Está en la página 1de 8

LA UTOPÍA EN HARUKI MURAKAMI

En los años 80 la economía japonesa estaba disparada. En la propia imaginación nacional, y en la


del mundo, Japón figuraba como una máquina imparable. Para muchos, Japón era un modelo
apropiado de desarrollo económico y social: los bolsillos estaban llenos, las escuelas eran centros
de excelencia y la violencia prácticamente inexistente. Los expertos se referían a Japón casi en
términos utópicos. Los aspectos negativos del archipiélago eran promocionados en el mundo como
positivos. Y en Japón, el sentimiento general era de suprema confianza hacia el futuro. Quizás, de
cualquier modo, aquellos arrebatos de ambivalencias solo enmascaraban la verdadera dirección
que estaba tomando la sociedad.

Para entonces, Haruki Murakami llevaba escribiendo por más de diez años. Su debut literario fue
conHear the Wind Singen 1979, que ganó el prestigioso premio Gunzō Newcomers y de paso los
corazones de los lectores con dos caprichosos personajes, Rat y J. Además, su vivo lenguaje
escrito y el agridulce colapso del radical movimiento estudiantil después de 1969 fueron suficientes
para agradar. Obras posteriores como La caza del carnero salvaje (1982) yHard-Boiled
Wonderland and the End of the World (1985) también han calado en los gustos del público, más no
en los críticos de la vieja guardia del establecimiento literario, quienes siguen descartando la obra
de Murakami como de novedades o moda, sin inspiración y carente de peso político. De cualquier
modo, los lectores encontraron algo capaz de unirlos a la obra, y mientras su popularidad crecía, la
crítica juraba jamás perdonarlo.

Su obra parecería capturar la sensación de desilusión, desconexión y confusión que incluso


aparece siempre en una superficie plácida también en los días de San Martín. En su obra más
reciente, daría la impresión que el escritor japonés ya no está interesado en capturar en sus
páginas ese cúmulo de sensaciones; ahora le interesa explorar sus orígenes y reclama un mayor
compromiso del lector con sus quietos y casi pasivos personajes.

Los personajes de Murakami se muestran contentos aunque sea esto sólo un pretexto irónico.
Están conmutados a trabajos cotidianos, beben cerveza o whisky y escuchan música americana.
Criaturas solitarias, parecerían clausurar el mundo con sus barreras psicológicas y su soledad
autoimpuesta. Nada va obviamente mal en sus vidas, pero siempre algo está fuera de sazón.
Muchos tratan de llenar su único y vago anhelar a través de la repetición negligente de sus
acciones y de su consumismo, sin darse cuenta que lo que creen que es “identidad” resulta en
ellos una forma de ideología en la que subyacen los intereses del Estado y el capitalismo
rampante. Entonces algo traumático irrumpe en su complacencia, activando así una búsqueda por
significado en los pozos profundos de la memoria personal y cultural. Por ejemplo, el narrador
de The Elephant Vanishes (1993) vende cocinas diseñadas de alto precio. Luego de que el
elefante de su pueblo misteriosamente desaparece, se dedica a compilar un minucioso álbum de
recortes de aquel suceso. Su interés desmedido radica en su aceptación sobre el lazo íntimo entre
elefante y cuidador, un intercambio que no figura en la maquinaria capitalista. La enfermedad a
nivel medular de estos personajes muestra el entumecido efecto que deja la sociedad japonesa
contemporánea sobre los individuos, e incluso sugiere (y puesto a un lado el éxito económico) que
el Japón de la posguerra no es el paraíso utópico que muchas veces se trató de hacer creer. Las
obras de Haruki Murakami, por debajo de las trivialidades que se les puedan criticar, son altamente
metafóricas, y más aún, alegóricas, siguiendo la gran tradición literaria japonesa. La popularidad de
Murakami solo demuestra que frente a sus tesis y argumentos, el público, juez acertado y exigente,
asiente.

