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Desde un principio es fácil observar que, así expuestos, los hechos aparecen
distorsionados, con una dimensión de la que carecen. El POUM es un partido con más
libros que militantes; es insólito que una organización de esas características acapare
tanta atención. Además, a juzgar también por el número de libros que se han difundido,
Nin es el muerto más importante de la guerra civil; debió ser un personaje de mucho
relieve durante la República porque algunos le rinden un culto que ya lo quisiera Buda
para sí. Lo de Nin fue un magnicidio. Inflando los hechos de esa manera es como si el
crimen fuera aún más horroroso: no sólo los pérfidos stalinistas mataron a un opositor
político, sino que este opositor político era algo así como un lenin hispánico, un
revolucionario de gran valía, un teórico, etc. Al aumentar el tamaño de la víctima
aumentan el tamaño del crimen.
Pero eso no les parece suficiente. Para hacer más horrendo el crimen la muerte no basta:
hay que decir que fue torturado antes de matarlo. Pero si el cadáver no ha aparecido,
¿cómo saben que fue torturado? Lo saben porque un renegado como Jesús Hernández
así lo dijo en sus desmemorias, a pesar de que no fue testigo de ello. De ese modo
presenta los hechos la intoxicación disfrazada de historia objetiva e imparcial.
La diarrea intelectual
La diarrea del intelecto es una marca comercial patentada por los trotskistas: no paran
de escribir porque es la mejor manera de que luego se escriba sobre ellos, generando así
un volumen de letras que no tiene nada que ver con la realidad. El caso de su maestro
imprimió su sello a toda la pocilga: Trotski no sólo escribió su autobiografía, lo que ya
es insólito dentro de la historia del movimiento obrero, sino que además escribió la de
su adversario, Stalin. Así no dejaba ningún cabo suelto.
En un modo de producción que hace mucho tiempo tiene establecida la división entre
trabajo manual y trabajo intelectual, la sobredosis de trabajo intelectual expone la
penuria de trabajo manual. Quien tanto escribe no tiene callos, ni roña en la uñas. Esa
perversa escisión provoca que unos sean el motor de la historia mientras los otros van
por detrás escribiéndola a su manera. Los que cayeron en las trincheras heroicamente,
haciendo, no pudieron escribir, no nos llegan sus voces, pero los que escriben (porque
tienen tiempo para ello) es seguro que no hacen y no hacen porque no están; escriben
sobre lo que se imaginan, sobre lo que les dicen. Los historiadores son intelectuales,
normalmente burgueses que, por tanto, valoran a los de su misma clase y condición. Por
ejemplo, ven con buenos ojos a escritores como Maurín, Nin, Gorkin, Victor Alba,
Ignacio Iglesias, Juan Andrade, es decir, a toda la canalla trotskista, a los que califican
como brillantes, mientras que los revolucionarios son grises, mediocres y burócratas.
Realmente repulsivo.
A Maurín, en una época como la republicana, donde las masas lucieron con orgullo por
la calle su mono azul de trabajo, le gustaba presentarse con su traje a medida y que le
trataran de usted. Por su profesión de maestro, quizá estaba acostumbrado a pasearse
por la palestra 30 centímetros por encima de sus alumnos, enseñar al dictado y que
todos se levantaran de sus pupitres cuando él entraba en el aula. Quizá siempre pensó
que las masas obreras eran como escolares suyos. No vestía boina sino sombrero
canotier de señorito porque él no se consideraba el camarada de ningún ser inferior, de
nadie que no fuera capaz de competir con su amplia cultura académica. Maurín no era
maestro: era El Maestro en el sentido feudal de la palabra y así le llamaban sus colegas
de partido. Él era brillante, o por lo menos eso pensaba de sí mismo. Por eso su biógrafa
Anabel Bonsón Aventín le califica como el más aristocrático de todos los líderes
obreros, porque a los obreros, como a todo rebaño, siempre les gustó ser dirigidos por la
aristocracia. La historia le trató injustamente. Maurín no pudo llegar a ser el jefe del
PCE, que es lo que se merecía; sólo pudo llegar a serlo en el POUM, una versión
menor, entre otras razones porque le redujo a un ámbito político provinciano. Su sueño
estaba en Madrid.
La historia tiene muy poco recorrido, la propaganda no acaba nunca; ambos son
términos inversamente proporcionales: donde hay mucha propaganda hay poca (o
ninguna) historia. La intoxicación lo que demuestra es el miedo a la historia: si algo de
lo que cuentan tuviera una mínima sombra de verosimilitud, no sería necesario tanto
aparato; los hechos resplandecerían con su propia luz.
