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De lo segmentado a lo masivo: gusto, personalización y


multiplicación de los objetos urbanos.

Augusto Solórzano

Magíster en Estética

El protagonismo que el diseño industrial, gráfico, de vestuario y de


interiores tiene hoy en la vida de las personas, ha despertado dentro
del panorama académico un inusitado interes por reconstruir la
historia de cada uno de estos campos. En razón de ella, se empieza a
notar una reescritura sobre la manera en que los objetos, las
imágenes, el vestuario y la decoración, son factores inherentes a los
modos de pensar y actuar del hombre contemporáneo.

Esta noción de la historia, es muy diferente a la perspectiva


tradicional. Lejos de los caudillismos, la noción bélica y el análisis
minucioso de la vida de los personajes, la historia del diseño hace
referencia a cómo se han desarrollado ciertos comportamientos en
torno a los objetos prácticos. Adicionalmente, existe un marcado
interes por determinar la manera en que los materiales, en una época
en particular, condicionan las posibilidades constructivas de los
objetos. De plano, la historia del diseño también se interesa por los
imaginarios de progreso, bienestar, comodidad, lujo y confort que se
crean en torno al diseño en general.

En esta exploración por la Nueva Historia, también se ha puesto de


relieve preguntas importantes sobre cómo han evolucionado los
estilos, la relevancia que las estrategias tienen en la comercialización
de objetos, la consolidación de la profesión de diseñador, los cambios
sociológicos que traen consigo la incoporación de nuevos productos
en la vida cotidiana, las incidencias culturales que acarrea el cambio
de las formas estéticas ,entre otras. Como desde ya puede verse, se
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trata de un territorio en el cual, el factor histórico es indisociable de la


estética, la ética, la política, la sociología y la antropología.

A manera de metáfora, la historia del diseño puede ser vista como


una madrigera de conejo que dispone de una sola entreda y miles de
salidas, todas igualmente importantes. Esta malebalidad para
abordarla, no ha de ser vista como una falla conceptual. Todo lo
contrario, en razón de ella, es posible validar aspectos de la vida
fáctica que antes no eran tenidos en cuenta por las líneas
tradicionales de la historia.

Uno de los aspectos que esta dinámica histórica permite abordar, es


precisamente, el de la individualización de los objetos. Para empezar
a indagar sobre el origen de esta tendencia, es necesario tirar lazos al
pasado, especifícamente al siglo XVIII. Precisamente, es en ese
momento, que la indagación histórica en torno a algunos objetos de
uso práctico, revelan el porque la personalización es un fenómeno
inherente al surgimiento de la burguesía, la consolidación de las
grandes ciudades, la producción masiva y un claro interes por la
estética y el gusto vinculados principalmente al arte y la naturaleza.

Siguiendo esta veta, lo primero a señalar, es que con el asenso de la


burguesía, se crea un nuevo sistema económico fundamentado en el
intercambio de mercancías y el consumo acelerado de bienes. Como
tal, este nuevo sistema había fomentado una marcada competitividad
comercial, cuya resultante, fue el egoismo extremo. En este
contexto, los burgueses sentían que sus lazos comunitarios, se veían
seriamente debilitados. En las ciudades reinaba el anonimato y la
figura del otro resultaba cada vez más extraña. La desconfianza,
había creado un pesado aire que afectaba a una serie de
comunidades que poco tiempo antes habían logrado mantenerse
unidas en razón de compartir intereses comunes en torno al trabajo
solidario.
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Para entender la complejidad de este oscuro panorama sociológico,


es necesario identificar y explorar las salidas que el burgués trazó
para hacerle frente a este problema. En razón de ello, basta dirigir la
mirada hacia algunos espacios sociales creados en el siglo XVIII,
especifícamente sobre las fincas de recreso, cuya tarea básica fue la
de hacer las veces de escenario de la socialización y reactivación de
los vínculos sociales. En esta especie de teatro de lo humano,
algunos objetos cotidianos serán fundamentales para el desarrollo de
este proceso. Así, el gusto por las ruinas, el perfeccionamiento de
mobiliario para exteriores, el vestido, la decoración del hogar entre
mucho más, revelarán una serie de comportamientos, cuyas raices se
mantienen vivas hoy.

Gusto y socialización.

William Kent, design for the Chats-worth hillside, with river gods reside the two
temples.

Al abordar desde la historia del diseño cómo se consolidaron y


popularizaron las fincas de recreo, es posible identificar que la
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finalidad última de éstas, era hallar un espacio en al cual, los


hombres y mujeres pudieran compartir momentos de ocio y
esparcimiento. Hábilmente, los burgueses concibieron que ese
balsamo de unión era el gusto. Aunque se trata de un concepto muy
equívoco, éste designaba las preferencias particulares e individuales
en todo lo referente a las creaciones artísticas, la naturaleza, los
espacios y también a los objetos cotidianos. En sístensis, el gusto era
el conbustible que daba vida al dialógo y el intercambio de opiniones,
factor esencial para mantaner vivo el sentido de pertenencia a una
comunidad.

Precisamente, es en ese momento que se despierta un inusitado y


generalizado interes estético por los objetos. Por esta razón, ellos
empiezan a tener una dinámica de diseño, circulación y consumo
mucho más ágil, que intenta sutisfacer las demandas del creciente
mercado burgés. La gran proliferación de objetos, se presenta cuando
se descubre que la clasificación entre lo masculino y lo femenino
potencializa sustancialmente el flujo del mercado. La reconstrucción
histórica que se ha hecho en torno a objetos tan sencillos como los
peines, muebles, cuadros decorativos, cerámicas, muestra cómo
éstos son indisociables de las pretensiones sociales de empezar a
atender las demandas de un mercado cada vez más sectorizado.

Catálogo de navajas. En él se aprecia la sectorización de mercados. 1858


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Un caso representativo de lo mencionado hasta aquí, se ve reflejado


en los fabricantes de navajas quienes en los albores del siglo XIX,
pasaron de construir un único modelo a ofrecer 39 diseños para
hombres y 17 para mujeres. Este sencillo ejemplo es apenas un
indicativo de cómo la oferta de diseños atiende a los deseos de
individualidad de la burguesia. Las pequeñas variaciones en los
objetos, tenían como finalidad, despertar en las personas el deseo de
diferenciarse de los demás. Todo esto fue fue posible gracias a que el
gusto como adherente indispensable para la socialización, había
permitido surzir la brecha del egoismo extremo y la desvinculación
comuninaria.

sectorización de los mercados. 1902

Cuando el mercado se percató de que este era el combistible que


motivaba a las personas para adquirir varias versiones de un mismo
artículo, esta proliferación de objetos fue creciando con más fuerza.
De plano, no ha de olvidarse que la loceria con decorados infantiles
que recreaban escenas de cuentos populares o los distintos aromas
de los jabones, son el resultado de esta diversificación del mercado
que para el siglo XIX ya se posiciona como el paradigma de la
producción.
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El aporte intelectual

Como desde ya ha de notarse, existe un vínculo indisociable entre las


necesidades reales de la sociedad, la creación de espacios públicos
cuya misión es la socialización y el creciente apogeo de todo tipo de
objetos de uso diario.

A la par con esta dinámica cultural del siglo XVIII, los filósofos,
economistas y sociólogos, empiezan a analizar detalladamente las
incidencias que el gusto tiene en la configuración de la sociedad.
Como ninguna otra época en la historia, es allí cuando se genera una
amplia bibliografia sobre la relación que existe entre el gusto, la
moral, la sociabilidad, la ideología y demás. Paralemente al aporte
intelectual, las personas del común se dan a la tarea de disfrutar y
descubrir una gran cantidad de gustos en torno a cosas prosaicas
que antes les eran totalmente ajenos. Este proceso de teorización y
ampliación del panorama de gustos antropológicos, se llevó a cabo de
forma paralela. Era frecuente que los filósofos escribieran columnas
semanales en los periódicos donde les explicaban a las personas qué
placer podía sentirse frente a cosas tan cotidianas como el canto de
un pájaro, una caminata por el campo o el placer que despertaba la
conversación en un día soleado.

