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Pas el tiempo. Xian haba dedicado cada da a cuidar la futura planta: le regaba,
aireaba la tierra, ubicaba el cuenco al sol, le hablaba con dulzura... Sin embargo,
luna tras luna el resultado era el mismo: nada brotaba de la tierra. Qu terrible
desgracia! Senta el peso de la responsabilidad ante quienes le haban elegido en su
aldea. No procuraba importancia personal, sino servir a su pueblo tal como su pueblo
se lo peda, an considerndose indigno de tal honor.
Ya estaban todos reunidos en la Plaza Principal. El silencio era total. Los Ancianos
caminaban entre las filas, viendo las increbles plantas que cada joven haba puesto
a sus pies con visible orgullo. Sin embargo, ni una palabra sala de los labios de
aquellos Ancianos. Ni un gesto haba en sus serios rostros. Raro, pues cada flor
mereca la mayor exclamacin. Para su sorpresa, Xian slo escuch esa exclamacin
cuando los Ancianos llegaron hasta su cuenco, apenas lleno slo de tierra:
- Aqu est! l es!!!, -dijeron los Ancianos a viva voz, abrazando a Xian, ante el
estupor de todos los otros jvenes y del pueblo que contemplaba la escena.
- He aqu a quien nos gobernar en los prximos aos. Sabemos que ser recto y
honesto. Que es una persona de bien, valiente, ntegra, humilde, regida por sus
mejores convicciones. Se preguntarn cmo lo sabemos. Es muy simple: el cuenco
que cada uno de estos jvenes ha llevado, slo contena TIERRA. En NINGUNO de
ellos, nunca hemos sembrado semilla visible alguna. La nica semilla ha sido, si se
quiere, invisible: LA SEMILLA DE LA VERACIDAD. Slo los bravos saben cultivar esa
extica flor: la ms bella de todas.