciones sean contemporáneas). La economía
sólo comienza a acercarse al final de su jornada cuando se han realizado ambas
tareas; pero existe una línea fronteriza clara entre ellas y será mejor que la
respetemos.”
“Debe comprenderse, sin duda, que el precio de esta austeridad es que el
economista exclusivamente teórico es incapaz de decir si alguna de las
oportunidades o peligros que diagnostica se dan o no en el mundo real en un
determinado momento. Necesita dejar este punto para una investigación distinta.
Pero cuando menos habrá ayudado a ese otro investigador al mostrarle algunas
de las cosas que debe buscar”.2

Al vincular la exposición de los instrumentos analíticos básicos de la macroeconomía


con el análisis histórico de la economía y de las políticas económicas procuraremos
lograr un mejor entendimiento de ambos campos: de la historia económica de nuestro
país, de la región latinoamericana y de otros casos que puedan proporcionarnos
lecciones útiles, por un lado, pero también de las teorías y su utilidad práctica, por otro.
Ilustraremos estos criterios con un ejemplo. Es posible pensar en una economía
abierta que, sin embargo, sólo comercia con el resto del mundo; es decir, que no recibe
(ni origina) flujos de capitales (y en consecuencia no tiene deuda externa, entre otros
rasgos). Eso puede considerarse una mera simplificación, que deja fuera de la
discusión un conjunto de problemas a fin de comenzar con un tratamiento sencillo, pero
preferimos pensarlo de otro modo. Ya hemos indicado que las economías
latinoamericanas estuvieron de hecho aisladas en el plano financiero desde la gran
depresión hasta mediados de los años setenta, aproximadamente. En ese extenso

2
Hicks, John R., Valor y capital, Fondo de Cultura Económica, México, 1945, páginas xxii y xxiii.
6

lapso no tuvieron acceso significativo a los mercados de fondos privados, y el limitado


crédito internacional disponible para ellas provenía casi exclusivamente de fuentes
oficiales o de los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, el
Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo. En ese contexto de
financiamiento externo escaso, todas estas economías mantenían prohibiciones y
restricciones severas a las salidas de divisas, en especial a las originadas en
movimientos financieros. Es decir, mantenían “controles de cambios” o, en otros
términos, controles y restricciones a las operaciones con moneda extranjera . Por todo
esto, el supuesto de economía financieramente cerrada o aislada (que “sólo comercia”
con el resto del mundo) se adapta razonablemente bien a esa etapa, y puede
ayudarnos a entender mejor algunos de los dilemas centrales de política económica de
aquel período. Tales dilemas, como se verá, no son únicamente de interés histórico sino
que arrojan también alguna luz sobre el presente.
Adoptado este enfoque, las secciones que siguen estarán destinadas a plantear un
conjunto de modelos macroeconómicos básicos para el análisis de la política
económica en economías abiertas, aplicándolos simultáneamente al estudio de
episodios concretos de la historia económica argentina o también a experiencias de
otras naciones.
Además de ciertas diferencias analíticas que irán apareciendo a medida que
avancemos, el tratamiento que propondremos aquí difiere también del que siguen otros
textos usuales como “Macroeconomía” de Olivier Blanchard3, en el hecho de que los
temas se irán introduciendo paso a paso, comenzando, en el capítulo siguiente con una
discusión muy simplificada, centrada en el mercado de bienes. Examinaremos allí, para
comenzar, la determinación del producto interno y del resultado del balance de pagos
en una economía que sólo comercia con el resto del mundo, y estudiaremos también
los efectos de las políticas fiscal y cambiaria en ese marco.
En el texto ya citado de O.Blanchard, en cambio, se introducen, en el capítulo inicial
de la sección destinada a la Macroeconomía de Economías Abiertas, todos los temas
más o menos al unísono, incluyendo los flujos comerciales, el papel de los tipos de
cambio, los movimientos de capitales y el papel de las tasas de interés. Es decir, las
cuestiones “reales” y las monetarias y financieras se presentan simultáneamente. Ese
procedimiento tiene algunas ventajas, en especial porque permite una visión de la
escena en su conjunto desde un inicio, pero a nuestro juicio puede hacer más
dificultosa la comprensión de algunos temas y, sobre todo, deja de lado la oportunidad
7

de discutir algunas cuestiones muy interesantes de política económica que pueden


presentarse cuando una economía no tiene acceso al crédito externo, según trataremos
de mostrar.
Así, en el capítulo 2 se utilizará el esquema analítico sencillo inicial para describir la
dinámica de “marchas y contramarchas” (stop-go) de la economía argentina en la larga
etapa transcurrida entre la gran depresión y mediados de los años setenta.
Más adelante, en el capítulo 3 de esta sección, completaremos la revisión “histórica”
de la teoría incorporando nuevamente, en primer lugar, los mercados financieros y la
política monetaria (es decir, “el lado LM” del modelo macroeconómico básico en torno al
cual se estructura buena parte de estas notas), y luego los flujos internacionales de
capitales. Se examinará también cómo varía la forma de operación y la eficacia de las
políticas fiscal y monetaria con tipos de cambio fijos y flexibles. En el capítulo 3 se
discutirán, asimismo, retomando la perspectiva histórica, los principales mecanismos
macroeconómicos que contribuyen a explicar la generación de un fuerte endeudamiento
externo de la Argentina en el período 1978-82, algunos de los cuáles son también
pertinentes para la fase de nuevo endeudamiento que el país atravesó entre 1991 y
2001, antes de la profunda crisis de 2001-2002 que puso fin al régimen de
convertibilidad.

3
Por ejemplo en: Blanchard, Olivier, Macroeconomics, 5th Edition, Pearson Prentice-Hall, N.Jersey,
2008.
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Capítulo 2. Una economía abierta al comercio pero financieramente aislada.

Determinación del producto: el equilibrio interno o de "ingreso-gasto"

A continuación planteamos, como punto de partida de esta sección, la argumentación


más sencilla destinada a explicar la forma de determinación del nivel del producto
agregado de una economía de mercado en un contexto muy simplificado. En sus
lineamientos básicos, esta argumentación ya ha sido presentada en el capítulo
destinado al estudio de la determinación del nivel de actividad en una economía
cerrada, donde la identificamos con la designación habitual de modelo keynesiano
simple (MKS). Pero aquí la reformularemos incorporando algunas transacciones que los
agentes que residen en cierto espacio nacional realizan con el resto del mundo, es
decir, con no residentes.
Hemos optado por pagar el costo de reiterar ciertas argumentaciones ya presentadas
en la exposición del MKS de economía cerrada, a los efectos de que esta sección
pueda leerse con relativa autonomía.
Como sucede con casi todo modelo macroeconómico, el punto de partida del MKS
es una relación contable (en argumentaciones más complejas serán eventualmente
varias). En este caso, partiremos de la identidad básica de las cuentas nacionales:

(1.1) Y ≡ C + I + G + X − Q.

Como viéramos en el capítulo destinado a la descripción de ese sistema de cuentas


y del marco macroeconómico de consistencia, esta identidad nos dice que el ingreso (o
el producto) total generado en la economía (Y) es idénticamente igual a la suma del
consumo privado (C), la inversión bruta interna (I), el gasto del gobierno en bienes y
servicios (G) y las exportaciones (X), menos las importaciones (Q). Como es práctica
corriente en el análisis macroeconómico, emplearemos aquí también los conceptos de
producto e ingreso como sinónimos, ambos simbolizados con la letra Y.
Recordemos además que todas las variables que estamos considerando deben
referirse a cierto período. En la ecuación (1.1) podríamos haber calificado a cada una
de ellas con un subíndice que indicara el lapso al que se refiere (un año o trimestre
determinado, por ejemplo, el que obviamente debe ser común a todas). Por simplicidad
omitiremos los subíndices temporales en este texto, excepto cuando la indicación
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explícita de los períodos resulte indispensable. Otra cuestión importante es que las
variables de la ecuación (1.1) pueden medirse a precios corrientes o bien a precios
constantes.
Uno de los supuestos usuales en el MKS es el de exogeneidad del nivel de precios
(P). De modo que podemos escribir:

P = P0 ,

donde el subíndice “0” indica, como sabemos, que el valor de esa variable está
determinado “fuera del modelo”. Es decir que para nosotros es un dato, y asumimos
que no se modifica en el período de análisis, al menos por el momento. En otros
términos, la argumentación que desarrollaremos a continuación asume “precios
nominales dados”. Asumiremos, asimismo, que las variables de la ecuación (1.1) están
medidas a precios constantes. Es decir, nos ocuparemos del consumo en términos
reales, de la inversión en términos reales, y así con las otras variables.
La argumentación procurará entonces mostrar cómo se determina el nivel del
producto real en una economía de mercado sencilla y abierta en la que el nivel de
precios no varía. Otros supuestos subyacentes se irán revelando más adelante.
Antes de seguir con la formulación del modelo puede ser útil recordar algunas
definiciones que representan variantes de la identidad contable básica (1.1).
La suma (C+I+G) suele designarse como “absorción interna”. Corresponde al gasto
agregado de los residentes, y lo designaremos con la letra A. Por otro lado, en una
primera aproximación (a la que enseguida tendremos que hacer algunos ajustes), la
cuenta (X-Q) corresponde a lo que se conoce como balance comercial (BC). Por lo
tanto, la identidad básica (1.1) también puede escribirse así:

Y ≡ A + BC.

O bien, naturalmente, así:

Y − A ≡ BC.

De manera que si, por ejemplo, BC fuese menor que cero (es decir, si hubiese déficit
en el balance de comercio del país con el resto del mundo), está claro que
necesariamente debe cumplirse que la absorción supere al ingreso generado en la
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economía. Es común que la identidad sea presentada de este modo, y también que se
diga que si hay déficit comercial entonces es porque A es mayor que Y, es decir, los
residentes están gastando más que su ingreso. Sin embargo, esa lectura involucra
causalidad (el lado izquierdo de la última expresión “explica” lo que se observa en el
lado derecho), y esa no es una lectura válida de una identidad contable. Una identidad
no puede leerse causalmente, sus dos términos son equivalentes.
Otra forma muy habitual de presentar la identidad que nos ocupa es:

Y +Q ≡ C + I + G + X ,

donde la suma (Y+Q) se designa como “oferta global” y el lado derecho como
“demanda global”.

El tipo de cambio

Tenemos que comenzar a considerar ahora un aspecto que no aparecía en los


análisis de economía cerrada de notas anteriores. Además del hecho obvio de que en
la expresión (1.1) tenemos dos nuevas variables, las exportaciones y las importaciones,
hay que tomar en cuenta que esas transacciones, que involucran también a agentes del
resto del mundo, suelen realizarse en moneda extranjera, sobre todo cuando se trata de
economías cuya divisa no es un medio de pago internacional corrientemente aceptado.
De modo que va a aparecer en escena una nueva variable de importancia crucial: el
tipo (o la tasa) de cambio.
Para comenzar, designaremos con la letra E al tipo de cambio nominal. Se trata de la
tasa a la cual se intercambian dos monedas. Trabajando siempre en un plano
agregado, asumiremos que el resto del mundo opera con una divisa que llamamos
dólar, mientras que la de nuestra economía es el peso. El valor de “E” indica entonces
cuántos pesos son necesarios para comprar un dólar. En la práctica habrá una
multiplicidad de tipos de cambio nominales relevantes (peso/dólar, peso/euro, peso/real,
peso/yen, etc.), circunstancia a la que no prestaremos atención por el momento.
Otra noción del tipo de cambio de gran importancia es la de tipo de cambio real (ER),
al que se define como:

E .P f
ER = ,
P
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donde Pf es el nivel general de precios del resto del mundo. De manera que en esa
relación estamos comparando los precios de las mercancías extranjeras (los que
expresamos en nuestra moneda, al multiplicarlos por el tipo de cambio, en el
numerador) con los precios internos, P, que aparecen en el denominador. En una
primera aproximación, entonces, ER es una relación entre los precios agregados
externos e internos.
Así definido, el tipo de cambio real sube si lo hace E, dada la relación de precios, o
bien si se incrementa el cociente (Pf/P), dado el tipo de cambio nominal.
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Sobre el tipo de cambio real y las unidades de medida

Es muy útil pensar en qué unidades se mide el tipo de cambio real. Para ello,
desplegamos la siguiente expresión:
(h.$ / U $S ).( z.U $S / u.de Y f )
ER = .
(n.$ / u.de Y )
Puede parecer una fórmula engorrosa, pero una breve exploración mostrará que no lo es
tanto. Tome en cuenta que los tres términos incluidos entre paréntesis en esta ecuación se
corresponden con las tres variables consideradas más arriba en la definición del tipo de cambio
real. Pero aquí hemos reemplazado la paridad nominal E por la expresión (h.$/U$S), que indica
que esa variable es igual a una cierta cantidad “h” de pesos por dólar. El segundo paréntesis del
numerador despliega el contenido de la variable Pf y es un poco más oscuro. Considere que Pf es
el precio medio de las mercancías extranjeras. Llamamos Yf a esas mercancías (es decir, al
producto generado por el resto del mundo). El nivel de precios extranjeros es igual a la expresión
(z.U$S/u.de Yf), es decir, es una cantidad “z” de dólares “por unidad de mercancía extranjera”,
que es lo que significa la expresión “u.de Yf”. (La respuesta espontánea frente a la pregunta
acerca de “en qué unidades se mide Pf” suele ser que “se mide en dólares”. Pero los precios
también son tasas de cambio, entre unidades monetarias y cantidades de mercancías; el precio
de las manzanas se mide en pesos por kilo, o por tonelada). Todo esto habrá aclarado ya el
significado del denominador. Allí reemplazamos a la variable “P”, los precios internos, por la
expresión (n.$/u.de Y). De modo que el nivel de precios internos (o “el precio interno medio”) es
una cierta cantidad de pesos (n pesos) por unidad de Y, es decir, por unidad de nuestro
producto.
En esa ecuación pueden efectuarse simplificaciones. Los signos $ y U$S aparecen, cada
uno de ellos, dos veces, pero una vez multiplicando y la otra dividiendo, de manera que podemos
eliminarlos. Además, (u.de Y), que aparece en el denominador pero dividiendo, pasaría al
numerador, y lo contrario sucede con (u.de Yf). La ecuación simplificada resultante es la
siguiente:
h.z.(u.de Y )
ER = .
n.(u.de Y f )
Como se ve, han desaparecido de allí todas las unidades monetarias. Eso quiere decir que
ER es una medida “real”, cosa que ya sabíamos. ¿Qué nos indica el cociente? Indica cuántas
unidades de Y son necesarias para adquirir una unidad de Yf. En esa notación, se necesitan
(h.z/n) unidades de Y para adquirir una unidad de mercancía extranjera.
En síntesis, el tipo de cambio real es, al igual que cualquier precio relativo, una tasa de
cambio entre mercancías. Si el tipo de cambio real fuese “más alto” hoy que ayer, sabríamos que
ahora hace falta más mercancía producida internamente para comprar la misma cantidad de
mercancía internacional. O, lo que es lo mismo: una unidad de mercancía internacional “compra”
más mercancía interna. En otras palabras, las mercancías internas se abaratan en comparación
con las producidas por el resto del mundo cuando el tipo de cambio real sube. Se trata de dos
formas de decir lo mismo. También podemos decir que la economía nacional se torna más
competitiva, ceteris paribus, a un tipo de cambio real más alto.
Es pertinente introducir aquí una nota aclaratoria. En la práctica, los precios P y Pf los
medimos mediante índices, que no tienen unidades. Y cuando hablamos del tipo de cambio real
también lidiamos con índices. En este recuadro hemos pretendido indagar “en el fondo” de la
noción de tipo de cambio real, pero cuando se trata de medir, en la práctica, las cosas son
entonces algo más complicadas. La observación de cómo evolucionan los índices de tipo de
cambio real nos sirve para determinar si las mercancías nacionales se están encareciendo en
relación con las extranjeras, o si sucede lo contrario. Pero no nos permite hacer comparaciones
estáticas tan precisas como la que sugeríamos arriba, en valor absoluto (“cuántas unidades de
mercancía nacional se requieren para comprar una unidad de mercancía extranjera”). Además de
que la propia noción de “unidades de producto” agregado es también más comprensible en
abstracto que traducible a términos empíricos concretos.
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La definición que hemos dado al tipo de cambio real es la que se utiliza


corrientemente, y transmite su contenido claramente. Puesto que refleja la relación
entre el precio de las mercancías extranjeras y las que nosotros producimos, es
inmediato suponer que las compras y ventas al resto del mundo van a depender de ER.
Un tipo de cambio más alto incentivaría probablemente nuestras exportaciones, al
abaratarlas comparativamente, y por el contrario desalentaría las importaciones. Claro
que al decir esto estamos hablando de comportamientos, y todavía no hemos abordado
esa cuestión aquí, porque estamos lidiando aún con definiciones básicas y con la
contabilidad. Retomaremos el punto un poco más adelante.
Sin embargo, si bien la noción de tipo de cambio real que estamos empleando
transmite la idea correcta en términos generales, las cosas pueden ser algo diferentes
según los casos, y vale la pena aclararlo aquí. Veamos. Con nuestra interpretación de
ER estamos de hecho asumiendo que nuestras importaciones se hacen a precios en
dólares Pf, pues eso es lo que cuestan las mercancías extranjeras. En cambio,
exportamos a precios que, expresados en dólares, serían, en término medio, iguales a
(P/E). Es decir, vendemos al exterior mercancías cuyo precio medio es “el precio
interno” P, el que dividimos por E si queremos expresarlo en dólares. No obstante,
como hemos dicho, las cosas pueden funcionar algo distinto. Consideremos el caso de
una “economía pequeña”. Entendemos que una economía pequeña se caracteriza
centralmente porque comercia con el resto del mundo a precios definidos en los
mercados internacionales, sobre los cuales las ofertas o demandas de los residentes
locales no influyen o tienen una gravitación poco significativa. Si una tonelada de soja
cuesta 400 dólares en el mercado internacional, seguirá costándolos luego de una
depreciación cambiaria (es decir, de una suba de E) en un país pequeño, productor de
esa oleaginosa. Observe que, entonces, en el caso de una economía pequeña, un tipo
de cambio real más alto no significa, en realidad, precios de exportación más
competitivos (podríamos pensarlo así: el precio de exportación en dólares no es P/E,
sino Pf, y seguirá siendo Pf a cualquier tipo de cambio). De todos modos, una suba de E
sí constituiría normalmente un incentivo a exportar más, pero por otra razón: porque
aumentaría, ceteris paribus, la rentabilidad de las actividades que producen bienes para
el resto del mundo (el precio de la soja, por ejemplo, medido en pesos, subirá
normalmente en relación con los costos internos de producción, cuando suba E). En tal
caso, no es que aumente la demanda internacional de soja local, pero sí aumentaría la
oferta generada internamente, y si se trata de una economía pequeña, esa oferta
adicional no encontrará problemas para colocarse, puesto que la demanda internacional
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será muy elástica a los precios vigentes, como indica el supuesto de economía
pequeña.
En muchos de los mercados en los que opera, una economía como la argentina es
pequeña o relativamente pequeña, por lo que es conveniente y útil adoptar la idea de
que nuestras compras y ventas al resto del mundo se hacen a precios internacionales, y
eso es lo que haremos aquí.
Al hacerlo así estaremos de hecho empleando otra simplificación que cabe poner
también en evidencia. La variable Pf se refiere a los precios promedio del resto del
mundo. Como acabamos de indicar, utilizaremos esos precios tanto en el caso de las
exportaciones cuanto en el de las importaciones, asumiendo el supuesto de economía
pequeña. Entre tanto, las “canastas” de bienes importados y exportados serán con
certeza diferentes, y es seguro que diferirán, a su vez, de la canasta que está por detrás
de Pf. Si optáramos por un grado más de realismo al costo de un poco más de
complejidad, podríamos trabajar con distintas variables de precio. Por ejemplo, con Px y
Pq, para denotar el nivel de precios de nuestras exportaciones y de nuestras
importaciones, respectivamente, ambos en dólares, en lugar de hacerlo sólo con Pf en
representación de ambos.
El cociente entre ambos precios, (Px/Pq), se denomina relación de “términos del
intercambio”. Lo mencionamos aquí a título informativo, pero en adelante seguiremos el
camino simplificado de trabajar con Pf como única variable de los precios del comercio
internacional, en dólares.
15

Los términos del intercambio comercial

Al omitir los términos del intercambio en el análisis que sigue estamos dejando de
lado una variable importante. Una caída de los términos del intercambio puede complicar
bastante la marcha de una economía, al deteriorar el resultado del comercio con el
exterior, así como una suba importante de ese cociente puede tener el efecto contrario.
En la visión de Raúl Prebisch y de la CEPAL sobre los procesos de desarrollo esta
variable jugaba un papel central. Prebisch sostenía que los términos del intercambio de
economías como las latinoamericanas tenderían a declinar secularmente, debido en
parte a la composición de sus flujos de comercio (típicamente, exportaciones primarias e
importaciones de manufacturas industriales). La demanda mundial de alimentos, por
ejemplo, tiende a crecer menos que el ingreso mundial (es decir, tiene una elasticidad-
ingreso menor que la unidad), mientras que la demanda de bienes complejos, de mayor
contenido tecnológico, se incrementa más rápidamente. Siendo así, es posible que los
precios de los primeros tiendan a declinar en relación con los precios de los segundos
(aunque hay que tomar en cuenta también la evolución de las condiciones de oferta,
además de las de la demanda). De modo que un país exportador de alimentos e
importador de bienes industriales podría estar destinado a enfrentar, entre otros
limitantes a su dinamismo económico, esta tendencia negativa sobre su comercio. Ese
es uno de los argumentos que alimentaban las tomas de posición a favor de promover, a
través de diversos mecanismos de protección y subsidio, el desarrollo de las industrias
manufactureras locales, uno de cuyos efectos sería, se pensaba, la modificación de esa
estructura comercial poco deseable, diversificando las exportaciones.
La idea de una caída tendencial de los términos del intercambio ha generado mucha
discusión y evidencias a favor y en contra. Es un asunto no plenamente saldado. Aunque
sí es más claro que ese cociente varía, y a veces pronunciadamente, con el ciclo
económico mundial. Las commodities tienen precios mucho más fluctuantes que las
manufacturas, de modo que suben más en las fases de expansión global y suelen
declinar en términos relativos en las de contracción o falta de dinamismo. Una recesión
global tiene entonces efectos negativos amplificados sobre los balances de comercio de
las economías periféricas, los que se ven afectados por caídas en el volumen de ventas
a los que suele agregarse una declinación en los términos del intercambio. Una
expansión global, como la experimentada desde comienzos de la década del 2000, tiene
los efectos contrarios. No sabemos con claridad, actualmente, si los precios
históricamente muy altos de las commodities alcanzados en la primera década del siglo
en curso reflejan una coyuntura muy especial o un cambio más permanente, aunque hay
indicios importantes a favor de esta última interpretación.

El tipo de cambio, las cuentas nacionales y el balance de pagos

Al incorporar las transacciones “que cruzan las fronteras nacionales” en el análisis se


hace necesario incorporar también una nueva identidad contable, como es el balance
de pagos. Esta es una cuenta de flujos, como la identidad básica de las cuentas
nacionales, y procura captar todas las transacciones que, en determinado período, se
realizan entre residentes y no residentes. Estas transacciones son muy diversas pero,
16

como ya hemos indicado, en principio asumiremos que solamente las hay en el plano
comercial, por lo que el balance de pagos con el que trabajaremos inicialmente será
semejante al concepto más restringido de “balance comercial”. Sin embargo, no
abordaremos todavía una descripción detallada de esta cuenta. El punto que queremos
destacar aquí es que el balance de pagos es un estado contable que se elabora en
dólares, y a los precios a los cuáles se realizan efectivamente los intercambios,
mientras que las cuentas nacionales se elaboran en moneda local (pesos, en nuestro
caso), y a precios internos, es decir, a precios que incorporan los efectos de impuestos
y subsidios. En lo que sigue ignoraremos este último aspecto (impuestos y subsidios)
para simplificar, pero no es posible obviar el primero: la variable exportaciones, por
ejemplo, aparecerá en las cuentas nacionales y también en el balance de pagos, pero
no podemos atribuirles la misma letra (“X”, en la notación de la ecuación 1.1), porque
ambas están medidas de manera diferente. El tipo de cambio debe intervenir para que
podamos hacer el nexo entre las exportaciones de las cuentas nacionales y las del
balance de pagos, y lo mismo con las importaciones.
Volvamos entonces a la contabilidad nacional para dar lugar a este punto. En nuestra
ecuación (1.1) las variables están medidas en pesos, y también a precios constantes,
incluyendo a X y Q. Es posible expresar el valor de las exportaciones y de las
importaciones como:

E .P f . x
X= = ER.x.
P

E.P f .q
Q= = ER.q.
P

En el término del lado derecho de la expresión correspondiente a X, la variable x


representa a las cantidades exportadas de bienes. Al multiplicarlas por Pf (en el término
del centro) las expresamos en valores, en dólares. Luego, al multiplicar ese producto
por E, lo llevamos a precios internos, corrientes. Posteriormente deflactamos por P para
llevar la cuenta a precios (internos) constantes. Esa es entonces una descomposición
de X. Pero ese cómputo es igual al producto del tipo de cambio real por la cantidad
exportada “x”, según se indica en el miembro de la derecha.
Algo semejante hacemos luego con las importaciones: llamamos q a las cantidades
importadas. Al multiplicarlas por Pf las expresamos en valores, en dólares. Luego
17

multiplicamos ese producto por E y lo llevamos a precios internos, corrientes.


Posteriormente deflactamos por P para llevar la cuenta a precios internos constantes
(es decir, del año base). Esa es entonces la descomposición de Q. Pero eso es igual al
producto del tipo de cambio real por la cantidad importada “q”.4 Ya hemos señalado que
ignoramos aquí la existencia de impuestos o subsidios que afecten a las importaciones
y a las exportaciones. Si hay aranceles de importación, tendrán incidencia en los
correspondientes precios internos, de modo que el cálculo del valor de las
importaciones sería algo distinto que en la ecuación precedente. Si designamos como
“h” a la tasa promedio del impuesto sobre las compras externas (incluyendo los
aranceles y otros tributos, como el IVA) tendríamos:

(1 + h ).E.P f .q
Q= = (1 + h ). ER.q.
P

A partir de estas definiciones, e ignorando subsidios, aranceles e impuestos a


exportaciones5 e importaciones, podemos reescribir así la identidad básica de cuentas
nacionales6:

(1.1’) Y ≡ C + I + G + ER.( x − q).

4
Como siempre, conviene examinar también aquí las unidades de medida para comprobar que no se
ha cometido un error. Observe que “q” y “x”, que tienen precios internacionales, deben medirse entonces
en unidades de la mercancía producida por el resto del mundo (Yf). Haciéndolo así, Q y X se miden en
unidades del producto interno Y, lo que es correcto en tanto estamos trabajando a precios constantes
(nuevamente, como en el recuadro en el que examinamos las unidades de medida de ER, miramos aquí
“el fondo de la cuestión”, aunque en la práctica los precios se miden mediante índices, que no tienen
unidades, y las “cantidades” son en realidad medidas de valor a precios constantes).
5
En la ecuación correspondiente a las exportaciones podríamos haber incluido también, como se
hace con las importaciones, un término correspondiente a los impuestos a las ventas al resto del mundo
(como son las “retenciones”; en tal caso, este factor tendría signo negativo, puesto que reduce el precio
interno para dados tipo de cambio y precio internacional), y también, con el signo contrario, uno para
reflejar la existencia de subsidios a dichas ventas.
6
Cabe otra aclaración importante. La representación que acabamos de dar a las exportaciones e
importaciones medidas en términos reales es algo diferente de la que se les da en la práctica al elaborar
las series de cuentas nacionales a precios constantes en la Argentina, por ejemplo. En efecto, en el
cómputo habitual, los cálculos se harían tomando también el tipo de cambio real del año base, de modo
que las exportaciones, por ejemplo, serían: X= ER0.x, donde ER0 es precisamente la paridad cambiaria
real del referido año base. En tal caso, ningún cambio de precios incidiría en el cómputo de las variables
de la identidad contable básica a precios constantes. El criterio que seguimos aquí tiene, con todo, la
ventaja de permitir que los cambios en el tipo de cambio real tengan algún impacto sobre las cuentas
nacionales “reales”. Esos efectos tienen relevancia en la práctica y de otro modo no los captaríamos en el
modelo “real” desarrollado en las páginas que siguen.
18

Conviene aclarar, en este punto, que este tratamiento es diferente al que se


encuentra en algunos manuales de macroeconomía, como el de Blanchard, ya
mencionado, o en Blanchard y Pérez Enrri (2000), por ejemplo. La expresión
equivalente a la (1.1) en esos textos es:

Y ≡ C + I + G + X − ER.q,

donde las exportaciones no se expresan como el producto de las cantidades


exportadas por el tipo de cambio real, porque están computadas directamente en
dólares, la moneda nacional de los EE.UU., al igual que el consumo, la inversión y el
gasto del gobierno. Mientras que sí están multiplicadas por el tipo de cambio las
importaciones. Esos autores lo hacen así porque asumen que Estados Unidos exporta a
precios de venta fijados en su propia moneda, mientras que importa, por ejemplo,
bienes preciados en euros desde la Unión Europea (o, más en general, bienes
preciados en moneda extranjera). Entonces, el tipo de cambio modifica el valor de las
importaciones medido en dólares, pero no el de las exportaciones, medidas en esa
moneda “por naturaleza”. Nosotros optamos por un enfoque diferente porque estamos
pensando en una economía pequeña o relativamente pequeña, que en la mayor parte
de los rubros del comercio opera a precios definidos en moneda extranjera en los
mercados internacionales, tanto en aquellos en los que vende como en los que compra.
Estas diferencias de tratamiento parecen menores, pero conviene tenerlas en cuenta
porque se reflejarán luego en algunos efectos también distintos de una devaluación, por
ejemplo. Observe que no se trata simplemente de preferencias en la forma que se
escoge para “modelar” la economía, sino de diferencias reales entre economías
distintas, que la modelización procura captar.

La determinación del nivel del producto.

Acabamos de replantear la identidad básica de las cuentas nacionales. Ya sabemos


que los sistemas de cuentas son registros de lo que ha pasado. Nos muestran
resultados de acciones ya transcurridas. Son la materia prima informativa a partir de la
cual narramos historias, construimos relatos sobre la economía, tratamos de hallar
sentidos. Solemos referirnos a variables como las que acabamos de mencionar, cuando
las vemos desde la perspectiva del sistema de cuentas, como magnitudes “realizadas”
(o “ex post”). Informan sobre lo que sucedió. De modo que es posible hablar del
consumo realizado, o de la inversión realizada, por ejemplo.
19

Ahora bien, la información macroeconómica que viene ordenada en la forma de


sistemas contables (esencialmente las cuentas nacionales, las cuentas fiscales, las
cuentas monetarias y las cuentas externas) nos puede permitir “describir” lo que ha
venido sucediendo (por ejemplo, la inversión creció o bajó, lo mismo en relación con el
consumo, etc.), pero para pasar de la descripción a la explicación, a los “por qué”,
hacen falta relaciones que no sean de naturaleza contable. Necesitamos de otras
relaciones que reflejen vínculos de causalidad entre distintas variables, por ejemplo.
Estas relaciones se suelen llamar “de comportamiento”. Si decimos que el gasto en
inversión depende de la tasa de interés, estaremos en principio adoptando una línea de
causalidad que va del interés a la inversión, y asumimos esa vinculación como la
manifestación de una conducta (la de quienes toman decisiones de inversión).
Naturalmente, hace falta tener buenos fundamentos para asumir ese supuesto de
comportamiento o algún otro. Puede argumentarse a favor de una hipótesis como ésa a
partir de un razonamiento teórico (partiendo, por ejemplo, de un conjunto de axiomas
acerca de la conducta de los agentes económicos), o de la introspección, o en
ocasiones tomando como punto de partida observaciones empíricas. La conexión entre
tasa de interés e inversión, por ejemplo, podría surgir del examen de series de datos
temporales de ambas variables. Este eventual origen empírico no nos eximirá, sin
embargo, de la preocupación por comprender los fundamentos de la conducta desde
una perspectiva teórica (¿por qué los agentes económicos que toman decisiones de
inversión actúan de este modo y no de otro?), del mismo modo que fundamentos
teóricos supuestamente sólidos no eximen de la comprobación empírica.
Volvamos a nuestro modelo. Luego de planteada la ecuación contable inicial, nos
preocuparemos por explicar cada una de las variables del lado derecho de (1.1’), es
decir, el consumo, la inversión y todo lo demás, pero atendiendo ahora a los
determinantes del comportamiento.
Nuestra primera ecuación de comportamiento de las variables de gasto del miembro
derecho de (1.1’) será la llamada función consumo, que indica que las decisiones
privadas (agregadas) de consumo dependen de una o de varias de las restantes
variables que aparecerán en la argumentación (es decir, que emplearemos en el
modelo). Pero antes que eso, necesitamos dos elementos previos:

(1.2) YD ≡ Y − T ,
(1.3) T = T0 + t.Y .
20

La variable T capta los ingresos tributarios que el gobierno obtiene del sector privado
(netos de transferencias del gobierno a ese sector, como jubilaciones) y YD es el
ingreso disponible privado.7 YD es igual al ingreso total generado en la economía (Y)
menos los impuestos (netos de transferencias), según se establece en (1.2).8
La ecuación (1.3) describe el comportamiento de la recaudación tributaria. Observe
que, en consecuencia, no se trata en este caso de una identidad. Suponemos que una
parte de la recaudación no está vinculada con el ingreso, y la consideraremos
determinada exógenamente, es decir, "fuera del modelo". Ese componente de los
ingresos fiscales se designa como T0. Cabe pensar que está referido a tributos como
los que pueden establecerse sobre los activos o el patrimonio, por ejemplo, es decir,
sobre stocks. Estos componentes de T tendrán normalmente un comportamiento poco
asociado al del ingreso o el producto total de la economía, en el corto plazo. En cambio,
otros tributos sí se vincularán con Y (o con el ciclo, como se suele decir). Esos se
expresan en el segundo sumando de (1.3). Podemos interpretar al símbolo "t" como la
tasa media de impuestos sobre el ingreso. Suponemos que los parámetros T0 y t son
“manipulables” por parte del gobierno. Por eso los consideraremos “instrumentos” de
política fiscal.
Ahora sí estamos en condiciones de introducir nuestra función consumo. Será:

C = C 0 + c1 .YD.

También esta variable sigue, en consecuencia, al igual que la recaudación T, un


comportamiento lineal (lo que significa que se puede expresar como la ecuación de una
recta). C0 es a veces designado como consumo autónomo, mientras que “c1” es la
llamada propensión marginal a consumir, porque nos dice cuánto cambia el consumo si
YD varía en una unidad monetaria (es decir, cuánto varía C ante en cambio marginal en
el ingreso disponible).
Valiéndonos de (1.2) y (1.3) sustituimos YD en la última expresión, y reordenando los
términos obtenemos la siguiente descripción de este componente del gasto:

7
En la ecuación de YD no incluimos explícitamente las transferencias al sector privado (como
jubilaciones, por ejemplo), de modo que T puede entenderse como “impuestos netos de transferencias”.
Si T fuese definida como ingresos por impuestos únicamente, entonces podríamos introducir las
transferencias TR sumando en la expresión (1.2), y habría que decidir de qué modo se determina esta
variable. Simplificadamente, podríamos hacer TR=TR0.
8
Podríamos introducir explícitamente las transferencias, haciendo: YD = Y+TR-T, donde T ya no es la
recaudación tributaria neta de transferencias, sino bruta.
21

C = (C0 − c1 .T0 ) + c1 .(1 − t ).Y .

En esa ecuación tenemos una descripción del comportamiento del consumo privado
agregado. Vale la pena distinguir a la variable C con algún símbolo que nos recuerde
que nos estamos refiriendo aquí a una definición del consumo diferente de la contenida
en las identidades (1.1) ó (1.1’). Mientras que allí la C designa al consumo “realizado” o
ex post, aquí estamos hablando de la forma en que se determina el consumo
“planeado” por el sector privado (la expresión latina que usamos en este caso es "ex
ante").
Es decir, estamos describiendo la forma en que suponemos que la gente decide o
hace planes de consumo. A este último concepto, el gasto planeado de consumo, lo
identificaremos entonces como C*.
Llegamos, ahora sí, a la ecuación (1.4):

(1.4) C * = (C0 − c1 .T0 ) + c1 .(1 − t ).Y .

Nuestros supuestos de comportamiento para las restantes variables del lado derecho
de (1.1) serán en general, por ahora, bastante sencillos. A saber:

(1.5) I * = I 0 .
(1.6) G * = G0 .
(1.7) x * = x0 .
(1.8) q * = q0 + q y .Y .

Es decir que estamos considerando exógenos a los valores planeados de todas las
variables de gasto, excepto el consumo (ecuación (1.4)) y las compras de bienes al
resto del mundo (ecuación (1.8)). Observe que esta última expresión se refiere en
realidad a las cantidades “q” que se planea adquirir en el resto del mundo, así como la
función (1.7) se refiere a las cantidades “x” que se planea exportar.
Las cantidades que los agentes residentes desean adquirir en el exterior tienen
también un componente independiente del producto que designamos como q0, pero
además dependen del nivel del producto Y. El parámetro qy nos dice cuán fuerte es la
relación entre las importaciones y el producto. Varios argumentos pueden explicar esta
relación de causalidad. Uno de ellos es que a medida que aumenta el valor del producto
22

interno tienden a incrementarse las compras de insumos de la producción local que se


obtienen del extranjero. Pero también un ingreso mayor de la población incentivará la
demanda de bienes importados en alguna medida, ya sea porque no tienen sustitutos
internos o porque su sustituibilidad es imperfecta, por ejemplo.

Finalmente, nuestro último supuesto, por el momento, se referirá al tipo de


cambio real, al que consideraremos exógeno:

(1.9) ER = ER0 .

También debemos decir que G0 se agregará al conjunto de “instrumentos de política


fiscal” contemplados en la argumentación.
Ya tenemos desplegados prácticamente todos los elementos constitutivos de nuestro
primer modelo en las ecuaciones (1.1’) a (1.9). Ahora debemos utilizarlos para construir
nuestra explicación de la determinación de Y, que es el objetivo del modelo keynesiano
simple. Hemos “explicado” el comportamiento de los distintos agregados de gasto
considerados separadamente; pero lo que queremos en realidad es determinar el
comportamiento del gasto total, o demanda agregada. Estamos en condiciones de dar
un paso más reuniendo estas distintas piezas de argumentación.
Ese paso consistirá en adicionar los valores planeados o ex ante de todas las
variables de gasto ya definidas. Tendríamos así una expresión parecida a la (1.1’) pero
definida para magnitudes planeadas en lugar de realizadas:

Y * = C * + I * + G * + ER.( x * − q * ).

Más precisamente, esa ecuación define al "gasto total planeado en bienes y servicios
producidos internamente", que es lo que designamos como Y*. Nos estamos refiriendo
a la demanda de bienes y servicios producidos dentro de nuestras fronteras; por ello
restamos el valor de las compras provenientes del resto del mundo (las importaciones),
en el lado derecho de la ecuación.
Ahora es posible sustituir C* por la expresión (1.4), I* por (1.5) y así sucesivamente,
lo que nos lleva, tras reordenar los términos, a la siguiente versión modificada de la
última ecuación:

[ ]
Y * = (C0 − c1 .T0 + I 0 + G0 + ER0 .( x0 − q0 ) + c1 .(1 − t ) − ER0 .q y .Y .
23

Para simplificar la notación hacemos:

A0 = C0 − c1 .T0 + I 0 + G0 ,

Por lo que podemos escribir:

[ ]
(1.1’.a) Y * = A0 + ER0 .( x0 − q0 ) + c1 .(1 − t ) − ER0 .q y .Y .

Esa es ahora nuestra ecuación de gasto planeado total en bienes producidos


internamente. Como vemos, tiene también forma lineal, con una ordenada al origen
igual a [A0+ ER0.(x0 – q0)] y una pendiente de valor [c1.(1– t) – ER0.qy].
Y*, el gasto total planeado en bienes producidos internamente, es a veces designado
como DA, por "demanda agregada".
No se debe confundir este concepto con el de demanda global, que aparece en las
cuentas nacionales, que hemos mencionado ya más arriba. Por un lado, esta última es
una noción “ex post”, pero además, y más importante, la demanda global de las cuentas
nacionales se define, como también vimos, como la suma del consumo, la inversión, el
gasto público en bienes y servicios y las exportaciones, sin restar las importaciones.
Si se compara la expresión que acabamos de incluir para Y* con su versión para una
economía cerrada, se observan dos cambios: en la ordenada al origen de la recta
aparecen ahora parámetros que se refieren a las ecuaciones de exportaciones e
importaciones, de manera que la posición de la línea depende de ellos. Por ejemplo, un
aumento de las exportaciones exógenas desplazará la función Y* hacia arriba.
Además, también cambia la pendiente. Podríamos decir que ahora será “menor” que
en la economía cerrada, porque aparece un nuevo término, negativo: (-ER0.qy). Un
incremento en el ingreso estará asociado ahora a un aumento menor de Y* que antes, y
eso se debe a que una parte del aumento del ingreso se dirigirá a la compra de bienes
importados, y por ende no se destinará a gasto en bienes producidos internamente. Las
importaciones son algo así como una nueva “filtración” hacia afuera de la corriente de
ingreso-gasto, de naturaleza semejante a la que aparece cuando, en la discusión de
economía cerrada, se introducen los impuestos (que también “restan” en la pendiente
de la función Y*).
24

Tenemos que abordar ya la fase final de nuestra argumentación. Para eso es útil,
antes de resolver formalmente el modelo, volver a plantearlo pero en un lenguaje un
poco distinto, como es el gráfico.
Consideremos el diagrama de ingreso-gasto (también conocido como gráfico de la
cruz keynesiana), que es el incluido en la parte superior de la ilustración siguiente.
Representamos el gasto en el eje de ordenadas y el ingreso en las abscisas. La recta
de 45º corresponde al lugar geométrico de los puntos de cuentas nacionales, puesto
que en este sistema de cuentas el ingreso y el gasto total (ex post, naturalmente) son
idénticamente iguales.
Mientras tanto, la ecuación (1.1’.a) es una recta cuya ordenada al origen es, como
ya vimos, [A0 + ER0.(x0 – q0)], y cuya pendiente es positiva pero menor que la unidad
(puesto que normalmente "c1" será menor que uno; mientras que "t" y " ER0.qy", que son
números positivos, están restando; asumiremos además que esa pendiente es positiva).
De manera que (1.1’.a) cruza a la recta de 45º "desde arriba" en el primer cuadrante.
25

Gráfico 1. El modelo keynesiano simple para una


economía abierta: equilibrio interno y externo

Gasto
Gráfico 1.a. Equilibrio interno

[C+I+G+ER.(x-q)]1 Y*

Y*1

45º
Yint Y1 Ingreso (Y)

Exportaciones
e Pf.q(Y)
Gráfico 1.b. Equilibrio externo

importaciones
(en dólares)

Déficit (∆R<0)

Pf.x0 Pf.x0

Pf.q0

Yex Yint Ingreso (Y)

Observe nuevamente la ecuación (1.1’.a) y su representación. Es una relación entre


el gasto planeado (Y*) y el realizado (Y), tal que para cada valor de este último nos
permite determinar un valor del primero. ¿Dado un valor cualquiera de Y, cuál será el Y*
correspondiente? Si Y se ubicase en un nivel determinado, Y1, por ejemplo, entonces
Y*1 puede obtenerse directamente de la fórmula. Será:

[
Y *1 = A0 + ER0 .( x0 − q0 ) + c1.(1 − t ) − ER0 .q y .Y1. ]
26

En el gráfico 1, Y*1 es un punto sobre la recta Y*, correspondiente al nivel Y1 del


producto realizado, que medimos en el eje de abscisas.

Determinación del equilibrio interno

Supóngase que la economía está efectivamente operando en el punto Y1 según se


indica en el gráfico 1. Es decir, está generando ese valor de producto por unidad de
tiempo (por año, por ejemplo). En las condiciones de la economía descriptas por la
ecuación (1.1’.a), que representa el comportamiento del gasto planeado, se observa
que, dado Y1, el gasto planeado total Y*1 resulta menor que el realizado.
¿Qué significa esto? En términos más concretos, las firmas están generando
producto por valor de, digamos, 100 pesos (ese es Y1), pero la suma de las decisiones
de gasto del sector privado, el gobierno y el resto del mundo en bienes y servicios
internos arroja un valor menor, digamos 80 (éste es Y*1).
Ahora bien, si los agentes que operan en (y con) esta economía están dispuestos a
gastar voluntariamente tan sólo $ 80 en los bienes que ella produce, ¿por qué es que
las cuentas nacionales están registrando un gasto realizado (igual al producto) de 100?
La razón es simple y es la misma que planteáramos en otro capítulo, al describir este
mismo mecanismo en una economía cerrada. Las firmas están produciendo
efectivamente mercancías por $100, pero en las circunstancias que estamos
describiendo sólo venden $80. Los otros $20 se acumulan como existencias de
mercancías sin vender, como stocks adicionales en sus depósitos. Más exactamente,
constituyen acumulación no planeada o no deseada de existencias (sabemos que es no
planeada porque la variación planeada de inventarios estaría incluida dentro de los $80
del gasto planeado total).
Por lo tanto, lo que está sucediendo puede también describirse así: la inversión
realizada (que es la que las cuentas nacionales miden, y que normalmente incluye la
variación de existencias9) supera a la planeada (de la cual las cuentas nacionales no
tienen noticia alguna, porque no registran planes o deseos) en 20 unidades monetarias.
Esta es una situación de desequilibrio, tema sobre el cuál ya hemos escrito en
capítulos anteriores. Los planes de los agentes económicos no son mutuamente
27

compatibles, por lo que no pueden realizarse simultáneamente. Algunos se ven


frustrados (en este caso eso sucede con los planes de inversión: las firmas están
invirtiendo de hecho más de lo que desearían), y eso motiva revisión de conductas,
cambios de planes.
¿Qué podemos conjeturar que sucederá en nuestro ejemplo? Como hicimos en el
caso de una economía cerrada, suponemos que las empresas productivas no
sostendrán por mucho tiempo un nivel de actividad en el que producen más que lo que
son capaces de vender. Luego, a lo largo de los meses, contraerán el empleo y el
producto, por lo que la economía se moverá hacia la izquierda de Y1, según el gráfico 1.

9
La inversión bruta interna suele tener, en efecto, dos componentes: inversión bruta interna fija (que
incluye el gasto en maquinaria y equipo, equipo de transporte, y construcciones) y variación de
existencias. Sin embargo, en la Argentina, en las cuentas nacionales con base en el año 1993, la
variación de existencias se ha publicado separadamente, es decir, en un rubro distinto de la inversión,
que también incluye el concepto "discrepancia estadística".
28

Meses, trimestres y años

Recién hemos hablado de que las empresas ajustarán su volumen de


producción y empleo a lo largo de “los meses”. La cuestión de los períodos de ajuste
siempre aparece como una preocupación importante cuando uno comienza a
enfrentarse con argumentaciones como la que estamos planteando aquí. Nos
preguntamos, ¿a cuántos meses o trimestres se refiere el “corto plazo”?¿Qué
significan mediano y largo plazo? La respuesta general es que cuando hablamos de
esa forma no solemos tener una referencia muy precisa del tiempo involucrado. La
distinción entre esos distintos “plazos” característicos (corto, mediano, largo), se
suele basar en cuáles son las variables que se supone que varían o pueden variar
significativamente “en el período de análisis”. Por ejemplo, si no prestamos atención
a la variación de los precios nominales, que asumimos como fijos, estamos haciendo
un análisis de corto plazo: en el corto plazo los ajustes ante perturbaciones (como
una suba o una caída del gasto) parecen ser predominantemente de stocks, es
decir, de cantidades, en la mayor parte de los mercados (recordando que por el
momento sólo estamos considerando mercados de bienes). Luego, cuando
trabajamos con precios nominales endógenos, decimos que estamos tratando del
mediano plazo. En ambos casos se suele asumir como dada la capacidad productiva
instalada (es decir, el acervo de maquinaria, equipo, construcciones).
Naturalmente, ese supuesto no es razonable cuando se trata del largo plazo. En
el largo plazo, ese acervo (que suele designarse también como “stock de capital”)
debe poder variar, como todo lo demás.
Lo que planteamos aquí es bastante general, pero en algunos textos la distinción
de plazos puede ser algo diferente. Es decir, se trata de una distinción instrumental,
útil en el análisis pero pasible de cambiar según los autores, el problema y el
contexto de cada estudio.
En cualquier caso, el análisis que estamos planteando aquí, en el marco del
MKS, es de corto plazo, porque estamos ignorando las variaciones de los precios
nominales y del acervo de capital. Asumimos que las firmas ajustan primero las
cantidades que producen y sólo más lentamente (más allá del "horizonte" temporal
de este modelo) revisan sus decisiones de precio. De modo que en el texto nos
referimos a "meses" en un sentido figurado (podríamos también hablar de semanas,
o de trimestres), puesto que las consideraciones de tiempo o plazo son aquí
imprecisas, sólo ilustrativas.

Volviendo al gráfico 1.a: ¿Hasta dónde continuará la contracción? Seguramente


hasta alcanzar el punto correspondiente al valor de Y que designamos como Yint, en el
que el gasto realizado y el planeado son iguales (se cortan allí la recta Y* y la línea de
45º). Ése es el único punto en el gráfico que tiene tal propiedad. Es por ello la única
situación posible, bajo los supuestos que hemos adoptado, en la que los distintos
planes individuales de gasto pueden, todos ellos, realizarse simultáneamente.
Yint es nuestro punto de equilibrio en dos sentidos: lo es porque en él los planes
individuales son mutuamente compatibles y por ello realizables simultáneamente (según
nuestra definición de equilibrio) y porque además parece que la economía se movería
hacia ese punto si estuviese fuera de él. Si hubiésemos partido de una situación en la
29

que Yint fuese mayor que Y1, al revés que en el ejemplo precedente, el análisis habría
sido semejante pero la economía se habría movido en el sentido contrario. Con un
gasto planeado mayor que el realizado, las firmas venderían más que lo que producen,
desagotarían inventarios, y tendrían, tarde o temprano, que responder a esa situación
con un aumento del producto.10
Hemos escogido para designar a ese nivel del producto el símbolo Yint, puesto que
constituye nuestra primera definición de “equilibrio interno”.
Parece claro, sin embargo, que se trata de un equilibrio interno en un sentido
limitado. Es perfectamente posible que nuestro equilibrio de ingreso-gasto, Yint, se
verifique simultáneamente con un exceso de oferta laboral, por ejemplo, aunque eso no
ha sido contemplado aún en el esquema analítico de esta sección.
Observe, por otro lado, que la dinámica de los “inventarios” es muy importante en
este modelo. De tal modo, este esquema analítico sencillo capta apropiadamente un
aspecto típico de los procesos económicos reales. En efecto, solemos ver acumulación
de inventarios de mercancías sin vender en las fases iniciales de cualquier recesión y,
al contrario, las expansiones suelen iniciarse con el desagote de existencias
acumuladas previamente, lo que sucede normalmente antes de que los niveles de
actividad comiencen a repuntar.

La solución analítica

¿Cómo obtenemos analíticamente el valor de equilibrio del producto en el modelo?


Nuestra definición de equilibrio implica que Yint corresponde a un nivel de Y tal que, si
el mismo se verifica, se cumple la siguiente condición (que llamamos condición de
equilibrio):

Y = Y *,

es decir que las magnitudes ex ante y ex post son iguales. Sustituyendo, en esta
condición, Y* por su expresión en (1.1’.a) tenemos:

[ ]
Y = A0 + ER0 .( x0 − q0 ) + c1.(1 − t ) − ER0 .q y .Y ,

10
Por cierto, para que esto sea posible debemos asumir que hay capacidad instalada disponible y
capacidad de trabajo adicional que también puede ser utilizada para aumentar el producto.
30

que, como vemos, es una ecuación con una única incógnita, Y, cuyo nivel de equilibrio
(Yint), podremos determinar, si conocemos los valores de los parámetros y de las
variables exógenas que aparecen allí. Despejando la variable Y, y luego reordenando,
nuestra condición de equilibrio resulta:

⎧⎪ ⎫⎪
⎬.[ A0 + ER0 .( x0 − q 0 )].
1
(1.1’.b) Yint = ⎨
[
⎪⎩ 1 − c1 .(1 − t ) + ER0 .q y ]⎪⎭

Allí el valor de equilibrio de la variable endógena Y, se expresa como función de las


exógenas y de los parámetros de comportamiento (c1, t, qy) que intervienen en el
“multiplicando” y en el término entre llaves. Éste último, que resultará superior a uno
(dado que asumimos que la pendiente de la ecuación (1.1’.a) es inferior a la unidad), es
la versión de economía abierta del multiplicador keynesiano simple, que depende
centralmente de la propensión marginal a consumir, “c1”, pero también de la tasa
impositiva t, de la propensión marginal a importar qy y, en esta formulación, del nivel del
tipo de cambio real. Dada la “filtración” hacia bienes extranjeros ya mecionadas, el
multiplicador es “menor” que el que obtuvimos en el MKS de una economía cerrada, lo
que en la expresión (1.1’.b) es evidenciado por la presencia de un sumando adicional,
positivo, en el denominador.

Forma reducida

Cuando un modelo se plantea de modo que en las ecuaciones que lo


componen las variables endógenas resultan igualadas a expresiones en que
intervienen únicamente parámetros y variables exógenas (y no otras endógenas),
se dice que está formulado en forma reducida. Luego, la ecuación (1.1’.b) es la
forma reducida de nuestro modelo. En la forma reducida perdemos de vista las
ecuaciones de comportamiento que fundamentan la argumentación. En cambio, si
el modelo es planteado como un conjunto de relaciones de comportamiento e
identidades se dice que está formulado en su forma estructural.

Si designamos como α a esta versión del multiplicador podemos reescribir


simplificadamente la última expresión:

(1.1’.c) Yint = α . A0 + α .[ER0 .( x0 − q 0 )], con α > 1.


31

La política fiscal

Se comprende, a partir de aquí, que cualquier cambio en el nivel de una de las


variables exógenas, como la inversión planeada, por ejemplo, se traducirá en una
variación ampliada del nivel de equilibrio del producto.
En otras palabras, podemos escribir, replanteando (1.1'.c) en términos de variaciones
(y suponiendo constantes los valores de los parámetros involucrados en el cálculo del
multiplicador):

(1.1'.c’) ∆Yint = α .∆A0 + α .∆[ER0 .( x0 − q 0 )].

Allí, el símbolo ∆ significa "variación de". Así, por ejemplo, una caída de la inversión
de $10 dará lugar a una contracción del nivel de equilibrio del producto igual a α.$10, es
decir, mayor que la caída de la inversión (puesto que α>1). Recuerde que la inversión
planeada es uno de los sumandos que se incluyen dentro de A0.
Eso da también lugar a una primera consideración de política económica. Podemos
ya comenzar a discutir la política fiscal en este modelo, como hiciéramos en el caso de
una economía cerrada. Utilizando los instrumentos que hemos identificado previamente,
T0 y t, a los que luego se agregó el gasto público (G0), el gobierno puede, por ejemplo,
procurar alcanzar cierta meta de Y. Cambios en las tasas de impuestos sobre el ingreso
o en la ordenada al origen de la función de recaudación fiscal afectarán el valor de Y de
equilibrio. De tal modo, el gobierno podría apuntar a lograr cierto valor de Y, definido
como meta. A su vez, si variaciones del gasto privado desplazan o amenazan con
desplazar al producto de ese nivel deseado, el gobierno podría, en principio, valerse de
cambios en t o en T0 (ó en G0) para contrabalancear esas perturbaciones. Llamamos a
esto política fiscal compensatoria, o “contracíclica”.

El balance de pagos y el equilibrio externo

Como siempre, comenzaremos el análisis de este tema a partir del planteo del marco
contable. En este caso, se trata de una única identidad que agregaremos ahora a
nuestro modelo.
En el análisis anterior hemos incorporado al modelo keynesiano simple de economía
cerrada dos nuevas variables, exportaciones e importaciones, y una tercera, el tipo de
cambio real. Además de reflejarse en las cuentas nacionales del modo que viéramos
32

más arriba, el valor de esos flujos de comercio entre el país y el exterior se vuelca
también en un estado contable que procura captar la totalidad de las transacciones
entre residentes y no residentes: el balance de pagos. En nuestra economía sencilla,
que por ahora sólo comercia con el resto del mundo, las cuentas del balance de pagos
serán también muy simples (más adelante veremos esta cuenta con mayor detalle,
incorporando las restantes partidas, aunque siempre de forma basante agregada, como
es característico de un enfoque macroeconómico). Con nuestros supuestos, la identidad
del balance de pagos podríamos escribirla así:

(1.10) P f .x − P f .q ≡ ∆R.

Esta cuenta se confecciona en dólares de los EE.UU. en muchas naciones,


incluyendo a la Argentina, aunque en la zona del euro se elabora actualmente en esa
moneda y en Japón en yenes, por ejemplo. Vemos en la expresión (1.10) el valor de las
exportaciones en dólares tal como lo hemos definido más arriba (Pf.x), neto del valor de
las importaciones (Pf.q). Las exportaciones dan lugar a ingresos y las importaciones a
egresos de moneda extranjera.11 El resultado del balance de pagos, ∆R, es la variación
de reservas de moneda extranjera en poder de la autoridad cambiaria (normalmente el
banco central), dentro de cierto período12. El saldo ∆R puede naturalmente ser positivo
o negativo.
Ya sabemos que de las identidades contables tenemos que pasar a la economía y
eso requiere introducir algunas hipótesis de comportamiento.
En lo que sigue asumiremos que Pf = Pf0, es decir, que los precios internacionales
están determinados exógenamente. En cuanto a exportaciones e importaciones, lo que
necesitamos ya lo hemos incluido en nuestra discusión del modelo sencillo de páginas
anteriores. Recordemos aquí las dos ecuaciones de comportamiento que describen
esas transacciones, según las planteáramos más arriba:

(1.7) x * = x0 ,
(1.8) q * = q0 + q y .Y .

11
Hablamos de moneda extranjera porque estamos pensando principalmente en economías como la
argentina u otras de la región latinoamericana y, hasta hoy, ninguna de ellas cuenta con una moneda
nacional de aceptación corriente en el plano internacional.
33

El Gráfico 1.b nos permite avanzar en la descripción del comportamiento del


comercio (y del balance de pagos) en esta economía. Representamos allí las relaciones
anteriores, aunque de manera ligeramente modificada, para expresarlas en dólares.
Más precisamente, graficamos las relaciones siguientes:

(1.7’) P f .x* = P f .x0 ,


(1.8’) P f .q* = P f .(q0 + q y .Y ).

En el gráfico se muestra una línea horizontal correspondiente a Pf.x*, donde x*


asume el valor x0, asociado al hecho de que suponemos que las exportaciones son
exógenas (en especial, no dependen de Y), y una línea ascendente correspondiente a
Pf.q*, (donde q* es designada como q(Y)). Ya señalamos que ésta tiene pendiente
positiva porque asumimos que las compras al resto del mundo sí se vinculan con el
nivel del producto. Se percibe inmediatamente que es posible concebir la existencia de
un nivel de Y compatible con el equilibrio del balance de pagos.
En otras palabras, ese nivel particular de Y sería compatible con un resultado nulo de
las transacciones entre residentes y no residentes (∆R = 0), en el período que se está
considerando. Note que la noción de "equilibrio" que utilizamos aquí difiere un tanto de
la que empleáramos con Yint. Es así en especial porque no supondremos, por el
momento, la existencia de un mecanismo que lleve automáticamente al equilibrio del
balance de pagos si nos encontramos fuera de él.
Llamaremos Yex a ese nivel del producto tal que, si estuviese vigente, mantendría al
balance de pagos equilibrado.
Con las ecuaciones (1.7’), (1.8’) y (1.10), y el supuesto de “precios externos
exógenos” podemos encontrar ese punto fácilmente. Tomando (1.7’) y (1.8’) y
sustituyendo en (1.10) resulta:

(1.10.a) P f 0 .(x0 − q0 − q y .Y ) = ∆R,

que es la ecuación del balance de pagos modificada por la inclusión de nuestros


supuestos sobre comportamiento (de modo que no es ya una identidad).
Esa ecuación puede resolverse de dos maneras.

12
En la Argentina se publican datos del balance de pagos con frecuencia trimestral, y se difunden de
esa manera y también en cuadros de frecuencia anual.
34

Es factible, en primer lugar, resolverla para un valor cualquiera de Y (en cuyo caso
obtendremos el correspondiente valor de ∆R). Volveremos sobre esta forma de
resolución un poco más adelante.
La alternativa es obtener su solución de equilibrio, es decir, la que corresponde al
caso particular en que se cumple que (∆R = 0). En esta última situación tendremos:

(1.10.b) P f 0 .(x0 − q0 − q y .Y ) = 0,

que ahora no es simplemente la ecuación del balance de pagos sino, más


precisamente, la correspondiente condición de equilibrio.
Es también, como puede constatarse inmediatamente, una ecuación con una única
incógnita, Y. El valor de esa variable que podemos obtener resolviendo esa expresión
será, justamente, el valor Yex que estamos buscando. En consecuencia, despejando,
tendremos:

⎡ (x − q0 )⎤
(1.10.b’) Yex = ⎢ 0 ⎥.
⎢⎣ q y ⎥⎦

Como puede verse, ese valor, que depende únicamente de los parámetros de la
ecuaciones de comportamiento del comercio con el exterior, se determina aquí de un
modo diferente del que nos permitiera obtener Yint en la sección anterior (compare las
expresiones (1.1’.b) y (1.10.b’)).
Cabe entonces concluir que no hay ninguna razón, hasta el momento, para suponer
que ambos valores de Y deban ser iguales. En la situación que estamos describiendo
sólo lo serían por casualidad. Si es así, vale la pena preguntarse qué problemas
pueden plantearse cuando Yint y Yex son diferentes.

Equilibrio interno y externo y política económica

Comenzaremos por considerar un caso en que, tal como se ilustra en el Gráfico 1, se


verifica que:

Yex < Yint ,


35

es decir, que el ingreso que hace nulo el resultado del balance de pagos es menor que
el que determinaría el equilibrio interno o de ingreso-gasto, lo que en términos del
modelo que estamos desarrollando equivale a suponer que se están perdiendo
reservas de divisas.
Asumiremos que la economía está operando con un nivel de actividad tal que se
genera el ingreso Yint, el que se establece según vimos más arriba y depende
centralmente de un conjunto de variables exógenas y parámetros de comportamiento,
incluyendo los niveles de los instrumentos de política fiscal. Es decir, hemos tenido
tiempo de ajustar el ingreso interno hasta su nivel de equilibrio. Podríamos también
asumir, aunque no es necesario para el argumento, que el nivel del producto Yint
constituye una meta de la política económica.
¿Qué sucedería con el balance de pagos en tal situación? En el Gráfico 1.b se
observa que si el producto está en el nivel Yint, superior a Yex, el valor en dólares de las
importaciones supera al de las exportaciones. De modo que habría un déficit en el
comercio con el resto del mundo y las reservas de divisas estarían contrayéndose. La
magnitud de dicho déficit (que equivale al déficit del balance de pagos, en esta
economía que sólo comercia con el resto del mundo) está representada en el Gráfico
1.b por la distancia entre la línea correspondiente a las exportaciones y la relativa a las
importaciones, al nivel Yint del ingreso.
También podemos determinar con facilidad el nivel de ∆R analíticamente. Tomando
la ecuación (1.10.a) y reemplazando Y por el valor concreto que asume actualmente
(Yint), obtenemos el valor del desequilibrio del balance de pagos asociado a este estado
de la economía (llamémoslo ∆R1) :

P f .(x0 − q0 − q y .Yint ) = ∆R1 .

Como acabamos de señalar, ese valor de ∆R será negativo en el caso particular que
estamos enfocando.
Esta situación plantea inmediatamente un problema: no podrá, con seguridad,
sostenerse indefinidamente o por un período prolongado. Esto se debe a que el acervo
de divisas del banco central es limitado. Ese stock proviene de saldos positivos del
balance de pagos acumulados en el pasado. Recuerde que estamos asumiendo que
nuestra economía no tiene acceso al crédito internacional, de manera que los recursos
en moneda extranjera que se pierden debido al resultado negativo del comercio exterior
no pueden por ahora reponerse por otra vía, como la colocación de deuda externa por
36

parte de alguno o algunos de los agentes residentes. Note, por otra parte, que la
dificultad a la que nos estamos refiriendo se asienta en parte en el hecho, ya señalado,
de que nuestra economía no puede pagar sus importaciones en su propia moneda. Si
esto fuera posible, las cosas se harían algo más fáciles, al menos en el corto plazo.
En la situación que estamos describiendo, las autoridades enfrentarán una seria
dificultad para sostener el valor del ingreso en el nivel que designamos como Yint. Esto
es así porque el resultado del balance de pagos que acompaña a ese nivel del producto
no resulta, a su vez, sostenible.
Para dar más interés a este conflicto podríamos, por ejemplo, asociar al nivel del
producto con el empleo de mano de obra. Seguramente un mayor nivel de Y generaría,
ceteris paribus, mayores requerimientos de trabajo. Podemos asumir que algún valor
del producto estará entonces vinculado con cierto nivel de ocupación al que llamaremos
pleno empleo, aunque sin definirlo con precisión (el mercado laboral es tema de otro
capítulo). Si ese nivel particular del producto fuese nuestro Yint, cabría entonces decir
que se plantea un conflicto entre el objetivo de pleno empleo, que podríamos suponer
que tienen las autoridades, y la necesidad imperiosa de acotar el desequilibrio del
sector externo de la economía, impuesta por la escasez de divisas.
En otras palabras, se presenta el problema del ajuste del balance de pagos. Ajustar
el balance de pagos quiere decir, resumidamente, llevar esa cuenta a una posición
sostenible. ¿Cómo podemos hacerlo? 13

El ajuste del balance de pagos

Con los recursos de política macroeconómica que hemos introducido hasta aquí en
esta sección, confinados todavía básicamente a la utilización de instrumentos de
política fiscal, parece que todo lo que puede hacerse es provocar una recesión
(subiendo los impuestos o bajando el gasto público). La contracción del producto
ajustaría el balance de pagos reduciendo las importaciones de bienes y servicios.

13
La presencia de este problema de sostenibilidad es una de las razones por las cuáles elegimos
concentrarnos en una situación en la que Yint es mayor que Yex, y no al contrario. Si el producto de
equilibrio fuese inferior al que hace nula la variación de reservas, habría acumulación de divisas. Esta
situación no está exenta de dificultades, pero es un poco menos interesante puesto que si bien plantea
también algunos problemas de sostenibilidad (que comentaremos más adelante), éstos son menos
acuciantes que los que resultan de un déficit de balance de pagos, puesto que éste enfrentará a la larga
o a la corta el límite impuesto por la finitud de las reservas. Además, un cuadro macroeconómico
caracterizado por empleo elevado y déficit del balance de pagos ha sido escena recurrente en la
economía argentina en la fase de “economía financieramente cerrada” (y comercialmente también menos
abierta que anteriormente) iniciada aproximadamente con la gran depresión, por lo que tiene también
interés histórico, como discutiremos un poco más adelante.
37

Si examinamos la cuestión tal como se plantea en el Gráfico 1, se trata de “mover


hacia abajo” la curva Y*, lo que desplazaría Yint (es decir, el equilibrio de ingreso-gasto)
hacia la izquierda. Esto puede hacerse reduciendo el gasto público “G”, por ejemplo, o
subiendo los impuestos. Para equilibrar las cuentas externas, la magnitud de la
contracción debería ser tal como para hacer que Yint coincida con Yex. Así, la política
fiscal pondría en marcha un mecanismo de ajuste recesivo del balance de pagos, que lo
llevaría a una posición sostenible. Eso se haría, está claro, a costas del objetivo interno
o de empleo.
¿Es posible concebir una forma menos dolorosa de resolver este problema?
El camino para pensarlo comienza por desplazar la atención desde el manejo de la
demanda agregada (Gráfico 1.a) hacia el comportamiento de las exportaciones e
importaciones (Gráfico 1.b). Tenemos que enfrentarnos a la cuestión de cómo “mover”
la curva de exportaciones (hacia arriba) o la de importaciones (hacia abajo).
Esos dos movimientos (o cualquiera de ambos) cambiarían el punto en que ambas
curvas se cortan. En otros términos, tendrían un efecto que puede leerse de dos
maneras: aumentarían el valor de Yex (gráficamente, lo desplazarían hacia la derecha),
o bien reducirían el déficit del balance de pagos que la economía tiene “en pleno
empleo” (es decir, en el nivel de Yint original, que supusimos que al gobierno le
interesaba preservar).
Intuitivamente, se comprende que si pudiéramos desplazar ambas curvas (o al
menos una de ellas) en el sentido indicado, sería factible mejorar el saldo del comercio
preservando el objetivo interno.
Esto nos lleva a reconsiderar la cuestión de los determinantes de los flujos de
comercio internacional de nuestra economía introduciendo algunos elementos nuevos.
Al hacerlo, tenemos que abrirnos a un nuevo conjunto de temas: el papel del tipo de
cambio como determinante de importaciones y exportaciones, los regímenes cambiarios
y el problema de la devaluación.

Tipo de cambio, regímenes cambiarios, devaluación

El paso siguiente en nuestra construcción analítica es bastante natural. Ya hemos


introducido el tipo de cambio nominal y el real. Incluso anticipamos que el tipo de
cambio real podía ser un argumento de las funciones de comportamiento de
exportaciones e importaciones. Sin embargo, todavía no lo introdujimos en ese papel.
En el modelo anterior, el tipo de cambio apareció sólo “contablemente”, multiplicando a
los valores en dólares de “x” y de “q”, para transformarlos a pesos. Ahora lo
38

introduciremos en el aspecto más relevante de factor explicativo de las exportaciones e


importaciones planeadas.
Retomemos entonces nuestra argumentación. Ya habíamos asumido que los precios
internos están dados exógenamente (P = P0), y dijimos también que (Pf = Pf0), es decir,
que los precios internacionales están dados, por el momento, en un nivel invariable. En
consecuencia, el cociente (Pf/P) será una constante en lo que sigue. La designaremos
con la letra griega delta (δ), agregando el subíndice 0 que denota exogeneidad. Hecho
esto, y recordando la definición de tipo de cambio real (ER) que diéramos previamente,
podemos ahora escribir:

ER = E.δ 0 .

Eso tiene una ventaja inmediata para el tratamiento analítico. Como los precios
internos y externos están dados, las variaciones del tipo de cambio real estarán
asociadas a cambios de la misma proporción y en el mismo sentido en el tipo de cambio
nominal. Ambos se moverán juntos.14
Ahora sí estamos en condiciones de dar otro paso hacia un modelo macroeconómico
más complejo. Lo haremos revisando nuestras ecuaciones de comportamiento del
comercio. Hemos de suponer, en concreto, que cabe incorporar un nuevo argumento,
una nueva variable determinante de exportaciones e importaciones: el tipo de cambio
real.
Retomaremos entonces las ecuaciones (1.7) y (1.8) y las modificaremos
introduciendo explícitamente esta nueva variable:

(1.7.a) x * = x0 + x ER .E.δ 0 , con x ER > 0, y

(1.8.a) q * = q0 + q y .Y − q ER .E.δ 0 , con q ER > 0.

Hemos agregado un nuevo sumando en cada caso, incorporando de manera


explícita la dependencia de exportaciones e importaciones en relación con el tipo de

14
Puede parecer una simplificación poco realista pero no lo es tanto. En efecto, hay mucha evidencia
de que los tipos de cambio reales y nominales se mueven en la misma dirección, aunque no en la misma
proporción, puesto que las variaciones cambiarias tienen algún impacto en los precios internos. Asumir
que la relación de precios (Pf/P) es constante equivale a suponer que la inflación interna es igual a la
“inflación internacional” y no requiere, en realidad, el supuesto más exigente de que tanto los precios
internos cuánto los externos permanecen invariables.
39

cambio real. Suponemos que un tipo de cambio real más alto generará mayores
exportaciones (el valor del parámetro de comportamiento xER indica la magnitud de la
respuesta de las ventas de bienes al resto del mundo al estímulo cambiario), mientras
que, por el contrario, desalentará las importaciones, como lo revela el hecho de que el
nuevo sumando en (1.8.a) tenga signo negativo. El valor del parámetro qER revela el
grado de respuesta de las compras de bienes al resto del mundo a variaciones en el
tipo de cambio real.15
Asumiremos en principio que, además de los precios, también el tipo de cambio
nominal está fijo en E = E0 (de modo que el tipo de cambio real está dado en el valor
(ER0 = E0.δ0), como en nuestra discusión anterior).
Ahora podemos representar los flujos de transacciones con el exterior de dos
maneras, como hacemos en el gráfico siguiente. La primera representación (Gráfico
2.a) es en realidad la misma que habíamos utilizado con anterioridad, aunque en este
caso hacemos explícita la presencia de una variable que antes estaba "oculta", el tipo
de cambio, mediante su inclusión como un argumento de las funciones de
exportaciones e importaciones.
Sabemos que el tipo de cambio real es el argumento relevante. Sin embargo, como
hemos dicho, nuestro supuesto de constancia de la relación de precios (Pf/P) nos
permite representar las funciones introduciendo el tipo de cambio nominal E en lugar de
ER.
Observe que en el Gráfico 2.a se indica que las curvas están trazadas para
determinado nivel de E, como E0. A un nivel diferente de esta variable, dada la relación
de precios (Pf/P), las curvas estarían ubicadas en otra posición. En otros términos,
estas líneas se mueven con cambios en E, mientras que los efectos de variaciones de Y
son representados por movimientos sobre las curvas (sobre la de importaciones, en
particular, puesto que estamos asumiendo que las exportaciones no dependen de Y).
Mientras tanto, en el Gráfico 2.b, en lugar de incluir el ingreso en uno de los ejes,
volcamos el tipo de cambio. En esta última representación tenemos que dejar fijo el

15
Como hemos hecho desde el inicio con las ecuaciones de comportamiento de los modelos que
hemos desarrollado en esta sección y en las anteriores, asumimos formas funcionales muy sencillas,
lineales, para representar estas relaciones. Lo hacemos así porque nos interesa sobre todo, en estas
notas, el manejo del lenguaje y la construcción de la argumentación en general, más que los detalles de
las formas funcionales con los que podríamos dar en el estudio empírico de determinada economía. Esta
forma de representar las funciones de comportamiento capta lo que es esencial: cuáles son las variables
involucradas y cuál es el signo de su relación, y da cuerpo a esas relaciones en la forma de un conjunto
de parámetros. En un estudio empírico, podríamos encontrar formas funcionales diferentes, pero estarían
vinculadas a un caso concreto y, por ende, serían más útiles para examinar ese caso pero perderían
generalidad. Aquí estamos razonando de manera simple, en un plano general.
40

valor de Y para poder situar la curva de importaciones, porque las compras de bienes y
servicios al resto del mundo dependen de ambas variables, E y Y. En lo que sigue
supondremos que la economía está operando en el nivel Yint de nuestra discusión
precedente.

Gráfico 2. Equilibrio externo, mercado de divisas y devaluación

Export.
e Pf.q(E0, Y)
Gráfico 2.a. Balance comercial

Import. Pf.q(E*, Y)
(en
dólares)

Pf.x(E*)
Pf.x(E0)

Yex Yint Ingreso (Y)

E Pf.x(E)
Gráfico 2.b.Mercado de divisas

E*

E0

Pf.q(E,Yint)

Pf.x(E0) Pf.q(E0, Yint) Export.


e Import.
(en dólares)
41

Ambos Gráficos, 2.a y 2.b, representan en verdad la misma situación. Sin embargo,
lo que en el diagrama superior vemos y pensamos como el comportamiento del balance
de comercio de nuestra economía, puede ser percibido en la ilustración inferior bajo una
luz diferente. Ciertamente, las variables son las mismas, pero el segundo diagrama
puede interpretarse como la representación de un mercado: el mercado de divisas.
En efecto, asimilamos las exportaciones a nuestra fuente de moneda extranjera, es
decir, constituyen la oferta de divisas, mientras que las importaciones dan cuerpo a la
correspondiente demanda. Tenemos oferta, demanda y precio de las divisas, es decir,
los elementos que configuran un mercado.

Algunas digresiones

• La condición de Marshall-Lerner

Dedicaremos ahora algunos párrafos a varias digresiones que son útiles para una
mejor comprensión del punto que estamos discutiendo.
Observe que estamos asumiendo, como es corriente, que tanto la demanda como la
oferta de divisas (en otros términos, las exportaciones y las importaciones, en nuestra
economía simplificada) responden de la manera esperada a los incentivos. La oferta
sube con el precio (E, en este caso) y la demanda declina. Sin embargo, es necesario
aclarar que en nuestro tratamiento del mercado de divisas hay implícitos otros
supuestos importantes. Considere por ejemplo las exportaciones. Como hemos
señalado, la curva correspondiente tiene, en el Gráfico 2.b, pendiente positiva, lo que
indica que a un mayor tipo de cambio habrá un mayor flujo de oferta de divisas (siempre
manteniendo constantes otros determinantes potenciales de las ventas de bienes al
exterior, como el nivel de ingresos del resto del mundo). Pero, ¿estamos seguros de
que será así? ¿Un tipo de cambio más alto producirá mayores ingresos por
exportaciones en cualquier circunstancia?
Para examinar el problema tenemos que considerar, en primer lugar, que las divisas
que ingresan son el producto de las cantidades exportadas de mercancías multiplicadas
por sus precios. Esos precios los hemos designado hasta aquí como Pf y hemos
supuesto que no dependen de nuestras condiciones de oferta. Para que las cantidades
exportadas aumenten es necesario que sea posible responder a los mejores precios
(medidos en pesos), asociados a un tipo de cambio más alto, con una mayor
producción de los bienes que se destinan al resto del mundo. Que esto sea factible, y
42

en qué magnitud, es lo que indica la elasticidad de la oferta nacional de mercancías


exportables.
Asumamos que esa elasticidad es positiva. En tal caso estaremos en condiciones de
aumentar en algún grado, a un tipo de cambio más elevado, la producción de bienes
exportables y nuestras ventas al resto del mundo. Pero para estar seguros de que esto
dará lugar a un mayor ingreso de divisas no basta con saber que las cantidades
vendidas probablemente se incrementarán. Hay que preguntarse qué pasará con los
precios de venta, medidos en dólares. Como acabamos de indicar, nosotros los
estamos considerando exógenos (e iguales a Pf), pero en ocasiones ese supuesto
puede resultar inapropiado. El aumento de la oferta nacional podría provocar cierta baja
de estos precios. Que tal cosa suceda o no (y, si sucede, en qué medida lo hará), habrá
de depender de la magnitud del aumento de nuestra oferta en relación con el tamaño
total del mercado correspondiente, y también de la reacción de la demanda externa (o,
más específicamente, de la elasticidad de la demanda del resto del mundo por nuestros
bienes).
Veamos un ejemplo para comprenderlo mejor. El Brasil ha sido y es aún un actor
fundamental en el mercado internacional de café. Imagine una suba del tipo de cambio
en ese país tal que, entre otras cosas, aumente significativamente el valor en moneda
interna de cada dólar obtenido por las ventas de ese grano al exterior. Podría esperarse
una reacción de los oferentes brasileños, que aumentarían los volúmenes producidos
para aprovechar las mejores condiciones de rentabilidad. Si la oferta brasileña de café
se incrementase significativamente en los años siguientes al momento de una
devaluación, ¿qué sucedería con el precio? Eso dependerá del comportamiento de la
demanda internacional. Si ésta fuese muy inelástica, es decir, si los consumidores de
café fuesen poco sensibles al precio, de manera que cuando éste baja no incrementan
de modo apreciable sus compras, el café se abarataría significativamente (casi todo el
ajuste a la nueva situación sería, en ese mercado, por precio, y muy poco por
cantidades). Es posible, entonces, que los productores brasileños de café vendan sólo
un poco más, pero a precios tal vez bastante más bajos. En tal caso, los ingresos
totales de divisas producidos por esa industria podrían declinar en vez de aumentar. Y
lo mismo podría suceder con el ingreso total de divisas al país en cuestión, si ese bien
tiene, como sucedía con el café en el Brasil, un peso muy grande en la pauta total de
exportaciones del país.
Por otra parte, tampoco es totalmente seguro que la demanda de divisas para
importar se contraiga significativamente ante una suba del tipo de cambio. Esto se
43

refleja en lo que llamamos elasticidad-precio de las importaciones. Si ésta es muy baja,


es en principio probable que la demanda de divisas apenas decline.
En definitiva, no está garantizado que una suba del tipo de cambio mejore siempre el
saldo del comercio, tal como sí sucedería en el caso que estamos examinando aquí,
según usted puede comprobar examinando el Gráfico 2.b.
Que un alza del tipo de cambio mejore efectivamente el balance comercial
dependerá, como el ejemplo brasileño ilustra, de qué valores asuman las elasticidades
de oferta y de demanda de nuestras exportaciones e importaciones. Puede deducirse
una condición precisa que debe cumplirse para que la suba del tipo de cambio mejore el
saldo comercial; se la conoce como la “condición de Marshall-Lerner”, tomando el
nombre de los economistas que la plantearon. No es necesario desarrollarla en detalle
aquí. Basta decir que esa condición es precisamente una relación entre las
elasticidades-precio de las ofertas y demandas de exportaciones e importaciones. Pero
es interesante destacar que la condición de Marshall-Lerner se cumple, en particular,
siempre que se trate de una economía pequeña, tal como nosotros hemos supuesto
que es la que consideramos aquí. En tal caso, los precios de exportación (y de
importación) no variarán como consecuencia de decisiones de nuestros exportadores o
importadores. Recordemos que hemos definido a una economía pequeña como aquella
que es “tomadora de precios”, lo que quiere decir que sus ventas y compras de
mercancías se hacen a precios que no dependen de las cantidades que el país vende o
compra. En otros términos, esta economía no tiene incidencia en la determinación de
los precios internacionales de los bienes que exporta o importa, como sucede con
muchas de las mercancías que forman parte del comercio de nuestro país en la
actualidad, aunque hay por cierto algunas excepciones de bastante importancia.
Sintetizando: el tratamiento del mercado de divisas y de los efectos de una suba (o
baja) del tipo de cambio que estamos planteando aquí da por supuesto que se cumple
la condición de Marshall-Lerner, para lo cual bastaría con asumir (aunque no es
necesario) que estamos examinando una “economía pequeña”. Que esta condición se
cumpla significa que, tal como puede verse en el Gráfico 2.b, un tipo de cambio (real)
más alto está asociado con un mejor resultado comercial.

• La curva J

Esta digresión tiene menos importancia, pero cabe plantearla porque es habitual que
los textos de macroeconomía presenten, alcanzado este punto en la argumentación, un
efecto conocido como “la curva J”. La “J” representa la trayectoria que se supone que
44

puede asumir el saldo del comercio luego de una suba del tipo de cambio: primero
empeora, para sólo más tarde mejorar.
Tome en cuenta que nos hemos estado refiriendo aquí (en los gráficos 1.b y 2.b, por
ejemplo) al saldo comercial medido en dólares, que es lo que nos interesa puesto que
es en esa moneda que se confecciona nuestro balance de pagos. En la economía de
nuestro ejemplo, no hay curva J. El balance comercial en dólares no empeora ni
tendría por qué empeorar luego de una suba del tipo de cambio. Tal vez mejore
lentamente o poco en un inicio, y más rápido luego, pero esa posible secuencia
temporal no está captada en nuestra argumentación, que es, por simplicidad, “estática”
y por ende no distingue distintos momentos intermedios en las trayectorias de ajuste
ante una perturbación. Si sube E, las exportaciones medidas en dólares aumentan en
algún grado, y las importaciones declinan en alguna medida, como surge de nuestras
ecuaciones de comercio. No hay lugar en la argumentación para una contracción inicial.
Ahora bien, el balance comercial medido en pesos sí podría empeorar inicialmente,
porque si la situación de la que se parte es deficitaria, la suba de E aumentaría
instantáneamente el valor en pesos de ese desequilibrio. Este déficit se reduciría luego,
a medida que las exportaciones e importaciones reaccionan según lo esperado. Pero,
reiteramos, esa suerte de “J” no se refiere al balance de pagos en dólares.
La confusión corriente deviene de que en los manuales de macroeconomía de uso
corriente, como el de Olivier Blanchard, por ejemplo, escritos desde la perspectiva de
los EE.UU., estos dos temas se confunden por dos razones: en primer lugar, porque el
balance de pagos y las cuentas nacionales se hacen en la misma moneda, y en
segundo término porque EE.UU. exporta principalmente a precios determinados en
dólares, es decir, en su propia moneda. En tal caso, la ecuación del balance comercial
sería, simplificadamente, así:

P .x − E.P f .q ≡ Bal.comercial.

Esa expresión es asimilable a la empleada en el texto de Macroeconomía de


Blanchard y tiene dos diferencias con la ecuación (1.10), la ecuación del balance de
pagos de nuestra “economía pequeña” que incluyéramos más arriba.
En primer lugar, allí no aparece Pf multiplicando a las “x”. Es así porque, como
acabamos de señalar, se asume que EE.UU. exporta bienes a sus propios precios (en
dólares). En segundo término, tampoco aparece E multiplicando a las exportaciones,
que ya están en dólares, aunque sí se lo incluye multiplicando a las importaciones
45

(preciadas por ejemplo en euros, de modo que en este caso E es el tipo de cambio
entre el dólar y el euro), para pasar las compras externas a la moneda de los EE.UU.
Es evidente que, en tal caso, una suba de E sí tendría un efecto impacto, inicial,
sobre el balance de comercial en dólares. Si se parte de un saldo negativo, la suba de E
incrementará ese déficit en un comienzo, y esto da lugar a la posibilidad de ese
comportamiento “en J”, que en nuestra economía pequeña está, como hemos indicado,
ausente.

• Controles de cambios

Una tercera digresión se refiere a los controles cambiarios. Estamos asumiendo


implícitamente que los exportadores traen las divisas que obtienen por sus ventas al
resto del mundo. Si decidieran, por ejemplo, dejar esos ingresos, o parte de ellos,
depositados en bancos del exterior, la oferta de divisas se resentiría. Pero hemos
dejado de lado esa posibilidad al asumir que no hay movimientos de capitales. En
efecto, esa conducta de los exportadores se reflejaría en el balance de pagos así: en la
cuenta de comercio se computaría la totalidad de las exportaciones, mientras que los
dólares que no ingresaron se registrarían como una salida de capital. ¿Está claro? Si un
exportador vendió por 100 millones de dólares y dejó 20 millones depositados en el
exterior, registraríamos, siguiendo la práctica convencional, exportaciones por 100 y
una salida de capitales por 20, con la consiguiente contribución a la variación de
reservas de 80 millones, que es lo que efectivamente ingresó. Por cierto, nosotros
estamos asumiendo, en nuestra modelización del mercado de divisas, que los 100
millones deben liquidarse internamente. Es decir, los exportadores están seguramente
forzados a hacerlo por la normativa vigente. Eso indica la presencia de controles
cambiarios (las operaciones con divisas están sujetas a ciertas restricciones).
Del mismo modo, asumimos que sólo se compran divisas para importar. Eso supone
que no se puede adquirirlas para guardarlas bajo un colchón o para enviarlas al
exterior. De nuevo, todas estas operaciones aparecerían en el balance de pagos como
salidas de capital (aunque los dólares queden en el territorio nacional, en una caja de
seguridad, por ejemplo), y estamos asumiendo que no las hay. En este caso también
estamos suponiendo implícitamente que existen controles de cambios: las operaciones
de compra de divisas para fines distintos de la importación están prohibidas o
severamente restringidas, como era bastante habitual en las economías semicerradas
de la segunda posguerra.
46

• Otros efectos de los movimientos del tipo de cambio

Una última digresión u observación de alerta, de otro orden, tiene que ver con otros
efectos posibles de variaciones en el tipo de cambio nominal. Tome en cuenta que
estamos examinando una economía que sólo comercia con el resto del mundo. Por ello,
en este contexto, una variación de la paridad cambiaria no tendría otras consecuencias
que hoy en día son o pueden ser de gran relevancia, como las que afectarían a los
mercados financieros y de capitales. Éstas últimas serían además particularmente
importantes en una economía con alto grado de dolarización de las transacciones
financieras internas, como ha sido el caso de la Argentina en los años noventa.
Queremos concretamente sugerir que una depreciación cambiaria (una suba de E)
podía concebirse, en las economías financieramente aisladas de la fase anterior al
primer shock del petróleo, como un evento por lo general bastante menos traumático de
lo que nos hemos acostumbrado a pensar más recientemente. Por cierto, tampoco
estamos considerando todavía otras consecuencias de una devaluación, como las que
podría tener sobre el nivel general de precios.

