Argentina se aproxima a una situación pre-revolucionaria. Lo hace en un mundo
signado por la crisis del capitalismo con eje en los centros imperialistas y en una coyuntura determinada por la retracción económica en las metrópolis y un descontrol financiero mundial sin precedentes. Por detrás del caos que en la Argentina de fines de 2013 abarca todos los órdenes e involucra a todas las clases sociales, acompañado por completa ausencia de gobierno y de la oposición burguesa, sin una expresión revolucionaria con aval de masas, se insinúan los rasgos esenciales del país que viene. Los defensores del capitalismo ya han mostrado, en todas sus transfiguraciones - radical o peronista, conservadores o progresistas- adónde han llevado a la democracia burguesa en treinta años. Su tiempo se agotó. Toca ahora a los revolucionarios en general y a los marxistas en particular asumir el desafío de la historia. El primer paso consiste en reconocer que, en las condiciones actuales, ninguna de las expresiones revolucionarias que actuamos en Argentina –tanto menos cualquier individuo- tiene por sí la capacidad de dar respuesta a ese compromiso con el futuro. Es una materialización más de la repetida contradicción entre el “ya no – no todavía”: está probado y a la vista que la burguesía no puede sino degradar día a día la situación del país, aumentar la entrega, la miseria, la violencia, la desesperación social. Esto es mucho más que una crisis económica o la exigencia de un cambio político: es el agotamiento irreversible de un país a la medida de las clases dominantes y el ingreso a una fase de desagregación en todos los planos, mientras se derrumban los últimos vestigios de la Argentina conocida hasta hace 40 años, sin que nada superador aparezca en el horizonte burgués. Dicho con la célebre frase de Lenin: “Los de arriba ya no pueden”. Pero la clase obrera, su activo reivindicativo y quienes nos consideramos su vanguardia histórica, no está hoy en situación de disputar el poder al capital. De hecho, el tema no está siquiera planteado para las masas, pero tampoco para las organizaciones que con discursos diferentes actúan en el plano sindical o parlamentario: la inserción en el sistema, limitada a reivindicaciones mínimas en los sindical, a quiméricos crecimientos por vía electoral, lo domina todo. No puede decirse de manera cabal y abarcadora que “los de abajo ya no quieren” vivir en las condiciones impuestas por el capitalismo. El Estado burgués ahondó la fractura social entre los trabajadores, con la mitad de la fuerza laboral trabajando en la informalidad, la existencia de alrededor de 4 millones de personas con subsidios mediante diferentes planes y, ante todo, la división y el control de los sindicatos y el complemento confusionista de los partidos políticos. No hay capacidad hasta el momento para traducir en movilización de masas el malestar por las penurias sociales en constante aumento. Sí es verdad en cambio que hay amplísimos sectores, al través de la clase obrera, los estudiantes, las capas medias del campo y la ciudad, que se niegan ya a aceptar la degradación impuesta. Hasta ahora, nadie les dice en voz alta y audible para millones que éste es el desenlace inevitable del capitalismo. En cualquier caso, la caída continúa. Ya está quemada la etapa diseñada por la burguesía local y la iglesia en 2002, luego recibida imprevistamente por una camarilla aventurera y rapaz que se adueñó de las palancas del poder político durante una década. Eso terminó. E inaugura una fase de creciente convulsión social generalizada –probablemente con eje durante un período en las clases medias- en la que se jugará la posibilidad de alcanzar la unidad social y política de las grandes mayorías y forjar paralelamente una dirección revolucionaria antimperialista y anticapitalista.
Hacia una situación pre-revolucionaria
El signo de la etapa que comienza simbólicamente con el colapso electoral del oficialismo en octubre está dado por la escalada inflacionaria, las convulsiones sociales de diciembre y los efectos del desastre energético sobre el conjunto del pueblo en los últimos días de 2013, todo en el marco de una visible pérdida del control de la economía nacional por parte del gobierno. En cuanto comiencen las inevitables movilizaciones, en el inicio mismo de 2014, se pisará el umbral de ingreso a una situación pre-revolucionaria. De la historia teórica del marxismo tomamos la definición de Lenin de situación revolucionaria, quien la definía de esta manera: “Estamos seguros de no equivocarnos cuando señalamos los siguientes tres síntomas principales: 1. cuando es imposible para las clases dominantes mantener su dominación sin ningún cambio, cuando hay una crisis, en una u otra forma, en las 'clases altas', una crisis de la política de las clases dominantes, abre una hendidura por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle una revolución no basta, por lo general, que 'los de abajo' no quieran vivir como antes, sino que también es necesario que 'los de arriba no puedan' vivir como hasta entonces; 2. cuando los sufrimientos y las necesidades de las clases oprimidas se han hecho más agudas que habitualmente; 3. cuando, como consecuencia de las causas mencionadas, hay una considerable intensificación de la actividad de las masas, las cuales en tiempos ‘pacíficos’ se dejan expoliar sin quejas, pero que en tiempos agitados son compelidas, tanto por todas las circunstancias de la crisis como por las mismas 'clases altas', a la acción histórica independiente. Sin estos cambios objetivos, que son independientes de la voluntad, no sólo de determinados grupos y partidos sino también de la voluntad de determinadas clases, una revolución es, por regla general, imposible. El conjuntos de estos cambios objetivos es precisamente lo que se llama situación revolucionaria". Y agregaba Lenin inmediatamente: “La revolución no se produce en cualquier situación revolucionaria; se produce sólo en una situación en la que los cambios objetivos citados son acompañados por un cambio subjetivo, como es la capacidad de la clase revolucionaria para realizar acciones revolucionarias de masas suficientemente fuertes como para destruir (o dislocar) el viejo gobierno, que jamás, ni siquiera en épocas de crisis, ‘caerá’ si no se lo ‘hace caer’”. Años después, ya muerto Lenin y degenerada la Revolución Rusa, Trotsky acuñó la noción