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James Kinney: El rompecorazones.

Cada vez que alguien mencionaba el nombre James en la escuela básica de Letras,
todas las chicas se revolucionaban, chillaban como tontas y se sonrojaban. Aparte de
jugar con su pelo, comerse las uñas nerviosas y empezar a subirse la falda para lucir
un poco más de piernas. Claro, que pierna perfectas no tenían todas.

O sino, en otro caso, cuando les mencionabas el apellido Kinney a los profesores ellos
gritaban furiosos, se tomaban el pelo alterados y estresados, y les daban ganas de
cometer suicidio. Y otros maestros solos se reían con añoranza, recordando sus años
de jóvenes.

Pero, cuando era pequeño y estaba en su primer día de clases, donde no tenía mala
fama y ni una niña estaba vuelta loca por él; hubo tres chicos que, a pesar de ser
desconocidos, marcarían fuertemente en su memoria y corazón.

- Eres un idiota, me caes mal – fue lo primero que dijo furiosa, en primer año,
Andrómeda Thompson cuando le tocó congeniar con el castaño - ¡No le puedes hacer
eso a una niña, galán de pacotilla!

Definitivamente, pensó James, esta niña tiene un vocabulario muy extenso y un


pensamiento feminista al límite. Además de creer vigorosamente de que él era un
idiota de gran magnitud. Cosa que no era cierta, hasta cierto punto.

- ¿Qué te pasa? – fue lo único que se le ocurrió responder; con esas típicas
características que tenían los machos cuando quieren ganarse a una mujer: Mirada
seductora, pose chula y observar de pies a cabeza a su próxima casería, mordiéndose
el labio.

Pero estamos hablando de niños de primero. Y lo único que se ganó por pasarse de
listo fue un puñetazo. Eso, por donde se viera, no era muy femenino y no hablaba muy
bien de ella, la marcaría para siempre como la chica violenta.

Aunque él estaba seguro de que eso cambiaría con los años.

Luego, en recreo, dos niños de su clase que lo miraban divertidos se acercaron.

Uno era extremadamente bajito y sus ojos eran rasgados, como los de los chinos; y el
otro era de su mismo porte, era llamativo en esa escuela por su pelo castaño claro y
sus inmensos ojos verdes. Pero claramente era más baboso y con el pensamiento de
un niño de 6 años y no como él, que le encantaba mirar a las de octavo con sus
falditas cortas y su gran delantera.

El más bajito, Mark Harrison, le susurró algo que el oído al otro, Matt Parker; juntos se
detuvieron al frente de él, – ¿Me puedes dar de tu sándwich? – El primero le preguntó
con timidez actuada.

Claro que no le daría, estaba delicioso y Matilda, su ama de llaves, se lo había


preparado especialmente a él.

- No – respondió secamente y se dio la vuelta. Pudo ver el seño fruncido de Matt y el


gesto triste de Mark antes de voltearse completamente.
Era un observador desde pequeño y su hermana siempre se lo repetía.

Pero luego pensó que era muy pequeño y demasiado lindo como para tener enemigos
en su primer día de clases. Así que miró a la pareja de pechadores y les ofreció un
pedazo de su sándwich a ambos. – Coman, no me importa compartirlo, a Matilda le
gustará saber que comparto su arte culinario con otros de más bajo estilo social.-

La pareja no le prestó la mínima atención a lo que había dicho y se devoraron


rápidamente el pedazo de pan que les había tocado. Y en ese momento, James pensó
que serían grandes amigos. Nunca pensó que compartir le abriera tantas puertas.

Y así fue, cuando en segundo le robaron el dinero de la cartera a la directora del


colegio para comprarse pistolas de agua; en tercero cuando actuaron juntos en el acto
escolar, siento los tres mosqueteros – donde se ganaron ese sobrenombre por años -;
después, en cuarto, cuando juntos les subían las faldas a las chicas para “hacerlas
enojar”. Además de en quinto, aprendieron a hacer trabajos grupales divertidos y a
meterse en problemas con facilidad, porque los profesores no le tenían tanta piedad
como en los años anteriores.