El régimen de tipo de cambio fijo y la intervención cambiaria

Volvamos ahora al hilo central de nuestra argumentación: ¿cómo funciona el


mercado de divisas que estamos describiendo? La forma de funcionamiento de este
mercado dependerá de cuál sea el régimen de cambios vigente. Es decir, será diferente
según qué instituciones y regulaciones de las operaciones en moneda extranjera
existan.
Nosotros hemos supuesto más arriba, para comenzar, que el tipo de cambio estaba
fijo en E = E0. La brecha entre importaciones y exportaciones que aparece, a ese tipo
de cambio, en el Gráfico 2.b, es la misma que se presenta en el Gráfico 2.a, al nivel Yint
del ingreso. En este último, asociamos esa diferencia con un déficit del comercio. En el
Gráfico 2.b, en cambio, a la misma diferencia la denominaríamos de un modo algo
diferente: cabe designarla como exceso de demanda de divisas, pero parece claro que
se trata simplemente de dos formas distintas de ver el mismo fenómeno.
En síntesis, podemos ahora decir que la economía que describimos enfrenta, al tipo
de cambio E0, un exceso de demanda de divisas, que es igual a: [Pf.q(E0, Yint) –
Pf.x(E0)].
En cualquier mercado en situación de exceso de demanda hay una presión alcista
sobre el precio. Por lo tanto, el precio de las divisas, E, debería en principio subir. Pero
47

hemos supuesto que estaba fijo. Más específicamente, hemos asumido, sin decirlo de
manera explícita hasta aquí, que nos encontramos bajo un régimen de tipo de cambio
fijo.
Se utiliza aquí el adjetivo fijo en el sentido de "fijado", y no de inmóvil o invariable. Se
trata de un régimen en que la paridad es determinada administrativamente, por decisión
de alguna autoridad, no por el mercado. La expresión tampoco significa que la tasa de
cambio esté establecida por ley, ni que involucre libre convertibilidad o respaldo de la
moneda local en divisas, aunque estos elementos (o alguno de ellos) puedan estar
presentes en un caso específico.
En nuestro ejemplo, suponemos que la autoridad cambiaria estableció la paridad en
E0, pero en esa situación hay exceso de demanda de divisas. Si quiere mantener al tipo
de cambio en ese nivel deberá intervenir. Se llama intervención a la participación de la
autoridad cambiaria en el mercado de divisas, lo que normalmente se hace comprando
o vendiendo moneda extranjera. En síntesis, cuando el régimen es de tipo de cambio
fijo, la autoridad está forzada a intervenir para defender la paridad que decida
establecer.

Intervención e intervencionismo

No es raro que la palabra "intervención" aparezca cargada de un juicio de


valor negativo, si se la asocia a alguna interferencia estatal en los mecanismos de
mercado considerada perjudicial. Cuando se le utiliza para describir el papel de las
autoridades cambiarias al que acabamos de hacer referencia, el término está libre de
ese lastre. Por ejemplo, bajo un régimen de convertibilidad (como el de la Argentina
en los años noventa) el banco central debe intervenir para mantener la paridad, es
decir, debe salir a vender divisas si el público quiere comprarlas, o bien a comprarlas
si el público las quiere vender (y esto en cantidades ilimitadas). Y eso puede hacerse
en condiciones de amplia libertad de mercado.
Por otra parte, las operaciones de intervención cambiaria tienen efectos
monetarios. Si el banco central está perdiendo reservas, al mismo tiempo está
“absorbiendo” pesos, que salen de circulación. Si, en cambio, acumula reservas, los
pesos con los que las adquiere se incorporan a la circulación monetaria. Por cierto,
estos efectos son relevantes en el plano macroeconómico y serán considerados más
adelante, cuando integremos las cuestiones monetarias y financieras en el análisis.

En el ejemplo que hemos venido examinando hasta aquí, la intervención se


manifiesta en pérdida de reservas. El banco central está defendiendo la paridad que
estableció en E0, pero como con ese tipo de cambio hay exceso de demanda de
divisas, tiene que responder vendiéndole a los importadores parte de sus reservas, y
48

período a período deberá reiterar este comportamiento en tanto la situación persista, a


fin de evitar que el tipo de cambio suba. La magnitud de la intervención está dada por la
distancia que media entre [Pf.q(E0, Yint)] y [Pf.x(E0)] en el Gráfico 2.b, que se
corresponde, precisamente, con la variación de reservas.
Estamos ahora en condiciones de plantear el conflicto entre el objetivo interno (Yint) y
el equilibrio del balance de pagos desde una perspectiva un poco diferente de la que
habíamos adoptado previamente.
Dijimos que el déficit del balance de pagos de nuestra economía hipotética no era
sostenible debido a lo limitado de las tenencias de reservas. Ahora podemos especificar
esa afirmación un poco más: en realidad lo que probablemente no resultaba sostenible
era la política cambiaria, o más concretamente, la paridad fijada en E0.
Observe que la “solución” recesiva de este problema (es decir, el ajuste del balance
de pagos producido mediante una política fiscal contractiva, que presentáramos más
arriba) se representaría, en el gráfico del mercado de divisas, como un desplazamiento
hacia la izquierda de la curva de importaciones (cuya posición depende del nivel del
ingreso Y). A medida que Y desciende esa curva se desplaza y el exceso de demanda
de divisas se comprime hasta, eventualmente, desaparecer. Eso sucedería cuando la
curva de demanda de divisas se corte con la de oferta (o de exportaciones) al tipo de
cambio E0, tal como ilustra la línea punteada en el gráfico siguiente.

Gráfico 3. La contracción económica y el mercado de divisas

E Pf.x(E)

E*

E0

Pf.q(E,Yint)

Pf.q(E,Yex)
Pf.x(E0) Pf.q(E0, Yint) Export.
e Import.
(en dólares)
49

En otros términos, una recesión podría hacer sostenible a la política cambiaria,


equilibrando oferta y demanda de divisas (la nueva curva de demanda de moneda
extrajera es la correspondiente a [Pf.q(E, Yex)] en el gráfico). Pero el precio de sostener
ese tipo de cambio es alto: se resigna el objetivo interno de nivel de actividad y empleo.
Dado su costo, asumamos, para seguir adelante, que la vía de la recesión está
descartada: el gobierno está dispuesto a hacer lo posible para mantener a la economía
en Yint.
Ya sabemos que, en esa situación, la paridad cambiaria vigente (E0) no se puede
sostener indefinidamente. ¿Cómo se la modificará?
En principio, podemos pensar en dos vías principales. Una es recurrir a la
devaluación, lo que significa modificar administrativamente la tasa de cambio,
elevándola, pero manteniendo un régimen de cambio fijo. El banco central corregiría E
en cierto momento, posiblemente tratando de “acertar” con el nivel en el que el mercado
de divisas encontraría su equilibrio (E* en el gráfico) y fijándolo allí. Establecida esa
paridad, cesaría la pérdida de reservas.

¿Quién sabe cuál es el tipo de cambio de equilibrio?

Decimos que el banco central procuraría acertar con el tipo de cambio E*


porque si bien en nuestro gráfico el punto de equilibrio del mercado de divisas está
bien definido, en la práctica las cosas serán, con toda seguridad, menos nítidas
que en una hoja de papel o en el pizarrón. Incluso en este marco simplificado en el
que ignoramos los movimientos de capitales, contaremos, en el mejor de los
casos, sólo con estimaciones aproximadas de la posición y pendiente de las
curvas de oferta y demanda de divisas. Por ende, tendremos quizás lo que suele
calificarse como “una conjetura ilustrada” del nivel del tipo de cambio de equilibrio,
con mayor o menor varianza según el estado de la economía y las características
de las perturbaciones o shocks que pueden afectar a las exportaciones e
importaciones. Y aún cuando exista cierta confianza acerca de en qué rango se
ubicaría E*, la autoridad cambiaria deberá considerar otros temas, como si
conviene elevar la paridad tal vez un poco más, para garantizar el éxito de la
operación, o para tener un “colchón” que dé mayor margen de maniobra en el
futuro. Esto también involucraría, sin embargo, algunos costos, por ejemplo el de
que un tipo de cambio real más alto tendrá seguramente contrapartida en salarios
reales más bajos (al menos en el corto plazo).

La alternativa es dejar que el precio de las divisas fluctúe libremente. Es decir, pasar
a otro régimen cambiario, llamado de flotación. Este régimen se designa como de
“flotación pura” si la autoridad cambiaria se retira por completo del mercado.
Técnicamente, se trata simplemente de dejar de intervenir. Al cesar la intervención
cambiaria, la tasa E será determinada por el mercado, y al menos en el esquema
50

sencillo que estamos considerando hasta aquí, deberíamos suponer que el precio de
las divisas subiría hasta E*, donde los planes de oferentes y demandantes de divisas
resultarían iguales, y todos ellos serían realizables simultáneamente (al nivel Yint del
producto). Pero las cosas pueden no ser tan sencillas, como veremos más adelante al
considerar los regímenes de flotación en mayor detalle.

Otros regímenes cambiarios

Acabamos de plantear sucintamente las características principales de dos regímenes


cambiarios “polares”: el de paridad fija y el de flotación pura, pero hay diversas
variantes y casos intermedios. Los mencionamos aquí, aunque luego retomaremos el
análisis del caso de tipo de cambio fijo, para retornar al estudio de los tipos flotantes en
secciones posteriores.
En primer lugar, hemos descrito a nuestro régimen de paridad fija asumiendo que la
autoridad cambiaria determina “E”, pero a esa paridad no tiene control sobre las
cantidades que se comercian en el mercado. Debe vender divisas (si hay exceso de
demanda en la plaza) o comprarlas (si hay exceso de oferta) en las cantidades que el
sector privado quiera.
Sin embargo, esa no es una buena descripción de los mercados cambiarios de las
economías semiindustrializadas de América Latina en la segunda posguerra. En efecto,
los mecanismos de control de cambios no sólo eran generalizados sino que las
autoridades responsables solían tratar de regular precio y cantidad simultáneamente.
En especial, a fin de proteger las escasas divisas, los bancos centrales solían
racionarlas, limitando las ventas a los importadores. Es decir que, a diferencia de lo que
hemos supuesto en nuestro ejemplo, no siempre vendían tantas divisas, a partir de sus
reservas, como las que hacían falta para satisfacer la demanda total de moneda
extranjera para importaciones al tipo de cambio fijado.
Por el contrario, con frecuencia dejaban insatisfecha una parte de esa demanda16. Lo
hacían mediante distintos mecanismos, como el establecimiento de permisos o licencias
de importación (que iban siendo autorizados o liberados con demora), la determinación
de cuotas o restricciones cuantitativas o directamente estableciendo la prohibición de
importar ciertos bienes. Naturalmente, estos mecanismos de racionamiento daban pie a

16
Nos concentramos en la demanda de divisas para importar en razón de que en nuestro modelo
ignoramos todavía otras transacciones. Ciertamente, se racionaban las ventas de divisas por otros
motivos también, como las requeridas para transferir utilidades de empresas extranjeras al exterior, los
pagos de deudas comerciales y otros pagos financieros, por ejemplo.
51

la aparición de un mercado paralelo de divisas, ilegal, con la correspondiente cotización


“negra”. Esto a su vez incentivaba la subdeclaración de exportaciones y el contrabando,
contribuyendo a ennegrecer la economía y a realimentar, debido a tales filtraciones, la
escasez de divisas en el segmento legal de ese mercado.
De manera que solían coexistir, ocasionalmente, un tipo de cambio oficial fijo, déficit
del balance de pagos, una demanda de divisas insatisfecha, racionada, y un tipo de
cambio paralelo y, naturalmente, “flotante”.
Si bien el análisis que hemos planteado aquí es bastante más simple, ese cuadro
más complejo solía llevar también a situaciones de insostenibilidad de la política
cambiaria, de lo que la magnitud de la brecha entre el dólar paralelo y el oficial solía ser
ocasionalmente un indicador.
Por otro lado, retomando el tema más general de los regímenes cambiarios, cabe
mencionar también los llamados de “flotación sucia” y de “flotación con bandas”. Suele
hablarse de flotación sucia cuando, en el marco de un mercado donde el precio de las
divisas depende básicamente de oferta y demanda, las autoridades ocasionalmente
intervienen comprando o vendiendo, aunque sin seguir una regla explícita. La flotación
con bandas, por su parte, se refiere también a cierto tipo de intervención en un mercado
donde normalmente la paridad es determinada por oferta y demanda. Pero esta
intervención sigue una regla clara: las autoridades procuran mantener a las
fluctuaciones cambiarias acotadas (por límites explícitos), de manera que salen a
comprar divisas cuando el tipo de cambio nominal toca determinado mínimo
(interviniendo a fin de evitar una mayor apreciación), y venden divisas si alcanza
determinado techo, para impedir una mayor depreciación de la moneda nacional.
Actualmente predominan, sobre todo en las llamadas economías emergentes,
regímenes que se designan como de “flotación administrada” (managed floating), que
se corresponden en líneas generales con lo que llamamos arriba “flotación sucia”, bajo
los cuales la intervención es frecuente y persigue dos tipos de objetivos: proteger cierto
nivel del tipo de cambio real, por un lado, y limitar las fluctuaciones de la paridad para
evitar las fuertes oscilaciones que pueden verificarse bajo regímenes de flotación pura.

Los efectos de una devaluación

Volvemos ahora al análisis de nuestro caso de una economía con tipo de cambio fijo
enfrentada a un problema de sostenibilidad externa y, en consecuencia, a la necesidad
de devaluar. En el Gráfico 4.a, que incluye al ingreso en el eje de abscisas, hemos
representado el efecto de una devaluación. Suponemos que la misma lleva el tipo de
52

cambio al nivel de equilibrio E* (tenga presente que ese es el valor de equilibrio del tipo
de cambio para el valor Yint del producto).
En la ilustración inferior mostramos el desplazamiento de las curvas de exportación e
importación que resulta de la devaluación (la de exportaciones se mueve hacia arriba, y
la de importaciones hacia abajo, de modo que, como ya hemos indicado, el nivel del
ingreso de equilibrio externo (Yex) se traslada hacia la derecha, y coincide ahora con
Yint1. En otros términos, se reduce el déficit de balance de pagos “de pleno empleo” (es
decir, el que tendríamos si la economía sigue generando el nivel Yint1 de producto).

Gráfico 4. Equilibrio interno y externo y efecto contractivo de la devaluación

Gasto Y*
Gráfico 4.a. Equilibrio interno

(1)
(2)

45º
Yint2 Yint1 Ingreso (Y)

(1) Efecto de la devaluación


(2) Efecto de la reducción del gasto público

Pf.q(E0,Y)
Export.
Gráfico 4.b. Equilibrio externo

e (1)
Import. Pf.q(E*, Y)
(en
dólares) Pf.x(E*)
∆R > 0
(1)
Pf.x(E0)

Yint2 Yint1 Ingreso (Y)


53

Estrictamente, si el tipo de cambio alcanza el nivel E* y los precios permanencen


constantes, las nuevas curvas se cortan en el nivel de Y de equilibrio interno, como se
representa en el gráfico. De manera que, en principio, podría alcanzarse una situación
de equilibrio interno y externo simultáneos. Se habría producido así un ajuste del
balance de pagos, pero sin conducir a la economía a una recesión, que era lo que se
buscaba.

Aranceles y subsidios

Es concebible que un resultado semejante al que acabamos de describir pudiera


alcanzarse a través de medidas que cambien los precios relativos en el mismo
sentido en que lo hace una devaluación, pero sin modificar E. Esto puede hacerse,
por ejemplo, aumentando los aranceles y derechos de importación, que ya
mencionáramos más arriba, por un lado, e incrementando simultáneamente los
reembolsos o subsidios a las exportaciones. Sin embargo, en la actualidad es
relativamente limitado, aunque no siempre despreciable, lo que puede lograrse a
través de medidas de este tipo, debido a que los acuerdos de comercio en los que
nuestro país, y otros, están involucrados, establecen restricciones a las medidas de
ese tipo.

El efecto de la devaluación sobre la demanda agregada

¿Pero está completo ese análisis? No lo está: no hemos considerado una


repercusión adicional de la devaluación que corresponde introducir aún en un esquema
bastante sencillo como es todavía el nuestro. En efecto, el tipo de cambio real no será
normalmente neutral en relación al gasto planeado total (recuerde que se trata del gasto
total planeado en bienes producidos internamente).
Tómese en cuenta que de las ocho ecuaciones que consideramos más arriba al
plantear el modelo keynesiano simple, dos han cambiado por la inclusión del tipo de
cambio real. Recordemos a estas últimas, en sus versiones modificadas:

(1.7.a) x * = x0 + x ER .E.δ 0 ,

(1.8.a) q * = q0 + q y .Y − q ER .E.δ 0 .
54

Luego, si hiciéramos nuevamente la deducción del equilibrio interno que


desarrolláramos varias páginas atrás, obtendríamos una nueva versión de la condición
de equilibrio del producto. Recordémosla también en su formulación anterior:

⎧⎪ ⎫⎪
⎬.[ A0 + ER0 .( x0 − q 0 )].
1
(1.1’.b) Yint = ⎨
[
⎪⎩ 1 − c1 .(1 − t ) + ER0 .q y ]⎪⎭

Pero ahora, al rehacer la deducción (que no plantearemos en detalle aquí), el


“multiplicando” del lado derecho de esa expresión será diferente. Tendremos que
reescribir la condición de equilibrio de ingreso-gasto así:

⎧⎪ ⎫⎪
][ ]
1
(1.1.d) Yint = ⎨ ⎬. A0 + ( E 0 .δ 0 ).( x0 − q 0 ) + ( E 0 .δ 0 ) .( x ER + q ER ) .
[
2

⎪⎩ 1 − c1 .(1 − t ) + E 0 .δ 0 q y ⎪⎭

Naturalmente, el tipo de cambio interviene en la determinación del nivel de Yint.


