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Lecci6n 4 El 80. Migue! Cané (h) Hacia fines del siglo XIX, los procesos de modemizacién trans- forman radicalmente el panorama social, politico, econémico y estético, introduciendo nuevos problemas, preocupaciones y conflictos. Si bien sabemos que, desde la esfera politica, la elite que encabeza el presidente Julio A. Roca participa activamen- te en la puesta en marcha de estos procesos, también vemos que los discursos de algunos miembros destacados de esa elite (como Miguel Cané) revelan resistencias, dudas y vacilaciones con respecto al nuevo escenario que la modernidad despliega. La paradoja esta en que, para los politicos e intelectuales de fines del siglo XIX, no habia otra forma de construir un estado- nacién moderno mas que ingresando de lleno en la moderni- dad, es decir, activando procesos de modernizacién que supo- nian cambios profundos (como la inmigracién, el ferrocarril, el progreso y el crecimiento econémico). Esta opcién, sin embar- go, va a surgir acompaiiada de una fuerte dosis de escepticis- mo y malestar. La construccién de la “nacién moderna” tam- bién hacia emerger la pregunta acerca de si “lo nuevo” que efectivamente estaba surgiendo de esas transformaciones conformaba un mundo mejor, mas habitable que aquel que habia definido el pasado. Para introducimnos en esta nueva leccién, recordemos que el periodo abierto con la batalla de Caseros en 1852 se ha cerrado en 1880 con el triunfo del estado nacional, y se inicia con el ascenso al gobierno de un sector politico liderado por el joven general Julio Ar- gentino Roca, quien ha montado una eficiente maquina politica a tra- vés del Partido Autonomista Nacional En esa década de 1880 se verifica el cumplimiento de significativos procesos modernizadores en las reas politica, econémica y social. Se conchuye la estructuracién del estado nacional, que ahora ostenta el 110 Historia de las ideas en la Argentina monopolio de la fuerza legitima, afirmado en la derrota de las disiden- cias provinciales. La ciudad de Buenos Aires es federalizada, dando fin aun conflicto que habia recorrido toda la breve, compleja y violenta vida nacional. Desde ese estado se sancionan las leyes laicas de educa- cion y de registro civil, que colocan en manos estatales un control de la poblacién hasta entonces dividido con la iglesia catolica, En el plano econémico, a partir de una divisin internacional del tra- bajo que la ubicaba en el rubro productor de bienes agropecuarios, la Argentina experimenté un espectacular crecimiento. La apropiacion de los territorios hasta entonces ocupados por los indigenas en la Ila- mada “Campaiia del Desierto” abrié para los vencedores un enorme te- rritorio, sobre el cual las inversiones inglesas desplegarian una extensa red de vias férreas. El emprendimiento evado a cabo contra las poblaciones indigenas se apoyaba en una linea programatica ampliamente compartida por las elites del mundo occidental: que las naciones viables eran aquellas do- tadas de una poblacién de raza blanca y de religion cristiana. Seguin los lineamientos inscriptos desde Accién de la Europa en América, Alberdi ha- bia acufiado al respecto la consigna “Somos europeos trasplantados en América”. Y como se lee en las Bases, lo gufa la conviccién de que en Hispanoamérica el indigena “no figura ni compone mundo”. Como se ve, se trata de un pronunciamiento de absoluta exclusin, que hoy seria dificilmente enunciable, pero que debe ser colocado en un contexto histérico donde las reivindicaciones indigenistas no habian nacido o estaban en paiiales, por no hablar de los temas hoy habituales del reconocimiento, respeto y aun estimulo de las diferencias, incluidas Jas étnicas. Hasta dénde estos contextos habilitan este tipo de pronun- ciamientos es un problema ético-politico que debe ser considerado en cada caso. Por ejemplo, hoy resulta dificil acusar a Arist6teles de escla- vécrata o partidario de la esclavitud, puesto que la sociedad y la época en que vivid aceptaban esa practica como habitual, normal y consen- tida. No obstante, también es cierto que si absolutizamos esta mirada, es facil desembocar en la justificacién de todo lo que se haya hecho simplemente porque ha estado fundado en consensos 0 creencias do- minantes. Sabemos, por ejemplo, que Hitler legé al poder en la dé- cada de 1930 con més del 90 por ciento de los votos de los ciudadanos alemanes y que desde el poder llevé a cabo el Holocausto. Este, pienso (o mas bien, postulo), es el limite del relativismo histérico, que requiere ser controlado confrontandolo con los valores de la justicia y Ja verdad. Leccion 4. El 80. Miguel Cané 111 Por cierto, estas preocupaciones no formaban parte del horizonte ideoldgico de las clases dirigentes, En cambio, hacia 1880 en la Argen- tina, como ha mostrado Paula Alonso, el mensaje mas inmediato que el diario oficialista La Tribuna Nacional se apresuré a difundir afirmaba que “la Argentina finalmente habia entrado en una nueva era”, identi- ficada con el arribo del progreso. Este se materializaba en “buenas co- sechas, industrias nuevas, empresas que requieren grandes capitales ¢ ilimitada fortuna”. De tal modo, el diario repetia la moraleja de que las pasiones destructivas de la politica habian sido dominadas por el desa- rrollo de los intereses asociados con el desarrollo econémico, dado que “es el progreso material el que lleva al progreso moral, y no viceversa” Para el roquismo, la paz era el logro mayor del progreso econémico, y con ello la politica pasaba a segundo plano: “El tiempo de la politica teatral ha pasado. No hay multitudes ociosas que fragiten revoluciones”, seguia proclamando La Tribuna en 1887. Estas opiniones ya nos resul- tan familiares a partir de lo desarrollado en lecciones anteriores a pro- pOsito del liberalismo econémico a la Adam Smith. Dentro de este panorama podemos preguntarnos: gcuiles fueron las preocupaciones dominantes en la sociedad y en el estado que legaron a ser parte de la reflexién de los intelectuales en el periodo que se ex- tiende entre 1880 y 1910? Para organizar una respuesta, comencemos por decir que emerge entonces un conjunto de problemas, se instala una determinada problemdtica. Esta agrupa varias cuestiones: social, na- cional, politica ¢ inmigratoria. Social, por los desafios que planteaba el mundo del trabajo urbano. Nacional, ante el proceso de construccién de una identidad colectiva. Politica, frente a la pregunta acerca de qué lugar asignarles a las masas en el interior de la “reptiblica posible”, esto es, 1a cuestion de la democracia. E inmigratoria, porque todos estos problemas se encontraron refractados y crispados en escala ampliada en torno de la excepcional incorporacidn de extranjeros a la sociedad argentina. En términos estructurales, sabemos que estos fenémenos eran causa y efecto del ingreso pleno del pais en la modernidad. Precisamente esta categoria es la que nos servird como llave para ingresar en la compren- sién de aquel periodo. Comencemos entonces por comprender dicho concepto. Histéricamente, la modernidad esti asociada con acontecimientos como la conquista y colonizacién de América por los europeos, la Revo- lucién Industrial y la Revolucién Francesa. En cuanto a los rasgos 0 caracteristicas centrales de la modernidad, en el terreno de la economia significé el nacimiento y la expans 4112 Historia de las ideas en la Argentina netaria del modo de producci6n capitalista. En lo social, la aparicién de clases sociales (burguesfa, proletariado, clases medias) y de un proceso novedoso: la movilidad social, 0 el hecho de que los individuos ~a dife- rencia de aquellos de las sociedadies premodernas- pudieran pasar por diversos sectores o clases sociales a lo largo de sus vidas. En el ambito politico, la implantacién de un nuevo criterio de legitimidad: la sobera- nia popular Pero la modernidad es asimismo un formidable proceso cultural. En su seno se produce el fenémeno designado como “secularizacién”. Con este término se indica el cardcter terrenal, intramundano (“del siglo” en tanto opuesto a trascendente o ultraterrenal) de los nuevos tiempos. En la modernidad, se ha dicho, “los dioses se alejan”. Simplificando, esto podria condensarse diciendo que ya no hay milagros, es decir, que los dioses ya no intervienen en los asuntos humanos para alterar a su voluntad los hechos de este mundo. A esto se lo Hama el “desencanta- miento del mundo” Gracias a ese proceso de secularizacion, ocurre algo que cambiara nuestras vidas hasta el presente: el mundo se torna calculable. En ver- dad, toda la realidad tiende a ser mirada como algo que s¢ puede