Está en la página 1de 6
‘Timoratos, escrupulosos y melindrosos (ala retranca ante el Cristo que viene) Tiss ojos contemplarn al Rey en su belleza, ‘vendn una tierra que se extiende muy lejos. 18,33,17 A NTES de que apareciera Cristo, el resto fiel de Israel se con- solaba con la promesa de que “sus ojos lo verfan” a El, al que seria su “salvaci6n”. “Para vosotros que teméis mi Nombre, se levantaré el Sol de justicia, que en sus alas traeré la salvaci6n” (Mal. 4,2). sin embargo resulta dable observar que la profecia, aunque alegre y destinada a dar aliento, tenia también rasgos tremendos. Primero se decfa: “He aqui que envio a mi angel que preparara el camino delante de Mf y de repente vendré a su Templo el Setior a quien busedis, y el angel de la Alianza a quien desedis”. Con todo, inmediatamente agrega lo siguiente: “éQuién podrs soportar el di de su venida? Quien es el que podré mantenerse en pie en su epi- fanfa? Pues sera como fuego de acrisolador y como lejfa de batane-ro” (Mal. 3, 1-2). La misma mezcla de temor y consuelo se encuentra en los disci- pulos después, cuando la Resurreccién, Las mujeres partieron del sepulcro “con miedo y gran goz0” (Mt. 18, 8), “estaban dominadas por el temory el asombro y no dijeron nadaa nadie, a causa del mie. do” (Mc. 16, 8). Los apéstoles estaban “turbados y aterrorizados, crefan ver un espiritu”, “desconfiaban de pura alegria” (Le, 24, 37- 299 40). Nuestro Sefior les dijo: “éPor qué estdis turbados?” (Le. 24, 38). Y en otra ocasién: “Ninguno de los discipulos osaba preguntarle «TG quién eres?»” (Jn. 21, 12). A lo mejor procedfa de una cierta Jentitud en llegar a creer, o por raz6n de alguna mala concepcién, simplemente perplejidad y asombros pero ast fue: estaban extiltantes y sentfan temor reverencial. Ms notable atin es el relato de la aparicién de Nuestro Sefior a San Juan en el Apocalipsis. Digo més notable porque San Juan catecia de dudas y no sentia perplejidad alguna, Cristo habia ascendido, el Apéstol habia recibido el don del Espiritu Santo y, con todo, “cayé a sus pies como muerto” (Apoc. 1, 17), Esta reflexi6n nos conduce a perisamientos anilogos respecto de Ja situacién y perspectiva de los cristianos en todo tiempo. También nosotros esperamos ansiosos su Venida-se nos manda vigilar, se nos ordena pedirlo en la oraci6n y, con todo, seré un tiempo de Juicio. Para los santos ser4 su liberacién, de una vez y para siempre, de todos sus pecados y de todas sus tribulaciones. Sin embargo ellos, cada uno de ellos, deberé pasar por la més terrible de las pruebas, un juicio tremendo. Por lo tanto, éeémo pueden anticipar aquello con gozo, si no saben con certeza, como no lo sabe nadie, si serdn contados entre los salvados? Y la dificultad se acrecienta cuando rezamos pidiendo justamente eso, Rezamos para que venga pronto: écdmo podemos suplicar que venga Cristo, que apresure su Segunda Venida, que apure el Dia del Juicio, que venga en su Reino, que venga cuanto antes, hoy 0 mafiana, cuando con su Venida estarfa abrevidando los dias de nuestra vida presente, amputando los preciosos afios que nos quedan para nuestra conversiOn, enmienda, arrepentimiento y santificaci6n? éAcaso no hay inconsistencia en esto de profesar el deseo de que venga Nuestro Juez cuando en realidad atin no estamos preparados para eso? En qué sentido podemos pedi de verdad y con todo el coraz6n que abrevie el tiempo cuando nuestra conciencia nos dice que, aun cuando nuestra vida fuera largufsima, serfan pocos afios si consideramos lo mucho que nos falta hacer todavia? 300 No niego que hay alguna dificultad con esto, pero seguramente no mAs que la que se nos presentan a cada paso, cuando consideramos asuntos religiosos, La religién vive, por asi decitlo, de las paradojas, ¥ aparentes contradicciones consideradas a la luz de la raz6n. Pa- recerfa inconsistente de nuestra parte suplicar por Ia Segunda Venida de Cristo y a la vez desear contar con més tiempo para “la obra de nuestra salvacién” (Fil. 2, 12), “asegurando nuestra vocacién y elec- cién” (II Pe. 1, 10). Result6 notable la contradiccién en el caso de buena gente que deseaba su Primera Venida pero, cuando vino, no se conformaron con ella; cémo los apéstoles temieron y, con todo, se regocijaron después de su Resurrecci6n. Asi también constituye una paradoja c6mo el cristiano debe mostrarse en todo tiempo con- tristado y, sin embargo, siempre gozoso, siempre muriéndose, siem- pre vivo, sin poser cosa alguna y poseyéndolo todo, Tales aparentes contradicciones proceden de la falta de profundidad en nuestras almas para aprehender la verdad entera. No contamos con ojos lo bastante agudos para discernir las lineas de la providencia y la volun- tad de Dios, que la larga coinciden, aunque a primera vista parecen correr paralelas. Intentaré ahora explicar c6mo estos deberes contrapuestos de temer y, sin embargo, suplicar ver a Cristo, no son cosas necesatia- mente inconsistentes entre si. Por qué debiéramos temer, no es cosa rara, Indudablemente cuando un hombre se pone a contemplar durante un buen rato el estado de las cosas que le esperan més alla de su vida, bien pronto se sentiré abrumado por los pensamientos que descenderén sobre él, Para la imaginacién, icudn terribles todas y cada una de las escenas que nos representamos sobre el desconoci- do més alla! En verdad esta vida esté Ilena de peligros y tribulacio- nes, pero sabemos cémo son; no sabemos cémo seran en el mundo venidero. “Sefior, éadénde vas? -le preguntaron los apéstoles-, no sabemos ad6nde vas” (Jn. 13, 36). Supongamos que a un hombre se le avisa que de repente se lo trasladaré a algtin planeta desconocido del universo ~ésta es la clase de problema, en su vertiente menos temible, que enfrenta quien se pone a considerar su futuro; mas temible atin, a perspectiva que se nos presenta cuando pensamos en 301 Cristo viniendo sobre las nubes para un Juicio. 1Qué perspectiva, ésta de ser juzgado por todas nuestras obras por un Juez que no puede errar! Intentad repasar con la memoria el pasado de la histo- sla de vuestra vida e imaginad que os vierais obligados a confesar todas y cada una de sus partes a un amigo intimo ~icuén grande no serfa la vergiienza que sentirfais! Mas atin, cudnto més contentos no estariamos de tener que resignarnos a una confesién completa ante un mundo de pecadores, que no en la presencia de un Creador Todo Santo, que todo lo ve, que nos “mirara” (Me. 10, 21) con sus ojos, como dice el Evangelio de El cuando los dias de su carne: una ini quidad tras otra relatada en detalle, mientras todas nuestras mejores obras y virtudes van desvaneciéndose, van perdiendo su color para convertirse en una cosa fea de ver, como sien ellas no hubiese cosa buena para considerar. Y eso todo el tiempo, sin saber cul seri la sentencia, No presumo en decir que todo esto ocurriré tal como lo digo en cada uno de sus detalles, pero es lo que se significa aqu{ abajo cuando se habla de un ‘juicio”, y no por nada aquel tremendo juicio se llama asf, si no es para inferir de su nocién misma alguna noticia sobre la clase de acontecimiento que sera. Pénganse a pensar sobre todo esto y no me negarén que basta la sola idea de estar de pie delante de Cristo como para ponernos a temblar. A