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Un tesoro escondido Gemma Lienas comanegra Lunes Aqucl dia me levanté de muy buen humor. Pri- mero, porque la noche anterior habia partici- pado en un debate televisivo sobre la actualidad con cuatro mujeres mds, dos de ellas politicas y las otras dos periodistas como yo, y me sentia satisfecha de cémo habia ido y del papel que habia jugado. Y, en segundo lugar, me encon- traba bien porque habia descansado las horas suficientes, cosa que no sicmpre puedo hacer, ya que la cantidad de tareas que se me vienen encima me lo impiden. La intendencia familiar y la limpieza de la casa. Juan, su educacion y sus necesidades como nifio. Andrés, que también requiere cierta dedicacién si quicro que nues- tra relacién contintic teniendo buena salud. Mi madre, viuda reciente y con fibromialgia. Mi vida profesional en el periédico: seguir la actividad parlamentaria, escribir articulos re- lacionados con la politica, investigar, asistir a reuniones... Otras tareas profesionales, desde conferenci s hasta ejercer de tertuliana. Un poco de tiempo —muy poco, jlastima!— dedi- el cado a mi vida como persona, como muje gimnasio, las amigas... A veces tengo la sensacién de que soy un venti- lador pasado de revoluciones 0 una prestidigita- dora procurando que no se me caigan las bolas que hago girar continuamente: mantener en el aire dos mientras dos mas vuelven a mis manos. Y asi siempre, intentando que todo funcione. Después de ducharme y vestirme, preparé el desa- yuno del nifio mientras Andrés estaba en el bafio. Desde que mi marido se quedé sin trabajo y deci- di6, con mi entusiasta aprobacién, crear su propia empresa a partir de la cual disefar desde paginas 10 web hasta carteles publicitarios, su disponibi- lidad para dedicarse a la casa y a Juan habia dis- minuido de manera notable, a la vez que habia aumentado proporcionalmente mi carga do- méstica. Y es que no nos podiamos quejar de como iba la empresa, pero obligaba a Andrés a consagrarle muchas horas. Después de la leche con chocolate, Juan me dio un beso amoroso, de aquellos que yo guardaba como un tesoro en prevision de la época de va- cas flacas que inevitablemente traeria la adoles- cencia. Andrés también me dio mimos. Y los dos se fueron cogidos de la mano a comenzar las rutinas diarias. Yo atin tuve tiempo de hacer las camas y dejar la cena preparada. De forma que cerré la puerta del piso con el dnimo alto: descansada, sintiéndome queri- n da y habiendo conseguido recoger un poco la casa; y cogi el ascensor para bajar al vestibulo de la finca. Justo cuando salia, mi vecino del segundo venia de la calle, Volvia de pascar al perro. Le abri la puerta para que no tuviera que sacar las llaves. Fl entré y, antes de que yo pudiese salir, me solté: —Vaya con ayer, gno? 2émo dices? —Ayer. El debate politico —aclaréd. No dije nada esperando a que afadiese algun comentario. Y lo hizo: —iCémo sois las mujeres! Cuando os dejamos sol s, la cantidad de barbaridades que Ilegais a decir. n Me dejé perpleja. Con la boca abierta. Sin tiempo para reaccionar antes de que él entrase en el ascensor. Se me cayé el alma a los pies. Yo, que crefa que cl debate habia sido un éxito, ahora me topaba con el juicio de mi vecino, que me mostraba mi error. Por lo visto habia estado patética. Todas habiamos estado patéticas. Qué desastre! Noté como me ardian las mejillas. Me sentia avergonzada por haber hecho el ridiculo en directo. Qué debia de pensar todo el mun- do: amigos, compaferos de profesién o per- fectos desconocidos? Lo mismo que el del segundo, claro. Caminaba deprisa por la calle mientras re- pasaba mis respuestas a las preguntas del 13 presentador del programa, que era el unico hombre. Si la noche antes me habian resul- tado lo suficientemente acertadas, ahora, a la luz del dia y después del comentario del tio de la escalera, me parecian totalmente