calcu- lar. Para esto es preciso que los dioses se hayan alejado, que ya no haya milagros porque, de Jo contrario, por ejemplo, cuando yo suelto una piedra, en lugar de caer con una precisién absoluta obedeciendo a la ley de gravedad, bien podria ser que saliera para arriba o que quedara suspendida en el aire Por eso se dice que Brunelleschi es el primer arquitecto moderno, porque en el siglo XIV construyé la ctipula de la catedral de Santa Ma- ria del Fiore en Florencia y, para ello, por primera vez realiz6 un calculo previo en lugar del método tradicional de ensayo y error con el que se habfan levantado las catedrales medievales. Comprenderén inmediatamente que estamos hablando nada mas y nada menos que de los fundamentos mismos de la ciencia moderna, empezando por la ciencia fisico-matematica inaugurada por Galileo Ga- lilei en el siglo XVI. Esta revolucin cientifica es la que en buena me- dida ha configurado el mundo moderno en el que atin vivimos. En ri- gor, la potencia cognoscitiva de la ciencia se asociara indisolublemente ala revoluci6n industrial del siglo XVIII, configurando un sistema tecno- cientifico cuyos sorprendentes desarrollos no han dejado de modificar hasta los nichos mas cotidianos de nuestras vidas. De alli en mas, podria decirse que toda la vida de los modernos se ha caracterizado por incluir el célculo como una de las légicas centrales de Leccién 4. E180. Miguel Cané 113 su comportamiento, de su accionar. Calcula el empresario al realizar sus inversiones, pero también el asalariado al planificar sus gastos y el joven estudiante al elegir una carrera, En suma, todo el mundo calcula, es decir, prevé el resultado de sus acciones, las orienta de manera racio- nal, se fija una finalidad y sopesa los medios ms conducentes a su rea- lizacion. Esta es la légica instrumental de la acci6n social que teorizara Max Weber hacia principios del siglo XX. Selecciono ahora otro rasgo definitorio de la modernidad en térmi- nos estructurales, basicos. Los tiempos modernos son aquella época del mundo en que lo nuevose torna bueno. Uso esta formula en un sentido amplio para que se entienda mejor, aclarando que, en los estratos tradi- cionales de una sociedad, lo nuevo, lo novedoso, es generalmente visto como malo o al menos como una amenaza a un orden ya establecido, en el que nada debe cambiar. No hace falta ir a la tragedia griega para verificarlo: basta escuchar algunas letras de tango que son una alabanza de la inmovilidad, del permanecer igual, sin cambiar (“no salgas de tu barrio, mi linda muchachita”. Por el contrario, la modernidad impulsa el cambio, al que lamar4 desarrollo, evolucin, progreso. Con esto es la concepcién misma del tiempo, de la temporalidad, lo que se ha modificado. No crean que me he perdido en esta digresién: una vez que hemos fijado este marco, desde la historia intelectual nos apoyaremos en la lectura de algunos textos para observar cémo se vieron esos problemas por parte de algunos miembros representativos de la elite intelectual di- rigente. Pero antes, imaginemos el panorama cultural del 80 como un escena- rio teatral. Hacia el fondo vemos el romanticismo tardio y acriollado proveniente de las corrientes estéticas e ideolégicas de la Generacion del 87, asi como el liberalismo y el republicanismo heredados de los “padres fundadores’. En un plano més atenuado se ubica un catoli- cismo mucho mas difundido en la sociedad que en el grupo estatal. Ha- cia el centro de la escena literaria se visualizan en lugares dominantes las corrientes realista y naturalista. En el proscenio, comienzan a aso- mar el positivismo, el modernismo literario rubendariano y las tenden- cias socialista y anarquista. Estos idearios y corrientes estéticas no existfan en el aire: tuvieron sus portadores (los intelectuales), quienes a su vez pertenecfan a determi- nadas clases sociales, estaban instalados en una cierta institucionalidad (revistas, periddicos, universidades, academias) y participaban de una determinada sociabilidad intelectual (tertulias, clubes, ateneos, redac- 114 Historia de las ideas en la Argentina ciones de diarios, cafés). Estos son los aspectos que estudia la sociologia de los intelectuales. En cuanto al tipo de intelectual imperante en el 80, David Vinas acuaé la perdurable definicidn de “escritores genileman” para referirse a estos miembros de la Generacion del 80, para quienes la escritura se establecia no como un ¢jercicio independiente sino como una conti- nuidad de su posicién sociopolitica. Escriben a partir de una sélida posicién econémica obtenida en un dmbito no intelectual (son estan- cieros, funcionarios estatales, médicos, abogados). Vale por fin una referencia de Halperin Donghi para contrastar en otro aspecto este pe- rfodo cultural con el inmediatamente anterior: mientras en este tiltimo el escenario estaba dominado por el dtio Sarmiento-Alberdi, en el 80 Jas intervenciones han adoptado un aire “coral”, es decir, una plurali- dad de voces sin ninguna de ellas francamente dominante, Entre los integrantes intelectuales més visibles de esa llamada Gene- racién del 80 podemos nombrar a Eduardo Wilde, Lucio V. Mansilla, Miguel Cané (h) y Paul Groussac. Si buscamos sus voces comunes, po- demos decir que, en términos generales, casi todos comparten un la- mento tradicionalista, tipico en épocas de cambios acelerados: se que- jan de que el avance modernizador destruye los viejos sitios familiares y disuelve las viejas y sanas costumbres en una sociedad y una ciudad en rapida transformacién. Pero estas quejas no pueden ser absolutas, ya que los miembros de la elite se hallan en una posici6n compleja al res- pecto: impulsan la modernizacién y al mismo tiempo lamentan algunas de sus consecuencias no queridas. Tal posicién es la que le hace afiorar a Vicente Quesada en Memorias de un viejo las afiejas quintas y los altos cipreses desalojados por el ferrocarril, y al mismo tiempo prever que los bienes y usos europeos tarde o temprano se impondrin, para bien de la sociabilidad criolla. En el andlisis cultural existe una figura, ya presente desde [a literatura clésica antigua, llamada en latin el ubi sunt, que significa “donde estén, dénde se han ido", (Existe una milonga llamada Miritiague que dice precisamente esas dos cosas al afiorar los viejos tiempos.) El ubi sunt es justamente un tépico de los tiempos de cambios acelerados, como po- ‘demos ver incluso en la actualidad. En aquellos afios de las iiltimas dé cadas del siglo XIX, lo hallamos una y otra vez. José Antonio Wilde, un memorialista de la €poca, recuerda que antes “los nifios jamés dejaban de pedir su bendicién a sus padres al levantarse y al acosiarse; oro tanto hacian con sus abuelos, tios, etc. [...] Esta sefial de respetuosa su- i6n ha desaparecido casi por completo, como otras muchas costum- Leccién 4. £1 80. Miguel Cané 115 bres de tiempos pasados. Creemos que atin subsiste en algunos pueblos de las provincias argentinas”, Fijense que aqui la aioranza por el pa- sado se relaciona con un tiempo en el que atin el igualitarismo (0 la de- mocracia como igualdad social) no habfa erosionado la “deferencia” (Deferencia es el reconocimiento y expresién por parte de “los de abajo” de una jerarquia social superior.) BAA MAA AAA AAA AAA Ae Existia la costumbre invariable del saludo; todas las personas que se encontraban en la calle se hacian un saludo de paso; unos con una simple inclinacion de cabeza, otros quitandose o tan sdlo tocandose el somibrero; pero la generalidad de la clase culta con un “beso a usted la mano”, "buenos dias, tardes o noches’, y a las sefioras ‘a los pies de usted”, etc. En la campafia atin no se ha extinguido del todo esa manifestacién de fraternidad y cortesia. En aquellos afios sobraba el tiempo para poder ser cumplido con todo el mundo; hoy solo saludamos a las personas dle nuastra relacién y eso no siempre. A través de los tiempos se operan estas mudanzas en las costumbres de los pueblos; entre nosotros, el aumento de la poblacién, @l trato con extranjaros (a quienes sea dicho de paso, bastante hemos criticado eso que llamabamos descortesta), y el materialismo mercantil, han infiuido sin duda en el cambio. José Antonio Wilde (1881), Buenos Aires, desde 70 afios atrés, Buenos Aires, Eudeba, 1960. av” E] ubi suntincluye asimismo evocaciones melancélicas de los viejos sitios que ahora “la piqueta del progreso” esta destruyendo. En efecto, en esas décadas la ciudad de Buenos Aires, con la intendencia de Torcuato de Alvear, se encuentra sometida a una serie de profundas reformas ur- banas que alteran entre otros sitios su zona histérica, de la Plaza de Mayo hacia el Congreso. Buenos Aires, segtin otro titulo emblematico de la época, est dejando de ser “Ia gran aldea” pintada por Lucio V. Lé- pez para convertirse en una gran ciudad. Justamente, la ciudad enten- dida como artefacto promotor y efecto de la modernizacién es un ob- Jeto muy ilustrativo de las reacciones ante los cambios. Esos y otros t6picos caracteristicos de esta generacién politico-intelec- tual se encuentran en Miguel Cané (h), uno de los mas representativos 116 Historia de las ideas en la Argentina de su grupo y un miembro relevante de la clase dirigente. Cané posee un linaje que lo conecta con el patriciado y con el exilio amtirrosista, ¢ inicié su carrera de escritor en los diarios La Tribunay El Nacional. De alli en mas protagoniz6 una carrera tipica entre los miembros de su grupo: director general de Correos y Telégrafos, diputado; ministro ple- nipotenciario en Colombia, Austria, Alemania, Espafia y Francia; inten- dente de Buenos Aires, ministro del Interior y de Relaciones Exteriores, Su vision de la realidad argentina habia comenzado siendo celebrato- ria, En 1882 escribe que ningiin extranjero pod{a creer “al encontrarse en el seno de la culta Buenos Aires, en medio de la actividad febril del comercio y de todos los halagos del arte, que en 1820 los caudillos semi- barbaros ataban sus potros en las rejas de la plaza de Mayo”. Sin em- bargo, progresivamente sus escritos se colman de preocupaciones naci das de algunos aspectos de los nuevos tiempos: la modernidad. Es preciso decir que ciertas criticas estén fntimamente ligadas a la crisis f- nanciera de 1890, cuando dentro de la clase dirigente nacen o se re- fuerzan algunas prevenciones sobre el proceso modernizador. Dicha crisis fue interpretada como la realizacién de la profecta so- bre las consecuencias negativas del ansia fenicia o cartaginesa de enri- quecimiento a toda costa. Con el titulo denuncialista de Una reptiblica muerta, en 1892 Belin Sarmiento -nieto del autor del Facundo- dictami- naba que “una nacién puede aparentar todos los signos exteriores de desarrollo, riqueza, bienestar y gloria, y hallarse sin embargo carcomida por dentro, inerme, desorganizada e incapaz de defenderse, como la Francia en 1870". Esta tiltima referencia no es inocente: se refiere a la derrota francesa en la guerra contra Prusia, seguida de los sangrientos episodios de la Comuna de Paris El viejo Sarmiento ya habfa alertado en su momento acerca del mal que el nieto denuncié luego en ese libro, y lo habia colecado dentro de una contradiccién que se tornara convincente: una sociedad que tiene al dinero como aspiracién fundamental es incompatible con la cons truccién de una reptiblica, porque el predominio del afin de riquezas solo puede generar “un pais sin ciudadanos” (ése sera el titulo de otro libro de la época). Eso puede decirse de otra manera: la crisis de 1890 demostraba que las pasiones del mercado habian predominado sobre las virtudes civicas y erosionaban los sentimientos de pertenencia a una comunidad. ‘También para Cané el consumo ostentoso era el sintoma de haberse extraviado el rumbo. En Notas ¢ impresiones escribio: Leccién 4. £1 80. Miguel Cané 117 La marcha vertiginosa del pats, la alegria de la vida, la abun- dancia de placeres, la improvisacin rapida de fortunas, ha- bjan incandecido la atmésfera social. Las mujeres pedian tra- Os lujosos, coches y palcos, los hijos jugaban a las carreras y en los clubs; y el pobre padre, de escasos recursos, cedia a la tentacién de hacer gozar a los suyos y cafa en manos del co- rruptor que husmeaba sus pasos. En [a literatura, esa sensacién ha quedado plasmada en las novelas rea- listas y naturalistas de la época, entre las cuales sobresale La Bolsa, que José Maria Miré firmé con el seuddnimo de Julién Martel. Tampoco es casual que en esas narrativas aparezcan pronunciamientos xen6fobos y racistas, y no lo es porque algunos de los “males” de la modernizacién fueron vistos desde la clase dirigente como producto de la presencia masiva de extranjeros, es decir, como producto del proceso inmigrato- rio, De alli que alrededor de este proceso se reunieran, armando un pa- quete, los demas problemas o cuestiones que mencioné al principio de esta leccién: social, politico y, ahora, el problema nacional.

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