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Aproximacion a la abyeccién* Julia Kristeva No hay bestia que no ter ue no tenga un reflejo de infin No hay pupila abyecta 0 vil que i toes Minis el relampego de lo alto, ya tierno, ya salvaje V. Hugo, La Légende des siécles. ray, en la abyeccién, una de esas vic ay,on , una de esas violentas aa reece el chee aquello que lo cmencia 7 ‘ce de un afuera o de un adentro exorbit q @ de ur nitro exorbitant expulsado més allé de lo posible, lo tolerable, lo ena, bie, Esta allt préximo pero inasimilable, Solicit, inque SGultecina al deseo que sin embargo no se deja seduetr. ado, se aparta. Asqueado, rechaza. Un hut Mi Protege del oprobio, esta orgulloso de él, se cheers on ee sin embargo, ese espiritu, ese es- Pasmo, ese salto, se ve atraido hacia otro lugar tan ten- com jeondensdy Tncansableniants, como un doo: ‘merar lomable, un polo de atraccién y de id imerangindomable, ¥ de repulsion glee quien esta habitado por ello literalmente fuera Cuando estoy invadida 6 inve por la abyeceién, ese tejido hecho de afectos y pensamientos que llamo asi no tions * Fragmento dol capitulo del mis tions du Seuil, Paris, 1980. © Ed. au Seu age 1 de Phare, Ba Seuil, 1983, Aprozimacign a ia abyecciin mm hablando con propiedad, un objeto definible. Lo abyecto (abject) no es un ob-jeto (objet) frente a mi, al que nom- bro o imagino. Tampoco es ese ob-juego (ob-jeu), objeto aay’ que escapa indefinidamente en la busqueda siste- matica del deseo. Lo abyecto no es mi correlato que, al ofrecerme un apoyo en alguien 0 algo mas, me permiti- ria ser, mas 0 menos separada y autonoma. Lo abyecto tiene una sola cualidad del objeto: la de oponerse al yo (ad. Pero si el objeto, al oponerse, me equilibra en la trama fragil de un deseo de sentido que, en realidad, me homolog indefinidamente, infinitamente 2 él, por el contrario lo abyecto, objeto caido, se encuentra radical- mente excluido y me arrastra hacia alla donde el sentido se desvanece. Un cierto «yor (Mo) que se ha fundido ‘con su amo, un superyo, lo ha expulsado decididamente. Esta fuera, ajeno al conjunto cuyas reglas del juego pa- rece no reconocer, Sin embargo, desde ese exilio, lo ab- yecto no cesa de desafiar a su amo. Sin hacer(le) un sig- no, solieita una descarga, una convulsién, un grit. A cada yo su objeto; a cada superyo su abyecto. No es la cobertura blanca 0 el hastio inmovil de la represién, no ‘son las versiones y conversiones del deseo que atenazan Jos cuerpos, las noches, los discursos, sino un sufrimien- to brutal al que el «yor se acomoda, sublime y devaste- do,porque lo vierte al padre (,pare-version?): soporto ese sultimiento porque imagino que tal es el deseo del otro. Surgimiento masivo y abrupto de una extrafieza que, si pudo resultarme familiar en una vida opaca y olvidada, me acosa ahora en tanto radicalmente separada, repug- nante. No yo. No ello. Pero tampoco nada. Un «algo» “aw en para Jacques Lacan el objeto causa del desea: objeto per cial, cu une parte Gesprondida del verpo (del cuerpo de la madre, por lo Gite propo mito se presenta como cbjeto o en su llegada el mundo), ero sambign es ua elamento de ln extructura subjetiva desde el origen Ur'Lacan, Ber, Paris, Seil, 1986, p. 682), «.. el objeto del deseo, ali dlonde ee presenta desmude, 0 es sino la eecoria de un Fantasma en el fool top wee en do inne Laas 780. de ie a2 Julia Kristeva que no logro reconocer. Un peso de no-sentic Hone nada de insignificante y que me aplasia Al berds de la inexistencia y de la alucinacién, de una realidad que, si la reeonozco, me aniquila. Lo abyecto y la abyec- cién son mis salvaguardas. Esbozos de mi cultura, Lo impropio/lo sucio _ Asco de un alimento, de una suciedad, de un desper- dicio, de una basura. Espasmos y vomitos que me probe. gen. Repulsién, repugnancia que me separa y me aleja de la suciedad, de la cloaca, de lo inmundo. Ignominia del compromiso, de la complicidad, de la traicién. So- bresalto fasei inado que me conduce y me separa de ello. La aversion alimentaria es quizds la forma mas ele- mental y mas areaica de la abyeccidn. Cuando esa piel en la superficie de la leche, inofensiva, delgada como tuna hoja de papel para tabaco, miserable como las lima- duras de las unas, se presenta a la vista o toca los la- bios, un espasmo de la glotis y atin mas abajo, el esto- mago, el vientre, de