pesar de esto, El sostiene que su propia Presencia cons- tituye el mas grande de los bienes. Todos los cristianos estin obli- gados a pedir eso en su oraci6n, y urgiéndola: rezar para que pronto podamos verlo a Aquel que nadie puede ver “sin santidad” (Heb. 12, 14), nadie, sino s6lo “los puros de corazén” (Mt. 5, 8). Por tanto, la cuesti6n est4 en lo que sigue: éeémo podriamos pedir semejante cosa con toda sinceridad? Ahora bien, en primerfsimo lugar hay que decir que, aun cuando no pudiésemos reconciliar nuestros sentimientos con este manda- miento, igualmente estamos obligados a obedecer sobre la base de la fe. Si Abraham pudo levantar su cuchillo para matara su hijo, bien podemos nosotros dominar nuestros temores para rezar por cosas tremendas, por mucho que se nos presenten como terribles. Lo dijo Job: “Aun cuando me diere la muerte, esperaré en El” (Job 13, 15). No me digan que existe alguna circunstancia en la que no podemos resignarnos abandonandonos tranquilamente en sus manos. ‘Supon- dremos que nos decepcionaré? éPodra usar de nosotros, si se me per mite decirlo asf, contra nosotros mismos? Quiera Dios misericordio- so que no pensemos semejante cosa. Obedezcémosle y dejémosle el resto. Y si no se pudiera decir otra cosa, por lo menos digamos ésta. Pero de todos modos vale la pena notar que, cuando suplicamos por la Segunda Venida de Cristo, no rezamos sino con palabras de la misma Iglesia: que El “complete el nimero de sus elegidos y apresure Ja venida de su Reino”. Esto es, que no rezamos simplemente para que corte de cuajo al mundo, sino, por decitlo de algiin modo, para que venga cuanto antes, que acelere las ruedas de su carruaje, Antes de que venga, debers pasar algiin tiempo: deben juntarse todos los santos, y cada santo debe ser madurado. Ni un solo grano caeré por tierra, ni una sola espiga de trigo perdera su cuota de lluvia y de sol. ‘Todo lo que pedimos es que El se complazea en agolpar todo esto en un breve perfodo de tiempo, que “remate y cercene” su obra (Rom. 8,28), que complete el cfrculo de sus santos y que apresure los tiem- pos sin perjuicio de esto. En verdad, no puede ser de otro modo. Todas las obras de Dios se llevan a cabo en el lugar y en el tiempo oportunos; son obras per- fectas. Como sucede con la naturaleza, la estructura de su parte mas miniiscula se revela perfecta, y un insecto es tan maravilloso como el Leviatan; por tanto, cuando en su providencia parece apurado, aun asf se ajusta a su propio cronograma, y se desplaza sobre las armonias profundas de la verdad y del amor. Cuando le suplicamos que venga, también rezamos para que nos encuentre debidamente dispuestos, que todas las cosas converjan en el encuentro con El, que El nos atraiga mientras se aproxima y que nos haga tanto mas santos cuanto mis se acerca, Rezamos para que entonces no temamos lo que al pre- sente tememos con toda raz6n, que “permanezcamos en El para que cuando se manifieste tengamos confianza y no seamos avergonzados delante de Fl en su Parusfa” (I Jn. 2, 28). Dios puede condensar en 505 tuna hora, una vida entera de pruebas. Aquel que crea los mundos en un instante, que crea las generaciones con el aliento de su boca, que funde, y endurece, y somete a dikrvios, y seca las sélidas rocas en un a, que fuera del tiempo hace que los huesos vivan, crezean y miue- ran, y los sepulta en la tierra para luego endurecerlos como piedtas, ¥ eso con solo una orden, puede maravillas mucho mayores en el mundo espiritual, donde las cosas nunca estin sujetas alos acciden- tes de la materia, El puede castigar a un alma terrena con una sola aguda punzada