Entonces fue ahí cuando se convirtieron en unos rompecorazones, porque es en esa


edad cuando las hormonas empiezan a revolucionar a medio mundo.

Y ese fue el año donde James dio su primer beso, con once años de edad. No fue muy
romántico ni con tanta palabrería; la niña era bonita y simpática, aunque no tenía
mucho cerebro. Y entre menos cabeza, mejor para él.

Chocaron los dientes, no se metieron mucha lengua porque le daba un poco de asco y
no le pudo meter nada de mano porque la aburrida no se dejaba. Cuando le contó a
sus compinches fue el acontecimiento del año. Pero no duró mucho, porque después se
dio cuenta de lo fácil que podían ser muchas de sus compañeras.

En sexto, jugaban a la botellita con las calenturientas niñitas cuando podían; en clases,
en recreo, en la plaza de la ciudad o cuando se juntaban a ver películas. Todo
momento servía.

Pero jamás se enamoró de alguien, porque para él esto no era más que un juego.
Además que nunca le llamaban la atención. Todas eran tontas y soñaban con peluches
rosas, goma de mascar y un mundo lleno de colores, además de que después querían
casarse, tener hijos y él estaba muy pequeño para esas cosas.

Para ese entonces ellos tres ya eran reconocidos en la escuela como los malvados,
traviesos y mujeriegos. Pero ellos preferían que los llamaran galanes innatos.

Eran más que la ley. Daban las órdenes a los de primer ciclo, las de quinto soñaban
con ellos y los demás hombres, los envidiaban. Aparte de los tres, eran pocos en los
que confiaban y se caracterizaban por jamás haber tenido una relación seria.

Y fue en sexto que conoció a la niña con la que quería formar una familia. Entonces se
acordó que ella siempre había ido en su curso, pero como tenía cuerpo no-tan-
desarrollado, era prácticamente invisible para sus ojos.

- ¿Puedo sentarme aquí? – preguntó tímidamente la misma niña que el primer día de
clases, le había golpeado.
Pero no a él, sino que a uno de sus mejores amigos, Matt.

- Dale – fue lo que el rubio había contestado. Y no supo porque, pero en el fondo
James había sentido celos de su camarada, ¡De su hermano! - ¿Y qué cuentas?

- Nada, pero hoy en la mañana encontré un pan dulce pudriéndose en mi dormitorio


mientras buscaba los audífonos de mi celular – la chica lo dijo como si fuera cosa de
todos los días, mientras ponía su mochila de conejo rosa en la silla.

- Genial – dijo maravillado Matt.

- Si, genial – secundó ella, viendo al techo, quizá acordándose de lo que había
presenciado.

James volteó su silla y se la quedó mirando por un rato – Oye tú…

- Hemos ido casi ocho años juntos y no te acuerdas de mi nombre, galán de pacotilla.-

Ella se acordaba de eso. Y él igual. Eso sí era genial, podía decirse que tenía una leve
posibilidad de casarse con ella. Claro, que tenía que esperar por lo menos unos ocho
años más, aún así tenía la paciencia suficiente para eso.

- Claro que no, mi memoria se acuerda sólo de lo bueno – James le cerró un ojo y
luego estiró su brazo para hacer un saludo de manos – Sé que no me recuerdas, yo
soy James Kinney.

Ella se sonrojó con el guiño, pero nada que fuera visible para el ojo humano. – Mi
nombre es Andrómeda Thompson, y definitivamente no es un gusto conocerte – dijo
ella golpeando la mano de él.

- Para mí tampoco –

Y ese era el toque que le faltaba al grupo, no sólo llevarla por la parte de las mujeres,
sino también por los hombres y eso sólo se lograba acoplando a una chica en sus
listas. No era una belleza, pero su piel bronceada, sus ojos negros y brillantes eran
únicos, además de su cabello ondulado hasta la mitad de la espalda de verdad que la
hacía lucir como algo único. Ok, por lo menos para él era una hermosura.

