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Anda muy atrasado de noticias el crítico ese, cuando ignora que, en literatura, ha
pasado en autoridad de cosa juzgada, siendo regla practica, que un hombre que ha
hecho las pruebas, como escritor original, o como orador, tiene el derecho de
pillar, a discreción, las obras de otros.
1
En De cómo el hambre me hizo escritor afirma: “yo no sabia escribir, pero podía escribir” y lo confirma
categóricamente en ¿Si dicto o escribo? al rematar la causerie con “el que no sabe borrar, no sabe
escribir.”
2
“Mansilla privilegia el trabajo diurno, el de la materialidad de la escritura, por sobre el momento de la
creación nocturna. Podemos leer en esta partición del día, así como en el énfasis puesto en el borrar, en el
corregir, (…) una posición del escritor frente a la estética romántica” (1995; 14)
3
En El famoso fusilamiento del caballo, p. 128. Todas las citas de causeries provienen de la edición
consignada en la bibliografía.
Retomo el primer epígrafe y recapitulo. Dos posibles interpretaciones de la línea
diagonal han surgido hasta el momento. En primer lugar, el borrar hace que el texto
parta desde un primer borrador a un texto definitivo, alejándose gradualmente, tras
sucesivos pensamientos, de esa primera escritura. En segundo lugar, el texto es un
complejo tejido de relaciones intertextuales, explicitas o no, que actúan como punto de
fuga del texto base. Estos dos puntos se oponen a la estética romántica. Una tercera
acepción, aun por tratar, es la digresión, principio constructivo que posibilita estas
fugas.
Para Iglesia, “su obra puede leerse (…) como una autobiografía escrita por
entregas, en distintos géneros, en la prensa periodística” (2003; 550), la cual tiene por
uno de sus rasgos más sobresalientes la ubicuidad proverbial que caracteriza tanto a la
escritura como la persona de Mansilla: “no solo es inclasificable como escritor (…) sino
que es innombrable, es decir, inclasificable como persona social.” (2003, 545). El
término no es casual y tiene diversas consecuencias.
Mansilla se desdobla a través del prisma de la digresión. “Ustedes saben que yo
soy muy versátil, no en mis ideas (háganme el favor de percibir la diferencia) sino en
mis opiniones”4. La digresión le permite no solo la fuga temática, sino el pasaje de un
punto a otro de su espectro, de una opinión a otra sobre si mismo. En el segundo
epígrafe, el yo recurrente presenta esta multiplicación que insiste en tenerlo como
centro. Por ejemplo, en ¿Si dicto o escribo? convergen tres Mansillas correspondientes
a tres momentos diferentes de producción: el pensador, el corrector, y el narrador. El
último narra la corrección pasada de una primera versión que fue escrita aun antes; pero
al eliminar las distinciones temporales, se concentran en el presente narrativo las
diferentes facetas de su producción junto con los sujetos que las llevaron a cabo, sus
diferentes yo que conversan y discuten.
El prisma está presente en el primer epígrafe: lo que ve Mansilla es la forma
difusa de un espectro cuyos contornos –sus límites internos- están desdibujados por las
digresiones constantes que lo constituyen, por los movimientos constantes de un doble a
otro. Falta, sin embargo, un doble más: Mansilla lector. “Yo los conozco bien, también
soy público y lector-”5. El texto es un espejo en que refleja sus pensamientos, es la
imagen del pensamiento de un dandy y por tanto debe ser cultivada mediante la
corrección, la mirada –lectura- y el pensamiento6. No es de extrañar que secretario y
General se admiren mutuamente, y que el consejo final a Marquito sea justamente
“mírate en este espejo, (…) el que no sabe borrar no sabe escribir”7. La primera imagen
que recibe Mansilla –de noche, antes de corregir- es grotesca8, y solo tras trabajar sobre
ella al día siguiente9 se sentirá satisfecho. La perfección pasa –en su persona o en su
reflejo escrito- por la aparente magnificencia y la corrección cesa cuando desaparecen
“las sinuosidades que pueden impedir que pase por una obra magna”10.
4
¿?, 83.
5
El famoso fusilamiento del caballo, p. 139.
6
Según Ludmer (1999; 112) el dandy está en “perpetua representación y creación de sí mismo”. De ahí el
culto de Mansilla por su imagen. De ahí que “nunca deja de mirarse” (Iglesia, 1995; 16). El dandy, para
dominar, “no debe dejarse dominar por los sentimientos” ni, llegado el siglo XIX, por sus pensamientos
(1999; 111). Por ello el texto, reflejo y manifestación de ellos, debe ser corregido.
7
¿Si dicto o escribo?, p. 322
8
De cómo el hambre me hizo escritor, p. 108.
9
Ver nota 2
10
¿Si dicto o escribo?, p. 320.
El lector de Mansilla
Hay presentes en las causeries, además del escritor mismo11, al menos dos
lectores más: el público en general y el lector privilegiado. El primero existe desde sus
inicios. En “De cómo el hambre me hizo escritor”, el General cuenta la necesidad que lo
llevo a ponerse al frente de la redacción de un diario por fundarse. El segundo epígrafe
es la primera reacción de Mansilla y “para el público” engloba a todo aquel que
comprara el diario. Ante los lectores, que afirma conocer en repetidas ocasiones,
Mansilla se mueve de la voluntad de complacer al fastidio conciente. Repetidas veces
afirma conocer a este público y por ello sabe que le molesta (y que lo atrae): las
digresiones y el continuará. “Temo que ustedes exclamen: “¡Las digresiones! Ya
apareció aquello””12 y “yo se, por experiencia de lector, que no hay nada que fastidie
tanto como un continuará”13 dan cuenta de ello, pero no impiden que transforme a lo
uno en recurso fundamental de su escritura14, a lo otro en un recurso que puede ser
explotado hasta el limite del hartazgo, como sucede en “El famoso fusilamiento del
caballo”.
Por otro lado, “periodista” –también parte del epígrafe- da cuenta de su primera
relación con la escritura. Ejercerá un trabajo que acepta por necesidad, por el sueldo que
le provee. Y si, al menos en la ficción, esta es su primera postura, tampoco en este
aspecto permanecerá mucho tiempo en el mismo lugar. En “El famoso fusilamiento del
caballo” la concepción que se presenta ya es otra:
Mansilla pasa de escribir por un sueldo a escribir como un juego, una producción
artística, un lujo de la imaginación que, paradójicamente, se vuelve una necesidad15.
El segundo lector, capaz de ser relacionado con la idea posterior de escritura
desinteresada, responde a una concepción más aristocrática. Lo definen las dedicatorias
que preceden a cada causerie, formándose progresivamente un círculo selecto. En
algunos casos, como “¿Si dicto o escribo?”, el lector se inscribe en el interior mismo del
texto. En estos casos, el público general puede presentarse como un oyente indiscreto de
una conversación ajena.
Un punto intermedio lo constituye la “incorporación de la demanda del público
como estímulo para abrir un relato o demorar el final y conservar la adicción de los
lectores” (Iglesia, 1995; 13), es decir, la inclusión de misivas, notas o símiles, de autoría
expresa o no, que transforman a su remitente en un nuevo destinatario. Se incluye un
11
Según Iglesia (1995; 14), el secretario asume la función de “primer lector en el interior de la causerie”.
12
¿?, p. 83.
13
¿Si dicto o escribo?, p. 319.
14
Para Iglesia (1995; 17), “digresión y fragmentarismo son componentes definitorios de su escritura
cuando llega a su punto más alto”. No estoy completamente de acuerdo con el segundo de los términos.
Sin embargo, por exceder los propósitos de este trabajo, no lo trataré aquí.
15
Es posible que Mansilla exagere su necesidad de dinero ya que si bien acababa de salir de la cárcel,
como lo declara la misma causerie, los dandis, a diferencia de los patricios, se enriquecieron con el
rosismo (Ludmer, 1999; 51).
texto dentro del texto y se produce una digresión que es tanto temática como de
destinatario, última diagonal posible que mansilla explota.
Matías R. Canova
Bibliografía: