Está en la página 1de 8

Hacia la Paz Social a través de la Paz Individual

Conferencia impartida por el maestro Zen Dokushô Villalba en Bilbao, el 18 de Febrero de


1999.

Esta ocasión es el cuarto año consecutivo que vengo al País Vasco para enseñar y
compartir la práctica del Zen.

En esta ocasión me gustaría hablaros de la Paz. Me gustaría hacer una humilde reflexión
sobre la paz basándome en las enseñanzas y la práctica del Zen, con la esperanza de
que todos juntos podamos beneficiarnos de esta enseñanza y podamos encontrar una
buena manera de resolver nuestros conflictos internos e interpersonales, de forma que
gocemos de un estado mental y emocional pacífico y armonioso.

No soy político ni sociólogo ni economista. Soy un sacerdote budista. Por lo tanto, mi


análisis es básicamente espiritual, Atañe a nuestra mente, a nuestro corazón, a la manera
en la que nos percibimos a nosotros mismos.

Tenemos que reconocer que todo conflicto social y político nace, originalmente, en el
interior de la mente de los individuos. Y que es después, cuando ese conflicto interior ha
sido proyectado hacia el exterior cuando se materializa en un conflicto socio-político-
económico. Este último, a su vez, puede ser causa de nuevos conflictos internos en el la
mente de los individuos.

Así como la Paz social sólo puede surgir de la paz interior de los individuos que
componen la sociedad, el Conflicto social sólo puede surgir del conflicto interior de los
individuos que componen la sociedad.

Existe pues una estrecha relación entre el conflicto interno y el conflicto externo. Ambos
se generan mútuamente. Ahora bien ¿cuál es el primero, cuál es la causa y cual el
efecto?

Transformación social versus transformación individual.

Esto es como preguntarse: ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?

Se podría discutir indefinidamente sobre esto. No es mi intención discutir aquí sobre ello,
pero si se hiciera, veríamos que, básicamente, surgirían dos actitudes:

• La de los revolucionarios sociales, para quienes las circunstancias ambientales


(socio-política-económicas) son las causantes del sufrimiento de los individuos. Por lo
tanto, su acción va destinada sobre todo a la transformación de dichas circunstancias.

• La de los revolucionarios, llamémosles, individualistas, para quienes toda


revolución verdadera debe suceder previamente en el interior del individuo, ya que los
individuos son los elementos básicos de toda sociedad humana. Según esta posición, son
los individuos los que deben crear un estado de paz en sus mentes para que la
interacción de todos ellos genere paz social.

Personalmente siento que una visión equilibrada debe incluir ambas actitudes, si bien
creo que las causas profundas de todo conflicto, ya sea social o individual, debemos
buscarlas en el interior de las mentes individuales.

Ningún ser humano sano ama el conflicto. El conflicto interno merma la capacidad de ser
feliz del individuo y el conflicto social merma la armonía entre individuos.

Dado que lo que en el fondo todos anhelamos es felicidad y bienestar es importante que
podamos comprender las causas y dinámicas de nuestros conflictos internos y de cómo
estos conflictos nos inducen a crear relaciones conflictivas con las personas que nos
rodean. Es muy importante que aprendamos a disolver nuestros conflictos internos. Esto
no puede suceder si no comprendemos cómo se generan.

¿Qué nos dice la enseñanza del Budismo Zen a este respecto?

La experiencia suprema o el estado ideal en el Budismo es llamado nirvana. Literalmente,


nirvana significa "extinción". Se entiende "extinción de todo tipo de conflicto, de lucha, de
insatisfacción, de sufrimiento". Nirvana es un estado mental caracterizado por la extinción
de la llama del dolor y del sufrimiento. Usualmente se emplea la imagen de una vela
encendida para explicar el proceso de extinción del sufrimiento.

La llama de la vela es el estado de conflicto, de lucha, de dolor y sufrimiento. Para que


una vela permanezca encendida se requiere un conjunto de causas y de factores
circunstanciales, a saber:

• Es necesario un soporte material básico (el combustible: la cera en forma de vela,


con una mecha apta para arder).

• Es necesario un conjunto de factores circunstanciales (atmósfera con una cierta


cantidad de oxígeno y una cierta corriente de aire).

• Es necesaria una llama ya encendida previamente (encendedor, fósforos, fuego de


chimenea, etc…).

• Es necesario alguien con la voluntad de usar ese fuego anteriormente encendido


para encender con él la mecha de la vela).

Todas estas causas y circunstancias son necesarias para encender y mantener


encendida una vela. A falta de uno de ellos, o bien la vela no puede ser encendida o bien
si se ha encendido, se apaga.

Traduzcamos esto al ámbito interno del individuo:

• El soporte básico, el combustible, son ciertos estados internos susceptibles de


arder en el fuego del conflicto.

• Los factores externos son circunstancias sociales, culturales, políticas o


económicas que permiten que estos estados internos entren en combustión.

• La llama previamente encendida son viejos conflictos internos no resueltos.

• La voluntad de usar la llama de estos viejos conflictos no resueltos es la opción


individual de usar esa llama para encender el combustible susceptible de entrar en
combustión.
Esta dinámica es un círculo vicioso que se autoperpetúa: viejos conflictos no resueltos
pueden encender conflictos nuevos si se dan las circunstancias adecuadas y si se
produce la opción (la voluntad) de recurrir a los viejos conflictos para inflamar los nuevos.

¿Cómo romper este círculo vicioso? A primera vista, puede parecer que con suprimir
cualquier eslabón de esta cadena, la llama del conflicto actual no se produciría y, por lo
tanto, el conflicto quedaría resuelto. Pero un análisis más detallado nos hará ver que esto
no es exactamente así.

Veámoslo por parte. Para recapitular recordemos los cuatro elementos necesarios en el
círculo vicioso del conflicto y del sufrimiento:

• En primer lugar, una voluntad, una opción por crear el conflicto. (Puede ser
inconsciente).

• En segundo lugar, la llama de un viejo conflicto no resuelto.

• En tercer lugar, las circunstancias externas que favorecen la combustión.

• En cuarto lugar, un soporte básico, el combustible, del conflicto actual.

(A su vez, este nuevo conflicto generado, puede convertirse en la llama que inicie un
nuevo conflicto futuro. Etc. etc.)

Cuando se dan estos cuatro aspectos, la aparición del conflicto y del sufrimiento es
automática y se genera una dinámica de conflictividad creciente, una bola de nieve.

¿Qué podemos hacer para romper este círculo vicioso?

• Podemos suprimir, por ejemplo, la voluntad de crear un nuevo conflicto . Si


suprimimos la voluntad de encender conflictos nuevos con la llama de los viejos
conflictos, el conflicto nuevo no se manifiesta (no se enciende una nueva llama). Pero
esto no resuelve los viejos conflictos (que siguen existiendo) ni la posibilidad de que sean
encendidos conflictos nuevos en el futuro. Esta posibilidad tampoco hace desaparecer las
circunstancias externas que propician la virtual inflamación de nuevos conflictos.

No obstante, aunque la supresión de la voluntad de encender conflictos nuevos con la


llama de viejos conflictos no resueltos no resuelve todo el problema, es la condición
imprescindible para que no aparezcan nuevos conflictos. De esta forma, podemos
concentrarnos en la resolución de los viejos conflictos no resueltos.

• Podemos apagar la llama de los viejos conflictos no resueltos. Una vez suprimida
la posibilidad de encender nuevos conflictos con la llama de los conflictos viejos, estamos
en disposición de ocuparnos de apagar estos viejos conflictos. ¿Por qué se mantienen
encendidos los viejos conflictos? Podríamos decir que por dos conjuntos de causas:

1ª. Porque se dan las circunstancias externas que permiten que la llama de esos
conflictos siga ardiendo.

2ª. Porque hay un material básico, un combustible con capacidad de arder.

• Podríamos disolver o transformar entonces las circunstancias externas que


propician la aparición del conflicto . Visto esto, unos dirían entonces, que para apagar
esos viejos conflictos, lo que habría que hacer es suprimir las circunstancias externas que
le permiten seguir ardiendo. Obviamente, si suprimimos las circunstancias externas, la
llama de estos viejos conflictos no se manifestará. La llama se apagará. (Si suprimimos el
oxígeno atmosférico que necesita la llama de una vela para arder, la llama se extinguirá).
Suprimir o transformar las circunstancias externas que permiten la aparición de un
conflicto es también necesario. No obstante, aunque la llama de la vela se haya apagado,
el material básico, el combustible capaz de arder en cualquier momento, permanece
intacto y susceptible de encenderse si se vuelven a dar las circunstancias externas
adecuadas.

• Por lo cual tenemos que suprimir las causas profundas, el combustible básico, del
conflicto . Si queremos suprimir de raiz el conflictos y evitar que vuelva a encenderse
debemos disolver las causas profundas, el combustible básico, la posibilidad misma de
que vuelva a darse. Estas causas profundas no son externas a nosotros mismos, sino
que se encuentran en lo más íntimo de nuestra conciencia de ser. El término nirvana se
emplea para designar esta extinción total del soporte básico de todo conflicto.

Clarificar las causas profundas del conflicto.

Desde el punto de vista del Budismo, las causas profundas de todo conflicto y del
sufrimiento que conlleva, reciben el nombre de Tres Venenos. Estos son:

• La ignorancia primordial.

• El apego y su familia (el deseo, la atracción, la identificación absoluta)

• El odio y su familia (la cólera, el rechazo, la aversión).

Cuando estos Tres Venenos permanecen en nuestra mente, el conflicto y el sufrimiento


aparecen sin lugar a dudas en nuestra vida. Si no se dan las circunstancias requeridas,
estos Tres Venenos no se manifiestan. Pero el hecho de que no se manifiesten no quiere
decir que no existan. Simplemente no se manifiestan. No obstante, basta con que
aparezcan las circunstancias propicias para que los Tres Venenos, hasta entonces en
estado latente, vuelvan a manifestarse.

La práctica del Budismo Zen, cuyos tres pilares son: comportamiento moral correcto,
introspección o meditación correcta y visión correcta, tiene como finalidad la
transformación de estos Tres Venenos mediante el cultivo sistemático de sus antídotos.
Estos son:

• Sabiduría (o disolución de la ignorancia).

• Serenidad mental y emocional (o disolución de los deseos y apegos insanos)

• Compasión ( o disolución de la cólera y del odio).

¿Por qué en el Budismo Zen se le da tanta importancia a la transformación o disolución


de estos Tres Venenos? Porque ellos constituyen el único conjunto de causas
imprescindibles del conflicto y del sufrimiento.

Si no se dieran estas causas básicas, el conflicto y el sufrimiento no podrían aparecer.

Si no hay vela, no hay llama. Aunque se dieran todas las circunstancias adecuadas para
la combustión, aunque tengamos encendida y dispuesta otra vieja llama, aunque
tengamos la voluntad de prender un nuevo fuego con esta vieja llama, sin el soporte
básico este fuego no podría ser prendido.

Veamos con un poco más de precisión qué son estos Tres Venenos y sus Antídotos:

La ignorancia consiste básicamente en un oscurecimiento mental que nos impide ver la


verdadera realidad de nuestra propia naturaleza y de la naturaleza del mundo y, al
contrario, nos hace ver como realidad algo que es ilusorio.

Bajo los efectos de la ignorancia:

• Creemos que somos un yo fijo, definido, sólido, independiente.

• Creemos que este yo permanece fijo, estable e idéntico a sí mismo a lo largo del
tiempo.

• Creemos que la perpetuación de este yo ilusorio nos hará sentirnos felices y


seguros.

y ...

• No vemos la realidad de la interdependencia.

• No vemos la realidad del cambio continuo.

• No vemos el sufrimiento inherente al apego a este yo ilusorio.

¿Por qué la creencia en un yo fijo, sólido y definido, siempre idéntico a sí mismo, es


causa de sufrimiento y conflicto?

La creencia en un yo fijo, sólido, definido, siempre idéntico a sí mismo es la manifestación


básica de la ignorancia. Esta creencia es un problema sobre todo cognitivo. Es una
percepción distorsionada de la realidad.

Esta creencia va siempre acompañada de una fuerte carga emocional. La carga


emocional, como la eléctrica, se polariza siempre en :

• positiva (apego, identificación),

• negativa (odio, rechazo),

• y neutra (ni apego ni rechazo).

La creencia en el yo polariza la realidad en dos polos: yo (y lo mío) y no-yo (no mío) (los
demás, e.d. los que están "de más", lo suyo).

El yo (y lo mío) se convierte así en objeto del apego y de la identificación emocional


(carga positiva).

Lo no-yo (lo otro) se convierte en el objeto de rechazo en el peor de los casos, y en


indiferencia en el mejor de los casos.

La mente cegada por la ignorancia traza un círculo psicológico, un límite, una frontera. Al
territorio que se encuentra en el interior del círculo lo llama "yo (y/o mío)". Al exterior del
círculo lo llama "lo otro" (o lo suyo)". El conflicto está entonces servido.
Todo conflicto es siempre un conflicto fronterizo, ya se trate de una frontera psicológica o
de una territorial (aunque en su origen todas las fronteras son psicológicas o mentales).