de “situación pre-revolucionaria”, dando por cierto que la clase obrera tenía la voluntad para asumir acciones revolucionarias de masas pero, decía Trotsky, faltaba el Partido Comunista, precisamente por la degeneración de la Revolución Rusa que arrastró a los PPCC y destruyó la IIIª Internacional. Ese acervo teórico es retomado por la UMS, en confrontación con la deformación idealista –ya presente como germen en la interpretación de Trotsky- según la cual el factor subjetivo se reduce al Partido. Tal interpretación, llevada al paroxismo por los epígonos luego del asesinato de Trotsky, desconoce primero el hecho de que el Partido es una función dialéctica de la clase obrera, luego reduce la noción de partido a una supuesta “línea justa” (entendida como estar siempre 45º “a la izquierda” de quienquiera sea) y finalmente concluye que la propia organización es “el factor subjetivo”, con lo cual el reduccionismo lleva al absurdo de que todo debe subordinarse a las necesidades de circunstancial crecimiento y fortalecimiento del propio agrupamiento (al que se llama partido y por regla general de escasísima envergadura) para “resolver la ausencia del factor subjetivo” y hacer posible la revolución. Esa caricatura del pensamiento de Trotsky desconoce, entre otras muchas cosas, la derrota sufrida por la clase obrera mundial en el curso de los años 1930/40 y la imposición de una conciencia colectiva –abonada por la IIª Guerra Mundial y plasmada en grandes y poderosísimos aparatos sindicales y políticos- según la cual o bien es preciso insertarse en el molde capitalista, o bien sólo se puede salir de él con una estrategia de gradualismo reformista. Todo esto se agravó cualitativamente con la caída de la Unión Soviética y la desmoralización de millones de cuadros anticapitalistas en todo el mundo. Esa falsa conciencia hecha carne en las masas se transformó en fuerza material, al decir de Marx, pero en sentido inverso, y levantó un muro infranqueable para la revolución. De esta situación está saliendo el mundo por caminos muy diferentes, sin hegemonía de ninguna variante opositora al statu quo, con predominancia de ramas fundamentalistas islámicas en ciertas regiones, y con el Alba como bloque antimperialista y genéricamente anticapitalista, en una América Latina por lejos a la vanguardia frente al retraso de la clase obrera en los países imperialistas, en Asia y África. Es a partir de esta realidad y de los conceptos señalados que debemos considerar la coyuntura argentina en los momentos previos a la realización de una situación pre-revolucionaria. Dada la disgregación de la clase obrera y la ausencia de una conciencia para sí, reemplazada en todas sus corrientes por una ideología consumista y economicista, el lugar de los revolucionarios marxistas será extremadamente difícil durante todo un período. A la par de prepararnos moral, política y organizativamente para afrontarlo, es preciso asumir y difundir la certeza de que, para que una situación pre-revolucionaria tenga un desenlace revolucionario y no lo contrario, esos dos factores deben ser tomados como centrales para definir nuestras tareas tanto en el aspecto del debate teórico- político como en el organizativo, en las diferentes formas y gradaciones del frente único que propugnamos. Partimos de la certeza de que socialdemocracia y socialcristianismo, las dos grandes corrientes del pensamiento burgués- reformista con tentáculos en la clase obrera, actúan consciente y deliberadamente para evitar un desenlace revolucionario. Es claro que la transformación que lleve de la fase denominada pre- revolucionaria a la consolidación de un proletariado dispuesto a “realizar acciones revolucionarias de masas lo bastante fuertes como para destruir (o dislocar) al viejo gobierno” no será gradual ni en línea recta. Por el contrario, se avanzará con saltos, desvíos y retrocesos puntuales. Y esa fase puede llevar mucho tiempo, para acompasarse con la marcha de la revolución en América Latina, o puede acelerarse abruptamente por la tremenda descompensación del sistema en nuestro país. El punto es que durante ese trayecto, o los revolucionarios marxistas logramos la unidad social y política de las masas con un programa antimperialista y una estrategia anticapitalista, o no tendremos base material para afrontar el dilema planteado al entrar de lleno en una situación revolucionaria: la toma del poder. Aunque sin duda en esta sucesión de fases será necesario apelar a la combinación de diferentes métodos de intervención política, es para nosotros un axioma que la resolución positiva de estos elevados niveles de lucha de clases sólo puede derivar de una insurrección revolucionaria. Edificar una organización de masas y trazar un programa para la acción requiere ante todo una ingente labor de educación y propaganda, que en la acción política se traduce levantando frente a las masas la bandera anticapitalista, no como receta abstracta, sino como colofón de consignas referidas a las necesidades directas de las masas pero que no puedan ser arrebatadas y absorbidas por el sistema y sus representantes sindicales y políticos. Estas son las vigas maestras, a partir de las cuales la UMS definirá alianzas y métodos. Que la participación electoral ayude o no a tales objetivos depende de las condiciones específicas. No condenamos a priori el propósito de acumular fuerza humana y organizativa a partir de campañas electorales. Que éstas tengan o no un resultado positivo en el sentido indicado depende del horizonte al partir del cual se articulen y de la coherencia con que se actúe en el terreno táctico. El vaciamiento del discurso para obtener espacio en la prensa enemiga y alcanzar así algún voto es lo inverso de lo que propugnamos. Rechazamos el sectarismo con el mismo énfasis que reservamos para el electoralismo y las diferentes propuestas reformistas. Lo hacemos en función de estas convicciones, que giran en torno a la inminencia de una situación pre-revolucionaria, a la perspectiva de una acelerada marcha hacia el desenlace de revolución o contrarrevolución y la consecuente urgencia por alcanzar la unidad social y política de las grandes mayorías en un partido de masas, plural, democrático, antimperialista y anticapitalista, a la vez que bregamos por niveles crecientes de organización y homogeneidad de revolucionarios marxistas identificados con esta interpretación.
Clases, conciencia, organización
Dos errores simétricos, de raíz idealista, son habituales al considerar las condiciones necesarias en las clases sometidas para involucrarse en una sublevación revolucionaria. Uno consiste en suponer que en cualquier estado de desarrollo de la conciencia, dada una crisis objetiva, las masas seguirán a una conducción revolucionaria, lucharán por el poder y emprenderán el camino de la construcción del socialismo. La otra supone que en tanto los explotados y oprimidos no tengan conciencia para sí, es impensable plantearse una revolución. La primera conduce al aventurerismo, putschismo o izquierdismo. La segunda, al evolucionismo reformista. La dialéctica masa-partido-dirección, plantea las cosas de manera diferente. Una estrategia de huelga general insurreccional con el explícito objetivo de conquistar el poder implica tener claro que no todos los trabajadores que participarán en ese combate tendrán conciencia de clase. Mucho menos, unidad ideológica. No sólo por influjo de la pequeña burguesía, que encarna la ideología burguesa en un movimiento de masas del que forma parte. “La ideología dominante es la ideología de las clases dominantes”, decía Marx. Los valores y conceptos de la sociedad burguesa están en todas las clases y guían inconscientemente la conducta de las mayorías. Sólo en la medida en que luchan y se organizan los explotados y oprimidos adquieren conciencia para sí. Que supone comprender que enfrente hay una clase enemiga, pero no implica una comprensión cabal de la vida social. En Argentina se trata de al menos 20 millones de personas potencialmente dispuestas a una rebelión, cifra a partir de la cual se puede inferir la estratificación social y la diversidad cultural, ideológica y política que presupone una sublevación. El desarrollo objetivo de la lucha de clases, la lucha política en el seno de “los de abajo”, que de hecho pertenecen a clases y sectores de clases diferentes, el papel de la vanguardia marxista y los diferentes niveles de organización que puedan alcanzarse, serán los indicadores del desarrollo de la conciencia antisistema, que a su vez gravitará sobre el resultado de un choque frente a frente con el poder burgués. Entre los obstáculos para avanzar, dos sobresalen con nitidez: el hecho ya señalado de que es esperable por todo un período la predominancia de las capas medias en el conflicto social y el chaleco de fuerza en que se han transformado los sindicatos en las últimas décadas, dando un paso desde la función de correa de transmisión entre las clases, a engranaje completamente integrado al sistema, desde un aparato la más de las veces mafioso, para mover a la clase trabajadora según los intereses del capital. Un tercer factor de dificultad está en la extrema dispersión teórica y organizativa de los cuadros comprometidos con la revolución socialista. En las capas medias afectadas por la crisis ya no pesa, o lo hace muy poco, el papel de los estudiantes revolucionarios (sería más preciso designarlos como rebeldes, y entender esa categoría en su más amplia expresión). Estos, a su vez, carecen de un polo de atracción en el proletariado, por lo cual tienden en realidad a ser expresión de humores e intereses de aquellas capas medias, de las cuales en su mayoría provienen. Reformismo y oportunismo tienen allí un motor poderoso. De estas canteras proviene además un alud de pseudoteorías reformistas, a menudo predominantes en el activo militante merced a los nuevos métodos de comunicación. Se trata por tanto de una fuerza importante –imprescindible para alcanzar el poder y construir el socialismo- que tiene el doble papel de estimular luchas obreras y trazar un rumbo exactamente inverso al de los intereses históricos del proletariado. Entre aquélla y éste queda así planteada una pugna estratégica, en la cual la victoria de uno implica un salto acaso decisivo para la revolución y el triunfo de la otra lo inverso. Cada militante debe tener esto presente al considerar nuestro papel frente a tales expresiones radicales de una capa social voluble y estructuralmente dependiente del capital. Sobre todo si se tiene en cuenta la proletarización de profesionales de diversas ramas (técnicos en computación, ingenieros, médicos, arquitectos, periodistas, abogados, etc) la construcción de un partido de masas afronta desde un inicio el crucial desafío de incorporar a estas franjas a una misma organización con el proletariado industrial y otros trabajadores. Sumada a la realidad subjetiva de los trabajadores la estratificación del proletariado plantea un desafío mayor a los revolucionarios marxistas. Por diferentes razones (entre las cuales prima la ausencia de conciencia para sí incluso del activo sindical de la clase obrera), son precisamente estos sectores que se consideran a sí mismos “clase media”, aunque de hecho sean trabajadores asalariados y en muchos casos directamente involucrados en la producción, los que tienden a tener mayor protagonismo en los organismos de dirección. Hemos visto esto en el PT de Brasil, en el Mas de Bolivia y en el Psuv. En el caso del PT, primer partido de clase de la nueva etapa histórica regional, se impuso la estrategia de la pequeña burguesía llevándolo a su actual situación de completa subordinación al capital, incluso con cuadros obreros bien afirmados en los máximos cargos dirigentes. Procesos diferentes se desenvuelven hasta el momento en Bolivia y Venezuela, pese a que en ambos países el peso específico del proletariado es incomparablemente menor. En estos ejemplos de enorme potencia se puede medir el papel de una organización revolucionaria marxista con firmes convicciones teóricas: su ausencia fue un factor clave para la involución del PT y encarna el mayor riesgo para el Mas y el Psuv. Esa ausencia se expresa casi siempre con aquella dualidad señalada: la estrategia reformista o el izquierdismo irresponsable; ambos rechazados por la inmensa mayoría de los trabajadores y jóvenes que asumen una estrategia revolucionaria. En Argentina hay condiciones históricas y actuales que permiten pensar en una dirección obrera capaz de integrar y conducir capas medias y profesionales proletarizados. Pero eso sólo puede ocurrir a condición de que una muy sólida organización de cuadros marxistas esté dispuesta y en condiciones de desplegar una enérgica tarea de educación y concientización frente a las masas trabajadores, de debate teórico-político frente al activo militante en su más amplio espectro, de ejercer en los hechos, no en las palabras, la vanguardia política en el combate que viene. Porque si en franjas significativas la imprescindible labor educativa puede penetrar y producir el entramado social decisivo para unir y movilizar a las masas, en la mayoría no será ese trabajo educativo sino la capacidad de conducción política lo que llevará al resultado buscado. Un primer dilema a resolver es la naturaleza y carácter de los sindicatos. En una simplificación que necesariamente deja por fuera ejemplos de peso, se puede señalar dos bloques principales: en uno se agrupan los grandes sindicatos industriales, en manos de mafias imbricadas con el Estado y las mayores empresas privadas, nacionales y extranjeras. Conducciones directamente lumpen-policiales como las de UOCRA y UOM, entre tantas otras, constituyen un problema que en las condiciones actuales no se resuelve con el ejemplo de la línea adoptada por los revolucionarios frente a, por ejemplo, los sindicatos fascistas en los años 1920/30 y 40. La sujeción de la estructura sindical al Estado es total. Después de décadas de sostener desde sus orígenes y a pie firme su independencia, el movimiento sindical se subordinó mayoritariamente al gobierno de Juan Perón. Dos décadas más tarde, la formalización legal de ese yugo ocurrió durante el gobierno de Frondizi, con una ley copiada de la Taft- Hartley. Hoy, prácticamente no se hallará un dirigente sindical que cuestione cosas tales como Ley sindical, conciliación obligatoria e incluso cobro de la cuota sindical directamente descontada por la patronal. La naturaleza abiertamente capitalista del entramado legal y el aparato de dirección sindical choca con el carácter circunstancial en el que debe asumir reivindicaciones de las bases. Esa contradicción sólo puede resolverse mediante la asunción de la dirección político-sindical de las masas por parte de una propuesta revolucionaria. En otro bloque están los sindicatos de trabajadores no productivos – principalmente empleados del Estado- donde si bien no faltan grupos mafiosos en algunas conducciones, pesan dirigencias menos corrompidas como individuos y equipos, pero explícitamente comprometidas con variantes políticas de la burguesía (en ellas se apoyó el Frepaso, el kirchnerismo, el proyecto socialdemócrata-socialcristiano encabezado por Hermes Binner y una rama menor, por estas horas diferenciada de éste, denominada Unión Popular). Basta recordar propuestas de supuesto alcance estratégico como la de “un nuevo pensamiento”, o la de “Constituyente social”, para comprender qué papel juegan incluso los sectores más radicales de este conjunto en relación con la pugna histórica antes señalada. No sería correcto definir de antemano una línea de acción única frente a estos fenómenos, en cuyos márgenes hay además casos diferenciados, algunos de los cuales pueden eventualmente jugar un papel determinante en el salto cualitativo de un movimiento sindical sometido a otro independiente. Pero sí es preciso trazar objetivos inconmovibles: unidad social, independencia frente a las patronales, los partidos burgueses y el Estado. Esto supone alentar y acompañar toda lucha reivindicativa de los sindicatos, impulsar la existencia de sindicatos únicos por rama y una central única (tendencia inversa a la disgregación mediante la multiplicidad sindical), alentar toda acción sindical conjunta reivindicativa o política en casos puntuales que coincidan con nuestro programa de acción y confrontar sin pausa ni conciliación a las direcciones sindicales opuestas a la democracia de los trabajadores, a la independencia política y a la acción unitaria contra las patronales, el imperialismo y el Estado burgués. Con todo esto, desde luego, la UMS no hará nada nuevo; pero lo hará en un contexto diferente, en el que la acción política revolucionaria no quedará relegada a los márgenes. Hemos dicho y seguimos convencidos que la próxima oleada de luchas sociales retomará en un punto más alto la experiencia de las Asambleas en 2001/2002, limitada y frustrada pero no por ello menos potente y trascendental. Allí los revolucionarios bregaremos por la más amplia unidad social y política para el combate. Allí dirimiremos nuestras diferencias no sólo con las conducciones sindicales mafiosas o subordinadas al capital, sino también con las diferentes corrientes que dentro y fuera de la clase obrera actúan con mayor o menor definición en las cuestiones centrales. El movimiento sindical en su conjunto, con o sin las actuales cúpulas dirigentes, sumado y combinado con las Asambleas, serán los puntos más elevados de la unidad social y política. Si antes de una confrontación de envergadura en medio de la desagregación del poder burgués se logra edificar un partido de masas, éste obrará como hilo de acero en la articulación de una táctica revolucionaria. Será promotor y principal dirigentes de la inexorable insurrección. Si no, ese papel deberá cumplirlo, aunque desde un lugar diferente y con menos capacidad para la conducción efectiva, un partido revolucionario de revolucionarios marxistas, de genuinos comunistas. Hay otros dos fenómenos de mucha gravitación que los revolucionarios debemos tomar con seriedad teórica y osadía política: la masa de desocupados con subvenciones utilizadas como bozal político por gobiernos y partidos burgueses; y el narcotráfico. Sobre el primero, la UMS ha sentado posición desde el momento en que apareció ese engendro de corrupción y manipulación llamado “organizaciones piqueteras”. La escandalosa corrupción de cuadros y organizaciones que se sumaron a esa trampa estratégica de la burguesía exime de todo comentario. Pero falta saldar cuentas teórico-políticas con por lo menos cuatro organizaciones que se involucraron en ella. En cuanto al problema de la droga en jóvenes y trabajadores, más el crecimiento de poderosas organizaciones narcotraficantes, la UMS no tiene acervo teórico ni experiencia política. Es una tarea pendiente y de la mayor importancia.