todas las visceras, crispa al cuerpo, hace brotar las lagrimas y la bilis, latir el corazon, per. lar de sudor la frente y las manos. Con el vértigo que nubla la mirada, la ndwsea me estremece ante esa nata y me separa de la madre, del padre que me la ofrecen. «Yoo no quiero ese elemento, signo de su deseo, no quiero saber nada de ello, no lo asimilo, lo expulso. Pero puesto que este alimento no es un «otro» para «mir, que soy solo en su deseo, yo me expulso, me escupo, me xeyecio» en el mismo movimiento por el que pretendo afirmarme. Ese detalle, insignificante tal vez pero que ellos buscan, destacan, aprecian, me imponen, esa nada me da vuelta como a un guante, me deja con las tripas al aire: asi ellos ven que yo me estoy convirtiendo en otro al precio de mi propia muerte. En este trayecto en el que yo advengo, me doy a luz en la violencia del sollo- 20, del vomito. Protesta muda del simbolo, violencia tur- Aprosimaciéin a la abyeccién Ma bulenta de una convulsién que aunque esta inscrita, por cierto, en el sistema simbélico, no quiere ni puede inte- grarse en él para responder alli: ello reacciona, ello d carga, Ello expulsa produciendo asi lo abyecto El cadaver (cadere: caer), lo que ha caido irremedia- blemente, cloaca y muerte, sacude més violentamente atin la identidad de quien se enfrenta con él como un azar fragil y falez. Una llaga de sangre y de pus, 0 el olor acre y dulzén de un sudor, de una putrefaccién, no significan la muerte. Ante la muerte significada -un on cefalograma plano, por ejemplo- yo comprenderia, po Gria reaccionar 0 aceptar. No, como un teatro de verdad, sin mascara ni maquillaje, el desecho y el cadaver me in- dican lo que aparto permanentemente para vivir. Estos humores, esta suciedad, esta mierda son lo que la vida soporta apenas, y con pena, de la muerte. Me encuentro alli en los limites de mi condicién de viviente. De esos li mites se desprende mi cuerpo en tanto viviente. Estos desechos caen para que yo viva, hasta que, de pérdida en pérdida, no me quede nada, y mi cuerpo caiga entero mas alla del limite, cadere, eadaver. Si la basura signifi ca el otro lado del limite, donde no soy y que me permi: te ser, el cadaver, el mas repulsivo de los desechos, es un limite que lo ha invadido todo. Ya no soy yo quien expulsa, «yo» es expulsado. El limite se convirtio en un ‘objeto. {Como puedo ser sin limites? Ese otro lado que imagino més alla del presente o que alucino para poder, en un presente, hablarles a ustedes, pensarlos, esté aho- ra aqui, arrojado, eyectado, en «min mundo. Desprovisto de mundo, me desvanezco. En esta cosa insistente, cruda, insolente, bajo el pleno sol de la sala de la morgue re- pleta de adolescentes confusos, en esta cosa que ya no demarca y por lo tanto ya no significa nada, contemplo el derrumbe de un mundo que ha borrado sus limites: desvanecimiento. El cadaver -considerado sin Dios y fuera de la ciencia- es el colmo de la abyeccién. Es la muerte infestando la vida. Abyecto. Es lo rechazado de Jo que uno no se separa, de lo que uno no se protege ne Julia Kristeva como de un objeto. Extrafieza imaginaria y amenaza real, nos llama y acaba por devorarnos. No es entonces la falta de limpieza o de salud lo que hace abyecto, sino lo que perturba una identidad, un sis- tema, un orden. Lo que no respeta los limites, los luga- res, las reglas. El entre-dos, lo ambiguo, lo mixto. El traidor, e] mentiroso, el criminal de buena conciencia, el violador sin vergiienza, el asesino que finge salvar. Todo delito, en tanto sefiala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero el delito premeditado, el asesinato tortuo- so, la venganza hipécrita lo son més atin porque redo- blan la exhibicidn de la fragilidad de la ley. Quien recha- za la moral no es abyecto: puede haber grandeza en el amoral y aun en un delito que proclama su falta de res- peto a la ley, rebelde, liberador y suicida. La abyeccién, en cambio, es inmoral, tenebrosa, oblicua e insidiosa: un terror que se disimula, un odio que sonrie, una pasion por un cuerpo cuando lo vende en lugar de besarlo, un deudor que nos vende, un amigo que nos apuiiala... En Jas salas oscuras del museo que queda ahora de Auschwitz veo un mont6n de zapatos de nifios, 0 algo parecido que ya he visto en otra parte, bajo un arbol de Navidad, por ejemplo, quizés mufiecas. La abyeccién del crimen nazi