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Ser amada, su necesidad.

Por empezar diré que me interroga la pregunta que concentró a Freud sobre el deseo de la
mujer, y más me inquieta que a pesar de su gran labor investigativa no logró comprenderla.
Supongo que este enigma guarda relación con dos ámbitos que actualmente exigen atención.

Culturalmente, con los movimientos feministas que cuestionan las definiciones adjudicadas a
la feminidad. En tanto enunciados ideológicos de cualidad incuestionable, esas definiciones
precipitan identificaciones sostenidas por la (falsa) creencia de que pertenecer equivale a en-
tender todos lo mismo. En este sentido, encuentro que en la cultura hay una serie de signos
naturalizados, que producen pegoteo, y dan la ilusión de que los entendimientos son posibles.
Por ejemplo: “ni una menos”, “a la mujer le gusta que le peguen”, “la mujer se tiene que ocu-
par del hogar y de los hijos”. Enunciados cerrados, generales, donde todo o nada es lo mismo,
y se transforman en vacíos de singularidad.

Clínicamente, con el número de pacientes que expresan consultas relacionadas a sus frustra-
ciones en vínculos de amor. ¿El amor resolvería sus problemas? Lo femenino está interpelan-
do lazos sociales que por el momento se muestran indefensos e inestables para responder.

Re abrir la pregunta por lo femenino se torna una cuestión necesaria e ineludible. Y para esto
el psicoanálisis, como instrumento de investigación de procesos anímicos, malestar en la civi-
lización y método terapéutico del sufrimiento humano (Freud, 1922) no puede quedar al mar-
gen de los debates que sacuden nuestra cultura. Me pregunto entonces: ¿es posible lo feme-
nino en el lazo social? Antes que nada, ¿qué entendemos por lo femenino?

Feminidad

Mujer y feminidad no son lo mismo. Según Freud, para alcanzar la feminidad no es suficiente
con el sexo anatómico sino que, además, se deben emprender dos mudanzas psíquicas.

La primera mudanza es de zona dispensadora de placer: de clítoris a vagina. En la infancia, la


sensibilidad sexual se concentra en torno al clítoris. Pero la educación lo reprime como zona
erógena rectora en la niña impidiendo la actividad masturbatoria (Freud, 1897, 1905, 1917,
1925, 1933). Represión que facilitará la transferencia de la excitación del clítoris a la vagina
en la pubertad. Esta inhibición equivale a frustración pues renuncia al único placer descubier-
to hasta ese momento: la satisfacción autoerótica (asociado a masculinidad).

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La segunda mudanza es de objeto de amor: de madre a padre. La madre se convierte en rival
por dos motivos: celos por tener el pene del padre y por no haberla dotado del miembro valo-
rado, o sea por haberla hecho a su imagen y semejanza. Al descubrir que su madre está cas-
trada (no es completa), pasa a entender que todas las mujeres lo están y que ella no es la ex-
cepción. Debe renunciar al lugar de la excepción (asumir la falta, perder el todo) y se vuelve
posible abandonar a la madre como objeto de amor. Queda reprimido su vínculo erótico y en
su lugar una identificación a la madre (Freud, 1925, 1940).

Sin embargo, respecto a la primera mudanza, aceptar la coartación de lo sexual o sea poster-
gar su satisfacción, no será sin resarcimientos. Intentará reparar con representantes que hagan
sentir la posibilidad de agotar la falta. Freud (1917) las llama ecuaciones simbólicas, es decir
transferencias de libido que permiten encontrar modos de evitar la falta.

Sucede que en lo inconsciente los conceptos de hijo y pene son tratados como si fueran equi-
valentes entre sí. Así la relación con el padre da un giro, reemplazando (¿refugiando?) el de-
seo de pene en el deseo de recibir como regalo un hijo del padre (Freud, 1917, 1924). Como
esto realmente no es posible por la barrera del incesto, debe buscar un objeto ajeno con el que
“puede llegar a satisfacerse si ella consigue totalizar el amor por el órgano como amor por el
portador de este” (Freud, 1940: 194). Es decir, va en búsqueda de alguien que tenga (¡tener!).

Con estas transferencias de libido “soluciona” su complejo de Edipo mediante la forma madre
porque “podría transferir sobre el varón la ambición que debió sofocar en ella misma, esperar
de él la satisfacción de todo aquello que le quedó de su complejo de masculinidad” (Freud,
1933: 124). En este sentido el matrimonio mismo no está asegurado hasta que la mujer haya
conseguido hacer de su marido también su hijo, y actuar la madre respecto de él. Es notable
en la clínica femenina la queja por tener que ordenar, limpiar, organizar la vida de su marido.

Así Freud ubica a la altura de 1920 el complejo de Edipo como central, el cual inicia en la
niña a partir de la visión del genital femenino (complejo de castración) que deriva en alguna
de tres orientaciones: inhibición sexual, masculinidad (envidia de pene, renegar prohibición
masturbatoria, posible homosexualidad) y feminidad normal. Desde la lógica edípica las solu-
ciones tendrán relación con significantes que ilusionan con agotar la falta. Es claro, los es-
fuerzos de Freud por entender la sexualidad femenina se inclinaron hacia el registro del tener.

Sobre el final de su enseñanza 1930-40 hace un giro importante pues vislumbra que el núcleo
de la neurosis de una mujer no es el vínculo edípico con el padre como sostenía, sino el víncu-

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lo con la madre (pre-edípico) el cual dice que puede ser de duración inconclusa (Freud, 1931).
De este modo la segunda mudanza parece quedar sin solución. Su inicio se reconduce en la
seducción real que la madre llevó a cabo sobre la niña al tener a cargo los cuidados significa-
tivos para la supervivencia, cuando higienizaba su cuerpo, despertando las pulsiones de auto-
conservación. Allí provocó sensaciones placenteras inscribiendo representaciones por vez
primera, huellas inconscientes para una sexualidad signada por el objeto madre (Freud, 1933).

Feminidad en el amor.

De este modo el ser femenino en el amor buscará un objeto que permita restituir algo de esta
libido que aún permanece adherida a la madre, o sea su identidad. En la mujer dice Freud
(1914) la elección de objeto es de tipo narcisista, o sea sólo se aman a sí mismas como los
hombres pueden amarlas a ellas. Amarse a sí misma significa amar lo que ella es, amar lo
igual a ella, lo homo. Años más delante dirá que para el caso de homosexualidad femenina, la
joven elige un objeto femenino y se comporta al modo masculino en el amor (Freud, 1920).
Pero esto tendríamos que localizar si podría aplicar también a la feminidad normal pues
comportarse al modo masculino en el amor significaría la posibilidad de poder dirigir libido
hacia su madre, o sea hacia lo homo, hacia ella misma (¿autoconservación?).

Si tomamos la afirmación de Lacan (1973) la mujer no existe, esto nos remite a decir que el
lugar de la mujer está vacío, y nos lleva a ver cómo intenta llenarlo con amor a sí misma. La
pregunta es si hay formas de responder a este vacío, tomando posiciones que tengan relación
con la sexuación. Podemos decir que sí, mientras para Freud el acento recae sobre los
suplementos al no tener, para Lacan el foco estaría en el registro del ser.

Freud está convencido de que este vínculo materno interviene en la vida amorosa adulta pues
encuentra que repite con el hombre la irresoluta relación preedípica (Freud 1931, 1933).
Afirma que muchas mujeres fracasan en su primer matrimonio porque la hostilidad que mar-
caba aquel vínculo con la madre se traslada al padre, luego al marido que es el heredero del
padre, y con el tiempo el heredero de la madre. Es decir que los sentimientos hostiles se trans-
fieren de la madre al marido: se queja del marido pero inconscientemente se queja de su ma-
dre (representada en el marido).

A partir de entonces navega en el intento de solucionar su sexualidad infantil inacabada


(Freud, 1918), utilizando semblantes que ilusionan con la garantía de nombrar lo que en reali-
dad se encuentra enigmático. Lo que aparenta enigmático tiene relación con la necesidad de

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ser amada para no tener que vérselas a cada momento con la castración. La castración le re-
vive la escena en la que ella es frustrada, prohibida y por esto, no amada. Pero esto enigmáti-
co aún permanece dudoso.

Si nos remitimos al diccionario, la palabra enigma tiene que ver con algo que guarda sentido
encubierto para que sea difícil entenderlo o interpretarlo. El enigma femenino tendría que ser
planteado en términos de cómo restituirse ese amor que le falta para llegar a ser amada.

Lo que me parece subyacente es la idea de que la sexualidad nunca se satisface de modo


pleno, no existe objeto que la agote. Porque el amor obedece a reglas de la pulsión y no de los
objetos: “Toda vez que el objeto originario de una moción de deseo se ha perdido por obra de
una represión, suele ser subrogado por una serie interminable de objetos sustitutivos, de los
cuales, empero, ninguno satisface plenamente” (Freud, 1912: 182) -algunas mujeres prefieren
creer que la solución estaría en otro hombre-.