Observe que, en nuestra formulación, no sólo la magnitud absoluta sino también el
signo del efecto de una variación del tipo de cambio sobre Yint depende del valor de los
parámetros del modelo. Una suba del tipo de cambio, por ejemplo, impacta
positivamente a través del término (E0.δ0)2.(xER + qER). Esto revela el efecto favorable
sobre las exportaciones captado por xER, por una parte, y por otra, el efecto, también
positivo, derivado de qER. Este último pone de manifiesto uno de los aspectos
esenciales de una devaluación: desplaza demanda, de bienes producidos en el resto
del mundo hacia bienes producidos internamente, lo que es expansivo (es lo que
llamamos “sustitución de importaciones” por producción interna). Que (E0.δ0) aparezca
elevado al cuadrado simplemente refleja el hecho de que el tipo de cambio interviene
dos veces: por un lado como argumento de las funciones que determinan las
cantidades planeadas de exportación e importación, y luego como factor para convertir
esas cantidades a precios internos, como viéramos más arriba.17
Luego, en el “multiplicando” de la última expresión aparece el sumando [(E0.δ0).(x0 –
q0)]. Atención que ese no es el superávit (o déficit) comercial inicial, sino la diferencia
entre los componentes exógenos de las funciones de exportaciones e importaciones,
valuada en pesos constantes. Parece razonable suponer que este sumando tenga

17
Tome en cuenta que esta característica no refleja una “propiedad general” ni nada por el estilo, sino
que es consecuencia de la forma en que hemos introducido el tipo de cambio en nuestra argumentación.
55

normalmente signo positivo, pero podría no ser así. En este último caso, por este canal,
una devaluación podría tener un impacto contractivo. Finalmente, el tipo de cambio real
también aparece, en nuestra formulación, en el denominador del multiplicador
keynesiano. Un tipo de cambio real más alto significa un multiplicador menor, al
aumentar el valor en pesos de las importaciones (esto incrementa las “filtraciones” hacia
el exterior, en cada ronda de multiplicación del impacto de cualquier variación en algún
componente autónomo del gasto, por ejemplo).
A partir de la ecuación (1.1.d), es posible obtener la condición que tiene que
cumplirse para que una devaluación tenga efecto expansivo sobre el gasto total en
bienes producidos internamente:18

[δ .( x
0 0
2
]
− q0 ) + 2.E 0 .δ 0 .( x ER + q ER ) > δ 0 .q y .Y .

Nuevamente, tenga presente que esta no es una condición “general”, sino que es la
que se deduce en el marco del modelo que estamos planteando aquí, que incluye
diversas especificidades, como por ejemplo un tratamiento lineal de las distintas
ecuaciones de comportamiento.
Multiplicando esa expresión por (E0) y reordenando se tiene que, para que una
devaluación tenga un efecto expansivo sobre el gasto tiene que cumplirse que:

[ ]
( E0 .δ 0 ) 2 .( xER + qER ) > E0 .δ 0 . (q0 − qER .E0 .δ 0 + q y .Y ) − ( x0 + xER .E0 .δ 0 ) .

Nótese que el lado derecho de esa expresión es el déficit comercial inicial. Cuanto
mayor éste, mayor la probabilidad de que la condición no se cumpla y, en
consecuencia, el efecto de la devaluación resulte contractivo. El lado izquierdo de esa
inecuación refleja la sensibilidad de exportaciones e importaciones al tipo de cambio (es
decir, de los valores de xER y de qER). Naturalmente, a mayor elasticidad-tipo de cambio
de las exportaciones e importaciones, mayor probabilidad de que se verifique un efecto
expansivo.
Procure distinguir claramente entre el efecto que estamos discutiendo aquí y la
interpretación que hemos dado a la condición de Marshall-Lerner. Interpretamos a la

18
La condición se obtiene diferenciando (1.1.d) y haciendo iguales a cero todos los diferenciales
menos dY y dE. Luego, reordenando términos, se obtiene una expresión para el cociente dY/dE y de allí
se deduce qué relación debe cumplirse para que ese cociente resulte positivo.
56

condición de Marshall-Lerner como aquella que debe cumplirse para que una
devaluación mejore el balance comercial en dólares.
La que acabamos de deducir, en cambio, se refiere al impacto de la devaluación
(real) sobre la demanda de bienes producidos internamente y, en consecuencia, sobre
el nivel de equilibrio interno de Y. Que se cumpla la condición de Marshall-Lerner y, en
consecuencia, una devaluación mejore el balance comercial en dólares no es condición
suficiente, en nuestra formulación, para que la referida devaluación tenga también un
efecto expansivo sobre la demanda agregada.
En general encontrará que en los textos de macroeconomía se da por supuesto que
el efecto de una devaluación es expansivo. Eso se debe posiblemente al hecho de que
los autores tienen como referencia, corrientemente, economías desarrolladas, donde las
elasticidades de exportaciones, y sobre todo de importaciones, al tipo de cambio, son
relativamente elevadas. Pero la experiencia argentina y de algunas otras economías
latinoamericanas atestigua la posibilidad de resultados distintos, como veremos
enseguida. En otros términos, es posible que la devaluación mejore el balance de
comercio pero, al mismo tiempo, resulte contractiva, es decir, genere una declinación
del gasto en bienes producidos en el país.
Antes de llegar allí, asumamos por un momento que la condición anterior se cumple
y la devaluación tiene un efecto expansivo. Es decir, aceptemos que una devaluación
real incrementa el gasto agregado en bienes internos, desplazando (en el Gráfico 1.a) la
recta Y* hacia arriba y el nivel de equilibrio del ingreso hacia la derecha. La devaluación
tendría entonces un efecto positivo sobre el nivel de actividad. Ya sabemos que este
efecto opera a través de dos canales principales. Por un lado, el alza del tipo de cambio
estimula las ventas al extranjero de bienes producidos internamente (exportaciones).
Por otro, alienta la sustitución de mercancías importadas por producción interna.
Si lo que acabamos de plantear es pertinente, entonces para corregir la situación
problemática inicial, en la que teníamos pleno empleo (es decir, el nivel Yint del
producto) con déficit del balance de pagos, no sería suficiente con recurrir a una
devaluación nominal (y real, puesto que en toda esta sección una cosa implica la otra).
Se requeriría también la contracción de algún componente del gasto interno; del gasto
público, probablemente (o bien del gasto privado, lo que podría lograrse por ejemplo
aumentando las tasas impositivas). Esto último parece necesario para evitar que la
demanda agregada, incrementada por la devaluación, supere al producto de pleno
empleo Yint.
57

Los programas de ajuste tradicional del Fondo Monetario Internacional

Una situación como la que subyace en la argumentación que hemos venido


desarrollando hasta aquí (déficit del balance de comercio cuando la economía se
encuentra en pleno empleo o en sus proximidades) no era rara en la segunda
posguerra, hasta mediados de los años setenta, en la Argentina, y también se
manifestaba, de un modo u otro, en algunas otras naciones de América Latina.
En nuestro país era una situación no sólo frecuente sino recurrente, que se explica
en parte como una derivación del proceso de industrialización basado en la sustitución
de importaciones industriales (ISI). Como se sabe, ese proceso, que se iniciara en las
primeras décadas del siglo XX pero tomara más impulso con el cierre parcial de los
mercados mundiales en los años treinta, comenzó reemplazando bienes importados por
nacionales al final de la cadena productiva industrial. Es decir, se sustituían inicialmente
manufacturas livianas, como textiles, línea blanca y otros. Esta sustitución, además de
reducir el coeficiente de importaciones (es decir, el cociente entre las importaciones y el
PIB), iba también cambiando su composición: en la pauta de importaciones se reducía
el peso de los bienes finales, pero aumentaba el de los insumos intermedios de la
producción industrial (como aluminio, productos siderúrgicos en general, etc.) y también
el de los bienes bienes de capital.
Ahora bien, muchos de estos insumos intermedios y de capital no tenían sustitutos
producidos internamente, por lo que sus importaciones resultaban rígidas y poco
sensibles a precios (es decir, al tipo de cambio): al expandirse la economía y crecer el
producto manufacturero, aumentaban también a buen ritmo las compras externas de
insumos para ese sector.
En la medida en que las exportaciones no acompañaran con un dinamismo similar, y
pese a las medidas dirigidas a racionar las divisas que ya hemos mencionado, las
expansiones económicas tendían a generar saldos negativos en el comercio. De modo
que, cuando el producto crecía relativamente rápido, o cuando se alcanzaba un elevado
nivel de actividad (próximo al pleno empleo, si se quiere) no era un hecho sorprendente
que el balance de pagos presentara un déficit.19

19
Observe que estas características se daban en economías cuya actividad manufacturera se
orientaba centralmente a producir bienes destinados al mercado interno, una característica del ISI. En
economías con crecimiento “liderado por exportaciones” industriales, las expansiones no tendrían por
qué, en principio, ser acompañadas por un deterioro del balance comercial. Por otro lado, lo que estamos
describiendo es un proceso “típico”, pero en ocasiones podía no verificarse. Por ejemplo, si una
expansión coincidía con una situación muy favorable de los términos del intercambio, el deterioro del
balance comercial resultaría menor o incluso no se produciría.
58

Como ya se indicó, en tal situación, economías como la argentina o la de Chile, por


ejemplo, no estaban en condiciones, en aquellos años, de financiar el déficit del balance
de pagos recurriendo al crédito internacional de fuentes privadas, porque el acceso a
estos mercados era muy limitado. Se imponía, en consecuencia, la necesidad de ajustar
las cuentas externas. Tal vez había llegado el momento de recurrir al Fondo Monetario
Internacional, institución cuya misión, asignada por acuerdo de los países miembros y
establecida en sus documentos constitutivos, es la de velar por el buen funcionamiento
del sistema internacional de pagos. Podía recurrirse al FMI para financiar el
desequilibrio del balance de pagos a través de un crédito stand-by, sujeto a ciertas
condiciones, que implicaban la corrección del desequilibrio.
Las medidas de política que solían integrar los que habrían de etiquetarse como
“planes de ajuste tradicional del FMI”, más allá de matices y variantes particulares,
tenían dos ejes que son los que ya hemos mencionado: devaluación20 (para modificar la
composición de la demanda a favor de bienes producidos internamente, en detrimento
de los extranjeros), y reducción del gasto interno (y más precisamente, en general, del
gasto público), con la finalidad de compensar el supuesto efecto expansivo de la
devaluación sobre el nivel del gasto total. Estos programas fueron diseñados y
aplicados por primera vez en los casos de Chile y Argentina, en los años cincuenta, y
posteriormente el FMI extendió el mismo diseño a muchas otras economías.

La dinámica de marchas y contramarchas (o "stop and go")

Si la configuración macroeconómica inicial estaba caracterizada por “pleno empleo


con déficit del balance de pagos”, las dos medidas indicadas debían llevar a un cuadro
diferente, con “pleno empleo más equilibrio del balance de pagos”. Es decir, se
esperaba que las medidas corrigieran el desequilibrio externo preservando el nivel de
actividad (o el ritmo de crecimiento, como diríamos en una formulación más dinámica
que la que estamos desarrollando aquí).
Pero desafortunadamente no siempre era esa la configuración resultante luego de la
aplicación de un programa de ajuste tradicional.

20
Si bien en el diseño de estos programas no se solía prestar demasiada atención a las
características específicas de cada economía, algunos elementos, como el juicio acerca del carácter
transitorio o permanente del problema de balance de pagos condicionaban las medidas a implementar.
Por ejemplo, si el déficit se debía en parte a una situación desfavorable supuestamente transitoria del
precio de un producto de exportación de mucha gravitación (como el cobre en Chile), entonces la
devaluación podía no ser aconsejable, en la medida en que el ajuste del balance de pagos debía tender a
producirse espontáneamente al retornar ese precio a una zona más normal.
59

En la Argentina, por ejemplo, se observó en varias oportunidades que, por el


contrario, la economía solía moverse hacia una configuración macroeconómica muy
distinta, caracterizada por “recesión con superávit del balance de pagos”. Es decir que,
por un lado, no se preservaba el equilibrio interno de pleno empleo y, por otro, se
producía un ajuste excesivo de las cuentas externas (un overkill, según la expresión en
inglés, o “sobreajuste”, como suele traducirse).
¿Cuál era la razón para ese desencuentro entre lo que se esperaba y los resultados?
Los economistas latinoamericanos avanzaron distintos argumentos para explicarlo. El
eje argumentativo comenzaba por tomar nota de una observación empírica: las
devaluaciones parecían tener un efecto contractivo sobre la demanda agregada, en
lugar del impacto expansivo que encontramos corrientemente en los libros de texto de
macroeconomía. ¿Por qué?
Antes de ir a aquellos argumentos cabe apuntar que el efecto contractivo de la
devaluación no debería sorprender a un lector de este texto, porque páginas arriba
dedujimos una condición que, en los términos de nuestro modelo sencillo, debía
cumplirse para que la suba del tipo de cambio tuviera efecto expansivo. Bastará con
que esa condición no se cumpla, entonces. Pero aquí, y para hacer alguna referencia a
argumentos que han tenido peso en la evolución del pensamiento económico
latinoamericano, conviene ir más allá de un planteo sencillo como el nuestro e
introducir, aunque sea informalmente, algunos otros elementos.
Las razones por las que una devaluación puede tener efectos contractivos son
varias21. Algunas tienen que ver con temas monetarios o financieros que todavía no
hemos introducido en nuestro análisis de una economía abierta, por lo que tendremos
que retomarlas más adelante. Trataremos de resumir aquí, sucintamente, la influyente
argumentación planteada en los años sesenta por Carlos Díaz Alejandro.22
Considere una economía hipotética con dos sectores, uno industrial-urbano y otro
agropecuario. Supondremos que los mismos difieren en algunas dimensiones
importantes (lo cuál es lógico, puesto que esas diferencias son lo que justifica su

21
Una recopilación de tales efectos puede verse en un artículo clásico: P. Krugman y L.Taylor, 1976,
“Contractionary Effects of Devaluations”, Economic Journal, nº 76 (y también: Working Papers 191,
Massachussets Institute of Technology (MIT), Department of Economics).
22
Díaz Alejandro, Carlos (1963). “A note on the impact of devaluation and the redistributive effect”,
Journal of Political Economy, Nº 6, Vol. LXXI. El artículo de Carlos Díaz Alejandro está escrito de una
manera general, sin hacer referencia a un país determinado de manera explícita, pero parece claro que el
caso argentino es el que mejor se adapta a la estilización que plantea el autor. Tenga presente de todos
modos que todavía estamos hablando de la economía financieramente cerrada, anterior a una serie de
eventos que cambiarán decisivamente el devenir de la economía argentina desde la segunda mitad de
los años setenta. Sin embargo, muchos de los argumentos que se desarrollan en este capítulo
conservarán al menos cierta capacidad explicativa en el contexto más complejo posterior.
60

desagregación). Por un lado, sus “balances de pagos” son muy distintos. El sector
agropecuario es un exportador neto, es decir, es superavitario en divisas. Sus ventas de
bienes al resto del mundo superan muy largamente a las compras de ese origen que el
sector realiza.
Por el contrario, el sector industrial urbano, responsable del grueso de las compras
de insumos provenientes del exterior (destinados en gran medida a la producción
manufacturera), y con escasa capacidad de competir en los mercados mundiales, es
naturalmente deficitario en divisas, o importador neto.
Si se dan esas características, el efecto-impacto distributivo que una devaluación real
tendría, entre los dos sectores de nuestra economía hipotética, es muy claro: la
devaluación transfiere ingresos desde el sector industrial (cuyos insumos productivos se
encarecen) hacia el sector agropecuario (que recibe ingresos mayores, en pesos, por
sus ventas al exterior). 23 De modo que, dado el ingreso total, el mismo se redistribuye a
favor del sector exportador.
Tome en cuenta, además, que en el sector industrial estamos englobando a toda la
población que se desempeña generando valor en dichas actividades, incluyendo por
supuesto a los trabajadores asalariados. Lo mismo sucede con el sector agropecuario.
El cambio de precios relativos que genera la devaluación también se expresa en un
deterioro de los salarios reales medidos en términos de bienes agropecuarios (y la gran
mayoría de los asalariados integran el sector industrial-urbano).
Esta redistribución del ingreso puede tener, o no, efectos sobre el gasto agregado.
Observe que en el tratamiento que hemos dado hasta aquí a las variables de gasto
planeado, asumimos, por ejemplo, que un componente de éste (el consumo) depende
del nivel del ingreso “Y”, pero no incluimos a la distribución del ingreso como otro
argumento. Lo hicimos así siguiendo lo que es corriente en los textos de
macroeconomía, pero al menos en capítulos más avanzados ese supuesto debe
revisarse. Como ya hemos dicho al referirnos a otros asuntos, la mayor parte de los
textos de macroeconomía de uso corriente provienen de autores del medio académico