Hard-Boiled Wonderland and the End of the World apareció en 1985, en la cima del boom
económico japonés. Esta compleja novela presenta una meditación multidimensional sobre la
habilidad de la mente humana de formar y reflejar “la realidad”. Construida por capítulos alternados
que discurren de uno al siguiente en escenarios distintos, la novela está narrada por dos
personajes en primera persona, cada uno usando su propio “yo” narrativo. La geografía de la
novela (una Tokio ‘cyberpunk’ y un villorrio amurallado y silencioso), aunque al principio
completamente distintas, son en realidad representaciones, por un lado, del mundo exterior, y por
el otro, del mundo de la mente. Hard-Boiled Wonderland representa a Tokio (y ojo con el nombre
que recuerda a Hemingway, algo así como ‘Testarudo País de las Maravillas’), mientras The End of
the World (el Fin del Mundo) es el villorrio remoto. El modo como los capítulos se alternan
estéticamente sirve al autor para mostrar como uno de los mundos se refleja en el otro, aunque no
logran converger o mezclarse, y así se hace evidente la incapacidad de los dos personajes de
entender sus propias mentes. A través del decorado novelesco, Murakami explora magistralmente
las conexiones entre ambos mundos. Más aún, al retratar la percepción individual del mundo
exterior (el de su propia identidad) y cómo éste es inseparable de la ideología penetrante de la
sociedad, Murakami concluye que la utopía de una persona puede ser la pesadilla (de desfigurada
utopía) del otro.

Nada más considerar el caso de Boku, uno de los narradores (son dos) de Hard-Boiled
Wonderland and the End of the World. Para entrar en el pueblo, él ha renunciado a su nombre y su
sombra, abandonando su corazón, mente y recuerdos: ciertamente, la constelación de
experiencias personales y culturales que lo hacen único. Como a los otros, una vez hace parte de
aquella comunidad le dan trabajo. Los habitantes allí tienen una función singular pero ninguna
identidad propia. No experimentan sufrimientos o preocupaciones. ¿Será la utopía? Quizás. Es, de
cualquier forma, un mundo desprovisto de vida, amor o significado. Boku, quien no puede seguir el
ritmo del pueblo (pero tampoco puede articular o exteriorizar su incomodidad), es inquirido por su
sombra para elaborar un mapa que les permita, a narrador y sombra, escapar. De igual forma,
Watashi, el narrador de la parte recreada en Tokio se ve en una lucha permanente por conservar
su identidad. Muy tarde comprende que aquello es imposible de conseguir. Años antes de
convertirse en unCalcutec (un inviolable procesador humano de información), un científico había
alterado su cerebro permitiéndole así cambiar a su acomodo entre dos regiones distintas de su
conciencia, representada por los escenarios contrapuestos. La villa amurallada es en realidad el
núcleo de la conciencia de Watashi, “visualizada y editada” por el científico que en su búsqueda de
ciencia pura trajo consecuencias negativas para su paciente. Watashi tarde o temprano se da
cuenta de que sus implantes pronto se fusionarán, relegándolo al fin del mundo.

El final de Hard-Boiled Wonderland and the End of the World es ambiguo. Los últimos momentos
conscientes de Watashi, en el Hard-Boiled Wonderland de Tokio, los pasa escuchando a Bob
Dylan cantar “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” mientras se queda dormido. Por su parte, Boku, en el
fin del mundo (The End of the World) que es el pueblo remoto, y quien ya ha encontrado una forma
de escapar de allí con su sombra, decide inesperadamente quedarse. Mientras contempla el agua,
Boku notifica a su sombra sobre su suerte mutua:

“Tengo responsabilidades”, digo. “No puedo falsear la gente y las cosas que he creado. Sé que te
estoy causando un terrible mal. Y sí, quizás también a mí mismo. Pero debo encarar las
consecuencias de mis propios actos. Este es mi mundo. La Pared está aquí para mantenerme
dentro, el Río fluye a través de mí, el Humo soy yo ardiendo. Debo saber por qué.” [Traducción de
Max Vergara Poeti]

Este final frustra la expectativa de un inolvidable cierre, pero aquí se activa la constelación
alegórica de Murakami. Los mundos divididos no se unen. En realidad, los dos personajes pierden
su lucha por conservar su identidad ante los sistemas para los que poco importan las necesidades
individuales.

Matthew Stretcher hace una fría valoración de las opciones abiertas (o las que nunca tendrán) de
los personajes de Murakami. Su estudio crítico Dances With Sheep: The Quest for Identity in the
Fiction of Murakami Haruki (2002), explora las distintas maneras como la obra de Murakami
muestra los aspectos deshumanizadores de la sociedad contemporánea. Para Stretcher, el
verdadero contexto profundo de Hard-Boiled Wonderland and the End of the World es “el alcance
que tiene el Estado para controlar nuestra propia identidad”. La libertad de elegir es una ilusión,
manipulada por los aunados intereses del Estado, los medios y el capitalismo consumista. Al
discutir Hard-Boiled Wonderland and the End of the World, Stretcher explica como los personajes
de Murakami siguen caminos predeterminados: “Las únicas dos opciones que permanecen… son
precisamente espejeadas por la realidad de una utopía vacía de la sociedad actual: fácil
participación en el consumismo vacío de la economía, rígidamente manipulado por un complejo
sistema de empresas políticas, industriales e informativas. O la marginalización y el aislamiento…
El protagonista “Hard-Boiled”… lucha por mantener control sobre su identidad, su habilidad de
elegir, pensar, interpretar.” Stretcher sostiene que en últimas, por más que se quiera hacer ver, los
protagonistas no tienen opciones reales de elección. El Calcutec está predestinado a perder su “yo
conciente”, mientras Boku tampoco nunca podrá recuperar el suyo. La libertad, hoy, es una ilusión,
ya sea o no que la ideología imperante de la sociedad tenga un efecto benigno (usando “Estado” y
“sistema”, dos palabras frecuentes en la obra de Murakami).

Un examen de personajes y escenarios en otras novelas no contradicen enteramente la lectura de


Stretcher. En La Caza del Carnero Salvaje (1982), por ejemplo, Murakami concilia un examen de
aspectos no tan agradables de la historia reciente de Japón con la fantástica búsqueda de un
carnero que no existe, y un amigo (Rat) que ha desaparecido. Pese a que Murakami niega que el
carnero actúe sólo como un elemento simbólico, de algún modo representa la corrupción y el
poder. Claramente Murakami cree que la sociedad es tanto opresiva como coercitiva. Y es aquí
donde merece apartarse de la lectura de Stretcher y exponer una propia.

El texto de Murakami también sugiere, en mi lectura, que el conocimiento puede usarse


responsablemente si uno elige actuar sabiamente. Las decisiones de sus personajes de aceptar
sus destinos a sabiendas de ello es la afirmación de que uno tiene que tomar responsabilidad por
la propia vida y sus debilidades. La elección de Boku de permanecer en el villorrio del fin del
mundo puede salvarlo tanto a él como a Watashi, una posibilidad de la que ya ha hablado el
científico, quien afirma previamente que aunque Watashi perderá todo lo que es, “no todo está
perdido. Una vez estés allá en ese mundo, puedes reclamarlo todo de este mundo.” De manera
parecida, el suicidio de Rat en La Caza del Carnero Salvajeno es un sin sentido sino un intento
valiente de detener el curso diabólico de los poderes posesivos. Aunque el suicidio pasa casi
desapercibido, se trata de un acto heroico al final.

En estas novelas del inicio, Murakami alude someramente a esta posibilidad. La mayoría de sus
historias terminan con el personaje contemplando las consecuencias de su propia elección. De
cualquier modo, el tema resuena fuertemente en las obras más recientes del escritor japonés,
quizás porque la ausencia de un crecimiento económico ya de dos dígitos hace más difícil ignorar
la fragmentación y vaciedad de la sociedad japonesa contemporánea. Y por extensión, de las
sociedades del mundo.

La burbuja económica japonesa se rompió en 1990 y su recuperación ha sido lenta. En 1995, la


confianza nacional de las islas se sacudió aún más. Primero, en el mes de enero, un poderoso
terremoto golpeó el occidente de la isla principal, cerca de Kobe, la ciudad de la infancia de
Murakami. Los japoneses, que habían criticado complacientemente la respuesta del gobierno
norteamericano al temblor de California en 1994, se quedaron de una pieza al comprobar la
magnitud del fenómeno en Japón y la pobre y desorganizada respuesta del gobierno de Tokio. Más
de seis mil personas murieron espachurradas por los edificios y en los incendios posteriores. La
tragedia de Kobe inició un proceso de búsqueda espiritual colectiva que se ahondó dos meses
después.
El 20 de marzo, las principales vías del subterráneo de Tokio fueron golpeadas por un coordinado
ataque con gas sarín. Las fatalidades fueron pocas, aunque el gas sarín excede en toxicidad el del
cianuro. De cualquier modo, los ataques al subterráneo de Tokio aterraron a los japoneses de la
misma forma que los ataques del 9/11 afectaron a los estadounidenses, en la medida que el
público comenzó a indagar por lo que había pasado y lo que significaba. Pasado el ataque, las
sospechas se enfocaron de inmediato en Aum Shinrikyō, un culto budista radical, causando así
más asperezas e incertidumbre, puesto que los miembros del culto no eran “marginados sociales”
sino lo mejor de la juventud japonesa, los de mejores familias e inteligencias, todos con títulos
universitarios y que se sentían alineados por la sociedad de su país. Su alineación de los logros del
Japón contemporáneo era tan profunda que los logros apocalípticos que buscaba el carismático
líder de la secta, Asahara Shōkō, se les antojaban superiores a aquéllos que imponía la paralizada
insensatez de la vida moderna. En la lista de la página web de los caídos en la estación de
Fukuzawa, Paul Scalise citó al psicoanalista japonés Miyamoto Masao: “Japón ha caído al
precipicio en los últimos años y los jóvenes no saben ya en qué creer… En la escuela, se sienten
solitarios y desprotegidos… Cuando se gradúan, se enlistan en cultos, pues son estos cultos los
que les dan sentido de pertenencia”. ¿Acaso el surgimiento de Aum y otras nuevas religiones
sugiere que la modernidad de la posguerra falló?

Para Murakami, quien lleva viviendo en el extranjero por casi doce años, estos eventos significaron
un viraje crítico. Decidió regresar permanentemente a Japón y enfrentar los fantasmas del pasado
nacional a través de una variedad de obras que partían de la actual vaciedad cultural. Significativos
son los ensayos de Underground: The Tokyo Gas Attack and the Japanese Psyche (1997-8),
la Crónica del pájaro que da vuelta al mundo (1997) e incluso, After the Quake(2000). El primer
volumen de Underground relata las experiencias personales de las víctimas, a quienes Murakami
consideró que sus compatriotas habían marginalizado en su afán por señalar a los culpables. El
segundo libro contiene entrevistas con antiguos y actuales miembros de la secta Aum, y los
intentos de Murakami por comprender sus elecciones. Su pieza maestra, sin duda alguna,Crónica
del pájaro que da vuelta al mundo, comenzó a escribirse poco antes del regreso del autor a Japón,
pero no se terminó sino hasta fines de 1995. Esta novela transforma la búsqueda ya bastante
familiar de Murakami en algo mucho más significativo.

En Underground, Murakami comprende que los aspectos represivos de la sociedad japonesa y la


alargada multidimensional de la ideología (la combinación de control excesivo y “el sistema de
empresas política, industrial y de información” de Stretcher, antes mencionado) han contribuido a la
alineación de los miembros de los cultos. Insatisfecho con las magistrales ‘narrativas’ (así llama
Murakami a estas corrientes provenientes de la sociedad) de la contemporaneidad japonesa, los
miembros de cultos buscaron una alternativa, sin darse cuenta que probablemente la ‘historia’ que
escogían era peor. A continuación, Murakami explora cómo las ‘narrativas’ moldearon sus vidas:

“¿Acaso no has ofrecido alguna parte de tu Yo a alguien (o algo) y conseguido a cambio una
“narrativa”? ¿No le hemos confiado alguna parte de nuestra personalidad a algún sistema u
Orden? Y si es así, ¿acaso ese sistema, en algún momento, ha pedido de nosotros algún tipo de
“locura”? ¿Acaso es la narrativa que ahora posees cierta y verdaderamente tuya
?” [Traducción de Max Vergara Poeti]

Estas palabras advierten que las ‘narrativas magistrales’, cuan normativas parezcan, son
construcciones y no meramente benefician a las personas o a la sociedad. Cada narrativa
magistral involucra puntos de contestación a fuerza de amnesia cultural. Sus interrogantes abarcan
a todos, desde los miembros del culto que ciegamente siguieron a Asahara, al individuo
contemporáneo inmerso en los deseos del capitalismo rampante. Aquí, no obstante, presiento que
Murakami articulaba con mayor claridad que según ese ‘cómo opera la ideología’ puede permitirse
al hombre cierto grado de autonomía psíquica, incluso si él o ella opera de acuerdo al aspecto
interno del orden social. Las primeras líneas de esta lucha aparecieron por primera vez en la obra
de Murakami en las páginas de Hard-Boiled Wonderland and the End of the World, exactamente
cuando Boku, medio consciente, resiste la vacía perfección del villorrio y después acepta la
responsabilidad de la misma existencia del pueblo (pese a que decide vivir una existencia auto
consciente y marginalizada dentro de él). Mientras la novela termina aquí, el lector solo puede
imaginar las consecuencias de esta decisión.

Posteriormente, Murakami imaginó una conversación con Hayashi Ikuo, un miembro de alto nivel
del culto. Especula que Hayashi, cirujano, no pudo reconciliar su ideal de médico con las
contradicciones del sistema de salud de Japón. Por ende, motivaciones puras fueron las que
inclinaron su decisión de seguir la visión distorsionada de la utopía en Asahara. “Lo que podemos
decirle al Dr. Hayashi es realmente simple”, escribe:

“La realidad se crea de la confusión y la contradicción, y si excluyes estos elementos ya no


hablarás más de realidad. Puedes pensar que (y siguiendo el lenguaje y una lógica que parece
consistente) que eres capaz de excluir ese aspecto de la realidad, pero siempre permanecerá en
espera de ti, listo para cobrarte venganza”.[Traducción de Max Vergara Poeti]

La idea de Murakami es que el caos y la confusión inevitablemente existen; nunca pueden ser
completamente suprimidas. Hard-Boiled Wonderland and the End of the World nos muestra esto en
la forma que cada crisis del narrador se imprime en la consciencia del mismo narrador en el mundo
paralelo. Watashi y Boku son la misma persona, podría decirse. La predicción de Murakami es de
doble filo: como personas, debemos admitir caos en nuestras vidas, y como miembros de la
sociedad debemos intentar de comprender por qué las personas sin “medios apropiados… que
rebotan aquí y allá entre los sentimientos de orgullo e insuficiencia” pueden adoptar la ‘narrativa
utópica’ de otro que desencadena consecuencias trágicas.

Aquí Murakami explícitamente pone en claro lo que el lector astuto entiende a través del enorme
arco que es su carrera como escritor. La obra que explora a profundidad esta idea es Crónica del
pájaro que da cuerda al mundo. Más compleja que Hard-Boiled Wonderland and the End of the
World, ya que la Crónica presenta al menos tres muy bien diferenciadas narrativas en torno a dos
hitos históricos. La búsqueda en el presente de la esposa desaparecida de Tōru Okada lo lleva
hondo en un viaje interior para comprender la relación del pasado violento de Japón y su presente
‘vacante’. Descripciones horribles (algunas inventadas) de las atrocidades de la guerra en
Manchuria intercaladas con las consideraciones de la crisis actual de Tōru sugiere que los dos
eventos se conectan. La cacofonía visual reverbera como una cinta antológica. Eventualmente
Tōru pasa por el paredón para encarar su complicidad en los acontecimientos que tuvieron lugar
antes de su nacimiento y que ahora están casi enteramente borrados de la memoria colectiva. Para
tener éxito en su búsqueda, Tōru debe ir más allá del desapego escapista a un individualismo
maduro que (a lo mínimo), trata de conectarse con los demás a pesar de las dificultades inherentes
de si acaso pueden conocerse los extraños de verdad algún día. Que está profunda, violentamente
comprometido en esta lucha es un cambio marcado. La convicción de Tōru se refleja contra los
comentarios del mismo Murakami sobre el psicólogo Kawai Hayao en noviembre de
1995:“Últimamente he estado pensando mucho acerca del ‘compromiso’. Incluso cuando escribo
novelas, pienso que ‘compromiso’ es crucial, a pesar de que en el pasado había privilegiado el
término ‘desapego’".La Crónica del pájaro que da cuerda al mundo puede considerarse, en
palabras de Jay Rubin (ver Murakami Haruki and the Music of Words), como “un acto creativo de
auto exámen” y también como un desarrollo significativo en la manera como Murakami adquiere
conciencia de su propia responsabilidad como narrador.

La nueva determinación en Murakami puede apreciarse incluso en los relatos que componen After
the Quake (2000). Sus narradores en tercera persona, ninguno directamente afectado por el
terremoto, de cualquier modo experimentan la misma epifanía de Watashi en Hard-Boiled
Wonderland and the End of the World, cuando entiende que el experimento del científico lo ha
destruido: “Lo que se perdió se perdió. No habría forma de recuperarlo, de la forma como lo
planearas, no habría retorno a cómo eran antes las cosas, no habría viaje de regreso”. Rubin
escribe que los narradores ven el terremoto como “una llamada de despertador en la aridez de sus
vidas, en una sociedad en la que la mayoría de la gente tiene… más dinero… del que saben
gastar”. Los personajes, finalmente vivos en su vaciedad y las interconexiones de ser, toman los
primeros pasos tentativos que pueden permitirles conquistar su aridez interior e inclinarse a los
demás.

El cuento más extraño de este libro, Super Frog Saves Tokyo (El súper Sapo salva a Tokio)
presenta una batalla maniquea entre un sapo gigante y hablante y un enorme gusano. Un hombre
modesto es reclutado para mediar. Sin ser un típico héroe, Katagiri ha siempre actuado
responsablemente y con respeto hacia los demás y sin importarle el reconocimiento. Esto lo hace
conspicuo para la mediación ya que es “sensible y cojonudo”. Sapo luego dice: “Tokio solo puede
ser salvado por una persona como tú. Y es para personas como tú que yo trato de salvar a Tokio”.
Tras debatirse en sus convicciones, Katagiri accede a ayudar. La batalla de Sapo con el Gusano
(imaginaria, como al final resulta ser), la gana el primero gracias al apoyo moral de Katagiri,
aunque Sapo ha sido mortalmente herido. Mientras Sapo muere, larvas y escarabajos transforman
su cuerpo y luego se abalanzan sobre Katagiri, introduciéndose en todos sus orificios. Katagiri grita
y despierta súbitamente de una pesadilla, solo, ileso, en la cama de un hospital. Sobresaltado,
recuerda el mensaje final de Sapo: “Lo que ves con tus ojos no es necesariamente real. Mi
enemigo es, entre otras cosas, el yo dentro de mi yo”. Este mensaje preventivo cierra la historia.

Estas palabras encapsulan la lucha que los protagonistas de Murakami afrontan. Solitarios y
aislados, de cualquier forma deben luchar para forjar una identidad auténtica en un mundo de
utopías desfiguradas. Pese a que sus personajes son del común, pueden hacer cosas
extraordinarias si viven sus vidas con significación, usando su conocimiento responsablemente y
se advierten a sí mismos no seguir ciegamente la narrativa utópica de otro. Sobre todo, deben
elegir actuar pero también aceptar que en ciertas circunstancias pueden convertirse en su propio
enemigo. A lo largo del curso de la carrera de Haruki Murakami, la segunda parte de su mensaje se
ha ido intensificando. Ha comenzado a crear personajes cuyas luchas, aunque solitarias, no son en
vano; personajes que, en realidad, tratan de forjar conexiones significativas en sus vidas y con los
demás a su alrededor.

Publicado por © La Redacción de Adentro y Afuera   

También podría gustarte