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= El conflicto cultural en el umbral del tercer milenio Héctor Diaz-Polanco 770186 054 urante el siglo XX, los conflictos culturales han sido una presencia inc6moda en practicamente todas las regiones del mundo. Las modalidades o formas de expresi6n de las luchas cultu- rales (nacionales, étnicas, regionales, religiosas, etc. , asf como su intensidad y escala, han sido muy diversas. Todo parece indicar que nos dirigimos hacia la gradual intensificaci6n de tales conflictos, con laconsiguiente influenciacrecente de los mismos en los procesos soctopoliioos que tendrén lugar en, al menos, las primeras décadas del tre milento, Es interesante constatar que tendencias te6ricas divergentes perclban con similar sensibilidad la nueva emergencia el fenémeno indiado. Atendiendo a los movimlentos globales, por ejemplo, dos analistas ideol6gicamente tan dstantes como 1. Wallerstein y SM. Huntington coinelden en postular que tanto el refueran de las identi- dades como, previsiblemente, las dsputas culturalesejercerén un im- portante pape en el excenario socal del préximo mileto. El primero plensa queel factor cultural es una de ls dimen siones de la criss del actual istema-mundo, en tanto son cada ver més cuestionas las premisas de [a ieologta unlversalista” que han sido tan esencales para la reproduccin de lo que ha Hamad el “ca- pitallsmo histirico”, Esta puesta en cuestidn acurre en des campos fundamentales: en los movimientos que buscan alternativas “lvlizacionales” yen el “aparato intelectual” que cls a parti del sigloXIV El autor piensa que a medida que la “etnizacién de lafwerza de trabajo mundial”, tan vital hasta hoy para el sistema socloecondmico, deje de realizar sus funciones bdsicas o éstas cam- Profesor nvesgador del CIESAS, Su bro mis reciente es La rebeliGn zaps yTa autonora, Siglo XXI Bdltores, México, 998. El presente textos pare de la obra en preparacton:Elogio de la diversidad, 1m ifcror pl7-POLANGO /E.CONFLICTO CULTURAL EN ELUMBRAL DEL TERCER MILENTO bien, auimentarin crtieamente las grietas del actual eificio soctal. Wallerstein estima que la opcidn ante !a.crisis sistémica no se encontrar4 en el “héroe del liberalismo, el individuo”, sino en efor talecimiento de los grupos de identidad. Ello expla que el tema de la “idenuidad grupal” se haya convertido en un punto de primera impor: tancia “en una medida nunca antes conocida en el sistema mundial ‘modeeno”. Wallerstein espera que la nueva sociedad que vendré des- pvés del derrumbamiento del actual sistema —lo que el autor presu- tme que ocurriré en algiin momento ene el 2025 y el 2050—se cons- truiré a partic de una Weologfao proyecto politico basado “en la pri- ‘macia de los grupos comno actoes"* Porsu parte, Huntington sostiene una tesis més directamente enfocada al conflcto cultural, que puede resumirse en su convicei6n de “que la dimensién fundamental y més peligrosa dela politica glo- bal que estésurgiendo seria e conflict entre grupos de civlizaciones diferentes”. Por qué cee que esto es as?” Huntingiom piensa que des- puésde a guerra fra han sido ms clarcs ls “cambios spectaculares en las identidades de los pueblos”; por consiguiente, “la pottica glo- bal empezé a reconfigurarse en torno a lineamientos culturales”. En el mundo que surge después del derrumbamiento del lamado blogue socialista—sostiene-—“las distinciones més importantes entre las pueblos no son ideol6glcas,politicas ni econémicas, son culturales” ‘¥ deh efuerzo de tales dentidades viene el trazobésico de la geopolitica de Jos conflicts. Esto es, surge la idea de que entre las etntcidades construidas o reinventadas, asf como entre las principales cvlizacio- nes, Se encuentran las “lineas de fractura” de los conflctos. Resulta evidente que Huntington estéen radical desacuerdo con las posturas que viron en la patétca dsolucién del bloque socia- lista y en el fin de Ia guerra fria el comlenzo de una era de armonta global. Es inevitable pensar a este respecto, por ejemplo, en el viejo anhelo kantiano de «la paz perpetua».’ En particular, la discrepancia de Huntington con la postura defendida por Francis Fukuyama es es- pecialmente rotunda. ia tests del “fin de la historia sostenida por te, quesupondra el punto final de as ideologfasen lucha yl triun- fo universal de Ia democracta liberal de Occtdente, le parece a Huntington, en el mejor de los casos, un planteamiento ingenuo des- tinado a esfamarse como un espeismo. Asi, pues, su perspectva del presente y el funuro cercano es muy diferente “En este nuevo mundo, Ia politica locales la politica de a etnicidad; la politica global es la politica de las civilizaciones. La rvalidad de las superpotencias queda sastituda por el choque de las civillzactones”.* #s posible que mauchos no concuerden con latotalidad o con parte de las dos tests esbozadas. Sin duda, poirén encontrarse en elas ‘puntos problemticas o de plano insatisactoris para comprender !a comple}idad de los procesos en juego. Desde luego, los autores men- clonatios esti. lejos de suponer que los intrincados procesos locales, nacionalesointemacionales pueda explicarseconsiderando tan silo el papel de las variables socioculturales Como fuere, poems est mar la tess aludidas como sintomas pertinentes de las incertidum- ‘res que, en los albores del teroer milenio, suscitan el renacimiento de las identidades, los movimientos en favor de una politica de teconoci- -miento de la multiculturalidad y, en general, las luchas étnico-nacio- rales en casi todo el mundo. ‘Ladiversidad imbatible Principalmente para los antropélogos, la comprensién de estos fens- ‘menos en sus nuevas configuracionesy escalas —revas en este sen- ‘ido, peroen todo caso tan proptas de una vieja tradiclin disciplinaria ef cuyo centro estd la preocupacién por el desarrollo de la diversidad cultural supone retos inmensos, Lo que sigue son wnas reflexiones iniciales al respect. Ladiversidad cultural o étnica ha sido una constante, précti- ccamente desde que podemos discern en los mismos umbrales de la historia la conformacién de los primeros conglomerados que mere- cen el nombre de sociedades humanas, No es casual que la reflexia. cde Emest Gener sobre el origen de la sociedad se inicle con esta cons- ‘atacién: “ rasgo verdaderamente esencial de lo que llamamos la sociedad humana es su asombeasa diversidad” Este rasgosocial plan- tea varls problemas. Uno es el propio del retaiisto: las turbadoras dudas respecto de cul de las diversas formas socioculturales que co- existen en un determinado momento y lugar es ms aceptable o mie- Jor, de acwerdocan algin sistema de principics, Otro ene que ver con la cuestiGn filoséfica de los origents de la sociedad 0, como lo plantea Gellner, de “emo es posible que se dé la diversidad,” Estees el asunto (que preocupa al autor en el trabajo referido ~al estilo de los primeros ‘temnpos de la antropologta particularmente durante a preeminencia del evolucionismo." ¥, finalmente, un teroero se refiere a como abor- dar los efectos, a menudo espinosos, que proveca la diversidad cultu- ral existente entre sociedades o al interior de una misma soctedad decir, “Zo6mo afrontamos las consecuencias y las implicaciones de esa diversi?” Esta es la cuestin que nos interesa aqui. Mientras los conjuntes hsrpanos conservaron sus limites y retuvieron el cardcter de sociedades «totales» --no obstante las discre- tas relaciones que establecfan entre sf— las normas, usos, costurnbres, simbolos, cosmovisionesy lenguajes que conformaban distints siste- mas culturdles, marcabsan la diferencia o las fronteras entre socieda- des Las tensioneso conflicios entre los grupos-se daban en tanto de bian compartir un mismo