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Sala de Espera (Cuentos)
Sala de Espera (Cuentos)
-Es que no lo han visto ustedes? les exhort, mostrando las inocentes
palmas de sus manos-. El rostro de esa mujer es una calavera, por
amor de Dios!!
Todas las miradas se comunicaron instantneamente entre s,
intercambiando un tcito Bueno, nos ha tocado un pobre enajenado.
Habr que seguirle la corriente, no vaya a ponerse violento y montemos
aqu una escena.
Haciendo gala de gran naturalidad y un fino sentido del humor con claras
intenciones desdramatizantes, una de las seoras que tena enfrente se
dirigi a l con suaves palabras:
-Hombre, la chica est delgadita, para qu lo vamos a negar, pero
tampoco hasta ese extremo.
Hubo sentidas risas de apoyo a la seora, que sirvieron para restaurar el
orden de lo cotidiano y, de paso, dejarlo en evidencia, ah de pie, en
mitad de la sala.
-Perobarbot a modo de
excusa.
-Vamos hombre, sintese
sigui ayudando la comprensiva
seora, con clida sonrisa en
los labios; seguro que ya pronto
le toca a usted.
Y Miguel se sent, despacio,
abrumado, comprobando antes
que el sof no se haba
transmutado en cocodrilo o que
estaba a punto de ser absorbido
por un agujero negro. Entretanto, el chirrido de la puerta al abrirse volvi
a impactarle en los odos. Y all estaba de nuevo, la grotesca calavera,
que reclam a la buena seora que haba intentado salvaguardar su
reputacin. sta se incorpor con otra sonrisa y le dedic un guio de
complicidad a Miguel, mientras el brazo extendido de la enfermera la
invitaba a pasar.
Miguel sinti nuseas, la serpiente recorriendo sus intestinos. Su cuerpo
era una crcel de locos petrificada por accin del horror. Clav la vista en
el suelo, se sujet la cabeza entre las manos, tal vez para impedir que la
esfera paranoide explotase en mil pedazos bajo tal presin, e invoc a la
serenidad en mitad de la tormenta que amenazaba con arrastrarlo hasta
el fondo de la insania; nica forma de recobrar el control sobre s mismo.
Venga Miguel, debes calmarte. Lo cierto es que no ha pasado nada.
Seguro que sufres uno de esos inslitos trastornos neurolgicos que
afectan a una de cada ochocientas mil personas, como el caso del