Además de ser una de las niña más inteligentes de su aula.

Pero él estaba concentrado en otro tipo de cosas, entiéndase: cola y senos grandes
bien formados. Y la recién nombrada no tenía mucho de eso.

Séptimo año fue espectacular, sus notas subieron increíblemente, las chicas se
abalanzaban sobre él gritando que les pertenecía y vio por primera vez, peleas de
fieras. Jugó básquetbol y brindó frutos, su altura era perfecta y además de que su
motricidad no era mala. Llegó una profesora joven y bonita a hacer ciencias y le vio el
trasero todo el rato, ya que se sentaba de los primeros. Le echó escupe a los bolsones
de todos los profesores y arruinó la sala de música junto a sus amigos.

Fue lo máximo. Pero hubo una sola cuenta mala: Andrómeda se estaba juntando
demasiado con Matt. Le estaba dando mala espina todo eso, pero jamás lo mencionó.
La última semana de clases, cuando ya estaban en octavo, ocurrió lo que no tenía
porque ocurrir, y con eso ya era un idiota consagrado.

Le pidió noviazgo a una chiquilla un año menor que él llamada Cameron. Tenía un
cuerpo muy avanzado para su edad, su cara era muy bella y su voz era un canto de
ángeles. Aunque conversar con ella no era de lo más fluido porque lo único que hacía
era reír de sus chistes y contarle sobre lo difícil que era escoger una buena tintura
para el cabello. Mal, muy mal… Había caído bajo.

En esa misma semana, los cuatro se juntaron a planear la que sería la broma del siglo.
Algo nunca antes visto por los estudiantes, apoderados y funcionarios de la escuela.
Algo inmenso, fantástico e irrepetible.

Pero las caras deformadas de sus amigos al contarle sobre su noviazgo fue algo
inesperado.

- Me gusta Cameron, la de séptimo – dijo, mientras rayaba los planos del colegio que
se habían conseguido con la directora. Ella siempre tan linda.

- ¿¡QUÉ!? – gritaron los tres al unísono. Matt y Andrómeda se veían más afectados,
aunque no supo porqué, mientras que Mark se encontraba más calmado pero sus ojos
estaban tan abiertos que parecía que se iban a salir de sus cuencas.

Esa vez Andrómeda se fue muy temprano a su casa y casi no hablaba con nadie,
miraba con los ojos vidriosos y ni siquiera mantenía en alto su vista. Matt la observaba
desde otro lugar y parecían muy cómplices, apostaba que mantenían un secreto muy
bien guardado. Esperaba que no fuera lo que él creía.

Llenaron, en el fin de semana, todas las salas con agua, luego añadieron tinta
comprada en esos locales chinos, pidiendo exactamente algo que no saliera al lavar la
ropa y que fuera altamente notorio y color a caca. Extrañamente, había un color
llamado “Caca”.

Al día siguiente, que era lunes todas las puertas de abrieron y bañaron a media
escuela. Menos a los dos octavos que salían ese año. Y mojaron Cameron, que saltaba
como pececito llorando y aleteando para todos lados, gritaba de forma chillona y los
mocos le salían a cada rato. Pero él tenía que protegerla, como el deber de novio que
tenía y la abrazó. Se quedó callada enseguida y se limpió los mocos, y James se alivió
porque no tendría que lavar la ropa más tarde.

No la quería mucho, pero una novia era lo que necesitaba.

Pero se arrepintió, cuando de reojo vio como a su amiga el alma – y futura cónyuge -,
retrocedía con la mirada baja y entró velozmente a la sala. Matt y Mark la siguieron y
el primero, lo miraba reprobatorio. ¡Siempre era él el que se mandaba las cagadas en
el grupo! ¡Andrómeda jamás le perdonaría!