aleanza su apogeo cuando la muerte que, de todos modos, me mata, se mezela con aquello que, en mi universo viviente, deberia salvarme de la muerte: la in- fancia, la ciencia, entre otras cosas... La abyeccién de si mismo Si es cierto que lo abyecto solicita y pulveriza a la vez al sujeto, se comprende que se lo experimente en su fuerza méxima cuando, harto de sus vanos intentos de reconocerse fuera de si mismo, el sujeto encuentra lo imposible en su interior: cuando encuentra que lo impo- sible es su propio ser, descubriendo que no es otra cosa que abyecto. La abyeccién de si mismo seria la forma Aproximacién @ la abyeccién 115 culminante de esa experiencia del sujeto al que se le re- vela que todos sus objetos sdlo reposan sobre la pérdida inaugural que funda su propio ser. No hay nada como la abyeccién de si para demostrar que toda abyeccion es en realidad un reconocimiento de la falda que funda a todo ser, sentido, lenguaje, deseo. Nos deslizamos siem- pre demasiado répidamente sobre esta palabra -falta- y el psicoandlisis de hoy sélo retiene de ella, finalmente, el producto mas 0 menos fetiche, el «objeto de la falta». Pero si imaginamos (y se trata por cierto de imaginar, porque lo que se funda aqui es el trabajo de la imagina- cin) la experiencia de la falta misma como légicamente anterior al ser y al objeto -al ser del objeto- entonces se comprende que su ‘nico significado es la abyeceion, y ‘con mas raz6n la abyeceién de si. Su significante es... la literatura. La cristiandad mistica ha hecho de esta ab- yeccién de si la prueba iiltima de la humildad ante Dios, como atestigua santa Isabel, que «siendo una muy gran- de princesa amaba sobre todo la abyeccién de si misma» (San Francisco de Seles, Introducciin a la vida devota, TAN, D. Queda abierta la cuestién de la prueba, esta ves lai- ca, que la abyeccién puede ser para aquel que, en el asi llamado reconocimiento de la castracién, se aleja de sus escapatorias perversas para ofrecerse como el no-objeto mas preciado, su propio cuerpo, su propio yo, perdidos en adelante como propios, caidos, abyectos. El fin de la cura analitica puede conducirnos a ello, como veremos. ‘Torturas y delicias del masoquismo. Esencialmente diferente de la «inquietante extraiie- za», mas violenta también, la abyeccién se construye en tanto no reconoce a sus allegados: nada le es familiar, ni una sombra siquiera de recuerdos. Imagino un nifio que, habiendo absorbido demasiado pronto a sus padres, se causa miedo a si mismo y, para salvarse, rechaza y vo- mita lo que se le da, todos los dones, los objetos. Tiene, © podria tener, el sentido de lo abyecto. Antes de que las cosas sean para él -lnego, antes de que sean signifi- 6 Sia Kristeva cables- las expulsa, dominado por la pulsién, y erea su propio territorio, bordeado por lo abyecto, Figura sagra- da, El miedo cimenta su recinto lindante con otro mun- do, vomitado, expulsado, caido. Lo que ha tragado en Iu- gar del amor materno, o més bien de un odio materno sin palabra para la palabra del padre, es un vacio; es eso lo que trata incesantemente de purgar. ,Qué con- suelo encuentra en ese asco? Quizés un padre, existente pero débil, amante pero inestable, simple fantasma (el que vuelve) pero fantasma permanente. Sin él, el sagra- do chaval no tendria probablemente ningin sentido de lo sagrado; sujeto nulo, se confundiria en el sumidero de los no-objetos caidos del que intenta, por el contrario, armado de abyeceién, escaparse. Porque el que hace existir lo abyecto no esta loco. A partir del letargo que lo ha petrificado ante el cuerpo intocable, imposible, au- sente, de la madre, ese letargo que ha cortado sus im- pulsos hacia los objetos de aquélla, es decir, hacia sus representaciones, hace advenir, con la aversién, una pa labra: el miedo. El fobico no tiene otro objeto que lo ab- yecto, Pero esta palabra, «miedo» -bruma fugaz, hume- dad inaprehensible-, en cuanto aparece se esfuma como un espejismo e impregna de inexistencia, de luz alucina- toria o fantasmatica, todas las palabras del lenguaje. De este modo, con el miedo puesto entre paréntesis, el dis curso solo parecer sostenerse a condicién de enfrentar- se sin cesar con ese otro lado, peso rechazante y recha- zado, fondo de memoria inaccesible e intimo: lo abyecto. AK. ‘Traduecién: Silvia Tubert,

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