Está en la página 1de 8

Lenguaje y Poder en la Sociedad del Conocimiento

IX

Esta inclusión-exclusión tiene una historia tan larga (o tan corta) como la de la historia
del desarrollo de las NTIC. Fundadas en los avances de las matemáticas binarias
-codificadas por Leibniz en el siglo XVII-, la tecnología asociada a ellas por el uso
conmutado de 0 y 1, tras el dominio de la energía eléctrica y las aplicaciones de esos
descubrimientos a la robótica y cibernética, posibilitó el surgimiento de ordenadores y
posteriormente, otros artefactos como la TVDT y satelital, celulares, Iphone, Ipods,
MP3, MP4 y otros nómades.

En paralelo, la instalación mundial de las “carreteras de la información” (cables


coaxiales y ópticos, parábolas y satélites) y la codificación de softwares operativos,
junto a la masificación de redes físicas y wireless de interconexión, incrementaron
colosalmente la capacidad y velocidad de contactar y retroalimentarse de datos con
otros nodos de las mismas, dando origen así, a la red de redes: Internet.

La fuerza con que la información y la comunicación se extendieron gracias a las


(nuevas) NTIC1, a contar de los 70, como coadyuvantes de millones de procesos
económicos, sociales, políticos y culturales que hasta entonces se gestionaban
analógicamente, así como los visibles efectos que mostraban en la productividad de
factores en las naciones que las integraron, hizo surgir tempranamente el concepto de
“brecha digital” y, por contraposición, el de “inclusión”. Mediante éste, las naciones
productoras, apoyadas en sectores críticos, políticos y académicos, quisieron llamar la
atención sobre el impacto que, en materia de igualdad de oportunidades, tendría un
avance de estas tecnologías en las naciones creadoras de aquellas, en su relación con
sociedades menos desarrolladas.

El propio concepto de “inclusión digital” nos otorga las primeras pistas respecto del
sentido de la proposición: si es necesario “incluir” algo, es que, o ese algo ya está
excluido o potencialmente se aprecia el peligro de que lo esté. Hay pues, en su base,
un sentido de preocupación integradora, que respondería a una inquietud de igualación
de oportunidades, frente al avance de una determinada fuerza productiva, tal como
1 Nuevas en el sentido de Coll y Martí, desarrolladas a partir de los avances en ambos campos desde la
revolución digital para el transporte de datos, pues se pueden incluir como tecnologías de comunicación e
información antiguos artefactos como los libros, la imprenta, radio, teléfonos y TV analógica, “Las NTIC en
la Educación Escolar: Desarrollo Psicológico y Educación, Vol II - Cap 25, César Coll y Eduardo Martí”.
ocurrió con la imprenta, que impulsó en el siglo XV la publicación más amplia de libros
–y por consiguiente la lectoescritura-, medio que hasta ese momento no eran sino
incunables producidos artesanalmente por ordenes eclesiásticas y que se difundían,
intermediados por la Iglesia Católica, según las hermenéuticas oficiales, de viva voz y
presencialmente en los púlpitos de Europa y otras áreas del mundo.

Esta nueva desigualdad “binaria”, sumada a las existentes, consecuencias de la ya


ancestral brecha de la era industrial, respecto de cuyo impacto se dimensionaban ya
dramáticos efectos en la distribución mundial de la riqueza (más de mil millones de
personas viviendo en la extrema pobreza), hizo presumir el surgimiento de una nueva
profundización de las diferencias económicas, sociales, políticas y culturales entre
naciones ricas y pobres, con el agregado que ahora, la trinchera se establecería con
mayor velocidad que la que cavó en su momento, el acceso o negación a los beneficios
de la revolución industrial.

El diagnóstico impulsó múltiples iniciativas internacionales y en 1978, cuando en los


países ricos se produjo el primer gran impulso del desarrollo informático, la UNESCO
creó un organismo intergubernamental de informática (IBI), cuyo objetivo fue generar
las condiciones para que los países pobres lograran su crecimiento en ésta área y con
ello redujera su brecha con los primeros2. Es entonces, desde la informática –producto
estrella de la industria tecnológica desarrollada- y no desde Internet, donde se
comienza a construir el discurso sobre la “brecha digital”.

En efecto, la UNESCO señalaba en esa oportunidad que “la adopción de la informática


por los países del Tercer Mundo y la aplicación de una política en este ámbito les
permitirá acceder al mismo nivel de desarrollo que los países industrializados. La
experiencia de los países industrializados prueba que la informática, nacida del
progreso, puede, a cambio, acelerar el desarrollo. Si los países en desarrollo logran
dominarla, pueden incluso, gracias a una mejor administración de los recursos,
contribuir a atenuar la brecha que los separa de los países poderosos”3.

Desde la evidencia de una brecha que “excluye”, a la necesidad de “inclusión” hay,


pues, una simple oposición lingüística. Sin embargo, el concepto de “inclusión” -en sus
2 La Brecha Digital, Manly Camacho, “Palabras en Juego: Enfoques Multiculturales sobre las Sociedades de la
Información”. Coordinado por Alain Ambrosi, Valérie Peugeot y Daniel Pimienta, Noviembre de 2005 por C &
F Éditions.
3 Unesco-IBI. Rapport général de la conférence Stratégies et politiques informatiques nationales,
Torremolinos, 1978, p. 17.
apreciaciones y soluciones- tuvo una evolución, cuyo develamiento y consecuencias
nos lleva en dirección distinta a aquel de la pura preocupación por el “progreso”. Por
de pronto, la propia UNESCO se refiere esta inclusión/exclusión como “adopción” de la
informática, es decir, como “recibir o admitir alguna opinión, parecer o doctrina,
aprobándola o siguiéndola”4.

No se trata pues, según el organismo internacional, de instalar una colaboración


científica y tecnológica con las naciones emergentes para que éstas busquen sus
caminos de desarrollo informático desde sus respectivas realidades, sino de una
“adopción”, siguiendo el modelo de transferencia o venta de maquinarias de la era
industrial para “acelerar el desarrollo”, aunque sin poner en peligro el conocimiento y
propiedad intelectual de aquellas tecnologías.

Este discurso de la adopción se expande y consolida con el advenimiento de la


Internet. En los inicios del siglo XXI, el 2000, en Okinawa, el poderoso Grupo de los 7
(las siete naciones industrializadas) apunta hacia la conformación de una “Sociedad de
la Información” y crea nuevos mecanismos con el objetivo de integrar esfuerzos
internacionales y encontrar maneras efectivas de reducir la “brecha digital”,
comprometiéndose “con el principio de inclusión: todo el mundo, donde sea que se
encuentre, debe tener la posibilidad de participar (en la Internet); nadie debe quedar
excluido de los beneficios de la Sociedad de la Información”5.

La inclusión así definida apunta recién a una primera fase, cual es la promoción para la
instalación, a nivel mundial, tanto de las redes de comunicación de cables o wireless,
que hacen posible la operación de los millones de nodos que ésta une, como de los
propios artefactos tecnológicos que, en la forma de ordenadores, celulares, E-radios,
Ipods y demás adminículos fijos y nómades, son parte de la malla universal de cables,
parábolas y satélites conectados a la Internet.

Sin embargo, inevitablemente tal infraestructura debe ser “adoptada”, porque los
conocimientos científicos y las técnicas que posibilitaron la fabricación de estos bienes
son legítimamente propiedad de las empresas y naciones que las desarrollaron, tras
realizar ingentes inversiones en recursos financieros y capital humano y, por

4 Segunda acepción de “adopción”, según el Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española,
XIX Edición, 1970
5Okinawa Charter on Global Information Society, Okinawa, July 22, 2000.
http://www.g7.utoronto.ca/summit/2000okinawa/gis.htm
consiguiente, exigen, por racionalidad económica, una renta para la recuperación y
utilidad del esfuerzo realizado. Asimismo, el desarrollo de las ciencias que los hicieron
posibles se encuentra en un punto en el que la ventaja de ser los primeros es
difícilmente equiparable, si las sociedades emergentes realizaran su propio esfuerzo en
tal sentido.

Tal como en el caso de la revolución industrial, cuando las técnicas de producción de


aceros especializados de alta dureza integraron tal cantidad de conocimiento y
materiales que hicieron imposible su producción sin aquellas técnicas –un caso
paradigmático de esfuerzo fallido en este sentido fue el de la China Popular y su
estrategia de desarrollo económico autónomo del “Gran Salto Adelante”-, la generación
de artefactos de la Sociedad de la Información y del Conocimiento se ha transformado
en “monopolios” de conocimiento de aquellas naciones que saben los procesos y
especificaciones materiales de su producción.

Desde el 2000, en Okinawa, la brecha digital se aprecia así, como la posibilidad de


estar o no conectados a Internet y, por consiguiente, durante los años posteriores, las
naciones y sus elites pusieron su atención en la cuestión infraestructural, realizando
enormes inversiones para incluir a sus respectivas poblaciones en la “Sociedad de la
Información”, mediante planes gubernamentales, privados o mixtos de extensión y
compras masivas de cables, parábolas y nodos, estrategia que, por lo demás, favoreció
la producción física de los artefactos necesarios para operar en la red que realizaban
las propias naciones industrializadas.

En paralelo se había iniciado una explosión sin precedentes de contenidos (información


y servicios) accesibles por la red, que abrió las puertas de la imaginación a millones de
usuarios interconectados, los que, desde la ilusión de la participación en ese nuevo
mundo virtual, como agente transformador del mismo, impulsaron con mayor fuerza la
urgencia de la instalación de la infraestructura básica requerida, dados los evidentes
beneficios de velocidad, eficiencia y productividad que las NTIC ofrecen a los
conectados.

La cruzada tuvo éxito y en menos de una década, en los 80-90, las empresas de
telecomunicaciones, por una parte, y las de hardware y software, por otra, se
transformaron en las industrias más dinámicas del orbe (con crecimientos de sobre el
20% anual), generando un fenómeno económico de proporciones universales que aún
no concluye, pero que para el 2008 había conseguido interconectar a más de 2.5 mil
millones de seres humanos en todos los continentes, creando una nueva economía que
funda y quiebra imperios comerciales multimillonarios y que, a modo de muestra de su
explosión, produjo en pocos años las principales fortunas individuales en ambas ramas
de su quehacer: Bill Gates con Microsoft en la industria del hardware y el software, y
Carlos Slim, con Telmex en la de las telecomunicaciones, entre otros.

Sin embargo, una vez instalada la Internet y las carreteras y rutas de información que
la hacen posible, el verdadero valor de las NTIC fue transmutando desde la producción
de aparatos y conexiones que posibiliten el uso, hacia los contenidos que innoven al
interior y exterior de la red, que mejoren su usabilidad y cree comunidades científicas
y de consumidores a nivel mundial. Esta nueva dimensión del valor en Internet, la
WWW, genera dos corrientes divergentes: empresas de software que, como los
buscadores o comunidades (Google, Yahoo, Altavista, Facebook, Youtube, etc) ofrecen
servicios gratuitos, pero que aprovechan su enorme poder de convocatoria para usos
de sus bases de datos con objetivos comerciales y que llevan a estas marcas a precios
record en las Bolsas; y aquellas firmas que adhieren a la red 2.0 de intercambios y
traspasos gratuitos de softwares libres, como Linux, que generan el concepto de
copyleft y de una red cooperativa y no competitiva.

La emergente Sociedad de la Información y del Conocimiento, una vez instalada su


infraestructura básica de intercomunicación abre así las puertas a los contenidos de la
WWW, ofreciendo nuevas perspectivas para el desarrollo económico y social humano,
en la medida que se trata de una red física y de contenidos que comienza a unir
cerebros biológicos en todo el mundo, en una red virtual de conexiones de silicio,
cuyas consecuencias para los conceptos culturales (y por lo tanto lingüísticos) vigentes
será significativa en los próximos años.

En efecto, tal como en la industria, la mayor renta actual no está tanto en la


producción física del producto, sino en el valor agregado de conocimiento que el bien
integre (diseño, materiales, accesorios, marketing), en la Sociedad de la Información y
del Conocimiento valdrá más el contenido, innovación o creación de bienes y servicios
que circulen a través de ellas –con diversos modelos de negocios- que los aparatos que
hacen posible dicha distribución e intercambio.
El sueño de la “inclusión” de Okinawa 2000 (“todo el mundo, donde sea que se
encuentre, debe tener la posibilidad de participar” en la red) está aún en fase
intermedia. Más de 4 mil millones de seres humanos viven “unplug” en todo el mundo.
De allí que ambas industrias tienen por delante un futuro de expansión inimaginable,
que explica el interés que despiertan y su valor de mercado, no obstante la dura
competencia que, desatada, va reduciendo en proporciones geométricas los precios de
sus productos, obligando a un proceso continuo de innovación y cambio que
incrementa la velocidad de obsolescencia de estos bienes a ritmos cercanos a la
irracionalidad. Como resultado, en los 90 sobrevino el “estallido de la burbuja de las
Punto com” y, por lo tanto, la industria transnacional exigió apresurar la marcha hacia
la nueva Sociedad de la Información y del Conocimiento. Pero para aquello, el mercado
era insuficiente. Se requerían decisiones drásticas y de orden político.

El 2003, la Cumbre de la Sociedad de la Información, en Ginebra, insistió en el llamado


a reducir la “brecha digital”, aunque esta vez las naciones más comprometidas con la
revolución tecnológica propusieron como estrategia la “solidaridad digital de los países
ricos con los países en desarrollo”. En su declaración, la Cumbre señala que “la
construcción de una Sociedad de la Información integradora requiere nuevas
modalidades de solidaridad, asociación y cooperación entre los gobiernos y demás
partes interesadas, es decir, el sector privado, la sociedad civil y las organizaciones
internacionales. Reconociendo que el ambicioso objetivo de la presente Declaración
-colmar la brecha digital y garantizar un desarrollo armonioso, justo y equitativo para
todos- exigirá un compromiso sólido de todas las partes interesadas, hacemos un
llamamiento a la solidaridad digital, en los planos nacional e internacional.”6

Se buscó de ese modo estimular a los gobiernos a adoptar planes y políticas que,
juntos al sector privado, la sociedad civil y las organizaciones internacionales, abrieran
las puertas a las nuevas tecnologías, ya no bajo el mero impulso de las fuerzas de
mercado, sino como decisión política que involucra la “solidaridad” para la integración
de las naciones pobres a las NTIC. Como presente homérico, eliminada la traba de los
recursos, el Caballo de Troya de las técnicas de los consorcios internacionales
ingresaría así a las ciudades sitiadas, por propia decisión. Finalmente, abierto el forado
e introducido el regalo, una vez dentro, la dependencia seguiría profundizándose,
porque una vez probadas, las NTIC se transforman en inevitabilidad.

6 http://www.unicttaskforce.org/perl/documents.pl?id=1385
Pero las tecnologías, como es evidente, no son “neutras”. Ellas surgen en
determinados contextos históricos y culturales, con arreglo a los específicos discursos
de construcción de realidades de las que son tributarias, según sus especiales
estructuras de poder. En un contexto de mundialización acelerada, las palabras –que
edifican la res interior de los sujetos- son más que nunca posturas ideológicas. “En
política, como en todas partes, las palabras nunca son neutras: portadoras de sentido,
a veces de contrasentido, las palabras son el vehículo de la historia de la sociedad que
las ha producido y de las representaciones del mundo de aquellos que las utilizan.
Estas representaciones son diversas, contradictorias, hasta se podría decir conflictivas,
según los actores que las formulan, los intereses y las lógicas sociales que reflejan”7.

En la Cumbre del 2003 se consolida además la idea de que las NTIC pueden ser
utilizadas como instrumento de desarrollo y el foco no se reduce solamente a la
Internet y la Web, sino a otras tecnologías de información y comunicación como la
telefonía móvil. Hay que estimular la creación de mercados para los nuevos nodos de
la red de información, por lo que a contar de ese momento “medir la diferencia de
acceso a las TIC es estudiar las divergencias entre los países desarrollados y los países
en desarrollo en lo concerniente a la introducción de diversos servicios de NTIC
(teléfono digital, teléfono celular, Internet) y de computadoras portátiles”. En la última
década. (...) “la diferencia se ha reducido visiblemente, con un progreso
particularmente rápido en el sector de los teléfonos celulares y en el uso de Internet.”
Y el 2004, el encuentro “Building Digital Bridges”8 retoma el concepto de “brecha
digital” a partir de diferencias de conectividad, pero añadiendo las velocidades de
conexión, entre el dial up y el wireless, por ejemplo. En Chile se abre por primera vez
la discusión de un “mejor ancho de banda” entre las empresas que la ofrecen y se
anuncian licitaciones de nuevos espacios de 3G (Tercera Generación) en el espectro
radioeléctrico.

Los rápidos avances de las NTIC percutan nuevas reflexiones sobre el sentido de la
“brecha digital”, en la medida que superada la fase de estar o no en la red, van
surgiendo otras barreras –ahora dentro de ella- que mantienen, o en algunos casos
acrecientan, la sensación de distancia entre la punta del proceso de desarrollo y su
cola integradora.

7Palabras en Juego: Enfoques Multiculturales sobre las Sociedades de la Información. Coordinado por Alain
Ambrosi, Valérie Peugeot y Daniel Pimienta, noviembre de 2005, C & F Éditions.
8 http://www.itu.int/digitalbridges/docs/Abstract-BDB.pdf
El concepto de “brecha digital” se sigue adaptando a los requerimientos de los
promotores de la Revolución Digital y si bien en sus comienzos se asocia a los
problemas de conectividad, muy luego surge la preocupación por el desarrollo de las
competencias y habilidades para utilizar las NTIC (capacitación y educación),
consistente con la fase más “blanda” del proceso. Más recientemente, las apreciaciones
apuntan a su papel paradigmático en la construcción del futuro de la humanidad,
algunas de cuyas dimensiones hemos estado analizando en el presente trabajo.

También podría gustarte