habitat, disputar recursos, intercarbiar bienes de algin tipo, etétera. ‘een una vez que las relaciones se hacen més estrechas y 6o- ‘mienzan a constituirse sisemas gradualmente més gomplejos que implican la inclusién de vartas configuraciones cultsrales bajo un ‘inieo paraguas politico y una misma organizacién econdmica,y ade- sms, se afirma la organizaciOn jerérquica a su interior, la dversdad esun factor potencial de conflicto y dificultades cualitativamente mas poderoso. La dversidad aparece ahora en e seno de una misma socle- dad y alli debe resolverse de alguna manera: yano se trata solo oprin- cipalmente de un problema entre socledades, sino de un ensnlco pro- ‘plemva sttrasocietal. Ahora lo cultural es el terreno en el quese dirimen problemas de diversa indole; oes la justificacién, més que la causa, de 35 conflicts sociales que tienen su origen en otro Ambito, pero que de ben resolver o conducireensustérminos. Deeste modo, surge como problema la ofredad sociocultural, y se multplican las situacintes multiculturdles, en las que “confluyentasticamente dos caras del problema: por una pate, fo que uno, como miembro de una cultura, Heme que bacer, apes de estar en el contexto de ota, yo que como conviviente con esa otra, tiene que asumir", por ser ella la cultura dominante o la receptora® En tales contexts compleos, parte importante de la historia humana consiste en los esfuerzos e invenciones sociales que buscan controlar, manejar 0, en casos extremes, suprimir la diversidad cultu- ral, segin que &ta sea apreciada como un elemento vallosoo peri- clo para la convivencia. Durante lossiglosXIXy XX, freeuentemente con resultados trgleos que atin nos estremecen,seensayaron divers méodos para neutralizar ls antagonismos o desavenencias que pro voca la diversida. Aa lz de esta ya larga experiencia, una primera conclusién parece afirmarse: es dificil si no es que imposible, supri- mir la diversidad sociocultural o étnica. MéS ain, cabe preguntarse lgfimamentest la dversidad consttuye un rasg pasaero, propo de la Infancia histrica del hombre, oes en rigor una correnteimbatble y consustancial a la sociedad humana. Creo que hay razones para sospechar que la sociedad humana es unt formidable maquinaria que fabricaincansablemente la divesidad cultural. Perot se prefiere ser menos tajante, habria que admitir que, al menos durante un tiem- po bastante largo, debemos acostumbramos a vivir am y en la diver sida, la seeptemos ono como un valor. El sitema-mundo y la preeminencia Uberal Laconfiguracién deun sistema mundial, en el que las antiguas socie- dades totales devienen entidades «parciales» o células de conjuntos mayores, generalia6 el problema ée la diversidad como fuente de con- flictos intrasociales o interculturales. Particularmente en los iltimos dos siglos de modernidad, el émbitoprvilegiado del multculturalismo es a estructura nacional (el Estado-nacién) que, como norma, secons- ttuye como conglomerado con una composicién heterogénea, mien- tras nace como una «comunidad imaginada» que apela a una anti- gua singularidad supuestamente fundada en préctica, aspiracionesy valores compartidos. Para consolidar su identidad, los grupos se do- tan de un pasado fundante y una memoria histica que otorgasenti- do a su unidad sociocultural; y no es raro que la historia comiin y cohesiva de la nacién sea mas inventada que desentrafiada. La gradual expansidn del sistema-mundo, ahora bajo la oF ganizacién nacional, no hizo si no extender Jos alcances del «males: tar cultural» y complicar su cardcter. La esperanza de que la «mundializacién» de las relaciones sociales esfumarfa también la diversidad cultural ha demostrado ser, hasta ahora, untavana ih [es brotes de confianza colectiva (al menos entre las élite politicas y las capas intelectuales) en los efectos uniformadores de la rmundializac\6n han ocurtido més de una vez. Uno de esos accesos de fe enel progresoyy de entusiasmo por la uniformidad civilizatoria se ‘ETSICDAD mt produjo con particular fuerza en la segunda mitad del siglo XIX. La fase del proceso de mundializacién desplegada en las décadas finales Gel siglo XX, bajo la forma que se ha denominado globalizactén, de ‘nuevo hizo renacer la idea de que nos aproximdsamos a una épaca en (que erminarfa imponiéndose la homogeneidad cultualy en ese tran- ce, las particularidades regionales o locales tenderfan a extin- uirse iremedtablemente, En efecto, durante un tlempo se pensé que, en el marco de la slobalizacin, los brotes de particularismo, denacionalismo, de afian- zamilento de identidades étnicas, et, eran precisamente los viltimos estertores de la diversidad moribunda; que, puesto que iban a oontra- corrientede la globalizaciGn, debfan considerarse como «anomalfas» pasaleras. Muy pronto se ha debido aceptar que no se trata de anoma- Ifa; e incluso que la proliferactén de los localismos y el renacimiento de las identidades a finales del siglo XX no s6lo no son ajenos a las tendencias centrales que estimula la globalizacién, sino que son una cansecuencia de ésta, aunque clertamente inesperada para clertes enfoques. Bien entendida, la globalizacién ni pone fin a la historia nt homogenetza et repertorio cultural, a pesar de que el tiempo y el espa- clo experimenten carsbios revolucionarios que se expresan como «ace- leraci6n de la historta» y vencogimlento el planeta». Augé lo hasin- tetizado sin desperdicio: «Nuestra modemtdad crea pasado inmedta- to, ctea historia de manera desenirenada, as como crea Ia alteridad, aun cuando pretenda estabilizar la historia y unificar el mundo.»? En tal contexto, no s6lo no habrfa que esperar dsminucién gradual, has- taladesaparicién, de las manifestaclones étnico-nacionales, sino una afirmacidn o regeneract6n de las mismas conforme se expandan las relactones globales. Auna conclusién semejante han arribado autores como Giddens, después de ponderar los efectos provocado por la «tea- Tidad» de la globalizacién.” El proceso viene de leos. Cuando a fines de siglo XVIII, el sistema de eoonomfa-mundo que estaba en operacién desde tres si- los atrds encontré en el liberalismo una Weologfa unificadora, el problema de la diversidad no desaparecié, sino que entr6 en un nuevo yaificl momento. La Revoluctin Francesa de 1789, marca el ascenso ‘trlunfal del liberalismo como basamento filos6fico e ideokégico del capitalismo mundial. Las revoluciones de 1848 aftanzaron la preemi- nencia liberal frente alas do ideologfas que competfan con él: el con: servadurismo que venia de la adhesin ala tradicién y procurabs el -mantenimiento del ancien régime, y el socialismo que apenas enton- ces se constisuird con rasgos antisistémicas plenamente distintvos en la version de Marx y Engels.” El dominio liberal a lo largo de los dos iltimos siglos, lejos de resolver el problema de la diversidad cultural, ciertamente lo hizo mas, intrincado y agudo, Fundéndose en principios racionalistas y en la preeminencia de a «autonomia personal», los primeros liberales re- ceusaron los valores de la tradicin en los que se sustentaban los siste- mas culturales y sostuvieron la primacfa absotta del individuo frente a la comunidad. De ahf la hostilidad del liberalismo ante cualquier 6 ‘mTOR DLAZ-POLANCD / EL OONFLCTO CUITURAL FE EL UMBRAL DEL TERCER MILENIO e derecho enarbolado en nombredelacostumbrey la cultura Ls dere- chos fundamentals slo potan tener una fuente: la autonomnta dela persona, la tndivdualidad. Es haste siglo XX quel lberalismoacepta reconocer tn derecho colectiv: el derecho de los pueblas ala libre determinacién,paricularmente en la versi6n wikontana, asoclado a lafacultad de constituir Estado-raclones. Después dela Segunda Gue- rra Mundial, como es sabdo, este derecho fuel base para el logro de Ja independencia por parte de ls pases colonizads, especialmente en Arica slay Latinoamérica, Apunto de inicir el tercer milento, lejos de amainas, la ds | cusl6n en tomo a la diversidad ha arreiado. Como veremos en sa _ momento, uno de los punts capitales del actual debate internacional 0 se centraen la cuestin de silos grupos étnicos (por ejemplo os ind- genas latinoamericanos) deben ser considerados «pueblos con dere 7 cho ala autodeterminacln; yen caso aftrmativo,cudles serfan tanto el seta como ls ites dal derecho. Esai deiocequelafor. = ma en que sedirima este Inigo en la comunidad intemacional ~y a sa turno en cada pais tended un impacto cracial sobre el destino de Jos indigenas y otras comunidades étnlas, Ante tao, determinard la manera en que estos grupos, cuando sea el caso, elercerén politica- mente sus derechos colectivs; yconsecuentementeinfluird sobre las postbilidades de que los derechos humanos de sus miembros sean res- petadosyelercidosplenamente, En suma, et en juego queestas pue blos puedan practicar sus prertogatvas ciudadanas en regimenes HE 0, SEED mfnimamente democréticos; esto es, que puedan acogerse a una ciu- 0186 y dadania multicultural o . Actualmente, su persistencia estorba la tran- saccién socjocultural y el compromiso politico que implica el régi- men de autonomia, Las dos grandes tendencias mantienen su impul- 0 primigenio: el espirtu de las Luces frente al esptito del Pueblo (el Volksgest); el racionalismo franoés frente al romantiismo alemén (aunque las pertenencias naclonales no son inequivocas y a veoes se trastruecan, como lo ilstran la influencia romentica de Rousseau y el poderoso racionalismo de Kant; Voltaire y sus compaferos dl lu- minismo, proclamando la fe en los valores universales que brotaban ‘no de la tradicion sino de la razén, frente a Herder y su insistencia en Jadiversidad y en el fundamento étnico de la nacién. £1 hombre uni- ‘versal frente al hombre determinado hasta en los menores detalles 0 estos por su cultura.” La batalla entre estas dos tradiciones teérioo- politicas se extendi¢ con fuerza atierras latinoamericanas, sobre todo partir de la segunda mitad del siglo XX. ‘Nose trata, desde luego, de una pugna que se mantiene yre- suelveen la esfera de las ideas. Como es comtin, tratndose de concep- ciones con gran densidad histdrica el forcejeo provoca consecuencias prcticas de enorme trascendencia. En suma, simplificando al méxi- mo, el raclonalismo y sus derivaciones liberals, siempre a disgusto frente a la diversidad y la identidad, son la fuente del etnocentrismo ‘que justifica el solantalismo y el inperialismo de las potencias occi- dentales, sobre todo a partir del dltimo terelo del sighs XXX Por su parte, el omanticismo politico de cepa alemana impulsael programa relativista, con su enfético llamado a considerar los valores de cada ‘cultura en su propio contexto, Peto al mismo tlempo en ocastones se convlerte,pese al orig nal espfritu pluralista del pensamiento de Herder, en la base de ‘agresivasideologfasna- clonalistas y racistas ‘que, entrado el siglo XX, desembocaron trégt- camente en la bar- barie nazi En efecto, se pueden discernir dos ‘grandes fases, con re- 9 sultados distinto para ls comtendientes, La primera abarca el largo petfdo de constitucton de los Estado-naciones, que parte de finales del siglo XVI se extlende durante la siguiente centuria. Esta etapa ‘marca e triunfo précticamente completo de universalism dea Ius- tracn, pues los Estados nactonales no seconstituyen apart de prin cipiocultural preconizado porel romanticism (cada nacién cultw ral un Bxtado),9 sino considerando la nacién como un conjunto de indviduos que, Independientemente de sus caactertica culturales, se retnen (la ripatética «con¢cin inicial») para fundar el Estado Estos, no se pone la “nacién cultural”, sino la “nacién politica”, cayos limites no respetan casi nunca las frnteras nics ni as iden tidades histéricamenteconformadas. sf ocuri6tantoen Europa como en América Latina Precsamiente como consecuencia de ell, la regla no es la omogeneiad sociocultural de las poblaciones que conforinan estas, fTamants unidades politics, sno la heterogeneldad: se trata de ent- dades poltcamente unificadas, peo multcultuales o plurétncas pot lo que hace @su composicin,e incluso ‘multinacionales” se caracerizaran en téminos herderianos. asus, lente cone quel racionalismo liberal celebra su éxito lleva el germen del conflicto en su propla pluralitad, pus en el Estado-nacidn permanece Iatete el conficto de la diversidad. El revalsvo unficador provoo6 iitacién en el cuerpo social, pero no sané la herida de la difrencta 7018 FINICDAD Una nueva fase se inicta después dela Segunda Guerra Mun- dial. En aparente paradota, después del holocausto perpetrado por el racismo nazi, elrelatlvismo cultural experimenta un ascenso irrefre- rable que se prolonga hasta ruestros dfas. 8 renacimiento del relativismo, sin embargo, se realiza en nuevos érminos; concretamente llevando a cabo una sevea expurgacién de toda referencia a supues- tasdeterminaciones de a raza. Apartir de los afios cincuenta los clen- tficas del mundo, convocados por la unesco, realizan con éxito la me. ‘6dica rfutacién de as tess racists. En lo adelante la diversidadacep- tada slo puede fundarse en lo cultural. No obstante, con ello no terminan los problemas, pues en las cesperfencias concretas a menudo este encumbramiento del relativismo implica cierto antagonismo con la ranin y el pensamiento, y la ecu. sacién de ewalquier valor que pretenda sustentar derechos de los indi- viduos fundados por fwera de alguna colectividad cultural, Hoy dia, el ‘malestar cultural tiene otro carécter: son cada vez menos los que desenfundan su revolver cuando escuchan la palabra cultura. “Pero como indica Finkielkraut— cada vez son mas numerosos los que desenfundan su cultura cuando oyen la palabra <->"® £1 primer peligro que nos revela Finkielaraut es que, aseme- Janza de como terminé haciéndolo la filosofia de la descolonizacién enel llamado Tercer Mundo, en las regiones en donde existen grupos étnicos combatamos “los errores del etnocentrismo con las armas del Volksgest", colocando la individualidad “en la primera fila de ls valores enemigos”. Se trata de un punto clave, porque hay la sospecha fundada de que una “nacién cuya vocaciGn primera consisteen aniquilar la individualidad de sus cludadanos no puede desembocar en un Estado de derecho.” Para entender su relevancia para la discusin de la problemética indfgena, bastarfa sustituir en el ante- rior enunciado el término nacién por “comunidad’ dadanos por “miembros” y Bstado de derecho por “con- glomerado tolerante incluyente” Con 1a impugnacién de cualquier valor que no pro- cada si no de la propia cultura, con el desprecio hacia los derechos de os individuos que transcienden la férrea de- terminacién de lasagrada tradicién, nose deja terreno para buscar la armonizacién entre lo «particular» y lo «uni- versal», haciendo impesible denunciar y disolver precisa ‘mente lo que esta oposicin tne de fantasmagorfa topi- ca. Bl relativismo absoluto asf alimentado puede consti tulrse en un obstéculo infranqueable para constnutrsolu- clones autonémicas, pues la conexi6n posible entre las culturas que componen el tjido nacional o comunitario, la posibilidad de la comuntcacién y el entendimiento intercultural, quedan terminantemente impedidos. El pri- ‘mer riesgo es, entonces, que Ia reallzacién politica de la dliversidadse manifieste como atincheramilento de la iden- tidades e inchiso como hestilidad entre culturas. La postu- lada incenmensura-bilidad cultural se concretar‘a en 0 ‘m HECTOR DIA-POLANCD / #1 CONFLICTO CUITURAL EN EL UNBRAL DEL TERCER MILENIO imveductibilidad politica. sin are- alo politico en la pluralidad, sin convivencia respetuosa y toleran. cha, no hay régimen auto némico posible. segundo peligro, obwia mente gemelo del anterior, 65 que prevalezca el racismo por otros medios con otros fundamentos. La teorfa de la diferencia natural e insuperable, basadaen rasgos biolégicos, ha sido derrotada y entné en un descréito al parecer imeversible, a pesar de esporddicos intentos de restablecerla. Pero el ‘acismo puede volver por sus fueros, ahora por el ca- ‘ino de la cultuca. «Al igual que los antiguos vooetos de la raza, los actuales fanétteos de la identidad cultural [..] llevan las diferencias al absoluto, y destrayen, en nom- bre de la multiplicidad de las causalidades particulares, cial- .” £1 primer requisito para infefar un proceso autonémico esta disposicién al didlogoy ala cooperacién entreculturas. Aese respecto, el relativismo es un formidable adversario de Ja autonoméa. A partir de laconviccin (quese esgrime con justaranin frente ala pretension del raclonalismo universalsta) de que no existencriterios de evalua- cin universales en materia moral o epistémica, el relatvismo pasa a sostener una segunda tesis problemtica: que no sélo no es posible evaluar una cultura a partic de los valores o estindares de otro, sino que es impracticable construir normas wransculturales que permitan la comprensin mutua y el establecimtento de puents entre sistemas culturales diferentes. «Por eso, advierte Olivé, desde el relativismo se ponen trabas para la cooperacién fructifera entre culturas, y para la convivencla no silo pacifca, sino creativa y cooperativa dentro de un contexto nacional, ¢ incluso internacional. No es dificil entender entonces que bajo tales presupuestos relativistas la auto- noma es impensable, ero, en téeminos de las mismos printpios elativsts, tam- bign es impensable cualquier solucidn que pretenda fundarse en la supetioridad moral de un sistema cultural (aunque se trate de uno subaltemo y ancestral, como es el caso del Indigena). ta mds clara aporia en que incurre el relativismo tlene lugar cuando, para fundas una salida no autondmica, se confronta fa cultura indigena con la soceldental», para aribar ala conctusién de la ventaja étca ela primera, ,$ipantendo de que no existenestandares uni- versales se postula que cual- aquiera deellosssloespetinen- teparaun determinado stema yyearece de validezen relacin con cualquier otro, ofmose pueden ha- cet esas evaluaclones comparativas este sistemas diferentes? Amenos queel relativista admita que ulindesténdares de una cultura para evaluara ota La disyunt -vaes clara: ose acepta que existe la posibilidad de construir eiterios aceptables para las partes involueradas que permitan evaluas otra cultura, y entonces el principal argumento reatvsta se exfuma; ‘08 aoepta que no es posible y cada cultura debe se eva Iuada sélo en sus propios términos, y entonces el relativismo no puede alegarsuperioridad moral de una cultura con respecto a otra. En todo caso, las tsis relatvstas fundamentals noabonan el pluralism, sino al atrincheramtento cultural ¥en es espinas terreno no puede florecer la autonomia. NOTAS "Immanuel Wallerstein, Bl captaiomo bistrice, Silo XX Espa, Maid 1988, pp.66y 8 > Se trataria—pronostica el autor—de “una ideologia que reconoce iguales derechos a todos ls grupos para partcpar en un sistema mundial rears ‘truido a la vez que reconoce la no exclusividard de las grupos”. I. Wallerstein, Después del iberalismo, Siglo XXI Bites, México, 1996, pp. 244.26. 5 Gf, Immanuel Kant, «Para la paz perpetua. Un esbozo filstfico», en Kant, Bn defensa de la Ilustracion, introducciOn de José Luis Villacafias, ‘Aba Editorlal, Barcelona, 1999, pp. 307-359. “CE Samuel P. Huntington, EI cbogue de las civilizaciones, La reconfiguractin del orden mundial, Paid, Bascelona, 19%6, pp. 13-2. 5 of Samuel P. tuntington, “La superpteneia soli’, en Be Pa. i denciasy Opiniones, nim. 98, México, mayo de 1999, p. 50-55. Emest Gelines, Antropotogtav politica. Revoluciones en el bosque sagra- di, ioral Gti, Barclona, 197, 3 ("ax rienes dela sociedad), p47 7 Cf. H, Diaz Polanco, &f evolucionismo (Las lori anirpolégicas. 1), Juan Pablos Editor, 2da. edicién, México, 1989 José Luis Garefa Gara, “Razones y sinrazones de los planteamientos multiculturales”, en FJ. Garcfa Selgas y J.B. Monle6n, Retos de la osiniodernidad. Ciencias sociales y humanas, Eatoral Trot, Madrid, 1969, p. 318, Cusivas nustas, ° Mare Augé, Hacia una antropologta de los mundos contempordneos, Editorial Gadisa, Barcelona, 1998, p. 28. 41 Giddens piensa que la «globalizacifn» estéprovocando que se debilten algunos poderes de las nacones, pero no cre que esto conduzea la homo- seneldad y ata desintegracin de los movimientos idetitarios, «pues la lobalizacin también <> hacia dbejo~-crea eva demandes y también nuevas psibildades de regnerardentdades [..] Los nacional os locales no esti desintegrdndoseineludiblemente.» Anthony Giddens, a ever, Larus dela soxiadeocraca, Tass, Madi 98, p. 44 * Immanuel Wallerstein, Deyoués del ibealiomo, op. lt, passin. GL Will Kymlicka, Ciudadanda multicultural, Paid, Barcelona, 1996; Guillermo dela Petia, Notas preliminares sobre la «cludadania étmica», 2X Inlerational Congress de Latin American Studies ASsoctation (as), Guadalajara, abril de 1997; Neil Harvey, La auctonoméa indigena y ciuda ania éica en Chiapas, ponencia al X inlematonal ung ds, Guar al de 197 's Gara6n Valdés hace una interesante revision eta elas diversas altematvas que se han propuesto para dar solucién a la problematic indigena, Una de sus conclusiones es que conviene abandonar> Ia alter nativa de la superioridad ética india que sugiere ‘onfl, CL Emesto Garain Valdés, «Laantinomlaen tre fs culture, en E, Garzin Vals y Remand Salen (eitores),Apstemologia ycultera, En torno a la obra de Las Vlloro, isto de tn vestigaciones Flies, ov, México, 1993,p.227 * Charles Taylor, AY multiculturaliono y la politica del reconocimtento», ECE, Mésten, 1958, p. 68. "Gf. Clifford Geert, La tnterpretactin de as culturas, Editorial Gals, Rar colon, 195, p 208 s * Comelius Castorads, Las do. sminios del hombre: las en- crucifadas del laberinto, Paitorial Geis, Barcelo EINICDAD a a, 1988, p. 144, "Josep R Lobera dios dela modernidad. Bl cdesarolla del nacionalis ‘mo en Bur occidental, snagrama, Barston, 1996, . 200 ysl pone rode acrtcaal luminismo raionala y precursor de as ideas que funda. rian el pran snoimientoromentcn es Johann Georg Hamann, Herder fue su discipulo mas aventlado y quien do forma asi plarweamlentcs inital. Ct, Isaiah Belin, 6! mago del norte. 1G. Hamann -y el origen del srracionalismo modemo, Tenos, Mads, 1997 * Enel marco de los pales latinoamericams el enocenrsmo sé manifesta como colonialism interno» sobre las etnias, sein la noc sustentada por Pablo Gonz Casanova, Ver, Sociologia y explotacién, Siglo XX El toes, Méxio, 1987 "Ese prnciplo habia sdo proclaado por Hener: estado mas na- tural spor tanto, un estado compuesto por un Gnien pueblo can un nico carter nacional [..] Ya que un pueblo cece de nanera nat ral como una familia, slo que de modo més extenso: nada parece, pus, mds claramenteopueso als propos que todos la ble nos deberan tener que la expansin de los estas mas all de sus ‘imites naturales, la mezlaindsriminada de ierentes nacio- 1s ytpos humanos bajo un ceo, Citado en JR, Llobera, ap. cit, p. 25-206, Alan Fnkielkrat, a derrota del pensamaento, nagra- ‘ma, Barcelona, 1990, pS. Wider, p. Wy Bh Ibid. p88. > Lat Olivg, Multiculturatomo y plurals ‘mo, Biblioteca Iberoamercana de Ensay, Pais- wy, México, 1999, p. 172 a

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