de agonia, someterla a una sola tentaci6n para luego justificarla, o con una sola visién glorificarla. Adin cay6 en un instan- te; Abraham result6 justificado al tomar su cuchillo; con pronunciat una sola palabra, Moisés perdié Canains David dijo “he pecado” y result6 perdonado; Salomén adquirié la sabidurfa en un suetio; Pe- dro hizo una confesién y recibié las llaves. Nuestro Seftor dejé per- plejo al diablo con tres frases, nos redimié en el curso de un dia, nos regenera con una formula verbal. Nosotros no sabemos cudn “admi- rablemente” (Sal. 139, 14) nos hizo. A los hombres que duermen, 0 que se ahogan, o que se encuentran muy conmovidos, apenas unos momentos de tiempo les parecen como afios. De repente se trans- forman y la naturaleza o la gracia da de mano con el tiempo. Sin embargo, dirén ustedes, éc6mo puedo yo suplicar ver a Cristo, YO que estoy tan sucio? ¥ decis bien, porque sois pecadores. Mas écuanto tiempo necesitéis para dejar de serlo? éAlcanzaré vuestra vida entera? Si, en cierto sentido, por la presencia del Espiritu San- to en yuestras almas, pero confiamos que ahora mismo contéis con aquella Presencia. Ahora bien, si por “limpios” nos referimos “libres de lainfeccién dela naturaleza”, cuya gota més pequesia alcanza para manchar todas nuestras obras, nunca llegaremos a estar limpios has- ta que hallamos pagado la deuda de nuestros pecados y perdamos aquel cuerpo que procede de la generacién de Adén. Tengan por cierto que cuanto més vivéis, y més santos os volvdis, veréis esto més y més claramente. Cuanta menos miseria tenggis, més os oprimir4 la poca que os quede. Su helado soplo nos confunde y entontece: cuanto mas comprendemos nuestra miseria, mas miserables nos sen timos, Cuanto més nos identificamos con Aquel que condesciende 304 a morar dentro de nuestras almas, més la vemos con sus ojos. Ahora no os atrevéis a reclamar su presencia, éy seria distinto si vivierais los afios de Matusalén? No creo. Nunca llegaremos a ser lo bastan- te buenos para desearlo. Nadie en la Iglesia pide esto, excepto bajo ciertas condiciones implicieas. Hasta el fin de nuestras vidas somos principiantes. Lo que Cristo pide de nosotros no es impecabilidad, sino dili- gencia, Viviéramos diez veces mas, diez veces mas se nos pedirfa en obras y obediencia. Por cada dia que vivimos, més se nos pide. Si apareciese hoy, serfamos juzgados por lo hecho hasta hoy. Si se de- morara un afio més, tendrfamos que dar cuenta de un afio més. Na- die puede eludir su destino, nadie puede dar de mano con su talento; se nos pediré cuenta por razén de las oportunidades con que con- tamos, sean cuales sean, ni més, ni menos. No podréis serle de més provecho a Dios, incluso con la vida més larga de todas: podéis mos- trar fe y amor en una hora, Es verdad que le hemos dado la espalda ¥ nos hemos puesto al servicio del pecado; en esa medida, tenemos por delante una gran obra de reparacién: deshacer lo que hemos he- cho. Sie habéis dado afios a Satn, tenéis doble tarea, lade arrepen- tiros, adems de reparar; pero aun entonces podgis rezar sin temor, pues reclamando su Presencia en la oracién, de hecho también est pidiendo estar entonces debidamente dispuestos. Ahora bien, una vez més, si no se deciden a ponerse de pie ante vuestro Sefior y vuestro Dios, permitidme preguntar tna cosa: éc6- mo se las arreglan para comparecer ante Fil ahora, dia tras dia? Pues, qué cosa es la oracién sino esto de que en el mismo momento en que pedimos que Cristo venga en su reino, estamos anticipando su Parusfa y contribuyendo ala realizacién de esto que tanto tememos? Cuando rezamos, comparecemos