El interes por estos temas había cautivado la atención de los


burgueses, quienes veían en la filosofía un terreno abonado para la
formación integral de la sociedad. Es bien conocido el texto Los
placeres de la imaginación, donde J. Addison motivaba a las personas
a salir a la naturaleza y descubrir en ella los fenómenos naturales
asociados con la grandeza, la belleza y la novedad. Otros autores
como W. Gilpin y R. Price, seguirán explorando esta perspectiva
teórica que entrará en choque con los planteamientos conservadores
del gusto y la belleza del el arte. Todas estas razones justifican el
porqué, el el siglo XVIII es conocido como el siglo del gusto. En clara
concordancia con este apelativo, se encuentra el hecho de que la
discusión en torno al gusto, abandonó los famosos Salones del siglo
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XVII en los cuales los aristócratas se reunián para discutir sobre


temas como el refinamiento y los modales. En lo que se conoce como
el paso del Buen gusto al gusto, hubo una amplitud enorme del
panorama estético y aquello que Addison llamaría grandeza, belleza y
novedad, terminará por consolidar una estética en torno a lo sublime,
lo bello y lo pintoresco.

Thomas Gainsborough “El Sr. Y la Sra. Andrews. 1748-1749

Como punto central de la discusión, vale decir entonces que mientras


los viejos Salones de arte restringían la posibilidad de sentir placer
estético tan solo a algunos aristocrátas privilegiados, la burguesía
concebia la naturaleza como un escenario de socialización que
fomentaba el diálogo y el disfrute de las personas.

El reconocimiento de la naturaleza como fuente generadora de


placeres físicos y corporales, constituyó un paso trascendental para el
apuntalamiento de toda la teória estética empirista. Caminar,
escuchar los cantos de los pajáros, ver los arroyuelos correr y
descubrir los pequeños y curiosos secretos que se aguardan en la
naturaleza, serán placeres sobre los cuales los filósofos centraran su
mirada. Quienes abogaron por descubrir las curiosidades en la
naturaleza, se encontrarán con una serie de autores preocupados
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más bien por esa otra cara fuerte de la naturaleza que reduce al
hombre a lo insignificante.

La burguesia y la exclusión social

Asilo Nocturno 1840

A pesar de los inminentes cambios culturales que para la época se


presentan en torno a los espacios y los objetos, se crean también
unas formas de exclusión social, cuyas raices se extienden hasta
nuestros días. Con certeza, no todo el grueso de la sociedad podía
darse a esta tarea del disfrute. El rápido paso de lo rural a lo urbano,
de lo artesanal a lo fabril, trajo consigo hondas diferencias sociales
que se verán reflejadas en una creciente pobreza.

Cuando se habla de la Revolución Industrial, generalmente se hace


apología al desarrollo que se dió en razón de las máquinas y la
utilización del carbón como combustible. Sin embargo, se deja de
lado el impacto negativo que este desarrollo tuvo en las
comuninadades artesanales que antes se mantenián unidas en razón
del trabajo comunitario, la solidaridad y el conocimiento íntimo del
otro.

Un ejemplo representativo de la desvinculación social, lo constituye la


ciudades como Manchester, que en plena revolución industrial,
triplicó su población en menos de una década, sin contar con la
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infraestructura que brindara las condiciones mínimas de vivienda y


servicios que esta orda de inmigrantes requeria. Considerar a
Inglaterra como el paradigma de esta Revolución no es fortuito.
Mientras geopoliticamente, los imperios europeos intentaban
resguardar celosamente sus fronteras físicas, culturales y
económicas, los puertos ingleses estaban abiertos todo el tiempo.
Así, mientras en todo el continente prevalecián las taras fronterizas y
las barreras idiomáicas y simbólicas, Inglaterra sacaba provecho de
grandes despensas territoriales dispersas a lo largo y ancho del
mundo. Aunque obviamente existía el intercambio comercial en
Europa, éste era entorpecido por los intentos expansionistas y las
actitudes monárquicas.

Thomas Gainsborough

La posición privilegiada de Inglaterra, le había permitido a algunos


hombres, acuñar grandes fortunas que eran gastadas en lujos y
exentricidades. Una de ellas, y tal vez la más revolucionaria en todo
lo que tiene que ver con respecto al gusto, fue precisamente, la
creación de la casa de campo como lugar de socialización de los
burgueses. Así, el campo dejó de ser visto como un lugar agreste
donde la dispendiosa labor de cultivar la tierra y vérselas con
animales era la orden del día. Por supuesto, para que esto fuera
posible en el mundo burgés, el campo necesitaba ser embellecido.
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Esto se logró gracias al poder de la alegoria. En sus fincas de recreo,


los burgueses creaban senderos al lado de los cuales ubicaban
estatuas griegas y romanas que eran adquiridas como curiosidades
en los Toures que hacían por los diferentes paises. Estos recorridos,
generalmente eran realizados por los hijos de los adinerados antes de
tomar posesión de los negocios de la familia. La finalidad de viajar,
era la de conocer con mayor profundidad las culturas de otros
lugares. A manera de souvenires, las ruinas eran llevadas y
dispuestas en las fincas, de tal manera que al hacer el recorrido, los
paseantes pudieran reconstruir en su mente pasajes representativos
de obras clásicas. Para la época, Italia se había convertido en el
mayor exportador de runias de toda Europa. En busca de estos
objetos curiosos, literalmente, se desmantelaron una gran cantidad
de templos. El saqueo llegó a ser tan grande que al cabo de algunos
años, las ruinas empezaron a escasear, razón por la cual, fue preciso
empezar a fabricar replicas que cubrieran las necesidades de un
mercado en ascenso.

Para empezar a ahondar en este aspecto, vale decir entonces que,


paralelamente a la actividad comercial que identificó a la burguesía,
se creó tambien un espacio para el esparcimiento. Los burguses
fueron los primeros en trasladar sus casas a lugares lejanos del
trabajo. La idea de las casas a las afueras de la ciudad, también es un
triunfo de esta clase social. Si la fábrica era un lugar sucio donde no
se podia escapar de la rutina, la casa burguesa debería ser
totalmente lo opuesto, razón por la cual, ésta debería estar lo más
lejos posible de la contaminación de las máquinas y de la pobreza
extrema que caracterizaba a la clase trabajadora. En resumen, el
hogar pasó a convertirse en todo lo opuesto a la fábrica. Sin embargo,
este tránsito no fue fácil de dar y solo hasta finales del siglo XVIII e
inicios del XIX la costumbre de los empresarios de morar lejos del
lugar de trabajo se popularizó totalmente entre este círculo social.
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Óleo de 1801. Fundición de Noche. P.J. Loutherbourg

Es de notar que la extrema racionalización del trabajo que introdujo el


sistema de producción en serie desarrollado en las fabricas, se
contrapuso radicalmente al espacio ilusorio de la casa burguesa. El
hogar pasó a ser considerado como un depósito de las virtudes
perdidas o negadas en el mundo exterior. La ruptura sustancial entre
el mundo público del trabajo y el espacio privado del hogar, fue
posible gracias a la gran cantidad de objetos que hacían parte de esta
decoración integral. Cortinas, pinturas, muebles exóticos frisos en las
paredes, recubrimientos de madera, tapetes, vitrinas, cerámicas
decorativas, esculturas y tantas otras cosas más, reflejaron las
infinitas ansias por atesorar todo cuanto se le cruce por el frente al
burgués.

El exceso de objetos en los hogares tenia como objetivo preciso crear la sensación
de hacer de la casa un lugar de ficción
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El exeso de objetos en los hogares tenía como objetivo preciso crear


la sensación de hacer de la casa un lugar de ficción donde floreciera
la ilusión de un mundo apartado de las cosas ruines de la vida. El
interior de estas casas, constituye el reflejo de la doble la moral
burguesa. En su afán de obtener ganancias, no importaba explotar
salvajemente a los menos favorecidos durante el día, y por la noche,
lo importante era escapar de la mundanidad y el contacto de aquello
que brindaba la riqueza. Es así como el hogar se configura un espacio
privado y apartado que resguarda al brugués de los embates de la
realidad.

En el estudio realizado recientemente sobre la evolución de los


hogares, el historiador del diseño Richard Forty hace una clara
referencia a la manera en que, justamente cuando este tipo de
hogares se han popularizado en la década de 1890, surge en el
campo de la medicina la histeria femenina. Como tal, ésta es el
resultado de un ocio intelectual y de la exclusión artificial de todos los
sentimientos ruines del hogar. Este mal que se constituyó en foco de
interes para el psicoanalista Sigmund Freud, encontró rápidamente
respuestas por parte de los diseñadores de la época.

Catálogo promocional de los vibradores


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En 1902 Hamilton Beach, presentaba al mundo el primer vibrador


eléctrico que era ofertado con fines terapeúticos. Su popularidad,
llegó a ser tan grande que incluso era promocionado puerta a puerta.
También era frecuente encontrarlo como el protagonista de un
servicio de relajación que ofrecian los centros vacacionales.
Diferentes revistas de moda y catalogos comerciales, lo llegaron a
ofrecer como un artículo antiestres en la primera década del siglo XX.
Los grandes almacenes Sears, decian de él que era “muy útil y
satisfactorio para el uso casero”.