Se soltó de la rubia teñida cuando ya se había calmado, le dio un pequeño beso sin
nada de tecnicismos ni cariño y se fue caminando tranquilamente. Por fuera, estaba
sereno, pero por dentro era un lío de temer. Cuando llegó, miles de pensamientos
recorrieron su cabeza, haciendo que lo que él pensaba una tontera, se convirtiera en la
más dura realidad.
Los eternos amigos, Andro y Matt, estaban románticamente abrazados y besándose.
No era algo totalmente pasional, pero lo hacían ver así. Mark desde un lado
contemplaba atento sin quitar la mirada y se fue hacia su lado.

- No te preocupes, sólo es una de sus parodias – mencionó Mark con la vos cortada.

- ¿Por qué crees que debo de estar preocupado? ¡Ni que me gustara Andrómeda o alto
así! ¡Y si lo crees estas totalmente cagado! – el moreno sólo se encogió de hombros y
siguió observando ensimismado.

- Matt lo hizo a propósito – habló de nuevo Mark.

Se notaba. Maldito.

Ambos seguían con los ojos cerrados, demostrando romanticismo. Los segundos
pasaron lentos y el profesor tardaba en llegar. Para cuando aquella tortura terminó, se
le ocurrió una idea que iba sólo para varones.

Y la pondría acabo en la casa de Mark, ese mismo día. Lo del beso no podía volver a
repetirse, nunca jamás de los jamases.

Ese día recibió una buena noticia, se iría a un internado con sus dos mejores amigos y
su futura novia, por una beca que le había dado la buena onda de la directora. Lo malo
era que… Matt y Andrómeda nuevamente estarían siempre juntos, restregándole lo
bien que se llevaban en la cara. Pero esos eran detalles, porque en un Internado miles
de cosas pueden cambiar.

Llamó a sus padres para el final del día y a esa hora ya deberían haber firmado los
papeles y los permisos indicados, porque él quería asistir a toda costa. Esperaba que
con sus anotaciones marcadas en el historial lo aceptaran, si lo hacían, le agradecería
de por vida a su futuro querido director. Ojalá que no fuera un viejo bruto de mierda,
de esos que caen mal a primera vista.

Llegó a su casa, se tiró en el sillón y sacó un papel con un lápiz de su mochila. La idea
de que la bella Andro no se fijara en nadie más y que nadie más se fijara en ella le era
tentadora y eso le había dado vueltas todo el día. Esas maquinaciones maléficas ahora
debían de ser pasadas al papel y luego mostradas como presentación delante de su
gente.

“Nosotros, debemos jurar que la señorita Andrómeda Thompson…”

Siguió escribiendo, una larga lista llena de detalles, de números y hasta de cosas
innecesarias argumentando que era lo mejor para todos. El sol cayó y las estrellas
hicieron su aparición y entonces, el patrón finalizó.

En la noche, llamó a casa de Mark, esperó a que contestaran y cuando escuchó la vos
grave del chinito, colgó. Confirmaba de esa forma que el moreno estaba en su casa y
podía ir. Pasaría a buscar a Matt y ambos irían para firmar el papel. ¿¡Cómo no se le
había ocurrido eso antes!? Era una gran idea hecha por un maravilloso y galante genio.

La próxima semana sería la licenciatura y todo debía de estar bien para esas fechas,
nada de parejas en su grupo. Sólo se trataba de amistad.
- Hermanito, hasta que te pillo – dijo a su espalda Ashley, su hermana.

- ¿Qué quieres? ¿No ves que voy de salida? – la niña pegó una risotada que lo espantó
demasiado, siempre que se reía como bruja histérica era porque algo tramaba.

- ¿Vas a ir a ver a tu noviecita Cameron? – preguntó ella entrando a su habitación,


empezando a dar vistazos a todas las fotos que tenía en su velador. - ¿O a tu novia
oficial con la que te casarás, Andrómeda?

- Te dije que no lo repitieras en vos alta, payasa – dijo afligido James – lo dije cuando
era muy pequeño, nadie se ha de acordar.-

Ella levantó la ceja, de una forma astuta – Nuestros padres siempre te molestan, yo
igual, además de que no ha pasado casi nada, ¿Qué? ¿Dos años? – James estaba que
la echaba a patadas de su pieza, además de que era molesta, la muy cómoda entraba
como si su pieza le perteneciera – Además el payaso eres tú queriendo salir por la
ventana de tu habitación que queda en el segundo piso, siendo que nuestros padres
salieron a celebrar que tú igual vas a tener una educación de calidad, becadito.

- ¿Salieron? – preguntó, saliendo de la ventana por donde iba arrancando.

- Que tú no escucharas, sordo, no quiere decir que los demás también no tengamos
oídos – comentó ella, saliendo – si regresas antes de las doces te cubro, pero más allá,
te jodes.

- Gracias hermanita – dijo James, saliendo corriendo por la puerta principal.

Debía llegar lo antes posible si quería que la antipática de Ashley no mencionara su


escapada en la cena del día siguiente. Pasó por fuera de la casa de Andrómeda, y miró
a ver si ella salía por la ventana de su dormitorio. Pero no pasó nada, así que siguió su
camino.

Golpeó en la casa de Matt y salió Sebastián, el hermano mayor de su amigo, que era
muy alto y muy parecido a su hermano, pero más Hippie.

- ¿Está Matt? – preguntó mientras tranquilizaba su respiración. Hacía mucho calor y


correr, no era la mejor ocurrencia que había tenido.

- No, dijo que iba a casa de Mark – contestó el otro. – Y…

- No importa, vale – salió corriendo a casa del moreno. ¡Desde un principio debió
haber ido a casa del chico! ¡La vuelta tonta que se había dado!

Pero menos mal que había ido ahí, o sino quizá a donde tendría que haber ido a buscar
al rubio. Pero era extraño que hubiera ido sólo. Raro. O quizá le estaba confesando a
Mark que amaba a Andrómeda en secreto y que no se lo decía por miedo al rechazo.

Bueno, si, podía ser una película muy grande y tonta. Pero uno nunca sabe.

Llegó, tocó el timbre y Mark salió a abrir. Por un instante pudo jurar que se le
desfiguró la cara. Quizá era verdad que Matt estaba confesando que amaba a
Andrómeda en secreto y que no se lo decía por miedo al rechazo.
Ambos subieron hasta la pieza del habitante continuo de la casa y ahí estaba Matt.
Parecía un poco enojado con él. “Puras tonteras” mencionó su conciencia, pero él no le
hacía caso a esa cosa, porque no era de fiar.

- Chicos, tengo una grande – Mark y Matt se miraron de reojo y no de muy buena gana
Mark preguntó.

- ¿Qué? – James no sabía del porqué del desanimo general.

- Es que estaba pensando en que Andrómeda era una niña –

“Que observación James, hay que darte un premio por eso” Retó su sarcástica mente,
era verdad, no había empezado con la mejor de las frases.

- Pasa algo con que sea mujer – bromeó Matt, era muy ridículo lo que había dicho
James, a pesar de querer parecer serio, era imposible teniendo a un payaso de tal
calaña delante de él.

- Lo que pasa es que a cualquiera de nosotros nos podría gustar y por eso hice este
contrato, que dice que ni uno de nosotros se puede enamorar, fijar, mirar las piernas,
estar de novios ni nada de eso con ella, por la gran razón de que es nuestra amiga y
nada más.-

James no se la creyó. Era imposible que él no la mirara entera cuando pasaba y que no
le pusiera atención a esas grandes y complicadas explicaciones cuando nadie entendía
lo que pasaba, prestando mayor importancia a el movimiento de sus labios al decir
correctamente las palabras y los movimientos de sus ojos observándolos que cada uno
tuviera interés y que no se pusieran a pajarear.

Pero a pesar de todo, los tres firmaron.

En sí, la teoría era buena. Nadie quería ver a tres buenos amigos peleando por la
misma niña que se suponía era su amiga. Menos ellos, siendo casi hermanos,
compinches tan unidos.

Pero lo que ni uno de los tres sabía, era que desde afuera, una niña lloraba en silencio,
escuchando, que el niño del cual estaba enamorada, jamás se fijaría en ella.

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