ante fi, ¥ bien? Reflexionad sobre vuestros propios sentimientos ante su Presencia. Son los que siguen. Como si dijerais: no soy nada sino un pecador, un hombre de labios impuros y coraz6n terrenal. No soy digna de comparecer ante stt Presencia, No soy digno de la menor de sus mercedes. Sé que El ¢s el Santo de los Santos; con todo, me presente ante El, me 305 pongo bajos sus purisimos ojos y penetrante mirada que me atravie- sade lleno y que sondea mis entrafias discerniendo cada una de las malignas mociones que se agitan dentro mfo. Por qué lo hago? Ante todo, por esto: éadénde iré? £A quién recurritfa? EQué cosa mejor podria hacer? ¢Quién hay en el mundo entero que me podeia ayu- dar? éQuién me tomaria bajo su cuidado, me compadecerfa, pensa- ria bien de mf, si no puedo obtener todo eso de El? Sé que sus ojos son tan puros que no se detendran en la iniquidad, pero también sé que El es Todo Misericordioso y que a tal punto desea mi salvacién que murié por mf, Por tanto, estoy en aprietos y prefiero caer en sus manos que no en cualquiera de sus creaturas. Es cierto que podria encontrar creaturas mas parecidas a mf, imperfectas y pecadotas: quiza fuera mejor que recurtiese a algunas de ellas que tienen in- fluencia ante Dios rogindoles que se interesen por mi causa. Pero no, de algtin modo no me basta con esto; no, por terrible que sea esto, prefiero comparecer ante Dios solo. En mi interior hay un instinto que me conduce a levantarme ¢ ir a la casa de mi Padre invocando el Nombre de su Hijo muy amado, ¥; habiéndolo invocado, a ponerme enteramente en sus manos diciendo: “Sillevas cuenta de nuestros delitos, Sefior, équién quedard en pie? Mas en Ti esté el perdén de los pecados” (Sal. 129, 3). Asies el sentimiento de quienes a diatio venimos aconfesar nues- ttos pecados pidiéndole a Dios que nos perdone y que nos otorgue su gracia. Y si os ijéis bien, es el mismo sentimiento con el que he- mos de prepararnos para aquel encuentro cuando aparezca visible mente, Qué? Si hasta los mismos chicos son capaces de enfrentar con firmeza un proceso judicial y una muerte violenta, No digo que debamos presumir, pero lo que si digo es que deberiamos exhibir algo de esa especie de compostura y dignidad que se corresponde con gente nacida de una semilla inmortal, como que salimos del se- no del Padre. 23 Desde luego, convertido a catolicismo, Newman ya no planceasfa la terrible dsyenciva, La intecesin de los santos y de Nesta Satis Made eect os 6mo! El dogma catélico, una ve2 mis, se muestra ms reconfortante [N. del wad} 306 Por cierto, si hemos vivido habitualmente para el mundo, entonces en verdad resulta completamente natural que ahora queramos huir ante la vista de Aquel que hemos traspasado, Entonces podiemos clamar a las montafias para que se nos echen encima y que los mon- tes nos cubtan, Pero si hemos vivido, por mucho que imperfectamen- te, pero habitualmente, en su temor, si confiamos que su Espiritu est{con nosotros, entonces no hay necesidad alguna de que tengamos vergiienza en su presencia. Compareceremos ante [i] tal como ahora rezamos: con profunda humildad, con gran temoryy reverencia (awe), con espititu de renunciamiento, y con todo eso, aun asi, confando en el Espiritu que F nos dispens6, con pleno gobierno de nuestras facultades, con un alma recogida y un intelecto determinado, ¥ con esperanza. $i alguno no puede rezar pidiendo que Cristo vuelva, en verdad no puede, si quiere ser consistente, rezar en absohito. He hablado de comparecer ante Dios en Ia oracién en general, pero siesto es tremendo, mucho mas lo es acercarse a Elen el sacra~ mento