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CRÓNICA: UN NIÑO COMÚN Y CORRIENTE

MAURICIO JIMENEZ CASTRILLON

15 512 251

HABILIDADES COMUNICATIVAS

ASESOR:

YOLIMA ANDREA ZULETA

TECNOLOGICO DE ANTIOQUIA

MEDELLIN

2008
UN NIÑO COMÚN Y CORRIENTE

Jorge Eliécer Mesa es un niño común y corriente, tiene 11 años y


juega con un reloj que le dice la hora como una maquinita, y con un
celular que solo utiliza para grabar sonidos y para recibir las llamadas
de su mamá, cuando lo recoge al final de la escuela, o después de las
clases de música que recibe en el Instituto de Bellas Artes de
Copacabana, dos veces por semana.

Jorgito, como lo llamamos sus amigos, es un niño inquieto, le gusta


hacer chistes cuando está con sus compañeros y reírse de todas las
cosas que pasan. Cuando alguien le da oportunidad, o papaya como
decimos en Antioquia, sale de su boca un chiste que él mismo se
celebra y que algunos acompañan con una risa. También es juez
implacable, cuando escucha que alguien se equivoca tocando una
canción de las que él se sabe de memoria, porque al final, termina
aprendiéndola nota por nota.

Jorge Eliécer llega a la clase de piano, después de una larga jornada


de estudios, acompañado de su mamá, quien lo deja en el primer
piso y lo espera viendo una película que presenta el cineclub,
mientras él recibe su clase. A estas alturas del año debe haber visto
por lo menos unas 30 películas a medias, porque cuando el niño sale
de la clase, la película apenas estará desenvolviendo la trama.

Jorgito, sin ayuda alguna, sube los tres pisos que lo separan de su
mamá, y tomado de la baranda al lado de las escalas, camina hasta
el salón donde se encuentra el maestro de música. Se para frente al
piano y espera que su profesor le diga en qué lugar debe sentarse.

Jorgito es un niño común y corriente, pero también es uno de los


cientos de discapacitados visuales que habitan Medellín y su área
Metropolitana. Es un niño común y corriente, pero su escuela es una
escuela especial para invidentes, su reloj le dice la hora porque no
puede verla, y se sabe de memoria los atajos para grabar sonidos en
su celular, porque los juegos que tiene no están diseñados para los
que viven en el mundo de las sombras. Jorgito es un niño común y
corriente y sueña algún llegar a ser un gran abogado.

Cuando se sienta frente al piano, busca el DO central. Tiene dos


guías para hacerlo: la posición de las teclas negras que están
separadas en grupos de a dos y de a tres, y una inexplicable
genialidad que le da la naturaleza a quienes priva de alguno de sus
otros sentidos: él puede reconocer cualquier sonido con solo
escucharlo, los músicos llaman a esta cualidad oído absoluto.

Empieza su clase tocando algunos temas que se sabe de memoria y


luego comienza a tocar pasajes de la canción que está preparando en
ese momento. Recibe las correcciones, y trabaja con una prodigiosa
memoria cada uno de los fragmentos, hasta que los puede ejecutar
con maestría.

Va transcurriendo la mitad de la clase y Jorgito toca ya una sección


de 10 o 12 compases sin recurrir a más ayuda que la del profesor que
va marcándole el tiempo y que le corrige la digitación mientras la
canción toma forma. Cuando es necesario, el maestro lee un nuevo
fragmento de la partitura y lo toca para él, haciéndole más fácil el
proceso de asimilar las frases que va a trabajar a continuación.

Jorge Eliécer sale a veces desanimado de las clases. Como cualquier


niño de su edad, piensa en voz alta que el piano no sirve para nada,
pero él sabe que su música sale del espíritu, que se siente más
cuando él la ejecuta con tanta tranquilidad, con tanta naturalidad,
como si tocar un instrumento fuera como caminar o subir las escalas
de un tercer piso que ya reconoce en su memoria.

Es cierto, la música se siente más cuando Jorgito la toca, cuando la


gente disfruta verlo interpretar: “El Payaso”, “Para Elisa” o “Balada
para Adelina”. El ya sabe también que en las muestras de fin de año
ha dejado a más de una de las madres de los demás alumnos
llorando, al ver sus dedos desplazarse sobre las teclas en una
perfecta comunión entre cerebro, manos y piano.

Jorgito es un niño común y corriente. Al acabar su clase y sin ninguna


ayuda, - muchas veces sin despedirse, sale del salón, baja las escalas
de los tres pisos que lo separan de su madre que lo recibe con un
beso, y luego parten hacia su casa: la mamá radiante escuchando lo
que Jorgito le cuenta de la clase, y él, serenamente, sale tomado de
su brazo… y recordando la canción que acaba de montar, se va
tocando con la otra mano sobre su pantalón, el fragmento de una
música que nadie ve, pero que se siente en el alma.

Por Mauricio Jiménez


Profesor de Piano de Jorgito

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