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Indultar a Franco y procesar a Garzón

JOSÉ M. ROCA en NUEVATRIBUNA.ES - 17.2.2010

El consenso con que se tejió la reforma se presentó como una reconciliación entre españoles,
pero en realidad fue un pacto de silencio ante el ruido de sables, una renuncia a pedir cuentas
y a revisar con ojos críticos el pasado más reciente. La amnistía solicitada por las izquierdas
para los presos políticos de la dictadura, sirvió también para exonerar de responsabilidades a
los verdugos del régimen.

Las claves de la causa que instruye el Tribunal Supremo contra el juez Garzón, con el apoyo de
la Comisión Permanente del Consejo del Poder Judicial, están lejos, y en primer lugar en la
transición, en cómo, cuándo y cuánto se desmontó la dictadura franquista para dar paso a un
timorato régimen democrático.

En medio de una grave crisis económica y soportando presiones del extranjero, que llegaron
desde EE.UU., el entorno europeo, Marruecos y el Vaticano, los pactos de la transición fueron
una operación de emergencia para instaurar un sistema político homologable con los países de
la Unión Europea (entonces Mercado Común), sin molestar mucho a las fuerzas que habían
sostenido a la dictadura, en particular al ejército. Inicialmente fue el intento, acometido por el
sector más preclaro de las filas franquistas, de transformar la dictadura en un régimen más
abierto. El objetivo no era tanto la democracia como el mercado ( el Mercado Común), pero
con la presión de las izquierdas y la movilización ciudadana en la calle, la reforma fue más lejos
de lo previsto, aunque sin llegar a romper política e institucionalmente con la dictadura, como
una parte de la izquierda pretendía. Lo que resultó de la ruptura pactada -la fórmula es de
Carrillo- fue un régimen constitucionalmente democrático, pero que conservaba gran
prevención hacia la democracia y una notable desconfianza ante la participación política de las
clases subalternas.

El consenso con que se tejió la reforma se presentó como una reconciliación entre españoles,
pero en realidad fue un pacto de silencio ante el ruido de sables, una renuncia a pedir cuentas
y a revisar con ojos críticos el pasado más reciente. La amnistía solicitada por las izquierdas
para los presos políticos de la dictadura, sirvió también para exonerar de responsabilidades a
los verdugos del régimen. El franquismo siguió conservando su legitimidad y el incipiente
régimen democrático fue conducido en sus primeros años personas que habían ostentado
cargos de responsabilidad durante la dictadura. Por consiguiente, no hubo depuración en los
cuerpos de seguridad, en el ejército, en la magistratura y en otras instancias del poder, mucho
menos en la sociedad civil, donde colegios y asociaciones profesionales, academias,
universidades, medios de información y empresas públicas contaban con una importante
proporción de adictos al viejo régimen, cuya influencia se fue neutralizando mediante la
incorporación paulatina de personas con talante democrático. Así, siguiendo una costumbre
muy española, el tiempo sustituyó a la determinación política y la necesaria renovación
democrática se confió al relevo generacional. La depuración fue la jubilación. El franquismo
había dejado de existir como régimen político pero la sociedad siguió impregnada por sus
hábitos y formas y por su ideología, y los franquistas, convertidos en demócratas de toda la
vida, conservaron durante mucho tiempo una presencia importante en instituciones del Estado
y de la sociedad civil. Y, desde luego, en la Iglesia.

Otro de los factores que explican este insólito caso, está más cercano en el tiempo, y llegó de
la mano de Aznar.

Liquidado desde la derecha el centro político (UCD) para formar la, llamada por Fraga, mayoría
natural (de la derecha, naturalmente), y refundada Alianza Popular como Partido Popular, la
llegada de José María Aznar a la Moncloa hizo reverdecer el franquismo, tanto por sus gestos
(concepción patrimonial del poder, estilo autoritario y faltón, ventajismo, opacidad, rigidez,
abuso de la propaganda y desprecio de la oposición) como por sus opciones estratégicas
(nacionalismo español, atlantismo sin recato, belicismo, control de los medios de información,
concesiones a la Iglesia, utilización de la magistratura, política antiobrera encubierta por el
neoliberalismo salvaje y aliento a la especulación y de la corrupción). La derecha se sintió
exultante y decidió airear su ideario y sus maneras sin complejos, y detrás de ella, la extrema
derecha, que le ha prestado valiosos servicios a través de sus asociaciones cuando ha pasado a
la oposición.

En este clima, se explica que entidades como la asociación Libertad e Identidad, el presunto
sindicato Manos Limpias y el partido Falange Española, en vez de ocultarse muertos de
vergüenza, pretendan sentar en el banquillo al juez que ha intentado investigar los crímenes
de la dictadura franquista, y que tal objetivo haya encontrado apoyo en seis magistrados del
Tribunal Supremo y en cinco vocales del Consejo General del Poder Judicial. Lo que se entiende
mal, a no ser por mezquinos intereses profesionales o por animadversión hacia Garzón, es la
colaboración en este despropósito de magistrados progresistas, devenidos ahora en
neoconservadores. Debe ser un signo de los tiempos que corren.

José M. Roca - Escritor.

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