de la Santa Comunién, pues se trata de un anticipo de su Parusfa, una presencia cercana que deseamos con toda el alma. ¥ hay una cantidad de gente que asflo siente: por una raz6n u otra, runca comulgan a pesar de su santo mandato y asi se privan de la més alta de las bendiciones que nos puede favorecer a los de aqut abajo, Ast, sus sentimientos son andlogos a los timoratos que se niegan a pedir que Cristo vuelva, porque no se animan a tanto, Por cierto que los que tienen e! habito de comulgar entienden perfectamente tales sen- timientos y cémo es posible sentir temor cada vez que se acercan al comulgatotio, lo que no impide que lo hagan. Eso es posible, y ocurre a menudo, y el caso es el mismo en lo concerniente al dia futuro de Jesueristo. Cortesponde temblar, y sin embargo pedirlo. Todos lo hemos experimentado més de una vez en nuestras vidas: sabemos perfecta- mente ¢6mo al mismo tiempo uno puede sentir un gran dolor junto con una gran alegria. Ejemplos de esto se nos ocurren a montones, Considerad el caso de la pérdida de amigos, y decidme si el gozo y Ia tristeza, Jos sentimientos de victoria y de humillacién, no se mez- 307 clan raramente y sin embargo se conservan tal cual son. El gozo no cambia la pena, nila pena influye sobre la alegrfa, para amoldarse en un tercer sentimiento; incomunicables entre sf, los dos permanecen, los dos nos afectan. © considerad la mezcla de sentimientos que ‘ocupa el corazén de un hijo que se ve perdonado por su padre la sensaci6n apaciguadora de que todo malentendido ha terminado, la veneracién, el amor y todas las emociones indescriptibles y suma- ‘mente gozosas que no pueden expresarse- y todo eso conviviendo con la amargura contra sf mismo. Tal ha de ser el talante con el que deseamos acercarnos a la mesa del Sefior tal el que hemos de sentir cuando suplicamos que vuelva, tal seré el de sus elegidos cuando se tengan en pie en la Parusta, Por iltimo, permitidme decir més claramente una cosa a la que yahe aludido: en aquella solemne hora, si somos de los suyos, también contaremos con el consuelo interior de su Espititu que nos conduci- rf hacia El, dando “testimonio, juntamente con el espiritu nuestro, de que somos hijos de Dios” (Rom. 8, 16). Dios es misteriosamente tripartito y; mientras permanece en el Cielo Altisimo, viene a juzgar al mundo ~y mientras juzga al mundo, también esté dentro nuestro, animsndonos y fortaleciéndonos para que vayamos al encuentro con El, Dios Hijo est afuera, pero Dios Espiritu Santo esté adentro, y cuando el Hijo interrogue, el Espiritu contestars, Ese mismo Espiritu nos ha sido prometido para esta vida: si nos avenimos a su graciosa influencia, de tal modo que nuestro pensamiento y voluntad se eleven hacia las cosas celestiales, y se convierte en uno con nosotros, segu- ramente estard con nosotros y nos otorgar confianza en el Dia del Juicio. Estard con nosotros y nos fortaleceré. Cuan grande sea su fortaleza, es cosa que el espiritu del hombre no puede concebir. Nimbados con aquella fuerza sobrenatural, seremos capaces de levantar nuestros ojos hasta donde se halle nuestro Juez que nos dirige la mirada, y a nuestra vez mirarlo a El, bien que con tremendo respeto y veneraci6n, y sin embargo sin confusién, como conscientes de una cierta inocencia. 308 A la larga, para cada uno de nosotros, aquella hora tiene que lle- gar. Cuando llegue, que la faz del Santisimo venido en gloria y ma- jestad no nos consuma, que Ia llama del juicio no sea para nosotros sino lo que fue para los tres santos varones en el horno, contra los cuales el fuego nada pudo (Dan. 3, 25).

También podría gustarte