Venimos llamando la atención sobre el hecho de que en la guerra civil, como caso obvio
de quintacolumnismo, se organizaron tres traiciones y los tres personajes claves
relacionados con ellas fueron puestos en libertad al finalizar la guerra casi al mismo
tiempo sin resultar fusilados por los fascistas. Nos referimos a Ajuriaguerra (PNV),
Maurín (POUM) y Mera (CNT). Ni siquiera cumplieron largas condenas de cárcel a
pesar de que no eran unos personajes anónimos sino bien conocidos; no eran miembros
de línea sino altos dirigentes, y en el caso de Mera, además, coronel del Ejército. En
unas fechas donde aún se fusilaba en masa a los antifascistas de base, el hecho de que
tres dirigentes reconocidos fueran indultados y salieran en libertad, tiene un
extraordinario significado: el fascismo no fusilaba de manera indiscriminada sino que
apuntaba muy bien y sabía recompensar los servicios prestados.
Maurín nació en 1896 y murió en Nueva York en 1973; vivió, pues, 77 años y su
biografía política se inicia a los 17 años cuando funda el periódico El Talión. Son 60
años de madurez de los cuales sólo 20 atraen el interés de los historiadores; el resto no
interesa para nada. La conclusión es simple: no es posible comprender la biografía de
una persona contando sólo con un tercio de su vida, como si el resto hubiera sido un
zombi. La lucha de Maurín se acaba en 1946 cuando los fascistas le gratifican con un
indulto y le dejan en libertad. Si era tan revolucionario como dicen que había sido antes,
¿qué sucedió entre 1946 y 1973? ¿dónde está la lucha de Maurín? En plena guerra fría,
Nueva York, donde vivió Maurín, no era precisamente el centro de la revolución
mundial (sino todo lo contrario). Por ejemplo, los historiadores no nos cuentan detalles
interesantes de aquel periodo como los siguientes:
No hubo más recorrido porque había agotado todas las posibilidades del espectro
político catalán. Posiblemente, como buen individualista, Nin sólo se encontraba a gusto
consigo mismo, pero viajando de posada en posada, haciendo entrismo en todas y cada
una de las habitaciones de aquel hotel de la política.
Su travestismo no fue sólo ideológico sino un estilo de hacer política. Por eso, aunque
disimulen, en voz baja Nin no gusta a nadie. Utilizan su memoria para combatir al
comunismo, que es lo que les interesa, y nada más. Lo único que les une a todos ellos es
esa lucha común y ante nosotros aparecen como si formaran un frente. Por eso vemos a
los anarquistas publicar libros trotskistas, tan alejados de sus postulados. Ni unos ni
otros tienen principios; no se guían por ese tipo de cosas tan dogmáticas. Los
anarquistas no soportan a Nin porque éste llevó a la CNT a la Internacional Sindical
Roja, según ellos violando los acuerdos confederales. Pero a Nin ni siquiera le soportan
los propios trotskistas; los del BOC con los que se fusionó siempre desconfiaron de él y
cuando Maurín fue detenido no le dieron el cargo de secretario general del POUM:
cambiaron el cargo de nombre. Sus colegas siempre dijeron que Nin había aceptado
entrar de consejero de la Generalitat sin consultarles antes, es decir, que hizo con ellos
lo mismo que antes había hecho con los anarquistas, es decir, que también entonces
actuaba por su cuenta, sin contar más que consigo mismo.
Pocos días después de que el POUM firmara el pacto del Frente Popular, Trotski
difundió un comunicado titulado La traición del Partido Obrero de Unificación
Marxista. Los historiadores de pacotilla deberán tener en cuenta, por tanto, que nosotros
los comunistas no somos los únicos que acusamos a Nin de traición; es más, lo que
preguntamos es qué organización no le acusó en algún momento de traición. Nosotros
seguimos diciendo bien alto lo que todos gritaron siempre: traición y Nin significan lo
mismo.
Lo que sucede es que de traición sólo pueden hablar quienes tienen principios, no los
pragmáticos, ni los tránsfugas, ni los entristas. Es lógico que se enfaden cuando se les
llama traidores porque para ellos la traición es lo normal, la práctica habitual, la esencia
misma de su forma de entender la lucha política. Su microclima son las facciones,
tendencias, corrientes, escisiones, subdivisiones y demás métodos de pesca submarina.
Nin firmó (dos veces) el pacto del Frente Popular y se levantó contra el Frente Popular;
Nin fue consejero del gobierno de la República y se levantó contra la República. Los
acuerdos y los juramentos están para incumplirlos: así actúan los que carecen de
principios.
