Está en la página 1de 15

ENTREVISTA CON UN SUICIDA

1-
Mi nombre es Joaquín Soler, y soy periodista. Trabajo para la revista de

publicación mensual Aquí y ahora, cuya función es plasmar los momentos extremos de

la vida de personas al borde del abismo, en cualquiera de los sentidos. Una vez

entrevisté a Alfonso Nosequemás, varón de treinta y cuatro años carcomido por un

cáncer que le había destrozado toda la zona abdominal y cuya metástasis le impedía ya

respirar por él mismo. Era una tarde de verano, y él me esperaba tumbado en la cama de

su habitación en el Hospital Clínico de Barcelona. Ya no había nada que hacer por él, y

su permiso a mi entrevista fue para él, con sus propias palabras, “como charlar largo y

tendido con alguien por última vez en esta vida”, como me dijo al principio de nuestra

conversación con cierto toque irónico. En efecto, a los cuatro días Alfonso Nosequemás

falleció. Otra vez me dediqué al caso de Juana Antonia Canín, madre coraje encarcelada

por envenenar a su hijo mayor después de ver repetidamente cómo éste abusaba de su

hija pequeña. Los gruesos barrotes de metal que encarcelaban su cuerpo, me aseguró

durante mi visita a la cárcel de Wad Ras, no eran tan rígidos y fuertes como la reja que

presionaba su corazón por haber tenido que matar a su propio hijo. Aquella mujer quedó

en libertad en el 2002, y hoy en día se la ve en las manifestaciones por la modificación

de la ley del menor. Recientemente tuve que tratar con Bernarda Sacristán, mendiga

chiflada que se dedicaba a introducir en los buzones de los vecinos de la Calle de la

Feria de Albacete obsequios tales como impurezas caninas o porciones corporales de

roedores (póngase como ejemplo la cola de una rata) . Mi jefe me envió a la ciudad

manchega con una foto de susodicho personaje, a quien tuve la suerte de encontrarme –

gracias a la ayuda de los vecinos afectados- en el parque de los Jardinillos, a las siete

horas de una tarde de frío invierno. La mujer parecía simpática, y contestaba a las

preguntas con total sinceridad, como si aquello que hacía fuera algo normal y corriente,
como si fuera su deber hacerlo. Durante unas horas creí estar ante una heroína justiciera

vecinal.

Hoy me enfrento a un nuevo reto; algo que algunos de mis compañeros, águilas

cazadoras del morbo (de astucia no tan ágil como la de un servidor), han intentado en

otros casos sin fortuna y que ahora queda en mis manos. Voy a entrevistar a Adolfo

Saura, señor de cincuenta años, casado y con tres hijos, investigador madrileño, y que

desde ayer por la tarde se encuentra sentado en el borde de la azotea de un edificio de

doce plantas. Buen lector de nuestra revista mensual, ha exigido que yo en persona, y no

otro, suba con él para hacerle compañía y hablar de lo que le sucede. No es un

secuestrador que pueda exigir cosas a cambio de rehenes, pero tampoco puede decirse

que nosotros hayamos aceptado la oferta forzosamente: a decir verdad, la satisfacción

de ser el único periodista que ha entrevistado a un suicida me provoca un ansia

indescriptible por que ese hombre acabe lanzándose de cabeza. Escabroso, ¿verdad?

2-

El avión ha llegado a Madrid hace una hora y media. Deberían imaginarse que lo

poco que he dormido habrá sido mal, pero debo asegurarles que hacía tiempo que no

dormía tan plácidamente. ¿Será el olor del triunfo un calmante?

Frente al edificio la muchedumbre mira hacia arriba, como si vieran algo, aunque la

verdad es que no se ve nada. Por tanto, es de presuponer que en un estado de

inconsciencia, aunque nunca lo quisieran admitir, están esperando a que ese hombre se

tire. Probablemente cuando caiga se sorprenderán, y será entonces cuando el morboso

inconsciente se rebaje ante la moral. Sin embargo, cuando lleguen a sus respectivos
hogares, de nuevo esa subconsciencia revivirá para comentar con el prójimo con todo

tipo de detalles y exageraciones lo sucedido.

Las fuerzas de seguridad han obligado a los vecinos del bloque que se abstengan de salir

de sus hogares innecesariamente, por lo que no tengo problemas en llamar al ascensor y

que éste acuda a mí con rapidez. Subo hasta la última planta, desde la cual tomo unas

escaleras que me llevan a la azotea. La puerta está entornada, así que no necesito las

llaves que me han facilitado.

Lo veo sentado, con las piernas flotando sobre una altura de doce pisos. Es un hombre

grueso. Me pregunto si el choque de su cuerpo contra el suelo produciría un socavón.

3.

- Hola señor Saura.

El hombre gira el cuello para mirarme por detrás de su hombro derecho. Luego vuelve a

perder su mirada en las pocas nubes que pueblan el cielo mañanero de hoy y me

contesta:

- El famoso Joaquín Soler… Me pensaba que por una vez en tu vida se te iba a escapar

una buena entrevista. –No le veo la cara, pero su tono irónico me hace imaginar una

mueca sonriente del mismo calibre en su boca.-

- Bueno, pues como puede observar, no hay entrevista que se me escape de las manos. –

Intento responderle con el mismo toque irónico-

- No te equivoques Soler, nada se te puede escapar de las manos, porque nada tienes en

ellas. Si a caso, soy yo el que te tiene a ti en mis manos.

Quedo algo perplejo ante tal razonamiento, y me hacen falta tres segundos para

autoconfirmarme que él tiene razón, pues él no tiene nada que perder, salvo,

presuntamente, una vida que para nada le importa, o al menos eso parece. Yo, en
cambio, tengo ante mí la oportunidad de convertirme en un periodista único. Sólo si ese

hombre me lo permite.

- No se trata de quién tenga qué en sus manos. Quizás en este momento se trata de lo

que cada uno necesita, ¿no? Usted, por la razón que sea, ha pedido que yo y sólo yo

suba aquí. Así que usted, por algo, me necesita. Yo, a cambio de darle lo que quiere,

voy a recibir de su parte una entrevista que, como profesional, me va a beneficiar.

El hombre coloca los pies en tierra firme y se gira totalmente. Por fin veo su rostro.

Tiene rasgos bondadosos, casi de oso yogui, y lleva gafas finas de color verde oscuro.

- ¿Qué es lo que va a hacer que esta entrevista sea importante o morbosa?

Pienso durante un par de segundos para darle una respuesta que no sea demasiado

hiriente. Hago tiempo caminando hacia él y sentándome a su lado.

- Pues, con todos mis respetos, sabrá que yo no estoy aquí para convencerle de que no

se suicide. Así que lo impactante será que la entrevista va a producirse momentos antes

del suicidio de una persona. –Después de contestarle, creo que he sido excesivamente

directo. Sin embargo, tiene que saber que no estoy aquí para salvarlo e irme de copas

con él. Si así fuera entonces mi trabajo ya no valdría nada. Lo único que importa ahora

mismo es que dé a sus intenciones la encarnación que se merecen.-

- Adivino en tus ojos cierta ansia e impaciencia Soler. Estate tranquilo, sólo soy un

hombre sentado a tu vera. Supongo que dudas sobre si finalmente la entrevista te servirá

para algo o no, ¿verdad? No te preocupes hombre; estoy seguro de que sí. ¡Ah! ¡Y deja

de llamarme de usted!

- Con mucho gusto, Adolfo. –Saco la grabadora del bolsillo y hago ver que la pongo en

marcha (desde el primer saludo la máquina ya estaba en pleno funcionamiento)

Veamos… ¿Qué te ha llevado a estar aquí, con un pie dentro y otro fuera de este

mundo?
- El hecho de llegar a la conclusión de que da igual dónde estés, qué hagas o por qué.

Siempre, aun en los mejores momentos de tu vida, estás con un pie dentro y otro pie

fuera de este mundo. ¿Nunca has pensado en eso?

- La verdad es que no. Quizás las circunstancias en que mi vida ha transcurrido me han

permitido levantarme cada mañana sin tener que pensar en ello.

Adolfo me mira de reojo y me dice:

- No estés tan seguro, Soler.

Me asombra el peso con el que deja caer esa frase lapidaria, y le pregunto:

- ¿Qué quieres decir con eso?

- Pues quiero decir que, probablemente, aquellas circunstancias de las que hablas no

sean más que una sarta de mentiras, un pajar a rebosar que esconde tu realidad. Sin

conocerte demasiado podría jurar que siempre has vivido más fuera de este mundo que

dentro. La gente lee lo que escribes, y busca información sobre ti; conoce al Joaquín

Soler exitoso. Pero creo que tú no te conoces a ti mismo; no conoces tu yo. Creo que

sólo sabes quién eres cuando memoras tu aparentemente limpia faceta profesional,

mientras el resto de tu ser se pudre en el olvido con el que le has castigado.

Sinceramente, yo no podría querer a alguien como tú, a pesar de tu evidente destreza

periodística. ¿Qué piensas?

No sé cómo contestar a ese puzzle de suposiciones y opiniones. Me ha pillado por

sorpresa.

- Mi trabajo es mi vida, Adolfo.

- ¿Lo ves? Eres de mi quinta, y aun crees que tu trabajo es tu vida. ¿Crees también que

existe el ratoncito Pérez? Porque Soler, hay dos formas de ver esto: la primera es que en

realidad pienses que sólo vives por y para tu trabajo. Por lo tanto, humanamente no

vales más que una simple hormiga que se arriesga cada día a que la aplasten sin pensar
en otra cosa que en su función como trabajadora de un hormiguero que ni tan siquiera le

pertenece. La segunda forma sería comprender que tu trabajo es sólo una parte de tu

vida, y que sin él aun te quedan dos tercios de tu existencia por los que luchar.

No puedo replicar. Son palabras de contundencia demasiada y cualquier contestación

que formule será pobre al lado de éstas. Debo de aprovechar sus reflexiones. No puede

verme cediendo.

- ¿Es eso lo que te pasó a ti? ¿Dejó de importarte todo por tu trabajo?

El hombre agita su cabeza, insinuando que no he entendido nada.

- Amigo, eso es lo que te está ocurriendo a ti. No crees que pueda haber algo más

importante que tus entrevistas porque en tu ser, el lugar reservado para todas las demás

cosas está vacío, oscuro, envejecido prematuramente. No entiendes a las personas, pero

tampoco te interesa entenderlas ¿Por qué sino prefieres que alguien muera si con ello

consigues tener tu entrevista, a que ese alguien sobreviva, aunque por una vez tu trabajo

no sea beneficioso? ¿Cómo puedes argumentar desde la ética que quieras que un

hombre se suicide? –Se toma un respiro-. Pero no te preocupes compañero,

desgraciadamente no eres ninguna excepción hoy en día, lo cual no contribuye de todas

formas a que tu vida sea menos repugnante.

Este maldito hombre no habla por hablar. Me está acorralando y soy yo quien pregunta,

debo ser yo quien acorrala. Ni mi mirada ni mis movimientos pueden reflejar un ápice

de la tremenda angustia que me corroe, porque entonces caería en su trampa. No puedo

darle ese gusto a él, ni a mí el de seguir los consejos que un pequeño demonio me

susurra desde la parte siniestra de mi cuerpo sobre cómo empujarlo sin que se dé cuenta.

Le miro a los ojos y pronuncio algunas palabras empujadas por la desesperación del no

saber reaccionar.
- Adolfo, te estás equivocando conmigo. Si creías que yo sería el reflejo de lo que tú

sientes y que juntos podríamos consolarnos el uno al otro, estás errado. El que yo quiera

que mi trabajo me salga bien no me hace ser repugnante –joder, sí, sí lo soy. ¡Cámbiale

de tema Joaquín!- Por cierto, dime: ¿Qué piensas tú de la muerte? ¿Has cavilado sobre

qué le espera al funámbulo al otro lado de la línea cuando no hay redes por debajo?

- ¡Pues claro! No llegas a esta situación sin haber reflexionado sobre la vida y sobre la

muerte. No sé qué diría Shakespeare en mi lugar, o su Hamlet, pero yo creo que todo se

acaba, todo se gasta. Todo muere con el tiempo. Incluso el tiempo muere con el propio

tiempo.

Parece un hombre inteligente. Sabe lo que dice.

- ¿Y la muerte? ¿Muere la muerte? –Le pregunto-.

- No lo sé… Supongo que la muerte de la muerte equivaldría a la propia vida. Sería

como aquel “negativo más negativo equivale a positivo” que se aplica en las

matemáticas.

- Sería una pena que la muerte muriera… Tú no podrías consumar tu suicidio, y yo no

tendría lo que quiero.

El hombre se ríe, atraído por el humor negro de mi reflexión, y dice:

- Compañero, no sólo yo no podría suicidarme, sino que tus fantasmas estarían vivos.

