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Quedó huérfano de padre a los once años de edad. Y esta circunstancia, sin
duda, debió ser la que agravó su situación: “vióse, de la noche a la mañana,
como barco sin timón que, abandonado en alta mar, se encuentra a merced
de las olas” (Carrillo). No es, sin embargo, que la muerte de su progenitor lo
hubiera dejado sin cariño y protección. Recordemos que en alguna
oportunidad cuando su maestro de primaria iba a infligirle un castigo físico y
procedió a bajarle los pantalones, se dio con la terrible sorpresa de que “el
muchacho tenía el cuerpo salpicado de cardenales a causa de las latigueras
propinadas por su padre”. Diríamos, pues, que con la muerte de este, no
perdió precisamente afecto, sino, más bien, se libró de sus maltratos.
Como vemos, condiciones vitales ostensiblemente deplorables. Una realidad
que, obviamente, “contribuía (Carrillo dixit) a su deformación moral”. En su
hogar pudo haber, y de hecho lo hubo, de todo, “menos el tacto y la
capacidad necesarios para educar a un hijo que se abismaba, cada vez en la
sima de la perdición”: se ejercían, por un lado, castigos severos, y por otro,
se prodigaba exceso de tolerancia. Y en la escuela la situación no era menos
deplorable: “el maestro –seguimos leyendo a Carrillo- encarnaba la
arbitrariedad y brutalidad”.
Luis Pardo, el ser de carne y hueso, dejó de existir de un modo violento, atroz
y, digamos, vil, pero quedó su nombre y el “halo de héroe romántico y
popular”[2] que lo envuelve. No fue “un caballero andante, deshacedor de
agravios y enderezador de entuertos, defensor de débiles y oprimidos; pero
tampoco fue el bandido sanguinario y avezado, cruel y abusivo”[3]. Sin
embargo la imaginación colectiva que es rica, que no se detiene y, a veces,
puede ser inconsiderada, hizo de él un ángel y también un demonio.
No quedó el demonio y tampoco el ángel. Lo que ha permanecido es el héroe
querido que enorgullece a todo un pueblo y al que, incluso, le han levantado
un monumento como una suerte de sombra protectora al ingreso de la
ciudad[4], lo cual es ciertamente loable y legítimo; pues, frente a los pulcros
personajes con patillas, charreteras y laureles que nos impone el patriotismo
de calendario cívico, no resulta inadmisible la creación de héroes alternativos
y dioses a la justa medida de los intereses secularmente desdeñados del
pueblo, y “más aún si estos encarnan las ansiedades y los deseos de justicia y
libertad”, como expresa Javier Garvich[5]. Por ello, más que el individuo
históricamente caracterizado, es en realidad el personaje mítico el que
pervive. Y Luis Pardo es, ya y definitivamente, un personaje mítico.
Y como, casi siempre ocurre, los mitos traen como cola más mitos[6]. Durante
mucho tiempo hubo quienes convenían en que Luis Pardo fue, también, poeta.
Como escribió Carrillo Ramírez, “para unos la personalidad de Pardo fue la de
un político ‘fanático’, de un revolucionario de tendencias socialistas y de un
poeta, por añadidura”. Alguien, incluso, ha escrito algo que va más allá de la
simple imprecisión referida a la “personalidad” o a las “inclinaciones
literarias” de este personaje y ha señalado que “se sabía de la producción
poética” del gran bandido[7], es decir que escribía poemas. No se ha llegado,
sin embargo, a tener evidencias reales de esto. ¿Por dónde, de ser cierta esa
afirmación, habrían ido a extraviarse los jamás encontrados manuscritos? Nos
atrevemos a creer, por ello, que esto no es más que un noble e ingenuo mito,
creado por la fantasía popular, que se agrega a todo lo bueno y malo que
sobre el bandolero chiquiano se llegó a decir.
Una cuidadosa lectura nos permite advertir que no es así. El poema habla,
efectivamente, de la pérdida de la mujer amada que, obviamente, llena de
desconsuelo al hombre que la sufre. Pero en ninguna parte se precisa que ella
hubiera muerto. Simplemente se alejó del hombre que la había amado, y al
despedirse le regaló, a manera de recuerdo, un pañuelo. Leamos la penúltima
de las décimas: “Cae la noche, en el cielo/ surge la argentada luna/ triste
como mi fortuna/ sola cual mi desconsuelo. / A su luz beso el pañuelo/ que
me dio a la despedida,/ que en su llanto humedecida/ besó ella con pasión
loca/ y que guarda de su boca/la huella siempre querida.” Más claro,
imposible. El desconsuelo de Luis Pardo –ateniéndonos a la lectura del poema-
no se debió, pues, a la muerte de la mujer amada, sino a que, en su llanto
humedecida, ella simplemente lo abandonó.
Y aquella mujer pudo haber tenido cualquier nombre o cualquier apodo pero,
definitivamente, no fue Andarita. Primero, como hemos dicho, porque el
poema no dice nada de esto. Segundo, porque esta palabra –salvo en estos
últimos años- no era usada ni conocida en Chiquián.
Se ha dicho y escrito que “Andarita” fue el apodo cariñoso con que Luis Pardo
trataba a la andina mujer que amó[14], comparándola, de esta manera, con
una bella flor de monte que –se asegura– habita el noroeste del Perú y “cuyo
tallo es de color gris y capullo de pétalos guinda con aroma a cedro y jazmín”.
Bella definición esta que, como se ve, tiene mucho de poesía. Pero nada más.
Pero -digámoslo de una vez por todas- este nombre no se asigna a ninguna flor
“de pétalos guinda con aroma a cedro y jazmín”. Hemos tratado por todos los
medios a nuestro alcance de ubicarla en algún punto de este Perú de metal y
melancolía que cantó García Lorca, pero no hemos logrado el resultado que
pudiera corroborar lo dicho acerca de aquella misteriosa “flor de monte”.
NOTAS
[1] A. Carrillo Ramírez: Luis Pardo, el gran bandido. 2da. Edición, Lima, 1976
[2] Félix Álvarez Brun: Ancash, una historia regional peruana. Lima, 1970.
[3] José Ruiz Huidobro. En: Revista ancashina Eco Regional, julio 1960.
[7] es.wikipedia.org/wiki/Luis_Pardo.
[13] Nótese, además, que no es el término “infeliz” el empleado, sino otro que
evidencia un ostensible carácter poético: “infelice”.
[14] Veamos lo que aparece escrito en la Internet : “Cerca a los 25 años se enamoró
perdidamente de Zoila Tapia, una joven pastora, que él llamaba cariñosamente
“Andarita” (nombre de una flor silvestre que crece en noroeste de Perú) y formó vida
conyugal con ella. Pero su felicidad no duró mucho: Zoila falleció al dar a luz a su hijo,
quien murió poco después.” (es.wikipedia.org/wiki/Luis_Pardo)
[15] Instrumento consistente en una hilera de cañas de carrizo abiertas en uno de sus
extremos, dispuestas en orden decreciente y afinadas en escala pentatónica (por lo
general en “la” o en “mi”).”
[16] www.cidemp.org/oldpage/libro1/generalidades.htm
[18] Un dato curioso: el escritor Darío Mejía afirma haber encontrado un catálogo de
los antiguos Discos Victor de los años 1924-1925, “donde el vals Luis Pardo figura con
Leonidas Yerovi como autor”, y fue grabado por el dúo Gamarra y Marini, hijo, el
primero, de “El Tunante”: www.boletindenewyork.com
[20] Años después de publicado el texto se efectuó una adaptación para convertirlo en
vals criollo con música del compositor Justo Arredondo.