Este tipo de promociones fueron utilizadas hasta 1952 cuando un


informe de la asociación de psiquiatria norteamaricana, aseguró que
la histeria femenina, más que una enfermedad, era en realidad un
mito anticuado.

Imagen de mujer histérica 1860

Otro factor que contribuyó a la connotación negativa de este aparato,


cuyo origen se remonta 27 000 años a.C, fue el cine pornográfico que
desde 1908 ya se constituía en una pujante industria alimentada por
un número considerable de seguidores clandestinos. Prontamente, el
vibrador dejó de ser visto como el intrumento para “curar” los
episodios histéricos y desapareció del mercado hasta la década del
setenta cuando surgen las famosas Sex-Shop.

Objetos para la distinción social


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Uno de los aspectos que más le interesó a la burguesia fue crear y


mantener a través de los objetos y espacios, parámetros de distinción
social. Esta tarea reconfiguró permanentemente el panorama de los
gustos antropológicos. Tal vez, el mayor escenario donde esto se
hace evidente, es en el vestuario femenino. A lo largo del siglo XVIII,
éste experimentó notorios cambios, no tanto a nivel fomal sino más
bien, en la forma de ser producido. Esto guarda una estrecha relación
con el hecho de que la Revolución Industrial gestada en Inglaterra,
había enfocado sus intereses en este tipo mercado. La abundante
producción de algodón de la India que surtía a Inglaterra, hizo que los
industriales se preocuparan por agilizar la producción de vestidos que
luego eran exportados a todos los lugares del mundo. Manchester,
llamada popularmente “Cottonopolis” albergaba grandes fábricas
textileras, en las cuales, eran contratadas principalmente mujeres y
niños que enfrentaron la cruda realidad de ver cómo el interés
económico, llegó a convertir la actividad humana en una mercancía
más.

Diez pasos necesarios que requería una mujer para ponerse su vestido1874

Antes de la industrialización, los vestidos eran prácticamente objetos


de lujo. Las 28 yardas, cerca de 25.5 metros que se necesitaban para
hacer un traje femenino, requerian de procesos de estampación que
resultaban extremadamente costosos en tanto que se hacian a mano.
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Particularmente, las telas eran estampadas mediante una técnica


artesanal. Ésta consistía en una separación de colores que se hacía
en distintos bloques de madera,los cuales eran tallados
minuciosamente. El bajorrelieve resultante, se llenaba luego con una
cantidad precisa de tinta que se presionada contra la tela de algodón.
Este exhaustivo proceso, requería de artesanos calificados que
empezaron a desaparecer del mercado, en razón de la adaptación de
nuevos métodos tales como la estampación a través de laminas y
posteriormente la adopción del proceso de rodillo.

Muestrario de estampados 1850

Hacia 1849, el sistema de la moda de la época fue descrito por Henry


Mayhew como un juego de oposiciones entre lo “elegante” y lo
“vulgar”. Sus apreciaciones se basan en la observación detallada de
las formas de producir el vestuario y de los usos que las personas les
daban a éste. Así, mientras el sector elegante se caracterizaba por
poseer trabajadores mejor calificados, en el sector vulgar
predominaba un aire de informalidad, hacinamiento y
sobreexplotación. Para la época existían cientos de patrones que
subcontrataban el trabajo de la costura a destajo. De hecho, llama la
atención ver cómo parte de la producción era hecha por las
trabajadoras en sus propias casas. Los sueldos eran irrisorios y la
confección de una libra de ropa tenía el mismo valor que una taza de
café o de té.
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Interior de taller a destajo. 1850.


Hacia 1849, seis de cada siete trabajadores se hallaba laborando en
el sector vulgar en Inglaterra1. El alto costo del vestido femenino
había desarrollado un mercado importante por los vestidos usados,
cuyas compradoras eran principalmente mujeres de clase media. Este
hecho corrobora ya el surgimiento de esa estética kitsch, que Marta
Zátonyi ha definido como una “relación”2 que, al ser incluyente, le
permite al hombre hacer lo que no es suyo y suponer lo que debe
hacerse en sociedad.
Con la introducción de las nuevas técnicas, hubo un marcado interes
por los estampados de las telas. Sin embargo, la calidad del tejido y
los motivos de estampación, fueron convertidos en la pauta de
distinción social. Los diseños fueron usados de manera distinta en
ambos mercados. Así, los estampados simples quedaron destinados a
la clase trabajadora, mientras que los diseños más complejos fueron
destinados a la clase alta.

