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En otras palabras, la Constitución aún nacida imperfecta, al ser obra de una sociedad
que proclamó su renuncia todo tipo de dictadura y su apuesta por el Estado Social de
Derecho, otorgó facultades a las autoridades creadas conforme a ella, para que puede
ser modificada sin lesionar o mucho menos, hacer tabla rasa de sus disposiciones, así
como sin alterarla por la fuerza o la arbitrariedad.
Son estas décadas de componendas y privilegios instalados, los que ante el menor signo
de cambio que pudiera representar la alternancia en el gobierno, hacen alzar la voz del
cambalache tornándolo agorero del derrumbe institucional. Empero, no han de ser el
pánico, ni esta inoculación del miedo, a la que nos someten cotidianamente los profetas
de la catástrofe instalados en todos los ámbitos, los que van a resolver este cuadro
institucional.
Dicho esto y ante los últimos acontecimientos de público conocimiento en el país, cabe
en la conciencia ciudadana asumir que no todos los conflictos o crisis que puedan
acaecer en el derrotero institucional de la República - fueran ellos en el seno de
cualquiera de los tres poderes- habrán de ser el toque de clarín que anuncie, profetice o
ponga a la sociedad en presencia de un golpe de estado o un conato de conspiración. Y
ciertamente, tampoco son los golpes de efecto mediático los que resuelven
eventualmente situaciones de crisis: al contrario, la empeoran y profundizan el
desconcierto y la alarma innecesaria de la población e incluso, de la comunidad
internacional.
Por ello, como parte de la ciudadanía que adhiere a los valores republicanos, hemos
considerado relevante sumar nuestras voces entre las muchas vertidas en estos últimos
días, y finalmente dejar asentado cuanto sigue: