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HISTORIA NATURAL DEL VIH

Durante los primeros días de la infección por el VIH, el virus, sumamente activo, consigue infectar a
las poblaciones de linfocitos existentes y causar daños importantes no sólo porque reduce la
cantidad de linfocitos, sino también porque reduce su variedad, es decir, destruye linfocitos
especializados en distintos tipos de tareas, que no se pueden volver a recuperar. Esto debilita
todavía más al S.I.

A los pocos días o semanas de producirse la infección por VIH, la cantidad de virus en la sangre
llega a niveles muy altos. Algunas personas experimentan síntomas parecidos a la gripe, con un
malestar general. Este primer período de la infección es lo que se denomina Síndrome de Infección
Aguda.
Aproximadamente la mitad de las personas recién infectadas suelen experimentar síntomas
parecidos a los de una gripe o una mononucleosis, con fiebre, sudoración, inflamación de los
ganglios, dolor de cabeza, dolores en las articulaciones, sensación de cansancio, pérdida de apetito,
vómitos, diarreas...

El Síndrome de Infección Aguda suele aparecer de 2 a 4 semanas después de la infección, suele


durar de 2 a 3 semanas y luego remite. Es muy posible que tanto la persona que lo padece como un
médico de atención primaria o de familia lo confunda con un proceso gripal o una mononucleosis,
especialmente si la persona no informa al médico de que ha tenido prácticas de riesgo.

Esto, unido al hecho de que, inmediatamente después de que haya remitido el Síndrome de
Infección Aguda, el cuerpo logra recuperar un estado de salud "normal" y la persona puede estar
mucho tiempo, años, sin síntomas relevantes, hace que mucha gente ignore que está infectada.

Durante el Síndrome de Infección Aguda se produce una feroz batalla entre el VIH y S.I. En los
primeros días, el VIH se reproduce a una velocidad de vértigo y logra establecerse no sólo en los
Linfocitos CD4 y otras células del S.I., sino también en el intestino, en células del sistema nervioso y
en otros tejidos.

La carga viral en la sangre, en esas semanas, llega a ser muy elevada, en ocasiones, de más de 1
millón de virus por milímetro cúbico (mm3). Es frecuente también que el nivel de linfocitos CD4 caiga
por debajo de sus valores normales, que oscilan entre 1.200 y 700 CD4 por mm3.

Pasadas unas semanas, la respuesta inmunitaria es potente –lo que explica en parte los síntomas de
este Síndrome Agudo- y el número de linfocitos CD4 se recupera, aunque nunca llega a su nivel
original. La carga viral también tiende a disminuir, hasta alcanzar un valor más o menos estable,
variable en cada persona. A ese valor se le conoce como valor nadir o basal de carga viral.
Normalmente suele estar por debajo de los 50.000 ó 70.000 virus por mm3. Cuanto más bajo sea
ese valor basal, mejor suele ser el pronóstico de evolución para la persona infectada.

Cuando se llega a este punto, normalmente entre los dos y los seis meses después del momento de
la infección, la respuesta del S.I. ha permitido la producción de anticuerpos, que son los agentes que
“fabrica” el organismo para reconocer y eliminar todo aquello que es extraño a él (virus, bacterias...).

La presencia de los anticuerpos significa que el S.I. ha podido, de momento, controlar la infección.
Pero también significa que el VIH ha logrado establecerse con éxito en el organismo. Cuando a una
persona se le detectan los anticuerpos al VIH en la sangre se dice que es Seropositiva.
Ese período de tiempo de entre dos y seis meses entre el momento de la infección y la aparición de
los anticuerpos es lo que se conoce como “Período Ventana”. Esto quiere decir que una persona
puede estar infectada y, sin embargo, una prueba de detección de anticuerpos puede dar un
resultado negativo. Por ello, para realizarse una prueba de detección de anticuerpos, se recomienda
esperar al menos 3 meses desde el momento en que se tuvo riesgo de infección.

Sin embargo, para poder detectar una infección dentro de este período ventana existen otro tipo de
pruebas que podrás consultar en el apartado “La prueba del VIH”
Ser seropositivo no significa tener sida, sino que se está infectado por el VIH. Si el S.I. está en unos
niveles suficientes de actividad como para mantener alejadas las enfermedades y síntomas
característicos del sida, una persona seropositiva no padece síntomas ni enfermedades y puede
llevar una actividad normal, a pleno rendimiento, en su día a día.

¿Cómo evoluciona la infección por VIH?


Todo comienza con la aparición o existencia de un virus denominado VIH; se produce una
transmisión mediante una práctica de riesgo y la persona pasa a ser un portador asintomático que es
lo mismo que persona seropositiva.

Un portador es una persona infectada por el VIH que puede transmitir la infección, es decir, es capaz
de infectar. Asintomático se refiere a tener una infección sin síntomas, la persona parece sana y se
encuentra bien; al igual que un portador es capaz de infectar.

La persona puede estar años en esta situación asintomática sin saberlo; un portador asintomático
que lleve una vida sana, puede conseguir retrasar el desarrollo de la enfermedad.
El virus destruye o bloquea las defensas del organismo facilitando el desarrollo de las
llamadas infecciones oportunistas y tumores. Llegados a este punto la enfermedad puede tener o
desembocar en tres vertientes:

 La permanencia como portador asintomático.