1
Hacia 1851, el 40% de la exportación británica que reportaba la industria textil de
la ciudad de Manchester, que en la época poseía una población de 300.000
habitantes y era más representativa en este dominio, merecerá el nombre de
“Cottonopolis”. Belsaga, Olga María. A obra ficcional e jornallística de Henry Mayhew.
Oporto: Universidad de Oporto. p. 4. 2002. (Traducción propia)

2
ZÁTONYI, Marta. Una estética del arte y el diseño de imagen y sonido. Buenos Aires:
Nobuko. p. 204
17

Con la popularización del vestido la burguesía rechazó los estampados

A la luz de estas consideraciones, solo queda reconocer cómo la


incorporación de ciertos atributos en los materiales del vestido,
trasciende las funciones mismas de las cosas. En esta búsqueda
estética por mejorar las cualidades de esas cosas, lo que realmente
se pone en juego, es la configuración de todo un sistema general de
signos de cuyos significados se deriva la lógica del sentido común.
Aunque la calidad de las telas nunca fue la misma y, literalmente, la
máquina no pudo superar la mano del hombre, la inclusión del
proceso industrial posibilitó el trabajo en serie.

La producción más ecónomica de vestidos, hizo que las mujeres de


clases medias y bajas, pudieran acceder más fácilmente a este
preciado bien. Antes de esto, ellas estaban obligadas a usar trajes de
segunda mano. Frente al posible emparejamiento social, la burguesia
reaccionó de manera tajante, cuando rechazó por algún tiempo el
estampado floral y optó por vestidos de algodón blanco que imitaban
los modelos clásicos. Fue a través de estas preferencias que esta
clase social siguió manteniendo su rango distintivo. Hacia 1818,
también era frecuente que las trabajadoras se vistieran con trajes a
cuadros, una especie de patrón cultural impuesto por lo dueños de las
fábricas que hacía las veces panóptico cultural de distinción.

El caso de la moda, resulta por demás paradójico. Mientras las


mujeres pertenecientes a las clases altas disfrutaban de una oferta
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sin igual de estampados, las costureras que trabajaban para


satisfacer las necesidades de los cuatro meses que duraba la estación
de moda, trabajaban entre 15 y 18 horas diarias. Los negocios
urgentes, exigían que el tiempo de descanso estuviera limitado a
cuatro o seis horas, teniendo como “único límite real la incapacidad
para sostener la aguja”3. La descripción que hace Fuchs de esta
situación en su Historia ilustrada de la moral sexual es por demás
reveladora:
“Hay casos en que estas criaturas inermes no se despojan de sus
vestidos durante nueve días seguidos, y sólo pueden reposar de vez
en cuando algunos momentos sobre el colchón, donde se les da
comida troceada para que puedan tragarla en el menor tiempo
posible”4.
Las terroríficas condiciones del trabajo llevaron incluso a que el
Parlamento Inglés tomara cartas en el asunto, dándose a la tarea de
realizar un censo sobre las condiciones reales del trabajo cuando
corria el año de 1864. Su resultado, reveló las abruptas condiciones
que debían enfrentar las mujeres y niños que, desde los 5 o 6 años,
ya eran incorporados al sistema productivo por cuenta de más de
30.000 empleadores.

Esta descripción, no solo llama la atención por lo aberrante de la


realidad, sino además porque en sí mismo, este sistema productivo,
reveló el más alto grado de inhumanidad y aislamiento del hombre en
el trabajo. Cuando este autor asegura que “la máquina de vapor
erigió su dominio sobre cientos de miles de cadáveres infantiles”
resume en gran medida el porqué el trabajo perdió cualquier
valoración estética que había tenido en los tiempos de los gremios
cuando era el vínculo comunitario sobre el cuál se trazaban las metas
colectivas.

