desde los tiernos albores de su infancia. (Horacio)
El pabelln cubre la mercanca.
(Aserto del Derecho martimo)
Paulatinamente moderado en mis deseos y ms alejado
-oro y grana- de los pblicos negocios, emprendo la redaccin de este pretendidamente ltimo libelo, pertrechado y bien acompaado, en grato gape fraternal, de mis siempre files amigos tico, Barrn, Hortensio, Bruto, Trebacio y Lucrecio, asombrado an de aquellos procelosos caminos por los que mi torpe entendimiento deriv en una donosa suerte de cabal fruicin, desde los primeros pasos hasta los adelantos ltimos, atento nicamente a la invencin y autopoiesis de los postreros argumentos, volcado ya en el delicado anlisis de las humanas pasiones, huyendo as en la medida de mis exiguas posibilidades- del fratricidio cotidiano, sin demorarme ni en el alio ni en el amor a la hermosura de la frase, asustado todava de intentar sobrevolar el riesgo de la incierta altura en alas propias, tratando de sortear con xito el Escila de la imitacin y el contranatural Caribdis de aquel inviable e ingenuo anhelo de perfeccin intrnseco al recin iniciado. Recurro al ancestral poder de la elocuencia, que otrora supo rendir la rudeza y el egotismo idiota de los muchos, para congregarlos en una causa civilizatoria, capaz de materializar el ideal de aquella sabidura y virtud que, a da de hoy, ha sido vilmente secuestrada y pervertida en hueros efugios, vanos entuertos y no menos manidos resabios, merced a la astucia de aquel ardid nicamente cegado en promover y consolidar, con insaciable ansia y celoso afn, las cuanta de las rentas, el zafio inters patrimonial y la creciente sobre capacidad adquisitiva tanto de nuestros ubicuos y mezquinos necios, como de los activos y prominentes malvados contemporneos. Exhortada queda as el alma bienaventurada a su lectura y digestin ms crtica, aquella que habr de procurar la silente egresin liberadora a travs de la angosta luz del recndito orificio caudal del omnipresente egrgor, de quien, por mor de una insensatez an no diagnosticada, pese y asuma estas palabras y, lejos de contarlas, ose obcecarse en hacerlas suyas. Cuando veas a la prfida Albin replegar sus barbas, pon a buen recaudo las tuyas Algo serpentea en las cloacas. Por doquier, brbaros en modo rapia. Mi corazn, aunque sumido en una selva oscura, an late ebrio de pesimismo esperanzado, rememorando al pastor de gacelas: Dichosa edad