Desde que los ltimos calores del esto dejaban de ser rigurosos al sol
empaado, comenzaba el otoo antes de que llegase, en una leve tristeza
prolijamente indefinida, que pareca un deseo de no sonrer del cielo. Era un azul unas veces ms claro, otras ms verde, de la propia ausencia de substancia del dolor alto; era una especie de olvido en las nubes, prpuras, indiferentes y difuminadas; era, no ya un torpor, sino un tedio, en toda la soledad quieta por donde las nubes pasan. La entrada del verdadero otoo era despus anunciada por un fro dentro del no-fro del aire, por un difuminarse de los colores que todava no se haban difuminado, por algo de penumbra y alejamiento en lo que haba sido el tono de los paisajes y el aspecto disperso de las cosas. No iba todava a morir, pero todo, como en una sonrisa que todava faltaba, se transformaba en aoranza para la vida. Vena, por fin, el otoo verdadero: el aire se tornaba fro de viento; sonaban las hojas con un tono seco, aunque no fuesen hojas secas; toda la tierra tomaba el color y la forma impalpable de un pantano indeterminado. Se decoloraba lo que haba sido sonrisa ltima, en un cansancio de prpados, en una indiferencia de gestos. Y as todo cuanto siente, o suponemos que siente, apretaba, ntima, al pecho su propia despedida. Un son de remolino en un atrio fluctuaba a travs de nuestra conciencia de otra cosa cualquiera. Agradaba convalecer para sentir verdaderamente la vida. Pero las primeras lluvias del invierno, llegadas tambin en el otoo ya riguroso, lavaban estas tintas como sin respeto. Vientos altos, rechinando en las cosas paradas, desordenando cosas presas, arrastrando cosas mviles, erguan, entre los clamores irregulares de la lluvia, palabras ausentes de la protesta annima, sones tristes y casi rabiosos de desesperacin sin alma. Y por fin el otoo menguaba, a fro y ceniciento. Era un otoo de invierno el que vena ahora, un polvo vuelto del todo barro, pero al mismo tiempo, algo de lo que el fro del invierno trae de bueno: verano riguroso terminado, primavera por llegar, otoo definindose en invierno, en fin. Y en el aire alto, por donde los tonos empaados ya no recordaban ni calor ni tristeza, todo era propicio a la noche y a la meditacin indefinida. As era todo para m antes de pensarlo. Hoy, si lo escribo, es porque lo recuerdo. El otoo que tengo es el que he perdido.