 Presentar síntomas menores.
 Inicio de la fase sida

¿Qué es el sida?
A medida que la infección por VIH avanza, a lo largo del tiempo el número de linfocitos CD4 tiende a
disminuir a la vez que la carga viral basal tiende a incrementarse. Esto significa que el S.I. va
perdiendo poco a poco su capacidad de contener al VIH y a otros agentes infecciosos a los que un
S.I. sano mantendría bajo control.

Llegado un cierto momento, algunos de estos agentes infecciosos que nunca nos producirían daño
teniendo un S.I. saludable comienzan a darnos problemas. Los expertos han definido una serie de
enfermedades, signos y síntomas que son característicos cuando una persona tiene su S.I. muy
debilitado a causa del VIH y a los que, en conjunto, se les conoce como Síndrome de
Inmunodeficiencia Adquirida o sida.

La experiencia indica que hay un nivel de linfocitos CD4 a partir del cual el riesgo de comenzar a
padecer uno o varios de los síntomas, signos y enfermedades que definen al sida se incrementa.
Este nivel está por debajo de los 250 ó 200 CD4 para la mayoría de las personas.

Es importante, si tu nivel de CD4 está próximo a esos límites y, aunque no hayas presentado aún
ningún síntoma, evaluar con tu médico la posibilidad de comenzar a tomar medicación que sirva para
evitar la aparición de las Infecciones Oportunistas. A esto se le llama profilaxis de las Infecciones
Oportunistas.

Si llegados a este punto, comienzas a tomar también terapia antirretroviral, es posible que necesites
tomar también la medicación de profilaxis de las Infecciones Oportunistas durante un tiempo, hasta
que tu S.I. responda al efecto de los antirretrovirales y la carga viral descienda a la vez que el
número de CD4 comience a recuperarse.

Cuando esa recuperación se consolide y tu S.I. esté fortalecido, en la mayoría de los casos, ya no se
hace necesario continuar con la profilaxis de las infecciones oportunistas y, siempre que el beneficio
de la terapia antirretroviral se mantenga, las posibilidades de que el sida aparezca se reducen
bastante.

Es muy importante tener clara la diferencia entre ser seropositivo/a oportador/a del VIH y tener sida.
Una persona es portadora del VIH desde el mismo momento en que se infecta. Aparte de los
síntomas que se dan en la infección aguda, a las pocas semanas de haber adquirido el virus, la
mayoría de las personas con VIH no manifiestan ningún signo ni síntoma durante mucho tiempo.

Para ser diagnosticado de sida es necesario que la persona afectada, además de ser positiva para el
virus del VIH, tenga un recuento de linfocitos CD4 menor de 200 células/mm3 o que padezca alguna
de las enfermedades definitorias de sida. Estas enfermedades incluyen infecciones oportunistas y
neoplasias que no ocurren en personas sanas y que, en cambio, son muy frecuentes en personas
con VIH.

Es por ello que, si una persona no se ha hecho nunca una prueba de detección de anticuerpos del
VIH es probable que desconozca o ni siquiera sospeche que lleva el virus en su organismo.

Evolución favorable
Una persona con VIH pero que tiene todavía un S.I. fuerte y una carga viral que se mantiene estable,
puede hacer una vida completamente normal y continuar con sus actividades habituales: trabajar,
estudiar, viajar, y seguir, además, con su vida sexual y afectiva.

Sin embargo, es importantísimo cuidar la alimentación, hacer ejercicio físico regularmente, evitar
adquirir enfermedades de transmisión sexual o volver a infectarse por el VIH y, naturalmente, evitar
transmitir el virus a otras personas, poniendo en práctica la prevención en las relaciones sexuales,
utilizando preservativo y evitando las prácticas de riesgo con intercambio de fluidos.

Además, es muy importante también hacer un seguimiento médico de la evolución de la infección, lo


cual permitirá saber cuál es el mejor momento para iniciar un tratamiento o si es preciso iniciar una
profilaxis contra posibles infecciones oportunistas. Por todo ello, es fundamental saber si se tiene o
no el VIH.

En el año 2005 más del 40% de las personas a las que se les diagnosticó sida en España ni siquiera
sabían que eran portadoras del VIH. Es decir, que no tuvieron la oportunidad de iniciar un
seguimiento médico temprano y de iniciar la terapia para evitar, precisamente, la aparición del sida.
Las terapias antirretrovirales disponibles hoy consiguen retrasar durante muchos años la aparición
del SIDA y prolongan ese período de estabilidad asintomática característico de las personas con VIH
que aún tienen un S.I. lo suficientemente fuerte como para mantener un buen estado de salud
general.

En este sentido, la situación ha cambiado radicalmente durante los últimos diez años y las
posibilidades de vivir mucho más tiempo y con mejor calidad de vida son una realidad para las
personas seropositivas; al menos en los países desarrollados y, en particular, en España y en
Europa, donde los tratamientos, las pruebas y los servicios sanitarios requeridos están cubiertos por
la Seguridad Social.

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