3
FUCHS, Eduard. Historia ilustrada de la moral sexual. Madrid: Alianza. 1996. p. 65
4
Ibid. pp. 62-64.
19

Con todo esto, vale decir entonces que el desarrollo y crecimiento


industrial y económico, puso de manifiesto que la actividad física y
productiva, era el reflejo de una estrechez de las condiciones
económicas de la existencia. Solo quien dispusiera de cierto capital,
podría liberarse de estas penurias y acceder a una vida sin
restricciones en la cual, la belleza podría ser disfrutada en toda su
plenitud.

Objetos sociales destinados para la distinción.

Plato utilizado por la burguesía Loza de cocina 1908

En otros terrenos de la vida cotidiana, también era posible encontrar


en los catálogos promocionales de locería, una distinción radical entre
las vajillas burguesas y las vajillas utilizadas por los trabajadores
rasos. Así, mientras las primeras se caracterizaban por tener
hermosos decorados, los segundos eran totalmente lisos y tenían una
marca distintiva que generalmente correspondía a una sencilla letra.
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Diferencias entre las habitaciones de los empleados y de sus patrones

Esta distinción que puede rasterarse hasta 1890, se extiende también


a objetos como sillas y muebles de dormitorio, camas y armarios. Así,
mientras los muebles de los patrones burgueses se caracterizaban
por buscar la confortabilidad y la ostentación, los de las empleadas
domésticas eran sencillas y pequeñas camas de hierro, acabados
simples y carencia absoluta de ornamento. Las cómodas y sillas,
generalmente hechas en madera de pino natural y producidas a muy
bajo costo, guardaban una línea simple restringida únicamente a la
funcionalidad. En el fondo, estos objetos se encargaban de recordarle
al empleado que no debía compararse con su patrón5.

La historia de las cosas sencillas como el juego Meccano es


reveladora para ilustrar cómo los juguetes hasta el siglo XVII también
estuvieron restringuidos a ciertas clases sociales y, especialmente a
los adultos, quienes se divertian con soldados y muñecas.

Juego Meccano inventado por Frank Hornby

En una época, en la cual los regalos que se les hacían a los niños eran
elaborados mayoritariamente por los padres, Frank Hornby creó una
solución que aún hoy sorprende por su belleza y funcionalidad. En la
descripción que hace sobre cómo llegó a este diseño, Hornby da
5
FORTY, Adrian. Historia de desejo. Sao Pablo. Cosacnaify. 2007. p. 115.
21

ciertas luces sobre el descubrimiento de las cualidades sensibles de


los materiales, la búsqueda de la belleza y la necesidad de hacer algo
funcional. Ante la meta de regalarles a sus hijos unas grúas y la
imposibilidad de encontrar piezas que le permitieran construir la
forma de ese aparato, perforó nueve placas de madera que podían
ser intercambiables gracias a un sencillo sistema de ensamble.
Construir casi cualquier cosa a través del juego en un escenario
donde pululaban los papeles tapiz, el mobiliario rococó, las pesadas
cortinas, las alfombras y las manualidades Art Noveau, permitieron
introducir el espíritu industrial al hogar. Este tipo de juego puso de
manifiesto que aún en una sociedad mecanizada, era posible
encontrar y disfrutar de la belleza gracias al poder de la imaginación.
Sin lugar a dudas, la conceptualización particular llevada a cabo por
este artesano, constituye otro de los modos de hacer que precisan de
“un tipo específico de conocimiento”6 a partir del cual, el hombre
enriquece en el plano cotidiano sus formas de habitar. Corroborando
una vez más que existen cosas que no tiene edad y que son capaces
de permear las instituciones, este juego de piezas para armar que
salió al mercado en 1901, prontamente fue incorporado como parte
de la “Escuela activa” que el pragmatista John Dewey concebía para
la educación norteamericana.

Historia del diseño y el interes por los combustibles

En clara concordancia con la manera en que el diseño aborda la


historia, me interesa resaltar cómo la factura de ciertos objetos está
vinculada con los combustibles. Para ilustrar esto, quiero volver la
mirada hacia las copas de vino. Estos objetos tan comunes hoy en
día, tienen un antecedente directo con la plateria. Antes del
desarrollo formal de las copas de vidrio, éstas eran tazones
generalmente de plata que, como cualquier objeto de uso personal,
portaban los viajeros y personas del común en sus bolsillos. La
6
De CERTEAU, Michael. La invención de lo cotidiano. Tomo I. Artes de hacer. México:
Universidad Iberoamericana. 1996. p. 43
22

importancia de este objeto, llevó a muchos artesanos a especializarse


en su fabricación, desarrollando así toda una estética del ornamento
conforme a los gustos y exigencias personales de los clientes. Con
esmerada atención, las asas tenían hermosos diseños y sus formas
variaban según su dueño. Vinculado a este objeto, también se
encontraban los calígrafos que marcaban las tazas con los nombres o
frases célebres.