¡Pasarías mucho miedo! – Vuelve a reírse, pero a mí no me hace nada de gracia- En

fin… La muerte que muere es una máxima que sólo puede pertenecer al mundo de las

cavilaciones sin sentido. Es como hablar de la vida que resucita, o de la muerte que

resucita. La primera no lo puede hacer porque su esencia es la propia vivencia. Es decir,

pura lógica. Y la segunda tampoco, porque un elemento que no vive, no puede revivir.

Es decir, pura y natural ciencia flagelada históricamente por los mitos, leyendas y

religiones.
- No obstante, la resurrección es un término que abarca algo tan antiguo,

probablemente, como la reflexión de nuestro más primitivo antepasado. ¿Cómo lo

explicas?

Se espera dos segundos y me contesta:

- Creo que sería muy fácil explicar por qué nació la idea de que podía existir lo que

nosotros llamamos resurrección: la fe. No lo sería tanto, sin embargo, explicar por qué

ni de la vida ni de la muerte se puede resucitar, salvando la pequeña reflexión que antes

te he explicado y que cualquier persona puede alcanzar. La vida es vida, y por tanto no

puede existir en la muerte. La muerte acaba con la vida, pero no la transforma en vida

muerta; ésta simplemente desaparece. El cadáver es del muerto, y no del vivo. No hay

cadáver de un elemento con vida. –Para un momento y me repasa con sus ojos- Aunque

hayan vivos que parezcan muertos…

No sé cómo contestar a eso, de manera que intento insinuar con un cambio de

orientación en la entrevista que sus palabras han pasado del sonido de su voz a la

ignorancia de todo aquello que no me interesa.

- Adolfo, ¿cuántos años hace que estás casado?

Adolfo se frota las manos mirándoselas, y me contesta:

- Catorce años. Antes había estado casado con la madre de mi hijo mayor.

- ¿Y has sido feliz en tus matrimonios? ¿Te ha faltado probar algo que nunca hayas

podido probar? Es decir: ¿Te has sentido satisfecho sentimentalmente como persona, en

todos los aspectos y significados que esta palabra comporta? –La segunda es una

pregunta comprometida, lo sé. Hay dos preguntas suavizantes que harán que el hombre

no se ofenda, y que con algo de suerte, habrán servido de vaselina para que lo

subliminal entre sin hacer daño-.


- Te contestaré rápido y sencillo: no, no soy un gay frustrado. –Vaya… Quizás hubiese

hecho falta más vaselina…-. Y por otro, si hubiera tenido todo el dinero que tú atesoras,

me hubiese hecho ilusión hacer el amor con mi primera mujer en un yate que vimos una

vez en unas vacaciones por la Costa del Sol. También me hubiese gustado bañar a mi

actual mujer con el sabor del champán que, tengo entendido según una entrevista

pedante que ofreciste al Night Show, tú bebes cada noche mientras lees, y luego tirarla

al jacuzzi y tener relaciones entre las burbujas con las que tú debes bañarte siempre que

quieres.

¿Me tiene envidia? ¿Es por eso por lo que ha querido que esté yo aquí? Mis labios están

secos, y aquella paciencia que me los humedecía se ha esfumado. Labios… Ojala mis

copas de champán hubieran tenido la compañía de otros labios que hablaran con voces

diferentes a las que pongo a los protagonistas de mis libros y a los fantasmas de mi

imaginación.

- Bueno, Adolfo, en ese aspecto quizás yo he tenido algo de suerte, pero…

- ¿Suerte? ¡En absoluto! –Sus palabras contienen gran indignación, pero a la vez gran

sentimiento de triunfo. No parece un hombre a las puertas del suicidio- ¿Dónde está la

suerte en una vida donde la soledad es el único estado que te rodea, siendo también el

único estado del que no quisieras estar rodeado? ¿Qué gracia crees que comprende el

éxito en una persona que no lo puede compartir con nadie? ¿Qué eres tú en una cama de

tres metros de ancho, o en una casa de cuatrocientos metros cuadrados? ¿No has soñado

nunca en donar toda tu fortuna a cambio de que un ente divino, o el destino, o el

elemento supranatural que sea, te condeciera la oportunidad de tener a alguien con quien

compartir todo sin necesidad de retribuir sus servicios? ¿Nunca te has dado cuenta de

que, teniendo todo el patrimonio que tienes, no pareces ser feliz?


Las palabras que retenía guardadas en mi interior se acaban de esfumar, y en su lugar

hay ahora un silencio sepulcral, como aquel silencio que tanto odio cuando abro la

puerta de casa. No sé qué debo decir. No me conoce de nada, pero ha tenido suficiente

con unos minutos para desgajar (o desquebrajar) todo mi interior, para encontrar

palabras que describieran quién soy y quién no soy y lanzármelas a la cara, ponérmelas

donde nunca nadie me las había puesto, ni tan siquiera yo mismo.

- Y tú que tienes muchas más cosas de las que dices que yo tengo, ¿por qué estás aquí,

dispuesto a perderlas? –le pregunto-.

- No es que esté dispuesto a perderlas; sólo pensaba que todos saldrían ganando. No era

realmente mi deseo hacer lo que estoy haciendo, pero llegué a la conclusión de que así

sería mejor ¿Y tú? ¿Por qué estás tú aquí? ¿Por qué un hombre que sabe que no va a

conseguir nada con esta entrevista no se ha levantado aun y se ha ido?

Me aterra decir lo que pienso, y contesto con ambigüedad:

- No lo sé…

Él realiza un gesto de intolerancia, y dice:

- Sí lo sabes, pero te asusta hablar. Te dan miedo demasiadas cosas. Odias el fracaso, y

siempre prefieres no dar la cara. Prefieres seguir aquí haciendo ver que todo va bien a

bajar y decirle a tu jefe que no lo has conseguido, que se te ha escapado la entrevista,

que era demasiado difícil para ti. Has vivido así durante toda tu vida profesional, Soler,

y es por eso que dices no saber por qué estás aquí todavía. Dudo, de la misma manera,

que sepas quién eres.

Nunca me habían hecho dudar sobre mi existencia. Cuando alguien me había

preguntado quién soy en otras circunstancias yo siempre había contestado bromeando

“un intento de periodista”. Pero este hombre lo tiene todo muy claro. Él ya sabe que soy

periodista, entrevistador, buscador de historias particulares y rocambolescas. Pero no


me está preguntando por ese Joaquín Soler, sino por aquél que se pone la tele en la

cama hasta que se duerme, o que intenta estar en contacto a todas horas con alguien, o

que alquila prostitutas por toda una noche para sentir el calor de alguien en la cama. Se

refiere a aquel que odia la soledad y el silencio, y que sin embargo vive con ellos por

temor a plantar cara a sus problemas. Me sudan las manos, y advierto un ligero temblor

en las piernas. Noto la garganta paralizada, como si fuera a romperse en mil pedazos, e

intento contestarle con tono bajo, para que no lo note.

- Mi vida se basa en buscar a gente que tenga problemas. Cuento a los lectores esos

problemas, para que nadie sospeche de los míos propios. De todas formas, no creo que

alguien se preocupara por ellos.

- ¿Lo ves? Otra vida impecable por fuera y podrida por dentro.

“¿De qué vas, engreído?” Pienso. Pero no se lo digo, porque de alguna forma, es la

primera persona que escucha mis preocupaciones. Yo siempre me he lucrado con los

problemas ajenos, pero no me he preocupado por ellos.

- Soler, compañero, mira al vacío. ¿Qué ves?

Inclino mi cabeza hacia delante. Desde la parte superior de un edificio de doce plantas

es difícil ver algo claro. Ahora mismo todo está roto. Ahora mismo ya no sé qué hago

aquí.

- Veo eso, un vacío. Un vacío infinito. ¿Qué viste tú cuando subiste decidido a tirarte?

- También vi un vacío enorme. Pero el vacío era físico. Nunca he dejado de tener en mi

mente a mis hijos, a mi mujer, los fines de semana en el campo con mis padres, las

fiestas con los amigos… - Para un momento y se roza los labios con los dedos de la

mano derecha- ¿Sabes? Te tengo que agradecer que vinieras. En realidad te hice llamar

porque estaba seguro de que mis últimas palabras serían para ti. Pero me has

demostrado que hay gente mucho más desgraciada que yo, y que no me merezco una
misa de suicidas. –Espera tres segundos y sigue- Amigo, estoy agotado. Tengo que

bajar. ¿Y tú?

Esa pregunta me ha golpeado en la cabeza como una vara de metal, y no por su dureza,

sino por la incerteza de la respuesta. Estoy desubicado, y desde hace unos minutos no sé

qué hago aquí viendo todo desde arriba, como siempre he hecho, creyéndome un dios.