El conflicto surge cuando se intenta responder a estas preguntas: ¿Dónde se establece la


línea fronteriza y quién lo hace? Dado que ese "yo-1" vive con otros muchos "yo-x", (que
para el "yo-1" son simplemente no-yo, el conflicto de donde acaba un "yo" y donde
empiezan los otros "yo" está servido en bandeja.

La independencia de un "yo" para marcar los límites que lo definan choca con la
independencia de otros "yo" para hacer lo mismo.

La intensidad de este choque conflictivo depende de la intensidad del apego/odio que


cada "yo" sienta por sí mismo y por el otro:

A mayor apego/odio, mayor será la intensidad del conflicto.

A mayor intensidad del conflicto, mayor será el apego/odio susceptible de generarse.

Aquí nos encontramos con los otros dos venenos:

El apego puede ser definido como una identificación emocional obsesiva con una parte
determinada de la realidad, en concreto, con esa a la que se la ha llamado "yo" (y lo mío).
El deseo, la avidez, la ambición, el ansia, la ansiedad, forman parte de esta misma
familia.

El odio, por su parte, puede ser definido como un rechazo emocional obsesivo hacia una
parte determinada de la realidad, en concreto, hacia esa que hemos llamado "no-yo" (lo
otro). La cólera, la aversión, la descalificación de lo otro son emociones emparentadas de
esta misma familia.

Detengámonos brevemente para observar la relación que existe entre el deseo y la


cólera: el deseo, por su propia naturaleza, tiende siempre buscar su satisfacción. El
deseo es una tensión emocional que necesita ser relajada mediante la satisfacción del
mismo. En la acción de desear encontramos tres aspectos:

• El sujeto que experimenta o genera el deseo.

• El objeto del deseo.

• La acción emprendida por el sujeto en pos de la satisfacción.

Ahora bien, no siempre se puede obtener lo que se desea, ya lo decían los Rolling
Stones. La acción emprendida por el sujeto en pos de la satisfacción puede encontrar
muchos obstáculos que impidan alcanzar el objeto del deseo. Cuando esto sucede, por lo
general, aparece la cólera, la ira, la furia. La cólera es una emoción destructora. Su
objetivo es destruir el obstáculo que se interpone entre el sujeto que desea y el objeto
deseado.

Por lo general, este obstáculo es mucha veces "lo otro", el "no-yo".

Una mente cegada por la creencia en el yo se ve afectada de egocentrismo. Esto es, el


"yo" cree ser el centro del universo y piensa que "lo otro", el mundo y su gente, está ahí
para satisfacer su deseo, o al menos, en ningún caso debe constituir un obstáculo. El
problema es que los demás "yoes" piensan lo mismo.

Volvamos ahora al conflicto fronterizo (nuestra vida cotidiana está llena de pequeños
conflictos fronterizos: intrapersonales e interpersonales).

Al analizar la historia de la humanidad y nuestra propia historia personal, podríamos


pensar que existen dos maneras básicas de resolver los conflictos fronterizos:

1º. Mediante la reafirmación de la independencia del yo apoyada en la fuerza coactiva.

2º. Mediante el diálogo basado en la realidad de la interdependencia mutua del yo con lo


no-yo.

En realidad, y como espero demostrar, no hay dos maneras. Sólo una: la del diálogo
basado en la interdependencia mutua del yo con lo no-yo.

Veámoslo:

1º. Tenemos que reconocer que la opción que consiste en afirmar la independencia del
yo mediante la fuerza coactiva ha sido y sigue siendo la más recurrente en la mayoría de
nosotros como manera de resolver nuestros conflictos internos, interpersonales e
internacionales. Tenemos que reconocer que aunque el uso de la fuerza coactiva parece
solucionar el conflicto a corto plazo, en realidad lo único que hace es aplazarlo y
enconarlo aún más. ¿Por qué? Porque el uso de la fuerza coactiva no disuelve las causas
profundas de los conflicto. Solamente cambia la polaridad del conflicto.

¿Cómo es esto? La aparente resolución de un conflicto mediante la fuerza coactiva trae


inevitablemente al escenario la figura del yo vencedor y del yo vencido. Usualmente el yo
vencedor es el que más fuerza tiene para afirmar su independencia. Por lo tanto, este yo
vencedor puede creer que el conflicto ha sido resuelto gracias a su mayor fuerza coactiva.
No obstante, olvida al yo vencido. El yo vencido se siente humillado, genera rencor, odio y
deseo de venganza. Se apega aún más a su deseo de independencia y puede esperar
pacientemente durante mucho tiempo hasta que se den las circunstancias apropiadas
(acumulación de fuerzas) para encender un nuevo conflicto y saciar su deseo de
venganza y de independencia.

Supongamos que las circunstancias cambian con el tiempo y que el yo vencido en el


conflicto anterior acumula la suficiente fuerza como para enfrentarse y vencer al anterior
yo vencedor. Entonces, éste se convierte en yo vencido. Y como el anterior, se siente
humillado, genera rencor, odio y deseo de venganza. Se apega aún más a su deseo de
independencia y espera pacientemente, todo el tiempo que haga falta, a que las
circunstancias cambien para encender un nuevo-viejo conflicto. Y así por los siglos de los
siglos, la rueda del odio y del conflicto basado en la fuerza coactiva continúa girando y
girando. La opción que consiste en afirmar la independencia del yo mediante el uso de la
fuerza coactiva no es una opción verdadera. Es una perpetuación sine die del conflicto y
de su secuela de sufrimiento.

2º. El diálogo basado en la realidad de la interdependencia mútua del yo con lo no-yo es


la única solución verdadera, la única que aporta una verdadera paz interior porque es
acorde a la realidad de la naturaleza humana. El verdadero diálogo está necesariamente
basado en la comprensión y aceptación de que ningún yo puede ser independiente. La
independencia del yo es una ilusión, un mito adolescente. Ningún yo puede vivir por sí
mismo. Ningún yo es ni podrá ser nunca independiente. Todos nosotros necesitamos el
aire, la tierra, el agua, el sol para sobrevivir. Nos necesitamos los unos a los otros. Somos
lo que somos sólo gracias a la interdependencia que nos une a todo cuanto existe.

El diálogo como solución.

Para que el yo pueda solucionar mediante el diálogo su conflicto con lo no-yo tiene que
abandonar la opción de la fuerza coactiva.

El fin último de la fuerza coactiva es la destrucción, o la neutralización como


eufemísticamente se dice en el lenguaje militar moderno, de lo no-yo.

Para que el diálogo se produzca es imprescindible que el yo reconozca el derecho a ser


de lo no-yo. El yo debe equiparar su derecho a ser con el derecho a ser del no-yo. Es
decir, el yo necesita ecuanimidad. Necesita liberarse de la terrible polarización emocional
"apego a lo mío / rechazo de lo suyo". La ecuanimidad permite al yo poner en la misma
balanza sus necesidades y las de lo no-yo.

El diálogo no puede producirse desde el egocentrismo. Un yo dialogante es un yo que se


da cuenta de que la realidad carece de centro. La realidad es un diálogo continuo entre
infinidad de centros, un diálogo continuo entre una infinidad de yoes interdependientes.

Así pues, la ofuscación, el apego terco al yo y a lo mío, el rechazo, el odio o la


insensibilidad hacia el "otro" son tres venenos que intoxican la mente humana y nos
impiden convivir en interdependencia con las demás existencias. Estos tres venenos son
las causas profundas de todo conflicto y de todo sufrimiento.

¿Cómo transformar los Tres Venenos? Alimentando en nosotros sus antídotos.

• Alimentando la sabiduría, es decir, la visión profunda de las profundas


interrelaciones que nos mantienen unidos.

• Alimentando la ecuanimidad emocional, pacificando nuestras emociones.

• Alimentando la compasión (no le hagas a otro lo que no te gustaría que te hiciera a


ti mismo. Haz a los otros lo que te gustaría que te hiciera a ti mismo).

¿Cómo se hace esto?

Seguramente hay muchas maneras de hacerlo. Cada uno debe encontrar la que
concuerde mejor con sus características personales.

Personalmente, conozco una manera maravillosa de practicarlo: la meditación zazen.

Durante la meditación zazen se produce aquello que le sucedió a un viejo ermitaño un


día:

Historia del ermitaño, de los dos toros que combatían a orillas del mar.

Esto es lo que vamos a hacer durante este fin de semana: sentarnos, sentirnos, hacernos
íntimos con nosotros mismos y dejar que los dos polos de nuestros conflictos internos se
disuelvan en el océano de paz, calma y luminosidad de nuestra auténtica naturaleza
original. Y vamos a ofrecer esta paz interior conseguida a la Convivencia Pacífica de
todos los seres vivos.

También podría gustarte