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Los curas vascos fusilados por Franco no son mártires

El embajador de Estados Unidos en España desde el año 1933 a 1939 fue Claude G.
Bowers. Era un brillante periodista y militaba en el Partido Demócrata, como el
presidente norteamericano de aquella época, Franklin D. Roosevelt, con el que
mantenía una muy fluida relación. Escribió un libro, Misión en España, que es un
tesoro periodístico, diplomático y político.

En la actualidad -y con la polémica suscitada por la encomiable iniciativa de


Baltasar Garzón sobre las víctimas del franquismo y sobre el carácter genocida que
el juez atribuye al Caudillo y al resto de militares insurrectos o facciosos-,
recomiendo vivamente su lectura, lo que, por otra parte, vengo haciendo desde que
compré clandestinamente, hacia 1973, el libro de Bowers, editado en español por
Grijalbo.

Conspiración al descubierto
Reproduciré una de sus observaciones más lúcidas, tras las elecciones de febrero
de 1936, que ganaron las izquierdas, circunstancia que precipitó, en el mes de
julio, el golpe de Estado del general Franco y sus compinches. El texto pertenece al
capítulo XIV. Significativamente, se denomina La conspiración, al descubierto. Se
trata, claro, de la conspiración que desembocó en el brutal asalto a la II República.

Agentes nazis
“Los españoles de la derecha –sostiene Bowers- resultaron ser escandalosamente
malos perdedores (…) En los círculos sociales de Madrid parecía como si existiera
un luto general por los muertos de una gran batalla (…) Los jóvenes reflejaban el
sombrío pesimismo de los más viejos. Que este estúpido estado de espíritu era
alentado por quienes estaban creando la atmósfera para un golpe fascista o militar,
no ofrece la menor duda (…) Desde el momento en que se conoció el resultado de
las elecciones, la lengua irresponsable y sin escrúpulos de la propaganda fascista
comenzó a desatarse (…) La propaganda era dirigida por agentes nazis como una
justificación ante la opinión mundial de la rebelión fascista en la cual (…) Hitler y
Mussolini estaban empeñados”.

Los curas vascos


El embajador Bowers dedica su capítulo XXIII a reseñar El martirio de los vascos.
Tiene especial interés porque introduce en su narración a no pocos curas, monjas y
católicos vascos, leales a la República, que pagaron con sus vidas la barbarie de trío
Franco, Mussolini y Hitler. Este relato es de suma relevancia porque los mártires
vascos fueron silenciados entonces por los jerarcas de la Iglesia católica –cómplices

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en su mayoría del franquismo- y hoy en día continúan marginados por los Rouco
Varela, Cañizares y Camino. En los sucesivos lotes de beatificaciones -convertidas
por los obispos en arma arrojadiza contra los Gobiernos socialistas, tanto el de
González como, todavía más, el de Zapatero- no han figurado esos otros muertos.

Primavera de 1937
Escribe Bowers: “En la primavera de 1937 los rebeldes se hallaban dispuestos para
emprender la conquista de las provincias de la costa del norte (…) Poderosamente
apoyado por tropas italianas y moras, con artillería pesada alemana y aviones y
aviadores alemanes, el ejército de Franco estaba preparado para atacar primero a
los vascos”. Conviene subrayar el papel de las tropas italianas y de la aviación
alemana. Conviene no olvidarlo nunca. Sin Hitler ni Mussolini detrás, moviendo los
sangrientos hilos del guiñol guerrero, Franco habría perdido la guerra.

Los vascos, con los leales


Añade el embajador estadounidense: “Cuando estalló la rebelión, los vascos se
alinearon inmediatamente con los leales. Sus iglesias continuaron funcionando
como antes: sacerdotes y monjas se paseaban por las calles libremente; se oía
misa como se oyó durante siglos; y los sacerdotes bendecían a las fuerzas armadas
de los vascos (…) Esta lealtad de los católicos vascos a la democracia ponía en un
aprieto a los propagandistas que insistían en que los moros y los nazis estaban
luchando para salvar la religión cristiana del comunismo”.

El bombardeo de Durango
Precisa Bowers: “Llegó entonces el martirio de la pequeña población de Durango
con el bombardeo más terrible contra una población civil blanca que se conoce en el
mundo hasta el 31 de marzo de 1937. Era una pacífica y religiosa ciudad, y mucha
gente se hallaba oyendo misa (…) Los aviadores nazis [que volaban muy bajo]
lanzaron toneladas de pesadas bombas (…) Una de ellas estalló sobre el tejado de
la capilla de Santa Susana y las monjas volaron literalmente en pedazos (…) Otra
bomba (…) atravesó el techo de los Padres Jesuitas, y el padre Rafael Billalabeitia,
que estaba oficiando la misa (…) murió entre las ruinas, junto con otros. (…)
Todavía otra potente bomba destrozó el techo de la antigua iglesia de Santa María
en el momento en que don Carlos Morilla elevaba la hostia, y éste cayó muerto con
numerosos fieles a su alrededor”.

La atrocidad de Guernica
Evoca Bowers: “Y después llegó la atrocidad de Guernica (…) Más tarde me enteré
(…) de que habían sido ejecutados incontables prisioneros, incluidos quince
sacerdotes vascos, quienes cayeron ante un pelotón de ejecución. Sus nombres son
conocidos. [El embajador americano los enumera uno por uno, con nombres y
apellidos] Además de las ejecuciones, quinientos sacerdotes vascos fueron
empujados al exilio. Estos sacerdotes no eran comunistas, ni anarquistas, ni
sindicalistas, ni políticos, ni líderes obreros, ni criminales. Eran sacerdotes (…) Así
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queda claro que los sacerdotes fueron ejecutados a sangre fría, no por
irresponsables turbas como en Madrid, sino obedeciendo órdenes del Gobierno
rebelde”.

Certera interpretación
El embajador de Estados Unidos en España no llama a la contienda del 36-39
guerra civil ni mucho menos Cruzada de Liberación Nacional. Aquello, según
interpreta certeramente Bowers, fue “la guerra del Eje contra la democracia
española”.

Enric Sopena es director de El Plural

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