Argentina en América Latina
Desde hace más de una década hemos destinado al trabajo en función de la Revolución en Venezuela, Bolivia y otros países del Alba (a la conformación misma de este bloque y su extensión a países que no la integran) un esfuerzo desmedido para nuestras capacidades. Lo hicimos conscientemente y tras arduas discusiones una y otra vez saldadas a favor de la continuidad de ese empeño y por consenso. Sabíamos que la UMS pagaría un precio por eso. Y, efectivamente, lo pagamos. La causa de esa decisión estratégica se apoyaba en una caracterización de la realidad en América Latina y en nuestro país: desde le primer momento dimos una importancia decisiva a la irrupción de la Revolución Bolivariana y del comandante Hugo Chávez para la marcha de la revolución en toda la región. Por otra parte, nuestra caracterización de la situación propia incluía la certeza de que mientras no se agotara el período iniciado por la burguesía en 2002 no habría espacio para una labor exitosa en la clase obrera ni en el activo militante. Al cambiar esas condiciones, necesariamente cambia nuestra línea de acción: el esfuerzo principal de la UMS estará enderezado, desde el comienzo mismo de 2014, a intervenir en el nuevo cuadro, descripto más arriba. Eso no supone abandonar nuestro trabajo en relación con el Alba y mucho menos desentendernos de la marcha de la Revolución en Venezuela y los demás países que integran ese bloque. Todo lo contrario: es precisamente a partir de nuestra caracterización de Argentina como clave regional, hasta ahora por su debilidad, que entrevemos la posibilidad de que el proletariado argentino pueda en el próximo período hacer que nuestro país invierta aquella condición y se transforme en un nuevo y potente motor de la revolución latinoamericana. Mientras el Alba se afirma como bloque –excluido nuestro país, por decisión ideológica y estratégica del actual gobierno- y la Revolución continúa su marcha en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba, el imperialismo impotente para detenerla centra su accionar en tres países: Brasil, México y Argentina. Toca a la militancia revolucionaria aquí, desde Ushuaia a La Quiaca, asumir la importancia estratégica de que nuestro país, además de no servir como base contrarrevolucionaria regional, se afirme como un nuevo puntal para la revolución socialista latinoamericana. Esto no será posible, desde luego, sin la más íntima imbricación entre las fuerzas clasistas y revolucionarias entre las cuales cuenta la UMS y la vanguardia de los países del Alba. Chávez fracasó en su intento de forjar una Vª Internacional. Nosotros seguiremos en esa línea de acción. De manera que, sobre la base de cambiar el eje principal de nuestras capacidades escasas, continuaremos en la estrategia de unión latinoamericana, afirmación y expansión del Alba, involucramiento sin retaceos en el apoyo a la vanguardia de este proceso, la Revolución Bolivariana ahora conducida por Nicolás Maduro y la dirección revolucionaria político-militar encarnada en el Psuv. Como queda dicho, pagamos un alto precio por la decisión que ahora decidimos cambiar, a partir de la proximidad en Argentina de una situación pre- revolucionaria. Falta decir cuánto hemos recibido por aquella decisión. En primer lugar, rescatamos con humildad y sentido de las proporciones la labor cumplida desde el inicio de la Revolución Bolivariana para que la izquierda argentina se informara y comprendiera aquel proceso. No son pocos quienes viraron en redondo de sus posiciones y ahora se presentan como campeones en la reivindicación del Chávez fallecido; pero son muchos más quienes reconocen en nuestra labor un antecedente sólido para la prueba de fuego: reconocer una revolución y encontrar los caminos para participar positivamente en ella. Cientos y miles de activistas conocieron y se incorporaron al proyecto continental enarbolado por el gobierno venezolano. Ése es un acervo del cual la UMS participa hoy y, con certeza, proyectará en el futuro.
Implosión y zarpazo de Washington:
del frepasocristinismo al gobierno rehén Un desplazamiento cualitativo se ha producido en la cúpula del poder. La coyuntura inmediata está determinada por ese cambio, cuya resolución definirá la suerte del gobierno y el futuro a mediano plazo de la crisis argentina. La bofetada electoral de agosto y octubre aniquiló ese anacronismo farsesco que fue la composición de un gobierno con los retazos del Frepaso, encabezado por Cristina Fernández. A partir del cambio de gabinete, se formalizó una nueva relación de fuerzas internas en el oficialismo: el frepasismo fue eyectado; los ministros que Néstor Kirchner llamaba "pingüinos" pasaron a la condición de elementos decorativos. A través del antiguo aparato del Partido Justicialista, la gran burguesía local, acompañada por el Vaticano y Washington, pusieron a Jorge Capitanich como jefe de gabinete con responsabilidades especiales. El equipo económico es lo más próximo a la Presidente, pero tiene una autonomía que jamás tuvo esa cartera y lleva a cabo un cruento plan de ajuste mal disfrazado. En términos de clase, se podría decir que este equipo es, utilizando una expresión popular, "una bola sin manija". Tiene menos asidero que el elenco original en tiempos de Néstor Kirchner. Aventureros sin raíces que aventajaron a otros aventureros sin raíces y ahora concitan el odio de todo el poder establecido, pero también de los flancos no involucrados del conjunto ejecutivo y sus pequeños tentáculos. La totalidad del poder establecido miró a otro costado y saludó con alborozo la designación de Capitanich. Desde Macri hasta Duhalde y todas las cámaras empresarias le dieron la bienvenida. Buena parte de las cúpulas sindicales tomaron la misma actitud. Scioli y el PJ sostuvieron a este pintoresco caballo de Troya. La vapuleada "izquierda kirchnerista" también lo sostuvo, con mayor o menor énfasis, según la escuálida teoría del "mal menor". Todos parecieron creer que acababa el vacío creado desde octubre, cuando se anunció la necesidad de intervenir quirúrgicamente a la Presidente y Argentina quedó sin gobierno efectivo. La expectativa duró apenas semanas. En ausencia de Fernández, con Boudou primero y Capitanich después, el mando político se transformó en bufonada. Con la Presidente enferma primero y eclipsada por propia decisión después, en 100 días ocurrió una cadena de hechos que potenciaron los efectos de la derrota electoral: escalada de precios, centrifugación del oficialismo, creciente malestar general, insurrección policial, ola de calor y colapso energético. Flanqueada a un lado por Capitanich y al otro por Milani, Cristina Fernández aparece ahora como dócil rehén. Consciente de las consecuencias políticas inmediatas y, sobre todo, de las esperables luego de terminado el período, su equipo resiste con el único recurso que le resta: boicotea a Capitanich y al tandem Boudou, Echegaray, Bossio. Nadie logra gobernar y los desaguisados se suceden mientras la crisis acelera. La prensa del gran capital insiste en que Fernández impuso a Milani para que la proteja de las fuerzas policiales, supuestamente en conspiración para derrocar al gobierno. Agregan que el nuevo jefe del Ejército es una pieza para integrar a las fuerzas armadas al proyecto "nacional y popular". Tal disparatada elucubración no es inocente: oculta el regreso formal de los militares al espionaje y la vida política interna, a la alianza con Estados Unidos (convenios para supuesta lucha contra el narcotráfico, relanzamiento de la base militar en Chaco, reinicio de la ayuda militar estadounidense); y enmascara lo esencial: es con datos de inteligencia sobre ilícitos gravísimos del elenco gobernante que Milani forzó la grosera voltereta presidencial en su política de fachada frente a las rémoras de la dictadura. La escenificación patética con el perrito y el pingüino, mechada con divagaciones acerca de una historia que desconoce, adelantaron en noviembre el lugar que Fernández decidió ocupar en este entramado: frívolo distanciamiento de la crisis y abandono de su lugar de Presidente. Al terminar la primera semana del año el esquema está agotado. El intento de aplicar la cotización de mercado en dólares para cobrar un impuesto inmobiliario indica desesperación fiscal. La negación de este criterio, luego su admisión y pocas horas después la reiteración de que no sería aplicado, ahora por orden alegada de la Presidente, subraya el descontrol interno en la cúpula ejecutiva. La continuidad de Capitanich está en debate. Sólo una drástica reorganización del gobierno podría oxigenar un ambiente político irrespirable. En paralelo discurre sin control la crisis económica: frenazo en la producción, devaluación oficial a un ritmo superior al 40%, brecha del 60% con el dólar paralelo, indetenible pérdida de reservas en divisas, espiral inflacionaria, despidos en el sector privado. Todo en un marco signado por el resultado de la rebelión policial, que dejó como piso para las paritarias un aumento salarial del 35%. Ni el gobierno nacional ni las provincias puede asumir el pago de tales aumentos. Ya se oyen amenazas de reaparición de cuasimonedas. Como detalle, la falsificación de estadísticas (el índice más elocuente de la naturaleza de este gobierno) asegura que el PIB, que según todas las mediciones serias no ha crecido más del 2%, según el oficialismo tuvo en 2013 un aumentos superior al 5%. Esa mentira obliga a pagar un plus por intereses a la deuda superior a los 3500 millones de dólares. De por sí, esto debería provocar una rebelión nacional y la unión puntual de la totalidad de las fuerzas políticas del país. Que no ocurra es indicativo de la corrupción insanable de los partidos burgueses y nuestra incapacidad -la de los revolucionarios- para presentar un plan de acción con aval de masas y asumir esa tarea. El gran capital, sus partidos y aparatos sindicales, pretenden que el actual elenco realice el ajuste descomunal que la economía reclama para seguir funcionando según las pautas del capitalismo: abrupta devaluación del peso, liberación del mercado, suba en flecha de las tarifas (electricidad, gas, transporte), aceleración en el aumento ya insoportable de los precios de combustibles, multiplicación de los precios en la salud y la educación privadas, eliminación de cualquier barrera para la fuga de divisas... En la primera semana de Enero hubo reuniones inusuales en Argentina para esta época del año. Los dos nuevos grandes bloques políticos (Frente Renovador y UCR-PS) realizaron promocionados encuentros nacionales cuyas conclusiones no fueron difundidas. Más significativa fue la cita el martes 7 de la totalidad de las grandes cámaras empresarias, encabezadas por la AEA (Asociación Empresaria Argentina, núcleo principal del gran capital local y extranjero, bajo control político del primero). Al día siguiente no hubo una sola línea informativa sobre este encuentro, insólito por el momento y lugar. Todos se preparan para algo inminente: sea por acción del oficialismo, sea por decisión propia frente a la parálisis y el descontrol gubernamental. Es la clásica situación de quedar entre la espada y la pared. La economía capitalista y las clases dominantes exigen medidas que este gobierno no quiere ni puede aplicar: tal es la magnitud del ajuste necesario. Pero su no aplicación, hace prácticamente inviable la gobernabilidad por dos años. Sólo con un golpe de timón que enderezara al país hacia una franca ruptura con las múltiples sujeciones a los centros imperialistas, replanteara las relaciones entre las clases y encaminara el conjunto socioeconómico hacia una transición anticapitalista, podría este gobierno cambiar el rumbo de catástrofe que lleva. Para eso, lo primero sería convocar a las masas, promover el poder popular, la organización política y de autodefensa, desatar un vertiginoso proceso de concientización y protagonismo de masas, que choque de frente con los aparatos del PJ, la UCR y otros epígonos, así como el conjunto sindical al servicio del sistema. Por naturaleza, carácter y composición actual, este gobierno no puede hacer aquello ni esto. Se puede prever una mayor brusquedad en el zigzagueo verbal y político. Pero descartamos que Cristina Fernández asuma siquiera una de las condiciones señaladas para evitar que el colapso se descargue sobre las masas. De manera que la incógnita inmediata es qué harán las clases dominantes. La hipótesis más benévola es, como queda dicho, que promuevan un avance por el camino del ajuste -a más velocidad de la aplicada en el último año- a cambio de sostén para llegar hasta diciembre 2015. Pero aun esto lo harían preparados para un desborde social, con un plan de emergencia con elecciones anticipadas o un recambio institucional por el tiempo que resta. FR, UCR-PS más otros, Pro, representan respectivamente al PJ, la socialdemocracia y la Internacional Parda. Es presumible que en situación crítica el FR converja con Scioli y se rearme una variante panperonista. La burguesía optará por quien ofrezca mayor capacidad para aplicar el programa de ajuste. Como se vio en Francia, España, Alemania, Grecia, Italia, Portugal, etc, la socialdemocracia es la fuerza más dispuesta para afrontar la tarea de descargar sobre las masas la crisis capitalista. También en Argentina esta corriente se muestra exultante con la posibilidad de acceder al poder para cumplir la faena requerida por el imperialismo. Sólo que aquí no tiene la principal aptitud imprescindible: carece de raíces en el movimiento obrero. Eso, aunque menguado, sólo lo tiene el peronismo. Hay desde hace tiempo (lo registramos años atrás en Eslabón) es visible una actitud del capital establecido proclive a escoger a Binner, a la cabeza del conjunto socialdemócrata. En su momento, el ex gobernador santafesino optó clara y explícitamente por el programa de salvación capitalista, junto con el socialcristianismo. Lo ratificó recientemente cuando admitió que en Venezuela hubiese votado por Capriles. Eso le significó la pérdida circunstancial del aliado socialcristiano en Unión Popular. Pero mantuvo el apoyo de Libres del Sur y, por vía diagonal, de Proyecto Sur. En cuanto al FR, no cabe duda: todos estuvieron con Duhalde, Kirchner y Fernández. En esta oportunidad, trabajarán como de costumbre, sólo que ahora al mando de un agente directo del Departamento de Estado. Por su lado, Macri y su fascismo de Barrio Norte podría entrar en la partida únicamente en alianza con Scioli o Massa. Electores de peso para este sinuoso futuro son el narcotráfico, las mafias del juego y otras del mismo jaez. Su conducta depende exclusivamente de las concesiones que estén dispuestos a ofrecer los candidatos de peso. Son un factor importantísimo en campañas movidas exclusivamente a fuerza de dinero. Otro elector privilegiado es, desde ahora mismo, el Papa Jorge Bergoglio. Tiene su corazón en el peronismo, pero necesita de la alianza con la socialdemocracia. Su decisión, en consonancia con la del gran capital, dependerá de la marcha de los acontecimientos. Y gravitará de manera decisiva sobre quienes dependen del aparato vaticano en la política y el sindicalismo. Como sea, el hecho es que la coyuntura incluye el riesgo de un alejamiento voluntario o forzado de la Presidente y su elenco. Frente a esto, repetimos lo señalado en agosto del año pasado, en la edición 110 de Eslabón: "El debilitamiento y eventual ruptura del centro de poder, sumado a la hipótesis de que aquellas designaciones se expliquen porque desde el aparato de inteligencia personajes como el actual jefe del ejército, general César Milani, tengan información suficiente para chantajear al Ejecutivo, podrían derivar en situaciones de pérdida de control político sobre fuerzas policiales o militares. La defensa de las garantías civiles y los derechos democráticos será como siempre tarea indeclinable. Pero no pasa por la defensa del gobierno. Si las circunstancias lo requieren haremos frente único con todas las organizaciones y personalidades dispuestas a sostener la continuidad institucional. Es un hecho que la base política y organizativa del gobierno no le garantizan sustentación estable, sobre todo si se agrava la situación económica. Es presumible que para afrontar esa debilidad el gobierno, o algunos de sus sectores, opten por un viraje verbal hacia posiciones antimperialistas y de mayor aproximación a las expresiones más avanzadas en América Latina. Tal como se ha visto en los últimos tiempos, los gobiernos del Alba avalarían sin prevenciones semejante táctica. Para nosotros, además de la tarea de educación permanente sobre la naturaleza y carácter reales de este gobierno, se tratará de levantar - además de las reivindicaciones económicas- consignas de transición tales como # Ruptura inmediata con el G20 e ingreso al Alba; # Auditoría de la deuda externa y su refinanciación y suspensión de todos los pagos hasta que esa investigación concluya»; # Desconocimiento del contrato con Chevron; # Nacionalización del comercio exterior; #Juicio popular y castigo a todos los corruptos, devolución de los dineros robados; # Reestatización de las empresas privatizadas en los 90; # Democratización real de los medios de comunicación: pluralidad abierta en Canal 7 y Radio Nacional; fin del derroche económico en publicidad a los medios comerciales..."
Democracia de los trabajadores, República Socialista
Sin la posibilidad inmediata de pesar en el curso de resolución de la crisis general, la UMS debe no obstante estar más que atenta a la coyuntura. Pero a la vez que se trata de interpretar cada momento y se realizan los mayores esfuerzos por ensamblar con cualquier manifestación genuina de la respuesta social, en ningún momento se puede perder el sentido de la dinámica en que se inscribe cualquier hecho político significativo. Un acontecimiento reciente vale como prueba de estas afirmaciones: el 10 de diciembre el gobierno festejó ‘30 años de democracia’. El acto público estuvo a la altura de los logros de la burguesía en estas tres últimas décadas: en medio de un incendio nacional, Cristina Fernández bailó con Moria Casán. Fue la expresión de un gobierno enajenado y sin rumbo, que anuncia turbulencias políticas a corto plazo y por tanto exige respuesta inmediata. No obstante, ese hecho deleznable vale más como síntesis de una burguesía impotente y pervertida. Y ésa es el verdadero dilema al cual se debe dar respuesta. Otro ejemplo de lo mismo fue el show de Fernández al retornar a funciones luego de 45 días de convalecencia, cuando escenificó mucho más de lo que el hecho mismo dejaba ver. Si hubiésemos tenido la fuerza política suficiente, era preciso lanzar una gran campaña para denunciar estas conductas, pero sobre todo para educar respecto de su significado profundo: la reaparición agravada de la irresuelta crisis detonada en 2001 y la necesidad de forjar una respuesta estratégica a esa caída sin fondo de las clases dominantes. Ambos hechos retrotraen la memoria a un tiempo aparentemente incomparable: cuando entre agosto de 1975 y marzo de 1976 María Estela Martínez de Perón tomaba vacaciones sucesivas, el país quedaba a la deriva y las más trascendentales decisiones se adoptaban al margen del sistema institucional. La comparación con 1975 y 2001 es válida. Contra las afirmaciones de casi la totalidad de los economistas de la oposición, el agravamiento de la situación tiene como principal factor la crisis económica. Gobernantes y opositores se aunaron desde 2002 para presentar el desequilibrado rebote económico de la última década como una recomposición del sistema. La verdad es lo inverso: una economía apoyada en la reprimarización salvaje de la producción, con una industria basada en la irracional fabricación de autos, televisores y teléfonos celulares con entre un 60 y un 80% de componentes importados, no hizo sino llevar al paroxismo las incongruencias estructurales del capitalismo local, todo en el marco de una crisis mundial con centro en Estados Unidos. Eso es lo que comenzó a explotar en los primeros días de diciembre, cuando una sublevación policial extendida a 20 provincias dejó como saldo provisional 1915 comercios saqueados (según registro de la Came, un organismo oficialista); miles de viviendas invadidas y robadas, sobre todo en Córdoba y Tucumán; quince muertos admitidos, innumerables heridos y cientos de detenidos. Más grave aún fueron los signos de descomposición social expuestos en esos días. Las calles de Córdoba y Tucumán fueron ocupadas por espontáneas milicias sin otra ideología que el miedo y el individualismo desesperado. En el otrora Jardín de la República sectores medios armados con escopetas, carabinas y pistolas salieron a defender sus propiedades. Estudiantes residentes en Alta Córdoba enarbolando palos de escoba con punta aguzada, a modo de lanzas, levantando barricadas para defenderse, según afirmaban, del peligro inminente: la invasión de sus hogares por parte de hordas desposeídas. Al otro extremo del arco social, en los barrios más pobres, ocurrió algo semejante. En medio de todo, policías, narcotraficantes y punteros de partidos burgueses, haciendo su agosto. El saldo es más que evidente: aunque sea en sus primeras manifestaciones, el panorama muestra que los de abajo ya no quieren y los de arriba ya no pueden. Que los de abajo sean por el momento policías o sectores medios, no cambia la sustancia del problema: Argentina no está ante una crisis política más, sino en el umbral de una situación pre-revolucionaria. Esto deberíamos asumirlo todos: dirigentes sindicales, gobiernos del Alba, militantes revolucionarios, estudiantes conscientes, obreros política o sindicalmente activos, demócratas sinceros de cualquier signo, artistas, intelectuales. Promocionar un candidato en estas circunstancias equivale a un vano intento por integrarse sin más al sistema capitalista y su régimen político. A la inversa, proponer una respuesta efectiva supone trazar una vía de salida no ya del régimen político, sino del sistema mismo: la democracia burguesa toca a su fin. La dictadura con algodones ya no es eficiente. En otras palabras: o los de abajo imponemos una democracia de los trabajadores, o los de arriba impondrán sin tapujos una dictadura hoy camuflada con votos. En escenarios de disputa electoral, de reivindicaciones económicas o de lucha de calles, a la par de la demanda inmediata debe marchar la decisión de luchar por una nueva República, gobernada democráticamente por trabajadores, profesionales y chacareros y en franca confrontación con los centros locales e imperialistas del capital. La formulación política, las consignas, de esta estrategia, debe resultar de un debate a fondo y tan amplio como sea posible. Tales consignas, hoy propagandísticas, se convertirán inexorablemente en consignas para la acción. Ya las cúpulas burocráticas del sindicalismo están articulando una maniobra envolvente -otra vez, como en 1975, 1984 y 2002- para arrastrar al conjunto de la clase obrera y sus aliados hacia un desenlace capitalista del desastre económico, el colapso político y el vacío de poder. El 20 de enero se habrán reunido partidos, cámaras empresarias y sindicatos principales a instancias de Hugo Moyano y Luis Barrionuevo. El llamado incluye a pretendidos reemplazantes del agónico gobierno actual: Scioli, De la Sota, Massa, Reutemann y otros tantos aspirantes. Los mismos que en la última década fragmentaron a la clase obrera para colocarla como furgón de cola del plan coyuntural de la burguesía, ahora emprenden el camino inverso con el mismo objetivo. Se trata de un desafío crucial para las fuerzas revolucionarias marxistas, ante todo porque esto redundará en paros, movilizaciones, pronunciamientos y, eventualmente, formas directas de recambio de gobierno, sea porque éste abandona el escenario, sea porque la burguesía y sus tentáculos resuelven reemplazarlo (como en 1976, como en 2001, si bien con palancas diferentes). La unidad social de explotados y oprimidos es para nosotros un objetivo permanente e irrenunciable, sin la cual la unidad política de las masas es imposible. ¿Pero cómo impedir que esa fuerza social decisiva quede bajo el control del enemigo? ¿Oponiéndose a la unidad o disputando el control político? Para la UMS la respuesta es obvia y por tanto el verdadero dilema pasa a ser: ¿cómo disputar victoriosamente el control político en esta coyuntura histórica que se inicia? Convencidos de que el panorama actual estaba en potencia desde 2008, en mayo de 2009 dimos nuestra respuesta en el Encuentro Huerta Grande-Cordobazo. Remitimos a ese debate, complementado con nuestra propuesta para "organizar la voluntad unitaria". Y una vez más convocamos a recomponer fuerzas sobre estas bases. Sólo que en cuatro años el eje de la crisis política se ha desplazado y todo indica que, a menos que el plan burgués se imponga en toda la línea y logre someter a la clase obrera y las clases medias para que acepten el programa anticrisis del capital, habrá momentos de severa confrontación al margen del Parlamento y las elecciones. Aunque hoy aparece distante, la tendencia insurreccional está latente. Y puede eclosionar en cualquier momento. Ante este cuadro de situación, para la UMS no se trata de hacer llamamientos a la unidad de todos quienes se consideran revolucionarios. La disputa estratégica con la burguesía y sus tentáculos en todos los ámbitos requiere estrategia, programa y organización. Requiere eficiencia, capacidad para la acción efectiva. Y esto exige una articulación múltiple de fuerzas. Nuestra propuesta tiene tres vectores: recomposición de las fuerzas marxistas (comunistas genuinas) en un partido revolucionario; conformación de una “Organización Federal para la Revolución Argentina”, a partir de una Mesa Promotora, que asuma las bases programáticas y se dé una organización adecuada a su pluralidad; disposición permanente para dar cuerpo a diferentes formas de Frente Único Antimperialista, con el más amplio espectro de organizaciones y personalidades dispuestas a defender la soberanía (hoy en primer lugar freno a la sangría de la deuda externa), los derechos civiles y las garantías democráticas. Por tanto, esta Resolución Política de la Conferencia extraordinaria de la UMS será entregada a organizaciones y personalidades de todo el país a fin de programar reuniones bilaterales que eventualmente lleven a la conformación de la mencionada Mesa Promotora y, si se da el caso, a otras instancias organizativas. Argentina, 12 de enero de 2014