Nin se levantó contra la República porque ésta era burguesa y reaccionaria, pero unas
semanas antes, cuando era consejero de la Generalitat, no debía ser tan burguesa ni tan
reaccionaria. ¿Había dejado de ser lo que era? Nin y los suyos, como buenos
camaleones, jugaban a todas las barajas. Que nadie busque aquí ni una pizca de eso que
algunos valoran tanto en la lucha política y que se llama coherencia.
Nin en el PSOE
Nin es un caso único en la historia: en 1913 ingresó en el PSOE pero no por ello
abandonó las filas del nacionalismo burgués: siguió en su cargo de redactor de El Poble
Català. Con la mano derecha escribía en ese periódico para la burguesía y con la
izquierda escribía para los obreros en La Justicia Social. Lo suyo era eso, escribir, no
importa qué ni para quién. Por la mañana era autonomista e incluso federalista; por la
tarde era el clásico jacobino centralista del PSOE.
En las filas del PSOE Nin vivió dos acontecimientos históricos de aquel siglo. El
primero fue la I Guerra Mundial que, sin género de dudas, puso a prueba el carácter
internacionalista del movimiento obrero. Como es bien sabido, la posición de la
dirección del PSOE entonces se mostró partidaria del imperialismo aliado anglo-francés
y Nin (lo mismo que Maurín) expresamente estuvo de acuerdo con el alineamiento
oficial de su Partido. Ambos eran patrioteros; nada que ver con Lenin y los
bolcheviques, ni con los internacionalistas.
Nin también vivió en el PSOE la Revolución socialista de 1917. Como también es bien
sabido, a causa de ello las Juventudes Socialistas, a las que Nin pertenecía, se separaron
para formar el Partido Comunista e incluso había una fuerte corriente tercerista dentro
del propio PSOE. No fue ese el camino de Nin, que se pasó entonces... a la CNT.
Por tanto, a pesar de todo lo que digan sus secuaces, Nin era totalmente ajeno al
bolchevismo y al internacionalismo.
Luego, desde la CNT, Nin tuvo una segunda oportunidad de demostrar su oposición a la
Revolución de Octubre cuando en 1919 la CNT se planteó el ingreso en la III
Internacional. Nin asistió en Madrid al Congreso de la CNT del Teatro de la Comedia
donde, al contrario que la mayoría anarquista, que mostró sus simpatías por la
revolución bolchevique, él no sólo no la defendió sino que expresó su acuerdo con
Quintanilla, que es quien más se había opuesto a ella.
miente Bullejos en sus desmemorias cuando dice: Desde los comienzos de la crisis
interior del Partido soviético sus simpatías [las de Nin] estaban al lado de Trotski (3).
miente el historiador Joan Estruch cuando asegura que al ser designado Bullejos
como Secretario General del PCE en 1925, Nin (mucho más capacitado que Bullejos)
fue excluido del cargo a causa de sus relaciones con la Oposición trotskista (4).
miente la historiadora Anabel Bonsón Aventín cuando nos asegura que desde 1921
(¡nada más llegar a Moscú!), antes de aprender a hablar el ruso, Nin ya estaba próximo
a Trotski (¿eran vecinos?) y, por tanto, ya estaba perseguido por Stalin (le persiguió por
Moscú pero no le encontró hasta varios años más tarde).
La respuesta es bien simple y lo reconoció con claridad el propio Nin en abril de 1925:
estaba contra Trotski (5).
Su nueva vuelta de tuerca, como todas las demás, tardó algunos años. Nin se convirtió
al trotskismo cuando el trotskismo ya había sido derrotado. En 1930 ya le vemos en los
flamantes tinglados internacionales de su jefe Trotski que en España utilizaban las
siglas OCE, es decir, Oposición Comunista de España. ¿Por cuánto tiempo? No mucho.
Hacia 1932 Nin ya estaba en contra del entrismo en el PCE que preconizaba Trotski.
Pero tampoco está con Maurín y su BOC recién formado. Mejor dicho, está y no está;
está pero rompe. Está en tierra de nadie o está consigo mismo. Crea un tinglado llamado
Izquierda Comunista para deshacerlo y volver en 1935 al punto de partida: ICE de Nin
más BOC de Maurín igual a POUM.
Por eso preguntamos: ¿qué era Nin?, también preguntamos: ¿quién era Nin?, y también:
¿por qué interesa tanto Nin?, y finalmente ¿a quién le interesa tanto Nin?
Notas: