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Sobre poesía griega I

[Sábado] 28 de abril

Primera entrega de reflexiones sobre la poesía griega y su relación con la lengua inglesa mediante
las traducciones, particularmente su ascenso en el siglo XX.

En la amplia terraza del Hotel Cecil en la ciudad griega de Patras, apenas tras el estallido de la
Segunda Guerra Mundial en el verano de 1939, Henry Miller trató de disuadir a Lawrence Durrell
de enlistarse en el ejército griego. “Sabía lo que yo pensaba de la guerra”, Miller relató, “Y creo que
en el fondo de su corazón está de acuerdo conmigo, pero siendo tan joven, tan dispuesto a
cualquier cosa, siendo inglés a pesar de sí mismo, estaba en una incertidumbre. Era un mal lugar
para discutir un asunto como este. La atmósfera estaba cargada con recuerdos de Byron.
Sentados allí, Missolonghi tan cerca de mí, era casi imposible pensar calmadamente de la guerra”
(Colossus of Maroussi, 25).

El problema de Miller se confeccionó por el hecho de que era igualmente imposible pensar
calmamente sobre Grecia con Missolonghi tan cerca. En el Jerusalem Poker de Edward
Whittemore, un personaje en Atenas asegura que “la luz aquí es diferente. Es algo tangible y su
efecto no se te escapa fácilmente, por lo que es porque Grecia siempre ha sido más una idea que
un lugar. Cuando la nación moderna se fundó en el siglo pasado (XIX), Alejandría y Constantinopla
eran las ciudades más grandes del mundo, y Atenas era una planicie solitaria donde algunos
pastores llevaban sus rebaños a pastar a los pies de la Acrópolis. "Pero no importaba. Una idea
jamás muere. Sólo dormita y siempre puede ser revivida”. La idea continuamente revivía desde
fines del siglo dieciocho hasta el siglo veinte, periodo durante el cual ocurrió la regeneración de
Grecia y los griegos, la reencarnación física de la idea del vetusto pasado. Y fue Byron, el mártir de
Missolonghi, quien concretó el sueño de que “Grecia podría aún ser una libre” parte de una
tradición literaria. Además de ser joven, útil e inglés, Durrell también era un poeta, y que, como
Miller ciertamente lo supo, fue un elemento clave en el deseo del mismo Durrell de unirse al ejército
griego.

No era la última vez que Henry Miller tendría problemas pensando calmamente sobre Grecia o la
guerra, pero la sombra de Byron no lo perturbaba tampoco mucho. Durrell, en últimas, no se enlistó
en el ejército; se fue con Miller a Atenas, donde ambos conocieron al poeta George Seferis y a
George Katsimbalis, un paisano “por fuera de toda proporción”, como Durrell lo llamó en su poema
“Mi teología”. Con estos dos griegos como guías, Miller y Durrell crearían un nuevo concepto de la
Grecia moderna en la escritura en lengua inglesa, una en la que los jóvenes, útiles y poéticos
hombres no debatían más si era su deber enlistarse en la armada o no. Construyeron una Grecia
donde uno iba a buscar precisamente un escape de esos debates.

Publicado por © La Redacción de Adentro y Afuera   

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