Entonces, le debemos a Freud haber apartado la feminidad del terreno de la biología, pues no
es exclusiva de las mujeres y tampoco viene dada lo cual nos permite hablar de sexuación
(posiciones sexuadas) y de que la misma está subjetivamente determinada; que el vínculo con
la madre es central para su posterior vida amorosa y con esto que la neurosis de una mujer no
tiene causa en la lógica edípica.

Hasta ahí llegó su investigación, dejando abierta la cuestión. Evidentemente, los efectos de la
castración impactaron también en el propio Freud que se orientó por la significación fálica.
Cuestión retomada por sus seguidores, que intentando dar una respuesta, solo cierran o clau-
suran la posibilidad de profundizar sobre el asunto.

Es con Lacan que viene una nueva apuesta por el freudismo. Formaliza la lógica de la castra-
ción sin subordinarla a la lógica edípica. Se abre así la perspectiva de un más allá del Edipo,
una nueva dimensión fantasmática. Entonces, si la lógica fálica no es suficiente me pregunto
si es posible hablar de fantasma en lo femenino. Y si la solución edípica es enigmática ¿cómo
se constituye el superyó?

Fantasma y superyó.

La intensa búsqueda de la anhelada satisfacción prohibida por la falta de pene será un empuje
psíquico constante que hará conflicto para estructurar la instancia crítica y moral. Es que a
partir de la falta no hay un interés hacia los genitales suficiente para operar la amenaza de

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castración (¡no hay nada que perder!), por lo cual “está ausente también un poderoso motivo
para instituir el superyó e interrumpir la organización genital infantil” (Freud, 1924: 186).
Freud terminará diciendo que la constitución del superyó femenino es débil, laxa. Pero ¿qué
opera como amenaza de castración? La pérdida de ser amada: “Para la mujer la necesidad de
ser amada es más intensa que la de amar” (Freud, 1933: 122).

En la fantasía inconsciente ser golpeada se interpreta como ser amada, pues según Freud
(1919) encuentra satisfacción en el azote que recibe de su padre. Lo siente como estimulación
en sus genitales (referido al castigo por haberse masturbado), lo cual es equivalente a una
masturbación (no real). Esto deviene placentero pero adherido a culpa. La fantasía es maso-
quista y produce intensa excitación sexual.

El ordenamiento de su vida anímica en función de ser amada y masturbada trae un vínculo


con la posición pasiva y el masoquismo1. La falta de pene en la mujer la lleva a tener una me-
nor intensidad en la pulsión agresiva que logra sofocar del todo. Esta sofocación es vuelta
hacia el yo, y se transforma en masoquismo, ligando eróticamente las tendencias destructivas
vueltas hacia adentro (Freud, 1933). A través de un proceso relativo a la represión, y por ende
al superyó, la libido agresiva es puesta en el yo, lo que parece brindarle cierta dosis de placer.
Se puede entonces suponer que el superyó femenino toma una cualidad masoquista.

El superyó hipermoralizante de la mano de un fantasma masoquista que construye un otro del


cual poder recibir castigos por la culpa que le genera haber transgredido lo sexualmente
prohibido. De esa forma satisface su necesidad ulterior: ser amada.

El sujeto del inconsciente no tiene sexo, y la diferencia sexual no se inscribe como tal en el
inconsciente sino que se plantea en términos significantes. Si Freud no aporta los elementos
suficientes para resolver la cuestión de la feminidad, al menos mantiene abierta la cuestión y
se resiste a cualquier pretendida “solución” biologista. ¿Cuál es en principio la solución que
da Freud a la cuestión de la sexualidad humana? El complejo de Edipo. Y el falo es entonces
el concepto que da cuenta del modo de inscripción de la realidad sexual en el inconsciente.

Sin resolver el enigma de la mujer, queda abierta la dimensión real del deseo femenino. Yo,
me detengo aquí.
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Sin embargo es un error reducir la feminidad a lo pasivo. Lo que podría decirse es que la mujer se orienta hacia
metas pasivas y en ese camino puede tomar medios activos. Los caracteres pasivo y activo pueden estar muy
bien tanto en hombres como en mujeres. Porque el ser humano es un animal de indudable disposición bisexual.
Es in-dividuo porque es una fusión de dos mitades simétricas: la masculina y la femenina (Freud 1930, 1933).
Entonces lo que se juega no es la definición cualitativa de qué significa ser femenino sino cuál es su fantasma.

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BIBLIOGRAFÍA

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