Los siglos anteriores al XVII, no conocieron las copas de vidrio. La


razón de ello, radica en que la tecnología de esa época no logró
desarrollar el calor necesario para lograr fundir el material hasta
lograr el grado de plasticidad que exige el vidrio. Las altas
temperaturas que este proceso requiere, nunca fueron logradas con
los hornos que utilizaban la madera. Solo cuando la revolución
industrial hizo del carbón el combustible que mueve toda la industria
en general, el vidrio se hace dócil y sutíl. Con la trasparencia y la
posibilidad que ofrece de ser tallado, las copas dejan de ser algo que
se transporta y personifica. Su frajilidad las obliga a convertirse en
objetos que deben mantenerse en un lugar especial para que la
rudeza del trajin diario no les estropee.

Nace entonces el exibidor de cristal, un refugio donde las copas han


de aguardar para ser usadas. En poco tiempo, la historia de las tazas
que servián para beber vino es prontamente olvidada y con ello se
entierra la posibilidad de que cada quien cargue lo suyo.

La historia del tenedor, también remite a cómo ciertos objetos que


inicialmente fueron diseñados bajo el imperativo de la
personalización, con el tiempo pierden esta característica y se
convierten en objetos comunes al hogar. Cuenta la historia que
cuando la princesa griega que había contraido matrimonio con un
Duque de Venecia sacó en plena reunión su tenedor, los comensales
quedaron aterreados. Las dos puntas doradas con las cuales ella
23

llevaba la comida a la boca, fueron vistos por los nobles con gran
rechazo y temor. Los comentarios llegaron a oidos de la iglesia y,
específicamente de San Buenaventura, quien al poco tiempo de la
muerte tragica de la Dogaresa, aseguró que se trataba de un castigo
divino.

Reflexión final

A manera de conclusión, puede decirse que, cuando la historia del


diseño indaga sobre el objeto, salen a flote un sin número de
relaciones sociológicas y antropológicas que antes pasaban
desapercibidas. Los ejemplos anteriores constituyen apenas un
pequeño panorama de las relaciones que existen entre el gusto
estético y la personalización de los objetos. Indagar sobre esta
relación, precisa volver a mirar la historia de los procesos
productivos, los combustimbles que posibilitan el desarrollo formal de
los objetos, los desequilibrios que acarrean las distintas formas de
producción. Hoy, cuando se abiertamente se habla de un capitalismo
funerario, capitalismo de ficción, era posindustrial y tantos otros
apelativos más, es necesario indagar en las raices que condujeron a
las valoraciones, creencias, comportamientos y juicios que hacemos
con respecto a los objetos cotidianos.

Como tal, resulta imposible distinguir entre la esfera privada y pública


del objeto. La razón de este argumento, radica en que éste se halla
inmerso en un movimiento constante entre un flanco y otro. Así, por
más privado que el vestido, la copa, la mesa, la vajilla o la silla sean,
siempre tienen una proyeccción hacia lo social. De ahí, el infinito
valor comunicativo de los objetos. Así como no existe comunicación
sin por lo menos dos agentes que participen en ella, tampoco existe
un objeto que no sea portador de miles de mensajes culturales,
antropológicos, estéticos, morales, éticos, sociológicos y demás.
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Precisamente, esos mensajes son los que hasta ahora empiezan a ser
develados por la Historia del diseño.

Solo hasta hoy, empieza a generarse una literatura interesada en


estos temas. La razón de ello, es que el estudio del arte vinculado con
la estética ha ocupado un lugar protagonico que se extiende hasta
nuestros dias, opacando radicalmente el estudio en torno a los
objetos. Esto es importante de señalar aquí, pues la historia del
diseño plantea un reto importante para abordar la estética desde
terrenos diferentes al arte. La preocupación por todos esos objetos de
uso cotidiano a los que apelaban los burgueses y que sedimentaron la
ideología del gusto de la época, empiezan a revelar grandes pistas
sobre cómo las cosas prosaicas están vinculadas con los aspectos
ideológicos que rigen a una sociedad.

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