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Conciertos de Alumnos

Conciertos didácticos de piano con niños y adolescentes(*)

Los conciertos de alumnos en el contexto de la educación musical tradicional suelen


estar asociados a una gran exigencia, generadora de un monto apreciable de ansiedad y
desazón. Como profesora de piano, he ido desarrollando a través de años de práctica
pedagógica un modelo alternativo de reunión o encuentro musical informal que
responde, con naturalidad y sin forzar a los chicos, a sus necesidades básicas de
desarrollo al mismo tiempo que a sus expectativas musicales.

El concierto es para nosotros un importante recurso didáctico al servicio del


aprendizaje. Sus beneficios, cuando está adecuadamente instrumentado, son
numerosos y de peso, ya que el niño no sólo aprende más y mejor, sino que goza
haciendo música para sí mismo y pudiendo compartirla con los demás. No se trata de
un mero “acto escolar”, producido desde arriba, sino una herramienta para el progreso
musical y para la autoevaluación de los chicos y del maestro. El alumno -niño o
adolescente- deja de ser un objeto de la manipulación pedagógica para constituirse en
el protagonista integral de su propio proceso.

En el momento en que decidimos organizar un concierto, por haber recibido una


invitación para prepararlo, o porque lo consideramos conveniente en relación con el
proceso de aprendizaje, no tenemos aún idea de lo que vamos a hacer. Los chicos, al
dedicarse a lo largo del año al estudio del repertorio musical, van acumulando cierta
experiencia en diferentes campos del desarrollo musical, mientras aprenden un buen
número de pequeñas obras que guardan celosamente en sus dedos y su memoria como
parte de su propio “capital” musical.

A partir de lo que cada chico lleva hecho en el punto en que se encuentra, el programa
de concierto, en una primera aproximación, surge naturalmente. Siempre aparecen
aspectos novedosos y originales, puesto que las actuaciones se programan sobre la
base de las realizaciones personales y éstas nunca se repiten, ni vertical ni
horizontalmente, aunque algunas obras especialmente amadas por los chicos
reaparezcan de año en año a pedido de éstos. Es el caso, por ejemplo, de algunas obras
de Astor Piazzolla -especialmente el famoso tango Adiós, Nonino”-, del tema “Para
Elisa” que fascina a los principiantes o de algunos blues que se han vuelto populares en
nuestro pequeño círculo musical.

Normalmente, dedicamos entre cuatro y cinco semanas a la preparación de un concierto


público como los que realizamos anualmente en la Sala Juan Bautista Alberdi del Centro
Cultural General San Martín. Esto no es mucho si consideramos que nuestros alumnos
sólo toman una clase semanal de una hora de duración, con la excepción de algunos
que toman clases quincenalmente. En cambio, las reuniones que realizamos
periódicamente y en forma rotativa en las casas de los niños surgen de manera casi
improvisada, y su preparación requiere a lo sumo entre una o dos semanas.

Considero necesario explicar aquí que nuestro enfoque de la enseñanza del piano aspira
a capacitar al alumno, desde las primeras clases, para ejecutar de memoria y con
propiedad las sencillas composiciones y trozos que va aprendiendo, pudiendo así
compartir su actividad y el placer musical con su familia, sus amigos y compañeros. Es
bastante común que ciertas piecitas de efecto entre los principiantes sean transmitidas
por éstos a sus hermanos, amigos y hasta a sus padres, inmediatamente luego de
haberlas aprendido.

El nivel de protagonismo musical a que apuntamos es particularmente intenso e


integral, y no depende de las “condiciones” musicales, físicas o intelectuales de los
alumnos, y ni siquiera de su nivel de estudio. Todos, sin excepción, están habituados a
improvisar y componer sobre el instrumento, así como a ejecutar obras de compositores
conocidos o de algunos de sus compañeros. La forma de aprendizaje exige una activa
movilización a nivel de la comprensión consciente de las estructuras musicales. De ahí
que el tema de la memorización de las obras instrumentales haya dejado de constituir
un aspecto traumático para los alumnos. Tampoco se sienten éstos demasiado
afectados por el problema de los nervios, ya que tratamos de acostumbrarlos -desde la
primera clase si fuera posible- a enfocar la actividad musical como algo propio, que se
construye paulatinamente y sin misterios.

El concierto constituye un proyecto y, a la vez, una meta. Por lo tanto, es preciso que
nos dediquemos con la mayor intensidad y concentración, primero, al conocimiento de
la obra, y luego, al logro de su dominio musical y técnico, siempre dentro de las
posibilidades actuales del alumno. No existen metas o productos absolutos, únicos,
estables.

En cada momento de su desarrollo musical, el alumno presenta un nivel óptimo de


realización que corresponde tanto a sus posibilidades musicales, físicas e intelectuales,
como a su interés y grado de aplicación al estudio; nuestro objetivo es lograrlo.

Generalmente ubicamos a los alumnos en grupos homogéneos de edad: niños (hasta


doce o trece años) y adolescentes (a partir de los trece o catorce años). A veces, por
alguna razón de carácter también didáctico, un niño participa como “invitado” en un
concierto de adolescentes o viceversa. Ellos tienen libertad para elegir o cambiar el
orden de actuación en el concierto, para proponer las piezas que les gustaría ejecutar,
para formar conjuntos con amigos que tocan otros instrumentos o para traer sus
propias “bandas”.

Solemos presentar a los chicos en conjunto, al comienzo de un recital, y luego, de


manera personalizada, a medida que van ejecutando. Lo hacemos siempre con un estilo
muy informal, como si estuviéramos conversando con una audiencia de verdaderos
amigos, aunque haya en ella mucha gente que no conocemos. Contamos alguna
anécdota pertinente que contribuye a crear un clima festivo y a dar a los niños la
seguridad de que lo que más importa para nosotros en ese momento es la
comunicación, y que estamos reunidos para compartir realmente algo común valioso
para todos: la música. Nos preparamos para hacer el mejor papel posible y estar en
buena forma, musicalmente hablando; exactamente del mismo modo y con la misma
“onda” con que nos lavamos, peinamos y arreglamos para presentamos frente a otros a
quienes respetamos.

La realización de un concierto es un buen motivo para que los chicos: 1) se apresuren a


terminar una obra que están estudiando; 2) preparen obras nuevas; 3) perfeccionen
técnica e interpretativamente las obras estudiadas; 4) formen conjuntos -dúos o tríos
de piano a cuatro o seis manos- con sus compañeros, y con ese motivo se reúnan en
diferentes casas, estrechando vínculos personales con los otros chicos y con sus padres;
5) conozcan “en vivo” y se sientan especialmente atraídos por algunas de las piezas del
repertorio más avanzado que ejecutan los compañeros de mayor experiencia; 6) se
autoevalúen desde el ángulo de sus posibilidades musicales, como también desde el
interés que manifiestan o el esfuerzo que están, o no, dispuestos a realizar para lograr
un desempeño satisfactorio.

También estos pequeños recitales permiten que los padres se movilicen para apoyar
afectivamente a sus hijos o para ayudarlos de manera activa a concretar algunos de sus
proyectos musicales. Por su parte, el profesor estrecha vínculos tanto con los chicos
como con sus padres y puede llegar a sentirse muy motivado con este trabajo “en
equipo”.

El concierto le brinda al maestro una oportunidad única para conocer más


profundamente a sus alumnos y descubrir en ellos aspectos insospechados. Puede
suceder que el chico del cual no esperábamos nada especial, o incluso aquel que nos
resultaba problemático, nos dé una gran sorpresa al mostrar su temperamento o su
insospechada potencia como respuesta al desafío que le representó tocar en público.
Contrariamente, algunos entre los más aplicados y devotos del estudio y de la música
pueden evidenciar en el concierto aspectos frágiles que no habían aparecido durante las
lecciones semanales.

En realidad, la amplia experiencia que hemos ido acumulando nos proporciona una
visión muy abierta y, al mismo tiempo, refuerza nuestras convicciones acerca de la
necesidad y la bondad de este tipo de oportunidades, donde el objetivo es sentirse bien
haciendo música en conjunto, en el seno de muestra comunidad. Yo aprendo de los
chicos tanto o más de lo que ellos pueden llegar a aprender de mí. Desde todo punto de
vista, aprendo acerca de las formas tan variadas en que las personas se relacionan con
la música, acerca de la maravilla de las potencialidades musicales, acerca de la música
que hacen los niños y jóvenes en la actualidad. Y también aprendo a tocar la música
que ellos crean, experimentando directamente sobre el teclado, con sus ritmos y sus
armonías.

Todos los chicos son diferentes y lo demuestran al tocar. Sin embargo, todos hacen
esfuerzos para avanzar y ofrecer a sus padres, familiares y amigos lo mejor de ellos en
el concierto. Nos importa formar instrumentistas que sean esencialmente músicos: que
utilicen el instrumento para expresar y para expresarse participativamente y a
conciencia. Sin temores injustificados ni ansiedades, aprendiendo unos de los otros.

El concierto didáctico es parte de un proyecto más amplio que incluye la lecto-escritura,


el dominio del lenguaje musical, la formación técnica e interpretativa, el conocimiento
de un repertorio tan variado y ecléctico como necesitan los niños y jóvenes en la
actualidad, en donde la música clásica se da la mano con el folclore y la música popular
(el jazz, el rock, el tango, etc.).

Cada concierto es único y diferente porque está hecho por personas únicas. En los
conciertos didácticos, los niños presentan obras propias y ajenas, estudiadas con un
ritmo, un estilo, una concentración, una técnica y una interpretación adecuados a su
edad: con tiempo y lugar para el juego y el descubrimiento.

Le decimos no a la repetición mecánica que conduce al aburrimiento; le decimos no a la


obsesión prematura por la perfección de los detalles; en cambio, les decimos sí al
juego, al impulso esencial, al goce y a la conciencia musical. El concierto es un
instrumento para aprender y ejercer una manera profunda de ser músico.

(*)extraído del libro “Pedagogía Musical. Dos décadas de pensamiento y acción


educativa” de Violeta de Gainza, tercera parte: De la formación instrumental.

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