23
También suben los precios internos de los bienes exportables, sobre los que gravita el tipo de cambio.
En especial, se encarecen los alimentos, por su contenido de bienes transables de origen agropecuario.
Debe considerarse además que una fracción muy significativa del sector asalariado, en particular, integra
el sector urbano. Este sector, que gasta en alimentos una parte importante de sus ingresos, sufre una
caída de sus remuneraciones reales con la devaluación. Éste es otro aspecto de la transferencia
intersectorial de ingresos que estamos considerando. Tome en cuenta que estos efectos involucran un
cambio de los precios relativos internos (sube el precio medio del sector agropecuario, en términos del
precio medio del sector industrial), y seguramente una suba del nivel general de precios. Lo introducimos
aquí, verbalmente, en la argumentación, aunque todavía no hemos dado lugar a la variación de los
precios en nuestro modelo formal.
61

de los EE.UU. En ese país, en la posguerra, los cambios distributivos (entre asalariados
y no asalariados) fueron relativamente pequeños hasta los años ochenta. Esa ha sido
posiblemente una razón para dejar de lado los efectos de la distribución sobre el
equilibrio macroeconómico en las argumentaciones macroeconómicas sencillas. Pero
abstraer este factor es más inadecuado en economías en las que los episodios de
fuerte redistribución intersectorial son o han sido relativamente frecuentes, como en
nuestro país y en otros de grado de desarrollo similar o menor.
Una forma simple de incorporar este elemento es la de considerar que las
propensiones a consumir (o a gastar, en un tratamiento más general) a partir del
ingreso son distintas en los sectores considerados (si fuesen iguales, la desagregación
sectorial no tendría mucho sentido; no añadiría nada a la explicación del
comportamiento del gasto agregado).
Ese es el camino que sigue el trabajo de Díaz Alejandro. Luego de plantear que la
devaluación tiene un impacto redistributivo, sugiere considerar el caso en que la
propensión a gastar a partir del ingreso es menor en el sector agropecuario (integrado
en parte, por ejemplo, por rentistas, caracterizados por una propensión al ahorro
presumiblemente alta)24 que en el sector urbano-industrial (en el que se encuentra,
como hemos señalado, la mayor parte de la clase asalariada, cuya propensión al gasto
a partir del ingreso es aproximadamente la unidad –es decir, gastan todo su ingreso
corriente).
Siendo así, y uniendo los dos argumentos de Carlos Díaz, podemos decir que, en la
economía hipotética que estamos considerando siguiendo su razonamiento, la
devaluación redistribuye ingresos desde un sector con alta propensión al gasto hacia
otro sector con una propensión al gasto baja. Se deriva de esto que la redistribución
provocada por la devaluación puede tener un impacto contractivo sobre el gasto total.
En otras palabras, la propensión media a gastar declinará.
Eso no garantiza que el efecto de la devaluación sea, en términos netos, contractivo,
porque aún habrá en operación mecanismos expansivos que fueron en verdad los que
destacamos en un inicio (y que son los que aparecen normalmente con carácter
exclusivo en los libros de texto de macroeconomía): posiblemente aumentarán las
exportaciones y declinarán las importaciones dando lugar a alguna sustitución por
producción interna.
Pero si la devaluación tiene algunos efectos contractivos como el que acabamos de
describir, y si ellos son cuantitativamente importantes, podrían compensar en parte, o
62

totalmente, o incluso superar a los que tienen carácter expansivo, dando lugar,
eventualmente, a un impacto neto negativo sobre la demanda agregada.
La magnitud del efecto contractivo dependerá de diversas cuestiones de orden
empírico. Por ejemplo: cuán superavitario en divisas es el sector agropecuario (y cuán
deficitario el industrial-urbano) en el momento inicial. También de cuál sea la magnitud
relativa de los flujos de bienes entre ambos sectores25, y de cuán fuerte sea la
devaluación: estas circunstancias determinarán la importancia del impacto redistributivo
de la modificación de la paridad cambiaria. Luego hay que considerar, naturalmente, si
las propensiones a gastar en ambos sectores son realmente distintas, y cuál es la
diferencia entre ambas. Por todo ello está claro que la argumentación no pretende tener
carácter general. Sugiere, de todos modos, la posibilidad de que una devaluación, en
ciertas circunstancias, sea seguida por una contracción de la demanda agregada. El
hecho de que éste fuera frecuentemente el resultado observado en la práctica da mayor
plausibilidad al argumento.

• Una digresión analítica

Nuestro modelo es de un solo sector, por lo que no podemos introducir directamente


la distribución del ingreso. Deberíamos modificarlo bastante para hacerlo. Sin embargo,
podríamos dar lugar al efecto que acabamos de mencionar de un modo simplificado,
asumiendo, por ejemplo, que el consumo planeado depende del tipo de cambio.
Tendríamos que modificar la ecuación (1.4), lo que podría hacerse así:

(1.4.a) C * = (C 0 − c1 .T0 ) + c1 .(1 − t ).Y . − c ER .E 0 .δ 0 , con c ER > 0.

Hemos agregado el término (-cER.E0.δ0), que refleja que una suba del tipo de cambio
(que inicialmente consideramos fijo en E0) tendrá un efecto negativo sobre el consumo
planeado. El argumento verbal que lo justifica puede basarse en el de Díaz Alejandro,
pero introducido en la estructura formal del modelo mediante un atajo, ya que la
distribución del ingreso no está explicitada.

24
Tal vez no esté de más reiterar que esta visión, en lo que se refiere a la Argentina, debe entenderse
en su sentido histórico y no como una caracterización actual.
25
Los productos agropecuarios se encarecen para el sector urbano con la devaluación, y viceversa.
63

Si ahora resolvemos nuevamente todo el modelo, podemos deducir una nueva


condición para que la devaluación tenga un efecto expansivo sobre el gasto, que será
levemente diferente de la anterior. Debe cumplirse, en este caso, que:

[δ .( x
0 0
2
]
− q 0 ) + 2.E 0 .δ 0 .( x ER + q ER ) > δ 0 .(q y .Y + c ER ).

Compare esta condición con la que presentamos unas páginas más arriba. La
introducción del parámetro cER en el lado derecho de la expresión aumenta las
probabilidades de que esa condición no se cumpla, es decir, de que la devaluación no
resulte expansiva sino contractiva.

• El “sobreajuste” del balance de pagos

Retornemos ahora a los programas de ajuste tradicional del FMI. Si la devaluación


tuviese un efecto neto contractivo sobre el gasto, y si, además, siguiendo la prescripción
corriente en esos programas, se redujera en tales circunstancias el gasto público, por
ejemplo, el efecto contractivo de la devaluación se vería reforzado, llevando a la
economía hacia una recesión aún más profunda. La recesión, al contraer
exageradamente el volumen de importaciones, tendería a generar, en lugar de equilibrio
de balance de pagos, el superávit (u “overkill”) que ya hemos mencionado.
A partir de estos argumentos parece posible concluir que, en tanto las devaluaciones
tenían efectos recesivos, los paquetes de ajuste tradicional solían pecar de lo que
podría considerarse un error de diseño. Se adoptaban medidas contractivas de
demanda para compensar un inexistente efecto expansivo de la corrección cambiaria.
Aunque está claro que de este modo la capacidad de pago de la economía hacia el
exterior se recomponía más rápido y en mayor grado, lo que seguramente resultaba
bien visto por los funcionarios del FMI, menos preocupados por los costos internos de
esos resultados. El argumento se ilustra en el Gráfico 4.

• La fase expansiva

Hemos mostrado que, partiendo de una situación inicial insostenible (pleno empleo
con déficit de balance de pagos, bajo regímenes de tipo de cambio fijo y en ausencia de
financiamiento externo significativo), se evolucionaba, tras la aplicación del programa de
64

ajuste, hacia un cuadro de “recesión con superávit externo”, muy distinto del que
supuestamente se esperaba de las medidas.
Alcanzado este punto, la escasez de divisas que había dado origen a la necesidad
de ajustar el balance de pagos había ya desaparecido, dando lugar a una situación de
holgura. Es concebible entonces que, en las nuevas circunstancias, varias cosas
comenzaran a funcionar de un modo diferente. Por ejemplo, si se había seguido una
política fiscal contractiva (aunque probablemente inadecuada) ya no había razones para
mantenerla tan rígidamente. Si, por ejemplo, se habían contraído los salarios públicos
(en términos reales, puesto que la devaluación tenía algún efecto alcista sobre los
precios internos, aunque no hemos incorporado aún este elemento explícitamente en
nuestro modelo, como ya señaláramos) o se habían postergado proyectos de inversión,
esas acciones podían ahora revertirse, total o parcialmente.
Al mismo tiempo, ciertos procesos se daban con mayor automaticidad, o de manera
espontánea. Por ejemplo, adquiría renovado vigor la “puja distributiva” entre sectores,
es decir, la lucha por la participación en el ingreso. Los asalariados urbanos procuraban
recuperar las pérdidas generadas por la devaluación. Pugnaban por aumentos de
salarios, que las industrias, protegidas, bajo el régimen del ISI, por altas barreras
arancelarias y no arancelarias, podían en general conceder, trasladando su impacto en
los costos a los precios de venta26. De modo que los precios urbanos y los salarios
comenzaban a subir en relación con el tipo de cambio (y en consecuencia en relación
con los precios agropecuarios).
En otras palabras, superado, tras la devaluación, el “cuello de botella” determinado
por la escasez de divisas, se iniciaba una fase de deterioro del tipo de cambio real, o de
apreciación cambiaria. Así, la redistribución del ingreso producida por la devaluación
tendía a revertirse, contribuyendo a configurar las condiciones para el inicio de una
nueva expansión: en efecto, si la devaluación resultaba contractiva, la apreciación
debía operar expansivamente, al redistribuir ingresos a favor del sector industrial
urbano, de mayor propensión al gasto.
Y esa nueva expansión iba acompañada por un nuevo deterioro del balance de
comercio, motivado por un lado por el propio incremento del nivel de actividad, con su
efecto sobre las compras de insumos importados, pero también por el impacto

26
Podían hacerlo sin enfrentar la competencia de productos importados más baratos, dado que las
importaciones estaban limitadas cuantitativamente o bien eran encarecidas por aranceles muy elevados.
Nótese, nuevamente, que en esta sección estamos haciendo referencias a variaciones de precios
nominales, para hacer más comprensible y realista la descripción de los procesos históricos que estamos
describiendo, aunque en el desarrollo analítico de nuestro modelo de economía abierta, hasta aquí,
mantuvimos el supuesto de precios dados.
65

desfavorable de la apreciación cambiaria sobre las exportaciones netas. Con el tiempo,


este sendero podía llevar a una situación que, en sus trazos generales, recreaba la
inicial: pleno empleo (o un buen ritmo de expansión) con déficit en el comercio.
Y entonces la historia volvía, al menos en parte, a repetirse: otra vez pérdida de
reservas y problemas de sostenibilidad; nuevamente la necesidad de ajustar el balance
de pagos y el consecuente freno al crecimiento.
Así, en lugar de seguir un sendero de expansión sostenida, la economía argentina se
movía en una trayectoria quebrada, con avances y retrocesos, determinados por cierta
insuficiencia en la capacidad de generación de divisas. Es la llamada dinámica de
marchas y contramarchas, conocida también como "stop-go", de la que también se
encuentra manifestación, aunque aparentemente con menor intensidad, en otras
economías semiindustrializadas de América Latina.27
Esas marchas y contramarchas presentaban además un sesgo inflacionario. En
efecto, las devaluaciones generaban subas en el nivel general de precios. Luego, en la
fase expansiva, el impulso inflacionario provenía de las subas de salarios y de los
precios urbanos. Así, se dice que la economía transitaba por etapas de inflación
cambiaria seguidas de otras de inflación de salarios, aunque este tema corresponde a
otro capítulo.
El Gráfico 5 presenta de un modo muy esquemático y sin pretender ninguna
precisión cuantitativa, algunos aspectos de la dinámica de marchas y contramarchas
que hemos venido describiendo.
En la ilustración superior se observa la trayectoria quebrada del PIB. Resultaba difícil
lograr que éste mantuviera por períodos prolongados las trayectorias expansivas (cuya
continuidad estaría dada por las líneas de puntos ascendentes), sino que con cierta
frecuencia se contraía. El gráfico intermedio muestra la razón central de esos tropiezos.
El balance comercial tendía a desmejorar en las expansiones y cuando, al cruzar la
línea del “cero” (equilibrio) hacia abajo, se entraba en zona de déficit, se enfrentaba el
problema de escasez de divisas, que solía conducir a un programa de ajuste. Este
incluía normalmente una devaluación entre sus instrumentos principales. La dinámica

27
La dinámica quebrada del “stop and go” refleja las vicisitudes de corto plazo del PIB de una
economía enfrentada a la restricción externa. Aún sin ese comportamiento espasmódico, la trayectoria de
crecimiento de largo plazo puede estar limitada, no sólo por la capacidad de ahorro, sino también por la
capacidad de generación de divisas. Esa constatación dio lugar a la aparición de los modelos de
crecimiento “de dos brechas” (la brecha interna o de ahorro, y la externa, o de divisas), iniciada con otro
artículo clásico: Chenery, H.B. y M.Bruno, 1962, “Development Alternatives in an Open Economy: the
Case of Israel”, Economic Journal nº 57.
66

del tipo de cambio real se ilustra en la gráfica inferior, que muestra las depreciaciones
seguidas de fases de apreciación.

Gráfico 5. Una representación esquemática


de la dinámica de marchas y contramarchas

Tiempo

Balance
comercial

0
Tiempo

Tipo de
cambio
real

Tiempo

Los estructuralistas y el ajuste del balance de pagos en el largo plazo

Entre los economistas latinoamericanos solía tener bastante predicamento la idea de


que las elasticidades-tipo de cambio de importaciones y exportaciones eran
relativamente bajas (un caso de lo que se conoce como “pesimismo de las
elasticidades”).
67

En el caso de las compras de bienes al exterior, eso parece más fácil de ver. Puesto
que, bajo el ISI, la pauta de importaciones fue cambiando hacia insumos intermedios y
bienes de capital que en gran parte de los casos no tenían sustitutos producidos
localmente, la posibilidad de responder al estímulo cambiario reemplazando bienes
importados por otros producidos internamente, que es normalmente una consecuencia
primordial de una devaluación, era limitada. Es decir que el efecto de “cambio en la
composición del gasto” a favor de bienes internos no podía materializarse
completamente por la insuficiencia de la oferta local. En verdad, primaba la impresión
de que el impacto favorable de la devaluación sobre las importaciones (y sobre el
balance comercial en general) se debía con frecuencia en mucha mayor medida al
efecto-ingreso (es decir, a la recesión) que al efecto-precio o sustitución.
Por el lado de las exportaciones los argumentos eran más variados, distintos según
la economía de la que se tratara. En algunos casos se hacía referencia a la baja
respuesta de corto plazo de ciertas actividades agrícolas, por ejemplo, ya que tenían un
ciclo productivo relativamente largo y no podían, en consecuencia, resolver el problema
del balance de pagos de manera rápida. En otros, se apuntaba a circunstancias como la
estructura de la propiedad de la tierra en los sectores exportadores agropecuarios, que
habría dado lugar a prácticas pre-capitalistas, poco favorables para la incorporación de
cambio técnico, y a una respuesta relativamente baja a las señales de precio. Estas
posiciones llevaban a propuestas radicales como la redistribución de la propiedad de la
tierra, o reforma agraria, que solían integrar la agenda de las “reformas estructurales”
de las que se discutía en los años cincuenta y sesenta, y aún después.28
Pero retornemos al balance de pagos y a la baja elasticidad-precio de exportaciones
e importaciones: la forma de “mover” las respectivas curvas en el sentido apropiado y
evitar la recurrencia del estrangulamiento externo debía asentarse principalmente en
procesos de largo plazo de cambio en la estructura productiva, más que en la
devaluación. Eso solían sostener, podemos afirmar, muchos de los economistas
latinoamericanos a los que suele calificarse de estructuralistas. Era necesario, se
argumentaba, profundizar el proceso de sustitución de importaciones, avanzando hacia
los sectores productores de insumos industriales de uso difundido y de bienes de
capital. Al mismo tiempo, las exportaciones, en particular las industriales, debían ser
promovidas, alentando también la inversión y la incorporación de cambio técnico.

28
El sentido de la expresión "reformas estructurales" cambió drásticamente en los años ochenta, cuando
en el marco del Consenso de Washington se puso a otras reformas, llamadas “amigables con el
mercado” (market friendly), como las privatizaciones y las aperturas comercial y financiera, etc., en el
centro del debate.
68

Otro elemento que ocupaba un lugar importante en la visión estructuralista o


“cepalina” (de la CEPAL, Comisión Económica para América Latina y el Caribe, de las
Naciones Unidas) era la relativa a la necesidad de integración comercial y económica
en la región. Este argumento se apoyaba en parte en el hecho de que algunas de las
inversiones que era necesario realizar, por ejemplo en industrias como la siderúrgica y
otras, requerían tamaños de planta mínimos muy importantes para hacer posible un
adecuado aprovechamiento de las economías de escala propias de esas actividades.
Esas escalas resultaban en algunos casos muy elevadas en comparación con los
estrechos mercados locales, por lo que la integración de distintos mercados de la región
aparecía naturalmente como una vía atractiva para viabilizar la profundización de la
industrialización y para que eso pudiese realizarse de un modo eficiente. Como se
sabe, sin embargo, los avances en el proceso de integración fueron difíciles y poco
significativos hasta hace muy poco, y aún enfrentan dificultades muy importantes.
El cambio en la estructura productiva del que venimos hablando, apoyado en la
profundización de la sustitución de importaciones y la promoción de exportaciones,
requería tiempo para llevarse a cabo y madurar, y esto significa tambien que hacía falta
financiamiento, así como mayores volúmenes de ahorro interno, para permitir un ajuste
del balance de pagos más lento pero más sostenible. Éste debería sustituir a los ajustes
de corto plazo (que acababan siendo revertidos) promovidos por los planes de ajuste
tradicional que acabamos de examinar.
Ya hemos dicho también que la posibilidad de “comprar tiempo” con financiamiento
internacional estaba disponible sólo muy limitadamente.
Esas circunstancias cambiarían profundamente, sin embargo, desde la primera mitad
de los años setenta. Esto es así particularmente después del shock del petróleo de
1973, que sería seguido por una extraordinaria expansión de la oferta de fondos en los
mercados financieros internacionales, en especial en el llamado euromercado, originada
en el reciclaje de los petrodólares29. En cierto sentido, podría decirse que se abría la
posibilidad que algunos estructuralistas habían defendido: el acceso al crédito, es decir,
al tiempo necesario para ajustar el balance de pagos sobre bases más firmes y
permanentes, quebrando finalmente la dinámica espasmódica del “stop and go”. ¿Sería
así? Abordaremos la cuestión en los próximos capítulos.

29
Volveremos sobre estos cambios del contexto externo, de gran importancia, en el capítulo siguiente,
al considerar las relaciones financieras externas de una economía abierta.

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