improcedentes. Me sentia como un gusano, Preferia no pensar mas en mi estancia en el platé, porque, cada vez que la visualizaba, sentia que crecia atin mas mi inquietud. Una vergiienza completamente roja me quemaba por dentro. Cogi cl metro, Dentro del vagén, vi pasar las cinco estaciones mientras observaba mi reflejo entristecido en el cristal de las puertas. j{Uf! Y encima el pelo me habia crecido demasiado. Lo Ievaba sin ninguna gracia. ¢Cé6mo no me habia dado cuenta antes? Era evidente que tenia que pasar por la peluqueria. M4 Sali a Ia calle y anduye el tiltimo tramo hasta el Parlamento arrastrando cl alma, como quien carga un cesto demasiado Ieno. Al llegar a la puerta y ensefar mi identificacién, observé a dos compaiieros de otro medio. Me parecia que me habfan mirado, pero no hicieron nin- giin gesto de saludo; en cambio, se pusieron a hablar y reirse. ;UF! Seguro que se estaban bur- lando de mi torpeza en television. Hasta aquel instante me sentia como un gu- sano; a partir de ese momento me hubiera gustado tener la posibilidad de convertirme en humo. Y dispersarme sin dejar rastro, Ha- bria querido no tener que sentarme en el he- miciclo del Parlamento al lado de los demas periodistas. Pero como no tengo la facultad de volatilizar- me, me instalé en mi sitio ocupando el minimo espacio posible, a ver si asi pasaba desapercibi- 5 day nadie me hablaba de mi paso por el maldi- to debate. La sesién de control del gobierno fue lo sufi- cientemente interesante como para absorber toda mi atencién. Fui tomando notas y, de paso, pensando en cémo plantearia el articulo. Y unos minutos antes de acabar, me fui para esquivar nuevos comentarios que pudiesen de- jarme la moral por debajo de la linea de flota- cion, Y fue solo pensarlo y volver a visualizarme en el platé, decirme que no valia un rabano y que seguramente lo mejor era no volver a participar en un debate, que mi dnimo se hundio hasta... la quinta planta de un apar- camiento. Llegué al periddico, subi, dije «Buenos dias» de una forma generalizada porque no 16 queria encontrarme con ninguna otra per- sona que me recalcase lo poco acertada que habia estado mi intervencién de la noche an- terior, y me meti en mi pecera. Encendi cl ordenador y, mientras espera- ba que la pantalla se iluminase y Ienase de iconos, consulté la agenda del mévil para comprobar como seria la sema que me es- peraba: aparte de las cucstioncs habituales, al dia escritora y muy buena amiga, y el sabado ten- iguiente tenia una comida con Luz, dria que dar una conferencia en el Colegio de Periodistas. jLa conferencia! No habia vuelto a pensar en ella desde que terminé de prepararla, pero aho- ra, en cambio, la veia como una roca inmensa en medio del camino. ¢Podria dar la charla? ¢Seria capaz de darla? zY si me salia tan mal como el debate en televisién? Noté que tenia las manos sudadas de la inquie- tud. Me levanté a beber un vaso de agua en la fuente del pasillo. Qué idiota me sentia, porque normalmente me gusta hablar en publico, pero el caradura de mi yecino me habia obligado a mirarme con una nueva luz. Entonces, también me saldria mal la conferencia? ¢Podia anularla? No, no era posible. Ya habian hecho difusién por las redes sociales, habian editado un cartel... Quedaria fatal si decia que no la daba. Qu que anula un acto a ultima hora o quedar como cra mejor: quedar como una maleducada una idiota que no sabe hablar? Me volvi a sentar en mi mesa del despacho y comencé a contestar correos. Y no habia pasa- do ni media hora cuando me di cuenta de que habia enviado un correo personal, no a la des- 18 tinataria que pretendia, sino a un destinatario con cl mismo apellido. ;Jolines! Ojala hubiese una opcién para fulminar un mensaje una vez enviado, pero no habia ninguna. De manera que el sefior Ferrer, José, jefe de prensa de un partido politico, recibia cl

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