LA MADRE: Soy yo, Roberto, soy yo la que te ha parido? De m saliste?
Si no te hubiera parido aqu, si no te hubiera visto salir sin sacarte los
ojos de encima hasta acostarte en la cuna; si no hubiera puesto, desde la cuna, mis ojos en ti sin apartalos y controlado cada cambio de tu cuerpo, al punto de no ver los cambios producirse y te viera ah, parecido al que sali demi en esa cama, creera que no es mi hijo al que tengo delante. Sin embargo, te reconozco, Roberto. Reconozco la dorma de tu cuerpo, tu estatura, el color de tu pelo, el color de tus ojos, la forma de tus manos, esa manos grandes y fuertes que nunca te han servido ms que para acariciar el cuello de tu madre y apretar el de tu padre, al que mataste. Por qu este hijo tan cuerdo durante veinticuatro aos se volvi loco de repente? Cmo te has salido de tus carriles, Roberto? Quin coloc un tronco de rbol en tu recto camino para hacerte caer al abismo? Roberto, Roberto, un auto que se estrell contra el fondo de un barranco ya no tiene arreglo. A un tren que descarril no se trata de volverlo a sus carriles. Se lo abandona, se lo olvida. Me olvido de ti, Roberto, me olvid de ti. ZUCCO: Antes de olvidarme, dime dnde est mi uniforme. LA MADRE: Est ah, en el cesto. Est sucio y muy arrugado. (Zucco saca el uniforme.) Y ahora vete, me lo juraste. ZUCCO: S, te lo jur. El se acerca, la acaricia, la besa, la estrecha; ella gime. La suelta y cae, estrangulada. Zucco se desviste; se mete el uniforme y sale.