Nunca he tenido claro lo que soy, pero ahora sé quién no soy. Me quedo callado, porque

prefiero no contestar. ¡Mierda! ¿Y por qué no contestar? ¡Joder, Joaquín, responde por

una puta vez en tu vida a algo! Ya basta de camuflarte…

- Sí… Yo también voy a bajar. Pero necesito estar a solas un rato, si me permites.

Me mira, me ofrece su mano para despedirse, y me dice con un tono irónico:

- Si esa es tu última voluntad…

4.

Escucho las sirenas. Veo a la gente agolpada abajo, como hormiguitas. Distingo

algún cochee de policía y una ambulancia. Ahora oigo el sonido de los coches, y

distingo las luces de la calle. El viento se nota más desde esta altura, aunque es en este

instante cuando por primera vez siento su fuerte golpe en la cara. Cuando Adolfo está

apunto de entrar al interior del edificio, se gira, y me dice:

- Si tú no tienes a nadie es porque nunca lo has querido. Nunca te has querido a ti

mismo, y no has permitido que te quieran.

Tiene razón. Tenía demasiado miedo para quererme.


El hombre sigue ahí, quizás esperando mis últimas palabras como yo esperaba las suyas

antes de su suicidio.

Hacía tiempo que no lloraba, pero mi filtro sentimental ha sufrido un colapso y ha

dejado escapar un par de lágrimas. Se me pasan por la cabeza mil y una cosas, pero no

acierto a recordar ninguna con claridad. Veo difuminado aquel día en que estuve con

una profesora de universidad que se había enamorado de un joven de primer curso y

éste la denunció por acoso, o cuando me enviaron a entrevistar a una señoritinga que

había salido de la mendicidad gracias a su historia de amor con un duque en Sevilla a

quien calentaba la alcoba en las noches de ausencia de la señora (tres o cuatro noches

semanales) a cambio de mil euros por noche, o cuando me cité con un señor que decía

tener relaciones sexuales con el espíritu de su amante de la adolescencia.

Lo miro. Me parece un ser ya muy lejano a mí.

- ¿Crees que cuando choque contra el suelo moriré en el acto? – Le pregunto-

- No lo sé. Supongo que sí. – Sus ojos están clavados en mí.-

- ¿No vas a decirme nada?

- Amigo, no estoy aquí para convencerte de que no te suicides. Te suena la frase,

¿verdad? – Me dice con un toque irónico-

Sí, claro que me suena.

- ¿Y crees que alguien se acordará de mí después de esto?

- Eres tú quien está ocupando mi espacio en ese borde de la azotea. Yo te recordaré. Tus

lectores… No creo que tarden en olvidarte. No sufras por ellos.

Parece un hombre totalmente distinto al que me he encontrado unas horas antes. Yo sigo

ahí sentado.
- Espero que allá donde vayas encuentres a tu verdadero yo. Aunque no estaría mal si

desde allí arriba haces alguna entrevista que otra… -Sonríe, y se va-.

5.

Da igual quién seas, qué hagas, y por qué. Siempre tienes un pie dentro y otro

pie fuera de este mundo. A veces actúas con razones y teniendo en cuenta las

consecuencias, y a veces actúas porque sí. A simple vista parecería que existe una

inmensa diferencia entre una opción y otra, pero cuando todo se ve desde encima de una

doceava planta adviertes que puedes haber hecho mucho para llegar a nada, o puedes no

haber hecho nada y llegar a mucho. Uno no decide cómo le van a ir las cosas. Pero sí

decide cómo hacerlas, y ello repercutirá en el resultado final.

Mi nombre es Joaquín Soler, y soy periodista. Hasta hoy he trabajado para la revista de

publicación mensual Aquí y ahora, cuya función es plasmar los momentos extremos de

la vida de personas al borde del abismo, en cualquiera de los sentidos. Hoy he venido a

Madrid con la intención de entrevistar a alguien que estaba al borde del abismo, sin

apercibir que quien estaba al borde de ese abismo era yo. Y nadie me ha empujado a

estarlo, salvo mi propia decisión de cómo quería que fuera mi vida. Como bien he

dicho, uno no decide cómo le van a ir las cosas, pero sí decide cómo quiere hacerlas. ¿El

resultado final? Preguntádselo mejor a los ojos que me esperan allí abajo. Me llevaría la
grabadora conmigo, pero a riesgo de que esta mi última grabación quede inaudible,

permito que se quede mirando como me alejo de ella para siempre.

Un saludo desde Aquí y ahora.

También podría gustarte