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El perfume (una mezcla de combustible, nicotina y chicle de frutilla o cereza) h

aca menos juego con el papel y el color del sobre que con los dedos del cartero,
parte de cuyas huellas digitales haban quedado grabadas a un costado. No haba remi
tente; la caligrafa tampoco le dijo gran cosa. Las seas de Rmini estaban escritas e
n maysculas de imprenta, demasiado impersonales para ser espontaneas (no las ha d
ictado el corazn sino la astucia, pens, sbitamente traspapelado entre las pginas de
una novela libertina); nada que tampoco pudieran explicar el azar o una escasa f
amiliaridad con la prctica de escribir cartas. Lo que le result extrao fue el modo
en que las haban acorralado en un ngulo del sobre, como si el autor de la carta hu
biese reservado el espacio principal para algo que nunca lleg a ocurrrsele o que s
e arrepinti de escribir. Ah haba algo, pens, y se le ocurri que tal vez la destruccin
de su felicidad matutina no sera del todo gratuita. Mir el sello del correo, ley Lon
dres. Multiplicada por tres, una cara con peluca, insolente y consumida, lo conte
mplaba desde las estampillas. A duras penas descifr la fecha de despacho, cuyas c
ifras dibujaban un bigote ralo en una de las caras. Calcul un mes y medio. En una
fraccin de segundo, Rmini imagin las peripecias de un itinerario tortuoso, entorpe
cido por huelgas, carteros ebrios, buzones equivocados. Le pareci que un mes y me
dio de viaje era demasiado tiempo para una carta dirigida a alguien que no tena l
a costumbre de recibirlas.

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